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Axolotl

Una mañana, Gregorio Samsa se despierta convertido en un monstruoso insecto tras un sueño intranquilo. Se da cuenta de que no está soñando y que su habitación parece normal aunque él ya no es humano.

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Axolotl

Una mañana, Gregorio Samsa se despierta convertido en un monstruoso insecto tras un sueño intranquilo. Se da cuenta de que no está soñando y que su habitación parece normal aunque él ya no es humano.

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Axolotl

Julio Cortázar

1. Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axólotl. Iba a verlos al acuario del
Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus
oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
2. El azar me llevó hacia ellos una mañana de primavera en que París abrió su cola de
pavorreal después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port-Royal, tomé St.
Marcel y L´Hospital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era
amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro
edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y me fui a ver los tulipanes.
Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé
peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axólotl. Me quedé una hora
mirándolos y salí, incapaz de otra cosa.
3. Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los
axólotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y
el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las
branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos
de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaces de
evadirse de ese sopor mineral en que pasaban horas enteras. Sus ojos, sobre todo, me
obsesionaban. Al lado de ellos, en los restantes acuarios, diversos peces me
mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los
ojos de los axólotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de
mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía, inquieto) buscaba ver
mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y
remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de
sus caras; jamás se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con
su dulce, terrible luz; seguían mirándome, desde una profundidad insondable que me
daba vértigo.
4. Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axólotl. Lo supe
el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un
mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a
nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axólotl con el ser humano me probó
que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las
manecitas... Pero una lagartija tiene manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que
era la cabeza de los axólotl, esa forma triangular rosada con los ojillos de oro. Eso
miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
5. Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axólotl una
metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé
conscientemente, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio
abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro
inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje:
"Sálvanos, sálvanos." Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo
pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome, inmóviles; de pronto las ramillas
rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor
sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus
vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación
tan profunda conmigo. Los axólotl eran como testigos de algo, y a veces como
horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos; había una pureza tan espantosa en
esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir también máscara y
también fantasmas. Detrás de esas caras aztecas, inexpresivas y sin embargo de una
crueldad implacable ¿qué imagen esperaba su hora?
6. Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana, al
inclinarme sobre el acuario, el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi
cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del
agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el
mundo había sido de los axólotl. No era posible que una expresión tan terrible, que
alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un
mensaje de dolor, la prueba de que esa condena eterna, de ese infierno líquido que
padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los
axólotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de
extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos
trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila.
Veía de muy cerca la cara de un axólotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin
sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del
vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
7. Sólo una cosa era extraña; seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso
fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su
destino. Afuera, mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados
por el esfuerzo de comprender a los axólotl. Yo era un axólotl y sabía ahora
instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario,
su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él
mismo, yo era un axólotl y estaba en mi mundo. El horror venía - lo supe en ese
momento - de creerme prisionero en un cuerpo de axólotl, transmigrado a él con mi
pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axólotl, condenado a moverme
lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una para vino a
rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axólotl junto a mí que
me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan
claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un
hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que
miraban la cara del hombre pegada al acuario.
8. Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer
lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto
por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar,
pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados,
que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los
puentes están cortados entre él y yo, porque lo que era su obsesión es ahora un
axólotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en
cierto modo a él - ah, sólo en cierto modo - y mantener alerta su deseo de conocernos
mejor. Ahora soy definitivamente un axólotl, y si pienso como un hombre es sólo
porque todo axólotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me
parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo
era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar
que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir
todo esto sobre los axólotl.
Metamorfosis
Franz Kafka

1. Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en


un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al
alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades,
sobre el cual casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el
suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de
sus piernas, se agitaban sin concierto.
2. — ¿Qué me ha ocurrido?
3. No estaba soñando. Su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña,
tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños
—Samsa era viajante de comercio—, y de la pared colgaba una estampa
recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La
estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola
también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de
piel, que ocultaba todo su antebrazo.

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó́ convertido en un


monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la
cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el cual
casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas
patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de sus piernas, se agitaban
sin concierto. — ¿Qué me ha ocurrido? No estaba soñando. Su habitación, una habitación
normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado
un muestrario de paños — Samsa era viajante de comercio—, y de la pared colgaba una
estampa recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La
estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola también
de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba
todo su antebrazo. Gregorio miró hacia la ventana; estaba nublado, y sobre el cinc del
alféizar repiqueteaban las gotas de lluvia, lo que le hizo sentir una gran melancolía. «Bueno
—pensó—; ¿y si siguiese durmiendo un rato y me olvidase de todas estas locuras?» Pero no
era posible, pues Gregorio tenía la costumbre de dormir sobre el lado derecho, y su actual
estado no permitía adoptar tal postura. Por más que se esforzara, volvía a quedar de
espaldas. Intentó en vano esta operación numerosas veces; cerró los ojos para no tener que
ver aquella confusa agitación de patas, pero no cesó hasta que notó en el costado un dolor
leve y punzante, un dolor jamás sentido hasta entonces.

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