Unidad 13. Guerra Colonial y Crisis de 1898
Unidad 13. Guerra Colonial y Crisis de 1898
Unidad 13. Guerra Colonial y Crisis de 1898
Unidad 13
Guerra colonial y crisis de 1898
1. PRECEDENTES
Durante el reinado de Fernando VII culminó la independencia del imperio colonial español
(Argentina, México, Colombia…) y la soberanía española solo se mantuvo sobre Cuba, Puerto Rico,
Filipinas y las Islas Marianas. Cuba se convirtió en la ‘América Chiquita’, productora de azúcar,
algodón y tabaco. Su explotación con mano de obra barata (aún persistía la esclavitud) hizo que los
empresarios peninsulares (especialmente catalanes) obtuvieran suculentos beneficios.
La primera de las tres guerras que estallaron por la independencia cubana, conocida como
Guerra grande, dio comienzo en 1868 con el llamado «grito de Yara» fue promovida por la
burguesía criolla y liderada por Céspedes. Durante los diez años que duró, las insurrecciones en la
isla fueron casi permanentes, hasta que en 1878, con la Paz de Zanjón, el general Martínez Campos
consiguió firmar la paz con los insurrectos, combinando la estrategia militar con la negociación
política. En dicha paz se recogieron una serie de promesas (mayor democracia en la isla, mayor
autonomía y abolición de la esclavitud).
Sin embargo, las promesas de autonomía hechas por la metrópoli no fueron respetadas, de modo
que los habitantes de la isla volvieron a levantarse en busca de mayores cuotas de autogobierno: esa
fue la Guerra Chiquita (1879-1880), que acabó igualmente en fracaso para los cubanos, debido al
boicot de la oligarquía económica española contra el proyecto autonomista diseñado para Cuba en el
Parlamento.
El resultado fue, poco después, el estallido de una nueva insurrección separatista en Cuba, la
Guerra de Independencia cubana (1895-1898), capitaneada por el poeta cubano José Martí,
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fundador del Partido Revolucionario Cubano, autor del Manifiesto de Montecristi, verdadero
programa independentista. Se lanzó a través del «grito de Baire» y simultaneado también en
Filipinas. En esta ocasión no se trataba ya de un conjunto de reacciones aisladas, sino que la
sublevación se extendió como un reguero de pólvora, contando ya con la participación no solo de la
burguesía isleña, sino también de los elementos más populares de la sociedad cubana. Muerto
Cánovas en 1897, Sagasta consiguió que las Cortes aprobaran un nuevo proyecto de autonomía para
la isla, pero ya era demasiado tarde. El impulso final hacia la independencia colonial fue el
enfrentamiento directo entre España y EEUU, quien mostró su apoyo a los cubanos en virtud de
la llamada doctrina Monroe («América, para los americanos»), además de por razones de estrategia
política y por motivaciones, por supuesto, económicas, debido al afán de proteger sus importaciones
de caña de azúcar y de tabaco de la isla de Cuba. Desde fecha temprana, EEUU quería establecerse
en la isla, porque Cuba vendía parte de sus productos a los norteamericanos, en un comercio
controlado por España; y EEUU quería monopolizar dicho intercambio.
3. LA CRISIS DE LA RESTAURACIÓN
La pérdida de las colonias supuso un revés para las exportaciones de industrias españolas,
que tenían en ultramar importantes mercados y centros de producción de determinados productos y
materias primas; en concreto, el Desastre afectó a las exportaciones textiles catalanas y a las
importaciones de materias primas baratas (algodón, azúcar, tabaco), lo cual agudizó el déficit de la
Hacienda e incrementó el proteccionismo.
Sin embargo, las pérdidas económicas del Desastre no fueron, a nivel global, comparables con
las de la oleada independentista de 1820; lo que verdaderamente conmovió a la opinión pública
española fue lo espectacular de la derrota, que vino a significar el desplome del ambiente de
confianza que se había vivido en la primera etapa de la Restauración. De hecho, propició la
crítica al sistema y la aparición de la idea de «regeneracionismo» del país mediante el
saneamiento de la Hacienda, el crecimiento económico, la mejora de la educación, etc.
Posteriormente, el gobierno español intentaría compensar semejante fracaso con el protectorado en
Marruecos (compartido con Francia). Pero la gran consecuencia había sido de orden moral y
anímico: España, que tuvo un imperio donde «no se ponía el sol», perdía sus últimas colonias. Un
clima de tristeza colectiva se instaló en el país, y los españoles acabaron por percatarse de que
formaban una nación insignificante en Europa, pobre, atrasada y corrompida por el caciquismo.
Desde cierto punto de vista, el fin del imperio colonial español no supuso ninguna catástrofe
política a nivel nacional: el régimen monárquico continuó; los partidos dinásticos (conservador y
liberal) siguieron alternándose en el poder consiguiendo cómodas mayorías parlamentarias, a pesar
de la aparición paulatina de nuevos partidos opuestos al sistema, como los republicanos, los
regionalistas y los socialistas; e incluso la Hacienda pública consiguió cierto equilibrio después de
los grandes gastos que había supuesto la guerra colonial.
No obstante, el impacto de los sucesos de 1898 significó el inicio de una crisis paulatina del
poder de Estado y del propio sistema de la Restauración tal como lo había diseñado Cánovas: la
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mejor muestra de la profunda inestabilidad política en que cayó el régimen es el hecho de que entre
1901 y 1923 se sucedieron treinta y dos cambios en la presidencia del Gobierno.
En este sentido, podríamos resumir de la siguiente manera los grandes problemas que azotaban
a la España de principios del siglo XX:
1. El retraso económico y cultural con respecto al resto de Europa. El injusto reparto de la
riqueza propiciaba las reivindicaciones del movimiento obrero y de los jornaleros del campo,
en una sociedad cada vez más radicalizada y dividida.
2. La existencia de un régimen político corrupto, donde el Parlamento o los ayuntamientos no
representaban al pueblo, ya que las elecciones eran manipuladas desde el Ministerio de la
Gobernación por los caciques locales, los gobernadores civiles y los alcaldes. En esta falsa
democracia, la alternancia de los partidos dinásticos en el poder era artificial.
3. La presencia de un ejército herido en su orgullo por la derrota en Cuba, con un material
anticuado y un exceso de mandos que lo hacían poco operativo, pero cada vez más propenso a
inmiscuirse e incluso distorsionar la vida política de los españoles, más allá de su función
estrictamente militar.
4. Y por último, la acción creciente de los nacionalismos periféricos (catalán, vasco y
gallego), percibido por los militares como una amenaza de disgregación para su concepto de
patria.
Particularmente, el sistema de la Restauración tuvo que hacer frente a la oposición política e
ideológica del movimiento obrero y de una parte de las clases medias urbanas. Este sector social
asimiló las críticas que lanzaron contra la corrupción política los intelectuales de la Generación
del 98 (Azorín, Unamuno, Baroja, Machado), los cuales constituyeron la base del renacimiento
del movimiento republicano como único garante de la regeneración y modernización del país.
En este contexto, en 1902 Alfonso XIII fue proclamado rey al cumplir la mayoría de edad y se
iniciaba una nueva etapa en la Restauración en la que se difundieron, entre buena parte de la clase
política y de la opinión pública, los valores ideológicos del regeneracionismo, cuyos mayores
impulsores fueron Joaquín Costa, que pretendía la «desafricanización y europeización de España»
con «escuela, despensa y doble llave para el sepulcro del Cid»; el propio Antonio Maura, líder
conservador y autor de la denominada «revolución desde arriba», con el deseo de reformar la ley
electoral para combatir el caciquismo y legislar a fondo la Administración local; y José Canalejas,
representante de la vertiente más social del regeneracionismo.
Pero el mensaje regeneracionista era ambiguo y carecía de propuestas sólidas. Junto con la
denuncia de algunos males endémicos de España, como la escasa participación política, el
caciquismo, la corrupción electoral y el atraso agrario, sus propuestas no siempre fueron claras.
Además, el proyecto fracasó porque los sectores representados en el poder (grandes terratenientes,
Iglesia e alta burguesía financiera e industrial) no quisieron renunciar a sus privilegios políticos,
económicos y sociales.
De ahí el fracaso político no solo del regeneracionismo surgido tras el Desastre del 98, sino, más
ampliamente, de todo el sistema de la Restauración, que se irá descomponiendo en los años
siguientes hasta llegar al golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923.