Versión 2022

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Minervina oyó sonar el timbre, se levantó del sofá, lanzó el libro que estaba leyendo, y fue abrir la

puerta a su amigo Salema.

--- Entras. Dijo para el amigo.

--- Así que recibí su carta, yo he venido. ¿Qué deseas de mí?

--- ¡Un grande serviço!

--- ¡Oh diablos! ¿Es algún grande duelo?

--- Es simplemente amor. Sientate.

Se sentaron los dos. Eran dos rapaces de veinte y cinco años, oficiales de la misma Secretaria de
Estado; dos colegas, dos compañeros, dos amigos, entre los cuales nunca hubiera la menor
divergencia de opinión o sentimientos. Tenían un al otro en alta conta.

--- Mandé llamaren a ti – siguió Minervino --- porque aquí podemos hablar más libremente; en tu
casa sus sobrinos nos iban a interrumpir. ¿Esperar hasta mañana? Solo sería posible si fuera cosa
que se pudiese adiar. ¡Es necesario que sea hoy!

--- Estoy a tu servicio.

--- Bueno. ¿Tú te recuerdas de un día yo tener hablado de una viuda guapa, mi vecina, por quien
andaba muy enamorado?

--- Sí, me recuerdo. Un coqueteo…

--- ¡Namoro que se cambió en amor, amor que se cambió en pasión!

--- ¿Qué? ¿Estás tú enamorado?

--- Muy enamorado… ¡Y es necesario acabar con esto!

--- ¿Cómo?

--- Casándome; ¡es tu quien va a pedirla en casamento!

--- ¿Yo? ¿De verdad?

--- Sí, mi amigo. Bien sabes como soy tímido. Solo me atrevo a mirarla mientras algunos
momentos cuando me cerco de la ventana o a saludarla cuando entro o salgo. Si yo fuera mismo
hablar algo a ella, era capaz de no conseguir articular tres palabras. ¿Te recuerdas da ocasión en que
fui a pedir al ministro que me dio la vaga del Florêncio? Temblé delante del y con mucha gana
conseguí decir lo que deseaba. Y lo ministre me dijo: --- Vate descansado, haré justicia ---, y yo le
respondí: --- ¡Excelencia, si me nombras, no lloverás sobre mojado! --- Ahora, si soy así con los
ministros, imagine con las viudas.

--- ¿Pero tú la conoces?

--- Estoy perfectamente informado: es una señora digna y respetable, viuda del Señor Perkins,
comerciante americano. Vive allí en frente, en lo número 37. Ruego a ti que la procures de
inmediato y haga a ella lo pedido de mi parte. Eres tan desvergonzado como soy tímido; estoy cierto
que serás bien sucedido. Hablas lo mejor de mí que pudieres decir; aboga mi causa con tu
elocuencia habitual y la gratitud de tu amigo será eterna.

--- ¡Qué tontería! --- observó Salema. -- ¡Eso no es sangría desatada! ¿Por qué tienes que ser hoy y
no otro día? ¡Yo no vengo preparado!

--- No puedes dejar de ser hoy. La viuda Perkins se va mañana para la hacienda de su hermana,
cerca de Vassouras, y yo no quiero que va sin dejar puesta mi sentencia.

--- Pero, si tú no la hablas, ¿cómo sabes que va a partir?

--- ¡Va! Como todos los enamorados, tengo mi policía… Pero, va, va, no te demores.

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