"Torturas, Violencia Institucional y Policía" Javier Di Iorio

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“El hombre es el único animal

que tortura a sus semejantes. Y


no hace falta estar en un país
dictatorial: también pasa en
las democracias”1

“Torturas, violencia institucional y policía”

Por Eduardo Javier Di Iorio (UNMdP)

1.- Breves consideraciones introductorias sobre las nociones de “Derechos


Humanos” y “violencia institucional”.

1.- El proceso histó rico de reconocimiento formal de derechos y libertades


bá sicas del hombre implicó un camino progresivo, plagado de dificultades, y que,
por sobre todas las cosas, aú n continú a transitá ndose. Desde aquel primer peldañ o
superado con las incipientes “libertades públicas”2, y hasta lograrla consagració n
del esperanzador concepto de “derechos humanos”, el recorrido no ha sido para
nada sencillo. Tal escalonamiento, anclado en ú ltima instancia en la reivindicació n
de la igualdad de los hombres, en el reconocimiento sin cortapisas de sus idénticas
capacidades naturales y en el debido respeto de su dignidad individual y social, ha
sido conseguido mediante la necesaria alineació n de diversos factores en distintos
momentos histó ricos.
En esta senda, por un lado, no admite discusió n alguna que la acumulació n
de conceptualizaciones propias del “iusnaturalismo” y del “constitucionalismo
liberal” tuvieron un papel central. Debe reconocerse que fueron las críticas de la
“ilustració n” dirigidas al modelo inquisitorial las que prepararon el terreno para
las revoluciones burguesas de fin de siglo, y que finalmente dieron paso al “primer
constitucionalismo”3. Su base discursiva residente en el ideario “iluminista”, que
reaccionó contra el antiguo régimen y sus rígidas instituciones, partiendo de una
visión global y absolutamente diferente de la sociedad, del hombre y del Estado,

1
José Saramago.
2
Por caso, cabe mencionar la “Carta Magna de 1215”donde se plasmaron los reconocimientos del rey Juan I
de Inglaterra (“Juan sin Tierra”) y la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789”
en plena revolució n francesa.
3
El constitucionalismo “clásico” resulta aquel iniciado a finales del siglo XVIII, y que, icó nica y
simbó licamente, se asocia con las revoluciones norteamericana y francesa, y a la promulgació n de sus
respectivas cartas magnas, ha sido producto de un ciclo de grandes transformaciones políticas, econó micas y
sociales impulsadas por una clase social especialmente interesada en establecer límites al poder de la nobleza;
hito que ha sido señ alado paralelamente como el inicio de la etapa histó rica “moderna”.
sustentó una panorama que necesariamente tuvo que desembocaren una posición
“política” que engloba la consideración del delito y de la pena4.
Lo que ha sido denominado como iluminismo penal encierra todo lo que
cultural e intelectualmente supuso el gran trá nsito desde un forma deshumanizada
del uso del castigo por parte del Príncipe, hacia la aparició n de un derecho de
castigar (ius puniendi), reconocido y legitimado en manos del Estado moderno. Así
las cosas, la eliminació n de la barbarie penal constituyo un largo proceso histó rico,
con contenidos éticos-culturales pero también a través de medios econó micos-
estructurales, junto a la transcendente secularizació n del poder político5.
En este marco introductorio, la tortura y el propósito de su abolición han
posiblemente constituido un pilar decisivo en el nacimiento de un derecho
penal y moderno6. Los pensadores del iluminismo ya dieron cuenta de forma
extensa no só lo de las aberraciones de este instrumento sino–incluso- advirtieron
de su nula “fiabilidad” a los efectos inquisitivos, y comenzaron a acertar golpes al
sistema político dominante en su conjunto. Las ideas representadas por figuras de
la talla de Cesare Beccaria7, Pietro Verri8 o Jeremy Bentham9, entre otros, fueron las
que lograron influir decisivamente en el clima propicio para la oportuna
desaparició n de esas prá cticas del clá sico proceso penal de entonces, al menos
reiteramos desde una plano meramente formal.-
Por otra parte, a los postulados de la “razó n”, el “sentido comú n”, y el “libre
albedrio” del hombre, planteados mediante la ficció n teó rica del “contrato social”,
que solidificaron el nuevo concepto (moderno) de “delito” y “delincuente”, en
esencia apartado de concepciones morales y asociado a la “garantía de legalidad”,
se fueron añ adiendo las primeras manifestaciones a nivel internacional. De tal
forma que la creació n de la “Sociedad de las Naciones” o los primeros “Convenios
de Ginebra”, fueron presagios de una preocupació n supranacional que comenzaba
a imponerse muy de a poco. Pero la decisió n no avivaría sino definitivamente hasta
percibir los horrores del Holocausto, los estragos de la segunda guerra mundial y
4
Bergalli Roberto, Bustos Ramírez Juan, Miralles Teresa, “El pensamiento criminoló gico. Vol. I. Un aná lisis
crítico”, Bogotá Colombia, Temis, 1983,p. 28.
5
Bergalli Roberto, en “Torturas y abuso de poder, Bergalli Roberto y Rivera Beiras Iñ aki (coords), Anthropos,
Barcelona, 2006.
6
Ídem.
7
Véase “Tratado de los delitos y de las penas”, México, Porrú a, 1992, traducció n al españ ol del original en
Italiano Dei Delitti e delle Pene, Milá n, 1764. Así, señ ala Beccaria en sentido absolutamente crítico de los
tormentos desde su eficacia y finalidades: “…Un hombre no puede ser llamado reo antes de la sentencia del juez,
ni la sociedad puede quitarle la pública protección sino cuando esté decidido que ha violado los pactos bajo que le
fué concedida. ¿Qué derecho sino el de la fuerza, será el que dé potestad al juez para imponer pena a un
ciudadano mientras se duda si es reo o inocente? No es nuevo este dilema; o el delito es cierto o incierto; si cierto
no le conviene otra pena que la establecida por las leyes, y son inútiles los tormentos porque es inútil la confesión
del reo: si es incierto, no se debe atormentar un inocente, porque tal es, según las leyes, un hombre cuyos delitos
no están probados.”. Agregando “…El éxito, pues, de la tortura es un asunto de temperamento y de cálculo, que
varía en cada hombre a proporción de su robustez y de su sensibilidad; tanto que con este método un matemático
desatará mejor que un juez este problema. Determinada la fuerza de los músculos y la sensibilidad de las fibras de
un inocente, es fácil encontrar el grado del dolor que lo hará confesar reo de un delito supuesto” (Bonesana César
Marqués de Beccaria, “Tratado de los delitos y de las penas”, Edit. Heliasta SRL, 1993, Cap. XVI “De los
tormentos”, pá gs. 87/88 y 91)
8
Se alude a Verri, como uno de los má s vivaces opositores en sus conocidas “Observaciones sobre la Tortura”.-
9
Ver Tratado de las pruebas judiciales, Buenos Aires, EJEA, 1971, traducido del francés por Manuel Ossorio
Florit, de la Obra Traité des preuve judiciares, Paris, 1823.-
la irracionalidad de los autoritarismos que supieron costar la muerte de decenas
de millones de personas.
Por ello, es dable coincidir en que la noción actual de derechos humanos
“…es la sumatoria de los aportes del iusnaturalismo, del constitucionalismo liberal y
del derecho internacional, lo que implica no solamente la consagración legal de los
derechos subjetivos necesarios para el normal desarrollo de la vida del ser humano
en sociedad, que el estado debe respetar y garantizar, sino el reconocimiento de que
la responsabilidad internacional del estado queda comprometida en caso de
violación no reparada”10. Su esencia misma germinada al amparo de la nueva
relació n “Estado-individuo” impuesta, en la cual “si el último es el titular de los
derechos protegidos, el primero es su garante” 11, los transforma en “universales,
indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí”, y por lo que la
“…comunidad internacional debe tratar los derechos humanos en forma global y de
manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dándoles a todos el mismo peso” 12.
Má s, desde un plano histórico-social, los derechos humanos se consideran la
proyecció n normativa, en términos del deber ser, de las “necesidades reales”13; es
decir de las potencialidades de existencia y de calidad de vida de las personas, de
los grupos y de los pueblos que corresponden a un determinado grado de
desarrollo de la capacidad de producció n material y cultural en una formació n
econó mico social14.El contenido de tal definició n “extralegal”-como la define el
propio Baratta- excede su transcripció n en los términos del derecho nacional y de
las convenciones internacionales, y se asocia a la idea de “injusticia social”15, la
que equivaldría a una “violencia estructural” entendida como la que reprime la
satisfacció n de aquellas “necesidades reales”, y por lo tanto, de los derechos
humanos en su contenido histó rico social.

10
Pinto Mó nica, “Temas de derechos humanos”, 2ª Edic., CABA, Del Puerto, 2009, p. 10.
11
Pinto, “Temas de derechos humanos”, p. 33.
12
Conferencia Mundial de Derechos Humanos (desarrollada en Viena en 1993). Agrega que “ Debe tenerse en
cuenta la importancia de las particularidades nacionales regionales, así como de los diversos patrimonios
históricos, culturales y religiosos, pero los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos,
económicos y culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales”.
13
Baratta Alessandro, “Derechos humanos: entre la violencia estructural y la violencia penal. Por la
pacificació n de los conflictos violentos”, Revista ID, vol. 11.
14
Baratta, “Derechos humanos…”, op. cit., p. 11/12. El autor parte de las siguientes consideraciones: “…en una
determinada fase del desarrollo de la sociedad, el hombre es un portador de necesidades reales. Desde este punto
de vista histórico-social, las necesidades reales son un concepto correspondiente a una visión dinámica del
hombre y de sus capacidades. Cada persona, cada grupo, cada pueblo, es sede de capacidades específicas de
existir, de expresarse, de dar sentido a la vida y a las cosas. Estas capacidades individuales reciben su contribución
en la historia de la interacción productiva del hombre con la naturaleza y con los otros hombres. En la medida en
que crece la capacidad social de producción material y cultural y con ella también el grado de satisfacción de las
necesidades, crecen también las capacidades de los individuos y de los grupos; las necesidades se vuelven más
apremiantes, más diferenciadas. Al desarrollo de la capacidad social de producción corresponde entonces el
desarrollo de las necesidades y de las posibilidades de satisfacerlas, y a esta satisfacción corresponde el ulterior
desarrollo de las capacidades de los individuos, de los grupos y de los pueblos” (Baratta, “Derechos humanos…”,
op. cit., pá g. 13).
15
En este punto el autor italiano al que venimos refiriendo sigue al soció logo Johnn Galtung, quien habla de
una discrepancia entre las condiciones potenciales de vida y condiciones actuales. Las primeras son aquellas
que será n posibles para la generalidad de los individuos en la medida del desarrollo de la capacidad social de
producció n. Las segundas son debidas al desperdicio y a la represió n de estas potencialidades (op. cit., pá g.
14/15).
2.- Tal violencia estructural que narra Baratta resulta fuente, en gran parte
(directa o indirectamente) de todas las otras formas de violencia: individuales,
grupales, internacionales, o las que se distinguen segú n su modalidad (vgr. física,
moral, directa, indirecta), y también –en lo que aquí interesa- de la denominada
“violencia institucional”: la que se verifica cuando “el agente es un órgano del
Estado, un gobierno, el ejército o la policía”16.
Esta asertiva cualificació n inicial, asentada esencialmente a partir de poner
en valor al “actor” (o “sujeto activo” que la aplica, un funcionario público),
debe completarse con otras aristas que el concepto entrañ a. Vale decir, que a esta
condició n que se relaciona con la idea de “violación a los derechos humanos” en
sí misma17 y, a la par, con una de las características propias del estado moderno
(entendido como ente monopolizador del “ejercicio legítimo de la violencia”18),
aunque importantísima para la definició n (e imputació n de los delitos previstos en
el có digo penal argentino que sancionan tales conductas), debe complementarse
con otros contenidos que no puede dejar de mencionarse.
Ligado a lo anterior, la verificació n de un contexto de restricción de la
libertad personal o de limitación de la autonomía de la persona es otra de las
características que la destacan. Ello se aprecia relacionado directamente con los
sujetos pasivos o víctimas de la violencia; principalmente pertenecientes a los
grupos más vulnerables, donde la afectació n se potencia a partir de distintas
variables, que contrarias a la igualdad de las personas, se encuentran atravesadas
por patrones discriminatorios y la estigmatización.
En cuanto a las formas que pueden adoptar este tipo de violencias, son
múltiples y variadas, y -a veces, aunque ello no es excluyente- resultan
directamente vinculadas a los contextos institucionales en los que se expresan
(vgr. determinadas modalidades características de los lugares de encierro19); y van
desde formas extremas (torturas, casos de uso letal de armas de fuego -“gatillo
fá cil”-) hasta supuestos que se encarnan en aislamientos, “detenciones arbitrarias”
u “hostigamientos” en la vía pú blica; aunque también se pueden exteriorizar
mediante actos omisivos (vgr. privació n de atenció n medica debida).
Tampoco puede soslayarse la existencia de formas reales de violencia no
visibles que, sin embargo operan sobre lo que es esencial al vínculo violento: el
sometimiento de una de las partes, en tanto “[l]a violencia es un vínculo, una forma
de relación social por la cual uno de los términos realiza su poder acumulado” que

16
Baratta, “Derechos humanos…”, op. cit., p. 15.
17
Véase la noció n de “violació n a los derechos humanos” de Nikken (en “El concepto de derechos humanos”,
Serie: estudios de derechos humanos, Serie I).
18
Cfr. Weber Max (1967).
19
El Comité contra la Tortura (Comisió n Provincial por la Memoria) viene denunciando desde hace casi 10
añ os la variedad de métodos implementados en las cárceles provinciales: el submarino seco o hú medo, la
picana eléctrica, los palazos con bastones de madera o goma maciza, las golpizas reiteradas, las duchas o
manguerazos de agua helada, el aislamiento como castigo y los traslados constantes.
“revelan siempre la existencia de una relación jerárquica y desigual socialmente
aceptada, o sea que tiene una génesis y una historia”20.
Pero la violencia institucional a la que se hace referencia aquí, categoría por
demá s compleja tanto a la hora de definirla 21 como al momento de la sistematizar
datos22, debe ser pensada en clave estructural y no individual, emergiendo
como una de las deudas que la democracia (de ya más de tres décadas) aún
no ha saldado. Este enfoque que pretende leer la violencia poniendo en valor una
dimensió n institucional del asunto (lo que supone a la par descartar la idea de la
existencia de una “manzana podrida” en las fuerzas), no só lo aparece ú til para
alertarnos sobre la problemá tica justificació n –de distintos sectores- del accionar
policial asentado en la “teoría de los excesos”, sino que es la ú nica que puede
brindar un contexto favorable para la discusió n de políticas pú blicas serias de
abordaje del tema.
Las explicaciones y justificaciones de la violencia policial vigentes en cada
sociedad no son independientes unas de otras, todas ellas constituyen un gran
campo argumental que provee de justificaciones los discursos hegemónicos
acerca del problema. Este campo argumental está atravesado por el presupuesto
fuerte, mas no explícito, de que la violencia no es un hecho atípico en el trabajo
policial, sino una herramienta habitual que debe ser usada dentro de ciertos
pará metros, por fuera de los cuales corre el riesgo de ser vista por la sociedad
como “excesiva”. Este enfoque, orientado exclusivamente a reconocer la
violencia sólo por sus excesos, no plantea críticas respecto de la habitualidad
20
“Las imágenes dominantes siempre que se habla de violencia, remiten al ejercicio de la fuerza material: los
golpes, las armas, los " hechos de sangre", en suma, el "estallido", el combate. De algún modo, estas imágenes
suponen la existencia de dos fuerzas que se enfrentan y se miden, que pueden incluso ser dos individuos, pero que
de algún modo, realizan una confrontación "entre iguales" , como si estos iguales no tuvieran una historia previa,
como si no hubiera una relación de poder instalada entre ellos. Estas imágenes son como fotografías de
situaciones, que, o bien permanecen desperdigadas al estilo de una crónica de "hechos policiales" sin lograr tomar
forma de proceso, o son hilvanadas en un relato imaginario, donde los relatores toman partido, ya sea por el
bando ganador, generalmente el "justiciero", que reclama la vuelta al orden que el violento (o el delincuente) han
alterado, o por el bando perdedor, que "equivocó el camino" para reclamar justicia, y donde el poder instala,
inadvertidamente, la existencia del mal. La fuerza de estas imágenes encubre la existencia y el
funcionamiento de las relaciones violentas más frecuentes y cotidianas en nuestra sociedad, y que por
ello han sido naturalizadas, normalizadas, porque en ellas uno de los términos está situado en el lugar
del poder y la autoridad, a quien el "otro" le debe respeto y obediencia. Es en estas relaciones cotidianas
donde se produce y reproduce la "violencia invisible", no hablada pero consentida por el temor del subordinado
que la padece y negada por la complicidad domesticada de la mayoría, que lo victimiza nuevamente cada vez que
se atreve a pedir amparo…” (Cfr. “Violencia social y derechos humanos”, Inés Izaguirre (coordinació n y
compilació n), EUDEBA, 1996; el destacado es propio).
21
Se la entendió como: “…prácticas estructurales de violación de derechos por parte de funcionarios
pertenecientes a fuerzas de seguridad, fuerzas armadas, servicios penitenciarios y efectores de salud en contextos
de restricción de autonomía y/o libertad (detención, encierro, custodia, guarda, internación, etc.) ” (cfr. Manual
“Los derechos humanos frente a la violencia institucional”, 2015; en línea [consulta:05/09/16]:
http://www.jus.gob.ar/media/2932203/violencia_institucional.01.pdf.. Se ha puesto asimismo en crisis una
definició n Violencia Institucional que só lo tenga en cuenta la má xima reacció n empírica ejercida por las
instituciones totales que conforman el estado, refutando su “aspecto semá ntico y semioló gico”; lo que no solo
importaría una disyuntiva teó rica, si no que representa un posicionamiento en materia del grado de incidencia
-en este fenó meno- de las políticas pú blicas de reducció n de dañ o y protecció n de derechos humanos. Así
véase el cometario “Problemas de la definició n de violencia institucional”, disponible en APP [ú ltima consulta
05/09/16]:http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2015/10/doctrina42229.pdf..
22
En este sentido, véase Litvachky Paula y Martínez Josefina, “La tortura y las respuestas judiciales en la
provincia de Buenos Aires”, Colapso del sistema carcelario, 1ª ed., Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina,
CELS, 2005, p. 62.
de su ejercicio, propiciando la justificación del uso de la violencia; siendo
uno de sus efectos más frecuentes es la política de encubrimiento de las
instituciones policiales frente a estos hechos, las cuales parecen concentrar sus
esfuerzos, menos en evitar que ellos sucedan, que en impedir por cualquier medio
que trasciendan al conocimiento pú blico23.
Si bien es cierto que algunas muestras ha evidenciado una intenció n de dar
un puntapié inicial para transformar la situació n (vgr. a nivel de difusió n de la
temá tica24 o en la disposició n de medios para la investigació n penal y castigo25 se
destacan algunas líneas interesantes), el afianzamiento del estado de derecho en
Argentina y el juzgamiento de los terribles crímenes de la dictadura 26, no ha traído
consigo ni la democratizació n de las fuerzas de seguridad ni políticas pú blicas
eficientes para prevenir, perseguir y erradicar las prá cticas de abuso de poder y el
ejercicio de violencia por parte de las instituciones pú blicas. Naturalización,
Invisibilización e Impunidad de tales hechos son los patrones que distinguen

23
Cfr. Josefina Martínez y Lucía Eilbaum, en “La violencia policial en argentina. un debate sobre las visiones del
problema y las políticas posibles”, 1999. Frente a todas aquellas cuestiones que exceden en forma manifiesta y
pú blica el uso de la violencia calificado como “razonable”, las explicaciones oficiales apelan a lo que podríamos
denominar una teoría de “los excesos y las carencias”, la cual incluye argumentos que pueden sintetizarse
en estas dos categorías: a) se trata de hechos aislados producto de acciones individuales, provocados por un
exceso en la aplicació n de la fuerza legítima o bien por un uso criminal de la misma, o; b) se trata de una
consecuencia de la falta de preparació n y capacitació n del personal. Las explicaciones de los actos de violencia
policial segú n la categoría a), pueden ser enmarcadas en una lectura muy difundida de las irregularidades
policiales, que se limita a entenderlas como desviaciones de un correcto accionar, a su vez nunca
suficientemente explicado. Esta lectura se caracteriza por presentar a la violencia policial como una desviació n
individual del ejercicio “normal y correcto” de la fuerza policial, producto de desó rdenes en la personalidad o
conductas individuales de los funcionarios policiales. La categoría b) pone el énfasis no tanto en los “excesos”
sino en las “carencias” y especialmente en la falta de capacitació n de los agentes policiales, como una carencia
permanente. Estos argumentos se asientan en el supuesto de que la capacitació n es algo que viene desde
afuera y puede y debe ser “agregado” al trabajo policial habitual. Bajo el imperio de estos supuestos, se
propician cursos que está n diseñ ados con un esquema escolar, con asistencia obligatoria, y centrados
bá sicamente en aspectos teó ricos y normativos, pero sin presentar a la discusió n los casos prá cticos en los
cuales el uso de la fuerza puede volverse problemá tico.
24
Así, ejemplificativamente vale mencionar que, “con el objeto de recordar las graves violaciones a los derechos
humanos ocasionadas por las fuerzas de seguridad, promoviendo la adopción de políticas públicas en materia de
seguridad respetuosas de los derechos humanos”, se instituyó el 8 de mayo como “día nacional de la violencia
institucional”; por medio de la sanción de la Ley N° 26.811 (sancionada: 28 de noviembre de 2012;
promulgada de hecho Noviembre 28 de 2012) jornada aquella que se asocia a la denominada “Masacre de
Budge” ocurrida en el añ o 1987. Asimismo, el aludido manual “Los derechos humanos frente a la violencia
institucional”: publicació n realizada a mediados del añ o 2015 por los Ministerios de Justicia, Seguridad y
Derechos Humanos y Educació n de la Nació n, proyectando un material educativo destinado a docentes y
alumnos de escuelas primarias y secundarias de todo el país, y donde se describen conceptos, debates y
reflexiones en relació n a la noció n de “violencia institucional”; problemá tica ante la cual “es necesario
anteponer una cultura de derechos humanos ligada al acceso a la justicia, la inclusió n social y la ampliació n de
los derechos en esta democracia que ya tiene má s de treinta añ os ininterrumpidos en Argentina y que el
pueblo celebra todos los días”.
25
La creació n, dentro de la Procuració n General de la Nació n en marzo de 2013 y como corolario del
paradigma que se venía plasmando en las resoluciones reseñ adas, de la “Procuraduría de Violencia
Institucional” (PROCUVIN), área específica que fue creada a través de la resolución PGN nº 455/13 . El
objeto resulta abordar la realidad de torturas, malos tratos y condiciones inhumanas de vida a las que se ven
sometidas las personas que se encuentran alojadas en lugares de encierro; destacá ndose la necesidad de
imprimir una mayor eficacia y eficiencia en las investigaciones y juzgamientos de delitos de suma gravedad, y
con el objetivo de potenciar la actividad persecutoria en esta materia. Ver https://www.mpf.gob.ar/procuvin/.
26
No puede dejar de señ alarse que tales violencias encuentran una indudable vinculació n a un pasado
represivo heredado que se relaciona con prá cticas propias de las instituciones pú blicas que llevaron adelante
un rol activo durante la ú ltima dictadura cívico-militar; y con una organizació n y funcionamiento de las fuerzas
de seguridad que aú n presenta notorias similitudes con las militares.
la cuestión en la actualidad, conformando un preocupante panorama que
englobado un regular y sistemático circuito de violencia estatal27.

2.- La tortura como instrumento de materialización del “abuso de poder”


(también) de las agencias policiales argentinas.

1.- Ahora bien, luego de la indispensable (y brevísima) referencia a la


noció n de “derechos humanos” y al complejo concepto de “violencia institucional”,
explicitando lo que ha venido siendo sugerido en los pá rrafos que preceden, huelga
decir: mediante la aplicació n de “torturas y otros tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes” se logra materializar una de las má s graves
afectaciones de derechos y expresarse un entramado que explica un estado de
indefensió n patente y una total disparidad de medios y fuerzas que nutre el
sometimiento y profundiza diferencias entre los involucrados. En otras palabras,
esta forma de violencia institucional consiste en uno de los fenómenos de
mayor atropello a los derechos humanos así entendidos (el “efecto” de tales
violencias se asienta en la vulneración de los derechos más elementales de la
persona, que lindan con la dignidad, la libertad física, el honor, la vida, la
salud) y expresa un evidente “abuso de poder” de parte del agente
institucionalizado hacia su víctima.
Es que la “tortura ha constituido siempre un abuso de poder de cualquier tipo,
físico, económico, de autoridad o de tentada hegemonía política y aunque hayan
constituido ambos unos asuntos de capital importancia desde los comienzos de la
Modernidad, en la construcción de una cultura jurídica y política en Occidente, hoy es
imprescindible volver hablar de ellos. Es que en el tiempo presente se habla acerca de
dichos comportamientos en todos los rincones del planeta Tierra” 28.
Cabe adelantar inicialmente que la cuestió n, al menos en nuestro país y de
manera sustancial, no pasa en fondo por la ausencia de previsiones normativas que
garanticen derechos y libertades, o prevean mecanismos formales para el castigo
y/o la prevenció n de los “malos tratos”.
El “derecho a no ser torturado” que se impuso con fuerza desde el segundo
período de posguerra mencionado; y, medido en nú meros, puede decirse que ha
logrado ser incorporado como norma fundamental como casi ningú n otro derecho.
En esta inteligencia, su prohibició n ha tenido un lugar privilegiado en el desarrollo
del “derecho internacional de los derechos humanos”, al ser apuntada por diversas
declaraciones y convenciones de alcance universal; teniendo luego desarrollo a
escala “regional”, algo de lo que Latinoamérica y Argentina afortunadamente no
27
El Comité contra la Tortura (Comisió n Provincial por la Memoria) en sus respectivos informes
anuales sobre el á mbito bonaerense, viene dando cuenta de acciones institucionales devenidas en
verdaderas prácticas por frecuencia, sistematicidad y repetició n, que no solo se expresan en lugares
de encierro (en términos amplios), sino que también incluyen rutinarias formas de violencia (física
o simbó lica) protagonizadas por ó rbitas policiales y judiciales.-
28
Bergalli Roberto, en “Torturas y abuso de poder”, Bergalli Roberto y Rivera Beiras Iñ aki (coords), Anthropos,
Barcelona, 2006, p. 5.
resultaron ajenas. Desde el mismo preá mbulo de la Carta de Naciones Unidas 29,
pasando por las declaraciones internacionales que -añ os má s tarde- le darían un
contenido inicial pero má s delimitado a tal decisió n organizacional interestatal30,
hasta llegar a convenciones específicas dictadas sobre la materia, con la previsió n –
incluso- de sistemas de protecció n y aplicació n31.
Desde 1948, añ o en que se aprobó la Declaración Universal de Derechos
Humanos y se estableció la prohibició n de la tortura, una multiplicidad de cuerpos
normativos de diversas jerarquías y con mayor o menor grado de obligaciones
hacia los Estados, replican tal interdicció n sin admitir excepciones, establecen
directivas en relació n al trato que se le debe brindar a las personas privadas de
libertad por parte de los agentes pú blicos, y correlativamente, los derechos de los
que aquellos son titulares. Vale decir precisar entonces que, luego de este proceso
iniciado a mediados del siglo pasado teniendo como norte evitar la repetició n de
las aberraciones cometidas añ os previos en el corazó n de Europa, la comunidad
internacional plasmó pautas elementales que hoy no pueden desconocerse: la
prohibición de la tortura hoy pertenece al dominio del jus cogens
internacional, tiene carácter absoluto e inalienable, y constituye una norma
imperativa del derecho internacional consuetudinario32,postulándose que tal
obligación no debe suspenderse siquiera en las circunstancias más difíciles 33.
Paralelamente, y para el caso de denunciarse la aplicació n de torturas, se
han registrado también en el á mbito transnacional una serie de instrumentos que
imponen el desarrollo de una investigación sobre los hechos y delinean las
cualidades mínimas que deben respetarse en tal tarea; siendo que ese marco ha
sido acompañ ado al compá s de la jurisprudencia dimanada de los organismos
transnacionales. Lejos de tratarse de meros principios que satisfacen una actividad
estadual discrecional34, se ha remarcado para el caso argentino que, de otro modo,
29
Firmada el 26 de junio de 1945 en San Francisco, al terminar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Organizació n Internacional, entró en vigor el 24 de octubre del mismo añ o. Postula la decisió n de “reafirmar la
fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de
derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñ as”.
30
Declaración Universal de Derechos Humanos (adoptada y proclamada por la Resolució n 217 A (III) de la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948), dispone en su artículo 5º “Nadie será
sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”. La Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre (aprobada en la IX Conferencia Internacional Americana, en Bogotá ,
Colombia, 1948) prevé en su artículo I que “Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la libertad y a la
seguridad de su persona”.
31
Se dejan fuera del aná lisis aspectos tales como: la ideología que subyace en los instrumentos, las tensiones y
forcejeos estatales para lograr un contenido definitivo.
32
Cfr. Barbero, op. cit., pá g. 33. Ver la detallada conceptualizació n de Mahiques Carlos, “La Noció n jurídica de la
Tortura”, Educa, Buenos Aires, 2003.-
33
Cfr. Convenció n Interamericana contra la Tortura, art. 2, pá rr. 2; Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, art. 7º. Es reiterada la jurisprudencia de la CorteIDH en ese sentido, descartando justificaciones de
cualquier tipo, tales como: guerras o amenazas de guerra, la llamada lucha contra el terrorismo, estado de sitio
o de emergencia, conmoció n o conflictos internos, situaciones de suspensió n de garantías constitucionales e
inestabilidad política interna o calamidades pú blicas). Entre otros, lo ha sostenido en los casos “Penal Miguel
Castro Castro”, pá rr. 271; “Baldeó n García”, sentencia de 6 de abril de 2006, pá rr. 117; y “García Asto y Ramírez
Rojas”, sentencia de 25 de noviembre de 2005, pá rr. 222. El artículo 2.2 de la Convenció n Interamericana
contra la Tortura no admite interpretació n restrictiva ni límites situacionales, só lo una visió n de ese tenor es
compatible con una valoració n global del sistema interamericano de derechos humanos.-
34
El Informe provisional del Relator Especial del Consejo de Derechos Humanos sobre la tortura y otros tratos
o penas crueles, inhumanos o degradantes, Juan E. Méndez, presentado de conformidad con la resolució n
“…se negaría el efecto útil de las disposiciones de la Convención Americana en el
derecho interno de los Estados Partes, y se estaría privando al procedimiento
internacional de su propósito básico, por cuanto, en vez de propiciar la justicia,
traería consigo la impunidad de los responsables de la violación…” 35, sosteniéndose
la imposibilidad de desecharse o condicionarse por actos o disposiciones
normativas internas de ninguna índole36; e incluso el énfasis ha recaído
puntualmente en las prá cticas investigativas, remarcá ndose notorios retardos sin
que exista explicació n razonada37 o que no se haya efectuado de una manera
eficaz38.
En esta direcció n, debe recalcarse que la “Convención contra la Tortura y
otros Tratos Crueles, Inhumanos y Degradantes de la ONU” 39 fue incorporada
mediante la ley nacional nº 23.33840. Ya en su art. 2º, la mencionada ley menciona
los alcances del reconocimiento de la competencia del Comité contra la Tortura,
indicando que “al depositarse el instrumento de ratificació n, deberá formularse la
siguiente declaració n: Con arreglo a los artículos 21 y 22 de la presente
Convenció n, la Repú blica Argentina reconoce la competencia del Comité contra la
Tortura para recibir y examinar las comunicaciones en que un Estado Parte alegue
que otro Estado Parte no cumple las obligaciones que le impone la convenció n.
Asimismo, reconoce la competencia del Comité para recibir y examinar las
comunicaciones enviadas por personas sometidas a su jurisdicció n, o en su
nombre, que aleguen ser víctimas de una violació n por un Estado Parte de las
disposiciones de la convenció n”. É ste instrumento detenta jerarquía constitucional
a partir de la reforma efectuada en el añ o 1994, integrando en consecuencia el
denominado “bloque de constitucionalidad”, y viene a detentar un cará cter
complementario y actualizador de la normativa constitucional originaria.
En esencia tanto las garantías procesales bá sicas como el respeto y trato
digno que debe darse a las personas detenidas se engloban en el artículo 18 de la
Constitución Nacional Argentina, el que reza “Ningún habitante de la Nación
puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni

67/161 de la Asamblea (Sexagésimo octavo período de sesiones, tema 69 a), del programa provisional,
A/68/150), pá rrafo 63 refiere que la decisió n de realizar o no una investigació n no es discrecional, sino que
constituye una obligació n con independencia de que se presente o no una denuncia. La decisió n del Comité
contra la Tortura en el conocido caso “Blanco Abad c. Españ a”, en el que se consideró que una demora
relativamente breve constituía una violació n del artículo 12 de la Convenció n contra la Tortura, confirma la
interpretació n segú n la cual una pronta investigació n, para que sea eficaz, debe iniciarse en un plazo de horas
o, como mucho, de días.-
35
Corte IDH, caso “Bulacio vs. Argentina”, sentencia del 18 de septiembre de 2003, pá rrafo 116.-
36
Corte IDH, caso “Bueno Alves vs. Argentina”, pá rrafo 90.-
37
Corte IDH, caso “Bayarri vs. Argentina”, sentencia del 30 de octubre del 2008, pá rr. 117). Asimismo ver en
el apartado “La tortura como delito de lesa humanidad” las consideraciones particulares en relació n al
instituto de la prescripció n de la acció n penal.-
38
Corte IDH, “Caso Bayarri vs. Argentina”, sentencia del 30 de octubre de 2008.-
39
El instrumento fue adoptado y abierto a la firma, ratificació n y adhesió n por la Asamblea General de las
Naciones Unidas por resolució n nº 39/46, el 10 de diciembre de 1984, entrando en vigor el 26 de junio de
1987 -de conformidad con su artículo 27º-. Resulta su texto similar al de la Declaración sobre la Protecció n de
Todas las Personas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (Resol. 3452 –
XXX- de la Asamblea General de Naciones Unidas, del 9 de diciembre de 1975).-
40
Sancionada el 30/07/1986, promulgada el 19/08/1986, publicada el 26/02/87. Adla, XLVI-B, 1107.-
juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes
del hecho de la causa. Nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni
arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Es inviolable la
defensa en juicio de la persona y de los derechos. El domicilio es inviolable, como
también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley determinará
en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación.
Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie
de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para
seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a
pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija,
hará responsable al juez que la autorice”41.-
Igualmente se han dictado otras leyes marco de cará cter nacional que
brindan pautas elementales para el trato digno de colectivos específicos. Vale
decir, la ley N° 26.061 de Protecció n Integral de los Derechos de las niñ as, niñ os y
adolescentes -arts. 9, 27, 28 y concdtes.-; la ley Nacional de Salud Mental N° 26.657
-arts. 7 y concdtes.-, y ló gicamente la ley N° 24.660 de Ejecució n Penal Nacional -
arts.3, 9 y concdtes.-.-
Así, la modificació n instaurada al art. 75 inciso 22º de la Carta Magna,
ademá s de regular la funció n del Congreso Nacional de “aprobar o desechar
tratados concluidos con las demá s naciones y con las organizaciones
internacionales y los concordatos con la Santa Sede” y de precisar la supremacía
supralegal de éstos, importó la incorporació n de un listado de convenciones,
declaraciones y pactos internacionales vinculados de forma directa con los
Derechos Humanos, a los que ha dotado de la misma jerarquía que las normas
constitucionales42. Ademá s, en el mismo artículo se ha previsto un procedimiento
para la ulterior incorporació n con igual rango de otros instrumentos de derechos
humanos, torná ndose en una clá usula abierta a afiliaciones futuras. La referencia
que indica “Los demá s tratados y convenciones sobre derechos humanos, luego de
ser aprobados por el Congreso, requerirá n del voto de las dos terceras partes de la
totalidad de los miembros de cada Cá mara para gozar de la jerarquía
constitucional”43.
41
Sin perjuicio del amplio desarrollo jurisprudencial que se le ha dado a su contenido en los tribunales.
42
Específicamente refiere el artículo que lo será : “en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía
constitucional, no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos”. Entre estos se mencionan: la Declaració n
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaració n Universal de Derechos Humanos; la
Convenció n Americana sobre Derechos Humanos; el Pacto Internacional de Derechos Econó micos, Sociales y
Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo Facultativo; la Convenció n
sobre la Prevenció n y la Sanció n del Delito de Genocidio; la Convenció n Internacional sobre la Eliminació n de
todas las Formas de Discriminació n Racial; la Convenció n sobre la Eliminació n de todas las Formas de
Discriminació n contra la Mujer; la Convenció n contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes; y la Convenció n sobre los Derechos del Niñ o.
43
Después de la reforma constitucional de 1994 nuestro país aprobó la Convención sobre la
Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad mediante ley n°
24.584 (Sancionada: Noviembre 1° de 1995, Promulgada: Noviembre 23 de 1995), y por ley n° 25.778
(Sancionada: Agosto 20 de 2003, Promulgada: Septiembre 2 de 2003) el Congreso ademá s le dio jerarquía
constitucional.
Lo mismo sucedió con la Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas
aprobada por nuestro país por ley n° 24.556 (Sancionada: Setiembre 13 de 1995, Promulgada de Hecho:
Por su parte, el otro de los documentos internacionales que se ocupa de
manera específica de la problemá tica de la tortura anexado a la normativa local,
resulta la “Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura
adoptada en el marco de la Organización de Estados Americanos (OEA)” 44, y
que fuera aprobada por medio de la ley nacional nº 23.652 (sancionada el
29/09/1988, promulgada el 20/10/1988). Si bien ésta no ha sido revestida del
mismo rango que su par de la ONU, igualmente presenta conforme nuestro sistema
constitucional un nivel de jerarquía superior a las leyes dictadas por el Congreso
de la Nació n.-
En consecuencia, si añ adimos una aceptable criminalizació n primaria de los
malos tratos en las normas penales con posterioridad a la vuelta de la democracia,
no puede dejar de reconocerse entonces una clara muestra del compromiso
argentino (formal) de seguir el camino de la protección de los derechos
humanos. Pero, dejando de lado tanto numerosos hitos que demuestran el arraigo
histó rico siempre afincados en desequilibradas relaciones de poder como la
realidad mundial actual45, no falta má s que consultar las conclusiones que se
extraen anualmente de los guarismos recogidos desde la incansable labor de
denuncia y monitoreo de organizaciones de distintos alcance que recorren las
dependencias estatales destinadas al alojamiento de personas, para poder sostener
sin temor a errar que lejos de haberse extinguido, el empleo de la tortura y los
demás malos tratamientos continúan vigentes en nuestros días.
De tal modo, ésta notable discordancia que existe entre la prohibició n
absoluta y su prevalencia, demuestra la necesidad imperiosa de que el Estado
identifiquen y pongan en práctica medidas eficaces inmediatas para proteger
a las personas contra la tortura y los malos tratos 46; y tal vez en este aspecto la
inconclusa implementació n (de conformidad con ley nº 26.827) de los objetivos
del Protocolo Facultativo en nuestro sistema federal aparece como un ejemplo
paradigmá tico, siendo a la fecha pocos los gobiernos locales –de un total de
veinticuatro- que han aprobado la creació n de sus mecanismos locales.
Siendo que “desaparecidas de las leyes, no desapareció de las costumbres” 47 y
sin perjuicio que la cuestió n entrañ a –entre otros- complejos aspectos “culturales”,
las respuestas y estrategias deben comenzar a focalizarse en estos sentidos 48...
Octubre 11 de 1995) y por ley n° 24.820 (Sancionada: Abril 30 de 1997, Promulgada de Hecho: Mayo 26 de
1997) el Congreso le otorgó jerarquía constitucional.-
44
Suscrita en Cartagena de Indias, Colombia, el 09/12/1985 en el Decimoquinto Período Ordinario de Sesiones
de la Asamblea General de la Organizació n de Estados Americanos, entró en vigencia el 28/02/87 -conforme a
las previsiones de su art. 22º-.-
45
La regla no margina entre países democrá ticos o autoritarios, ni deja fuera a aquellos que suscribieron
convenios internacionales que, de manera general o particular, los repelen; durante los ú ltimos cinco añ os se
han informado sobre actos de tortura en al menos tres cuartas partes del mundo: 141 países y se reclama
de manera insistente que “muchos gobiernos dedican más esfuerzo a negar o encubrir las torturas que a
investigar exhaustivamente las denuncias”. Cfr. Amnistía
internacional:www.amnesty.org/es/what-we-do/torture/.
46
Cfr. “Protocolo de Estambul”, pá g. 1/2.-
47
Reinaldi, op. cit., pá g. 38.-
48
Poniendo el acento en las deficitaria labor de la “Justicia”, y excediendo los alcances del presente
comentario, resulta apropiado el comentario ya citado de Litvachky Paula y Martínez Josefina, “La tortura y las
respuestas judiciales en la provincia de Buenos Aires”, CELS.-
En mi opinió n el relevamiento de la variada casuística resulta de vital
importancia no só lo para conocer tipología de las violencias y las diná micas de las
prá cticas de las agencias, sino también los llamados “ritos de impunidad”49 que
existen y generan. Todo ello en miras a facilitar su visibilizació n y combatir el
oscurantismo má s allá de los casos resonantes con los que el tema pasa a la escena
pú blica, y también en tanto emerge esencial para transformarse luego en “armas
institucionales”50 que permitan trazar estrategias efectivas en aquel sentido y
contraponerse a la impunidad.
Diversos organismos de derechos humanos suplen un déficit del Estado
argentino vigente (a pesar del llamado de atenció n desde la ó rbita internacional),
como es la inexistencia de un registro de casos de torturas y malos tratos, de
alcance nacional que sistematice la totalidad de la informació n. En este contexto, por
un lado, y sin dejar de reconocer la existencia de otras organizaciones que realizan similar
tarea de registro y sistematizació n de datos vinculaos a violencia institucional 51, resaltan -
particularmente en funció n de los “contextos” que se relevan- las acciones de la
Defensoría de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires, donde se ha generado
una experiencia pionera en la materia al crear el 17/02/2000 un registro de casos
de tortura (res. del DTC 13/2000), adquiriendo rango normativo legal a través de la
aprobació n de la ley n° 14211 del 14/01/2011, que incorporó el inciso 5° del artículo 18
de la ley 12061 (por entonces Ley del Ministerio Pú blico de la Provincia de Buenos
Aires)52, con dos funciones específicas para el defensor de casació n:
* Registrar los casos de torturas y otros tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes que se conozcan por miembros del Ministerio Pú blico de la Defensa
en el ejercicio de la funció n, aun cuando lo sean bajo el amparo del secreto
profesional y con las limitaciones que éste impone; y
* Poner en conocimiento perió dicamente al procurador general, la Suprema
Corte de Justicia, al gobernador y al Poder Legislativo u otros organismos
reconocidos por el Estado argentino, el estado de situació n que surja de dicho
registro.

49
Existen “espacios y ritos de impunidad”, esto es situaciones que permiten, amparan o promueven la
tortura y su impunidad; “…en el seno del propio sistema jurídico se aloja –estructuralmente- el monstruo/la
posibilidad de la tortura” (Cfr. Rivera Beiras Iñ aki, en “Torturas y abuso de poder”, Bergalli Roberto y Rivera
Beiras Iñ aki (coord.), Anthropos, Barcelona, 2006, p. 83). Por caso, entiendo que las causas de “flagrancia” en
general, y de “Resistencia a la autoridad” (CP, 239) en particular, pueden ser uno de esos espacios que
merecen especial atención.
50
Cfr. Martínez Josefina, en “El uso de los datos sobre violencia institucional: lo que cifran las cifras” (2009), al
referirse a la utilizació n de la informació n que integra la base de datos del Comité contra la Tortura de la
Comisió n Provincial por la Memoria.
51
Así el Comité contra la Tortura de la Comisió n Provincial por la Memoria; el Registro Nacional de Casos de
Tortura y/o Malos Tratos (RNCT, fue creado en el añ o 2010 por acuerdo inter-institucional entre la
Procuració n Penitenciaria de la Nació n, el Comité contra la Tortura de la Comisió n por la Memoria
de la provincia de Buenos Aires, y el Grupo de Estudios sobre Sistema Penal y Derechos Humanos
del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires) ; en el
á mbito de la Direcció n Legal y Contencioso de la Procuració n Penitenciaria de la Nació n el Registro
de Casos Judiciales de Tortura (mediante la Resolució n PPN Nº 89-07).
52
De allí, al sancionarse la ley de reforma del Ministerio Pú blico (n° 14.442, sancionada el 13/12/2012), pasa
directamente como deber del Defensor General de la Provincia de Buenos Aires reglado con el mismo alcance
en los incs. 3 y 4 del art. 24.-
Por otro lado, en línea con lo anterior, considero importante realizar una
menció n y analizar de manera breve dos precedentes (de suma actualidad y
repercusió n mediá tica) dictados en relació n a hechos encuadrados bajo el ró tulo
del delito de “torturas” (uno de ellos con desenlace fatal) y en los cuales
fueran condenados funcionarios policiales bonaerenses por su comisión en
el ejercicio de sus funciones. Tales casos, enmarcados en una estructural
violencia institucional que se evidencia actualmente en la Argentina 53, lejos de ser
aislados aparecen só lo como “la punta del iceberg” de esta realidad; y reflejan
contextos y prá cticas de comisió n de los delitos y patrones comunes de víctimas y
victimarios a los que hemos referido.
En primer lugar, el caso de LUCIANO ARRUGA, fallado por el T.O.C. nº 3 de
La Matanza, el día 15/05/2015, condenando al ú nico imputado, si bien se
constató la presencia de otros eventuales coautores policías no identificados, a la
pena de 10 años de prisión. La resolució n aludida se destaca por las siguientes
cuestiones:
* Por poner en valor la importancia de la prueba testimonial colectada en el
juicio en contraposición a la postura “tradicional” que suele privilegiar la
“versión oficial”, la que fundamentalmente se basó en los relatos de
familiares y allegados a la víctima (ya fallecido al momento del juicio),
quienes pudieron presenciar (parcialmente y pared mediante) los malos
tratos, visualizar las secuelas (físicas y psicológicas) sufridas e incluso oír de
propia boca de Luciano lo acontecido, confirmando de este modo “las
circunstancias previas, concomitantes y posteriores de la perpetración del
injusto”54.
* Por sostener la acreditación de las “torturas psicológicas” padecidas, al decir:
“Me detengo en algunos tramos del relato de Vanesa Orieta: cuando Luciano escuchó
que estaba en la dependencia mientras se encontraba demorado le gritó “Vane
sacame de acá porque me están pegando” sic, luego cuando nervioso señaló a las
personas que le había pegado sindicó que éstas le dijeron: “negrito quedate tranquilo
porque sino te vamos a volver a encerrar, quedate tranquilo que sino te vamos a
llevar a la comisaria octava donde hay violines que te van a violar”, luego cuando
Orieta esperando ver a su hermano le dijo “Torales lo que vos estás haciendo está

53
Otra alternativa de importancia es la creació n del Registro de Condenas de Malos Tratos que ha sido
creado por la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires.
54
En esta direcció n, se dijo: “…el caso presenta aristas particulares que, aunque no implique apriorísticamente
eliminar la fuerza conviccional del testimonio que constituye el pilar que sostiene el entramado de la acusación
fiscal, desde que no contamos lamentablemente con la presencia de la víctima en la audiencia atento el luctuoso
desenlace, pero Luciano Arruga nos habló a través de los relatos brindados por su madre Mónica Raquel Alegre,
su hermana Vanesa Romina Orieta, su amigo Juan Gabriel Apud, la amiga de su hermana, la Licenciada Rocío
Gallegos; a quienes les contó lo que había padecido, y no advierto a esta altura que dichos testimonios estén
teñidos de parcialidad, odio o rencor, sino por el contrario fueron certeros al aseverar sin vacilaciones las
circunstancias que cayeron bajo sus sentidos. No encuentro óbice alguno que me lleve a sostener que dichos
testimonios impidan en el caso sustentar tanto la acreditación de la materialidad como la participación que le
cupo a Torales en el hecho, pues sus contenidos, lejos de traducirse en manifestaciones aisladas o carentes de
razonabilidad, han sido corroborados por el resto de la prueba de cargo reunida en el proceso (…) incorporada
por lectura.”.
mal, vos no podés hacernos esperar acá”. Cuando le hicieron comer al menor un
sándwich escupido con gargajos. Hasta aquí el menosprecio y humillación hirientes
de la dignidad de ese menor –de ése niño-, que estaba demorado son relevantes y
notorias. Respecto a la actitud de Luciano después de su detención dieron cuenta su
progenitora, su hermana Vanesa Romina Orieta, su amigo Apud y la amiga de la
hermana, apellidada Gallegos, fueron coincidentes en manifestar que Luciano
cambió, que no quería salir, que no quería trabajar, que concurría a la casa de
Vanesa en la que vivía con Rocío Gallegos en un Departamento a escasas cuadras del
domicilio de Luciano.
Fueron significativas las manifestaciones de Rocío Gallego, quien más allá del llanto
que quebró su relato, cuando narró que una noche después de la detención cuando
venía de un curso que estaba haciendo en Morón Luciano la llamó con un grito, le
dijo “no sé qué hacer, no puedo circular por mi calle”. Rocío en ese momento no tomó
magnitud del reclamo de Luciano, pero en el curso del relato dijo que después de su
detención en el destacamento concurría a la casa que compartía con Vanesa, se
quedaba a dormir, era como que sentía más seguro.
También fue su amigo Juan Gabriel Apud quien señaló que Luciano había cambiado,
que no quería salir con los amigos a tocar la guitarra a la plaza, no quería salir con el
carro, estaba retraído y con miedo.
Si estas conductas del menor no se refieren a una angustia moral de tal grado que
puede ser considerada tortura psicológica; ¿cuáles son las que revisten esa
entidad?”.-
* Por realzar y remarcar, con asiento en la prueba rendida a lo largo del debate,
contextos (ya cotidianos y hasta naturalizados en nuestra realidad local)
caracterizados por prácticas y costumbres que a más de degradar la
investidura funcionarial, coloca a los agentes policiales realizando maniobras
evidentemente delictivas55.
* Por reflejar, también a través de los testimonios de familiares de la víctima, una
nota concurrente con las conclusiones que se exponen en los informes anuales
elaborados sobre la temá tica, como es la vulnerabilidad de los sujetos pasivos del
delito, sumada a la falta de medios que les permitan revelar los hechos; y los
factores (esencialmente vinculados al temor a futuras “represalias”) que
pueden influir para cohibir tal denuncia penal.
En segundo orden, en el caso de GABRIEL DUFFAU intervino la Sala Sexta
de la Cámara de Casación bonaerense, tribunal que resolvió (en fecha
14/07/16) condenar a los cinco funcionarios policiales imputados, a la pena de
prisió n perpetua por el delito de “tortura seguido de muerte”, hecho acaecido el 23

55
Así no só lo se dejó en evidencia el destrato prestado a familiares que se acercaban al destacamento a
solicitar informació n sobre el paradero del “menor” detenido, sino también otros procederes de ribetes
netamente delictivos: ofrecimientos de “trabajos” por parte del personal policial a los jó venes del barrio,
hostigamientos permanente a estos grupos (los famosos “verdugeos” en palabras de los propios testigos que
depusieron), el faltante de pertenencias que llevaban consigo las personas al momento de la privación
de la libertad (a Arruga, a pesar de lo que le sucedió , le faltaron veinte pesos). Sobre todos éstos aspectos, la
declaració n testimonial de la hermana de Luciano, como ninguna de las que se transcriben en la resolució n, lo
ilustra de sobremanera.
de febrero de 2008 en la localidad de Ramos Mejía 56. En particular, nuevamente se
repiten algunas ideas comunes con el caso anterior: vulnerabilidad y abuso de
poder policial, aunque aquí se destaca la brutal intervenció n (agresiones físicas
plurales) de los uniformados.
A efectos de destacar algunas de las características del caso sobre tales
nociones, vale destacar los siguientes fragmentos del fallo:
* “Existen elementos probatorios que permiten racionalmente sostener que mientras
D. se encontraba en la puerta de la comisaría, no presentaba lesiones ni aún había
sido herido, al menos de gravedad, a la vez que, fuera de la seccional, a la espera de la
ambulancia, el personal policial actuante tampoco le infligió ningún golpe o
agresión, recobrando esencial y especial atención el período de tiempo posterior esto
es, el traslado y posterior arribo al hospital que duró 11 minutos, tramo del suceso en
que se circunscribe la intimación acusatoria, respecto de lo cual el material
convictivo se impone, en tanto marca que es el momento donde se provocó no sólo la
mayor cantidad de heridas, sino aquéllas de carácter letal que produjeron durante
dicho trayecto el fallecimiento.”
* “Existen en el presente caso evidencias numerosas y concurrentes de que la
integridad personal de G. D. fue vulnerada y de que fue víctima de torturas físicas por
parte de agentes del Estado y, más concretamente, por miembros de la policía
bonaerense, antes de sufrir la muerte por un mecanismo de asfixia mixta.
Ello se colige de los testimonios antes apuntados e, inclusive, de las diversas
alocuciones de los peritos intervinientes en el juicio, de lo cual se infiere, con
razonabilidad, que las lesiones de gravedad (trauma fracturario costal y compresión
de cuello con fractura de apófisis) fueron infligidas durante el lapso que duró el
traslado al nosocomio asistencial, las que, además, determinaron su fallecimiento.
Al respecto, debe ponerse de manifiesto que, si se trató de una “persona en condición
de calle” –tal como los encausados dejaron entrever en sus declaraciones y algunos
testigos presentes en la casa de comidas–, entonces, esa cualidad, lejos de excluir o
disminuir responsabilidad, extrema aún más la situación de vulnerabilidad del
damnificado como posible objeto de actos de violencia y, por ende,
acrecienta en mayor medida los esfuerzos a los que estaban obligados los
operadores policiales en aras de impedir una mayor agravación de sus
derechos”.

56
“La tercera fue la vencida para cinco policías que habían sido absueltos, en dos juicios orales, de la acusación
por las “torturas seguidas de muerte” sufridas por el joven Gastón Duffau, en 2008, luego de ser detenido por la
Policía Bonaerense por denuncia de las autoridades de un local de McDonald’s de la localidad bonaerense de
Ramos Mejía”; Pá gina 12, “Un fallo para olvidar el oprobio”, http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-
304596-2016-07-19.html.

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