Pastoral A

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• La iglesia puede responder

• Lo que puede hacer la Iglesia no compite con lo que pueden hacer otras instancias
asistenciales
• Lo que puede hacer la iglesia no lo puede hacer otro
• lo que puede hacer la iglesia es

1) EG 21 – esta misión le hace bien a la Iglesia, le da


vida
La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría
misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo
(cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque
su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los
primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles « cada uno en su propia lengua »
(Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está
dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y
sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El Señor dice: « Vayamos a otra parte, a predicar
también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido » (Mc 1,38). Cuando está sembrada
la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el
Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.

2) EG 24. El método de la Iglesia en salida es


comunitario. No se puede acompañar individualmente
La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que
acompañan, que fructifican y festejan. « Primerear »: sepan disculpar este neologismo. La
comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor
(cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo
inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y
su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «
involucrarse ». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: « Seréis
felices si hacéis esto » (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la
vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es neesario, y asume
la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «
olor a oveja » y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «
acompañar ». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que
sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y
evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe « fructificar ». La comunidad
evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y
no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no
tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados.
El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero
su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia
liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe « festejar ».
Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización
gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia
evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de
la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.

3) EG 49. Los riesgos de abrirse al problema de la


adicción
Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que
muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada,
herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que
termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos
santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la
luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un
horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a
encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven
jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una
multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: « ¡Dadles vosotros de comer! » (Mc 6,37).

4) Christus Vivit 231. La relación entre la pastoral


popular y la respuesta comunitaria al padecimiento. No
se puede dejar a los más débiles atrás
Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o clausurados en pequeños grupos de
selectos. Para que sean capaces de generar una pastoral popular en el mundo de los jóvenes hace
falta que «aprendan a auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a trabajar por su
promoción»[124]. Cuando hablamos de “pueblo” no debe entenderse las estructuras de la sociedad
o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como individuos sino como el
entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar que los más pobres y
débiles se queden atrás: «El pueblo desea que todos participen de los bienes comunes y por eso
acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos»[125]. Los líderes populares,
entonces, son aquellos que tienen la capacidad de incorporar a todos, incluyendo en la marcha
juvenil a los más pobres, débiles, limitados y heridos. No les tienen asco ni miedo a los jóvenes
lastimados y crucificados.
5) Misericordia et misera 20. La nuevas pobrezas,
evitar la indiferencia en nuestra comunidades
(…) Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a
cabo una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el
cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas. Es una tarea que la comunidad cristiana puede
hacer suya, consciente de que la Palabra del Señor la llama siempre a salir de la indiferencia y del
individualismo, en el que se corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin
problemas. «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8), dice Jesús a sus discípulos. No
hay excusas que puedan justificar una falta de compromiso cuando sabemos que él se ha
identificado con cada uno de ellos. (…)

6) Christus Vivit 77.


A veces el dolor de algunos jóvenes es muy lacerante; es un dolor que no se puede expresar con
palabras; es un dolor que nos abofetea. Esos jóvenes sólo pueden decirle a Dios que sufren mucho,
que les cuesta demasiado seguir adelante, que ya no creen en nadie. Pero en ese lamento
desgarrador se hacen presentes las palabras de Jesús: «Felices los afligidos, porque serán
consolados» (Mt 5,4). Hay jóvenes que pudieron abrirse camino en la vida porque les llegó esa
promesa divina. Ojalá siempre haya cerca de un joven sufriente una comunidad cristiana que pueda
hacer resonar esas palabras con gestos, abrazos y ayudas concretas.

7) Lumen Fidei 14
En la fe de Israel destaca también la figura de Moisés, el mediador. El pueblo no puede ver el rostro
de Dios; es Moisés quien habla con yhwh en la montaña y transmite a todos la voluntad del Señor.
Con esta presencia del mediador, Israel ha aprendido a caminar unido. El acto de fe individual se
inserta en una comunidad, en el « nosotros » común del pueblo que, en la fe, es como un solo
hombre, « mi hijo primogénito », como llama Dios a Israel (Ex 4,22). La mediación no representa
aquí un obstáculo, sino una apertura: en el encuentro con los demás, la mirada se extiende a una
verdad más grande que nosotros mismos. J. J. Rousseau lamentaba no poder ver a Dios
personalmente: « ¡Cuántos hombres entre Dios y yo! ». « ¿Es tan simple y natural que Dios se haya
dirigido a Moisés para hablar a Jean Jacques Rousseau? ». Desde una concepción individualista y
limitada del conocimiento, no se puede entender el sentido de la mediación, esa capacidad de
participar en la visión del otro, ese saber compartido, que es el saber propio del amor. La fe es un
don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino
luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación.

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