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Entre la utopía andina

y la utopía republicana.
Representaciones públicas en los Andes
(algunas aproximaciones)*
Mauro Vega Bendezú
Universidad del Valle
Universidad de Zaragoza

El pasado peruano no es algo colmado ni admirable; y el


Perú sigue siendo una serie de compartimentos estancos, de
estratos superpuestos o coincidentes, con solución de con-
tinuidad. Por todo ello, el nacionalismo […] urge aquí. En
otras partes, el nacionalismo es algo destructor; aquí debe
ser constructor. Constructor de conciencia y constructor de
dossier: Pensar la Historia, celebrar el pasado, Ignacio Peiró Martín y Gustavo Alares López (coords.)

soluciones […] Esa es la más alta función de la Historia: ver


no sólo lo que hemos sido sino lo que no hemos sido.
Jorge Basadre, Perú: problema y posibilidad y otros
ensayos (1931), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1992, p. 12.

La «utopía andina» y la «utopía republicana» constituyen dos dis-


cursos rivales que examinan las posibilidades históricas de la construc-
ción de la nación peruana. Para José Carlos Ballón esta tensión se ins-
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cribe en una larga trayectoria de debate conceptual sobre la búsqueda y


la construcción de la identidad peruana, sus raíces pueden encontrarse
en el siglo XVII donde se elaboraron los primeros relatos que Ballón
issn

identifica como indigenistas y modernistas.1 Ambos discursos se centran


Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

* Una versión de este artículo fue presentado en el curso: Pensar la Historia, celebrar
el pasado: fiestas y conmemoraciones nacionales, Zaragoza, 5, 6 y 7 de noviembre de
2009. Agradezco a Ignacio Peiró Martín y Carlos Forcadell por su invitación al curso.
1
A principios del siglo XVII se publicaron tres crónicas que se convertirán a lo largo de los
siglos en la matriz discursiva del Perú moderno y contemporáneo, el primero fue la del
jesuita José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, seguidas por los textos de
Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno y del Inca Garcilaso de la Vega,
Comentarios reales de los Incas. Según Ballón estos autores elaboraron una visión sobre
«el «orden natural y moral» de las Indias, como un «mundo» discursivamente autónomo
que dotaba de identidad natural y consistencia moral a las poblaciones andinas como
un todo.» José Carlos Ballón, «Entre la utopía indigenista y la utopía modernista. Dos
historias sagradas», Patio de Letras, III/1 (octubre 2006), p. 18.
100 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

en la posibilidad de imaginar una sociedad cuyo eje articulador para el


proyecto indigenista sea lo «andino», que aquí lo llamaremos «utopía
andina», y para el proyecto modernista sea lo «occidental», que también
lo llamaremos «utopía republicana». Estos discursos se han transforma-
do en expresiones simbólicas y en modelos historiográficos dispuestos
a transmitir sus visiones sobre la forma en que debería organizar la so-
ciedad peruana. En todo caso, ambos discursos parten de una premisa
fundamental: la historia peruana ha sido, es, y será, siempre defectiva,2
los proyectos colectivos han sido promesas incumplidas, frustradas y
fracasadas.3
La «utopía andina» es un término con el que se ha tratado de re-
definir los proyectos históricos y de repensar críticamente la «cultura
andina» frente a la modernidad. Si bien a la «utopía andina» se la ha
vinculado con el indigenismo,4 es en realidad un término historiográfi-
co que plantea problemas significativos como el impacto del colonialis-
mo y del capitalismo en los Andes, la construcción de las identidades,
de las memorias, de los conflictos sociales y de la acción colectiva. La
«utopía andina» expresaba un esfuerzo por renovar el discurso historio-
gráfico peruano en un contexto marcado por una guerra interna, una

2
Nelson Manrique, «Perú: problema y posibilidad. El país de las oportunidades perdidas»,
Libros y Artes, 1 (mayo 2002), p. 4.
3
Si bien esta perspectiva ha sido dominante en la historiografía peruana, sin embargo
coincido con Paulo Drinot cuando señala: «Esta conciencia histórica esquizofrénica es
producto de que la mayoría de peruanos se ve expuesta a dos metanarrativas históricas
sumamente contradictorias y simplistas que tienen poco que ver con la historiografía
que hoy en día producen historiadores peruanos como extranjeros» (p. 1). «Historia,
identidad historiográfica y conciencia histórica en el Perú», Hueso Humero, 47 (2005).
www.huesohumero.perucultural.org.pe, revisado 11/05/2009.

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4
Los críticos de la «utopía andina» sostienen que es una versión actualizada del indi-
genismo, corriente política, literaria y artística de reivindicación del indígena que se
desarrolló entre los años 20 a los 40 del siglo XX, especialmente Mario Vargas Llosa
representa la postura más radical del antiindigenismo. En su estudio del novelista indi-
genista José María Arguedas, define el indigenismo como pasadista, reaccionario, intole-
issn

rante, colectivista, primitivo, mágico, antimoderno, irracional y antiliberal. «Mi interés


por Arguedas no se debe sólo a sus libros; también a su caso, privilegiado y patético.
Privilegiado porque en un país escindido en dos mundos, dos lenguas, dos culturas, dos
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tradiciones históricas, a él le fue dado conocer ambas realidades íntimamente, en sus


miserias y grandezas, y, por lo tanto, tuvo una perspectiva mucho más amplia que la mía
y que la de la mayor parte de escritores peruanos sobre nuestro país. Patético porque
el arraigo en esos mundos antagónicos hizo de él un desarraigado. Su vida fue triste, y
traumas de infancia, que nunca llegó a superar y que dejan un reguero de motivos en
toda su obra, sumados a crisis de adulto, lo condujeron al suicidio» (pp. 12-13). La uto-
pía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Madrid, Alfaguara,
2005. Para una lectura diferente de la obra de José María Arguedas véase, Melisa Moore,
En la encrucijada. Las ciencias sociales y la novela en el Perú. Lecturas paralelas de
Todas las sangres, Lima, Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
2003; y William Rowe, «De los indigenismos en el Perú: examen de argumentos», Revista
Iberoamericana, 186 (1999), pp. 191-197.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 101

profunda crisis económica e institucional. Efectivamente, en los años


80, Manuel Burga y Alberto Flores Galindo, destacados historiadores
peruanos,5 crearon el término de «utopía andina» para mostrar una
historia andina organizada por antagonismos de clase, etnia y región;
una historia caracterizada por continuidades subjetivas (traumas, ima-
ginarios, mentalidades),6 una experiencia interrumpida por la conquista
española,7 unos procesos inacabados o con instituciones de un precario
afianzamiento (Estado-nación), y sobre todo una relación fallida entre
las clases dominantes y las clases subalternas. Una historia pues configu-
rada por interrupciones abruptas, aceleradas interferencias, complejas
apropiaciones y transacciones, y conflictos en múltiples direcciones y
temporalidades. En términos historiográficos para la «utopía andina» el
único modelo que podía hacer inteligible esta experiencia histórica era
haciendo un ejercicio de «historia total», modelo que integraba tanto
las estructuras geohistóricas, los grandes procesos de la economía y de
la sociedad, como el rol que desempeñan los individuos, las ideologías y
las mentalidades colectivas. Los libros Buscando un Inca, de Flores Ga-
lindo y Nacimiento de una utopía de Burga, efectivamente, empezaron

5
Alberto Flores Galindo y Manuel Burga fueron influenciados por la tercera generación de
los Annales. Ambos hicieron su doctorado en Francia y fueron discípulos de F. Braudel,
P. Villar, R. Romano y J. Le Goff. Flores Galindo se doctoró en la École Pratique des
Hautes Études de Paris. Su libro Buscando un Inca, obtuvo El Premio de Ensayo Casa
de las Américas, La Habana (1986), años después obtuvo el prestigioso Premio Clarence
Haring de la American Historical Association (1991). Otro de sus trabajos, Los rostros
de la plebe, ha sido publicada por la Editorial Crítica de Barcelona en 2001. Y reciente-
mente Buscando un Inca ha sido publicado en inglés con el título: In search of an Inca.
Identity and utopia in the Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 2010. Mien-
tras que Burga se doctoró en la Université de Paris 1, La Sorbonne; Ruggiero Romano
fue director de su tesis (1973), y en su estancia académica entre 1981-82 trabajó con
0044-5517

Jacques Le Goff.
6
En otro texto he señalado que la «utopía andina» tiene la influencia tanto del estructura-
lismo de la etnohistoria andina y de la historia social marxista. Mi mayor crítica se refie-
re al primer enfoque que por intentar caracterizar la peculiaridad del «mundo andino»
issn

se ha enfatizado más en la continuidad de principios y estructuras suprahistóricas, se


trata, sugerimos de continuidades dudosas, véase, «La utopía andina y la historiografía
peruana», Procesos, 9 (1996), pp. 93-109.
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7
Esta observación es clave porque se considera que los eventos traumáticos de la con-
quista tuvieron un impacto devastador y desestructurante de las sociedades andinas
que provocó una dislocación de los vínculos comunales, de las instituciones y de las
subjetividades. La fuerza del trauma no sólo enajenó al sujeto sino que también creó
comunidades traumatizadas, de ese modo la memoria con los años se transformó en
legados que estructuran y ordenan el campo de las representaciones. Para Francisco
Ortega, comentado el trabajo de Veena Das, señala que «la memoria de violencias pasa-
das trabaja sobre las relaciones actuales como si esa violencia tuviera el sentido de un
“pasado continuo”» (p. 24), «El trauma social como campo de estudio», en: Trauma,
cultura, historia, Bogotá-México, Universidad Nacional-Universidad Iberoamericana,
2010, www. unal.academia.edu/FranciscoAOrtega/, revisado 28/11/2010.
102 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

como historias totales, pero terminaron como historias de una idea: la


«utopía andina». En este sentido, nos dice Drinot, el trabajo de estos his-
toriadores reflejaba la transición de un intento de historia total basado
en un análisis estructural a una historia de las mentalidades.8
Para ambos historiadores la «utopía andina» expresaba el desplie-
gue de fuerzas sociales que desafían el localismo, la fragmentación so-
cial, el trauma de la existencia oprimida, el racismo y la dominación.
Para superar las heridas colectivas causadas por la conquista y la domi-
nación (neo) colonial, la «utopía andina» se propone ubicar en el centro
de la Historia y del relato histórico al «hombre andino» (indígena) y a
la «tradición andina» para garantizar así su emancipación. En este sen-
tido, el esfuerzo es reconstruir la genealogía de las subjetividades en los
Andes, que Burga y Flores Galindo encuentran en los discursos, en los
textos, en las imágenes, en las prácticas y en los rituales los principios de
las estructuras mentales y las claves de la formación de una conciencia
colectiva andina que empieza a configurarse en el siglo XVII y que se
cristaliza en el siglo XVIII con el proyecto de Túpac Amaru.
Para Flores Galindo la «utopía andina» expresa el encuentro entre
la memoria y lo imaginario, entre el pasado y el presente, y entre la tra-
dición y la modernidad, mientras que para Burga es el resultado de una
«revolución en las mentalidades colectivas» producida en el siglo XVII
cuando la múltiples identidades étnicas se configuraron en una única
identidad, la indianidad que se articula con «un orgullo por lo Inca, criti-
car al conquistador y construir una identidad india cuando aún no exis-
tía la noción de lo peruano».9 Estos historiadores se esforzaron por des-
tacar los imaginarios, los rituales y los proyectos que apelan a los incas
y a su organización, comprenden que este proceso de idealización de la
civilización incaica era una respuesta a la degradación y a la humillación

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que la población indígena venía sufriendo desde la conquista española,
así la reinvención de lo inca era una forma de dignidad y de esperanza
histórica. issn

Para Flores Galindo la «utopía andina» son los «proyectos (en plu-
ral) que pretendían enfrentar esta realidad. Intentos de navegar contra
la corriente para doblegar tanto la dependencia colonial como la frag-
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mentación social. Buscar una alternativa en el encuentro entre la me-


moria y lo imaginario: la vuelta de la sociedad incaica y el regreso del
inca. Encontrar en la reedificación del pasado la solución a los proble-
mas de identidad».10 Por su parte, Burga se refiere como «[...] un conjun-

8
Paulo Drinot, «Historia, identidad historiográfica», op. cit., p. 3.
9
Manuel Burga, Nacimiento de una utopía. Muerte y resurrección de los Incas, Lima,
Instituto de Apoyo Agrario, 1988, pp. 54-55.
10
Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes, Lima, Edi-
torial Horizonte, 1988, p. 19.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 103

to de actitudes y comportamientos sociales que buscan la restauración


11
de la sociedad indígena derrotada y conquistada por los españoles».
La «utopía andina», practicada por distintos sectores sociales, tiene ras-
gos de un discurso de salvación donde las aspiraciones se encarnan en
un mesías (el inca) que anunciará y restaurará un nuevo orden social.
Todo ello impulsado por sentimientos, pasiones, miedos y esperanzas
que movilizan a amplios sectores sociales. Este interés por la dimensión
subjetiva siempre estuvo articulado a un conocimiento empírico sólido
que combinaba datos etnográficos y etnohistóricos (de comunidades, de
fiestas, de rituales y de rebeliones) con el análisis de estructuras y diná-
micas económicas (unidades productivas, relaciones laborales, precios,
circuitos mercantiles, etc.).
También la «utopía andina» fue un texto político que intentaba ofre-
cer una alternativa frente a la izquierda radical como a la derecha neo-
liberal que entre los años 80 y 90 estaban produciendo un sufrimiento
masivo a la población. Escribir la «utopía andina» en este contexto «no
es únicamente un esfuerzo por entender el pasado o por ofrecer una al-
ternativa al presente. Es también un intento por vislumbrar el futuro»,12
de modo que no se trata de restaurar un pasado glorioso «[…] no es que
sigamos buscando a un inca. Necesitamos de una utopía que sustentán-
dose en el pasado esté abierta al futuro, para de esa manera repensar el
socialismo en el Perú».13
La «utopía andina» se originó en la interacción entre el malestar de
la sociedad peruana y la Nueva Historia, su expansión se produce entre
los años 70 y 80 coincidiendo con proyectos políticos radicales que es-
taban poniendo a prueba las propias posibilidades históricas del Perú,
según Paulo Drinot:
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[…] la mayoría de los nuevos historiadores esperaban que sus investigaciones


contribuyeran a un cambio social radical, si no a una revolución propiamente
dicha. Muchos temas de investigación se escogieron en función de su relevan-
issn

cia política o incluso revolucionaria. El objetivo de la nueva historia no era


tanto contribuir a la historiografía peruana sino cambiar la conciencia histó-
rica nacional: reescribir la historia peruana de tal manera que surjan a la luz
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los sistemas de dominación oligarcas que, de la Conquista en adelante, habían


mantenido a los peruanos en cadenas, y rescatar tradiciones de resistencia que
apuntaban al potencial revolucionario de los grupos subordinados.14

11
Manuel Burga, Nacimiento de una utopía, op. cit., p. 2.
12
Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca, op. cit., p. 72.
13
Ibidem, p. 338.
14
Paulo Drinot, «Historia, identidad historiográfica», op. cit., p. 2.
104 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

Si para la «utopía andina» una de sus mayores preocupaciones fue


comprender la construcción del poder, la hegemonía y la resistencia,
pero sobre todo intentaba responder a una pregunta crucial: «¿por qué
este país (Perú) de tan antigua historia campesina y que además ha
soportado una dura imposición colonial, no ha producido una revolu-
ción social exitosa?»,15� para la «utopía republicana» su preocupación se
centra en estudiar el proceso político peruano para evidenciar «cómo
a diferencia de lo que constantemente se ha afirmado, ha existido un
constante esfuerzo entre muchos intelectuales nacionales por crear una
ideología cohesionadora: la república. El intento de hacer de ésta un
ideal colectivo, disfrazando sus obvias contradicciones, constituye la
dinámica histórica, compleja y llena de tensiones […]».16� La pregunta
básica que orienta este enfoque ha sido: ¿por qué la modernidad no
construyó un país plenamente moderno, desarrollado y civilizado? El
liberalismo clásico, de cuño positivista se imaginó que en los Andes la
razón no ha tenido la fuerza suficiente para expandirse, porque se trata
de un contexto sin un sujeto racional/productor, expresando así su total
desprecio por la subjetividad andina. La ciencia, la economía capitalis-
ta y el derecho moderno al no tener un desarrollo sostenido y autóno-
mo hace que los proyectos personales y de clase estén por encima de
los proyectos de interés colectivo, o que se encuentre en el Estado «el
macro-sujeto que reemplazaría a la ausente sociedad civil, y su política
autoritaria la fuerza social que reemplazaría a la ausencia ética del pro-
ductor individual».17 Así, la razón sin pilares sólidos pierde su efectivi-
dad y su misión, frente a estas limitaciones y ausencias la «utopía repu-
blicana» decimonónica buscaba razas más productivas, emprendedoras
y laboriosas. A partir de una versión renovada de la «utopía republica-
na», como la expresada por Carmen Mac Evoy, se ha tomado conciencia

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de los límites de la «modernidad periférica», este primer paso supone
aceptar las ausencias (homo economicus/homo faber) y las adversidades
de la modernidad. Sin embargo en este proceder la razón será llamado issn

también para describir no solamente lo que lo limita sino también para


reconocer sus posibilidades y realizaciones históricas estudiando así su
inserción y asimilación en prácticas e instituciones que han construido
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

sociedades modernas lejos de aquellos privilegios de casta, étnicos, es-

15
Eduardo Cáceres Valdivia, «»No hay tal lugar». Utopía, ucronía e historia», Márgenes, 17
(2000), p. 3, www.casasur.facipub.com, revisado 11/09/2009.
16
Carmen Mac Evoy, La utopía republicana. Ideales y realidades en la formación de
la cultura política peruana (1871-1919), Lima, Fondo Editorial Pontificia Universidad
Católica del Perú, 1997, p. XII.
17
José Carlos Ballón, «Ética, modernidad y autoritarismo en el Perú actual: ¿Vigilar y
castigar?», en: ¿Un mundo sin certezas? Ética y saber en la modernidad, Lima, SUR
Casa de Estudios del Socialismo/Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, 1997, p. 15.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 105

tamentales o corporativos propios de las sociedades premodernas. Esta


perspectiva supuso una ruptura con la Nueva Historia que según Mac
Evoy «falseó y deshistorizó. Las gruesas generalizaciones que se estable-
cieron, en torno a la evolución política peruana del siglo XIX y temprano
XX, crearon una pseudohistoria de la cual no es posible extraer más que
la repetición de las eternas discusiones maniqueas de antaño».18
En la historiografía andina actual Cristóbal Aljovín y Nils Jacobsen
identifican dos enfoques: «los gramscianos que resaltan las cuestiones
de la hegemonía, la subalternidad y el poscolonialismo, y del otro lado
los tocquevillanos, que se concentran en la sociedad civil, la esfera pú-
blica, la naturaleza ideológica e institucional de los regímenes políticos
y la ciudadanía».19 Efectivamente los estudios sobre la construcción de
la ciudadanía en América Latina, como sostiene Nuria Tabanera García
destacando los trabajos de Antonio Annino y Marta Irurozqui rompen

[…] con los estereotipos dominantes, sostenidos sobre la idea de que la ciuda-
danía se obtenía plenamente de la ampliación y concesión gradual de derechos
por lo que los procesos americanos de los siglos XIX y XX resultaban anóma-
los y desviados, así como que las prácticas y los comportamientos electorales
desplegados en la región daban forma a un ejemplo fallido de modernidad.
Muchos de sus trabajos […] ayudan a desmontar la imagen historiográfica del
«fracaso» del liberalismo en América Latina, sin omitir, sin embargo, las difi-
cultades que éste encontró allí para su extensión desde los primeros años del
siglo XIX.20

En esta perspectiva Hilda Sabato insiste que las polémicas sobre


la cuestión liberal contribuyen de manera decisiva a historizar y de-
construir visiones todavía muy arraigadas que insisten en explicar los
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problemas de América Latina en clave de «herencia colonial», o de un


«liberalismo extranjerizante».21 De hecho la «herencia colonial ha sido
un recurso fácil para señalar el fracaso de la modernidad, esta idea se-
issn

gún Annino, comentado por Sabato, estaría sustentada en el paradigma


constitucional-historicista y en la «disputa» en torno de la inferioridad
americana, que habrían fundado los diagnósticos sobre los efectos no-
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18
Carmen Mac Evoy, La utopía republicana, op. cit., p. 5.
19
Cristóbal Aljovín de Losada y Nils Jacobsen (eds.), Cultura política en los Andes (1750-
1950), Lima, Fondo Editorial de la Universidad Mayor de San Marcos/Instituto Francés
de Estudios Andinos, 2007, pp. 14-15.
20
Nuria Tabanera García, «Sobre historia, cultura e historiografías iberoamericanas com-
partidas: presentación», Ayer, 70 (2008), p. 16.
21
«Comentario de Hilda Sabato: Acerca de El paradigma y la disputa. Notas para una ge-
nealogía de la cuestión liberal en México y América Hispánica, de Antonio Annino. Un
breve comentario» (12/06/2006), Foro ibero-ideas, www. foroiberoideas.cervantesvir-
tual.com/, revisado 23/06/2010.
106 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

civos del despotismo colonial en América y sobre la carencia de una


identidad histórica para el continente y de construir un imaginario de
nación exitoso.22
Regresando a la propuesta original de la «utopía republicana» ésta
señalaba que el proyecto moderno que anunciaba la realización del ideal
de justicia, libertad, democracia y bienestar ha sido una promesa in-
cumplida. El discurso ilustrado y liberal que fundó la república y que
pretendía constituir una nación firme y feliz por la fraternidad de todos
los peruanos nunca pudo realizarse. Las sucesivas reformas liberales en
el siglo XIX más que incluir a la población indígena en la nueva comu-
nidad política se los excluyó sistemáticamente, para Antonio Annino si
bien con la República se proclamó la universalidad de los valores (de
la Ilustración y del liberalismo) no se hizo lo mismo con sus actores,
puesto que no todos los pueblos tenían los requisitos para entrar en la
nueva polis de la libertad. Así la Historia y la Libertad, desde entonces
fue una frontera de inclusión y de exclusión, de civilización y de barba-
rie.23 A lo largo del siglo XIX los argumentos cambiaron para justificar
la exclusión de los grupos indígenas, si a principios del siglo se les negó
la plena ciudadanía porque se consideraba incompatible su condición
socioeconómica y cultural con la virtud republicana, a fines de siglo se
trataba de una incompatibilidad genética con el progreso de la nación.
Fue en estas condiciones que se instauró una «república aristocrática»
donde los indígenas quedaron marginados y para justificar su exclusión,
el racismo fue decisivo. Como dice Gonzalo Portocarrero el trasfondo
social del régimen oligárquico fue la dominación étnica que se crista-
lizó en el neocolonialismo.24 Instaurada una «República aristocrática»
las «buenas» intenciones civilizadoras de la elite blanca generalmente
terminaban en campañas evangelizadoras, represión, trabajos forzados

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y etnocidio.25 Como discursos historiográficos la «utopía andina» y la
«utopía republicana» expresan las preocupaciones de los historiadores
por encontrar respuestas al proceso complejo y tortuoso de la construc- issn

ción del Estado-nacional en los Andes. Refleja también un esfuerzo por


construir una nueva conciencia histórica, pero sobre expresa una inca-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

22
Ibidem.
23
«Respuesta de Antonio Annino al comentario de Hilda Sabato», Foro ibero-ideas,
(05/06/2006), www. foroiberoideas.cervantesvirtual.com/, revisado 23/06/2010. Véase,
Antonio Annino, «El paradigma y la disputa. La cuestión liberal en México y en la Améri-
ca hispana», en: Francisco Colom Gonzáles (ed.), Relatos de nación: la construcción de
las identidades nacionales en el mundo hispánico, Madrid, Iberoamericana/Vervuert,
2005, pp. 103-130.
24
Gonzalo Portocarrero, Racismo y mestizaje y otros ensayos, Lima, Fondo Editorial del
Congreso del Perú, 2007, pp. 345-346.
25
Mark Thurner, «Los indios y las repúblicas entre 1830-1880», en Historia de América
Andina, Vol. 5: Creación de la república y formación de la nación, Quito, Universidad
Andina Simón Bolívar, 2003, p. 178.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 107

pacidad para lograr consensos sociales y políticos, y un desfase entre


unas representaciones unitarias y una realidad heterogénea que se quie-
re representar. Los nuevos enfoques están ofreciendo visiones matiza-
das, diferentes y alternativas, no es el momento para ofrecer un balance
detallado del debate historiográfico actual ni para establecer si una u
otra interpretación es correcta, adecuada o verdadera, nuestro interés
es simplemente destacar lo relevante que han sido la «utopía andina» y
la «utopía republicana» en la conciencia historiográfica y en las repre-
sentaciones.

Fiestas y celebraciones coloniales


La configuración a largo plazo de las formas de vida, de las institu-
ciones y de las identidades culturales latinoamericanas se debe en gran
medida al ethos católico o al ethos barroco.26 La conquista abrió una
comunicación intersemiótica que inauguró un horizonte cultural hete-
rogéneo, conflictivo e híbrido. Uno de los rasgos más importantes de la
primera etapa fue el choque entre una institucionalidad política estatal
con pretensiones de universalidad con un conglomerado heterogéneo
de formas de vida cuyas relaciones subjetivas se organizaban de forma
local.27 En la segunda mitad del siglo XVI la administración colonial, en
su afán de centralizar el poder, eliminó el régimen de encomiendas e
inició el proceso de extirpación de idolatrías para erosionar el contexto
sacralizado que garantizaba el control de la población indígena por parte
de la élite nativa.28 Con estas medidas la nueva administración colo-
nial minaba toda posibilidad de consolidación de una aristocracia local
de origen hispánico e indígena. Desde ese momento el gobierno central
asumió el control de la población indígena, es cierto que los curacas
siguieron jugando un rol fundamental de «bisagra» entre el Estado y las
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unidades étnicas porque facilitaban controlar los excedentes y la mano


de obra indígena. A partir de las Nuevas leyes y la extirpación de ido-
latrías, señala Ballón, se dio inicio a un nuevo contexto simbólico que
issn

era la consecuencia de la estabilización del poder político colonial entre


fines del siglo XVI y comienzos del XVII.29
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

26
Véase, Petra Schumm (ed.), Barrocos y modernos. Nuevos caminos en la investigación
del Barroco iberoamericano, Madrid, Iberoamericana/Vervuert, 1998; y Jean-Pierre
Bastian (coord.), La modernidad religiosa. Europa latina y América Latina en pers-
pectiva comparada, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
27
José Carlos Ballón, «La filosofía escolástica y el debate sobre las identidades en el Vi-
rreinato del Perú (siglos XVI-XVII)», en Francisco Colom Gonzáles (ed.), Relatos de
nación: la construcción de las identidades nacionales en el mundo hispánico, Madrid,
Iberoamericana/Vervuert, 2005, p. 533.
28
Ibidem, p. 537.
29
Ibidem, p. 539.
108 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

Existe una relación entre el debilitamiento de las estructuras del


poder prehispánico y la estabilización colonial con el auge de rituales y
celebraciones públicas en el siglo XVII, que estaban orientadas a legiti-
mar el nuevo orden colonial. En este sentido, las celebraciones públicas
(rituales, fiestas, procesiones, etc.) fueron centrales para el sistema polí-
tico colonial porque funcionaban como instrumentos de persuasión y de
control, marcaron y registraron la posición hegemónica o subordinada
(posición, rango, estatus, honor) de los participantes, de los personajes
y de los representados. Fue además un espacio de transacciones sim-
bólicas, de alianzas, negociaciones y de disputas políticas entre grupos
e instituciones que intentaban afianzar, aspirar u ostentar su poder y
autoridad, o también para conciliar intereses y exhibir genealogías. Esta
teatralidad política barroca, cargada de imágenes sincréticas, expresaba
un espacio de creencias, prácticas y competencias por el capital simbó-
lico ya que era un recurso eficaz en transmitir valores hegemónicos a
tan diversas poblaciones. Esto era posible gracias a los contenidos sim-
bólicos del ejercicio del poder y a las estrategias para adaptarse a los pa-
trones locales, así el poder colonial en todas sus instancias nunca perdió
sus prerrogativas de control social, ni su objetivo de jerarquizar de una
determinada forma a la sociedad, ni de debilitar sistemáticamente los
modelos de vida prehispánicos. En este contexto los «pueblos fueron
bautizados con advocaciones del calendario católico y se impusieron
nuevas formas corporativas a través de las cofradías. La difusión de las
devociones marianas jugó un importante rol en el proceso de articu-
lación de la sociedad indígena a la religión cristiana y, por lo tanto, al
orden político y social que ella sancionaba».30
Avanzado el siglo XVII la sociedad colonial producía suficientes re-
cursos simbólicos como para formar un sistema de intercambiabilidad

0044-5517
de bienes y mercancías que circulaban con una autonomía relativa, sin
embargo esto no impidió que los dispositivos de poder los integraran
dentro de un sistema simbólico y esquema de poder más amplio. En issn

efecto, esta inclusión enmascaró un poderoso medio de control social


porque el objetivo de la autoridad estatal y local siempre fue transmi-
tir en clave simbólica su mensaje normalizador, disciplinador y regu-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

lador. Así el ejercicio escenográfico del poder se configuró en el marco


de un Estado-teatro donde la práctica y ejercicio de la política se hacía
por medio de rituales muy elaborados y llenos de significados.31 Según
Alejandra Osorio para la Lima del siglo XVII el poder se manifestaba

30
Rosemarie Terán Najas, «La ciudad colonial y sus símbolos: Una aproximación a la his-
toria de Quito en el siglo XVII», en: Eduardo Kingman Garcés (comp.), Ciudades de los
Andes. Visión histórica y contemporánea, Quito, CIUDAD, 1992, p. 160.
31
Clifford Geertz, Negara. El estado-teatro en el Bali del siglo XIX, Barcelona, Paidós,
2000, p. 218.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 109

mediante rituales públicos ostentosos. La primera exhibición pública


del poder del virrey en la ciudad colonial que llegaba a gobernar era su
«entrada», modelada según las entradas triunfales de la realeza en las
ciudades europeas. «Esta ceremonia servía para recordar a los súbditos
su relación recíproca con sus gobernantes. Las entradas presentaban
al nuevo virrey mediante un ritual que exhibía muchos elementos aso-
ciados con la magnificencia real».32 Mientras que en Quito, otra ciudad
andina de gran importancia, Rosemarie Terán observa que:

Las celebraciones urbanas de la primera mitad del siglo XVII manifiestan con
claridad este doble carácter, la exaltación del poder Real y de la fe, convocan-
do en ellas al conjunto de una sociedad teóricamente integrada. Pero esos
eventos crearon también los espacios de fastuosidad y solemnidad necesarias
para desplegar los signos de la estratificación. El sistema de precedencias en
la ritualidad pública, por ejemplo, apuntaba en ese sentido. Y, para esa época,
eran aparentemente marcos religiosos como los de las jerarquizadas cofradías
urbanas –y su exhibición pública– los sustentos de primer orden de los siste-
mas de prestigio de las élites laicas.33

En este sentido, las celebraciones públicas fueron un escenario ex-


traordinariamente dinámico porque reflejaban diversos registros cultu-
rales, las condiciones de organización social de los participantes y las
marcas de lo real y lo ficticio, de la imitación y el simulacro, de la resis-
tencia y la imposición, en general de una performance vinculada a un
juego incesante de transacciones, intercambios y lucha.
Como lo han señalado John Rowe, Bernard Lavallé, Antonio Maz-
zotti, Alberto Flores Galindo y Deborah Poole la idea de una comuni-
dad imaginada de peruanos había ido tomando forma a lo largo del siglo
0044-5517

XVIII expresándose tanto en el patriotismo criollo34 (aquí no trataremos


este punto) como en el movimiento neoinca representado en la figura
de Túpac Amaru, un curaca y comerciante cusqueño que se proclamó
issn

heredero del Inca y dirigió a miles de indígenas y mestizos a una violenta


rebelión contra el poder colonial.
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

32
Alejandra Osorio, «La entrada del virrey y el ejercicio de poder en Lima del siglo XVII»,
Historia Mexicana, LV/3 (2006), pp. 771-772. De esta misma autora véase, Inventing
Lima: Barroque modernity in Peru`s south sea metropolis, New York, Palgrave Macmi-
llan, 2008.
33
Rosemarie Terán Najas, «La ciudad colonial y sus símbolos…, op. cit., p. 167.
34
Véase, Bernard Lavallé, Las promesas ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial
en los Andes, Lima, PUC, 1993; Mabel Moraña, «Ilustración y delirio en la construc-
ción nacional o las fronteras de la Ciudad Letrada», Latin American Literacy Review,
50, (julio-diciembre, 1997), pp. 32-33; y José Antonio Mazzotti, «La invención nacional
criolla a partir del Inca Garcilaso: las estrategias de Pedro Peralta y Barnuevo», en Daniel
Castillo Durante y Borka Satler (eds.), Perú en su cultura, Ottawa-Lima, University of
Ottawa/PromPerú, 2002, pp. 55-72.
110 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

Desde una perspectiva de largo plazo en la historia andina los Es-


tados se han enfrentado al desafío de controlar y administrar a una po-
blación heterogénea, dispersa y fragmentada, como a grupos opuestos
a todo intento de formar parte de estructuras estatales, en estas condi-
ciones cabe preguntarse ¿cuáles han sido los mecanismos y los procedi-
mientos más adecuados para que el Estado andino logre consenso, cohe-
sión, integración y legitimidad? Sabemos por la etnohistoria andina que
el Estado prehispánico y luego el colonial confió en la fuerza persuasiva
de las fiestas y de las ceremonias públicas para legitimar su hegemonía
y dominación. La legitimidad se obtuvo en gran medida por procedi-
mientos discursivos y simbólicos que aspiraban a naturalizar y sacrali-
zar determinados escenarios y artefactos culturales que pretendían ser
universales. Esta perspectiva contrasta con la imagen de la Ilustración
y el liberalismo sobre el periodo colonial que creían que ese régimen se
habría sostenido sólo gracias al carácter fundamentalista de la religión,35
o por el temor despótico. Superada esta visión podemos decir que el
poder «real» siempre depende de imágenes y de actividades de repre-
sentación. De este modo, los efectos del poder aparecen como actos de
simulación y como una suerte de disuasión y escenificación de lo real.
Para Baudrillard: «Todos los poderes, todas las instituciones, hablan de
sí mismos por negación, para intentar, simulando la muerte, escapar a su
agonía real. El poder quiere escenificar su propia muerte para recuperar
algún brillo de existencia y legitimidad.36
En los Andes, como consecuencia de la conquista española y el sub-
siguiente declive del Estado inca, los rituales estatales perdieron su im-
portancia aunque no pasaron al olvido inmediatamente. Nos recuerda
Iris Gareis que las élites incaicas no se habían extinguido, más bien se
incorporaron progresivamente a la sociedad colonial, ocupando el nivel

0044-5517
superior entre la población indígena, cumpliendo así el papel de inter-
mediadores entre el poder central y la población indígena. Especialmen-
te en el Cusco, las élites del antiguo imperio incaico siguieron teniendo issn

mucho respaldo entre la población indígena. El Estado colonial, a su vez,


generó nuevos rituales algunos de los cuales paulatinamente formaron
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

35
Veamos la observación que hace Slavoj Zizek sobre la sospecha y la desconfianza de la
Ilustración sobre la religión en las sociedades premodernas: «Las sociedades premoder-
nas no creían directamente (en sus dioses), sino que lo hacían a través de una distancia,
y ésta es la interpretación errada de, digamos, la crítica que hace la Ilustración de los
mitos “primitivos”: los críticos toman primero la noción de que una tribu se originó
a partir de un pez o un ave como una creencia literal directa y luego la rechazan por
considerarla estúpida, “fetichista” e ingenua. Así es como imponen su propia noción de
creencia en el otro “primitivizado”» (p. 15). El títere y el enano. El núcleo perverso del
cristianismo, Buenos Aires, Paidós, 2006.
36
Jean Baudrillard, Cultura y simulación, Barcelona, Kairós, 2008, p. 45.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 111

una síntesis entre elementos precolombinos y europeos.37 Es interesante


observar una cierta continuidad entre el periodo prehispánico y la época
colonial en la comunicación entre el poder estatal y la población local,
cuyo eje fue el calendario de celebraciones públicas que se caracteriza-
ban por una estrecha vinculación entre lo religioso y lo político que fa-
cilitaba la comunicación entre la voluntad del soberano y la población.38
Así pues las representaciones públicas jugaron un papel importante
como realce de determinados acontecimientos y como transmisoras de
memorias y valores hegemónicos.39

El Corpus Christi: ¿subalternización o renacimiento incaico?


La vida pública colonial estaba organizada por una serie de fiestas y
espectáculos donde se celebraba a los santos patronos, a la virgen, la lle-
gada al trono de un nuevo rey o en honor de los virreyes.40 Una de las ce-
lebraciones más importantes fue la fiesta del Corpus Christi,41 el origen
de esta procesión que exalta el «Cuerpo eucarístico» fue desarrollada en
el siglo XIII por la Iglesia Católica Romana (la misa fue escrita por Santo
Tomás de Aquino), y promovida por el papa Urbano IV, quien estableció
formalmente la celebración (el papa Clemente V la volvió obligatoria)
que debía llevarse a cabo el noveno jueves después de Pascua, o el jueves
después del domingo de Trinidad. Desde sus comienzos, señala Dean,
la fiesta a partir del Concilio de Trento se estableció como el «triunfo
sobre la herejía» proporcionando un esquema a través del cual se repre-
sentaban muchas conquistas y diferencias entre cristianos y paganos,
conquistadores y conquistados. Esta fiesta originalmente se desarrolló
para celebrar la doctrina de la transubstanciación, en los Andes en un
primer momento se restringió a los nativos para recibir la eucaristía.
«Los andinos fueron alejados del cuerpo transubstanciado de Cristo,
0044-5517

incluso cuando danzaban, cantaban y desfilaban en honor suyo».42 En


ese sentido, señala Dean, la fiesta se alimentaba con las señales de la
issn

37
Iris Gareis, «Los rituales del Estado colonial y las élites andinas», Bulletin de l’Institut
Français d’Études Andines, 37/1 (2007), p. 97.
38
Ibidem.
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

39
Véase, Thomas A. Abercrombie, Pathways of memory and power. Ethnography and
history among an Andean people, Madison, University of Wisconsin Press, 1998; Rosa
María Acosta de Arias Schreiber, Fiestas coloniales urbanas: Lima, Cuzco, Potosi, Lima,
Otorongo, 1997; y Linda A. Curcio-Nagy, The great festivals of Mexico city: Performing
power and identity, New Mexico, University of New Mexico Press, 2004.
40
Teresa Gisbert, El paraíso de los pájaros parlantes. La imagen del otro en la cultura
andina, La Paz, Plural Editores, 1999, p. 252.
41
Carolyn Dean, Los cuerpos de los incas y el cuerpo de Cristo: El Corpus Christi en el
Cuzco Colonial, Lima, Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
2002; y Gerardo Fernández Juárez y Fernando Martínez Gil (coords.), La fiesta del Cor-
pus Christi, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2002.
42
Carolyn Dean, Los cuerpos de los incas y el cuerpo de Cristo, op. cit., p. 15.
112 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

diferencia y escenificando la colonización. «En los Andes, el Corpus fue


lo que llamo algo semiófago: era una fiesta que se alimentaba con las se-
ñales de la diferencia, ganando fuerza para su triunfo en los subalternos
andinos».43 Las procesiones incorporaban referencias a otras creencias
no-católicas, así como a otros pueblos estructurándose en términos de
oposición y de victoria, ya que era una celebración en la que se anuncia
un ganador. En este caso el ganador es Cristo no solo sobre la muerte,
el pecado y el tiempo, sino también sobre la herejía y los enemigos de la
Iglesia y de la comunidad.44
Por otra parte, algunas costumbres locales fueron incorporadas es-
timulando así una red transcultural y de sincretismo donde las tradicio-
nes andinas y europeas se fueron remodelando. El esquema formal de la
fiesta incorporó muchos elementos de ceremonias imperiales romanas,
marcadas por procesiones triunfales, arcos del triunfo temporales (el
arco era un símbolo de la superioridad cultural y tecnológica sobre los
nativos), utilizando doseles sobre el santo o la custodia y diversos ador-
nos a lo largo de la trayectoria de la procesión desde, guirnaldas, bande-
ras, pendones y tapicerías hasta saludos a la bandera, cañonazos, fuegos
artificiales, música y danzas, estableciendo así un vocabulario festivo
común que era tanto visual como performativo.45
Asimismo esta festividad tomó el ritual incaico de cuando el Inca
llegaba a la plaza de Huaycapata (que luego sería la Plaza Mayor del
Cusco) precedido por las momias de sus antepasados, en este sentido
se ha sugerido que los santos de cada parroquia que acompañan la pro-
cesión sustituyeron a las momias del Inca.46 En este escenario los al-
tares efímeros como la procesión de las momias incas sacralizaban el
camino al hacerse eco de la estructura del interior de la iglesia católica
y del templo del Sol (el Coricancha), respectivamente. Es importante

0044-5517
destacar que los españoles divorciaron las formas festivas andinas de sus
creencias, porque una vez desacralizadas las prácticas andinas (como
las danzas) podían usarse en la celebración de las fiestas cristianas.47 issn

Es decir, «los españoles se dieron cuenta del valor de conservar ciertos


comportamientos reverenciales nativos, en un esfuerzo por desplazar el
culto de los seres sobrenaturales indígenas (huacas [lugares sagrados],
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

cuerpos celestes, el trueno y el relámpago, y los antepasados) al panteón


cristiano».48
Además en las procesiones españolas del Corpus Christi (que se
celebran en Toledo desde 1280, en Sevilla desde 1282 y en Barcelona
43
Ibidem.
44
Ibidem, pp. 16 y ss.
45
Ibidem, p. 21.
46
Teresa Gisbert, El paraíso de los pájaros, op. cit., p. 253.
47
Carolyn Dean, Los cuerpos de los incas y el cuerpo de Cristo, op. cit., p. 25.
48
Ibidem.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 113

desde 1319), incluían a los líderes religiosos y civiles más importantes


(clero secular, las órdenes religiosas y cabildo) donde se otorgaban pues-
tos de honor de acuerdo a los rangos, simbolizando de ese modo la unión
entre lo religioso y lo secular, lo divino y lo real, lo celestial y lo terrestre.
Estas procesiones, nos dice Dean, incluían «triunfos múltiples,» hacien-
do referencia explícita a la reconquista (de Valencia y Granada), y en
general a las victorias del catolicismo sobre los no cristianos, especial-
mente contra musulmanes y judíos. Por ejemplo, el Corpus de Granada
incluyó referencias particulares a la «reconquista». En realidad la fiesta
fue introducida específicamente allí para contrarrestar al Islam, mien-
tras que a principios del siglo XVI, la reina Isabel mandó que la custodia
usada en la procesión del Corpus de Toledo, se fabricase con el primer
oro de las Indias en llegar a España. Según Dean estas representaciones
expresan lugares de conquista siendo integrados en un patrón conocido
de confrontaciones históricas con pueblos que no eran cristianos.49 En
el Perú, esta procesión no solo representaba la victoria de Cristo, sino
también la de los colonizadores españoles sobre los incas vencidos. Por
lo tanto, el triunfo en Cusco era el triunfo sobre los Andes.50
Como hemos visto la estructura festiva del Corpus se proyectó al
Nuevo Mundo, si los judíos y los moros habían sido invitados a partici-
par en la procesión, en los Andes ocurrió lo mismo con los indígenas,
aunque al principio tuvieron algunas restricciones como la de recibir la
eucaristía. Dean insiste que en el Corpus Christi se reafirmaba el poder
de los españoles sobre los incas, así como de la cosmología religiosa cris-
tiana sobre la andina, es decir, era una fiesta que alimentaba los signos
de alteridad y reiteraba la subalternidad de los indígenas.51 Sin embargo
esta fiesta al coincidir con los festivales de la cosecha inca y la fiesta del
sol (solsticio de invierno), el Inti Raymi proporcionó mayores recursos
0044-5517

símbolos incas y andinos para integrarse a la fiesta del Corpus, esto ha-
bría posibilitado reafirmar las identidades étnicas, recordando sus oríge-
nes y a sus antepasados.
issn

Si la tesis de Dean apunta a identificar el Corpus Christi como una


representación del poder español sobre la sociedad andina. Para histo-
riadores como John H. Rowe, Manuel Burga y Alberto Flores Galindo
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

las celebraciones públicas donde los incas eran representados (Corpus


Christi, obras teatrales, pintura, mascaradas, rituales, fiesta de los reyes
magos, etc.) estarían expresando más bien vitalidad y resistencia porque
mantuvieron vivo el recuerdo del pasado inca, especialmente la aristo-
cracia de origen inca se habría beneficiado de estas representaciones en
un esfuerzo por mantener sus privilegios y su capital simbólico.

49
Ibidem, p. 24.
50
Ibidem, p. 25 y ss.
51
Ibidem.
114 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

Pocas imágenes de la tradición artística colonial contienen una carga política


tan marcada como aquellas que se crearon para representar a los monarcas
incas y a sus descendientes. En torno a estas representaciones se fueron cons-
truyendo los argumentos de legitimidad de la Corona española y de la nobleza
indígena surgida a su sombra. Incorporadas a fiestas y celebraciones públicas,
formaron parte de la retórica y del ritual político; desde los muros de igle-
sias y otros lugares oficiales, propagaron los argumentos de la justa sucesión
de la monarquía católica. Los trajes e insignias incaístas fueron también los
símbolos de distinción de la nobleza inca; sus retratos, piezas centrales del
razonamiento genealógico en que se sustentaban sus derechos y privilegios.
Eran imágenes que no solo representaban el poder, sino que también podían
actuarlo, e incluso ejercerlo.52

John H. Rowe ve en estas representaciones del Inca fortaleza polí-


tica y simbólica en los descendientes de los incas –reales o imaginarios-
quienes fueron capaces de construir un nacionalismo neoinca.53 Este
protonacionalismo se fundamentaba en la idealización y en la mitifica-
ción de la sociedad y del Estado inca, estas sublimaciones dinásticas se
deben tanto a la obra del Inca Garcilaso de la Vega como a la circulación
y popularidad de mitos sobre el renacimiento del Inca, conocido como
el mito de Inkarrí (Inka-rey): «este mito parece expresar, bajo el sim-
bolismo de la resurrección del cuerpo del inca, la reconstitución de la
sociedad andina».54
Pero, como ha demostrado Estenssoro, estas visiones e imaginarios
fueron en realidad el resultado de los procesos mismos de evangeliza-
ción de fines del siglo XVI y principios del siglo XVII (segundo periodo
de estabilización relativa de los contenidos de la doctrina [1583-1649]
que debe enfrentar la Iglesia colonial después del Concilio de Trento).

0044-5517
«Dos grandes movimientos van a sucederse entonces hasta encontrar
un equilibrio. La aspiración universal de la Iglesia que se traduce en
un esfuerzo de occidentalización: puesto que se debe incorporar a los issn

indios a una Iglesia única, sin distinciones locales, menos aún étnicas,
se les querrá enseñar un cristianismo culturalmente neutro. Pero el len-
guaje utilizado no lo es. Los códigos de representación occidentales van
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

a anclarse en el imaginario indígena incluso para la representación de

52
Natalia Majluf, «De la rebelión al museo: genealogía y retratos de los incas, 1781-1900»,
Los Incas, reyes del Perú (Arte y tesoros del Perú), Lima, Banco de Crédito, 2005,
p. 253.
53
John H. Rowe, «El movimiento nacional inca del siglo XVIII», Revista Universitaria, 107
(1954), pp. 17-47.
54
Manuel Burga, «Historia y antropología en la historiografía peruana (1987-1998)», en
Thomas Krüggeler y Ulrich Mücke (eds.), Muchas hispanoaméricas. Antropología, his-
toria y enfoques culturales en los estudios latinoamericanistas, Madrid, Iberoamerica-
na/Vervuert, 2001, p. 30.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 115

su herencia prehispánica».55 De esa nueva evangelización, que Francis-


co de Ávila impulsa, se querrá dar a los indígenas un cristianismo con
rostro indio, pero no vinculado a elementos religiosos, sino a políticos,
culturales, míticos e históricos. Incluso la más antigua versión del mito
de Inkarrí, la idea de que el inca va a resucitar, está documentada y lite-
ralmente predicada por Francisco de Ávila a los indios, quien, además,
les dice que si no lo creen se van a ir al infierno, lo cual significa no creer
en la resurrección de la carne de Cristo.
Estos «mitos sermones» organizados sobre el relato cristiano de la
muerte y la resurrección de Jesús reorganizaron el sistema mítico-cos-
mológico andino, de ese modo la resurrección de Jesús era modelo y
anuncio de la resurrección del Inca. «Esa fue la génesis de los mitos del
Inkarrí, el rey indio que volvería a la vida, punto de partida de la utopía
andina, que a su vez sería más tarde el sustrato mítico donde buscaría
legitimidad la rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru».56
Este relato mítico y religioso del regreso del inca fue la fuerza idealiza-
dora que se manifestó en una serie de insurrecciones andinas a lo largo
del siglo XVIII.57 En este contexto:

El inspector real José Antonio de Areche estaba convencido que el éxito de


Túpac Amaru en la movilización de las poblaciones indígenas había derivado
de su pretensión de descender «del tronco principal de los incas» y de ser,
por tanto, «dueño absoluto y natural de estos dominios y su vasallaje». Esta
convicción explica la vasta ofensiva emprendida contra los símbolos de la rei-
vindicación política y cultural de los curacas. La sentencia de Areche contra
Túpac Amaru dictada en mayo de 1781 significó así el comienzo del fin para la
nobleza indígena, pues el edicto no se centró únicamente en las represalias al
líder rebelde, sino que implantó todo un conjunto de medidas que afectaban a
0044-5517

los curacas y a sus representaciones incaístas.58


issn

Del protonacionalismo neoinca a la emergencia del nacionalismo


criollo
La rebelión de Túpac Amaru en 1780 no sólo había demostrado la
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

vulnerabilidad del Estado colonial, sino también las profundas tensiones


sociales y étnicas en los Andes, si al principio la rebelión se sustentó en
una amplia base social y étnica avanzada la confrontación se fue pare-
ciendo cada vez más a una «guerra de razas», la violencia interétnica e
55
Juan Carlos Estenssoro, «Historia de un libro: Del paganismo a la santidad (1532-1750)»,
Libros y Artes, 8 (septiembre 2004), p. 12.
56
Gustavo Faverón Patriau, Rebeldes. Sublevaciones indígenas y naciones emergentes en
Hispanoamérica en el siglo XVIII, Madrid, Tecnos, 2006, pp. 205-206.
57
Jan Zseminski, La utopía tupamarista, Lima, PUC, 1993.
58
Natalia Majluf, «De la rebelión al museo», op. cit., p. 254.
116 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

interracial fue cada vez mayor produciendo una devastación colectiva.


En estas condiciones la elite criolla empezó a suavizar sus quejas so-
bre el poder de los Borbones y a pensar dos veces en las alianzas con
las clases subalternas.59 Según Cahill el movimiento se hizo cada vez
más xenófobo y violento, rechazando lo español, con un consiguiente
aumento de sus tendencias nativistas innatas.60 En este sentido Cecilia
Méndez señala que:

[…] la rebelión de Túpac Amaru fue un hecho traumático para los criollos.
Marcó en ellos un profundo recelo y temor frente a las poblaciones indígenas,
ahondando abismos, alimentando fantasías de horror […] Es decir, el despre-
cio y visión negativa del indio crecieron a la par de los temores de un «des-
borde» y la consiguiente necesidad del sometimiento de estas poblaciones. Y
si bien estas preocupaciones y temores fueron los del estado colonial luego de
Túpac Amaru, marcarían todavía más claramente la ideología de los criollos
que precisamente participaron en el proceso de emancipación. Porque eran
los criollos quienes tenían que disputar con los indios no sólo la legitimidad
del liderazgo en la lucha anticolonial sino y, sobre todo, el lugar que le co-
rrespondería a cada quien en una nueva, potencial, nación. La necesidad de
marcar distancias hacía más imperativa, y la consiguiente justificación de la
natural inferioridad e incapacidad de los indios más necesaria. Las ideas de
la ilustración, con su afán clasificatorio, regulador y jerarquizante, habrían
coadyuvado a moldear las nuevas percepciones de los criollos sobre los indios,
posibilitando la racionalización teórica de unos temores que eran producto de
una experiencia histórica sin duda decisiva.61

Se podría decir que «las formas de violencia insurreccional pare-


cen situarse en el tenso espacio político que yace entre la violación

0044-5517
de las economías morales locales y la construcción cultural de un
orden social utópico».62 Después de la cruenta represión de los in-
dígenas, a principios del siglo XIX la elite indígena ya había perdido issn

toda iniciativa y capacidad para organizar sus propios proyectos po-


líticos, a mediano y largo plazo se expresó en una mayor fragmenta-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

59
Charles F. Walker, De Túpac Amaru a Gamarra. Cusco y la formación del Perú republi-
cano 1780-1840», Cusco, Centro de Estudios Regionales Bartolomé de las Casas, 1999.
60
David Cahill, Violencia, represión y rebelión en el sur andino: la sublevación de Túpac
Amaru y sus consecuencias, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Documento de tra-
bajo, n.º 105, 1999, p. 13.
61
Cecilia Méndez, Incas sí, indios no: apuntes para el estudio del nacionalismo criollo
en el Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Documento de Trabajo, n.º 56, 2000,
p. 30.
62
Mark Thurner, «Guerra andina y política campesina en el sitio de La Paz, 1781. Aproxi-
mación etnohistórica a la práctica insurreccional a través de las fuentes editadas», en
Henrique Urbano (comp.), Poder y violencia en los Andes, Cusco, Centro de Estudios
Regionales Andinos «Bartolomé de Las Casas», 1991, p. 94.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 117

ción étnica y marginación política. Mientras tanto los criollos, en el


contexto de los rápidos acontecimientos políticos de inicios del siglo
XIX, asumieron con más determinación sus potencialidades políti-
cas, logrando en esa coyuntura (Constitución de Cádiz de 1812-14)
articular un nuevo proyecto político de cambio, reivindicando sus
derechos de autogobierno.63 Esta vez asumieron y se apropiaron del
pasado indígena y de la simbología incaica en un intento por exhibir
una semántica visual y ofrecer contenidos simbólicos a su programa
político.
El balance que hacen algunos historiadores (Efraín Trelles, Manuel
Burga, Scarlett O’Phelan) de la derrota del proyecto neoinca, es que
los criollos también perdieron ya que en el futuro nunca llegaron a re-
conquistar la confianza y la solidaridad de los indígenas, sino más bien
–como memoria de la violencia– surgió una animosidad y un peligroso
abismo entre los dos grupos. Ni los miedos, ni las abismales diferencias
impidieron que se establecieran alianzas entre las elites y los indígenas,
si bien fueron pactos frágiles donde el mayor costo lo asumieron los in-
dígenas, sin embargo eran espacios políticos que no se podían despreciar
fácilmente. En estas condiciones el Estado criollo se vio enfrentado a las
fuerzas colectivas todavía poderosas, estableciéndose así juegos de alian-
zas y enfrentamientos complejos que no presagiaban el triunfo definitivo
de la modernidad política.64

Pedagogía cívica y ceremonias republicanas


La historiografía latinoamericana está revelando la importancia de
los usos del pasado indígena en el proceso de independencia y en la
construcción de los símbolos patrios y nacionalismos criollos. Desde el
momento en que los rebeldes criollos se autodefinieron como los here-
0044-5517

deros de las antiguas civilizaciones, han monopolizado la representación


del «otro» interno más significativo, los indígenas.65 En este sentido, el
issn

63
Sigue vigente el debate historiográfico sobre la naturaleza de la ideología criolla. La
peculiaridad de la cultura iberoamericana, según Chiaramonte, impulsó a racionalizar
el catolicismo para hacerlo compatible con la ciencia y la cultura de la Ilustración, al
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

respecto véase, José Carlos Chiaramonte, «Modificación del pacto imperial», en Antonio
Annino y François-Xavier Guerra (coordinadores), Inventando la Nación. Iberoamérica
siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 85-113. Véase también, Da-
vid A. Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, México,
Fondo de Cultura Económica, 1991; y José Antonio Mazzotti (ed.), Agencias criollas. La
ambigüedad colonial en las letras hispanoamericanas, Pittsburgh, Instituto Interna-
cional de Literatura Iberoamericana/Universidad de Pittsburgh, 2000.
64
Marie-Danielle Demélas, «Estado y actores colectivos. El caso de los Andes», en: Antonio
Annino y François-Xavier Guerra (coords.), Inventando la nación. Iberoamérica siglo
XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 349.
65
Blanca Muratorio, «Discursos y silencios sobre el indio en la conciencia nacional», en:
Simón Pachano (comp.), Ciudadanía e identidad, Quito, FLACSO-Ecuador, 2003.
118 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

examen del pasado indígena fue fundamental para la imaginación de las


naciones modernas de la región.66 Según Natalia Majluf:

Las estrategias retóricas de los movimientos por la independencia se basaron


en el supuesto, no del todo comprobable, que la imagen de los incas era un
recurso indispensable para movilizar a la población indígena. La Corona es-
pañola lo creyó firmemente, y mantuvo una mirada atenta y temerosa a toda
manifestación incaísta. Lo creyeron también los revolucionarios argentinos,
quienes apelaron sistemáticamente a los incas, y lo asumieron finalmente los
patriotas peruanos, quienes construyeron su programa retórico sobre la base
del incaísmo argentino. Siguiendo el precedente sentado por la Junta de Bue-
nos Aires, en octubre de 1822, los congresistas peruanos difundieron una pro-
clama en quechua que buscaba demostrar que el Congreso tenía «la misma y
aun mayor soberanía que la de nuestros amados incas.67

Los criollos representaron al indio no como sujeto del presente sino


como figura arquetípica del indio aristócrata o guerrero.68 Incluso en paí-
ses donde no había un pasado indígena glorioso como en Chile se exaltó
la resistencia de los araucanos contra los españoles, al respecto nos dice
Hans-Joachim König:

Allí se leía durante las luchas por la independencia con nuevo entusiasmo la
poesía heroica de Alonso de Ercilla, La Araucana (tres partes, 1569, 1578 y
1589), en la que éste describió los conflictos entre los españoles y los arauca-
nos con gran simpatía por la inquebrantable voluntad de libertad de estos úl-
timos. En la época de la independencia muchos chilenos utilizaban el adjetivo
araucano como equivalente de «liberal», «amante de la libertad» y lo conver-
tían casi en un sinónimo poético de chileno, es decir antiespañol.69

0044-5517
Lo mismo ocurrió en la Nueva Granda con los antiguos zipas o con
el incaísmo de la primera etapa en la emergente nación en el Río de la issn

Plata.70 De este modo, los pasados indígenas fueron usados como recur-
sos simbólicos y retóricos para la invención del nacionalismo criollo. «La
mención de la historia indígena no significaba la adopción de contenidos
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

indígenas en la proyectada formación de estados. El indigenismo criollo


no se presentaba como un proyecto político sino que era un instrumen-

66
Rebecca Earle, The return of the native: Indians and myth-making in Spanish Ameri-
ca, 1810-1930, Durham: Duke University Press, 2008.
67
Natalia Majluf, «De la rebelión al museo», op. cit., p. 270.
68
Cecilia Méndez, «Incas sí, indios no», op. cit.
69
Hans-Joachim König, Historia Mexicana, XLVI/4 (1996), p. 749.
70
Jesús Díaz-Caballero, «El incaísmo como primera ficción orientadora en la formación de
la nación criolla en las Provincias Unidas del Río de la Plata», A Contracorriente: Revista
de Historia Social y Literatura en América Latina, 3 (2005), pp. 67-113.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 119

to político».71 El desprecio por lo indígena convivió con la exaltación


del pasado inca, esta situación aparentemente contradictoria tenía su
lógica, los criollos al apropiarse de la simbología inca lo estetizaron exce-
sivamente desplazándolo hacia una retórica patriótica y nacionalista.72
El proceso de independencia abrió nuevos espacios de expresión y
pese a sus carencias y restricciones, la «opinión pública» fue ganando
fuerza, en este sentido la publicación de periódicos fue determinante
porque estimuló el debate político, la circulación de ideas y la creación
de nuevas sociabilidades. Como señala Walker, la ciudad del Cuzco fue
testigo de una ráfaga de actividad editorial en los años que siguieron a la
independencia del Perú, entre 1825 y 1840. Aproximadamente treinta
periódicos vieron la luz, y se publicaron miles de folletos, volantes y
otros tipos de literatura efímera:

El caudillismo no significó que las guerras reemplazaran al debate, el análisis


y los medios políticos formales; por el contrario, coincidían y se superponían.
A lo largo de este periodo, uno de los más tumultuosos de la historia peruana,
los periodistas políticos, ideólogos, intelectuales locales, etc. debatían en torno
a nociones sobre el Estado y la sociedad a través de la prensa y otras tribunas
diversas. La sátira y la parodia fueron los principales géneros.73

San Martín cuando desembarcó con sus tropas en Pisco el 10 de


septiembre de 1820 estaba convencido de que «la lucha en el Perú
no es común, no es guerra de conquista y gloria, sino enteramente de
opinión ¿de qué me serviría Lima si sus habitantes me fueran hostiles
en opinión política?».74 San Martín al no contar con una ventaja mi-
litar sobre los realistas consideró que la guerra de opinión era central
en su estrategia militar y política, de hecho una de las cosas que llevó
0044-5517

consigo al desembarcar en Pisco fue una imprenta. Este clima político


favoreció la producción de los símbolos patrios: la bandera, el escudo,
los sellos, las monedas y un nuevo calendario para representar a la
issn

nación. Efectivamente una de las primeras acciones de San Martín fue


crear, por decreto provisorio el 21 de octubre de 1820, la primera ban-
dera y escudo peruano porque «es incompatible con la independencia
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

71
Hans-Joachim König, «Discursos de identidad, Estado-nación y ciudadanía en América
Latina: viejos problemas-nuevos enfoques y dimensiones», Historia y Sociedad, No. 11
(2005), www.dialnet.unirioja.es/servlet/extaut, consultado 20/10/2009.
72
Cecilia Méndez, Incas sí, indios no», op. cit., p. 31.
73
Charles F. Walker, «“La orgía periodística”: prensa y cultura política en el Cuzco durante
la joven república», Revista de Indias, LXI/221 (2001), p. 24.
74
Palabras de San Martín citadas por el viajero inglés Basil Hall en: Colección Documental
de la Independencia del Perú, T XXVII, v 1:223, citado en Pablo Ortemberg, «Celebra-
ción y guerra: la política simbólica independentista del General San Martín en el Perú»,
www.americanismo.es, revisado el 21/10/2009.
120 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

del Perú la conservación de los símbolos que recuerdan el dilatado


tiempo de su opresión».75

Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho pies
de largo, y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos,
blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales;
con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un Sol, saliendo por detrás
de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo.76

Estos símbolos preexistieron a la nación,77 surgieron antes de que se


definiera como Estado independiente, es como si San Martín hubiera he-
cho posible imaginar el país con la simple dación de su aparato simbóli-
co, nos dice Majluf. Lo importante de la bandera es el complejo contexto
ritual que lo acoge, aquí la centralidad son los actos de jura a la bandera
en la declaración de la Independencia, liturgia que representa el cambio
político, un nuevo pacto social y un nuevo sentido colectivo.78 Desde
los primeros símbolos incorporados por San Martín hasta el decreto de
Bolívar del 24 de febrero de 1825, se determinó la forma básica de los
símbolos patrios, sucediéndose de las más diversas imágenes que abar-
caban un gran repertorio iconográfico y alegórico que incluía el pasado
indígena, la antigüedad clásica, la Revolución francesa y la naturaleza
americana.
Como señala Pablo Ortemberg la presencia de Bolívar y sus victorias
definitivas inauguró otro ciclo litúrgico muy diferente al anterior. Las
fiestas cívicas más importantes serán las destinadas a glorificar en vida
al Libertador. Las conmemoraciones de la independencia en este perío-
do serán menos importantes que el cumpleaños de Bolívar, así como los
aniversarios de la batalla de Junín y Ayacucho.79 Por ejemplo, en este

0044-5517
75
Ibidem.
76
Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, Lima, No. 14, 25 de agosto de 1821, ci-
tado en Natalia Majluf, «Los fabricantes de emblemas. Los símbolos nacionales en la
issn

transición republicana. Perú, 1820-1825», Visión y símbolos. Del virreinato criollo a la


república peruana, Lima, Banco de Crédito, 2006, p. 204.
77
Como nos recuerda Eduardo Toche, para Smith, Anderson y Hobsbawm «los naciona-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

lismos antecedieron a las naciones, en tanto, estábamos ante invenciones que debían
formar comunidades imaginarias, para Smith las naciones no eran entelequias sino
objetos reales que trascienden el marco cronológico del capitalismo pero que, llegada
esta fase, debían ser redescubiertas, reinterpretadas y formar parte de los proyectos
formulados desde la sociedad.» (p. 84), «Nacionalismo made in Occidente», Quehacer,
160 (mayo-junio 2006), pp. 81-86. Para una de las más importantes críticas a la tesis de
Anderson véase, Claudio Lomnitz, «El nacionalismo como un sistema práctico. La teoría
del nacionalismo de Benedict Anderson desde la perspectiva de la América española», en
Pablo Sandoval (comp.), Repensando la subalternidad. Miradas críticas desde/sobre
América Latina, Lima, Instituto de Estudios Peruanos/SEPHIS, 2009, pp. 345-389.
78
Natalia Majluf, «Los fabricantes de emblemas», op. cit., p. 217.
79
Pablo Ortemberg, «Celebración y guerra», op. cit., p. 18.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 121

contexto, el poeta guayaquileño José Joaquín de Olmedo se encargó de


representar a Bolívar, como el «vengador» de los incas. En su poema
Canto a Junín (1824), Olmedo invoca a la figura del inca Huayna Capac
vinculándolo a las batallas que sellaron la independencia política, pero
será el mismo Bolívar su primer crítico, rechazó la presencia del Inca en
el universo poético, aparentemente la razón fue que a Bolívar le parecía
que el Inca «ocupa todo el ámbito y cubre con su sombra a los demás
personajes del poema: él es el genio, él es la sabiduría, él es el héroe».80
Sin embargo, en el Cusco Bolívar evoca al Inca como figura retórica
entre las ruinas de un pasado ya muerto. Manco Capac, en su rol de
«Adán de los Indios», se convierte para Bolívar en el rey de un paraíso
perdido (Bolívar, carta a Olmedo [Junio 27, 1825] 1986).

Las ceremonias públicas también definieron una relación directa entre incas
y libertadores. En febrero de 1825, la Municipalidad orquestó una gran proce-
sión cívica para celebrar los recientes triunfos militares de los ejércitos inde-
pendentistas. El recorrido se iniciaba, significativamente, en el «antiguo tem-
plo del Sol», desde donde el busto de Bolívar salía hacia la Plaza del Regocijo,
para ser colocado sobre una pirámide construida frente al antiguo cabildo. Una
descripción de la ceremonia confirma el simbolismo evidente de la presencia
del busto de Bolívar en el Coricancha, al imaginar a los incas saliendo de sus
tumbas para bendecir «al Libertador de su paz». El héroe republicano quedaba
así legitimado por los antiguos monarcas del Cuzco, en un ritual político que
redibujaba el espacio urbano, tejiendo una densa red de relaciones entre el
pasado y el presente.81

La Ilustración y el romanticismo europeizante de Bolívar lo llevan


primero a idealizar al indio como «buen salvaje», firmando decretos que
0044-5517

abolieron los cacicazgos y el tributo indígena, pero al mismo tiempo


mandó a reprimir a los indios que obstaculizaban sus campañas mili-
tares.82 Esta suerte de ambigüedad, contrariedad y confusión ideológica
issn

revela varias dificultades que los líderes criollos encontraron a la hora


de determinar los símbolos nacionales, por un lado, reflejaba la preca-
ria legitimidad de su proyecto frente a una población mayoritariamente
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

indígena,83 y por otro, expresaba la incapacidad de representarlos sim-


bólicamente. En este contexto, nos dice Majluf, los símbolos patrios ex-

80
Armando Muyolema-Calle, Colonialismo y representación. Hacia una relectura del
latinoamericanismo, del indigenismo y de los discursos étnico-clase en los Andes
del siglo XX, Tesis Ph.D., Faculty of Arts and Sciences, University of Pittburgh, 2007,
pp. 23-24.
81
Natalia Majluf, «De la rebelión al museo…», op. cit., p. 276.
82
Cecilia Méndez, «Incas sí, indios no…», op. cit.; y Blanca Muratorio, «Discursos y silen-
cios…», op. cit.
83
Natalia Majluf, «Los fabricantes de emblemas», op. cit., p. 221.
122 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

presaban la antihistoria y la negación del otro interno, convirtiéndolo la


emblemática patriótica en un terreno neutro que permitía eludir toda
referencia a la cultura indígena, así «la nación era ante todo un lugar, un
territorio, y no una historia o una cultura compartidas».84
Asimismo, en la imaginación republicana la única «verdadera his-
toria» era la antigua, las civilizaciones de Roma y Grecia y aun la del
Oriente, por ser esta última «cuna de la civilización y de la humanidad».85
Además, nos dice Thurner el pasado glorioso de la antigüedad postulaba
un porvenir brillante para la república, eso sí, siempre y cuando supiera
evitar los «peligros de la barbarie» que habían hecho tanto daño en la an-
tigüedad. De este modo, el hombre nuevo de la república podía sentirse
antiguo y universal en su orgullosa ciudadanía moderna.86
Una vez superada la coyuntura de la guerra de independencia y del
patriotismo antiespañol, comenzó un proceso de desetnización de los
símbolos patrios, en la Nueva Granada se desterró el símbolo de la «li-
bertad» india,87 mientras que en el Perú se eliminó la emblemática del
sol en el escudo peruano.

El sol evocaba el mundo indígena, ese grupo mayoritario pero ausente de la


formación del Estado criollo fundado con la Independencia. Evocaba el pasado
precolombino, pero también la conquista; sugería así el trazo de dos líneas
genealógicas paralelas y enfrentadas, la de los incas, convertidos en indios con-
temporáneos, y la de los conquistadores, devenidos en criollos. Traía el pasado
hasta el presente y al hacerlo señalaba las contradicciones al centro de los
emergentes discursos criollos de nación.88

Después de la muerte del Libertador el calendario cívico vinculado


a él abrió paso a otras fechas fundadoras como las proclamaciones de las

0044-5517
juntas de gobierno de los años 1809-1810, y las declaraciones de inde-
pendencia absoluta con respecto a la monarquía.
issn

De esta manera, ya en 1834 Venezuela había señalado como sus «grandes días
nacionales» los 19 de abril y 5 de julio. En Ecuador, como en la Nueva Grana-
da, la autoridad del calendario religioso y la competencia de las celebraciones
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

provinciales frenaron este proceso durante mucho tiempo. En Ecuador, no

84
Ibidem, p. 236.
85
Mark Thurner, «Una historia peruana para el pueblo peruano. De la genealogía funda-
cional de Sebastián Lorente», www.sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtualdata/, consultado el
22/10/2009, p. 19.
86
Ibidem, p. 20.
87
Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de
formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada, 1750-1856, Bogotá, Banco
de la República, 1994.
88
Natalia Majluf, «Los fabricantes de emblemas…», op. cit., p. 236.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 123

apareció la fiesta del 10 de agosto antes de 1837. En la Nueva Granada, hizo


falta esperar hasta 1842 para que, terminada la «guerra de los Supremos», se
les ocurriera a los vencedores dar una dimensión nacional a la «fiesta provin-
cial» del 20 de julio.89

Estas estrategias simbólicas, semánticas y retóricas pueden en-


tenderse en la medida en que cada nacionalismo contiene elementos
cívicos y étnicos en varios grados y en diferentes formas que pueden
ser usados como iconos fundacionales. Los criollos confiaron en una
pedagogía cívica que además de los nuevos rituales descansara en un
sistema educativo escolar para difundir los valores de la democracia.
Como sabemos es en la escuela donde se pone a disposición los conoci-
mientos construidos sobre la nación, ahí se aprende y se familiariza con
la historia, con los símbolos, con los héroes, con los mapas, con el himno
nacional y con la liturgia patriótica.90 Pero al limitarse al ámbito urbano
y a las élites se profundizó las distancias con los sectores populares y el
mundo rural. Así, la élite criolla otorgó a la ciudad un papel central en la
construcción de la nación convirtiéndola en el locus de la modernidad,
especialmente la capital se convirtió en el paradigma de la identidad na-
cional. Desde ahí se dictó y, a veces, se negoció lo que se consideraba im-
portante para la nación, determinando lo que se consideraba incluyente
y excluyente, foráneo y originario, aliado y enemigo.91 Mientras que en
el campo el Estado se hizo presente no con escuelas sino con el servicio
militar obligatorio. La población indígena constituyó el grueso de los
ejércitos nacionales, coincidiendo con un proceso de «ruralización del
poder» que caracterizó la vida política del siglo XIX hispanoamericana.
Como se refiere Cecilia Méndez:
0044-5517

La participación de los campesinos en las luchas caudillistas les permitió ejer-


cer, en la práctica, una forma de ciudadanía, en el sentido más limitado del
término; es decir, su inclusión, aun si momentánea, en la negociación de de-
issn

rechos y obligaciones para con el Estado. Digo esto, pues en el terreno de la


política formal, los requisitos de ciudadanía y prácticas electorales resultaban
en extremo restrictivos como para que los campesinos quechua hablantes pu-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

dieran intervenir en las decisiones públicas mediante esta vía. Para ser ciu-
dadano era menester ser hombre, propietario, no ser sirviente doméstico ni
esclavo, y ganar determinada cantidad de dinero, entre otros requisitos. La
participación militar daba, en cambio, a las poblaciones rurales escasamente
89
Georges Lomné, «La comunidad simbólica del manto de Iris o la huella de un sueño»,
Análisis Político, 47 (septiembre-noviembre 2002), p. 25.
90
Rocío Trinidad, «Educación: ¿arma o instrumento para la construcción de la nación y
los nacionalismos?», Quehacer, 160 (mayo-junio 2006), pp. 87-97.
91
Victoria Orella Díaz-Salazar, «Más allá de la ciudad letrada. El intelectual, la ciudad y la
nación en la Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo», Cauce, 31 (2008), p. 278.
124 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

educadas y mayoritariamente monolingües quechua hablantes, una oportu-


nidad inmediata de servir al Estado, proporcionándoles argumentos que ellos
sabrían capitalizar, como en efecto lo hicieron, al momento de formular ulte-
riores reclamos al Estado.92

Si el mundo rural se convirtió en un escenario decisivo de la vida


política fue en la capital donde se escribió las leyes y las constituciones.
La formación del ciudadano se pensó como un proyecto ligado a las le-
tras y a la capacidad ordenadora de la lengua, convirtiendo a la pobla-
ción alfabeta y citadina, en sujetos de la ley y de la nación.93 Así el afian-
zamiento de la identidad del centro implicó la reificación de los otros y
fue forjador de alteridades. En esta línea de reflexión Antonio Cornejo
Polar señala que: «En algunas ocasiones el sesgo autoritario del pensa-
miento ilustrado no será más que el resultado de la reiterada y trágica
constatación de que el sujeto natural de la soberanía, el pueblo, no esta-
ba preparado para ejercerla libremente, al menos desde la perspectiva y
los intereses de alguno de los sectores dominantes».94 Fue en el espacio
urbano donde se hizo evidente la importancia de la pedagogía cívica que
incluye la escuela, los desfiles escolares y la educación premilitar que no
sólo tienen el propósito de construir y reconstruir permanentemente el
artificio de la nación mediante la liturgia cívica y la formación de nuevos
ciudadanos leales y disciplinados.95
Todas estas representaciones y dispositivos hacen visible al Estado
nacional como artefacto cultural constituyéndose así su «inconsciente
político»,96 es decir, que el consciente y el inconsciente se estructura
a través de diversos discursos y relatos. Los sujetos producen sentido
en la medida en que esos relatos condicionan e impregnan las predis-
posiciones emocionales, los impulsos y las fantasías inconscientes. De

0044-5517
ese modo, los relatos y la escritura de la nación al estar socialmente
condicionados y moldeados por los imperativos de la cultura se presen-
tan como una suprarrepresentación97 a la que no se puede reemplazar issn

92
Cecilia Méndez, «Tradiciones liberales en los Andes: militares y campesinos en la forma-
ción del estado peruano», E.I.A.L, 15 (enero-junio 2004), p. 24.
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

93
Victoria Orella Díaz-Salazar, «Más allá de la ciudad letrada», op. cit., p. 277.
94
Antonio Cornejo Polar, «Inmediatez y perennidad: La doble audiencia de la literatura de
la fundación de la república», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 20 (1984),
p. 49.
95
Rocío Trinidad, «Educación: ¿arma o instrumento para la construcción de la nación y
los nacionalismos?», op. cit., p. 89.
96
Para Fredric Jameson la historia «nos es inaccesible salvo en forma textual, y que nuestro
abordamiento de ella y de lo Real mismo pasa necesariamente por su previa textualización,
su narrativización en el inconsciente político» (p. 30), Documento de cultura, documento
de barbarie. La narrativa como acto socialmente simbólico, Madrid, Visor, 1989.
97
Con este término Jean-Luc Nancy no sólo se refiere al carácter colosal, saturado y des-
mesurado del aparato de representación o de espectacularización, sino también a una
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 125

fácilmente salvo construyendo una nueva hegemonía. Cuando la ideolo-


gía hegemónica se ha filtrado y se ha apropiado de los habitus significa
que el inconsciente y la re-narración de la nación posibilitan construirla
imaginariamente y textualmente. En el paso de la ideología a la cultura
la nación supera su condición ontológica para devenir en una economía
simbólica. De ese modo desaparecen las fronteras entre lo real y lo ima-
ginario, lo consciente y lo inconsciente, el mito y la historia, la mismi-
dad y la otredad configurando así las visiones del mundo, las identidades
y las representaciones colectivas.

Folklorización y performance étnica: ¿regionalismo o nacionalismo?


Como lo han señalado varios historiadores la apertura a la participa-
ción de la política (formal) de los sectores populares iniciada con la in-
dependencia se fue cerrando a medida que avanzaba el siglo XIX, los cri-
terios de ciudadanía se volvieron cada vez más restrictivos, a la inversa
de lo que sucedía en Europa. Un hecho típico de las elites criollas hispa-
noamericanas es que a cien años de la independencia ya no asumieron
como los continuadores de los pueblos y civilizaciones precolombinas
sino como herederos de España. En este contexto abrazaron el discurso
del mestizaje con el que intentaban construir un mito de la armonía ra-
cial, pero como sostiene Florencia Mallon el Estado peruano nunca logró
centralizar su poder a través de un mestizaje unificador, sino más bien
relegó al indígena a la periferia del país, «el mestizaje no unifica sino
separa».98 Este discurso, como lo han señalado Rebeca Earle,99 Marixa
Lasso100 y Hugo Benavides,101 en realidad estaría expresando las serias
limitaciones para cumplir el sueño de la igualdad republicana y de incor-
porar al indígena al mundo moderno.
Se puede observar que a inicios del siglo XX se retornó a figuras
0044-5517

emblemáticas como la del Libertador, en un esfuerzo por reforzar una


pedagogía de las masas; simultáneamente aparece tímidamente el com-
ponente étnico en el marco del paradigma racista, racialista y cultura-
issn

lista del indigenismo. Lomné observa una discordancia en estas repre-


sentaciones: «la búsqueda de las profundidades había exhumado a la
par el legado indígena y el orgullo de la estirpe hispánica patente desde
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

representación cuyo objeto, intención o idea cumple íntegramente en la presencia ma-


nifiesta. La representación prohibida. Seguido de La Shoah, un soplo, Buenos Aires,
Amorrortu, 2006, pp. 45 y ss.
98
Florencia Mallon, «Entre la utopía y la marginalidad: comunidades indígenas y cultura
política en México y los Andes, 1780-1990», Historia Mexicana, 42 (octubre-diciembre
1992), p. 475.
99
Rebecca Earle, The return of the native, op. cit.
100
Marixa Lasso, Myths of harmony. Race and republicanism during the age of revolution,
Colombia 1795-1831, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2007.
101
Hugo Benavides, Making Ecuadorian histories: Four centuries of defining power, Aus-
tin, University of Texas Press, 2004.
126 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

entonces en la afición por la “fiesta de la Raza” del 12 de octubre. Bien


parece encarnar esta paradoja la figura del “indio Sancho” que adornó
el pabellón colombiano durante la feria iberoamericana de Sevilla, en
1929».102
En la primera mitad del siglo XX se aprecia un esfuerzo por de-
terminar otra vez las bases culturales de la nación; en este panora-
ma el indigenismo juega un papel importante en el debate político
e intelectual. Si bien en México el indigenismo dominó casi todo el
pensamiento nacionalista, por el contrario en el Perú fue un fenóme-
no originalmente regional aunque luego se convirtió en un influyente
discurso de dimensión nacional,103 y el hispanismo seguía teniendo
prestigio y fuerza capaz de competir con el indigenismo en la produc-
ción de imágenes y discursos sobre la historia del Perú. En el Cusco
los intelectuales mestizos cusqueños asumieron el indigenismo como
un discurso alternativo al hispanismo y como una forma de reivindi-
car las costumbres autóctonas locales. Estos intelectuales vieron en la
tradición incaica del Inti Raymi y entre otras tradiciones (orales, mu-
sicales, artesanales, etc.) las bases de su identidad regional que hiciera
frente al centralismo limeño.
El Cusco rural, de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, era
un escenario de contrastes y contradicciones, por un lado, estaba domi-
nado por el latifundio, el gamonalismo, y el capital comercial, y por el
otro, por el desarrollo del capitalismo. En los años 20 se inicia un ciclo
de rebeliones indígenas que demandaban una urgente modernización en
el campo. En este contexto resurgieron viejos temores coloniales como
la «guerra de castas» y el miedo a las rebeliones indias104 que se las vin-
culó con la idea del «regreso del Inca». Según la Liga de Hacendados del
Sur: «Lo que ahora pretenden –los indios–, es saquear las haciendas,

0044-5517
quemar las poblaciones, exterminar a los mistis [«blancos» y «mesti-
zos»], repartirse la propiedad territorial y los capitales semovientes de
las ganaderías, destruirlo todo y restaurar el Imperio del Tahuantinsuyo issn

y el culto del Sol».105 El «regreso del Inca» es un aspecto no del todo


esclarecido, algunos historiadores creen que se trata de una costumbre
campesina, para otros fue un invento de las élites intelectuales indige-
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

nistas para legitimar las reivindicaciones campesinas, mientras que para


los hacendados fue un recurso que les sirvió para argumentar que los
indígenas realmente querían un cambio radical avalando así su repre-
sión, y finalmente los que defienden la tesis de que se trata de memorias
102
Georges Lomné, «La comunidad simbólica», op. cit., p. 31.
103
Henri Favre, El movimiento indigenista en América Latina, Lima, Instituto Francés de
Estudios Andinos, 2007.
104
Marisol de la Cadena, Indígenas mestizos. Raza y cultura en el Cusco, Lima, Instituto
de Estudios Peruanos, 2004, p. 323.
105
Alberto Flores Galindo, Los rostros de la plebe, Barcelona, Crítica, 2001, p. 123.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 127

e imaginarios colectivos que rodearon a las rebeliones indígenas. Para


Flores Galindo: «El mito vivía en los Andes. Las luchas campesinas te-
nían un sustento en el recuerdo pero también en la misma vida material
de las comunidades, que en pleno siglo XX mantenían esas relaciones
colectivistas que fueron el entramado mismo de la sociedad incaica».106
En estos mismos años surgieron nuevos discursos políticos como
el socialismo, el aprismo107 y el indigenismo de tendencia marxista108
que ofrecían alternativas para modernizar a la sociedad peruana. Con
unas demandas sociales cada vez más radicales y con la emergencia de
nuevos discursos y partidos políticos, a las élites cusqueñas no les quedó
más que empezar a modernizar su región. Pero esta modernización no
pasó por una industrialización ni por una democratización de la socie-
dad, sino por la modernización de las costumbres. Como parte de este
proceso se apropiaron de la idea del «regreso del Inca» y lo transforma-
ron en una de las expresiones folklóricas más importantes del Cusco. El
siguiente paso fue crear un ritual público que con los años se convertiría
en el centro del calendario cívico y festivo del Cusco.
Efectivamente para las élites cusqueñas la escenificación del «re-
greso del Inca» tanto en el Corpus Christi como en el Inti Raymi fue el
recurso simbólico más importante para reafirmar su identidad, legitimar
su poder y para extender su orgullo a las masas. Aquí se manifiesta el
esfuerzo de transformar las expresiones culturales campesinas en ar-
tefactos simbólicos refinados y estilizarlas para que éstas puedan ser
expuestas a unas «audiencias civilizadas».109 Por iniciativa de los inte-
lectuales indigenistas el 24 de junio de 1944 se celebró el primer Día del
Cusco, fecha que coincidía tanto con la celebración prehispánica del Inti
Raymi, el ritual incaico correspondiente al solsticio de invierno, y con
una fecha cercana a la festividad del Corpus Christi. Desde un primer
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momento se consideró que estas festividades eran una celebración de la


identidad regional y una oportunidad para estimular el turismo.110 Así,
issn

106
Ibidem, p. 131.
107
El aprismo se refiere al APRA (Alianza popular Revolucionaria Americana), partido po-
lítico fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre en 1924. Véase, Heraclio Bonilla y Paul
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

Drake (eds.), El Apra de la ideología a la praxis, Lima, Centro Latinoamericano de


Historia Económica y Social, 1989.
108
Esta perspectiva fue desarrollada por el pensador socialista peruano José Carlos Ma-
riátegui, su obra más importante fue: Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana, Lima, Amauta, 1928. Para una aproximación a este pensador véase, Alfonso
Ibáñez, Mariátegui: revolución y utopía, Lima, Tarea, 1978; Francis Guibal, Vigencia de
Mariátegui, Lima, Amauta, 1995; Michel Löwy, «El marxismo romántico de Mariátegui»,
Márgenes, 2 (1985), pp. 13-22; y Marc Becker, Mariátegui and Latin Amerian Marxist
Theory, Ohio, Monographs in International Studies, Latin American Series No. 20, Ohio
University, 1993.
109
Marisol de la Cadena, Indígenas mestizos, op. cit., p. 172.
110
Ibidem, p. 174.
128 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

«La celebración de su ciudad significó la virtual rearticulación del «Cus-


co» como un símbolo evocativo del pasado, la fuente de la historia y el
origen de la nacionalidad imperecedera».111
Este giro populista de la intelligentzia indigenista de convertir el pa-
sado incaico en la fuente del orgullo regional y luego de la nacionalidad
peruana se debe entender como un intento por establecer una nueva re-
lación entre las élites, las clases populares y el Estado. Lo que realmente
importaba no era el indio vivo sino la cultura folklorizada, las riquezas
arqueológicas y los monumentos urbanos considerados germen de orgu-
llo nacional112. La visión ambigua sobre el indio se hizo evidente en el
comité para la celebración del Día del Cusco, por un lado, se lamentaban
de la situación de los indios «el dolor de nuestra subyugada y triste raza
que solo tiene en sus manos la lastimera quena para lamentar su desti-
no», pero por otro, se referían a los gloriosos días del Tahuantinsuyo que
tenía que ser el referente más importante para imaginar un futuro lleno
de realizaciones: «Darnos cuenta de que fuimos grandes en el pasado
nos hará entender que podemos serlo en el futuro»113.
La representación principal del Inti Raymi se hizo en la fortaleza
incaica de Sacsaywaman, a unos tres kilómetros de la ciudad, el progra-
ma se inspiró en la descripción hecha por Garcilaso de la Vega. El ritual
incluía escenas del drama colonial Ollantay114 (escrito originalmente en
quechua), luego se hacen ofrendas al Inca hechas por actores que re-
111
Ibidem, p. 176.
112
Ibidem, pp. 175-176.
113
El Sol, 9 de marzo de 1944, p. 4, citado en ibidem, p. 175.
114
«El general de los ejércitos incas, Ollantay, se ha enamorado de Cusi Coyllur (Lucero
Alegre o Estrella), hija del Inca Pachacutec (El restaurador del mundo). Nadie, salvo
otro Inca, puede casarse con ella, pero el general se expone y, pese a los augurios en

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contra, decide pedir la mano de Estrella. La madre de la princesa oculta sus amores a es-
condidas, su boda secreta. El sumo sacerdote Willka Uma descubre a Ollanta los peligros
de la ira del Inca. Esta es la introducción. A partir de aquí los amantes, ya separados, son
obligados a refugiarse. Estrella es encerrada en la casa de mujeres, el Acllahuasi, y Ollan-
ta huye a la ciudad que lleva su nombre, Ollantaytambo, y allí se atrinchera. El Inca
issn

cuenta con sus ayudantes, generales como Rumi Ñawi (Ojo de Piedra); Ollanta con los
suyos, como Urqu Waranqa (Mil Hombres). La primera batalla trae como consecuencia
la derrota de Rumi Ñawi. Tiempo después el Inca Pachacutec muere sin haber conse-
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guido sus propósitos: derrotar a Ollanta; le sucede Tupac Yupanqui (El estimado por la
realeza) el cual, mediante una trampa, consigue apresar a Ollanta. También la princesa
tiene a su favor a una de las vírgenes del Sol, la Cortesana del Acllahuasi Pitu Salla, pero
como fiera oponente a la dura Mama Qaqa (Madre Roca). Eso hace posible que, tras
diez años de férrea prisión, aún conserve alguna esperanza de salir de ella. El desenlace
llega cuando Ima Sumaq (Bella Niña), de diez años, conoce a su madre y, desde su niñez
valiente, osa caer de hinojos ante la presencia del nuevo Inca, que tiene preso a Ollanta
y sus generales. Ollanta es perdonado por el concurso del Sumo Sacerdote que siempre
hace de pacificador. El Inca se interesa más tarde por la mujer encadenada, recono-
ciendo en ella a su hermana (lo que es una bonita «anagnorisis») y oye de sus labios su
penosa historia. Entonces el Inca perdona a todos, reconcilia ante los ojos del espectador
a los esposos y les desea larga vida juntos». www.wikipedia, consultado 01/11/2009.
Entre la utopía andina y la utopía republicana | Mauro Vega Bendezú 129

presentaban a los habitantes del imperio, el sacrificio de una llama y su


ofrenda al Sol, y la predicción del futuro mediante la lectura de las vísce-
ras del animal. El ritual termina con un desfile de los mejores conjuntos
folclóricos y con un desfile militar que tuvo un especial significado en el
primer Inti Raymi ya que coincidía con la reciente victoria militar frente
al Ecuador (1941). Con este ritual se intentaba recordar la importancia
del Cusco como centro del mundo prehispánico andino, de ahí que uno
de los actos más importantes es la representación del peregrinaje que los
diferentes grupos étnicos provenientes de todas las regiones del imperio
llegaban al Cusco para rendir culto al dios incaico. La presencia del pre-
sidente Manuel Prado en el primer Inti Raymi (1944) ocupó momentá-
neamente el centro de la celebración del ritual, que es la evocación del
Inti Raymi, coronándolo como un «inca contemporáneo». El actor que
representaba al Inca le dirigió un discurso improvisado «de gobernante
a gobernante», reconociendo sus logros en la salvaguardia del territorio
inca, en clara alusión al reciente conflicto de límites con el Ecuador.
Como sostiene Marisol de la Cadena, en la celebración de 1944 las figu-
ras del Inca y del pueblo fueron centrales para el ritual. Si el personaje
del Inca representaba los aspectos sagrados y aristocráticos del imperio,
el pueblo mostraba una obediencia reverente y servil.115 Los ideólogos
del indigenismo querían recuperar la capacidad del Cusco para unificar
el territorio nacional y que junto a la cualidad aristocrática y la organi-
zación jerárquica del festival se imaginaron su comunidad en términos
dinásticos y jerárquicos.116
Esta performance indigenista cumple la misma función que las re-
presentaciones del Inca en el teatro político colonial, como sabemos los
españoles alentaron el uso de la iconografía incaica en las celebraciones
públicas con el propósito de legitimar las relaciones de poder entre la
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Corona y la nación india. Si bien el Inti Raymi tiene raíces prehispáni-


cas, la versión del siglo XX es sobre todo una creación de la élite mestiza
pensada como un recurso simbólico para calmar las tensiones sociales y
issn

reducir la brecha entre la política nacional y la política regional.


Sabemos que la construcción de la nación no es un proceso acaba-
do, por esta razón surge la necesidad de legitimar sistemáticamente el
Jerónimo Zurita, 86. 2011: 99-130

poder y el orden social, desde esta perspectiva la economía simbólica de


la nación se orienta a disimular y reducir las tensiones sociales (de clase,
étnicas y regionales) apelando a un supuesto consenso simbólico. Por
parte de los sectores populares han creado también sus propios símbolos
que dadas ciertas condiciones pueden competir con las hegemónicas. En
tiempos recientes la Wiphala, bandera andina, diseñada sobre la base
del arco iris inca, ha llegado a ser asumida como signo de reivindicación
115
Marisol de la Cadena, Indígenas mestizos, op. cit., p. 183.
116
Ibidem, p. 185.
130 DOSSIER: Pensar la Historia, celebrar el pasado

étnica en Bolivia, Colombia, Ecuador, Chile y Perú. ¿Esta bandera re-


vela la relatividad del consenso simbólico e iconográfico? ¿Realmente
existe una necesidad de un emblema de reafirmación étnica más que
nacional? Como lo están demostrando varios investigadores los movi-
mientos indígenas actuales de la región andina apelan simultáneamente
a un conjunto de referentes simbólicos de los más diversos orígenes y
significados, aparentemente la búsqueda de un sentido de identificación
étnica no es incompatible con la pertenencia nacional e incluso transna-
cional. Creemos que la emergencia de lo étnico en el marco del Estado
nacional está reflejando un cambio en las relaciones de poder y el fin
del monopolio de la representación que las élites «blancas» y mestizas
habían controlado desde el nacimiento de las repúblicas, mientras que a
otro nivel se advierte que la frontera entre quienes se identifican como
indígenas y quienes no lo hacen es cada vez menos clara, en todo caso,
las perspectivas actuales apuntan a la construcción de una nueva hege-
monía en la región andina.117

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117
Véase, Ramón Pajuelo, Reinventando comunidades imaginarias. Movimientos indíge-
nas, nación y procesos sociopolíticos en los países andinos, Lima, Instituto de Estudios
Peruanos/Instituto Francés de Estudios Andinos, 2007; Valérie Robin Azevedo y Carmen
Salazar-Soler (eds.), El regreso de lo indígena. Retos, problemas y perspectivas, Lima,
Instituto Francés de Estudios Andinos, 2009; Carmen Martínez (ed.), Repensando los
movimientos indígenas, Quito, FLACSO, 2009; y Marisol de la Cadena y Orin Starn,
«Indigeneidad: problemática, experiencia y agenda en el nuevo milenio», Tabula Rasa,
10 (enero-junio 2009), pp. 191-222.

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