El Derecho de Asilo - Carpentier, Alejo, 1904 - 1972 - (Barcelona - Lumen)

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DIBUJOS DE MARCEL BERGES

THOMAS J. BATA LI BRARY


TRENT UNIVERSITY
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Kahle/Austin Foundation

https://archive.0rg/details/elderechodeasiloOOOOcarp
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4.
EDITORIAL LUMEN
DIBUJOS DE MARCa BERGES
Diseno: Angel Jov6

© Alejo Carpentler, 1972


© de los dibujos: Marcel Barges, 1972
Impresidn: Leopoldo Martinez - E. Granados, 149- Barcelon
a
Oepdsito Legal: B. 47382-1972 Prmted In Spain
EDITORIAL LUMEN - Avda. Hospital Militar: 52 -
Barcelona-6
El asilo de perseguidos politicos en
Legaciones, sera respetado en la medida
en que, como un derecho o por huma-
nitaria tolerancia, lo admitieren las con-
venciones o las leyes del pals de re-
fugio...

Art'iculo 2.° del Convenio redactado por


la Conferencia Panamericana reunida
en La Hahana, el ailo 1928.

AZ / 2 '' 7-
1

DOMINGO
9

Como era domingo, el Secretario de


la Presidencia y Consejo de Ministros
llego, a eso de las diez, al Palacio de
Miramontes, despues de permanecer lar¬
go tiempo en la contemplacion de un
Meccano exhibido en tienda proxima.
Hoy — y mas en verano — las gentes es-
taban metidas en misas y playas. En
dfas de semana apenas si el Secretario
podia trabajar a derechas en asuntos
que merecieran una redaccion ponde-
rada y confidencial, a causa del incan-
sable desfile de embajadores, entorcha-
dos y condecoraciones, altos funciona-
rios, personalidades extranjeras, tonsu-
rados grandes y pequenos, gobernado-
res de provincias remotas, solicitantes
y pedigiienos, que, con audiencia o sin
ella — sin ella, sobre todo, cuando se tra-
taba de militares — , deseaban ser reci-
bidos nor el Senor Presidente, o, en el
peor de los casos, por el Vice cuya eje-
rutividad estaba mas que desacredita-
da : «Hablare de su asunto con el Senor
Presidente », decia, engolando la voz. Y
lueeo, al ver al Primer Magistrado de
la Nacion : «General... Nos ban conse-
guido unas italianas de primera». (Jun-
10

taba los dedos de la mano derecha que


dejaba vagar en el espacio despues de
dispararse un beso a las yemas.) «Beati
Possidentes.» «Ya me estaba cansando
del ganadito criollo, ese, que me conse-
guias donde la Lola», habia declarado,
algunas semanas antes, el Primer Magis-
trado. «Hemos llegado a un punto en
que necesitamos mujeres europeas, ele¬
gantes, refinadas y con conversaci6n»...
El Secretario se asomo al patio-jardm
de aquella casona de un estilo aproxi-
madamente Segundo Imperio, de una
sola planta, nunca habitada por los lil-
timos presidentes constitucionales o de
asonada, a causa de su incomodidad,
la monumentalidad de sus retretes y
su situacidn poco estrategica en caso
de cuartelazo, puesto que estaba en el
area de tiro de una bateria proxima.
Detras de los bojes tallados, el Sargen-
to Raton procedia a alimentar a la tor-
tuga Cleopatra con las lechugas que iba
sacando de un saco de esparto mojado.
«,':Ha visto la prensa?», dijo el militar
blandiendo un periodico ; «Hitler dijo
a sus soldados : Tu no tienes corazon
ni nervios ; en la guerra no se necesi-
tan. Destruye en ti la misericordia
y
compasion. Mata a todo ruso-sovietico ;
no te detengas si ante ti se encuentran
un viejo o una mujer, una nina o un
nino; mdtalos y con ello te salvards de
la muerte, asegurards el fiituro de tu
familia y te cubrirds de gloria para
siempre. j Plomo con ellos ! Lo que
yo
digo: las teorias de Clauseviche. jQue
grande era el prusiano ese !» El Secre-
11

tario se habia admirado siempre ante


el culto de Raton a Clausewitz, a quien
tenia por el inventor de una guerra to¬
tal de science-fiction — aparatos al rojo
vivo que entraban en las ciudades ase-
rrando las casas al nivel de las aceras ;
gruas que levantaban los edificios, y
los dejaban caer de gran altura sobre
los focos de resistencia; lanzallamas
con bocas de tiineles ; carros de asalto
con trescientos bomb res dentro — « gue¬
rra total® de cuyo inventor s6lo tenia
noticias por los decires de otro sargen-
to, quien tenia sus informaciones, a su
vez, de un cabo, ayudante de un tenien-
te que tenia ejemplares de De la guerra
y La Campana de Waterloo, y gustaba
de comentar algunos de sus conceptos
en voz alta. «Para que ese Clauviche
haya podido mas que Napolidn !» Y se-
guia el Sargento alimentando a Cleopa¬
tra. El Secretario pensaba, una vez mas,
en ese anhelo de guerra total nunca
vista alentado por un hombre tiemo
y simple, capaz de llorar ante un acha-
que de su tortuga, que gastaba todo su
sueldo en comprar soldaditos de plo-
mo a los chicos del barrio, comulgaba
con cierta regularidad y, en cuanto a
literatura, poseia la gracia de Lihro
Unico. insustituible, irreemplazable, que
colmaba aun, al cabo de un centenar
de lecturas. sus apetencias de belleza,
de aventura, de amor, halagando sus
ocultas voluntades de poder, y trayendo
acaso, a su condicion de graduado me-
nor, tenido a poco, aquello oue s61o se
encuentra en los escritos de Boecio,
12

Epicteto y Marco Aurelio : El Conde


de Montecristo. Pero a la vez, sonaba
con guerras terribles, exterminadoras,
exhaustivas, con sus consiguientes ge-
nocidios. Sentia que una diferencia sur-
gida entre la nacion de aqm y la nacion
vecina a causa de limites mal determi-
nados por una frontera tan teorica co-
mo selvatica, buena unicamente para
pintarse en los mapas de geografias es-
colares, no se dirimieran, de una vez,
por las armas. «Y usandose las peores»,
anadia, sonando con un arsenal que
contuviera todos aquellos artefactos
tremendos que actuaban en las aventu-
ras interplanetarias de los comics do-
minicales, traducidos al espanol por la
prensa local.
El Secretario entro en su despacho
decorado al estilo pompeyano, donde
lo esperaban varios legajos de facil re¬
vision, al pie del tintero amparado por
un aguila napoleonica. Terminado el
trabajo y esperando que el Sargento
Raton le sirviera el almuerzo, se dio a
andar por el Palacio, cuya vastedad,
vacia de gentes, ujieres y guardias, le
daba una deleitosa sensacion de sole-
dad. Cruzo el Gran Salon, al estilo
Luis XV, con sus Gobelinos de barati-
llo y su piano bianco, de ribetes dora¬
dos ; las yermas habitaciones presiden-
ciales, con sus muebles falso-Escorial ;
la biblioteca, con sus Mommsen, sus
Dumy. sus Michelet, sus Cesar Cantu,
sus Guizot, jamas compulsados ; las es-
tancias teoricamente reservadas a la
Senora Presidenta, todo en ocurrencia
13

modern-style, nayades policromas sos-


teniendo espejos, dibujos a lo Mucha,
con vagos remedos de Aubrey Beardsley
en los Pierrots llorosos que, con sus lu-
nerias y mandolinatas, adornaban un
biombo detras del cual se ocultaban
un lavabo y un bidet — este ultimo, mo-
tivo de escandalo en la ciudad, cuando
habia sido traido de Francia, con dema-
siado rnisterio para no haber promovi-
do suspicacias, cuarenta anos antes. El
Salon de Audiencias y Presentacion de
Cartas Credenciales tiraba a lo medie¬
val, con sus mensulas de nogal, sus pa-
noplias y la tapiceria que servia de do-
sel al asiento presidencial que mostra-
ba a San Luis impartiendo justicia a la
sombra de una encina... Servido el al-
muerzo, entro el Secretario en el come-
dor, entre cuyas pinturas de centauros
y bacantes, ejecutadas, a comienzos del
siglo, por un alumno prominente de la
Escuela de Bellas Artes de Paris, repre-
sentabase el estilo Veuve-Clicquot en un
alto oleo que mostraba una botella de
champaha — con la marca bien visi¬
ble — que al descorcharse arrojaba al
espacio una espuma de angelitos y que-
rubines. El Secretario se sento en la
cabecera de la gran mesa, en el propio
lugar del Presidente. La verdad era que,
los domingos, se sentia un poco presi¬
dente en el Palacio de Miramontes.
Cierta vez habia llegado a terciarse una
banda presidencial para sentir la emo-
cion del poder. «^'Ya sabe usted lo que
dicen en la calle? Que el General Ma-
billan se ha alzado con sus tropas. Hay
14

una tremenda agitacion en la ciudad,


Aqui lo que hace falta es una guerra
total. Que no quede nadie del lado de
alia de la frontera que quieren mover-
nos »... Pero el Senor Secretario no res-
pondia. Habia sacado de su bolsillo un
pequeno libro de reproducciones de
cuadros de Paul Klee. El Secretario
amaba, por encima de toda plastica,
la obra de Paul Klee.
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II

LUNES
19

Levantarse temprano. Jamas me he


acostumbrado a ello. Y luego, la repe-
ticion de los mismos gestos. Hoy, como
s
ayer, como hace veinte anos. Te halla
envejecido en el espejo. Y la navaj a de
afeitar. El mismo gesto. La misma mue-
ca. Los nidos rebeldes, siempre rebel-
de
des. Los dientes, ahora. Esa barrera
— y
gestos exigidos por la comunidad
Secre tario de la Presi den-
mas si se es
entre
cia y del Consejo de Ministros—ha sido
el lecho y la calle. Entre lo que
vestido.
el yacer y va a ser el andar
existen-
Desde que el hombre nace sur, de un
cia se acomp afia de un repta
fundas
deslizarse, de un transito en las
de innumerables tejidos, panos, telas,
siempre
que han de quedar unidos por
encia . Del pa-
en la historia de su exist
que lleva
nal primero al traje solemne de
un viaje de topo
en su entierro, es
en levita ,
camisa en camisa, de levita
por
hasta penetrar — esta vez yestido
el recue r-
otro — en la funeraria. Queda
de penu-
do del flux verde de los dias
a ser amari llo ; queda el
ria que llego
. que
recuerdo del azul cruzado, mgles
exitos ;
fue companero de los primeros
20

y aquel, de esport, que llevaba, cuando


me declare a Sonia ; y aquel gris que me
quite ante ella, mientras, ya desnuda,
mordia un durazno. Y aquellos otros,
acompanados de fechas, como los vi¬
nos de buenos anos. Desde que abre
los ojos hasta que los cierra — y aun
despues de cerrarlos — no hace el hom-
bre mas que desempenar el papel de
paraguas que tuviese varias fundas :
fundas a las que, por lo demas, se atri-
buyen virtudes definidoras de condi-
cion, inteligencia y estado social. Ahora,
andar. Andar hacia el Palacio de Mira-
montes, con los 18 botones del atuendo
perfectamente abotonados (los 2 de los
bolsillos interiores, los 6 de la pretina,
los 3 de la americana, los 7 del chale-
co). Hoy a las nueve hay Consejo de
Ministros para considerar las exigencias
del Pais Fronterizo en punto a fronte-
ras. Llego ya al Palacio de Miramontes
y me asombra un hecho sin importan-
cia para el comiin de los transeuntes.
El Sargento Raton ocupa la garita de
la posta, armado, con dos cartucheras
terciadas. Se nota alguna nerviosidad
en el cuerpo de guardia, cuyo vestibulo,
que es tambien vestibulo de entrada, se
ve desde la calle. En eso llega el Minis-
tro de Finanzas en su Jaguar: le abren
la portezuela con la cortesia de siem-
pre, pero cuando penetra en el vestibu¬
lo es agarrado brutalmente por los
hombros y puesto bajo custodia mili-
tar. Con el Ministro de Obras Publicas,
llegado en un Cadillac, ocurre lo mis-
mo. Y lo mismo con el Ministro de Hi-
22

giene, el Ministro del Interior, el Minis-


tro de Comunicaciones... Raton te ha
visto. Viene hacia ti. «£No entra, doc¬
tor? Hoy tenemos Consejo», y te pone
una mano demasiado pesada en el hom-
bro. «Ya vengo», dices. «Quiero com-
prar cigarrillos en la esquina.» «Yo se
los busco.» «Sargento», dices con una
voz tan autoritaria que confunde a Ra¬
ton : «En ningun caso puede un soldado
abandonar la posta que le ha sido con-
fiada. Relea a Clausewitz. Que, por lo
demas, parece que no lo ha leido muy
bien.» Raton queda atonito, pero el Se-
cretario siente que sus ojos le siguen
atentamente cuando se dirige hacia el
estanquillo abierto en el angulo de un
bar. El Sargento, por lo demas, se com-
place en hacerle oir un ruido admonito-
rio : el de un Mauser palanqueado con
mano ligera. «E1 bar no tiene salida a
la otra calle», te dices. «Deme una ca-
jetilla de Chesterfield. » Raton no te
quita los ojos de encima. Ganar tiem-
po, justificando la demora con gestos
bien visibles para el Sargento. «Deme
un refresco de esos.» Esta helado. Pero
tii: «No esta frio. Deme un poco de
hielo, por favor. » Cintillos de periodi-
cos : LA AVIACION SE SUMA AL MO-
VIMIENTO DEL GENERAL MABI-
LLAN. «Y tambien la guamicion del
Palacio», dirfas tii. «Otro refresco. » En
eso hay tremendo alboroto en el cuer-
po de guardia. Ha llegado el Presidente
de la Repiiblica con el Primer Ministro.
Ante la magnitud de la presa, el Sar¬
gento Raton, emocionado, abandona su
23

garita y entra en el Palacio. Se oyen


varies disparos — infructuosa tentativa
de resistencia por parte del Presidente,
sabria yo despues. Aprovechaste ese
momento para salir del bar y andar
muy de prisa hasta las oficinas del Na¬
ya
tional City Bank of New York, que
esta replete de gente inecente de le que
esta ecurriende a cincuenta metres de
distancia. Temas la calle aledana y te
internas en el barrie de casas vie jas
se-
dende ne ceneces a nadie, Tu linica
lucion es la de busca r el asile en algun a
.
embajada de pais latineamericane
Piensas en la de Mexice, tan hermesa,
de flam-
cen su gran jardin adernade
bey anes. Piensas en la de Brasi l, que
as en la de
tiene buena piscina. Piens
bi-
Venezuela, que tiene una magmfica el
dan arepa s cen
blieteca y dende
lejes. Y tu,
desayune. Pere estan muy
ie de
que vives a cien metres del Palac un
Miramentes, sole saliste hoy con
o, ade-
peso o dos en el bolsillo. Pront ocup aran
mas, las tropas de Mabil lan
s la-
las inmediaciones de las embajada
«asilos».
tinoamericanas para evitar los
ma de la
De subito, al doblar la esqu
n del Pa¬
Iglesia de la Milagrosa Virgeos milagros,
ramo, autor a de muy sonad
modes to, de
te detienes ante un edificio
intermedio.
tres plantas. en cuyo pise
ta la ban-
colgada del baleen, se osten Latina en
dera de un pais de America
el escudo
cuya banda blanca se pinta
ansando
nacional: dos panteras desc
sobre los
—pere vigilantes siempre—
dorad o, en cuyo
catetos de un triangulo
24

Centro se ven dos manos de mujer, In¬


dia y blanca (alii donde las mujeres
blancas no dirigen la palabra a las in-
dias), que acaban de romper las cade-
nas de la opresion. Del otro lado de la
modesta embajada estaba la Ferreteria-
Quincalla de los Hnos. Gomez. Enfren-
te, la fachada lateral de la sucursal de
una gran tienda internacional nortea-
mericana cuyas sucursales se multipli-
can en todo el continente. No hay vaci-
lacion. Entras. Subes una pequeha es-
calera. Tocas a la puerta de la Embaja¬
da, donde esta advertido, por cartel, que
hasta las 11 a.m. no se recibe a nadie.
Te abre el Sefior Embajador en pijama.
«(^No ha visto el letrero?» Lo apartas
suavemente y te instalas en una butaca
en plena luz: «Me quedo», dices. «No
entiendo, Sefior Secretario, y perdone-
me que no lo haya conocido antes...
Pero con el resplandor de este cristal...»
«E1 General Mabillan ha alzado los
cuarteles. Todo el gobierno esta preso.
Pude escapar. Ahora me acojo al asilo
de esta embajada de acuerdo con los
nobles principios proclamados en La
Habana en la Conferencia Panamerica-
na del Ano 28. » El Sefior Embajador,
de pronto, se congestiona y estalla:
«Pero esto es imposible, sefior mfo. Im-
posible. Esta embajada de un pais
po-
bre es muy pequefia. Usted sabe, me-
jor que nadie, de la miseria de sueldo
que cobran los embajadores de ciertos
paises nuestros.» «Tengo quien me re-
mita unos 500 pesos mensuales», dices.
Suena detrds de ti una voz de mujer
i
25

«Tenemos una habitacion muy acep ta¬


ble, tratandose de un hombre solo. Bas-
taria con sacar unos velises.» Te vuel-
ves. La guapa embajadora, vestida de
gran kimono regalado por la esposa del
Consul del Japon, te trae una taza de
cafe. «Espero que no se aburrira de-
masiado con estos dos viejos.»
El toque de queda era para las 4 p.m.
hasta nueva orden. A las 8 p.m. el Ge¬
neral Mabillan se dirigiria a la Nacion.
Y a las 8 p.m. el General Mabillan se
dirigio en efecto a la Nacion, hablando
de los Heroes de la Independencia, de
la Libertad recobrada, de la Justicia So¬
cial venidera, de la Bandera, del Ejer-
cito depositario de las mas gloriosas
tradiciones, y otras cosas por el estilo.
Tambien asocio el glorioso movimiento
de aquel dia al ideario de los grandes
hombres de America, y a otras cosas
tambien por el estilo. Hizo saber que el
martes seria un dia normal — aunque
se mantendria el toque de queda a las
4 p.m. Finalmente, anuncio el inmedia-
to comienzo de grandes obras publicas :
la represa de Cambocara, el puente so-
bre el rio Cozal, mara villa de ingenie-
ria, el Ferrocarril del Oeste y la auto-
pista de Nueva Cordoba a Puerto Ca-
denas. «Listos son», dices: «Aun no ha
empezado a gobernar y ya estd robando.
Hay que ver el negocio de comisiones
sobre durmientes, rieles, clavos, balas-
to, postes telegraficos, etc., que signi-
ficara el Ferrocarril del Oeste... y esto,
sin haber entrado, siquiera, en el capi-
tulo del material rodante y la licitacion
26

de los puentes y estaciones. En cuanto


a la autopista, el juego es sencillo y no
deja huellas: 8 metros de anchura en
el proyecto aprobado ; 7,60 a la bora de
rodar sobre ella. Sobre cuatrocientos
kilometres, imagmese el beneficio»...
For la noche sonaron disparos en la
ciudad. «Macanas», dijo el Senor Em-
bajador: «En America Latina, los gol-
pistas siempre salen victoriosos.» «Lo
malo son los cadaveres, que nunca fue-
ron de gentes del Country Club o de los
barrios ricos», dices. «Los arsenales la-
tinoamericanos nunca tuvieron sino
clientela de pobres.»
Ill

OTRO LUNES (CUALQUIER LUNES)


FA
29

Me aburro. Me aburro. Me aburro. Y


estoy rodeado de cosas que traen ele-
mentos nuevos a mi aburrimiento. No
es ya el hecho de estar encerrado, de
no poderse dar un salto, siquiera hasta
el cine que esta a media cuadra (ya hay
dos guardianes apostados en la entrada
de la Embajada), de que mi habitat se
haya reducido a una habitacion angos-
ta con cama angosta, con una caja de
Sopas Campbell haciendo de velador,
entre un calendario de la General Elec¬
tric (vistas del Gran Canon del Colora¬
do, el Golden Gate, Montanas Rocosas,
la pesca de la trucha, etc...) y el calen¬
dario de una firma productora de dis¬
cos, al que quedan aiin las hojas corres-
pondientes a Wanda Landowska, Al
Jonson, Elizabeth Schwartzkopf, Louis
Armstrong, David Oistrakh y Art Ta¬
tum. Lo peor de todo es lo qqe me cir-
cunda. El abside del Santuario de la Mi-
lagrosa Virgen del Paramo cae en ab-
soluta verticalidad central sobre la ven-
tana del comedor del apartamento. Esa
bocina arquitectonica-natural, del mas
puro estilo gdtico 1910, me arroja a
todas horas del dia los latines de los
30

oficios. He llegado a saberme de memo-


ria las palabras de im himno de vis-
peras :
Dum asset Rex in accubitu suo,
nardus mea dedit odorem suavitatis.
Y aquello, con los dias y los dias de
encierro, acaba por hacerme perder la
nocion de las fechas. Miro hacia la Fe-
rrateria-Quincalla de los Hnos. Gomez
(Fundada en 1912, leese en la fachada),
y quedo absorto ante la antigiiedad sin
epoca de las cosas que ahi se venden.
Porque la historia de las industrias del
hombre, desde la protohistoria hasta
la bombilla electrica, esta ilustrada por
los articulos, objetos y enseres que se
ofrecen en la Ferreteria-Quincalla de los
Hnos. Gomez: las sogas, jarcias y cor-
deles de Ulises; las balanzas y pesas
que nos hablan de los remotisimos
tiempos en que el hombre, dejando de
vender frutas, cames o peces, al esti-
mado o a la pieza, empezo a vender sus
mercancias al peso, introduciendo, con
ello, en el comercio, los tribunales y
justicias ; los almireces de piedra po-
rosa, identicos aiin a los que usaban
los primitivos habitantes de estas tie-
rras ; los yunques, grandes o pequenos
evocadores de tantas cosas; los calde-
ros del Sabbath ; unos clavos espano-
les, cuadrados, de medio palmo de lar¬
go, semejantes en todo a los que pene-
traron la came de Cristo, y unas aza-
das, de mucho peso, preferidas por los
campesinos de aqui, identicas en traza
y rollizo espesor de los mangos a las
31

que blanden los labriegos que habitan


las miniaturas agricolas o bucolicas
(casi siempre relativas al mes de mar-
zo) de los Libros de Horas medioeva-
les. Iba entonces, mas que hastiado, a
la ventana del frente que daba sobre
los escaparates de jugueteria de la gran
tienda norteamericana. Pero ahi, lo ina-
movible, lo siempre seme jante a si mis-
mo, por encima de los responsos, lec-
ciones y liturgias de la iglesia, por en¬
cima del arcaismo de los enseres mo-
dernos de la Ferreteria-Quincalla de
los Hnos. Gomez, era el Pato Donald.
Estaba ahi, en su humanidad de carton
piedra, de patas anaranjadas, en un an-
gulo de la vitrina, dominando un mun-
do de pequefios ferrocarriles en mar-
cha, de alacenas con frutas de cera, pis-
tolas vaqueras y carcajes, andaderas
con abaco. Estaba ahi, aunque lo ven-
dieran y revendieran, quince veces al
dia. Como los ninos querian «ese», el
de la vitrina, una mano femenina lo
agarraba por sus patas anaranjadas,
colocando poco despues otro Pato Do¬
nald, el mismo, en su lugar. Esa per-
petua sustitucion de una forma por otra
identica, inmovil, alzada en el mismo
pedestal, me hacia pensar en la Eter-
nidad. A lo mejor Dios era relevado
asi, de tiempo en tiempo, por una po-
tencia superior ((^Madre de Dios, ma-
dres de Dioses? ^Algo no habia dicho
Goethe acerca de ellas?), custodia de
su perennidad. En el minuto del cam-
bio, cuando el Trono del Senor queda-
ba vacio, era cuando ocurrian las ca-
32

tastrofes de ferrocarril, las caidas de


aviones, los naufragios de transatlan-
ticos, se encendian las guerras, se des-
ataban las epidemias. Esta sola hipote-
sis echaba por tierra la abominable he¬
re jia de Marcion, segun la cual un mun-
do malo solo podia haber sido creado
por un Dios malo. Tambien me hacia
pensar el Pato Donald de la tienda en
el sofisma de la flecha de Zenon de
Elea: siempre inmovil y semejante a
si mismo, seguia una rauda trayecto-
ria, renovada quince, veinte veces al
dia, que lo conducia a todos los extre-
mos y suburbios de la ciudad. Esto era
tambien, para mi, un elemento de in-
temporalidad, junto al trencito electri-
co que, dia y noche, proseguia su ina-
cabable viaje sobre tres metros de rie-
les, sin dejar de encender una diminu-
ta luz roja a cada vuelta. «tHoy es vier-
nes?», pregunto a la Senora Embajado-
ra. «Lunes, hijo, lunes.» Por lo demas,
no leia los periodicos. Conozco dema-
siado al General Mabillan y a los cas-
trenses que lo acompanan. Me lo ima-
gino preguntando ya a su ayudante:
«tC6mo era eso de las mujeres euro¬
peas, elegantes, refinadas y con con-
versaci6n?» «Ya lo tengo averiguado,
mi general : quien tiene sus senas es
una cabronaza llamada Hipolita, que
vive cerca del Parque Tadeo.» «Tene-
mos que conseguirnos una casa en las
afueras, teniente.» «A la orden, mi ge¬
neral. » Volvi a la ventana para ver el
Pato Donald 18, pronto sustituido por
el mimero 19 del dia.
IV
UN LUNES QUE PUEDE
SER VIERNES
‘•t I it’.j

# V V

R
37

El Senor Embajador estaba moles-


to, inquieto, desconcertado por la Que-
rella de Fronteras que, cada dia, se ale-
jaba mas de una solucion posible, y
mas ahora que el General Mabillan, con
el animo de distraer la opinion publica
de las sangrientas peripecias de su
cuartelada — todavia sonaban disparos
en la noche — , hacia todo cuanto le fue-
ra posible por galvanizar la nacion en
torno al patriotico empefio de una gue-
rra inminente. Todo aquello de : «Sois
hijos de los heroes que...», «Sean nues-
tros confines un glorioso campo de ba-
talla», « Honor a quienes honores me-
receran», «No hay muerte mas bella
que la que...», etc., etc., etc., era repe-
tido por la radio y TV a todas horas.
Para acabar de impresionar a la pobla-
cion capitalista, donde aun tenia mu-
chos adversarios, el General Mabillan
anuncio que el Dia Tal — no sabia el
Asilado si se estaba a 2, 11 o 28 de
aquel mes, habia un gran simulacro de
defensa antiaerea en la ciudad. Todos
los habitantes fueron provistos de un
pequeno catecismo en el cual se les ins-
truia en lo que debian hacer para no
38

ser afectados por la caida de proyec-


tiles «en su caida natural ». «cEs un pe-
riodico abierto sobre la cabeza protec-
cion suficiente?» «No». «cEs un para-
guas abierto proteccion suficiente?y>
<iNo.» «cEs la carrocerta de un auto-
movil proteccidn suficiente?» «Si, aun-
qiie se aconseja bajar los crislales late-
rales, colocdndose las personas lo mas
al centro del vehiculo. Al comenzarse
el bombardeo antiaereo, ademds, los
autornoviles parardn junto a la acera
mds inmediata, apagando todas las lu¬
ces. » Llego la gran noche. El General
Mabillan, de complete uniforme de
campafia, con el barbuquejo hundido
en la papada, era el escenografo maxi-
mo, el Gran Intendente de Espectacu-
los del Simulacro, dirigiendolo todo
desde una colina guarnecida de una ba-
teria antiaerea. Senales. Sirenas. Apa-
gon total. Expectacion. «Ya se oyen los
aviones enemigos.» Pero por una de las
tretas que se permite el Tropico, al dia
esplendido que habia sido el Dia Tal,
habia sucedido un brusco descenso de
neblinas de todos los cerros circundan-
tes. Los « aviones enemigos» nada vie-
ron debajo de si, sino unas gasas opa-
lescentes. Y los artilleros de abajo nada
veiron, sino unas nubes gris elefante.
«Disparen todos », grito el General Ma¬
billan furioso. Y fue el pandemonium
durante media bora. Los aviones pasa-
ban y repasaban sin saber de provecti-
les teoricos, siempre dirigidos a donde
no estaban. Al fin regresaron a sus ba¬
ses. Cuando todo termino, volvio el Ge-
'iimutmiMif.
40

neral de muy mal talante al Palacio de


Miramontes, «Que metan en la cdrcel al
meteor6logo», dijo. «En los barrios po-
bres hubo muchas victimas de las cai-
das naturales de proyectiles. Imagme-
se : sus casas tienen techos de carton.
Diez y siete muertos y varios ninos he-
ridos», dijo quedamente el Ayudante :
«,'Pararemos las informaciones?» «En
el acto. Y advierta a los periodicos que
si se les va algo, impongo, impongo la
censura.»
Como la Querella de Fronteras se iba
agudizando, pens^ que en algo podria
ayudar al Senor Embajador, de quien
su guapa esposa me dijera ayer: «Es
un cretino.» Sin saber a ciencia cierta
lo que podria hallar, empece por estu-
diar la historia del Pais Fronterizo. Fue
descubierto por Col6n en su cuarto via-
je y si nada dijo de ello fue — sabemos
ahora por los escritos postumos de un
matematico moro, entonces grumete de
la nao almirante, que pertenecia a la
familia de Ibrahim Al Zarkali, el del
tratado sobre los astrolabios — ; si na¬
da dijo, repetimos, fue porque. el dia
de aquel descubrimiento, Colon, hallan-
dose enfermo de calenturas, no quiso ir
a tierra de gran terciopelo, estandarte
en mano, para «tomar posesion de esta
tierra en nombre de...», etc., etc. Tam-
poco quiso despachar a otro, porque
sabia que el estandarte se le subiria a
la cabeza, puesto que el guardameci bro-
cado, movido por la brisa, le barrena
el rostro con incitante suavidad. Que-
do el estandarte de los Reyes en su lu-
41

gar, zarpando las naves, y asi perma-


necio el Pais Fronterizo sin constancia
de su descubrimiento, en medio de una
siempre remozada controversia acade-
mica entre los partidarios del «si baj6»
y del «no baj6», hasta que una docta
fundacion creada para estimular el es-
tudio de las lenguas arabigas publico
el texto revelador de A1 Zarkali. Descu-
bierto el Pais Fronterizo, arribaron a el
los de la primera hornada de civiliza-
dores ; adelantados, encomenderos, hi¬
dalgos arruinados, truhanes de alma-
draba sevillana, todos grandes maneja-
dores de dados plomados, bebedores
del rancio y del agriado, todos grandes
fornicadores de indias ; arribaron luego
los de la segunda hornada : magistra-
dos, leguleyos, agentes del fisco y oido-
res, transformandose la colonia, por
mas de dos siglos, en un vasto potrero
con ganado y campos de maiz, hasta
donde alcanzara la vista, con algiin re-
manso de hortalizas de Espana... Pero,
vaya usted a saber por que aparece un
dia, en ese pais, un ejemplar del Con-
trato Social de Rousseau, ciudadano de
Ginebra (foederis esquo-dictamas le¬
ges). Y luego, es el Emilio : los ninos, en
el colegio de un instituto rousseaunia-
no, dejan de estudiar por libros ; se
consagran a la carpinteria, a una obser-
vacion de la naturaleza que se traduce
en destripamientos de coleopteros y la-
gartijas arrojadas a las tarantulas den-
tro de sus propios hoyos. Los padres
energicos se enfurecen ; los espiritus
simples preguntan que cuando y en que
42

barco IJegara el Vicario Saboyano. Y


luego, para remate, es la Enciclopedia
Francesa. Aparece en America, por vez
primera, el persona je insolito del cura
volteriano. Y despues es la fundacion
de la Junta Patriotica de Amigos del
Pais, de ideas liberales. Y, un buen dia,
suena el grito de «i Libertad o Muerte !»
Y, bajo la egida de los heroes, se pasa-
ra un siglo en cuartelazos, bochinches,
golpes de estado, insurrecciones, mar-
chas sobre la capital, rivalidades per-
sonales y colectivas, caudillos barbaros
y caudillos ilustrados. Ha}^ quien quiere
calmar los animos, sin exito, instituyen-
do el culto a Augusto Comte, erigiendo-
le templos, y difundiendo, en gran es-
cala, el Catecismo Positivista. (Poco
exito obtiene, por cierto, un culto sin
santos visibles a quienes adorar, como
tampoco el Calendario Positivista, don-
de los dias se consagran a la memoria
de Columela y Kant, de los Teocratas
del Tibet y de los Trovadores — tenian
su fecha — y hasta del Doctor Francia,
tirano del Paraguay, alii donde se te¬
nia gran devocion por San Jose, San
Nicolas, San Isidro Labrador, que qui-
taba el agua y ponia el sol , y la Virgen
de Catatuche, que gustaba por trigue-
iia, buena moza y milagrera de manga
ancha.) Y asi se llega, arruinado el pais,
despojado de su ganaderia por las par-
tidas armadas y los cuatreros, hundida
su agricultura, al momento (1907) en
que se plantea por vez primera la Cues-
tion de Limites. Pero me parece que ol-
vidaron, los de alia, que las dos comi-
43

siones interesadas y la comision alema-


na que hubo de asesorarlas en lo tec-
nico, habian llegado a una excelente so-
lucion. Eran quinientos kilometros de
selva los que reclamaban — reclaman
ahora — mis compatriotas. En esa sel¬
va no hay un solo concesionario de tie-
rras virgenes que sea de este pais, don-
de la poblacion es muy dada a afluir
hacia la capital. En cambio los hay, nu-
merosos, de la Nacion Fronteriza. So-
lucion : se resolvera que el Rio Iripar-
se sea de uso comun. La frontera, mas
teorica que real, quedara donde esta.
En cambio, los de alia ofreceran ex-
traordinarios privilegios en enseres
agricolas, etc., a los colonos de aca
— ninguno — que quieran instalarse en
cl area disputada, considerandolos co-
mo hermanos, ya que nunca se sabra
cuando una tierra entregada a algun
pionero o civilizador vaya a quedar del
lado de aca o del lado de alia de la fron¬
tera — cuando no quede a caballo sobre
ella. Mas aiin: el Pais Fronterizo hara
extraordinarias concesiones — derechos
de paso, franquicia de peajes... — a
quienes quieran adquirir tierras dentro
de lo considerado como territorios limi-
trofes... « i Esplendido ! ; Pero, esplen-
dido!», clama el Sefior Embajador al
conocer esta solucion posible: «El Ge¬
neral Mabillan aparecera como un mag-
nifico negociador. No hay modificacion
de limites teoricos. Y despues del fra-
caso de las practicas de defensa anti-
aerea, podra nuestro General declarar
que no habra guerra. Devuelve los hijos
44

a sus madres ; los hombres a sus hoga-


res. Y el honor de mi pais queda salva-
guardado»... «Esa solucion debiste ha-
berla hallado tu», dice la Senora Em-
bajadora que, esta tarde, me mira de
extrana manera.
V
VIERNES EN LUNES O JUEVES
EN MARIES PROXIMO
47

Hacia meses — desde el exito de la


solucion propuesta a la Querella de
Fronteras — que el Asilado se habia
vuelto un personaje de trabajo impres-
cindible en la Embajada. Gracias a el
se habi'a negociado un fructuoso inter-
cambio de algodon por tabaco ; gracias
a el se habi'a comerciado con cosas ayer
inertes, confinadas, como eran las rua-
nas montanesas, tejidas en Londres.
que formaban parte del traje nacional
del Pais Fronterizo; se habi'a traido, a
las reposten'as de aca, pajaros de azii-
car cande, animales de melcocha, confi-
turas en jarros de barro ; en las tiendas
se vei'an cinturones, sombreros de fiel-
tro velludo, blusas de escote cuadrado,
que eran de la industria aledana. Con
esto, y las iglesias de barro para guar-
dar santos, las guitarras de fabricacidn
aldeana, los violines de Petache, pue¬
blo en donde todo el mundo era luthier,
48

se iba creando a este pais, exento de un


folklore expresado en tejidos u objetos,
la ilusion de un folklore que era muy
del agrado de los extranjeros... Pero
eso no era todo : el Asilado, hastiado de
su inactividad, en un tiempo sin tiem-
po, donde era lo mismo que fuese vier-
nes que lunes, jueves o martes, se habia
echado encima todo el trabajo de la
Embajada. Asi, mientras el Senor Em-
bajador leia sus siempre renovados to-
mos de Simenon, metido en la piel del
Inspector Maigret, el Asilado redacta-
ba notas diplomaticas, cartas confiden-
ciales, comunicaciones a la Cancilleria,
informes, memorandums, etc... «Pare-
ce usted el propio embajador de mi
pais», decia el Senor Consul, que solia
visitar inesperadamente la Embajada...
«para fisgonear y espiar», decia el Se¬
nor Embajador, que detestaba la cara
de caballo malvado del Senor Consul.
Y, un dia, el Asilado manifesto el deseo
de adoptar la nacionalidad del Pais
Fronterizo. «Estas loco», me dijo el
Embajador. «En vuestra extraordinaria
Constitucion se lee (tomaste el tomo,
lo hojeaste, estiraste el indice sobre el
articulo interesante) que todo extran-
jero con dos afios de residencia en el
pais puede solicitar su nacionalizacion.
Estoy aqui en territorio nacional de us-
tedes. Estoy regido por sus leyes. Si en
esta casa cometiera un delito, solo po-
dria ser juzgado por los tribunales de
su pais.» «Pero... tpiensas permanecer
dos anos en esta casa?» «Llevo varios
meses ya. Y quiero recordarle que un
49

famoso leader latinoamericano estuvo


asilado en la embajada de un pais
hermano por espacio de siete anos.
Enclaustramiento mas largo que el de
Jonas, lo reconozco; pero apenas me-
nor que el de Silvio Peilico.» «Veremos
cuando cumplas los dos anos.» «Los
cumplira», dijo la Embajadora con una
conviccion que me hizo pensar en los
meses — ^cuantos meses? — que me fal-
taban por vivir en este mundo situado
entre la eternidad de Dios y la eterni-
dad del Pato Donald.
Hoy se marcho temprano el Senor
Embajador, de gran levita, para asistir
al Desfile Militar del Dia de la Patria.
Desayunamos solos, la guapa embaja¬
dora y yo. Luego fuimos a la pequefia
biblioteca que habia dejado el embaja¬
dor de antes. «No busques nada inte-
resante», dice la Embajadora: «Ese se¬
nor estaba empenado en demostrar que
los Conquistadores de America habian
hallado, en estas tierras, todos los pro-
digios que aparecen en los Romances
de Caballeria. De ahi, su biblioteca
(ademan) : Amadts de Gaula, un plomo ;
Palmerin de Hircania, otro plomo; Et
Caballero Cifar, dos plomos.» Tomd el
tomo de Tirante el Blanco. este?»
«Tres plomos.» «Acaso porque nunca
entraste en el mundo del personaje 11a-
mado Placer de mi Vida, aquella que,
habiendo escondido al caballero en un
cofre entreabierto, le enumera y mues-
tra las maravillas fisicas de una prince-
sa desnuda. Y le dice... (abriendo pres-
tamente el libro en golpe de efecto):
50

iOh, Tirante senor! <;D6nde estas tu


[ahora que no eres aqui cerca
para que pudieses ver y tocar la cosa
[que mas amas en este mundo?
Mira, senor Tirante, cata aqui los ca-
[hellos de la senora princesa ;
y los beso en tu nombre, que eres el
[mejor de los caballeros del mundo.
Cata aqui los ojos y la boca : yo los
[beso por ti. Cata aqui sus
cristalinas tetas, que tengo cada una en
[su mano; mira como son
chiquitas, duras, blancas y lisas. Cata
[aqui su vientre y los muslos
y el lugar secreto, ; Oh desventurada de
[mi ! i Y como no soy hombre
para fenecer aqui mis postrimeros dias !
[tDdnde estas tu ahora, caballero
invencible? <iPor que no vienes a mi
[pues tan piadosamente te llamo?
Las manos de Tirante son dignas de
[tocar aqui donde yo toco, y otro no,
que ^ste es bocado con el cual quien-
[quiera se querria ahogar.»
La Senora Embajadora se reia con
las ocurrencias del libro de gracias es-
condidas. Se rio mas con el capitulo
del Sueno de Placer de mi Vida, aquel
en que la princesa decia: «Dejame, Ti¬
rante, ddjame». Y aquel dia, a fuer de
parecer pedante, dire que «no leimos
mds alla»... Y cuando advertimos que
oficiales y soldados, rotas las filas, se
desbandaban por las calles al haberse
terminado la Gran Parada del Dia de
la Patria, los amantes entendieron que
habia llegado la hora de vestirse y de
51

sentarse en el salon, para esperar al


Senor Embajador. La Embajadora to¬
mb una agenda: «Todo esta en organi-
zarnos : El Di'a de la Patria, nos da ocho
boras de tranquilidad. El Di'a de los
Heroes, seis boras, porque bay buffet
despues de la colocacibn de coronas. El
Centenario de la Independencia, nueve
boras y almorzaremos solos. Duelos
Nacionales, seis al ano; ceremonias de
cuatro boras ancbas, con discursos.
(Yo me be dado una fama de enferma
bepatica para no acompanar a mi ma-
rido a esos actos.) Recepcibn de Prime-
ro de Ano, en Miramontes, cinco boras
mas o menos; Dia del Ejercito, ocho
boras, pues el desfile se acompana de
un almuerzo en el club militar; anade
los carnavales, con la coronacibn de la
Reina; las fiestas diplomaticas, a las
que si voy un poco para cubrir las apa-
riencias. Pero de eso nos desquitaremos
con las inauguraciones de monumentos
a cualquier prbcer — iy cuidado que
este pais tiene prbceres !— ; y eso no es
todo : el besamanos del Nuncio de Su
Santidad; la tarja colocada en la casa
natal de un gran educador del siglo pa-
sado ; las inauguraciones de diques, re-
presas, puentes, etc., etc. Esto va a ser
una fiesta de cada dia.» En esto llegb
el Senor Embajador, sofocado, resuda-
do, con el almidbn del cuello cubierto
de ampollas, quejandose del calor, de
la incomodidad de la tribuna, situada
de frente al sol. «Los agregados mili-
tares norteamericanos pudieron reco-
nocer, en las unidades motorizadas,
52

todos los rezagos de la Segunda Gue¬


rra Mundial.» Ademas, el polvo que le-
vantaba la infanteria, con esa mama
nueva de hacerlos marchar al paso de
ganso.
<5*
VI

CUALQUIER DIA
57

El Senor Embajador, cumpliendo


con las obligaciones impuestas a los
diplomaticos que confirieren el asilo a
un perseguido politico (Conferencia
Panamericana de 1928, Articulo 2.®,
Disposicion Segunda), segiin las cuales
«E1 Agente, inmediatamente despues
de concedido el Asilo, lo comunicara al
Ministro de Relaciones Exteriores del
Estado del Asilado», habia hecho lo in-
dicado desde el principio. Por ello, los
dos soldados, de bayonetas en claro, se-
guian montando la guardia frente a la
Embajada, para gran desasosiego de
los muy escasos solicitantes cuyos
asuntos escaparan a la jurisdiccion del
Consulado. De ahi que el tiroteo de
aquella manana te repercutiera en el
vientre. A dos pasos de ti, en esta calle,
entre la jugueteria — aun tan proxima
de quienes eran balaceados — y la Igle-
sia de la Virgen del Paramo, la policia
disparaba sobre una manifestacibn de
estudiantes que protestaban contra el
General Mabillan, por su intento de re¬
forma de la Constitucion, encaminada
a asegurarle una permanencia de ocho
an os en el poder, con posible reelec-
58

ci6n si el pueblo la determinaba me-


diante plebiscite. Yo hubiese querido
estar con los estudiantes, gritando,
arrojando trozos de cabillas, tuercas,
piedras, tumbando los guardias monta-
dos de sus caballos. Pero nada podia
hacer, «quemado» como lo estaba y
con mis dos guardias a la puerta, Por
lo demas, conocia todos los pormeno-
res de ja represion que seria aplicada
con Sana singular al primer grupo de
estudiantes capturados : lo de las carce-
les repletas, y que, en ciertos cases, los
presos de ultima bora, afortunados sin
saberlo, habian tenido que ser alojados
en los hoteles cercanos ; lo de las hu-
millaciones, las torturas ya clasicas,
practicadas por la Gestapo y la FBI
americana ; el tormento consistente
en parar a un hombre durante doce
boras sobre un vie jo cauebo de auto-
movil. Pero abora habian entrado los
fenomenos en escena: los sddicos, los
copuladores legalizados, los tarados de
toda indole, regidos por «E1 Gavilan»,
aquel que tenia tan largas y duras las
unas de los dedos indices y pulgares
que podia hundirlas rdpidamente, con
horribles desgarramientos, en una gar-
ganta humana. Esto, sin hablar de los
violadores y proxenetas. dotados abora
de « carnets » y credenciales para poder
demostrar, en todo case, que habian
pasado a ser agentes de la Policia Po-
litica del Gobiemo.
Abora estds enamorado v te echas en
cara ese amor como una falta, como
un
delito. Los que son ametrallados en las
60

calles son los mismos — aunque de nue-


va generacion — que los que contigo, no
hace tanto tiempo aun, penetraban, de
tu brazo, en el vasto mundo de la Rlo-
sofia. Los mismos que decian, en bro-
ma: «Dos mecanismos mueven el mun¬
do : el sexo y la plusvalia.» Los mismos
que se asombraban de que algunos fi-
losofos materialistas concedieran tanta
importancia a ciertos textos presocrati-
cos, tan exiguos y mutilados que no
acababan de dibujar un pensamiento
claro... Me asomo a la ventana: alia
yacen varios heridos de los mios, tira¬
des en el suelo, perdiendo su sangre,
arastrandose bajo las balas que aun se
encajan en las columnas y pilastras. Vas
hacia la Embajadora y te echas a sollo-
zar en su regazo. « Horrible, horrible »,
dice ella. «Estos policias de tu pais son
unos barbaros.» «Y mas ahora que tie-
nen instructores norteamericanos.» So-
llozas. Te hace bien. Luego, para calmar-
te mas, la Embajadora te recuesta a su
lado. Cierro los ojos sobre su came
y
es noche. ^De que dia? No lo sabes. (-La
fecha? La ignoras. ^El mes? No te im-
porta. (^El ano? El linico ano visible
aqui es el de la Ferreteria-Quincalla *
«Fundada en 1912». «Tal vez pueda
ser
un Dunto de referencia», dices, amargo.
Y ahora, el amor, una vez mas ; el amor
que no tiene fecha. Como decia una
cantante francesa: «Podria ocurrir
el
fin del mundo y no nos dariamos cuen-
ta.» El^ amor, en este encierro, en este
aislamiento, en este tiempo sin tiempo.
me da una sensacion parecida a la
del
61

hombre que hubiese fumado opio en


una casa desconocida y quG, al despcr-
tar, se comportara como Elpenor, lan-
zandose al vacio por no saber donde
estaba. Sin embargo, tu amas a la Em-
bajadora — Cecilia se llama. Sus brazos
blancos, hondos, te son necesarios. Ha-
llas en ella, dentro de tu infortunio, la
ternura de la madre, la solicitud del
aya, el calor de la amante. Junto a Ce¬
cilia estas trazando el plan de vastas
acciones destinadas a eliminar al Se-
nor Embajador. El arsenico, acaso.
Pero... tcomo obtenerlo, sin llamar la
atencibn? ,^E1 cianuro de potasio? Fa-
cil de usar, con un juego apasionante
afiadido a la «eliminaci6n fisica» del
personaje : el veneno se mezclaria con
alguna de las pastillas que el Senor Em¬
bajador tomaba todas las noches para
la digestion. Se revolverian las pastillas
como los dados en un cubilete. Y no
habria mas que esperar. Hoy no ha sido.
Sera manana : solo quedan tres pasti¬
llas. Y cuando solo quedaran dos, ya
dispondriamos todo lo del entierro. Las
bandas y condecoraciones que habria
de llevar el muerto consigo. ^Y cuando
solo quedara una? Noche de indecible
emocion. Pero... ^quien iba por el cia¬
nuro? ^Venderian eso en boticas? Lo
ideal hubiese sido el curare, que no de ja
huellas en el organismo. Una hincada
con una buena aguja enherbolada y el
personaje se caia de repente, sin poder
respirar, con los musculos de los pul-
mones paralizados. Pero para conse-
guir el curare, que se conservaba en
62

pequenas calabazas, era necesario lie-


gar al territorio de los indios Guachina-
pas, y era cosa de un mes, por lo bajo,
pasando de lanchas a canoas. Lloras
con ella sobre la comiin desgracia de
sentirse tan inermes. ; Que fdices hu-
biesemos sido a la orilla de un fere-
tro!... Te acercas a la ventana. Ha ter-
minado el tiroteo. Se ban llevado a los
heridos — o muertos, tal vez. El cristal
de la vitrina de la jugueteria esta res-
quebrajado por un balazo que derribo
de su zocalo al Pato Donald, con un pe-
queno agujero negro en el carton del
pecho. Como era el Dia de los Heroes,
nadie habia en la tienda que pudiese re-
poner la figura. Seguia, despatarrada,
con las palmas anaranjadas en alto.
VII

HACIA UN MARIES
65

Cuando se llego a la estacion de las


Iluvias, las relaciones diplomaticas de
este pais con el Fronterizo, empeora-
ron. La Querella de Limites volvio a
encenderse y, con ella, los animos. Pero
ahora el General Mabillan movilizo
todos sus cuerpos y oficinas de propa¬
ganda y censura para aminorar los
arrestos belicos. Necesitando de un
ejercito represivo interno para disolver
manifestaciones y desfiles, atajar las
huelgas, hacer observar los toques de
queda, allanar casas y empresas, patru-
Ilar las calles, etc., etc., no creia que fue-
se oportuno, en verdad, mandar varias
divisiones a la frontera selvatica, de-
jando en descubierto el frente interno.
Por lo mismo, su arrogancia de antano
ante el Pais Fronterizo se habia trans-
formado en una politica de tolerancia y
cooperacion. «Nada de problemas inter-
nacionales», decia. Y mas ahora que los
Estados Unidos habian adquirido gran-
des concesiones mineras en territorio li*
tigioso. Tan confusa era la situacion
que el Senor Embajador fue Ilamado
por su Cancilleria para que informara
personalmente. Seria un viaje de quin
66

ce dias, a lo mas. La Senora Embajado


ra le hizo sus maletas con extraordina-
rio amor y, al dia siguiente, fue a des-
pedirlo al aeropuerto, observando, con
satisfaccibn, que el avion era de modelo
antiguo, con todas las trazas de caerse :
era el mismo que los operarios del man-
tenimiento designaban con el nombre
de «el ataiid volante»,
Al dia siguiente, el Consul vino a vi-
sitarme. «Ya es usted mi compatriota»,
dijo, abrazandome, y dandome los pa-
peles de mi nueva nacionalidad, De
ahora en adelante, mi escudo seria — lo
veo reproducido en todos los documen-
tos entregados — el de los dos tigres
vigilantes, adormecidos sobre los cate-
tos de un triangulo dorado, de origen
evidenternente masonico, si pensamos
que el Procer Maximo de mi nuevo pais
habia sido, en Europa, Principe Kadosh
de la Logia de los Caballeros Raciona-
les._«Pero esto no es todo», comenzo a
decir el Consul con un tono que,
por
la impostacibn de la voz, por el ritmo
de la palabra, diferia mucho de lo an¬
terior. Hablaba lentamente; « Durante
estos anos he informado a mi Cancille-
ria acerca de sus trabajos. Querella de
Fronteras, intensificacibn del comercio,
intercambios fructuosos de productos,
etc., etc. Estan enterados de todo lo
que usted hizo por nuestro pais, que no
era el suyo todavia. Este imbecil (se-
nalb el sillbn del Embaiador) nunca
sirvib para nada. Y lo saben. Por ellq
(engolando la voz) va usted a ser nom-
brado embajador de mi pais, en su lu-
67

gar.» Ante mis protestas, el Senor Con¬


sul me hizo saber que en su pais
— «nuestro pais» — los cargos de emba-
jadores no se daban, por lo general, a
diplomaticos de carrera, sino a hom-
bres brillantes o capaces : escritores,
financieros, figuras mundanas, perio-
distas. Ademas, la utilizacion diploma-
tica y docente de figuras pertenecien-
tes a otras naciones continentales era
tradicional en America. Podian ser ex-
tranjeros : bubo ministros cubanos en
Centroamerica ; el venezolano Andres
Bello fue Rector de la Universidad de
Chile. Recuerdo a... Corte la enumera-
cion prevista: «Pero... nunca me daran
el placet. y> «Con las ganas que tiene Ma-
billan de quedar bien con nuestro pais,
ahora que quiere sacarle 150.000.000 de
dolares a la Alianza para el Progreso,
le daria el placet a Jack el Destripa-
dor.» (Risa.) «(iPero, el Embajador, la
Embajadora...?» «E1 Embajador ha
sido llamado, a la yerdad, para trasla-
darlo a Gotemburgo, como mero agen-
te consular. En cuanto a la Embajadora,
si ella no se opone a ello, podra quedar
aqui, en calidad de Secretaria de la
Embajada.»
El placet fue otorgado sin demora. Y
el martes siguiente salio el Asilado para
presentar sus credenciales al General
Mabillan. Los guardias de la puerta, en
su ultimo di'a de posta, le presentaron
armas. La levita del Senor Embajador
le quedaba bastante bien. A la chistera,
habia sido necesario rellenarle la bada-
na con papel de periodico. Los guantes
68

de color mantequilla, tenian que ser lle-


vados en la mano izquierda, como un
manojo de esparragos, por demasiado
estrechos. Pero todo era magnifico hoy;
el automovil de la Cancilleria, la con-
versacion insulsa del Introductor de
Embajadores. Hoy era martes. ; Martes,
martes, martes! Martes, 28 de junio!
i 28 de junio ! Un mes cuyo nombre so-
naba a playas, a grandes espacios...
Acompanado del Introductor de Emba¬
jadores, llego el ex-asilado al Palacio
de Miramontes. No contesto a la mirada
implorante, compungida, del Sargento
Raton, que buscaba la suya. Se le rin-
dieron los honores militares y penetro
en el despacho del General Mabillan.
Fue recibido muy cordialmente, y el Ge¬
neral hizo la amable comedia de leer
sus cartas credenciales que, para todos
los casos y paises, estaban redactadas
de manera casi identica. Luego, pro¬
nuncio un pequeno discurso en el cual
hablo de la amistad secular entre los
dos pueblos, de lo bien que iban a en-
tenderse ahora, en estos umbrales de
una era de prosperidad para ambos ; de
las mutuas glorias pasadas; de lo her-
manos que eran ambos paises y de lo
mas hermanos aun que iban a ser en
lo adelante, y de otras cosas asi. El nue-
vo Embajador respondio en los mismos
terminos de « prosperidad », « amistad »,
«entendimiento», « hermanos », «nuestra
America », el «continente del porvenir»,
« la tercera solucion aportada a los con-
flictos ideologicos de la epoca por los
avisados gobiernos del Nuevo Mundo»,
70

y todo lo que se oye en semej antes opor-


tunidades. Dos copas de champana,
brindandose por la prosperidad de am-
bos pueblos. Y un estrechon de manos,
durante el cual el General cuchicheo al
nuevo Embajador: «No llame a los fo-
tografos. Hubiese sido dificil. Mandare
una nota de prensa en la que creeran
ver un hom6nimo.» «Lo considero, mi
general. » Y el General, bajando la voz
todavia mas: «Eres un cabroncito, Ri¬
cardo. » «,'Y que tal las mujeres euro¬
peas, elegantes, refinadas y con conver-
sacion, mi general?» «iVete al cara-
jo!»... El Introductor de Embajadores
se acerco para significar que la visita
diplomatica habia terminado. El nuevo
Embajador retrocedio hacia la puerta,
de espaldas a ella, haciendo una reve-
rencia a cada paso. Cuando estuvo fue-
ra, entreabrio la cortina, metio la cabe-
za, y dijo : «Chao, Felipe. »
La Senora Embajadora me esperaba
con un fino almuerzo de regocijos y vi¬
nos. No faltaban los pepinos rusos, en
salmuera, que tanto me gustan, ni el
mango-chutney que con algo se armo-
nizaria, ni las alcaparras francesas que
tan bien acompanan la cachaza brasile-
na. El Pato Donald, herido, habia sido
sustituido por otro, intacto. Pero su fi-
gura no se asociaba tanto ahora, para
mi, a la idea de eternidad. Como los
bombillos Edison de la Ferreteria-Quin-
calla de los Hnos. Gomez tampoco evo-
caban tanto a Menlo-Park como ayer.
Limpie el calendario de hojas muertas,
poniendolo en el martes 28 de junio.
71

Empezaban tiempos me jores. Y cuan-


do, ya amoscado por unas cachazas to-
madas de prisa, se nos metid en el co-
medor el latm de :

Dmn esset Rex in accubitu suo,


nardiis mea dedit odorem suavitatis,

lo apagamos con la trompeta de Arms¬


trong hallada en la radio. A1 dia siguien-
te, me costo trabajo pensar que se vivia
en miercoles, y que miercoles tenia sus
obligaciones. Pero desde el jueves vol-
vieron los dias, con sus nombres, a en-
cajarse dentro del tiempo dado al hom-
bre. Y empezaron los trabajos y los dias.
f
i
EL DERECHO DE ASILO

I. Domingo . 7
II. Lunes . 17

II. Otro lunes (cualquier lunes) 27

viernes . 35

mar pro . 45
tes xim
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Un
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tes 55
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63
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PALABRA MENOR

1. Ana Maria Moix : NO TIME FOR FLOWERS

2. Oscar Wilde -Aubrey Beardsley; SALOME


3. Alejo Carpentier ; EL DERECHO DE ASILO
4. Felix de Azua : EDGAR EN STEPHANE
5. Max Aub : CRIMENES EJEMPLARES
6. Pablo Neruda : AUN
664 03 0
Date Due
PQ 7389 .C263 D4
Camentier, Alejo, 1904-
010101 non

/.dibujos WIU101 000


^
163 0 85003 2
0 TRENT UNIVERSITY

PQ7389 .C263D4
Carpentier, Alejo
El derecho de asilo

DATE ISSUED TO
221211
Ale jo Carpentier nacio en La Habana
el ano 1904, hijo de un arquitecto
frances establecido en las Antillas
dos anos antes. Empezo estudios de
arquitectura, se dedico profesional-
mente al periodismo y, estando en
la carcel por motives politicos, em¬
pezo a escribir su primera obra, Bcue-
Yamha-0. 'Desde entonces ha publica-
do otros cinco libros de ficcion (El
reino de este mundo, Los pasos per-
didos, Guerra del tiempo, El acoso y

'El siglo de las luces), dos volumenes


de ensayos y, en qsta misma edito¬
rial, un texto sobre La Habana ilus-
trado con fotos cfe Paolo Gasparini:
La ciudad de las columnas. Univer-
salmente reconocido como uno de los

grandes narradores de nuestro tiem¬


po, Alejo Carpentier ha vivido tam-
bien muy activamente la politica cu-
bana y ejerce, desde 1966, un impor-
EDITORIAL LUMEN tante cargo diplomatico en Paris.

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