Resumen de La Riqueza de Las Naciones Smith
Resumen de La Riqueza de Las Naciones Smith
Resumen de La Riqueza de Las Naciones Smith
Smith ilustra este concepto con el ejemplo de la fabricación de alfileres. En este proceso, se
dividen las tareas en aproximadamente 18 operaciones distintas, cada una realizada por un
trabajador diferente. Gracias a esta división, diez trabajadores pueden producir más de 48,000
alfileres al día, en lugar de que cada trabajador produzca solamente unos pocos alfileres
trabajando de manera independiente.
Este aumento en la productividad debido a la división del trabajo es similar en otras artes y
manufacturas, aunque no siempre puede subdividirse o simplificarse de la misma manera. La
división del trabajo ha llevado a la especialización en diferentes oficios y empleos, lo cual es
más evidente en sociedades más avanzadas e industrializadas. Por ejemplo, en una sociedad
desarrollada, el agricultor se dedica únicamente a la agricultura, mientras que el fabricante se
enfoca exclusivamente en la fabricación.
Sin embargo, la división del trabajo en la agricultura no es tan completa como en las
manufacturas, ya que es imposible separar completamente las diferentes labores involucradas en
la producción agrícola. Esto podría ser la razón por la cual la mejora en la productividad en la
agricultura no avanza al mismo ritmo que en las manufacturas. Aunque las naciones más
prósperas suelen sobresalir en ambos campos, generalmente se destacan más en las
manufacturas que en la agricultura.
La división del trabajo aumenta la cantidad de trabajo que las personas pueden realizar debido a
tres factores: el aumento de la habilidad en cada trabajador, el ahorro de tiempo al cambiar de
una tarea a otra y la invención de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo.
Primero, al especializarse en una tarea específica, cada trabajador mejora su habilidad y destreza
en dicha tarea. La división del trabajo permite a cada persona concentrarse en una operación
simple y convertirla en su ocupación principal, mejorando su habilidad en el proceso.
Segundo, al especializarse en una tarea, se ahorra tiempo al cambiar de un tipo de trabajo a otro.
Cuando un trabajador cambia de tarea, suele tardar en adaptarse y ser productivo en la nueva
tarea. La división del trabajo reduce la cantidad de tiempo que se pierde en estos cambios.
Tercero, la invención de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo es resultado de la división
del trabajo. Al centrar su atención en una tarea simple, es más probable que los trabajadores
encuentren formas más fáciles y rápidas de realizar esa tarea. Muchas de las máquinas utilizadas
en las industrias donde el trabajo está altamente subdividido fueron inventadas por trabajadores
comunes que buscaban mejorar su parte específica del trabajo.
Las mejoras en la maquinaria no solo son resultado del trabajo de quienes las utilizan, sino
también de los fabricantes de las máquinas y de los filósofos o especuladores que observan y
analizan todo. La filosofía y la especulación, al igual que cualquier otra ocupación, se dividen
en diferentes ramas y esto mejora la habilidad y ahorra tiempo en cada rama específica.
La gran multiplicación de las producciones de diferentes artes, como resultado de la división del
trabajo, genera una opulencia universal en una sociedad bien gobernada que llega incluso a los
rangos más bajos de la población. Cada trabajador tiene una gran cantidad de productos para
intercambiar con otros trabajadores, lo que lleva a una abundancia general en toda la sociedad.
Para entender cómo la división del trabajo afecta incluso a los más humildes, basta con observar
el alojamiento y los bienes de un trabajador común en un país desarrollado. La cantidad de
personas involucradas en la producción de los bienes que utiliza supera toda estimación. Por
ejemplo, la confección de un abrigo de lana requiere del trabajo conjunto de una multitud de
personas, como el pastor, el clasificador de lana, el peinador, el tintorero, el hilandero, el tejedor
y otros. Además, se necesitan comerciantes, transportistas y trabajadores en la navegación y
construcción naval para transportar y obtener los materiales necesarios para la producción.
Si examinamos todas las partes de su vestimenta y mobiliario, así como los utensilios de cocina
y otros objetos de uso diario, nos daremos cuenta de la variedad de trabajo necesario para
proporcionar a un individuo incluso los bienes más básicos. La cooperación de miles de
personas es necesaria para satisfacer las necesidades de la persona más humilde en un país
civilizado.
Smith afirma que la diferenciación en el talento humano no es tanto una causa de la división del
trabajo como su resultado. La disparidad entre las habilidades y aptitudes de las personas es
mucho menor de lo que se cree generalmente. El genio que parece distinguir a los hombres de
diferentes profesiones se desarrolla y se hace más notable a medida que se especializan en su
trabajo.
Finalmente, Smith defiende la utilidad de la división del trabajo, argumentando que permite a
las personas utilizar sus talentos particulares para el beneficio de todos. A diferencia de las
diferentes razas de animales, que a pesar de tener diferencias notables en sus habilidades, no
pueden beneficiarse de ellas debido a su falta de capacidad para comerciar y negociar, los seres
humanos pueden aprovechar la variedad de habilidades y talentos entre ellos gracias a su
disposición para el intercambio.
Smith señala que ciertas ocupaciones, como la de un portero, solo pueden existir en grandes
ciudades. En áreas rurales, las personas deben ser autosuficientes, aprendiendo a realizar
diversas tareas por sí mismas. Los artesanos del campo deben dominar múltiples habilidades
relacionadas con su oficio.
El autor también destaca la importancia del transporte acuático en la expansión del mercado. Un
barco puede transportar más bienes que un carro tirado por caballos y con un menor costo. El
transporte acuático permite el comercio entre regiones distantes del mundo y fomenta el
intercambio entre ciudades. En este contexto, Smith menciona el comercio entre Londres y
Calcuta como ejemplo.
Los primeros avances en la industria y la tecnología se dieron en áreas cercanas a las costas y a
los ríos navegables, ya que estos permiten el acceso a un mercado global. Las regiones
interiores del país tardan más en desarrollarse debido a la limitación de su mercado local.
Smith también hace referencia a la historia de la civilización, observando que las primeras
sociedades civilizadas se encontraban alrededor del mar Mediterráneo, un lugar propicio para la
navegación. Egipto, en particular, se benefició de la navegación a través del río Nilo y sus
canales. Del mismo modo, en Asia, regiones como Bengala y algunas provincias de China
también experimentaron un rápido desarrollo gracias a sus sistemas fluviales navegables.
En resumen, Adam Smith sostiene en este capítulo que el alcance del mercado es un factor clave
en la división del trabajo y, por ende, en el desarrollo económico. El transporte acuático y la
navegación desempeñan un papel fundamental en la expansión del mercado y la promoción del
comercio.
Smith señala que, a lo largo de la historia, varios productos, como el ganado, la sal y las
conchas, han servido como medios de intercambio. Sin embargo, los metales, especialmente el
oro y la plata, se convirtieron en el instrumento preferido para el comercio debido a su
durabilidad, divisibilidad y fácil transporte.
El autor también explica que, antes de la aparición de las monedas, los metales se utilizaban en
barras sin acuñar, lo que causaba dificultades para pesar y evaluar su valor. Para superar estos
problemas, los países comenzaron a acuñar monedas con marcas oficiales que garantizaban su
peso y pureza. Las denominaciones de las monedas solían representar el peso del metal que
contenían, aunque con el tiempo, los gobiernos redujeron la cantidad de metal en las monedas
para pagar sus deudas con menos recursos, lo que llevó a la devaluación de las monedas.
Capítulo V: Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en
dinero
En este capítulo, Adam Smith analiza cómo se determina el valor de las mercancías y cómo se
relaciona con el trabajo y el dinero. Argumenta que un individuo es rico o pobre según la
cantidad de trabajo que puede comprar o controlar, y que el valor de cualquier mercancía es
igual a la cantidad de trabajo que permite a su poseedor comprar o controlar.
Smith afirma que el trabajo es la medida real del valor de intercambio de todas las mercancías,
ya que todas las cosas se compraron originalmente con trabajo. Sin embargo, la estimación del
valor en términos de trabajo puede ser difícil, ya que no es fácil determinar la proporción entre
dos cantidades diferentes de trabajo o comparar diferentes tipos de trabajo. Por lo tanto, es más
natural y común estimar el valor de las mercancías en términos de dinero, ya que es el
instrumento de intercambio más utilizado.
Aunque el trabajo es el verdadero estándar de medida del valor de las mercancías, su valor
puede parecer variable para quien lo emplea, ya que a veces compra más o menos bienes con la
misma cantidad de trabajo. En este sentido, el trabajo, al igual que las mercancías, puede decirse
que tiene un precio real y un precio nominal. El precio real del trabajo consiste en la cantidad de
bienes necesarios y convenientes que se dan a cambio de él, mientras que su precio nominal es
la cantidad de dinero. La riqueza de un trabajador depende de su precio real, no del nominal.
Adam Smith diferencia entre el precio real y nominal de las mercancías y el trabajo. El precio
real siempre tiene el mismo valor, mientras que el nominal puede variar debido a las
fluctuaciones en el valor del oro y la plata. Por ejemplo, cuando se vende una propiedad con una
renta perpetua, es importante que la renta no se fije en una cantidad específica de dinero, ya que
su valor podría cambiar con el tiempo.
Las monedas de diferentes países han experimentado variaciones en la cantidad de metal puro
que contienen. La mayoría de las veces, la cantidad de metal ha disminuido, lo que también
disminuye el valor de una renta en dinero.
El descubrimiento de las minas de América llevó a una disminución en el valor del oro y la plata
en Europa. La renta en granos de cereal ha mantenido su valor mejor que las rentas en dinero.
Aunque el valor real de la renta en grano varía menos de siglo en siglo que el de la renta en
dinero, sí varía mucho más de año en año.
El trabajo es la única medida universal y precisa del valor, ya que nos permite comparar los
valores de diferentes mercancías en diferentes momentos y lugares. El dinero es una medida
exacta del valor intercambiable de todas las mercancías en un mismo lugar y tiempo, pero no en
lugares y tiempos distantes.
En otras palabras, aunque es útil distinguir entre precios reales y nominales en rentas perpetuas
y contratos a largo plazo, en las transacciones comunes y corrientes de la vida, el precio nominal
es el que determina la prudencia o imprudencia de las compras y ventas y regula casi toda la
actividad económica en la que el precio es relevante. En este tipo de análisis, puede ser útil
comparar los diferentes valores reales de una mercancía en diferentes momentos y lugares,
utilizando el precio del trabajo o, si no se conoce con precisión, el del grano como
aproximación.
Adam Smith analiza en este capítulo cómo las naciones han utilizado diferentes metales como
monedas, asignando un metal específico como medida de valor en función de su historia y uso
en el comercio. Por ejemplo, en la antigua Roma, el cobre era la medida de valor, mientras que
en la Europa moderna, la plata cumplía ese papel.
Smith también destaca cómo los metales se convirtieron en moneda de curso legal y cómo la
relación entre los valores de los metales se ha regulado con el tiempo. El valor de la moneda de
oro y plata ha experimentado fluctuaciones debido a las variaciones en la oferta y la demanda,
así como al desgaste y la pérdida de los metales.
La calidad y el peso de la moneda determinan su capacidad para servir como medida precisa del
valor. El desgaste de la moneda y las diferencias en su composición pueden crear incertidumbre
en la medida del valor. Smith argumenta que los comerciantes ajustan el precio de sus bienes en
función de la cantidad real de oro o plata que contienen las monedas, en lugar de su
denominación.
Por último, es importante destacar que cuando Smith habla del precio en dinero de las
mercancías, se refiere siempre a la cantidad de oro o plata pura por la que se venden, sin tener
en cuenta la denominación de la moneda en cuestión.
Smith explica que el precio de cada mercancía se descompone en tres partes: los salarios del
trabajo, los beneficios del capital y la renta de la tierra. El valor real de todas las partes
componentes del precio se mide por la cantidad de trabajo que cada una de ellas puede adquirir
o demandar. En una sociedad avanzada, las tres partes entran más o menos como componentes
en el precio de la mayoría de las mercancías.
A medida que una mercancía se fabrica más, la parte del precio que se resuelve en salarios y
beneficios tiende a ser mayor en proporción a la que se resuelve en renta. Además, el precio de
cualquier mercancía debe resolverse finalmente en una o más de esas tres partes.
En resumen, Smith argumenta que los salarios, las ganancias y las rentas son las tres fuentes
originales de todos los ingresos y valores intercambiables en una sociedad. Todos los demás
ingresos se derivan en última instancia de uno o más de estos.
Capítulo VII: La relación entre el precio natural y el precio de mercado de las mercancías
En este capítulo, Adam Smith analiza la relación entre el precio natural y el precio de mercado
de las mercancías. El precio natural es aquel que cubre los costos de producción, incluidos los
salarios, las ganancias y la renta, y se considera el precio al cual se vende un bien en
condiciones normales. El precio de mercado es el precio actual al cual se vende un producto y
puede estar por encima, por debajo o igual al precio natural.
El precio de mercado está influenciado por la oferta y la demanda efectiva, la cual está
determinada por aquellos dispuestos a pagar el precio natural de un bien. Si la cantidad de
bienes en el mercado es menor a la demanda efectiva, la competencia aumenta y el precio de
mercado se eleva por encima del precio natural. Por otro lado, si la cantidad de bienes excede la
demanda efectiva, el precio de mercado disminuye por debajo del precio natural.
Smith argumenta que los precios de mercado tienden a gravitar hacia el precio natural, aunque
ciertos factores pueden mantenerlos por encima o por debajo de este nivel por períodos
prolongados. Estos factores pueden ser accidentes, causas naturales o regulaciones
gubernamentales. Sin embargo, en última instancia, la competencia y la información sobre las
ganancias extraordinarias tienden a equilibrar el precio de mercado y el precio natural.
El autor también señala que las fluctuaciones en el precio de mercado afectan principalmente a
los salarios y las ganancias, mientras que la renta se ve menos afectada. Estas fluctuaciones
pueden deberse a cambios en la oferta y la demanda de bienes y servicios, así como a eventos
específicos como duelos públicos que afectan temporalmente los precios de ciertos productos.
Adam Smith analiza cómo ciertos factores pueden provocar desviaciones temporales o
permanentes en el precio de mercado de las mercancías con respecto a su precio natural.
Smith señala que los secretos en la manufactura pueden mantenerse por más tiempo que en el
comercio, lo que permite a los productores disfrutar de ganancias extraordinarias debido al alto
precio pagado por su trabajo especializado. Estas ganancias pueden durar mucho tiempo e
incluso ser heredadas por generaciones.
Las regulaciones que limitan la competencia, como los privilegios exclusivos de las
corporaciones y las leyes de aprendizaje, también pueden aumentar los precios de mercado por
encima del precio natural. Estos efectos pueden durar tanto como las regulaciones que los
provocan.
El precio de mercado de una mercancía no puede mantenerse por debajo de su precio natural
por mucho tiempo, ya que los afectados retirarían rápidamente sus recursos, equilibrando la
oferta y la demanda. Sin embargo, las regulaciones pueden mantener los salarios y las ganancias
por debajo de su tasa natural, aunque no de manera tan duradera como cuando los elevan por
encima de ella.
En los próximos cuatro capítulos, Smith promete analizar las causas de las variaciones en los
componentes del precio natural: salarios, ganancias y rentas. Explorará cómo estos factores son
afectados por la riqueza, la pobreza y las diferentes condiciones de una sociedad, y cómo ciertas
proporciones parecen existir entre los salarios y las ganancias en diferentes empleos y sectores.
Por último, examinará los factores que influyen en la renta de la tierra y cómo afectan el precio
real de los bienes producidos.
Los salarios están determinados por un contrato entre el trabajador y el empleador, y ambos
tienen intereses diferentes en la negociación. Los trabajadores buscan obtener un salario más
alto, mientras que los empleadores buscan pagar lo menos posible. Smith sostiene que, en
general, los empleadores tienen ventaja en estas negociaciones debido a su menor número, la
capacidad de combinar esfuerzos y resistir más tiempo sin emplear trabajadores.
A pesar de esto, hay un límite por debajo del cual no es posible reducir los salarios, ya que los
trabajadores deben ganar lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias. En ciertas
circunstancias, los trabajadores pueden obtener ventajas que les permiten aumentar sus salarios
por encima de este límite. Por ejemplo, cuando la demanda de trabajadores aumenta
constantemente, los empleadores compiten entre sí por contratar a trabajadores, lo que puede
resultar en un aumento de los salarios.
En otras palabras, Smith argumenta que la demanda de trabajadores asalariados aumenta en
proporción al crecimiento de la riqueza nacional, que se refleja en el aumento de ingresos y
bienes en un país. En resumen, los salarios de los trabajadores están influenciados por factores
como la propiedad de la tierra, la acumulación de bienes, las negociaciones entre trabajadores y
empleadores, y el crecimiento de la riqueza nacional.
Smith sostiene que en un país estancado, como China en su tiempo, no se puede esperar que los
salarios sean altos. A pesar de ser un país rico en términos de fertilidad y población, su
estancamiento lleva a la pobreza y a la dificultad de mantener a una familia.
El autor también aborda la variación de los salarios en diferentes lugares y tiempos, señalando
que no siempre corresponden a las variaciones en el precio de los alimentos. Durante el siglo en
el que vivió Smith, el salario real de los trabajadores, es decir, la cantidad de bienes y servicios
que podían adquirir, aumentó en mayor proporción que el salario monetario.
En otras palabras, Smith se pregunta si la mejora en las condiciones de vida de las clases bajas
es beneficiosa o perjudicial para la sociedad. Concluye que es una ventaja, ya que los
trabajadores constituyen la mayoría de la sociedad y es justo que quienes alimentan, visten y
alojan a la población en general tengan una parte suficiente de los frutos de su propio trabajo
para vivir dignamente.
Adam Smith analiza la relación entre la pobreza, la población y los salarios. Aunque la pobreza
desalienta el matrimonio, no necesariamente lo impide. Sin embargo, la pobreza es desfavorable
para la crianza de los hijos, lo que resulta en una alta tasa de mortalidad infantil.
Smith sostiene que la recompensa liberal del trabajo, es decir, salarios altos, es tanto un efecto
como una causa del crecimiento de la población. A medida que aumenta la demanda de mano de
obra, también lo hacen los salarios, lo que incentiva la propagación y la industria entre las
personas comunes. Los trabajadores son más activos, diligentes y expeditos cuando los salarios
son altos, aunque también tienden a sobreexigirse y dañar su salud.
Los años de escasez y abundancia también influyen en los salarios. En años de abundancia, los
salarios pueden aumentar debido a la mayor demanda de mano de obra, mientras que en años de
escasez, los salarios pueden disminuir debido a la menor demanda. A pesar de las fluctuaciones
en el precio de los alimentos, estos siguen influyendo en el precio del trabajo.
El aumento en los salarios del trabajo necesariamente incrementa el precio de muchos productos
y, en consecuencia, tiende a disminuir su consumo tanto en el mercado interno como en el
extranjero. Sin embargo, el mismo factor que aumenta los salarios del trabajo, el incremento del
capital, también tiende a aumentar la productividad del trabajo al permitir una mejor división y
distribución del empleo y la adopción de maquinaria más eficiente. Así, aunque el precio de
algunos productos aumenta, la cantidad producida por unidad de trabajo puede aumentar aún
más, compensando el incremento en el precio.
Determinar las ganancias promedio del capital es complicado y cambia constantemente debido a
factores como la variación en los precios de los productos y la fortuna de los competidores y
clientes. Para tener una idea de las ganancias promedio del capital, Smith sugiere analizar el
interés del dinero.
Smith también analiza cómo las ganancias del capital y los salarios de los trabajadores varían en
diferentes lugares y tiempos. Por ejemplo, en las colonias de América del Norte y el Caribe,
tanto los salarios como las ganancias del capital son más altos que en Inglaterra. También
menciona que en Escocia, las ganancias del capital tienden a ser más altas que en Inglaterra
debido a un menor nivel de inversión requerido en varias industrias y a salarios más bajos.
Smith señala que la adquisición de nuevos territorios o ramas comerciales puede aumentar
temporalmente las ganancias del capital y el interés del dinero en un país que ya está avanzando
en la adquisición de riqueza. Esto se debe a que la competencia disminuye en las ramas
comerciales antiguas y los precios de los productos aumentan, lo que lleva a mayores ganancias
y tasas de interés más altas para los comerciantes y prestamistas.
Además, en este capítulo, Adam Smith analiza cómo la disminución del capital en una sociedad
afecta los salarios y las ganancias, así como la relación entre las tasas de interés y las ganancias.
Smith explica que, si el capital de una sociedad disminuye, los salarios del trabajo también
disminuirán, pero las ganancias del capital aumentarán. A medida que disminuyen los salarios,
los propietarios de bienes pueden llevar sus productos al mercado a un costo menor, lo que les
permite obtener más ganancias.
Smith señala que, en países como la India y China, los salarios son muy bajos y las ganancias
del capital son altas debido a las condiciones de esos países. Además, menciona que las leyes y
regulaciones pueden afectar las tasas de interés y las ganancias en diferentes naciones. En países
con una gran cantidad de riqueza, las tasas de interés y las ganancias son bajas, lo que obliga a
las personas a involucrarse en negocios para mantener su nivel de vida.
El autor también examina cómo los altos salarios y las altas ganancias afectan el precio de los
bienes y servicios. Argumenta que las ganancias elevadas tienen un impacto mucho mayor en el
aumento de los precios que los salarios elevados. Los empleadores a menudo se quejan de los
efectos negativos de los altos salarios en la venta de sus productos, pero no mencionan cómo sus
propias ganancias también pueden afectar negativamente los precios.
En resumen, este capítulo explora la relación entre el capital, los salarios, las ganancias y las
tasas de interés, y cómo estos factores afectan el precio de los bienes y la economía en general.
Capítulo X: De los salarios y ganancias en los diferentes empleos del trabajo y el capital
En este capítulo, Adam Smith sostiene que las ventajas y desventajas de los diferentes empleos
de trabajo y capital tienden a ser iguales o a equilibrarse en una misma área geográfica. En una
sociedad donde hay completa libertad para elegir y cambiar de ocupación, cada individuo
buscaría empleos ventajosos y evitaría los desventajosos, lo que llevaría a un equilibrio en
términos de beneficios y desventajas.
Sin embargo, Smith reconoce que en Europa, los salarios y las ganancias varían
significativamente según los diferentes empleos. Esta diferencia se debe en parte a ciertas
circunstancias en los empleos mismos, que compensan las diferencias en ganancias monetarias,
y en parte a la política europea, que no permite la completa libertad en la elección de empleo.
El autor señala que el análisis de estas circunstancias y políticas se tratará en la segunda parte
del capítulo.
La agradable o desagradable naturaleza del empleo en sí. Por ejemplo, un sastre gana menos que
un tejedor porque su trabajo es más fácil y limpio.
La facilidad y el costo, o la dificultad y el gasto, de aprender el oficio. Aquellos empleos que
requieren habilidades y destrezas extraordinarias suelen tener salarios más altos para compensar
la inversión en educación y capacitación.
La constancia o inconstancia del empleo. Los trabajadores cuyo empleo es más constante y
menos dependiente de factores externos, como el clima, tienden a ganar salarios más bajos en
comparación con aquellos cuyo empleo es más inestable e incierto.
El grado de confianza que se debe depositar en quienes ejercen el empleo. Aquellos empleos
que requieren un alto grado de confianza, como abogados y médicos, suelen tener salarios más
altos.
La probabilidad o improbabilidad de éxito en el empleo. Aquellos empleos con mayores riesgos
o dificultades para tener éxito suelen tener salarios más altos como compensación.
Smith también señala que las leyes y políticas en Europa influyen en las diferencias salariales
entre diferentes ocupaciones, como las regulaciones sobre aprendizajes y la distinción entre
empleos calificados y no calificados. Además, destaca cómo las condiciones de empleo pueden
afectar los salarios en diversos grados según el lugar y las circunstancias específicas.
El autor señala que el término de siete años para la duración de los aprendizajes era común en
toda Europa y se aplicaba a una amplia gama de oficios. En Inglaterra, el Estatuto de
Aprendizaje estableció que ninguna persona podía ejercer un oficio a menos que hubiera
cumplido un aprendizaje de al menos siete años en ese oficio. Sin embargo, esta ley ha sido
interpretada de manera estricta y se aplica solo a los oficios que existían en Inglaterra antes del
quinto año del reinado de Elizabeth I.
Smith también analiza la duración de los aprendizajes en Francia y Escocia, señalando que no
hay una ley general en Escocia que regule universalmente la duración de los aprendizajes y que,
en general, las leyes corporativas en Escocia son menos opresivas que en otros países europeos.
Finalmente, el autor argumenta que la institución de largos aprendizajes no garantiza que los
productos de mala calidad no se vendan al público y no fomenta la formación de los jóvenes en
la industria. Por el contrario, los aprendices pueden sentir aversión al trabajo si no reciben
beneficios de sus esfuerzos durante un largo período.
Existen dos tipos de productos de la tierra: aquellos que siempre generan una renta y aquellos
que pueden o no generarla, dependiendo de las circunstancias. La renta, a diferencia de los
salarios y las ganancias, es el efecto de los precios altos o bajos de los productos. Si el precio es
suficiente para cubrir los salarios y las ganancias, la renta será alta o baja en función de ese
precio.
El capítulo se divide en tres partes: en primer lugar, se analizan los productos de la tierra que
siempre generan una renta; en segundo lugar, aquellos productos que a veces pueden generar
renta y otras no; y en tercer lugar, las variaciones que ocurren en el valor relativo de estos dos
tipos de productos a lo largo de los diferentes períodos de mejora, en comparación tanto entre sí
como con los productos manufacturados.
Smith destaca la importancia de las buenas carreteras, canales y ríos navegables para conectar
las zonas rurales con las ciudades y reducir el monopolio local. Estas mejoras en la
infraestructura benefician tanto a la ciudad como al campo al abrir nuevos mercados y fomentar
la competencia.
La relación entre los precios del pan y la carne también influye en la renta de la tierra. En las
etapas iniciales de la agricultura, la carne suele ser más abundante y, por lo tanto, más barata
que el pan. Sin embargo, a medida que la agricultura se expande y se cultiva más tierra, el pan
se vuelve más abundante y la carne se vuelve más cara. La renta y las ganancias de las tierras de
pastoreo y cultivo de cereales tienden a igualarse en una gran parte del país, aunque hay
excepciones locales.
Smith también menciona cómo la importación de cereales puede afectar a la renta de la tierra.
En países densamente poblados como Holanda y la antigua Italia, la demanda de alimentos
supera la capacidad de producción local y se importa cereales para alimentar a la población. En
este caso, las tierras se dedican principalmente a la producción de pasto, que es más voluminoso
y difícil de transportar que los cereales.
Parte II: De los productos de la tierra que a veces sí y a veces no generan renta
En este capítulo, Adam Smith analiza cómo diferentes tipos de productos de la tierra pueden
generar renta para el propietario de la tierra, dependiendo de las circunstancias.
La comida es el único producto de la tierra que siempre proporciona renta al propietario. Otros
tipos de productos, como los materiales para la ropa y la vivienda, pueden generar renta en
ciertas condiciones. Cuando la demanda de estos materiales es alta, su precio puede generar
renta. Sin embargo, cuando hay una superabundancia de estos materiales, su precio puede ser
tan bajo que no generan renta.
Smith destaca que la demanda de estos materiales está influenciada por el comercio exterior. Por
ejemplo, las pieles de animales y la madera pueden encontrar mercados en otros países, lo que
les da valor y les permite generar renta para el propietario de la tierra.
El autor sostiene que la población de un país no está determinada por la cantidad de personas
que la tierra puede alimentar, sino por la cantidad de personas que pueden obtener comida. La
comida es la fuente original de la renta, y otros productos de la tierra que generan renta obtienen
su valor de la mejora de la capacidad de producción de alimentos a través de la mejora y el
cultivo de la tierra.
Smith también examina cómo la rentabilidad de una mina de carbón depende de su fertilidad y
ubicación. Las minas fértiles pueden generar renta, mientras que las minas infértiles no pueden.
Además, algunas minas pueden ser explotadas con fines de lucro, pero no generar renta para el
propietario de la tierra.
Parte III: De las variaciones en la proporción entre los valores respectivos de ese tipo de
producto que siempre proporciona renta y aquel que a veces sí y a veces no proporciona renta
A medida que la comida se vuelve más abundante debido a la mejora y la agricultura, aumenta
la demanda de otros productos que no son alimentos y que se pueden utilizar para fines
prácticos o decorativos. Por lo tanto, se esperaría que la relación entre los valores de estos dos
tipos de productos cambie con el tiempo. Específicamente, se esperaría que el valor de aquellos
productos que a veces proporcionan renta aumente en relación con el valor de los que siempre
proporcionan renta.
En general, esto es lo que ha ocurrido con la mayoría de los productos a lo largo de la historia. A
medida que la industria y el arte avanzan, los materiales para la ropa y la vivienda, los fósiles y
minerales útiles, los metales preciosos y las piedras preciosas se vuelven más demandados y, en
consecuencia, se vuelven más caros en términos de la cantidad de alimentos que se pueden
intercambiar por ellos.
Sin embargo, hay casos en los que el suministro de ciertos productos aumenta en una proporción
aún mayor que la demanda, lo que provoca que el valor de estos productos disminuya en lugar
de aumentar. Un ejemplo de esto es la plata. Aunque la demanda de plata podría aumentar con la
mejora de un país, el descubrimiento de nuevas minas más fértiles podría hacer que el
suministro aumente en una proporción mucho mayor que la demanda, haciendo que el valor de
la plata disminuya en términos de la cantidad de alimentos que se pueden intercambiar por ella.
A lo largo de los últimos cuatro siglos, ha habido tres combinaciones posibles de eventos en el
progreso del mejoramiento, y todas ellas han ocurrido en el mercado europeo. Estos eventos
incluyen un aumento en la demanda de plata mientras el suministro permanece constante, un
aumento en el suministro mientras la demanda permanece constante y un aumento en ambos, el
suministro y la demanda en proporciones similares. Estos eventos han influido en la relación
entre los valores de los diferentes tipos de productos a lo largo del tiempo.
Las mejoras en la productividad del trabajo, que tienden a reducir el precio real de los productos
manufacturados, también aumentan indirectamente la renta real de la tierra. Esto se debe a que
el terrateniente intercambia parte de su producción excedente por productos manufacturados y
una reducción en el precio real de estos productos aumenta el valor de la producción del
terrateniente.
Smith concluye que las propuestas de nuevas leyes o regulaciones comerciales que provienen de
aquellos que viven de las ganancias del capital deben ser examinadas con precaución y
escepticismo, ya que estos individuos pueden tener intereses en engañar y oprimir al público en
general para su propio beneficio.
Libro II
Introducción al Libro II
En este libro, Adam Smith aborda la naturaleza, acumulación y empleo del capital en la
sociedad. Explica que en una sociedad primitiva, donde no existe la división del trabajo y cada
persona se encarga de satisfacer sus propias necesidades, no es necesario acumular capital. Sin
embargo, una vez que la división del trabajo se introduce, la producción de un individuo solo
puede satisfacer una pequeña parte de sus necesidades y se vuelve necesario acumular bienes
para poder mantenerse y trabajar en su oficio.
La acumulación de capital es necesaria para que la división del trabajo avance y, a medida que
esta se desarrolla, se requiere una cantidad mayor de provisiones, materiales y herramientas.
Además, la acumulación de capital lleva a la mejora de la productividad del trabajo, ya que
permite a los empresarios asignar tareas de manera eficiente y proporcionar las mejores
máquinas a sus trabajadores.
El Libro II se divide en cinco capítulos. El primer capítulo aborda las diferentes ramas en las
que se divide el capital de un individuo o de una sociedad. El segundo examina la naturaleza y
funcionamiento del dinero como una rama del capital. El tercer y cuarto capítulo analizan cómo
opera el capital cuando es empleado por su propietario o prestado a otra persona. Por último, el
quinto capítulo discute los efectos de los diferentes usos del capital en la industria nacional y en
la producción anual de tierra y trabajo.
El capital de un país o sociedad se divide en tres partes: la primera se reserva para el consumo
inmediato y no genera ingresos (por ejemplo, alimentos, ropa y viviendas). La segunda parte es
el capital fijo, que genera ingresos sin cambiar de manos (maquinaria, edificios productivos y
habilidades adquiridas de las personas). Por último, la tercera parte es el capital circulante, que
genera ingresos a través de su circulación en la economía.
En otras palabras, Adam Smith destaca la importancia de comprender las diferentes formas en
que se puede emplear el capital y cómo este se divide y distribuye en función de las necesidades
de la economía y la sociedad.
Adam Smith aborda la tercera y última parte del capital general de la sociedad: el capital
circulante. Este capital solo genera ingresos al cambiar de manos y se compone de cuatro partes:
dinero, provisiones, materiales y trabajo terminado en manos de comerciantes y fabricantes. El
capital circulante es esencial para distribuir bienes y servicios a quienes los consumirán.
El autor señala que el capital circulante necesita ser reabastecido constantemente, ya que gran
parte de él se retira para ser utilizado en el capital fijo o en el stock de consumo inmediato. Las
fuentes principales de abastecimiento del capital circulante provienen de la tierra, las minas y
las pesquerías, que proporcionan provisiones y materiales.
Smith también discute cómo la tierra, las minas y las pesquerías requieren tanto un capital fijo
como circulante para ser cultivadas. El producto de estos recursos naturales permite reemplazar
y generar ganancias para todos los demás capitales en la sociedad.
Por último, el autor menciona que en países donde hay inseguridad, la gente suele esconder gran
parte de su capital para protegerlo de posibles desastres. Esta práctica era común durante el
feudalismo, y se consideraba como un recurso valioso para los soberanos.
Capítulo II: Del dinero como una rama particular del capital general de la sociedad, o el gasto
necesario para mantener el capital nacional
En este capítulo, Adam Smith analiza el dinero como una rama particular del capital general de
la sociedad y el gasto necesario para mantener el capital nacional. Argumenta que el precio de la
mayoría de los bienes se compone de tres partes: salarios del trabajo, beneficios del capital y
renta de la tierra. El precio total de todos los bienes producidos en un país se divide entre sus
habitantes en forma de salarios, beneficios y rentas.
Smith diferencia entre la renta bruta y la renta neta en el contexto de un país. La renta bruta
incluye la producción total de bienes y servicios, mientras que la renta neta se obtiene después
de deducir los gastos necesarios para mantener el capital fijo y circulante. La riqueza real de una
sociedad depende de su renta neta, no de la renta bruta.
El autor destaca la importancia de mantener el capital fijo para aumentar la productividad del
trabajo y generar una mayor producción. Además, sugiere que el dinero es la única parte del
capital circulante que puede disminuir la renta neta de la sociedad, ya que su mantenimiento
implica un costo.
Smith señala que el dinero en sí mismo no forma parte de la renta de la sociedad, sino que actúa
como un instrumento de intercambio que permite la distribución de bienes y servicios entre sus
miembros. La riqueza real de una sociedad se encuentra en los bienes y servicios que se pueden
adquirir con el dinero, no en el dinero en sí mismo.
Luego, Adam Smith argumenta que el ingreso de una persona no consiste en las monedas
metálicas que recibe anualmente, sino en su poder adquisitivo. Para una sociedad, la cantidad de
monedas en circulación nunca puede ser igual a los ingresos de todos sus miembros. El ingreso
consiste en el poder de compra, no en las monedas en sí.
Smith también discute el papel del dinero como un instrumento de comercio y cómo las
monedas de metal no forman parte del ingreso de la sociedad. A continuación, explica cómo las
máquinas e instrumentos de comercio que componen el capital fijo y circulante pueden generar
ingresos para la sociedad.
Se argumenta que el ahorro en el gasto de mantener el capital fijo es una mejora en el ingreso
neto de la sociedad. Al reducir el gasto en mantener el capital fijo, se incrementa el fondo que
pone en marcha la industria y, en consecuencia, se incrementa la producción anual de tierras y
trabajo.
Smith también aborda la sustitución del papel moneda por el oro y la plata, explicando que este
proceso puede reducir costos y, a veces, ser igual de conveniente. El papel moneda,
especialmente los billetes emitidos por bancos y banqueros, puede tener la misma función que el
oro y la plata, siempre y cuando las personas confíen en que puedan obtener dinero por ellos.
En este sentido, el papel moneda puede permitir que menos oro y plata circulen en un país y, en
su lugar, se utilice para intercambiar bienes en el extranjero, ya sea en el comercio o en la
compra de bienes de consumo. Si se emplea en comprar bienes de consumo, puede ser
beneficioso si se utiliza para adquirir insumos adicionales y emplear a más personas
productivas, lo que aumenta el ingreso neto de la sociedad.
Luego, Adam Smith analiza la importancia del capital circulante en la economía y cómo afecta
la cantidad de industria que puede emplear una sociedad. Smith sostiene que sólo se deben tener
en cuenta las provisiones, materiales y trabajos terminados, y no el dinero que sirve para hacer
circular estos elementos. La cantidad de industria que un capital puede emplear depende de la
cantidad de trabajadores que pueda proveer con materiales, herramientas y un mantenimiento
adecuado.
Smith también discute el efecto de la sustitución del papel moneda por el oro y la plata en la
economía escocesa. La creación de nuevas compañías bancarias en Escocia ha permitido
aumentar la cantidad de materiales, herramientas y mantenimiento que el capital circulante
puede proporcionar. Esto ha llevado a un aumento en la industria y en el valor de la producción
anual.
El autor explica cómo los bancos emiten sus notas promisorias principalmente mediante el
descuento de letras de cambio. También señala que las compañías bancarias escocesas ofrecen
créditos llamados “cuentas en efectivo”, que permiten a los comerciantes tener acceso a fondos
adicionales, lo que a su vez fomenta el comercio y la industria. Este método de financiamiento
ha sido un factor importante en el crecimiento del comercio y la industria en Escocia.
En otras palabras, Smith destaca la importancia del capital circulante y cómo la sustitución del
papel moneda por el oro y la plata ha influido en la economía escocesa. Además, señala cómo
los bancos y los sistemas crediticios han contribuido al aumento del comercio y la industria en
el país.
Luego, Adam Smith discute cómo los bancos que emiten más papel moneda del que puede ser
absorbido por la economía deben aumentar sus reservas de oro y plata, no solo en proporción a
ese exceso, sino en una proporción mucho mayor. Explica que los bancos deben aumentar sus
gastos en función del exceso de emisión de papel moneda y que esto puede llevar a una
exportación constante de oro y plata, lo que a su vez aumenta los gastos del banco.
Smith menciona que si los bancos hubieran comprendido y atendido a sus propios intereses, la
economía nunca habría tenido un exceso de papel moneda. Sin embargo, el Banco de Inglaterra
y otros bancos escoceses emitieron en exceso, lo que resultó en costos adicionales para ellos y
para el Banco de Inglaterra.
El autor también explica que un banco no debe prestar todo el capital de un comerciante o
empresario, sino solo la parte que, de lo contrario, estaría inactiva como efectivo disponible. Si
el dinero en papel emitido por un banco no supera este valor, no excederá la cantidad de oro y
plata necesaria para la circulación del país. Además, cuando un banco descuenta una letra de
cambio real para un comerciante, solo le adelanta una parte del valor que de otro modo tendría
que mantener como dinero en efectivo disponible.
Luego, Smith discute cómo los bancos de Escocia aseguraron que no emitieron más dinero en
papel del que la circulación del país podría absorber y emplear fácilmente. Esto se logró
prestando a comerciantes de crédito solamente la parte de su capital que podrían mantener en
efectivo para responder a demandas ocasionales. Los bancos no podían permitirse prestar todo
el capital circulante ni el capital fijo de los comerciantes, ya que esto iría en contra de sus
propios intereses y seguridad.
Los bancos de Escocia habían proporcionado asistencia a los comerciantes y empresarios del
país, aunque algunos de estos últimos exigían aún más apoyo financiero. Estos comerciantes y
empresarios creían que los bancos podrían extenderles crédito ilimitado, lo cual los bancos
rechazaron. A pesar de los desafíos, los bancos de Escocia lograron mantener un equilibrio en la
emisión de dinero en papel y mantener la estabilidad financiera.
Luego, Smith discute cómo el manejo imprudente de los bancos puede llevar a la ruina de los
proyectos y a la pérdida de capital. Cuando los bancos descuentan facturas de cambio sin
distinguir entre las reales y las ficticias, pueden terminar financiando proyectos sin fundamento.
Además, si un banco descubre que ha financiado en exceso a estos proyectos, puede ser
demasiado tarde para evitar la quiebra y la pérdida de capital.
Smith menciona el caso de un banco en Escocia que se estableció con la intención de aliviar la
angustia económica, pero su enfoque imprudente en la concesión de créditos y descuentos en
facturas de cambio en realidad agravó la situación. Aunque proporcionó un alivio temporal a los
proyectistas, terminó llevándolos a una deuda aún mayor y a una caída más dura. Al mismo
tiempo, este banco brindó alivio permanente a otros bancos escoceses, que pudieron evitar
pérdidas y mantener su crédito.
Smith concluye que los bancos deben ser más cuidadosos al elegir a sus deudores y financiar
proyectos proporcionales a su capital. Un manejo imprudente de los recursos no solo lleva a la
pérdida de capital, sino que también puede desviar fondos de proyectos sólidos y rentables hacia
proyectos irresponsables y sin beneficio.
Luego, Smith discute las opiniones de John Law sobre cómo solucionar la falta de dinero en
Escocia mediante la creación de un banco y la emisión de papel moneda. También menciona el
famoso proyecto del Mississippi en Francia, basado en las ideas de Law.
Smith analiza la creación y evolución del Banco de Inglaterra, y cómo sus operaciones han
influido en la economía del país. Según Smith, la banca no aumenta el capital del país, sino que
permite que una mayor parte de ese capital se vuelva activo y productivo. Sin embargo, Smith
advierte sobre los riesgos de confiar demasiado en el papel moneda y sugiere que el papel
moneda debería regularse cuidadosamente.
El autor también aborda la circulación de dinero en el país, que se divide en dos ramas: la
circulación entre los comerciantes y la circulación entre comerciantes y consumidores. Smith
explica que el papel moneda puede regularse para limitarse a la circulación entre comerciantes o
extenderse también a la circulación entre comerciantes y consumidores, según la denominación
de los billetes emitidos. En este sentido, el autor menciona cómo en Escocia y América del
Norte, el papel moneda se extendió a una gran parte de la circulación entre comerciantes y
consumidores debido a la emisión de billetes de pequeñas denominaciones.
En la parte final del capítulo 2 del Libro II de La Riqueza de las Naciones, Adam Smith
argumenta que, aunque el papel moneda esté limitado principalmente a la circulación entre
comerciantes, los bancos y banqueros podrían seguir apoyando la industria y el comercio del
país de manera similar a cuando el papel moneda ocupaba casi toda la circulación. Al descontar
letras de cambio reales y prestar sobre cuentas en efectivo, los bancos y banqueros podrían
liberar a la mayoría de los comerciantes de la necesidad de mantener una parte considerable de
su capital en efectivo.
Smith sostiene que restringir a las personas privadas de recibir notas promisorias de un
banquero como pago es una violación de la libertad natural, pero también reconoce que ciertos
aspectos de esta libertad deben ser restringidos por las leyes de todos los gobiernos. El papel
moneda, si está respaldado por personas de crédito indudable y se paga al instante, tiene un
valor igual al del oro y la plata.
El autor afirma que el aumento de papel moneda no aumenta necesariamente la cantidad total de
moneda en circulación, ya que la cantidad de oro y plata retirada es igual a la cantidad de papel
añadida. También menciona casos en los que el papel moneda, bajo ciertas condiciones, puede
devaluarse respecto al oro y la plata.
Smith considera que la emisión de papel moneda por parte de los gobiernos coloniales de
América del Norte fue injusta, ya que lo hicieron una moneda de curso legal sin tener en cuenta
su valor real y sin pagar intereses a sus tenedores. Sin embargo, también reconoce que las
colonias, como Pensilvania, que emitieron papel moneda de manera moderada, lograron
mantener un valor cercano al del oro y la plata.
Finalmente, Smith argumenta que la libre competencia entre los bancos es beneficiosa para el
público, ya que les obliga a ser más cuidadosos en su conducta y a ser más generosos con sus
clientes. En general, si cualquier rama del comercio o división del trabajo es ventajosa para el
público, la competencia libre y más general será aún más beneficiosa.
El producto anual del país se divide en dos partes: una destinada a reemplazar el capital y otra
destinada a constituir ingresos como rentas o ganancias. La parte destinada a reemplazar el
capital se emplea solo en mantener trabajadores productivos, mientras que la destinada a
constituir ingresos puede mantener tanto a trabajadores productivos como improductivos.
Smith también argumenta que el ahorro, no la industria, es la causa inmediata del aumento de
capital. La industria proporciona el sujeto que la parsimonia acumula, pero si la parsimonia no
guarda y almacena lo que la industria adquiere, el capital nunca aumentaría. El ahorro y la
inversión en capital son fundamentales para el crecimiento económico y el bienestar de la
población.
Luego, Adam Smith argumenta que el derroche de individuos y el mal manejo de los recursos
afectan negativamente la riqueza de una nación al disminuir los fondos destinados al empleo de
mano de obra productiva. Sin embargo, la frugalidad y el buen comportamiento de otros
individuos suelen compensar los excesos de los derrochadores y el mal manejo de los recursos,
lo que permite que el progreso económico continúe.
Smith también sostiene que la cantidad de dinero en un país debe aumentar a medida que
aumenta el valor de la producción anual. La riqueza y los ingresos de un país se ven afectados
por la cantidad y calidad de la mano de obra productiva y la inversión en capital. A pesar de las
preocupaciones sobre el declive de la riqueza en ciertos períodos, Smith destaca que la
producción anual de Inglaterra ha aumentado constantemente a lo largo de la historia, y sugiere
que este es el caso en la mayoría de las naciones en tiempos de paz y estabilidad.
En otras palabras, aunque el derroche y el mal manejo de recursos pueden causar daños
económicos, la frugalidad y el buen comportamiento de los individuos y la inversión en capital
y mano de obra productiva suelen compensar estos problemas y permitir el crecimiento
económico a largo plazo.
En la última parte de este capítulo, Adam Smith argumenta que a lo largo de la historia, ha
habido momentos de despilfarro público y privado, guerras innecesarias y costosas, y una gran
cantidad de recursos destinados a mantener manos improductivas. A pesar de esto, la
acumulación de riquezas no se detuvo, aunque se ralentizó. La riqueza de Inglaterra siguió
creciendo gracias a la frugalidad y el buen comportamiento de sus ciudadanos, quienes, a pesar
de no ser característicamente parsimoniosos, lograron acumular capital.
No obstante, Smith aclara que no pretende afirmar que un tipo de gasto sea siempre más
generoso que el otro. El gasto en hospitalidad puede compartirse con amigos y familiares,
mientras que el gasto en bienes duraderos a menudo beneficia únicamente al individuo que
realiza la compra. Sin embargo, el gasto en bienes duraderos, en comparación con el gasto en
bienes de consumo inmediato, favorece la acumulación de capital, la frugalidad privada y el
empleo de manos productivas, lo que contribuye al crecimiento de la opulencia pública.
Smith señala que el capital prestado a interés se emplea más frecuentemente en actividades
productivas que en consumo inmediato. Los préstamos, en general, se realizan en dinero, ya sea
en papel o en monedas de oro y plata. Sin embargo, lo que realmente quiere el prestatario y lo
que le proporciona el prestamista no es el dinero en sí, sino el valor del dinero o los bienes que
este puede adquirir.
El autor argumenta que la cantidad de capital que se puede prestar a interés en un país no está
regulada por el valor del dinero, sino por el valor de la parte de la producción anual destinada a
reemplazar un capital que el propietario no desea emplear él mismo. La cantidad de capital
disponible para préstamos aumenta a medida que crece el capital total en una economía. A
medida que aumenta la cantidad de capital disponible para préstamos, el interés o precio que se
debe pagar por el uso de ese capital disminuye debido a la competencia entre los diferentes
capitales y la disminución de las ganancias que se pueden obtener al emplear ese capital.
Smith también aborda la idea errónea de que el aumento de la cantidad de oro y plata debido al
descubrimiento de las Indias Occidentales españolas fue la causa real de la disminución de la
tasa de interés en la mayor parte de Europa. El autor refuta esta noción, argumentando que la
relación entre el valor del capital y el del interés se mantiene constante, aunque la tasa de interés
cambie.
Por último, Adam Smith explica cómo afectan las variaciones en la cantidad de plata y bienes en
circulación a la economía. Si la cantidad de plata aumenta y la de bienes se mantiene constante,
disminuye el valor de la plata y aumenta el valor nominal de los bienes, aunque su valor real
sigue siendo el mismo. El capital del país no cambiaría, solo se necesitarían más piezas de plata
para transacciones iguales. En cambio, si la cantidad de bienes aumenta y la cantidad de dinero
se mantiene constante, el capital del país realmente aumentaría, permitiendo emplear más mano
de obra productiva.
Smith también aborda la regulación de las tasas de interés, argumentando que la prohibición del
interés lleva a un aumento en la usura, ya que el prestatario debe compensar al prestamista por
el riesgo. Si la tasa de interés legal se establece por debajo de la tasa de mercado, los efectos
serían similares a una prohibición total del interés. En cambio, si la tasa legal se establece
ligeramente por encima de la tasa de mercado, se prefiere a los prestatarios sobrios sobre los
derrochadores y los proyectistas, lo que resulta en un uso más ventajoso del capital.
Smith menciona cómo el precio del suelo depende de la tasa de interés del mercado. Si la renta
de la tierra es significativamente menor que el interés del dinero, nadie compraría tierras, lo que
reduciría su precio. En cambio, si las ventajas de poseer tierras compensan la diferencia de
ingresos, todos comprarían tierras, lo que elevaría su precio.
Luego, Adam Smith argumenta que el derroche de individuos y el mal manejo de los recursos
afectan negativamente la riqueza de una nación al disminuir los fondos destinados al empleo de
mano de obra productiva. Sin embargo, la frugalidad y el buen comportamiento de otros
individuos suelen compensar los excesos de los derrochadores y el mal manejo de los recursos,
lo que permite que el progreso económico continúe.
Smith también sostiene que la cantidad de dinero en un país debe aumentar a medida que
aumenta el valor de la producción anual. La riqueza y los ingresos de un país se ven afectados
por la cantidad y calidad de la mano de obra productiva y la inversión en capital. A pesar de las
preocupaciones sobre el declive de la riqueza en ciertos períodos, Smith destaca que la
producción anual de Inglaterra ha aumentado constantemente a lo largo de la historia, y sugiere
que este es el caso en la mayoría de las naciones en tiempos de paz y estabilidad.
En otras palabras, aunque el derroche y el mal manejo de recursos pueden causar daños
económicos, la frugalidad y el buen comportamiento de los individuos y la inversión en capital
y mano de obra productiva suelen compensar estos problemas y permitir el crecimiento
económico a largo plazo.
En la última parte de este capítulo, Adam Smith argumenta que a lo largo de la historia, ha
habido momentos de despilfarro público y privado, guerras innecesarias y costosas, y una gran
cantidad de recursos destinados a mantener manos improductivas. A pesar de esto, la
acumulación de riquezas no se detuvo, aunque se ralentizó. La riqueza de Inglaterra siguió
creciendo gracias a la frugalidad y el buen comportamiento de sus ciudadanos, quienes, a pesar
de no ser característicamente parsimoniosos, lograron acumular capital.
No obstante, Smith aclara que no pretende afirmar que un tipo de gasto sea siempre más
generoso que el otro. El gasto en hospitalidad puede compartirse con amigos y familiares,
mientras que el gasto en bienes duraderos a menudo beneficia únicamente al individuo que
realiza la compra. Sin embargo, el gasto en bienes duraderos, en comparación con el gasto en
bienes de consumo inmediato, favorece la acumulación de capital, la frugalidad privada y el
empleo de manos productivas, lo que contribuye al crecimiento de la opulencia pública.
Smith argumenta que el capital empleado en la agricultura es el que más trabajo productivo
genera y añade un mayor valor a la producción anual en comparación con los capitales
empleados en la fabricación, el comercio mayorista y minorista. Además, señala que los
capitales empleados en la agricultura y en el comercio minorista deben residir siempre dentro de
la sociedad en la que se emplean.
Por otro lado, el capital de los comerciantes mayoristas y de los fabricantes no tiene una
residencia fija y puede moverse de un lugar a otro según las oportunidades de compra y venta.
En resumen, Smith sostiene que el empleo de capitales en la agricultura es, con mucho, el más
beneficioso para la sociedad en comparación con las otras formas de empleo de capitales.
Luego, Adam Smith argumenta que el capital del fabricante es más importante dentro del país,
ya que impulsa más mano de obra productiva y aumenta el valor anual del producto de la tierra
y el trabajo de la sociedad. Sin embargo, un país puede no tener suficiente capital para mejorar y
cultivar todas sus tierras, fabricar y preparar todos sus productos básicos para el consumo
inmediato y transportar los excedentes a mercados distantes donde puedan ser intercambiados.
Un país con capital insuficiente para esos propósitos se beneficiará más si emplea su capital en
la agricultura. Después de la agricultura, el capital empleado en la fabricación es el que impulsa
la mayor cantidad de mano de obra productiva y agrega el mayor valor al producto anual. El
comercio de exportación tiene el menor efecto de los tres.
Los tres tipos de comercio mayorista incluyen el comercio nacional, el comercio exterior de
consumo y el comercio de transporte. El comercio nacional se emplea en la compra de
productos en una parte del país para venderlos en otra parte. El comercio exterior de consumo se
emplea en la compra de bienes extranjeros para el consumo interno. El comercio de transporte
se emplea en el comercio entre países extranjeros.
El capital empleado en el comercio nacional apoya la industria y el trabajo productivo del país
más que el capital empleado en el comercio exterior de consumo y el comercio de transporte. En
resumen, un capital empleado en el comercio nacional proporciona más incentivos y apoyo al
trabajo productivo que un capital igual empleado en un comercio exterior más directo.
Luego, Adam Smith argumenta que no importa qué bienes extranjeros se adquieran para
consumo interno, ya que no afecta esencialmente la naturaleza del comercio ni el apoyo que este
brinda a la mano de obra productiva del país. Afirma que el comercio de consumo extranjero
llevado a cabo mediante oro y plata tiene las mismas ventajas e inconvenientes que cualquier
otro comercio de consumo extranjero similar.
Smith sostiene que el comercio de consumo extranjero más indirecto puede ser tan necesario
para respaldar la mano de obra productiva del país y el valor de su producción anual como el
más directo. Además, señala que el comercio de transporte es el efecto y síntoma natural de una
gran riqueza nacional, pero no parece ser la causa natural de la misma.
Por último, el autor menciona que la consideración del beneficio privado es el único motivo que
determina el empleo del capital en agricultura, manufactura o en alguna rama específica del
comercio mayorista o minorista. También sugiere que la política de Europa ha dado a las
industrias urbanas una ventaja sobre la agricultura, lo que explica por qué las personas a
menudo prefieren emplear sus capitales en comercios lejanos en lugar de cultivar tierras fértiles
en su propio país.
A modo de síntesis, en este capítulo Adam Smith examina cómo el capital influye en la
economía y en la mano de obra productiva. Comienza estableciendo la distinción entre capital
fijo y capital circulante, siendo el primero aquel que se invierte en bienes duraderos como
edificios y maquinaria, mientras que el segundo se refiere a bienes en proceso y productos
terminados.
Smith sostiene que diferentes industrias requieren diferentes proporciones de estos tipos de
capital, lo que afecta la cantidad de mano de obra empleada y la rentabilidad de cada industria.
A continuación, analiza cómo el capital afecta la mano de obra productiva en tres tipos de
comercio: interno, de consumo externo y de transporte.
El comercio interno, según Smith, es el más beneficioso para un país, ya que apoya
directamente a la mano de obra productiva y aumenta el valor de la producción anual. Por otro
lado, el comercio de consumo externo, aunque beneficioso, no tiene tanto impacto como el
comercio interno. Finalmente, el comercio de transporte es el menos beneficioso de los tres, ya
que no respalda directamente la mano de obra productiva.
Además, Smith argumenta que no es relevante qué bienes extranjeros se adquieran para
consumo interno, ya que esto no afecta la naturaleza del comercio ni el apoyo que proporciona a
la mano de obra productiva del país. Asimismo, afirma que el comercio de consumo extranjero
que se realiza con oro y plata tiene ventajas e inconvenientes similares a cualquier otro
comercio de consumo extranjero.
En última instancia, el capítulo 5 del Libro II explora cómo el capital afecta la economía y la
mano de obra productiva en diferentes tipos de comercio, enfatizando la importancia del
comercio interno y desalentando el favorecimiento excesivo de otros tipos de comercio.
Libro III
Capítulo I: Del Progreso Natural de la Opulencia en Diferentes Naciones
En este capítulo, Adam Smith analiza la relación entre las ciudades y el campo en el contexto
del comercio y cómo influye en el progreso de la opulencia en diferentes naciones. Afirma que
el comercio entre las ciudades y el campo es fundamental para cualquier sociedad civilizada, ya
que permite el intercambio de productos básicos por productos manufacturados.
Según Smith, la agricultura y la mejora del territorio son esenciales para el crecimiento de las
ciudades, ya que proporcionan el sustento y los materiales para la fabricación. A medida que se
produce un excedente en el campo, las ciudades pueden crecer y, a su vez, proporcionar bienes y
servicios a la población rural. La relación entre la ciudad y el campo es, por lo tanto,
mutuamente beneficiosa.
El autor también destaca cómo las instituciones humanas han afectado este orden natural de
cosas. En las colonias de América del Norte, donde aún se puede obtener tierras no cultivadas
en condiciones favorables, las personas prefieren invertir en la agricultura en lugar de establecer
manufacturas para la venta a larga distancia. En contraste, en países sin tierras disponibles en
condiciones favorables, los artesanos buscan crear productos manufacturados para la venta en
lugares más lejanos.
En resumen, el capítulo 1 del Libro III examina la relación entre las ciudades y el campo en
términos de comercio y cómo esta relación influye en el progreso de la opulencia en diferentes
naciones. También aborda cómo las instituciones humanas pueden afectar y alterar el orden
natural del progreso económico.
Capítulo II: De cómo la agricultura se desalentó en la Europa antigua después de la caída del
Imperio Romano
Este capítulo examina cómo la agricultura se desalentó en la Europa antigua después de la caída
del Imperio Romano. Las invasiones de las naciones germánicas y escitas provocaron confusión
y violencia, lo que interrumpió el comercio y llevó al abandono de las tierras y la pobreza. Los
líderes de estas naciones adquirieron la mayor parte de las tierras, lo que podría haber sido un
problema transitorio, pero las leyes de primogenitura y las vinculaciones perpetuas impidieron
la división y redistribución de estas tierras.
Las leyes de primogenitura, que favorecen al hijo mayor en la herencia, surgen de la necesidad
de proteger y mantener el poder de las propiedades. A pesar de ser obsoletas en la Europa actual,
estas leyes siguen vigentes en muchos países. Las vinculaciones perpetuas también fueron
introducidas para proteger una línea sucesoria específica y evitar la división de las tierras.
Estos grandes propietarios rara vez mejoraron sus tierras, debido a la falta de tiempo,
habilidades o interés. Los que trabajaban en esas tierras, en su mayoría esclavos, tampoco tenían
incentivos para mejorarlas, ya que cualquier ganancia se entregaba a sus amos. La esclavitud y
el trabajo forzado resultan en un trabajo más costoso y menos eficiente que el trabajo libre.
Las leyes de primogenitura y las vinculaciones perpetuas, así como la esclavitud, contribuyeron
al desaliento de la agricultura en la Europa antigua después de la caída del Imperio Romano.
Luego, Adam Smith analiza la preferencia por el trabajo de esclavos en ciertas colonias y cómo
esto afecta la economía. En el caso de las colonias de azúcar y tabaco, la esclavitud resulta más
rentable que el trabajo libre, y las ganancias en estas colonias son mayores que en las colonias
dedicadas al cultivo de granos.
Smith también menciona el sistema de arrendamiento de los Metayers en Francia, donde los
propietarios proporcionan a los arrendatarios la tierra, semillas, ganado y herramientas para
cultivarla. A pesar de ser personas libres, los Metayers tienen poco incentivo para invertir en
mejoras, ya que el propietario se lleva la mitad de las ganancias.
El autor examina cómo la situación de los arrendatarios ha cambiado en Europa y cómo las
leyes y costumbres han afectado sus derechos y condiciones de vida. En Inglaterra, por ejemplo,
las leyes han evolucionado para proteger a los arrendatarios, asegurando sus contratos y
haciéndolos más respetables ante los propietarios.
Sin embargo, en otras partes de Europa, las condiciones de los arrendatarios eran más precarias,
y las leyes favorecían los intereses de los propietarios. Smith argumenta que estas leyes, a largo
plazo, obstaculizaban el progreso y afectaban negativamente los ingresos de los propietarios.
En cuanto a los impuestos y servicios públicos, Smith señala que eran arbitrarios y opresivos en
muchos países europeos. Menciona la abolición de la purveyance (aprovisionamiento forzoso)
en Gran Bretaña y cómo aún persiste en Francia y Alemania. También discute cómo los
impuestos, como la taille en Francia, desalientan la inversión y el mejoramiento de la tierra.
Vamos a detenernos un poco en el análisis de este capítulo. Adam Smith se centra en varios
aspectos clave que impactan la economía y la vida de los trabajadores:
Eficiencia y productividad del trabajo: Smith resalta que la eficiencia y la productividad del
trabajo dependen de la motivación e incentivos que tienen los trabajadores y arrendatarios. En el
caso del trabajo esclavo, aunque puede parecer más rentable en ciertas industrias, la falta de
incentivos para mejorar las condiciones de trabajo y la tierra limita el crecimiento a largo plazo.
Esto sugiere que el trabajo libre y los sistemas de arrendamiento que brindan incentivos
adecuados a los trabajadores y arrendatarios pueden generar una mayor eficiencia y crecimiento
económico.
Desigualdad económica y social: Smith también señala cómo la desigualdad económica y social
en las sociedades que practican la esclavitud o sistemas de arrendamiento restrictivos puede
afectar negativamente el crecimiento. Cuando una parte significativa de la población no tiene la
oportunidad de prosperar, el potencial de crecimiento económico se ve limitado, lo que puede
perpetuar la pobreza y la desigualdad.
Rol del gobierno y la legislación: Smith enfatiza la importancia de un gobierno y un marco legal
que proteja los derechos y proporcione incentivos adecuados a los trabajadores y arrendatarios.
Esto incluye leyes fiscales justas y la garantía de que los trabajadores y arrendatarios tengan un
ambiente en el que puedan invertir en mejoras y beneficiarse de ellas. Un gobierno que fomente
un entorno empresarial favorable y proteja los derechos de sus ciudadanos puede contribuir a un
crecimiento económico sostenible y al bienestar general.
Desarrollo y adaptación de las políticas económicas: A través del análisis de las políticas y
sistemas de arrendamiento en diferentes países europeos, Smith sugiere que las naciones pueden
aprender de las experiencias de otras y adaptar sus políticas para mejorar su economía. Al
estudiar cómo las leyes y regulaciones han evolucionado en otros países, los gobiernos pueden
identificar prácticas exitosas y adaptarlas a sus propias circunstancias.
En general, las implicancias de este capítulo en La Riqueza de las Naciones sugieren que el
crecimiento económico y la prosperidad de una nación dependen en gran medida de los
incentivos y la motivación de los trabajadores y arrendatarios, así como del marco legal y
gubernamental que proteja y apoye a estas personas. Las naciones que buscan mejorar su
economía y el bienestar de sus ciudadanos deben tener en cuenta estas consideraciones al
desarrollar políticas y leyes económicas.
Para interpretar el pasaje en cuestión, es crucial comprender que Smith enfoca su análisis en la
relación entre la motivación e incentivos de los trabajadores y arrendatarios y el crecimiento
económico y la prosperidad de una nación. A través de este enfoque, Smith argumenta que la
productividad y eficiencia en el trabajo son fundamentales para el éxito económico de un país.
En la parte final de este capítulo, Smith argumenta que los ocupantes de tierras enfrentan
desventajas significativas en el proceso de mejora de las mismas, incluso con la seguridad y
libertad que la ley pueda proporcionar. Los agricultores, en comparación con los propietarios de
tierras, progresan más lentamente en la mejora de sus tierras debido a la parte de los beneficios
que se consume en el alquiler o intereses de préstamos. Smith también señala que los
agricultores suelen ser considerados de un rango social inferior al de los propietarios en Europa.
Smith destaca que, debido a estas desventajas, es poco probable que personas con un
considerable capital abandonen su posición para dedicarse a la agricultura. Aunque en Inglaterra
puede haber más agricultores adinerados y con grandes extensiones de tierra que en otros países
europeos, la acumulación de capital en la agricultura suele ser lenta.
El autor también critica la antigua política europea que desfavorecía la mejora y el cultivo de
tierras, tanto por parte del propietario como del agricultor. Estas políticas incluían la prohibición
general de exportación de granos sin licencia especial y restricciones en el comercio interno de
productos agrícolas, impuestas por leyes absurdas y privilegios de ferias y mercados. Estas
políticas obstaculizaron el cultivo incluso en Italia, un país naturalmente fértil y sede del mayor
imperio de la época. Por lo tanto, las restricciones habrían desalentado aún más el cultivo en
países con condiciones menos favorables.
Capítulo III: Del surgimiento y desarrollo de las ciudades y pueblos después de la caída del
Imperio Romano
Adam Smith analiza el surgimiento y desarrollo de las ciudades y pueblos después de la caída
del Imperio Romano. Las personas que vivían en estas áreas no gozaban de más privilegios que
las del campo. Los habitantes de las ciudades eran principalmente comerciantes y artesanos,
quienes parecían estar en una condición servil o casi servil. Los privilegios otorgados a los
habitantes de algunas de las principales ciudades de Europa muestran su situación previa a
estos.
Estas personas solían ser pobres y viajaban de un lugar a otro para vender sus productos. Se les
cobraba impuestos por cruzar ciertos territorios y puentes. A veces, el rey o un gran señor
otorgaba exenciones de estos impuestos a comerciantes que vivían en sus tierras, a quienes se
les llamaba “librecambistas”. A cambio, estos comerciantes pagaban una especie de impuesto
anual a su protector.
Las ciudades alcanzaron la libertad e independencia antes que las zonas rurales. El rey solía
arrendar el ingreso de impuestos de una ciudad a sus propios habitantes, quienes se
responsabilizaban conjunta y solidariamente por el pago. Con el tiempo, se convirtió en práctica
común conceder el arrendamiento a perpetuidad, lo que convertía las exenciones en
permanentes. Además, se les otorgaban ciertos privilegios, como casar a sus hijas sin el
consentimiento de su señor, que sus hijos heredaran sus bienes y que pudieran disponer de sus
efectos mediante testamento.
Las ciudades también solían obtener el privilegio de tener magistrados y un consejo municipal,
de hacer leyes locales y de construir murallas para su defensa. Los habitantes estaban sujetos a
una especie de disciplina militar para proteger las murallas. En Inglaterra, generalmente se les
eximía de comparecer ante los tribunales del condado, mientras que en otros países se les
concedían jurisdicciones más amplias.
El rey apoyaba a las ciudades en su lucha contra los señores feudales, ya que también eran sus
enemigos. Al otorgarles medios para su seguridad e independencia, el rey aseguraba su lealtad y
apoyo. En momentos de debilidad o conflicto con los señores feudales, los reyes solían ser más
generosos en otorgar privilegios a sus ciudades.
En países como Francia e Inglaterra, donde la autoridad del soberano nunca fue destruida por
completo, las ciudades no tuvieron la oportunidad de volverse completamente independientes.
Sin embargo, se volvieron lo suficientemente importantes como para que el soberano no pudiera
imponerles impuestos sin su consentimiento. Por lo tanto, se les convocó para enviar
representantes a la asamblea general de los estados del reino.
El orden y el buen gobierno se establecieron en las ciudades, mientras que los ocupantes de
tierras en el campo estaban expuestos a la violencia. Cuando las personas están seguras de
disfrutar de los frutos de su trabajo, se esfuerzan por mejorar su condición y adquirir no solo lo
necesario sino también los lujos de la vida. La industria se estableció en las ciudades antes que
en el campo.
Las manufacturas para la venta a distancia se introdujeron en diferentes países de dos maneras
distintas. A veces, eran introducidas por comerciantes e inversionistas que imitaban
manufacturas extranjeras. Otras veces, las manufacturas surgían de forma natural y gradual a
medida que se refinaban las manufacturas locales en los países más pobres y rudos. Estas
últimas manufacturas solían estar basadas en los materiales producidos localmente y, al
desarrollarse, abastecían mercados cada vez más lejanos. Así es como surgieron las
manufacturas en ciudades como Leeds, Halifax, Sheffield, Birmingham y Wolverhampton, que
son el resultado de la agricultura y la expansión del comercio exterior.
Capítulo IV: De como el comercio y las manufacturas en las ciudades han contribuido al
progreso y la mejora de los países
En este capítulo, Smith sostiene que el comercio y las manufacturas en las ciudades han
contribuido al progreso y la mejora de los países en tres aspectos principales:
Al brindar un mercado amplio y accesible para los productos básicos del campo, las ciudades
fomentan su cultivo y mejoramiento. Esto beneficia no solo a los países en los que se
encuentran, sino también a aquellos con los que comercian, proporcionando un mercado para
sus productos y estimulando su industria y desarrollo.
La riqueza adquirida por los habitantes de las ciudades se emplea en la compra de tierras, a
menudo sin cultivar. Los comerciantes, cuando se convierten en terratenientes, suelen ser los
mejores mejoradores de tierras, ya que están acostumbrados a invertir en proyectos rentables,
mientras que los terratenientes rurales suelen gastar en gastos superfluos. Los comerciantes
también tienen hábitos de orden, economía y atención que los hacen más aptos para llevar a
cabo proyectos de mejora con éxito.
El comercio y las manufacturas introdujeron orden, buen gobierno, libertad y seguridad para los
habitantes del campo que antes vivían en un estado casi constante de guerra y dependencia
servil. Aunque este efecto ha sido el menos observado, Smith argumenta que es el más
importante.
Smith describe cómo, en ausencia de comercio exterior y manufacturas, los grandes propietarios
de tierras consumían excedentes en hospitalidad rústica y mantenían multitudes de sirvientes y
dependientes. Con la introducción del comercio y las manufacturas, los propietarios encontraron
algo en lo que gastar sus rentas sin compartirlas con otros, lo que debilitó su poder y autoridad.
Además, los comerciantes y artesanos obtenían su subsistencia de múltiples clientes, lo que les
permitía ser más independientes de los grandes propietarios.
Este fragmento describe cómo los grandes propietarios gastaron más en sí mismos y
disminuyeron gradualmente el número de personas bajo su cargo, incluidos sus arrendatarios.
Esto llevó a la creación de arrendamientos más largos y a una mayor independencia para los
arrendatarios, lo que a su vez limitó el poder de los grandes propietarios para perturbar la
justicia y la paz del país.
Adam Smith menciona la rareza de las familias antiguas en países comerciales y cómo la
riqueza tiende a no permanecer en una misma familia durante mucho tiempo en países con una
economía basada en el comercio. En contraste, las naciones más simples, como los pastores,
suelen mantener su riqueza en la misma familia durante generaciones.
Smith señala que el diferente progreso de la opulencia en diferentes épocas y naciones ha dado
lugar a dos sistemas distintos de economía política en lo que respecta al enriquecimiento de las
personas: el sistema de comercio y el sistema de agricultura. En este libro, Smith se propone
explicar ambos sistemas con detalle y claridad, comenzando con el sistema de comercio, que es
el sistema moderno y se entiende mejor en su propio país y en su tiempo.
Smith también argumenta que la riqueza no consiste en el dinero, sino en lo que se puede
comprar con él. Aunque el dinero es un instrumento de comercio establecido, los bienes no
siempre se pueden obtener fácilmente a cambio de dinero. Sin embargo, en última instancia, el
dinero busca bienes más necesariamente que los bienes buscan dinero, ya que el dinero solo
tiene el propósito de comprar bienes, mientras que los bienes pueden servir para muchos otros
propósitos.
Smith menciona el “dinero de la gran república mercantil”, refiriéndose al oro y plata que
circulan entre diferentes países comerciales. Durante tiempos de guerra, es posible que parte de
este dinero se utilice para financiar los gastos militares, pero aún así, se remonta a los bienes y
la producción anual de un país como los recursos finales que permiten llevar a cabo la guerra.
Adam Smith argumenta que las mercancías más apropiadas para ser transportadas a países
lejanos son aquellas que tienen un gran valor en un pequeño volumen, como las manufacturas
finas y mejoradas. Estas pueden exportarse a largas distancias con poco gasto. Un país con un
superávit anual en este tipo de manufacturas puede mantener una guerra extranjera costosa sin
necesidad de exportar grandes cantidades de oro y plata.
En contraste, Smith sostiene que las materias primas no son adecuadas para financiar guerras
extranjeras debido a su gran volumen y a que suelen ser necesarias para el consumo interno.
Además, explica que la importación de oro y plata no es el principal beneficio del comercio
exterior, ya que este permite intercambiar excedentes y satisfacer necesidades, mejorando así la
división del trabajo y aumentando la riqueza y los ingresos de una sociedad.
La riqueza de Europa no proviene de la importación de oro y plata de América, sino de la
apertura de nuevos mercados que permitieron el desarrollo de nuevas divisiones de trabajo y
mejoras en la producción. Smith también menciona el descubrimiento de una ruta hacia las
Indias Orientales a través del Cabo de Buena Esperanza, que amplió aún más el comercio,
aunque este no ha sido tan ventajoso como el comercio con América debido a los monopolios de
las compañías de las Indias Orientales.
Finalmente, Adam Smith discute la creencia popular de que la riqueza consiste en dinero,
específicamente en oro y plata. A pesar de que algunos autores reconocen que la riqueza de un
país también incluye tierras, casas y bienes de consumo, a menudo olvidan estos elementos en
sus razonamientos y asumen que toda la riqueza se basa en metales preciosos.
De esta creencia, surgen dos principios: la riqueza consiste en oro y plata, y estos metales solo
pueden entrar a un país sin minas a través del balance comercial. Por lo tanto, el objetivo
principal de la economía política es reducir las importaciones y aumentar las exportaciones.
Para lograr esto, se implementan restricciones a la importación y se fomentan las exportaciones.
Las restricciones a la importación pueden ser de dos tipos: aquellas que limitan la importación
de bienes que pueden producirse localmente, y aquellas que restringen la importación de casi
todos los bienes de países con los que se tiene un desequilibrio comercial desfavorable. Estas
restricciones pueden tomar la forma de aranceles elevados o prohibiciones absolutas.
Smith señala que examinará cada una de estas medidas en capítulos posteriores, centrándose en
cómo afectan el producto anual de la industria de un país y, por lo tanto, su verdadera riqueza y
recursos.
Capítulo II: De las restricciones a la importación de países extranjeros de aquellos bienes que
pueden ser producidos en el país (incluye el pasaje de la «mano invisible»)
Adam Smith argumenta que al restringir, ya sea mediante altos aranceles o prohibiciones
absolutas, la importación de bienes que pueden ser producidos en el país, se garantiza en mayor
o menor medida el monopolio del mercado interno a la industria nacional que los produce.
Ejemplos de esto son la prohibición de importar ganado vivo o provisiones de sal, los altos
aranceles sobre la importación de cereales y la prohibición de importar lana extranjera.
Aunque este monopolio del mercado interno fomenta la industria específica que lo disfruta, no
está del todo claro si aumenta la industria general de la sociedad o le da la dirección más
ventajosa. La industria general de la sociedad nunca puede exceder lo que el capital de la
sociedad puede emplear. Ninguna regulación comercial puede aumentar la cantidad de industria
en una sociedad más allá de lo que su capital puede mantener.
Cada individuo busca constantemente el empleo más ventajoso para el capital que tiene a su
disposición. Aunque es su propio beneficio, y no el de la sociedad, lo que tiene en mente, buscar
su propio beneficio lo lleva a preferir aquel empleo que resulta ser el más ventajoso para la
sociedad.
Adam Smith sostiene que cada individuo intenta emplear su capital lo más cerca posible de su
hogar y, en consecuencia, apoyar la industria nacional tanto como sea posible, siempre y cuando
pueda obtener ganancias ordinarias o no mucho menores que las ordinarias. Por lo tanto,
prefieren el comercio interno al comercio exterior de consumo y este último al comercio de
transporte.
En el comercio interno, el capital del comerciante nunca está tan lejos de su vista como en el
comercio exterior de consumo. Conoce mejor a las personas en las que confía y, si llega a ser
engañado, sabe mejor las leyes del país de las que debe buscar reparación. El comercio de
transporte divide el capital del comerciante entre dos países extranjeros, sin que ninguna parte
del capital esté necesariamente bajo su supervisión y control directo.
Cada individuo que emplea su capital en apoyo a la industria nacional intenta dirigir esa
industria para que su producción tenga el mayor valor posible. La producción de la industria es
lo que se agrega al sujeto o materiales en los que se emplea. El individuo busca obtener
ganancias y, por lo tanto, empleará su capital en la industria que probablemente tenga el mayor
valor de producción. Al hacer esto, el individuo trabaja para aumentar la renta anual de la
sociedad.
Pero los ingresos anuales de cada sociedad siempre son exactamente iguales al valor
intercambiable de la producción anual total de su industria, o más bien, es precisamente lo
mismo que ese valor intercambiable. Dado que cada individuo se esfuerza tanto como puede
para emplear su capital en apoyo de la industria nacional y dirigir esa industria de tal manera
que su producción tenga el mayor valor posible; cada individuo necesariamente trabaja para
hacer que los ingresos anuales de la sociedad sean lo más grandes posible. En general,
ciertamente, ni tiene la intención de promover el interés público, ni sabe cuánto lo está
promoviendo. Al preferir el apoyo de la industria nacional a la extranjera, solo busca su propia
seguridad; y al dirigir esa industria de tal manera que su producción tenga el mayor valor
posible, solo busca su propio beneficio, y en esto, como en muchos otros casos, es guiado por
una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención. Tampoco siempre es
peor para la sociedad que no fuera parte de ella. Al perseguir su propio interés, a menudo
promueve el de la sociedad de manera más efectiva que cuando realmente tiene la intención de
promoverlo. Nunca he sabido de mucho bien hecho por aquellos que pretendían comerciar en
beneficio del público. Es una afectación, de hecho, no muy común entre los comerciantes, y
muy pocas palabras son necesarias para disuadirlos de ello.
Adam Smith nos dice en este pasaje que cada individuo busca emplear su capital en la industria
nacional y dirigirla de tal manera que su producción tenga el mayor valor posible. Al hacerlo,
cada persona busca maximizar sus propios beneficios. Sin embargo, aunque el individuo no
tenga la intención consciente de promover el interés público, sus acciones en busca de su propio
interés resultan en beneficios para la sociedad en general. Esto es lo que Smith llama “la mano
invisible”, un proceso mediante el cual los individuos son guiados para promover el bienestar de
la sociedad sin darse cuenta ni tener la intención de hacerlo.
Smith también señala que aquellos que afirman comerciar en beneficio del público en general
no suelen lograr mucho bien. En cambio, sugiere que es más efectivo para la sociedad cuando
las personas buscan sus propios intereses, ya que de manera indirecta y sin intención,
promueven el interés público.
Luego, Adam Smith argumenta que aunque algunas regulaciones pueden permitir que un país
desarrolle una industria específica antes de lo que lo hubiera hecho de otro modo, estas
regulaciones no aumentan necesariamente el total de la industria o los ingresos de la sociedad.
La industria y el capital de la sociedad solo pueden aumentar proporcionalmente a lo que se
puede ahorrar de sus ingresos, y estas regulaciones suelen disminuir los ingresos.
Smith sostiene que, si una sociedad nunca adquiere una industria en particular debido a la falta
de regulaciones, no sería más pobre. Su capital y su industria todavía se emplearían de la
manera más ventajosa posible en ese momento. Además, señala que hay ventajas naturales que
un país puede tener sobre otro en la producción de ciertos bienes, y sería absurdo intentar
competir con esas ventajas en lugar de comerciar con ese país.
En este sentido, Smith argumenta que los comerciantes y fabricantes son quienes se benefician
más del monopolio del mercado interno. Aunque ciertas regulaciones pueden ser beneficiosas
para algunos sectores, como los agricultores y ganaderos, otras pueden perjudicar a otros
sectores, como la industria manufacturera. En particular, menciona que la importación libre de
productos básicos, como el ganado, no tendría un efecto negativo significativo en la agricultura
del país, mientras que la importación libre de productos manufacturados podría afectar a las
industrias locales.
En otras palabras, Smith sostiene que las regulaciones y restricciones al comercio pueden tener
efectos negativos en la industria y los ingresos de una sociedad, y que en lugar de tratar de
competir con las ventajas naturales de otros países, sería mejor comerciar con ellos y permitir
que el capital y la industria de cada país se empleen en las áreas en las que tienen ventajas
competitivas.
Adam Smith sostiene que la importación libre de ganado, provisiones saladas y maíz extranjero
tendría poco efecto en los agricultores y ganaderos de Gran Bretaña, ya que estos productos
tienen dificultades para competir con los productos locales. La cantidad de importaciones de
estos bienes es pequeña y no afecta significativamente a los precios locales.
Smith argumenta que los agricultores y los terratenientes no tienen la misma tendencia a
monopolizar el mercado que los comerciantes y fabricantes. Sin embargo, al imponer
restricciones a las importaciones, están siguiendo el ejemplo de aquellos que buscan
monopolizar el mercado interno.
El autor identifica dos casos en los que sería beneficioso imponer cargas sobre las importaciones
extranjeras para fomentar la industria local. El primero es cuando una industria específica es
necesaria para la defensa nacional, como la dependencia de Gran Bretaña en sus marineros y
barcos. La Ley de Navegación asegura que el comercio de Gran Bretaña se realice en barcos
británicos en ciertos casos, y también impone restricciones y cargas sobre la navegación
extranjera. Estas disposiciones fueron diseñadas principalmente para excluir a los holandeses,
que eran y siguen siendo los principales transportistas de Europa.
Smith continúa discutiendo las situaciones en las que sería beneficioso imponer cargas sobre las
importaciones extranjeras para fomentar la industria local. En el segundo caso, plantea que si se
impone un impuesto interno sobre la producción nacional, sería razonable imponer un impuesto
similar sobre productos extranjeros similares. Esto no otorgaría un monopolio a la industria
local, pero mantendría la competencia entre la industria extranjera y la nacional en igualdad de
condiciones tras el impuesto.
Algunos argumentan que esta limitación en la libertad de comercio debería extenderse aún más
en ciertos casos, incluyendo no solo los productos extranjeros que compiten directamente con
los productos nacionales gravados, sino también aquellos que pueden competir con cualquier
producto de la industria nacional. La razón de esto es que cuando se gravan las necesidades
básicas en un país, el costo de vida y, por lo tanto, el precio del trabajo, aumenta. Como
resultado, todos los productos de la industria local se vuelven más caros. Por lo tanto, imponer
un impuesto sobre productos extranjeros que compiten con productos locales puede nivelar el
campo de juego en términos de precios y competencia.
Smith discute si los impuestos sobre las necesidades básicas, como los existentes en Gran
Bretaña, aumentan el precio del trabajo y, en consecuencia, el de todos los demás productos.
Aunque profundizará en este tema más adelante, por el momento, asume que estos impuestos
tienen dicho efecto. Smith argumenta que estos impuestos generan una escasez artificial similar
a la que resulta de un suelo pobre o un mal clima. Sería absurdo imponer aún más impuestos a
las personas que ya están sobrecargadas, ya que esto solo aumentaría el costo de vida y de otros
bienes.
En este capítulo, también menciona dos situaciones en las que puede ser necesario debatir si se
debe continuar con la importación libre de ciertos productos extranjeros o si se debe restaurar
dicha importación después de una interrupción. La primera situación es cuando un país
extranjero restringe la importación de ciertos productos nacionales mediante altos aranceles o
prohibiciones. La venganza, en este caso, dicta la represalia, lo que lleva a imponer aranceles y
prohibiciones similares en la importación de productos del país que impone restricciones.
Luego, Adam Smith aborda el tema de las represalias en forma de aranceles o prohibiciones en
respuesta a restricciones similares impuestas por otros países a los productos nacionales. Smith
argumenta que, aunque estas represalias pueden ser útiles para obtener la eliminación de los
aranceles o prohibiciones extranjeros, también pueden perjudicar a otras clases de ciudadanos,
aumentando los precios de ciertos productos.
Smith aboga por la libertad de ejercer cualquier tipo de industria para todos los ciudadanos,
eliminando los privilegios exclusivos de las corporaciones y derogando las leyes de aprendizaje
y de asentamientos, permitiendo así a los trabajadores desplazados buscar empleo en otros
oficios o lugares sin temor a represalias legales.
Acercándose hacia el final del capítulo, Adam Smith señala que esperar que la libertad de
comercio sea completamente restaurada en Gran Bretaña es tan absurdo como esperar que se
establezca una utopía en el país. Atribuye esto a los prejuicios públicos y a los intereses
privados de individuos que se oponen firmemente a la idea.
Smith compara a los fabricantes con un ejército sobredimensionado que se ha vuelto formidable
para el gobierno e intimida al legislativo. Aquellos miembros del Parlamento que apoyan el
fortalecimiento del monopolio de los fabricantes adquieren popularidad e influencia, mientras
que quienes se oponen enfrentan abuso, difamación e incluso peligro.
Reconoce que un cambio abrupto en la política comercial podría perjudicar a los fabricantes que
se vean forzados a abandonar su negocio debido a la competencia extranjera. Por lo tanto,
sugiere que tales cambios deben introducirse de manera lenta y gradual. Además, el legislador
debe tener cuidado de no establecer nuevos monopolios ni expandir los existentes, ya que estas
regulaciones introducen desorden en el estado.
Finalmente, Smith menciona que discutirá más adelante la imposición de impuestos a la
importación de bienes extranjeros con el fin de recaudar ingresos para el gobierno. Destaca que
los impuestos impuestos con el objetivo de prevenir o disminuir la importación son perjudiciales
tanto para los ingresos aduaneros como para la libertad de comercio.
Capítulo III: De las restricciones extraordinarias a la importación de bienes de casi todo tipo,
desde aquellos países con los cuales se supone que la balanza es desfavorable
Parte I: De lo irrazonable de esas restricciones incluso bajo los principios del sistema comercial
Este capítulo se centra en las restricciones extraordinarias impuestas a la importación de bienes
de países con los que se supone que la balanza comercial es desfavorable, como método del
sistema comercial para aumentar la cantidad de oro y plata. Adam Smith utiliza el ejemplo de
Gran Bretaña, que aplica mayores impuestos a los productos franceses que a los de otros países.
Estas restricciones mutuas han puesto fin a casi todo el comercio justo entre Francia y Gran
Bretaña.
Smith argumenta que estas restricciones son irracionales por tres razones principales:
Aun si se supusiera que la balanza comercial favorece a Francia en un comercio libre, esto no
implicaría que dicho comercio sea desfavorable para Inglaterra, ya que podría ser más
beneficioso para Gran Bretaña comprar productos franceses más baratos y de mejor calidad que
los de otros países.
Gran parte de los productos franceses importados podrían ser reexportados a otros países,
obteniendo ganancias y posiblemente compensando el costo total de los productos franceses
importados.
No hay un criterio claro para determinar qué país tiene una balanza comercial favorable. A
menudo, el juicio se basa en el prejuicio y la animosidad nacional. Si bien se ha utilizado el tipo
de cambio como indicador, este método es incierto y no siempre refleja la verdadera situación
de la balanza comercial entre dos países.
En resumen, Smith argumenta que las restricciones comerciales basadas en la supuesta balanza
comercial desfavorable son irracionales y perjudiciales para el comercio justo.
Luego, Adam Smith aborda tres aspectos adicionales relacionados con el tipo de cambio y las
monedas.
Primero, señala que en algunos países, el gasto de acuñación es asumido por el gobierno,
mientras que en otros es cubierto por particulares que llevan su lingote a la ceca. Por ejemplo,
en Inglaterra, el gobierno asume el costo, mientras que en Francia se aplica un impuesto del 8%
para cubrir el gasto de acuñación y generar ingresos al gobierno.
Segundo, menciona que debido a estas diferencias, una suma de dinero en moneda francesa que
contiene cierto peso de plata pura es más valiosa que una suma equivalente de dinero en
moneda inglesa. Esto afecta el tipo de cambio real entre estos dos países.
Smith luego se adentra en una digresión sobre los bancos de depósito, centrándose en el Banco
de Ámsterdam. Explica que los bancos de depósito como este fueron creados para remediar los
inconvenientes de tener una moneda devaluada y facilitar el comercio internacional. El dinero
depositado en el banco, llamado “dinero bancario”, tenía un valor intrínseco superior al de la
moneda común y, por lo tanto, tenía un ágio (prima). Además, el dinero bancario ofrecía
ventajas adicionales, como seguridad y fácil transferencia.
El Banco de Ámsterdam también facilitó el comercio de lingotes al dar crédito en sus libros por
depósitos de oro y plata, lo que permitía a los comerciantes obtener acceso fácil y rápido a los
metales preciosos para sus transacciones internacionales.
Al final de la Parte I de este capítulo, Adam Smith analiza cómo los depósitos de lingotes de oro
y plata afectan el precio de los mismos en el mercado y cómo esto se relaciona con el precio de
acuñación y el precio en el Banco de Ámsterdam. Smith menciona que los depósitos de lingotes
generalmente se realizan cuando el precio está más bajo de lo normal y se retiran cuando el
precio aumenta.
El Banco de Ámsterdam otorga créditos y recibos por los depósitos de lingotes, y los
comerciantes pueden usar estos créditos para pagar sus facturas de cambio. Los recibos y
créditos del banco no suelen mantenerse juntos por mucho tiempo, ya que los comerciantes los
intercambian según su conveniencia y sus expectativas sobre las fluctuaciones del precio de los
lingotes.
Smith también aborda cómo el banco se beneficia de estos depósitos al cobrar tarifas y al vender
dinero del banco con un ágio (una prima en el valor de cambio). El Banco de Ámsterdam ha
sido durante mucho tiempo el principal almacén de lingotes en Europa y, según Smith, es muy
probable que mantenga en sus depósitos el oro y la plata correspondientes a los créditos
otorgados.
El capítulo también menciona que la ciudad de Ámsterdam obtiene ingresos del banco a través
de diversas tarifas y comisiones, así como también de la compra y venta de dinero del banco
con ágio. En general, este capítulo resalta la importancia del Banco de Ámsterdam en la
economía de la época y cómo las fluctuaciones en el precio de los lingotes influyen en sus
operaciones.
Parte II: De lo irrazonable de esas restricciones extraordinarias bajo otros principios
En esta parte del capítulo, Adam Smith argumenta que la doctrina del balance comercial, en la
que se basan muchas regulaciones y restricciones comerciales, es absurda y no necesaria. Smith
sostiene que el comercio entre dos países es siempre ventajoso para ambos, aunque no siempre
en la misma medida. El beneficio no se mide por el aumento de oro y plata, sino por el
incremento del valor intercambiable de la producción anual y el aumento de los ingresos de sus
habitantes.
Smith sostiene que cuando dos países comercian entre sí, ambos ganan, y si el comercio es
equilibrado, ambos ganan de manera similar. Sin embargo, si un país exporta principalmente
bienes nativos y el otro importa bienes extranjeros, el país que exporta bienes nativos ganará
más. En términos de importaciones y exportaciones, el país con la mayor proporción de bienes
nativos en sus cargas será el principal beneficiado.
También se aborda el argumento de que el comercio con oro y plata (en lugar de bienes) podría
agotar a un país de estos metales. Smith señala que no hay un riesgo real de agotamiento de oro
y plata siempre que un país tenga los medios para adquirirlos. Analiza el comercio de vinos y
argumenta que su bajo costo no conduce al exceso de consumo, sino a la moderación. En
cambio, en los países donde el vino es caro, la embriaguez es un vicio común. Smith sugiere
que eliminar los impuestos sobre el vino podría resultar en una sobriedad casi universal.
A continuación, critica la creencia de que el interés de una nación consiste en empobrecer a sus
vecinos y la rivalidad comercial que surge de ello. Argumenta que el comercio debería ser un
vínculo de unión y amistad entre naciones, en lugar de generar discordia y animosidad. Smith
señala que el espíritu de monopolio fue el origen de esta creencia errónea y que los
comerciantes y fabricantes buscan monopolizar el mercado interno, lo que lleva a restricciones
y altos aranceles en el comercio exterior.
Smith argumenta que la riqueza de una nación vecina es beneficiosa en el comercio y permite
un mejor mercado para los productos de una nación. Utiliza el ejemplo de Francia e Inglaterra,
señalando que, si no fuera por la rivalidad y la animosidad nacional, el comercio entre estos dos
países podría ser extremadamente beneficioso para ambos. Destaca que sería más beneficioso
incluso que el comercio con las colonias de América del Norte.
A pesar de estos beneficios potenciales, las circunstancias que harían que el comercio entre
estos dos países fuera tan ventajoso también han generado los principales obstáculos para el
mismo. La competencia entre comerciantes y fabricantes de ambos países aumenta la
animosidad y la rivalidad comercial.
El capítulo continúa con un analisis de las consecuencias de las políticas comerciales restrictivas
y el espíritu de monopolio en el comercio internacional. Critica la idea de que el interés de una
nación consiste en empobrecer a sus vecinos, lo que conduce a una rivalidad comercial y
animosidad entre naciones. Smith argumenta que, en cambio, el comercio debería ser un vínculo
de unión y amistad entre naciones, beneficiando a todas las partes involucradas. Utiliza el
ejemplo de Francia e Inglaterra para ilustrar cómo un comercio libre y abierto entre dos
naciones podría ser altamente beneficioso para ambas partes, en lugar de generar competencia y
animosidad.
En resumen, critica las políticas comerciales restrictivas y el espíritu de monopolio, y aboga por
un enfoque de comercio internacional más cooperativo y menos competitivo, que beneficiaría a
todas las naciones involucradas y fomentaría un crecimiento económico más sostenible y
equitativo.
Smith también explica que, en Gran Bretaña, los “drawbacks” en la reexportación de bienes
importados representan una gran parte de los impuestos pagados en la importación. A pesar de
las reglas generales, hay muchas excepciones y limitaciones en el sistema de “drawbacks” que
lo hacen más complejo.
Algunos bienes, como el tabaco y el azúcar, reciben incentivos fiscales especiales debido a su
monopolio en el mercado. Otros bienes, especialmente aquellos que compiten directamente con
los fabricantes locales, tienen restricciones en su importación y exportación, y no se les permite
recuperar los impuestos pagados. Smith también menciona cómo Gran Bretaña se muestra
reacia a importar y exportar bienes franceses, reteniendo parte de los impuestos pagados en la
exportación.
Por último, Adam Smith continúa discutiendo sobre cómo pueden justificarse. Menciona que, en
ciertos casos, los drawbacks pueden ser útiles para permitir el comercio y mantener la división
natural del trabajo. Sin embargo, estos sólo son justificables cuando se aplican a la exportación
de mercancías a países extranjeros e independientes, y no a aquellos en los que los comerciantes
y fabricantes disfrutan de un monopolio, como las colonias americanas.
Smith también aborda el tema de los abusos en los drawbacks, especialmente en el caso del
tabaco. Estos abusos han llevado a fraudes que perjudican tanto a la recaudación de impuestos
como al comercio justo. En general, los drawbacks pueden ser justificados en ciertos casos, pero
su utilidad y efectividad dependen de las circunstancias específicas y de si realmente promueven
el comercio y la industria de manera equitativa.
De forma muy resumida, en este capítulo Adam Smith analiza el comercio de granos y las leyes
que lo regulan. Expone cómo las restricciones y políticas erróneas en el comercio de granos
pueden tener consecuencias negativas en la economía y el bienestar de la población. Smith
argumenta que los gobiernos deben ceder a las creencias populares para mantener la
tranquilidad pública, comparando las leyes sobre el comercio de granos con las leyes sobre la
religión.
Smith destaca que, a pesar de las restricciones comerciales en Gran Bretaña, el país experimentó
un crecimiento significativo debido a la seguridad que proporcionan las leyes británicas en
términos de proteger el fruto del trabajo de cada individuo. También compara la situación de
Gran Bretaña con la de España y Portugal, que a pesar de tener leyes similares sobre el
comercio de granos, son países más pobres debido a factores como la prohibición de exportar
oro y plata y la falta de libertad y seguridad para la industria.
Finalmente, el autor analiza una nueva ley que introduce cambios en las leyes sobre el comercio
de granos, abriendo el mercado nacional a suministros extranjeros a precios más bajos y
ajustando las condiciones para las primas de exportación. Aunque no considera que esta ley sea
perfecta, sugiere que puede ser un paso hacia un sistema mejor. En resumen, este capítulo
destaca la importancia de un comercio de granos regulado adecuadamente y la influencia que
pueden tener las leyes y regulaciones en la economía y el bienestar de un país.
Resumen completo
En este capítulo, Adam Smith analiza el tema de las primas a la exportación y sus efectos en la
economía. Las primas se otorgan para estimular ciertas ramas de la industria y fomentar la
exportación de bienes, lo que, en teoría, favorecería el balance comercial de un país. Sin
embargo, Smith argumenta que solo se deben otorgar primas a aquellas ramas que no podrían
funcionar sin ellas, y que, en muchos casos, las primas no son necesarias.
Además, Smith señala que las primas pueden tener efectos negativos en la economía al
distorsionar los precios y limitar el crecimiento de la industria y la población. El autor sostiene
que las primas no aumentan el valor real del maíz, sino que degradan el valor real de la plata,
afectando el precio del maíz y, en consecuencia, el precio de otros bienes y servicios.
En resumen, Smith argumenta que las primas a la exportación no siempre son necesarias y
pueden tener efectos negativos en la economía al distorsionar los precios y limitar el
crecimiento en áreas clave.
El capítulo explica cómo al regular el precio del dinero de la producción agrícola, se regula el
precio de los materiales de casi todas las manufacturas. Además, al regular el precio del dinero
del trabajo, se regula el de la industria manufacturera. Smith argumenta que la subvención en la
exportación del maíz opera de manera similar a la política de España y Portugal, que encarece el
maíz en el mercado nacional y lo abarata en el extranjero, afectando el valor de la plata y la
competitividad de las manufacturas locales.
Luego, Adam Smith critica la política de imponer altos aranceles a la importación de granos
extranjeros y el establecimiento de una subvención para los productores locales. Argumenta que,
a diferencia de los bienes manufacturados, el valor real del maíz no puede aumentarse
simplemente aumentando su precio nominal. Smith sostiene que las subvenciones a la
exportación pueden ser perjudiciales y no promueven la producción, a diferencia de las
subvenciones a la producción, que podrían ser más efectivas pero rara vez se otorgan.
Además, aborda el tema de las subvenciones al tonelaje en la pesca del arenque y la ballena, que
aunque podrían considerarse como una forma de subvención a la producción, en realidad tienen
efectos similares a las subvenciones a la exportación. A pesar de las afirmaciones de que estas
subvenciones podrían contribuir a la defensa nacional al aumentar el número de marineros y
barcos, Smith cree que la legislatura ha sido engañada en al menos uno de estos casos, ya que la
subvención parece ser demasiado grande. A lo largo de once años, las subvenciones han costado
una cantidad significativa al gobierno por cada barril de arenques capturados, y Smith cuestiona
la efectividad de estas políticas en comparación con sus costos.
El capítulo 5 luego continúa con una extensa digresión sobre el comercio de granos. Adam
Smith critica las leyes y regulaciones relacionadas con el comercio del grano y las primas por
exportación. Argumenta que estas regulaciones no son merecedoras de elogio, ya que no
benefician a la economía ni a la población en general.
Smith identifica cuatro ramas separadas en el comercio del grano: el comerciante interno, el
importador para consumo interno, el exportador de productos locales para consumo externo y el
transportista. Aunque estas ramas pueden ser manejadas por una sola persona, cada una tiene
sus propias características y desafíos.
El autor destaca que el interés del comerciante interno y el del pueblo están alineados, incluso
en años de escasez. El comerciante busca elevar el precio del grano sólo lo suficiente como para
desalentar el consumo excesivo y promover la administración prudente de los recursos. Si los
precios suben demasiado, puede resultar en una sobreoferta al final de la temporada. En cambio,
si los precios no suben lo suficiente, podría haber una escasez de suministro y una hambruna.
Además, el autor señala que las hambrunas y la escasez en Europa han sido causadas
principalmente por factores externos, como las condiciones climáticas y las guerras, y no por la
manipulación de precios por parte de los comerciantes de granos. Las intervenciones
gubernamentales inapropiadas, como fijar precios, pueden agravar estos problemas en lugar de
solucionarlos.
Smith concluye que la mejor manera de prevenir y paliar los efectos de una escasez de grano es
permitir la libre operación del mercado. El comercio libre y sin restricciones garantiza un
suministro adecuado y evita las consecuencias negativas de la intervención gubernamental. A
pesar de esto, los comerciantes de granos a menudo enfrentan hostilidad pública durante los
años de escasez, lo que desalienta a las personas con carácter y fortuna de participar en este
comercio.
Nuestros antepasados pensaban que la gente compraría el maíz más barato directamente del
agricultor que del comerciante de granos, por lo que intentaron eliminar por completo el
comercio del comerciante. Se impusieron muchas restricciones a los intermediarios en el
comercio del maíz, que solo podían ejercer con una licencia que demostrara su honradez y trato
justo. Sin embargo, estas restricciones se consideraron insuficientes y, posteriormente, la
concesión de la licencia se limitó a las sesiones trimestrales.
La política europea intentó regular la agricultura de manera diferente a como lo hizo con la
manufactura. La ley obligaba al agricultor a dividir su capital entre dos empleos diferentes,
mientras que al fabricante se le prohibía ejercer el comercio de un minorista. El agricultor no
podía permitirse vender su maíz más barato que cualquier otro comerciante de maíz en caso de
libre competencia.
El comerciante que puede emplear todo su capital en un solo negocio tiene una ventaja similar
al trabajador que puede emplear toda su mano de obra en una sola operación. Ambos pueden
ofrecer sus productos más baratos que si su capital o atención se emplearan en una variedad de
objetos. La ley que prohibía al fabricante ejercer el comercio de un minorista intentó acelerar la
división en el empleo del capital, mientras que la ley que obligaba al agricultor a ejercer el
comercio de un comerciante de maíz intentó frenarla. Ambas leyes eran violaciones de la
libertad natural y, por lo tanto, injustas e impolíticas.
Esta ley que obligaba al agricultor a ejercer el comercio de un comerciante de maíz no solo
obstaculizó la división beneficiosa en el empleo del capital, sino que también impidió la mejora
y el cultivo de la tierra. Al obligar al agricultor a llevar dos negocios en lugar de uno, se vio
forzado a dividir su capital en dos partes, de las cuales solo una podía emplearse en el cultivo.
Si hubiera sido libre de vender su cosecha a un comerciante de maíz, todo su capital podría
haber vuelto inmediatamente a la tierra y emplearse en comprar más ganado y contratar más
trabajadores. Pero al obligarlo a vender su maíz al por menor, tenía que mantener gran parte de
su capital en graneros y almacenes durante todo el año, lo que dificultaba el cultivo. Por lo
tanto, esta ley obstaculizó la mejora de la tierra y, en lugar de abaratar el maíz, debió haberlo
hecho más escaso y, por lo tanto, más caro de lo que habría sido de otro modo.
Smith menciona que establecer un comercio similar entre agricultores y comerciantes de granos
podría beneficiar a ambos, pero admite que quizás no sea posible implementarlo de manera
universal y rápida. A continuación, analiza el estatuto de Eduardo VI que, al prohibir
intermediarios entre productores y consumidores, intentó eliminar un comercio que en realidad
contribuía al crecimiento del maíz. Este estatuto fue suavizado posteriormente por leyes que
permitían la acumulación de granos bajo ciertas condiciones.
Sin embargo, Smith señala que este estatuto perpetúa dos ideas erróneas populares: que el
precio del trigo puede llegar a un punto en el que se acapara y perjudica a la población, y que
existe un precio en el que el trigo es comprado y revendido rápidamente en el mismo mercado,
lo que también daña a la población. Smith argumenta que estas ideas son falsas y que la mejor
solución es dejar el comercio de granos completamente libre.
Finalmente, menciona que el estatuto de Carlos II, a pesar de sus imperfecciones, ha contribuido
a aumentar la producción agrícola y al abastecimiento del mercado interno más que cualquier
otra ley. Smith sostiene que el comercio interno de granos es mucho más importante que el
comercio exterior en términos de abastecimiento del mercado interno y fomento de la
agricultura.
Luego, Adam Smith analiza las ramificaciones del comercio de granos en el mercado nacional y
la importancia de la libre importación y exportación de granos en el contexto económico de su
época.
Smith argumenta que permitir la importación de granos extranjeros para el consumo interno es
beneficioso para la economía, ya que contribuye a satisfacer la demanda interna y, aunque puede
disminuir el precio promedio del grano, no disminuye su valor real ni su capacidad para
mantener a la fuerza laboral. Además, señala que permitir la importación libre de granos podría
incentivar su cultivo.
El autor también critica las restricciones a la importación de granos que existían en su época,
como las altas tasas y los aranceles. Aunque estas medidas fueron implementadas con la
intención de proteger a los agricultores locales, Smith argumenta que en realidad son
perjudiciales para el crecimiento y desarrollo del país.
Smith también critica las leyes que restringen la exportación de granos cuando el precio excede
cierto límite, argumentando que estas leyes perjudican el comercio y la economía en general.
Sugiere que si todos los países adoptaran un sistema liberal de libre exportación e importación,
se reduciría el riesgo de escasez y hambruna, ya que la oferta de granos de un país podría aliviar
la demanda en otro.
En resumen, en esta sección del libro, Adam Smith aboga por la liberalización del comercio de
granos, argumentando que la libre importación y exportación de granos es beneficiosa tanto para
el mercado interno como para el comercio internacional.
Finalmente, Adam Smith compara las leyes sobre el comercio del grano con las leyes sobre la
religión, destacando cómo los gobiernos deben ceder a las creencias populares para mantener la
tranquilidad pública. Smith argumenta que el comercio de transporte e importación de granos
puede contribuir al suministro abundante en el mercado nacional, aunque no sea su objetivo
principal.
Sin embargo, este comercio estaba prácticamente prohibido en Gran Bretaña debido a las leyes
restrictivas y aranceles sobre la importación y exportación de granos. A pesar de esto, Gran
Bretaña experimentó una prosperidad significativa, que Smith atribuye a la seguridad que
proporcionan las leyes británicas en términos de proteger el fruto del trabajo de cada individuo.
El autor también compara la situación de Gran Bretaña con la de España y Portugal, que a pesar
de tener leyes similares sobre el comercio de granos, son países más pobres debido a factores
como la prohibición de exportar oro y plata y la falta de libertad y seguridad para la industria.
Finalmente, Smith analiza una nueva ley que introduce cambios en las leyes sobre el comercio
de granos, abriendo el mercado nacional a suministros extranjeros a precios más bajos y
ajustando las condiciones para las primas de exportación. Aunque no considera que esta ley sea
perfecta, sugiere que puede ser un paso hacia un sistema mejor.
Sin embargo, los tratados comerciales pueden ser desventajosos para el país que otorga los
beneficios, ya que concede un monopolio a una nación extranjera y, a menudo, debe comprar los
bienes extranjeros que necesita a un precio más alto que si hubiera una libre competencia. A
pesar de esto, el país favorecedor todavía puede ganar con el comercio, aunque menos que si
hubiera una competencia libre.
Smith examina el Tratado de Comercio entre Inglaterra y Portugal de 1703, conocido como el
Tratado de Methuen, que ha sido muy elogiado como un ejemplo de política comercial exitosa.
El tratado estipula que Portugal debe admitir los productos de lana británicos y, a cambio, Gran
Bretaña debe admitir los vinos portugueses con una reducción del arancel. Smith argumenta que
este tratado es claramente ventajoso para Portugal y desventajoso para Gran Bretaña.
Smith también discute el comercio de oro y cómo Gran Bretaña obtiene la mayor parte de su oro
de Portugal. A pesar de que el comercio con Portugal podría ser más ventajoso si se compraran
directamente bienes de consumo con el oro en lugar de emplearlo en un comercio indirecto,
Smith señala que Gran Bretaña podría obtener fácilmente todo el oro que necesita de otros
países si se le excluyera del comercio con Portugal.
Luego, Adam Smith señala cómo el comercio con Portugal estaba basado en una idea errónea de
que Inglaterra no podría subsistir sin él. A pesar de esto, reconoce que el comercio de Portugal
ofrece una ventaja considerable al facilitar las transacciones comerciales a través del oro y la
plata, que son más fáciles de transportar y más aceptados que otros bienes.
Smith también discute el papel del oro y la plata en la acuñación de monedas, señalando que la
mayor parte del nuevo oro y plata utilizado para hacer monedas proviene de monedas viejas
derretidas. Comenta que el beneficio de acuñar nuevas monedas es limitado, ya que la mayor
parte del dinero en circulación suele estar desgastado o alejado de su estándar.
Aborda el tema del señoreaje, que es el beneficio que obtiene el gobierno al acuñar monedas.
Argumenta que si el señoreaje no es excesivo, puede evitar que las monedas sean derretidas o
exportadas, lo que a su vez evita la devaluación de la moneda. Sin embargo, si el señoreaje es
demasiado alto, podría incentivar la falsificación de monedas.
Finalmente, Smith critica la ley que exime de impuestos la acuñación de monedas en Inglaterra,
sugiriendo que fue implementada para beneficiar al Banco de Inglaterra. Explica que, aunque la
ley puede haber sido útil en ciertos momentos, es posible que el banco se haya equivocado en
sus propios intereses, ya que el señoreaje habría compensado cualquier pérdida en el valor de
las monedas acuñadas.
Finalmente, Adam Smith analiza el impacto del seignorage (la diferencia entre el valor de la
moneda y el costo de su producción) en la economía. Smith argumenta que un seignorage
moderado no aumentaría los gastos del banco ni de ninguna otra persona que lleve su oro a la
Casa de la Moneda para acuñar monedas, y la falta de un seignorage moderado no los
disminuiría.
El autor sostiene que, en un sistema donde el seignorage es moderado, el banco o cualquier otra
persona no perdería ni ganaría en el proceso de acuñación de monedas. Si el seignorage es lo
suficientemente bajo como para no alentar la falsificación, nadie paga realmente el impuesto
sobre la acuñación, ya que todos lo recuperan en el valor avanzado de la moneda.
Smith también señala que el gobierno, al cubrir los gastos de acuñación, no solo incurre en un
pequeño gasto, sino que también pierde ingresos que podría obtener a través de un seignorage
adecuado. Sin embargo, ni el banco ni ninguna otra persona se benefician de esta “generosidad
pública inútil”.
El autor sugiere que si el Banco de Inglaterra aceptara un seignorage, podría evitar pérdidas
significativas en caso de que el oro se degradara por debajo de su peso estándar. Aunque el
ahorro de una cantidad pequeña puede parecer insignificante, Smith argumenta que el ahorro de
una suma mayor en un evento no improbable merece la atención seria del gobierno y del Banco
de Inglaterra.
Las colonias griegas y romanas se establecieron debido a la necesidad y la utilidad clara. Las
ciudades-estado griegas tenían territorios pequeños y, cuando la población crecía demasiado,
enviaban parte de ella en busca de un nuevo lugar para establecerse. Las colonias romanas se
fundaron principalmente en Italia y servían como guarniciones en las provincias conquistadas.
En ambos casos, las colonias eran independientes de la ciudad madre en términos de gobierno y
leyes.
En cambio, las colonias europeas en América y las Indias Occidentales no surgieron por
necesidad, y la utilidad que obtuvieron de ellas no era tan clara ni evidente. Smith describe
cómo los venecianos y portugueses buscaban rutas comerciales hacia Asia y África, lo que llevó
a la exploración y el descubrimiento de nuevas tierras. Aunque se esperaba encontrar riquezas
similares a las de China o India, las tierras descubiertas por Cristóbal Colón y otros
exploradores eran completamente diferentes, habitadas por tribus de indígenas y cubiertas de
bosques.
En otras palabras, las colonias antiguas y las europeas en América y las Indias Occidentales se
establecieron por motivos diferentes y tuvieron características distintas. Las primeras se basaron
en la necesidad y la utilidad clara, mientras que las segundas surgieron de la exploración y el
comercio, con objetivos menos claros y evidentes en un principio.
Luego, Adam Smith analiza cómo el descubrimiento de América por Cristóbal Colón fue
impulsado por la búsqueda de riquezas, específicamente oro y plata. Colón se esforzó en
representar las tierras descubiertas como de gran importancia para la corona española, a pesar de
que sus recursos naturales no eran tan valiosos como él esperaba. No obstante, la promesa de
encontrar oro y plata llevó a la colonización española y a la explotación de los recursos y
poblaciones nativas.
Los primeros exploradores españoles extrajeron oro y plata de las tierras descubiertas, pero
pronto se agotaron estos recursos, lo que llevó a la búsqueda de minas más profundas. A pesar
de los riesgos y costos asociados a la minería, la ambición y la búsqueda de riquezas impulsaron
a más personas a aventurarse en el Nuevo Mundo. La conquista de México y Perú
eventualmente proporcionó a los españoles grandes cantidades de metales preciosos, pero otros
colonizadores europeos no tuvieron la misma suerte en sus territorios.
En resumen, la búsqueda de oro y plata fue el principal motor para la colonización y
exploración de América por parte de los europeos, aunque sus expectativas a menudo resultaron
ser exageradas e infundadas.
Smith sostiene que la abundancia de tierra fértil y la ausencia de impuestos y rentas permiten a
los colonos prosperar rápidamente. Los salarios altos y la disponibilidad de tierras incentivan el
crecimiento demográfico y la mejora de la colonia. Así, las colonias crecen en riqueza y
grandeza.
El autor compara la rápida prosperidad de las antiguas colonias griegas con la menos exitosa
historia de las colonias romanas. Las colonias europeas en América y las Indias Occidentales, en
cambio, superan a las colonias griegas en términos de abundancia de tierras y recursos.
A pesar de la atención de España en sus colonias americanas y la explotación de oro y plata, las
colonias españolas no son consideradas tan prósperas como las de otras naciones europeas. La
colonia portuguesa en Brasil, por ejemplo, creció hasta ser una gran y poderosa colonia debido a
su independencia y a la falta de explotación de recursos minerales.
Además, Smith menciona los intentos de establecimiento en el Nuevo Mundo por parte de otras
naciones europeas como Inglaterra, Francia, Holanda, Dinamarca y Suecia durante el siglo
XVII. Aunque algunos de estos intentos tuvieron éxito, otros fueron absorbidos o fracasaron
debido a la falta de apoyo de la nación madre.
Adam Smith analiza las diferentes políticas coloniales de las potencias europeas y sus impactos
en el crecimiento y desarrollo de las colonias. Comenta que los asentamientos holandeses en el
este y oeste de las Indias, aunque han progresado, su crecimiento ha sido lento en comparación
con otras colonias. Smith atribuye parte de la prosperidad de las colonias holandesas a la
relajación de los privilegios exclusivos de la compañía.
Smith critica las políticas coloniales que otorgan a compañías exclusivas el control sobre el
comercio y el acceso a recursos, argumentando que esto perjudica el crecimiento y desarrollo de
las colonias. En resumen, el autor destaca que las políticas coloniales y las condiciones
económicas tienen un impacto significativo en el éxito y la prosperidad de las colonias.
Luego, Adam Smith discute cómo diferentes naciones han tratado de controlar el comercio de
sus colonias. Algunas naciones, como España, han establecido compañías exclusivas y políticas
restrictivas que han resultado en precios elevados y comercio limitado. Otras, como Inglaterra y
Francia, han permitido un comercio más libre con sus colonias, lo que ha llevado a precios más
razonables y mayores oportunidades de mercado.
Smith menciona que las colonias británicas tienen ciertas restricciones en la exportación de sus
productos, llamados “enumerados” y “no enumerados”. Los productos no enumerados, como el
grano, la madera y el azúcar, pueden exportarse a otros países siempre que sea en barcos
británicos o de plantación. La política británica ha permitido que las colonias prosperen y
encuentren mercados para sus productos, aunque algunas regulaciones pueden haber tenido un
impacto involuntariamente positivo en la industria y el desarrollo de las colonias.
En general, Smith argumenta que la libertad de comercio entre las colonias británicas ha llevado
a un crecimiento económico y a la creación de un gran mercado interno entre ellas.
Hacia la mitad de la Parte II del capítulo 7 del Libro IV de La Riqueza de las Naciones, se
centra en cómo la política comercial de Inglaterra ha favorecido a sus propias colonias, pero
también ha limitado su capacidad para desarrollar manufacturas avanzadas. Inglaterra ha
impuesto altos aranceles y prohibiciones a las colonias para asegurar que las manufacturas
avanzadas se mantengan en la metrópoli. A pesar de estas restricciones, las colonias inglesas
han disfrutado de una mayor libertad en comparación con las colonias de otras naciones.
Por ejemplo, Gran Bretaña ha impuesto aranceles más bajos a los productos de sus colonias,
como azúcar sin refinar y hierro en bruto, en comparación con productos similares importados
de otras naciones. Sin embargo, ha prohibido la construcción de hornos de acero y fábricas de
productos de acero en las colonias americanas, impidiendo el desarrollo de industrias más
avanzadas en la región.
La política de Gran Bretaña hacia las colonias ha sido en general menos restrictiva que la de
otras naciones como España, Portugal y Francia. Aunque las colonias inglesas han enfrentado
restricciones en su comercio exterior, gozan de una libertad casi total para gestionar sus propios
asuntos. A pesar de las prohibiciones y limitaciones impuestas, las colonias inglesas han
prosperado y experimentado un rápido crecimiento, especialmente en América del Norte.
En comparación, las colonias de otras naciones han sufrido políticas más opresivas y una
gestión menos eficiente. Sin embargo, las colonias de azúcar de Francia han mostrado un
progreso similar al de las colonias inglesas, ya que no han enfrentado restricciones en la
refinación de su propio azúcar y han adoptado una mejor gestión de sus esclavos.
En otras palabras, la política comercial de Inglaterra hacia sus colonias ha sido en gran parte
proteccionista y favorable a los intereses de los comerciantes y fabricantes británicos, pero
también ha permitido un mayor grado de libertad y autonomía en comparación con las colonias
de otras naciones.
Hacia el final, Adam Smith discute la esclavitud y su relación con la economía de las colonias
europeas en América. Señala que la esclavitud es común en las colonias productoras de azúcar y
que los colonos franceses son considerados mejores en la gestión de sus esclavos que los
ingleses. Smith argumenta que la condición de los esclavos tiende a ser mejor bajo un gobierno
arbitrario que bajo uno libre, ya que el gobierno arbitrario puede ofrecer cierta protección al
esclavo.
El autor también analiza cómo las colonias de azúcar de Francia e Inglaterra se han
desarrollado. Mientras que las colonias francesas crecieron principalmente a través del cultivo y
la mejora de su suelo, las colonias inglesas se beneficiaron en gran medida del excedente de
riqueza de Inglaterra. Smith sostiene que la buena gestión de los esclavos en las colonias
francesas ha sido un factor clave en su éxito en comparación con las colonias inglesas.
Parte III: De las ventajas que ha sacado Europa del descubrimiento de América, y del paso a las
Indias Orientales por el cabo de Buena Esperanza
En esta sección, Adam Smith analiza las ventajas que Europa ha obtenido de la colonización de
América y la apertura de una ruta hacia las Indias Orientales. Las ventajas se dividen en
generales y particulares, siendo las generales aquellas que benefician a Europa en su conjunto y
las particulares aquellas que benefician a cada país colonizador.
Sin embargo, el comercio exclusivo de las colonias tiende a disminuir o limitar los disfrutes y la
industria de los países que no lo poseen. También proporciona una ventaja relativa a los países
que sí lo poseen, aunque esta ventaja puede ser más bien resultado de la limitación de la
industria y producción de otros países, en lugar de aumentar la producción del país que disfruta
del monopolio.
El monopolio del comercio colonial ha desviado el capital de otros sectores hacia el comercio
con las colonias, lo que ha aumentado la competencia y las ganancias en este sector mientras
disminuye la competencia y las ganancias en los otros. Este efecto se ha mantenido desde el
establecimiento del monopolio hasta el presente.
Adam Smith argumenta que el monopolio comercial con las colonias ha tenido dos efectos
principales en la economía británica.
Primero, ha desviado el capital de otros sectores comerciales hacia el comercio colonial, lo que
ha llevado a un declive en ciertas ramas del comercio exterior, especialmente con Europa y los
países del Mediterráneo. Smith señala que el comercio colonial ha estado en constante
crecimiento desde la implementación del Acta de Navegación, pero no ha llevado a un aumento
proporcional en la riqueza de Gran Bretaña.
Segundo, el monopolio ha mantenido el índice de ganancias en todos los diferentes sectores del
comercio británico más alto de lo que sería si se permitiera el libre comercio con las colonias. El
monopolio ha reducido la competencia en el comercio colonial, aumentando las ganancias en
ese sector, y también ha disminuido la competencia de los capitales británicos en otros sectores,
aumentando las ganancias en esos sectores. Sin embargo, esto también ha puesto a Gran Bretaña
en desventaja, ya que ha elevado el precio de sus productos y ha permitido a otros países
competir mejor en los mercados internacionales.
En otras palabras, el monopolio del comercio colonial ha desviado el capital británico hacia un
comercio menos beneficioso y ha mantenido las ganancias en niveles artificialmente altos, lo
que ha perjudicado a Gran Bretaña en términos absolutos y relativos en el comercio
internacional.
Luego, Adam Smith argumenta que el monopolio del comercio colonial ha forzado a una parte
del capital de Gran Bretaña a alejarse del comercio extranjero directo y adentrarse en uno
indirecto. Señala que algunas de las mercancías enviadas desde las colonias a Gran Bretaña
exceden la demanda interna y deben ser exportadas a otros países, lo que requiere que parte del
capital británico se emplee en un comercio de consumo indirecto.
El monopolio también ha desviado una parte del capital británico hacia el comercio de
transporte, apoyando la industria de las colonias y otros países en lugar de la de Gran Bretaña.
Smith argumenta que esto ha roto el equilibrio natural entre las diferentes ramas de la industria
británica, haciendo que la economía sea menos segura y menos saludable de lo que sería en
condiciones de libre comercio.
Smith sugiere que una relajación gradual de las leyes que otorgan a Gran Bretaña el comercio
exclusivo con las colonias es la única solución para permitir que la economía británica recupere
su equilibrio y crecimiento natural. Advierte que abrir el comercio colonial a todas las naciones
de golpe podría causar pérdidas permanentes para aquellos cuyo capital está actualmente
comprometido en ese comercio.
Distingue entre los efectos del comercio colonial y los del monopolio de ese comercio. Mientras
que los primeros son siempre beneficiosos, los últimos son siempre perjudiciales. A pesar de los
efectos negativos del monopolio, el comercio colonial en su conjunto sigue siendo beneficioso,
aunque menos de lo que sería en un estado libre.
En su estado libre y natural, el comercio colonial abre un gran mercado distante para los
productos de la industria británica que exceden la demanda de los mercados más cercanos. Este
comercio incentiva a Gran Bretaña a aumentar continuamente su producción sin desviar
recursos de otros mercados. Además, en su estado natural y libre, el comercio colonial aumenta
la cantidad de trabajo productivo en Gran Bretaña sin alterar la dirección del empleo previo.
En el fragmento siguiente, Adam Smith argumenta que el monopolio del comercio colonial, al
excluir la competencia de otras naciones y elevar la tasa de ganancia en el nuevo mercado,
desvía productos y capitales de los mercados y empleos existentes. El propósito del monopolio
es aumentar la participación en el comercio colonial, pero al hacerlo, disminuye la cantidad total
de trabajo productivo y la producción anual de la tierra y mano de obra del país.
A pesar de esto, Smith sostiene que el comercio colonial sigue siendo beneficioso para Gran
Bretaña debido a los efectos positivos que trae, como la creación de nuevos mercados y
empleos. Aunque el monopolio es perjudicial, los beneficios del comercio colonial lo
compensan en gran medida.
El comercio colonial beneficia principalmente a las manufacturas de Europa, ya que las colonias
se enfocan en la agricultura y generalmente tienen un excedente de productos agrícolas para
exportar. Al fomentar las manufacturas europeas, el comercio colonial estimula indirectamente
la agricultura en Europa.
Smith utiliza los ejemplos de España y Portugal para demostrar que el monopolio del comercio
colonial no es suficiente para establecer o mantener las manufacturas en un país. Estos países
han dejado de ser potencias manufactureras a pesar de tener colonias ricas y fértiles.
En Inglaterra, sin embargo, los efectos positivos del comercio colonial, junto con otras causas
como la libertad de comercio y la administración imparcial de justicia, han contrarrestado en
gran medida los efectos negativos del monopolio.
Smith concluye que el monopolio del comercio colonial perjudica a todos los países,
especialmente a las colonias, al disminuir la cantidad de trabajo productivo y la producción
anual. También impide el crecimiento del capital y, por lo tanto, limita la acumulación de
riqueza. Al aumentar la tasa de ganancia mercantil, el monopolio desalienta la mejora de la
tierra y reduce la renta de la misma. El único beneficio del monopolio es elevar la tasa de
ganancia mercantil, lo cual es perjudicial para el país en general.
Luego, Adam Smith argumenta que el propósito principal del dominio británico sobre sus
colonias es mantener un monopolio comercial en beneficio de los comerciantes británicos. A
pesar de los costos para Gran Bretaña y las colonias, el monopolio no ha generado un aumento
en los ingresos públicos ni ha proporcionado fuerzas militares para el apoyo del gobierno civil o
la defensa de la metrópoli. Smith sugiere que, aunque sería impensable que Gran Bretaña
renuncie voluntariamente a su autoridad sobre las colonias, podría ser beneficioso para ambas
partes establecer un tratado comercial que garantice un comercio libre y más ventajoso para la
mayoría de la población.
Smith también discute cómo las colonias pueden ser gravadas, ya sea por sus propias asambleas
o por el parlamento británico. Afirma que es improbable que las asambleas coloniales puedan
administrar eficazmente los impuestos necesarios para el apoyo y la defensa del imperio, dado
su conocimiento limitado y la falta de incentivos para hacerlo. En cambio, sugiere que el
parlamento británico podría determinar la cantidad que cada colonia debe pagar y permitir que
las asambleas provinciales recauden los impuestos de la manera que mejor se adapte a sus
circunstancias. A pesar de que las colonias no estarían representadas en el parlamento, Smith
argumenta que es poco probable que el parlamento imponga cargas excesivas a las colonias,
basándose en la experiencia histórica.
Smith reconoce que la unión entre Gran Bretaña y las colonias podría enfrentar dificultades,
pero argumenta que estas dificultades provienen principalmente de los prejuicios y opiniones de
las personas en ambos lados del Atlántico. En resumen, Adam Smith aboga por un enfoque más
inclusivo y cooperativo en la relación entre Gran Bretaña y sus colonias en lugar de tratar de
imponer impuestos y control sin representación.
Smith aborda las preocupaciones de los habitantes de América sobre la distancia desde el centro
de gobierno y cómo esto podría exponerlos a opresiones. Sin embargo, argumenta que sus
representantes en el Parlamento serían capaces de protegerlos. Además, sugiere que el rápido
crecimiento de América podría llevar eventualmente a que el asiento del gobierno se traslade
allí.
Smith señala que la apertura del comercio con América y el descubrimiento de una ruta hacia
las Indias Orientales han llevado al sistema mercantil a un nivel de esplendor y gloria sin
precedentes, beneficiando a Europa en gran medida. Aunque algunos países poseen colonias y
monopolizan ciertos aspectos del comercio, otros países a menudo disfrutan de mayores
beneficios económicos debido a la demanda de bienes.
A pesar de los intentos injustos de monopolizar el comercio colonial, ningún país ha logrado
quedarse con todos los beneficios; en cambio, los ha compartido con otros países. Smith
argumenta que los monopolios en el comercio pueden ser perjudiciales y menos ventajosos para
un país que otros empleos.
En última instancia, Smith sostiene que el capital de un país busca naturalmente la ocupación
más ventajosa para ese país y que, en casos extraordinarios, el interés público puede requerir
que se retire capital de empleos más cercanos y se dirija hacia empleos más distantes. En estos
casos, los intereses y las inclinaciones naturales de las personas coinciden con el interés público.
Llegando hacia el final de la parte III de este capítulo, Adam Smith argumenta que los intereses
y pasiones privadas de los individuos los llevan naturalmente a distribuir sus recursos en las
actividades más beneficiosas para la sociedad. Sin embargo, las regulaciones del sistema
mercantil pueden desequilibrar esta distribución natural. Smith señala que las regulaciones que
afectan al comercio con América y las Indias Orientales lo desequilibran más que cualquier otra,
ya que absorben una mayor cantidad de recursos.
Los monopolios del primer tipo atraen más recursos al comercio en el que están establecidos de
lo que ocurriría de manera natural. Los monopolios del segundo tipo pueden atraer o repeler
recursos hacia un comercio específico según las circunstancias.
Smith menciona que los monopolios no son necesarios para llevar a cabo el comercio con las
Indias Orientales, como lo demuestra la experiencia de Portugal, que disfrutó de casi todo el
comercio durante más de un siglo sin ninguna compañía exclusiva. Si una nación no puede
llevar a cabo un comercio directo con las Indias Orientales, no implica necesariamente que deba
establecerse una compañía exclusiva, sino que esa nación no debería comerciar directamente
con las Indias Orientales en esas circunstancias.
Smith destaca que aunque los europeos poseen asentamientos en África y las Indias Orientales,
no han establecido colonias tan prósperas como en América. Esto se debe a que las naciones de
África y las Indias Orientales eran más pobladas y menos indefensas que los nativos
americanos. Además, el genio de las compañías exclusivas es desfavorable para el crecimiento
de nuevas colonias y ha sido la principal causa del escaso progreso en las Indias Orientales.
Finalmente, Adam Smith analiza las prácticas comerciales de las compañías inglesas y
holandesas en las colonias de Asia. Ambas compañías han establecido monopolios y han llevado
a cabo políticas destructivas en sus territorios conquistados, lo que ha resultado en la reducción
de la producción y la degradación de la calidad de vida.
Smith critica el enfoque de las compañías al tratar sus territorios coloniales como una extensión
de sus negocios comerciales en lugar de como un territorio soberano con intereses propios. Esta
perspectiva ha llevado a las compañías a centrarse en maximizar sus propias ganancias a
expensas de sus colonias. Además, los empleados de las compañías a menudo participan en el
comercio por cuenta propia, lo que puede llevar a prácticas comerciales aún más restrictivas y
perjudiciales.
Smith sostiene que el interés de los gobernantes coloniales y de las colonias es, en realidad, el
mismo: aumentar la producción y la riqueza de la colonia. Sin embargo, las compañías y sus
empleados a menudo actúan en contra de este interés, lo que resulta en una situación perjudicial
tanto para la colonia como para sus gobernantes.
En resumen, Adam Smith considera que las compañías coloniales exclusivas son perjudiciales
tanto para las colonias como para las naciones que las gobiernan. Su enfoque mercantilista y sus
políticas monopolísticas han llevado a la explotación y el sufrimiento de las personas que viven
en sus territorios.
Smith señala que se han implementado bounties (subsidios) y exenciones en ciertos casos, como
la importación de lana, algodón, lino, pieles, entre otros, para fomentar la producción interna y
aumentar la competitividad en el mercado mundial. No obstante, los grandes fabricantes han
presionado para extender estas exenciones más allá de lo razonable, lo que en última instancia
perjudica a los trabajadores pobres y no beneficia a la industria en general.
El autor menciona varias bounties implementadas a lo largo del tiempo para fomentar la
importación de materias primas desde las colonias americanas, como madera, cáñamo y añil.
Estos subsidios, aunque temporales, tuvieron un impacto en la economía y en la producción
interna de Gran Bretaña. En general, Smith critica el sistema mercantilista por favorecer los
intereses de los ricos y poderosos en detrimento de los pobres y necesitados.
Smith señala que mientras se otorgaron incentivos a las importaciones desde América, se
impusieron aranceles a las importaciones desde otros países. También critica las leyes
proteccionistas y monopolísticas creadas en respuesta a la presión de los comerciantes y
fabricantes británicos.
También describe las restricciones impuestas al comercio interno de lana en Gran Bretaña, como
las regulaciones sobre el empaque, transporte y responsabilidad de los habitantes en caso de
violaciones a estas leyes. Estas restricciones se aplicaron en todo el país.
Luego discute las restricciones impuestas en los condados de Kent y Sussex, en relación al
comercio de la lana. Estas restricciones obligan a los propietarios de lana a declarar y notificar
la cantidad, peso y destino de las lanas vendidas, así como las personas involucradas en la
transacción. Estas regulaciones también afectan el comercio costero, ya que se requiere declarar
y asegurar el transporte de lana entre puertos.
Smith menciona que los fabricantes de lana inglesa afirmaron que la lana inglesa tenía una
calidad superior a la de otros países y que, de prohibirse su exportación, Inglaterra podría
monopolizar el comercio mundial de lana. Sin embargo, Smith desacredita esta afirmación,
indicando que la lana inglesa no es necesaria para la fabricación de telas finas y que, de hecho,
la lana española es más adecuada para este propósito.
A pesar de las restricciones que han deprimido el precio de la lana inglesa, Smith argumenta que
la cantidad de lana producida anualmente no ha disminuido significativamente, ya que los
ganaderos obtienen ganancias tanto del precio de la lana como del precio del ganado. Sin
embargo, el efecto de estas regulaciones en la calidad de la lana inglesa podría haber sido mayor
si el precio no hubiera sido tan bajo. A pesar de esto, la calidad de la lana inglesa ha mejorado
durante el siglo, aunque el progreso podría haber sido mayor si el precio hubiera sido mejor.
Más adelante argumenta que las regulaciones que restringen la exportación de lana no parecen
haber afectado significativamente la cantidad ni la calidad de la producción anual de lana,
aunque sí pudo haber influido en la calidad más que en la cantidad. A pesar de esto, Smith
considera que no se justifica la prohibición total de la exportación de lana, pero sí la imposición
de un impuesto considerable sobre la misma.
Smith también menciona que la prohibición de exportar lana, a pesar de las penalizaciones, no
evita que se exporte de manera ilegal. Sugiere que permitir la exportación legal de lana con un
impuesto podría generar ingresos para el Estado, evitando la imposición de otros impuestos más
gravosos e inconvenientes.
En la parte final del capítulo, Smith critica las políticas comerciales proteccionistas que
favorecen a los productores locales a expensas de los consumidores. Comenta sobre los
aranceles y restricciones a la importación y exportación de ciertos productos, como las pieles de
castor y el carbón, y cómo estos impuestos afectan a los consumidores y a la competencia.
Smith también señala la prohibición de exportar ciertos instrumentos de comercio y las
sanciones para evitar que los artesanos enseñen sus habilidades en el extranjero. A pesar de que
estas políticas buscan proteger a los fabricantes locales, Smith argumenta que en última
instancia perjudican a los consumidores y son contrarias a la libertad individual.
El autor critica además el sistema mercantilista que sacrifica el interés del consumidor por el del
productor, como en el caso de los tratados comerciales y las políticas coloniales. Smith señala
que este sistema ha sido diseñado principalmente por los propios productores, y en particular
por los comerciantes y fabricantes, quienes han logrado proteger sus intereses a expensas de
otros.
Capítulo IX: De los Sistemas Agrícolas, o de aquellos Sistemas de Economía Política que
Representan el Producto de la Tierra como la Fuente Única o Principal de Ingresos y Riqueza de
Cada País (incluye los famosos «deberes del soberano»)
En esta primera parte del capítulo 9 del Libro IV de La Riqueza de las Naciones, Adam Smith
aborda los sistemas agrícolas de la economía política. Explica que ningún país ha adoptado un
sistema que considere la producción de la tierra como la única fuente de ingresos y riqueza. Sin
embargo, analiza las ideas de algunos intelectuales franceses que abogan por este enfoque.
Smith menciona a Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV, quien favoreció el sistema
mercantilista y sobrevaloró la industria de las ciudades en detrimento de la agricultura. La
prohibición de exportar granos y las restricciones sobre el transporte interprovincial de granos
en Francia desalentaron y deprimieron la agricultura en el país.
En respuesta a este enfoque, los filósofos franceses propusieron un sistema que considera la
agricultura como la fuente principal de ingresos y riqueza. Dividieron a la población en tres
clases: propietarios de tierras, cultivadores (agricultores y trabajadores rurales) y artesanos,
fabricantes y comerciantes. Los propietarios de tierras contribuyen al producto anual invirtiendo
en mejoras en sus tierras, mientras que los cultivadores contribuyen con sus gastos originales y
anuales en la producción agrícola.
En este sistema, la renta adecuada para el propietario de la tierra es solo la ganancia neta que
queda después de pagar todos los gastos necesarios para obtener el producto bruto. Los
cultivadores son considerados la “clase productiva” porque su trabajo, además de cubrir todos
los gastos necesarios, genera una producción neta. Sus gastos originales y anuales se denominan
“gastos productivos” porque, además de reemplazar su propio valor, permiten la reproducción
anual de la producción neta.
Luego aborda el tema de los gastos en mejoras de la tierra por parte de los terratenientes,
denominados “gastos en el suelo”. Estos gastos son considerados productivos, ya que después
de un tiempo generan un excedente, siempre que se hayan recuperado completamente junto con
las ganancias ordinarias del capital a través de la renta avanzada.
Smith explica que solo los gastos en el suelo, los gastos originales y anuales del agricultor, son
considerados productivos en este sistema. Por otro lado, los artesanos y fabricantes, aunque
comúnmente se consideran productivos, en realidad no generan ningún valor nuevo, ya que su
trabajo solo reemplaza el capital que los emplea junto con sus ganancias ordinarias.
Según Smith, el capital mercantil también es igualmente estéril e improductivo que el capital de
fabricación. No produce ningún valor nuevo y sus ganancias solo son la devolución del
mantenimiento que su empleador avanza para sí mismo.
El autor señala que el trabajo de los artesanos y fabricantes no aumenta el valor del producto
bruto anual total de la tierra, ya que el valor que agregan a ciertas partes se compensa con el
consumo de otras partes. Por otro lado, el trabajo de los agricultores y trabajadores rurales sí
genera un valor adicional, la renta del terrateniente, que es un producto neto y, por lo tanto, un
gasto productivo.
Smith concluye que los artesanos, fabricantes y comerciantes solo pueden aumentar la riqueza
de su sociedad mediante la parsimonia y la privación, mientras que los agricultores y
trabajadores rurales pueden disfrutar de los fondos destinados a su subsistencia y, al mismo
tiempo, aumentar la riqueza y los ingresos de su sociedad a través de su industria. En
consecuencia, las naciones con una gran cantidad de propietarios y cultivadores pueden
enriquecerse mediante la industria y el disfrute, mientras que las naciones compuestas
principalmente por comerciantes, artesanos y fabricantes solo pueden enriquecerse mediante la
parsimonia y la privación. Esto resulta en diferencias en el carácter común de la gente en dichas
naciones.
Más adelante, Adam Smith sostiene que la clase improductiva, conformada por comerciantes,
artesanos y fabricantes, es útil para las otras dos clases: los propietarios y los cultivadores. A
pesar de que su trabajo no produce directamente un aumento en el valor del producto bruto de la
tierra, su industria permite a los propietarios y cultivadores comprar bienes extranjeros y
productos manufacturados de su propio país con menos esfuerzo y recursos. De esta manera, la
industria de la clase improductiva contribuye indirectamente a aumentar la producción agrícola.
Según Smith, nunca es de interés para ninguna de las clases restringir o desalentar la industria
de las otras. La cooperación y la competencia benefician a todos, y la clave para asegurar la
prosperidad de las tres clases es establecer la justicia, la libertad y la igualdad.
Los estados mercantiles, como Holanda y Hamburgo, compuestos en gran medida por la clase
improductiva, son útiles para los habitantes de otros países, ya que suplen la falta de
comerciantes, artesanos y fabricantes en esos lugares. Por lo tanto, no es de interés para las
naciones agrícolas desalentar la industria de esos estados mercantiles mediante la imposición de
altos aranceles. Al contrario, la forma más efectiva de aumentar el valor del excedente agrícola
y fomentar su crecimiento es permitir la mayor libertad posible en el comercio entre las
naciones.
Adam Smith argumenta que la libertad de comercio es el método más eficaz para que una
nación agrícola desarrolle sus propios artesanos, fabricantes y comerciantes. A medida que la
producción agrícola aumenta, se crea un capital que eventualmente se empleará en el desarrollo
de la industria nacional. Esta industria nacional, al contar con materiales y recursos locales,
podría competir con los productos de estados mercantiles, incluso si carecen de habilidades y
destrezas iniciales.
Según Smith, una nación agrícola que otorga libertad de comercio a otras naciones aumenta el
valor del excedente de su producción, lo que finalmente permitirá el desarrollo de su propia
industria. Sin embargo, si una nación agrícola impone altos aranceles o prohíbe el comercio con
otras naciones, perjudica sus propios intereses. Al hacerlo, no solo disminuye el valor del
excedente de su producción, sino que también otorga un monopolio del mercado interno a sus
propios comerciantes y fabricantes, lo que a su vez desalienta la inversión en agricultura.
Smith sostiene que, aunque una política proteccionista podría permitir que una nación agrícola
desarrolle su industria nacional más rápidamente, lo haría de manera prematura y a expensas de
la agricultura, que es una industria más valiosa. Al fomentar el crecimiento de la industria
manufacturera a expensas de la agricultura, se estaría favoreciendo una industria que solo
reemplaza su capital y beneficios, en lugar de aquella que también genera un excedente para el
terrateniente. En resumen, Smith aboga por la libertad de comercio como la estrategia más
efectiva para el desarrollo equilibrado y sostenible de una nación agrícola.
En el segundo tercio de este capítulo, Adam Smith discute las ideas del autor francés François
Quesnay sobre la distribución de la producción anual de un país entre las tres clases
mencionadas anteriormente (propietarios, cultivadores y clase improductiva). Según Quesnay, la
distribución ideal ocurriría en un estado de perfecta libertad y justicia, lo que resultaría en la
mayor prosperidad posible.
Smith señala que, aunque una economía política injusta puede retardar el progreso hacia la
riqueza y la prosperidad, no siempre es capaz de detenerlo por completo o hacer que retroceda.
Si una nación requiriera de perfecta libertad y justicia para prosperar, ninguna nación en el
mundo habría prosperado jamás. Afortunadamente, la sabiduría de la naturaleza ha provisto
soluciones en el cuerpo político para remediar muchos de los efectos negativos causados por la
injusticia y la estupidez humana, de la misma manera que lo ha hecho en el cuerpo humano en
relación a la pereza y la intemperancia.
Adam Smith argumenta en contra de la idea del sistema económico fisiocrático que considera a
los artesanos, fabricantes y comerciantes como una clase no productiva. Smith sostiene que esta
clase no solo reproduce el valor de su propio consumo, sino que también mantiene el capital que
los emplea, lo que los hace productivos.
Además, Smith señala que no es apropiado comparar a los artesanos, fabricantes y comerciantes
con los sirvientes domésticos, ya que estos últimos no mantienen el fondo que los emplea,
mientras que los artesanos sí lo hacen. El trabajo de los artesanos, fabricantes y comerciantes
aumenta la renta real de la sociedad al crear bienes vendibles que incrementan el valor de los
bienes en el mercado, incluso si su producción y consumo son iguales.
Smith también argumenta que los agricultores y trabajadores rurales no pueden aumentar la
renta real de la sociedad más que los artesanos, fabricantes y comerciantes, ya que el aumento
de la renta real depende de la mejora en las habilidades de los trabajadores y la maquinaria con
la que trabajan, lo cual es aplicable a ambos grupos.
Finalmente, Smith sostiene que si se supone que la renta de los habitantes de un país consiste en
la cantidad de subsistencia que su industria puede proporcionar, la renta de un país con
comercio y manufacturas será siempre mayor que la de un país sin ellos, ya que mediante el
comercio y las manufacturas se puede importar una mayor cantidad de subsistencia de lo que las
tierras de un país podrían proporcionar en su estado actual de cultivo.
Adam Smith reconoce que a pesar de las críticas anteriormente esgrimidas, el sistema ha
logrado algunos avances (tener en cuenta que Adam Smith siempre habla de cómo las
sociedades pueden progresar, muchas veces muy a pesar de las pésimas políticas que establecen
sus gobernantes, gracias a la labor de sus ciudadanos y la búsqueda de su propio interés). Elogia
al sistema económico fisiocrático por ser la aproximación más cercana a la verdad en cuanto a
la economía política en ese momento. Aunque considera que tiene numerosas limitaciones,
destaca que es un sistema generoso y liberal que enfatiza la libertad como el medio más efectivo
para aumentar la producción anual.
Smith menciona que los seguidores de este sistema económico, conocidos como Los
Economistas, han influido en la política francesa a favor de la agricultura y han logrado cambios
significativos en el país. Entre estos cambios se encuentran la extensión de los contratos de
arrendamiento y la eliminación de restricciones en el transporte y exportación de granos.
El autor también compara la política económica de China, que favorece la agricultura en lugar
de las manufacturas y el comercio exterior, con la de Europa. En China, la condición del
agricultor es superior a la del artesano, y la gente aspira a poseer tierras, ya sea en propiedad o
arrendamiento. El comercio exterior en China es limitado, ya que solo permiten el acceso a
ciertos puertos y tienen poco respeto por el comercio con otros países.
Smith argumenta que aunque el vasto mercado interno chino puede sustentar grandes
manufacturas, un comercio exterior más amplio, especialmente si se lleva a cabo en barcos
chinos, aumentaría considerablemente las manufacturas en el país y mejoraría sus capacidades
productivas. Con una navegación más extensa, los chinos aprenderían a construir y utilizar
maquinaria y adoptar mejoras en el arte y la industria practicadas en otras partes del mundo.
Luego, Adam Smith analiza cómo la política de Egipto antiguo e Indostan favorecieron la
agricultura por encima de otras actividades. Ambos países dividían a la población en castas,
cada una dedicada a una actividad específica, y asignaban a la agricultura una posición superior
a la de los comerciantes y fabricantes.
Tanto Egipto como Indostan se preocupaban por el interés en la agricultura, lo que se evidencia
en las obras de infraestructura para la distribución de agua. Aunque estos países eran muy
poblados, podían exportar grandes cantidades de grano en años de abundancia. Sin embargo,
debido a las restricciones religiosas, ambos dependían de la navegación de otras naciones para
exportar su excedente, lo que limitaba el mercado y desincentivaba la producción.
Smith también menciona que la política de las antiguas repúblicas de Grecia y Roma, aunque
honraba la agricultura más que la manufactura o el comercio, desalentaba estos últimos. En
Grecia, el comercio exterior estaba prohibido en algunos estados y las actividades
manufactureras eran consideradas perjudiciales para el cuerpo humano. Además, las actividades
manufactureras eran realizadas por esclavos, lo que dificultaba la competencia y limitaba la
innovación.
Por último, Smith resalta que los gobernantes de China, Egipto antiguo e Indostan obtenían sus
ingresos principalmente de impuestos o rentas sobre la tierra, lo que los llevaba a preocuparse
por el bienestar de la agricultura.
En la última parte del capítulo 9 del Libro IV de La Riqueza de las Naciones, Adam Smith
sostiene que el comercio entre las ciudades y el campo es el más importante para una nación. El
autor argumenta que cualquier sistema que favorezca o restrinja ciertas industrias, como la
agricultura o la manufactura, en realidad termina siendo contraproducente, ya que limita el
desarrollo de la riqueza y el crecimiento de la sociedad.
Smith aboga por un sistema de libertad natural, donde cada persona es libre de perseguir sus
propios intereses siempre y cuando no viole las leyes de la justicia. El papel del soberano, en
este sistema, es proteger a la sociedad de la violencia, establecer una administración justa y
mantener ciertas obras e instituciones públicas que no serían rentables para individuos o
pequeños grupos, pero sí para una gran sociedad.
El autor también menciona que el cumplimiento de estos deberes implica ciertos gastos, que
requieren ingresos para sufragarlos. En el siguiente libro, Smith se propone explicar cuáles son
los gastos necesarios del soberano, cómo debe contribuir la sociedad en su conjunto y qué
métodos pueden utilizarse para obtener esos ingresos. Además, analiza las razones y
consecuencias de la deuda pública en la riqueza real y el producto anual de la tierra y la mano
de obra de la sociedad.
Todos los sistemas, ya sean de preferencia o de restricción, al ser eliminados por completo, el
sistema obvio y simple de la libertad se establece por sí mismo. Cada hombre, siempre y cuando
no viole las leyes de la justicia, tiene total libertad para perseguir su propio interés a su manera y
poner en competencia su industria y capital con los de cualquier otro hombre u orden de
hombres. El soberano queda completamente liberado de un deber en el que, al intentar
cumplirlo, siempre estará expuesto a innumerables ilusiones y para cuyo desempeño adecuado
ninguna sabiduría o conocimiento humano podría ser suficiente: el deber de supervisar la
industria de las personas privadas y dirigirla hacia las ocupaciones más adecuadas para el
interés de la sociedad. Según el sistema de libertad natural, el soberano tiene solo tres deberes
que cumplir; tres deberes de gran importancia, de hecho, pero claros e inteligibles para los
entendimientos comunes: primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia y la
invasión de otras sociedades independientes; en segundo lugar, el deber de proteger, en la
medida de lo posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia u opresión de cualquier
otro miembro, o el deber de establecer una administración exacta de justicia; y, en tercer lugar,
el deber de erigir y mantener ciertas obras públicas e instituciones públicas que nunca sería del
interés de ningún individuo o pequeño número de individuos erigir y mantener; porque la
ganancia nunca podría compensar el gasto a ningún individuo o pequeño número de individuos,
aunque a menudo puede hacer mucho más que compensarlo a una gran sociedad.
Este pasaje del libro “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith describe el concepto de
“libertad natural” y los deberes del soberano en un sistema económico basado en esta libertad.
Según Smith, en un sistema donde se eliminan las preferencias y restricciones en el comercio y
la industria, la libertad natural se establece por sí misma. En este contexto, cada individuo tiene
la libertad de perseguir sus propios intereses y competir con otros, siempre y cuando no viole las
leyes de la justicia.
En este sistema, Smith argumenta que el soberano (es decir, el gobierno o la autoridad
gobernante) no necesita supervisar ni dirigir la industria privada, ya que su interferencia podría
llevar a errores y confusiones. En cambio, el soberano tiene tres deberes principales en el
sistema de libertad natural:
Primero, examina las sociedades de cazadores, como las tribus nativas de América del Norte,
donde cada hombre es tanto cazador como guerrero. En estas sociedades, no hay un verdadero
soberano o estado, y el guerrero se mantiene a sí mismo sin costos adicionales para la sociedad.
Las sociedades de pastores, un paso adelante en términos de desarrollo, como los tártaros y los
árabes, operan de manera similar. Aunque estas sociedades son nómadas, la vida militar es
similar a la vida cotidiana y se financian a través de sus rebaños.
Estas sociedades de pastores pueden llegar a ser formidables para las naciones civilizadas
vecinas debido a su capacidad de movilización en grandes números. Las invasiones tártaras en
Asia son un ejemplo de esto.
Smith luego describe sociedades agrícolas más avanzadas, que a pesar de no tener una gran
cantidad de comercio exterior o industrias manufactureras, cada hombre es o puede convertirse
fácilmente en un guerrero. El entrenamiento militar no le cuesta al soberano, y el campesino
puede ser movilizado durante el tiempo entre la siembra y la cosecha sin sufrir grandes pérdidas
económicas.
Luego, Smith llega a las sociedades aún más avanzadas, en las que las demandas del trabajo y la
guerra se vuelven demasiado grandes para ser llevadas a cabo sin el apoyo del estado. Con el
progreso de las manufacturas y las mejoras en el arte de la guerra, se vuelve imposible para los
que luchan mantenerse a su propio costo. En estas sociedades, una gran parte de la población
debe ser mantenida por el estado mientras están en servicio.
En las antiguas repúblicas griegas, se requería que cada ciudadano libre aprendiera las artes
militares como parte de su educación, y estas habilidades se enseñaban en un campo público
con diferentes maestros. Algo similar ocurría en la antigua Roma, con los ejercicios del Campus
Martius. Sin embargo, bajo los gobiernos feudales, a pesar de las ordenanzas que requerían que
los ciudadanos practicaran arquería y otras habilidades militares, estas prácticas parecen haber
sido ignoradas y, con el tiempo, los ejercicios militares parecen haber caído en desuso.
Smith señala que en la antigua Grecia, Roma y durante los primeros años de los gobiernos
feudales, la profesión de soldado no era una ocupación separada o distinta, sino que cada
ciudadano se consideraba apto para ejercer la profesión de soldado en ocasiones ordinarias y
extraordinarias. Sin embargo, a medida que las sociedades se vuelven más complejas, el arte de
la guerra también se vuelve más complicado, lo que requiere que se convierta en una ocupación
principal para ciertos ciudadanos.
Smith también discute cómo los cambios en la agricultura y la fabricación han dejado a los
ciudadanos con menos tiempo para practicar ejercicios militares, lo que ha llevado a la
formación de ejércitos profesionales.
El autor sostiene que una nación rica e industriosa es más probable que sea atacada, y si el
estado no toma medidas para la defensa pública, los ciudadanos no estarán preparados para
defenderse. En esta situación, Smith ve dos opciones para el estado: puede imponer la práctica
de ejercicios militares a todos los ciudadanos, o puede mantener y emplear a un cierto número
de ciudadanos en la práctica constante de ejercicios militares, haciendo de la profesión de
soldado una ocupación separada y distinta. Si el estado elige la primera opción, se dice que su
fuerza militar consiste en una milicia; si elige la segunda, se dice que consiste en un ejército
permanente.
Smith explica que cualquier milicia que haya servido en varias campañas sucesivas se convierte
en un ejército permanente en todos los aspectos. Los soldados se ejercitan diariamente en el uso
de sus armas y se acostumbran a obedecer inmediatamente a sus oficiales, al igual que en los
ejércitos permanentes.
Luego, Smith habla de la decadencia de los ejércitos romanos. Atribuye su caída a varias causas,
incluyendo la severidad de su disciplina, la negligencia en el mantenimiento de sus ejercicios y
su pesada armadura. Además, bajo los emperadores romanos, los ejércitos que custodiaban las
fronteras se volvieron peligrosos para sus propios amos, lo que llevó a su dispersión en
pequeños cuerpos a través de las ciudades provinciales. Aquí, los soldados se convirtieron en
comerciantes, artesanos y fabricantes, cambiando su carácter militar por el civil. Esta
transformación llevó a la decadencia del ejército romano, lo que finalmente resultó en la caída
del imperio occidental.
Originalmente, las naciones germánicas y escitas que se establecieron sobre las ruinas del
imperio occidental mantenían una milicia compuesta por pastores y agricultores, que estaba
bastante bien ejercitada y disciplinada. Sin embargo, a medida que avanzaban las artes y la
industria, la autoridad de los jefes decayó y la gente tenía menos tiempo para ejercicios
militares. Por tanto, la disciplina y el ejercicio de la milicia feudal se deterioraron gradualmente,
lo que llevó a la introducción de ejércitos permanentes.
Smith argumenta que un ejército permanente es necesario tanto para la defensa de una nación
civilizada como para la civilización de una nación bárbara. Un ejército permanente establece,
con una fuerza irresistible, la ley del soberano a través de las provincias más remotas del
imperio y mantiene cierto grado de gobierno regular en países que de otra manera no podrían
admitir ninguno.
Por otro lado, señala que los hombres de principios republicanos han visto con recelo un ejército
permanente por considerarlo peligroso para la libertad. Sin embargo, Smith sostiene que un
ejército permanente puede ser favorable para la libertad en ciertas circunstancias, siempre y
cuando esté bajo el mando de aquellos que tienen el mayor interés en apoyar la autoridad civil,
ya que ellos mismos poseen la mayor parte de dicha autoridad.
En relación con el costo de mantener un ejército, Smith menciona que el deber del soberano de
defender a la sociedad de la violencia y la injusticia se vuelve progresivamente más costoso a
medida que la sociedad avanza en civilización. En particular, el cambio introducido en el arte de
la guerra por la invención de las armas de fuego ha aumentado aún más el costo de ejercitar y
disciplinar a cualquier número particular de soldados en tiempos de paz, y de emplearlos en
tiempos de guerra.
Luego, Smith concluye que la gran ventaja en la guerra moderna recae sobre la nación que
puede costear mejor el gasto de las armas de fuego, lo que favorece a una nación opulenta y
civilizada sobre una pobre y bárbara. Esto ha invertido la dinámica de los tiempos antiguos,
cuando las naciones opulentas y civilizadas encontraban dificultades para defenderse de las
naciones pobres y bárbaras.
El gobierno civil implica un cierto grado de subordinación, que crece a medida que se adquieren
propiedades valiosas. Las causas que naturalmente introducen esta subordinación parecen ser
cuatro: la superioridad de las calificaciones personales, la edad, la fortuna y el linaje.
Con la aparición de la propiedad, surge la necesidad de un gobierno civil para proteger a los
propietarios, ya que la avaricia y la ambición pueden impulsar a las personas a invadir la
propiedad de otros. En las sociedades con gran propiedad, existe una gran desigualdad y, por lo
tanto, un potencial de conflicto e injusticia.
La creación del gobierno civil lleva a la subordinación. Según Smith, hay cuatro factores que
naturalmente introducen la subordinación: la superioridad de las calificaciones personales, la
edad, la fortuna y el nacimiento. Estos factores establecen una especie de autoridad y
subordinación, y son más evidentes en las naciones de pastores, donde la riqueza está
concentrada en pocas manos.
En estas sociedades, los pastores ricos y de noble nacimiento tienen una autoridad natural y un
poder ejecutivo. También tienen algún tipo de autoridad judicial, ya que son a quienes los más
débiles buscan protección. Smith argumenta que el gobierno civil, en la medida en que está
instituido para la seguridad de la propiedad, está en realidad instituido para la defensa de los
ricos contra los pobres.
Luego, Smith menciona que la autoridad judicial del soberano era, en sus primeros días, una
fuente de ingresos. Aquellos que buscaban justicia estaban dispuestos a pagar por ella. Con el
tiempo, los jueces delegados por el soberano se convirtieron en una especie de recolectores de
ingresos. En resumen, la administración de justicia se convirtió en un medio para obtener
ingresos para el soberano.
El autor sostiene que cuando la administración de justicia se convierte en una herramienta para
obtener ingresos, pueden surgir diversos abusos. Las personas con más recursos pueden obtener
más que justicia, mientras que las menos acaudaladas podrían recibir menos. Estos problemas
pueden ser incluso más graves cuando el soberano administra la justicia personalmente, ya que
puede ser difícil encontrar a alguien con suficiente poder para responsabilizarlo.
Los ingresos del soberano provienen principalmente de los presentes que recibe en estas
ocasiones, y de las tarifas de la corte. Sin embargo, cuando el patrimonio privado del soberano
ya no es suficiente para cubrir los gastos de la soberanía, y se vuelve necesario que la gente
contribuya a través de impuestos, se estipula comúnmente que ni el soberano ni sus
representantes pueden aceptar presentes por la administración de justicia. En lugar de ello, se les
otorgan salarios fijos.
Más adelante, Smith argumenta que aunque los salarios de los jueces pueden ser bajos, la
naturaleza honorable del cargo hace que sea deseado. Adicionalmente, afirma que los costos de
administrar la justicia son una parte muy pequeña del gasto total del gobierno.
Smith sostiene que estos costos podrían ser cubiertos por las tasas judiciales, liberando así al
presupuesto público de esta carga. Sugiere que es más fácil regular estas tasas cuando el juez es
la principal beneficiario, ya que la ley puede obligar al juez a respetar la regulación. Este
esquema podría incentivar a los jueces a trabajar con más diligencia y eficiencia en la resolución
de casos, lo cual sería beneficioso para la administración de justicia.
Smith menciona que la estructura de los tribunales de justicia en Inglaterra fue posiblemente
formada por una competencia entre los jueces de los diferentes tribunales, cada uno buscando
atraer la mayor cantidad de casos posibles a su jurisdicción. Esto llevó a la creación de remedios
legales efectivos para cada tipo de injusticia.
Smith sugiere que la administración de justicia puede autofinanciarse mediante una tasa de
timbre en los procedimientos legales de cada tribunal. Sin embargo, advierte que esto podría
llevar a los jueces a multiplicar innecesariamente los procedimientos para aumentar los ingresos
generados por esta tasa.
Smith sostiene que no es necesario que el poder ejecutivo se encargue de la gestión de los
fondos utilizados para pagar a los jueces. Propone que estos fondos podrían provenir de la renta
de propiedades inmobiliarias o incluso de los intereses de una suma de dinero. Sin embargo,
considera que la inestabilidad inherente a tales fondos los hace inadecuados para el
mantenimiento de una institución que debería durar para siempre.
Adam Smith explora la separación del poder judicial del ejecutivo, argumentando que esta
distinción surgió a medida que las sociedades se volvían más complejas y mejoradas. La
administración de justicia se volvió una tarea tan laboriosa y complicada que requirió la
atención completa de las personas a las que se les confió.
El autor señala que los líderes ejecutivos, debido a sus ocupaciones con los asuntos de estado,
comenzaron a delegar la administración de justicia a un sustituto. Smith usa el ejemplo del
consul romano que, estando demasiado ocupado con los asuntos políticos del estado, nombró a
un praetor para administrar la justicia en su lugar.
Al analizar las monarquías europeas surgidas de las ruinas del Imperio Romano, Smith explica
que los monarcas y los grandes señores consideraban la administración de justicia como una
tarea demasiado laboriosa e indigna para llevarla a cabo ellos mismos. Por lo tanto, asignaban a
un sustituto, alguacil o juez para encargarse de esta tarea.
Además, Smith argumenta que cuando el poder judicial está unido al poder ejecutivo, es
probable que la justicia sea sacrificada en nombre de la política. Aquellos a cargo de los grandes
intereses del estado podrían verse tentados a sacrificar los derechos de un individuo por el bien
de estos intereses.
Smith enfatiza que la libertad de cada individuo depende de una administración de justicia
imparcial. Para asegurar a cada individuo en la posesión de todos sus derechos, es necesario no
sólo separar el poder judicial del ejecutivo, sino también hacer que el judicial sea lo más
independiente posible del poder ejecutivo. Los jueces no deberían estar sujetos a ser destituidos
según el capricho del poder ejecutivo, ni su salario debería depender de la voluntad o economía
de ese poder.
Las instituciones de instrucción se dividen en dos tipos: las destinadas a la educación de los
jóvenes y las destinadas a la instrucción de las personas de todas las edades. En los siguientes
segmentos de este capítulo, Smith considerará cómo los gastos de estos diferentes tipos de obras
e instituciones públicas pueden ser sufragados de la manera más adecuada.
Aunque se necesita financiación para estas obras públicas, Smith argumenta que no
necesariamente debe provenir de lo que comúnmente se conoce como ingresos públicos.
Sostiene que la mayoría de estas obras pueden gestionarse de tal manera que proporcionen un
ingreso específico suficiente para cubrir sus propios gastos, sin suponer una carga para los
ingresos generales de la sociedad. Como ejemplos, cita los peajes que se cobran por el uso de
carreteras, puentes o canales, los derechos portuarios moderados en los puertos, el seigneurage
que aporta la acuñación de monedas y los ingresos que genera la oficina de correos.
Smith argumenta que este tipo de impuesto es equitativo, ya que los que usan y desgastan las
infraestructuras pagan en proporción a su uso. Aunque el transportista adelanta este impuesto, al
final lo paga el consumidor, ya que se añade al precio de los bienes. Sin embargo, las
mercancías llegan al consumidor más baratas que si no existieran estas infraestructuras públicas,
ya que reducen los costos de transporte.
El autor también expone su argumento a favor de la propiedad privada de los peajes en algunos
casos, citando el ejemplo del Canal de Languedoc en Francia, que fue entregado a su ingeniero,
Riquet, tras su construcción. Sin embargo, para las carreteras, Smith sugiere que los peajes
deberían estar bajo la administración de comisionados o fideicomisarios, ya que las carreteras
no se vuelven completamente intransitables si se descuidan, a diferencia de los canales.
Smith menciona el posible abuso por parte de los fideicomisarios en el manejo de los peajes en
Gran Bretaña, pero atribuye estos defectos a la reciente implementación del sistema. Añade que,
con la sabiduría del parlamento, la mayoría de estos defectos podrían remediarse con el tiempo.
Adam Smith aborda las posibles objeciones a su propuesta de financiar las infraestructuras
públicas a través de peajes y derechos portuarios. En primer lugar, argumenta que si los peajes
se consideran una fuente de ingresos para cubrir las necesidades del Estado, es probable que se
incrementen para satisfacer estas necesidades, algo que él ve problemático. Según la política de
Gran Bretaña, sugiere Smith, los peajes podrían aumentar rápidamente, lo que, en lugar de
facilitar el comercio interno del país, podría llegar a ser una carga considerable para este. El
coste del transporte de mercancías pesadas en todo el país se incrementaría, limitando el
mercado para dichos bienes y, por tanto, desalentando su producción.
En segundo lugar, Smith argumenta que un impuesto sobre los vehículos en proporción a su
peso es un impuesto muy desigual cuando se aplica a cualquier otro propósito que no sea la
reparación de las carreteras. En este caso, cada vehículo se supone que paga por más de lo que
desgasta en las carreteras y contribuye a satisfacer alguna otra necesidad del Estado. Como el
peaje incrementa el precio de los bienes en función de su peso y no de su valor, Smith
argumenta que los consumidores de productos toscos y voluminosos, que suelen ser los más
pobres, soportarían la carga principal de este impuesto.
Por último, Smith plantea que si el gobierno en algún momento descuida la reparación de las
carreteras, sería aún más difícil que ahora obligar a que se utilice una parte de los peajes en la
reparación de las carreteras. Por tanto, se podría recaudar un gran ingreso de la población sin
que ninguna parte de este se destine al único propósito para el que debería destinarse un ingreso
recaudado de esta manera.
En Francia, los fondos para la reparación de carreteras provienen tanto del trabajo de los
campesinos como de una porción del ingreso general del estado que el rey elige destinar a este
fin. Sin embargo, el manejo de estos fondos y el trabajo de los campesinos está bajo la dirección
de un funcionario nombrado por el consejo del rey. Esto, en opinión de Smith, ha llevado a un
desequilibrio en la infraestructura francesa: las carreteras principales están bien mantenidas,
pero las carreteras secundarias se descuidan. Según él, este descuido se debe a que los
administradores prefieren enfocarse en proyectos grandiosos que llamen la atención en lugar de
pequeñas obras de gran utilidad.
Argumenta que, aunque los abusos en la administración local y provincial pueden parecer
graves, en realidad suelen ser insignificantes en comparación con los que pueden ocurrir a nivel
imperial. Además, señala que estos problemas son más fáciles de corregir a nivel local o
provincial.
Como ejemplo, Smith contrasta la administración de los magistrados en Gran Bretaña con la de
los intendentes en Francia. En Gran Bretaña, las seis jornadas de trabajo que los habitantes
rurales están obligados a dar para la reparación de carreteras no siempre se aplican de la manera
más sabia, pero rara vez se exigen con crueldad u opresión.
De las Obras Públicas e Instituciones necesarias para facilitar ramas particulares del Comercio
En esta sección, Adam Smith discute las obras públicas e instituciones que son necesarias para
facilitar ciertas ramas del comercio. Aunque estas instituciones se crean para facilitar el
comercio en general, algunas ramas del comercio requieren protección adicional debido a su
interacción con naciones bárbaras e incivilizadas.
Smith señala que los bienes de los comerciantes que comercian en la costa occidental de África,
por ejemplo, necesitan protección adicional contra los nativos locales. Para defender estos
bienes, es necesario que los lugares donde se depositan estén fortificados. Añade que esta
precaución también se consideró necesaria en Indostán debido a los trastornos en el gobierno.
Además, Smith argumenta que el comercio en general necesita protección contra piratas y
saqueadores, y que el costo de esta protección debería ser sufragado por un impuesto moderado
sobre el comercio. Sugiere que este impuesto podría ser una multa que se pague cuando se entra
por primera vez en el comercio, o un deber específico sobre los bienes que se importan o
exportan.
Sin embargo, Smith también critica a las empresas de comercio que han logrado persuadir a los
legisladores para que les encomienden la protección del comercio, argumentando que estas
empresas han demostrado ser, en el largo plazo, una carga o inútiles, y han mal administrado o
limitado el comercio. Estas empresas pueden ser reguladas (donde cada miembro negocia con
su propio capital y asume su propio riesgo) o de acciones conjuntas (donde cada miembro
comparte en las ganancias o pérdidas comunes).
Smith argumenta que estas empresas reguladas son similares a los monopolios corporativos de
oficios que son comunes en las ciudades y pueblos de toda Europa, y que han tratado de limitar
la competencia a través de regulaciones onerosas. Sin embargo, también señala que cuando la
ley ha restringido a estas empresas de hacer esto, se han vuelto completamente inútiles e
insignificantes.
Adam Smith habla sobre las compañías reguladas para el comercio exterior que existen en Gran
Bretaña en ese momento. Estas incluyen la antigua compañía de comerciantes aventureros,
conocida como la Compañía de Hamburgo, la Compañía de Rusia, la Compañía de Eastland, la
Compañía de Turquía y la Compañía Africana.
Smith menciona que las condiciones para unirse a la Compañía de Hamburgo son bastante
sencillas y que los directores no tienen poder para imponer restricciones o regulaciones pesadas
al comercio. Sin embargo, no siempre fue así y la Compañía fue acusada en el pasado de ser
extremadamente opresiva.
En cuanto a la Compañía de Turquía, Smith señala que sus prácticas monopólicas eran estrictas
y opresivas. Se requerían multas elevadas para ingresar, se excluían a los minoristas y solo los
comerciantes podían ser admitidos. Las restricciones en cuanto a quién podía comerciar y desde
dónde, favorecían a los miembros de la Compañía y a sus amigos, lo que efectivamente creaba
un monopolio. Sin embargo, un acto del Parlamento reformó estas prácticas, reduciendo las
multas, eliminando algunas restricciones y permitiendo el comercio con Turquía desde todos los
puertos de Gran Bretaña.
A pesar de estas reformas, Smith argumenta que el comercio con Turquía aún no es
completamente libre. Menciona que la Compañía de Turquía todavía contribuye a mantener a un
embajador y varios cónsules, costos que deberían ser asumidos por el estado. Además, sostiene
que las diferentes tasas cobradas por la Compañía podrían ser más que suficientes para que el
estado mantuviera a dichos ministros.
Adam Smith sostiene que las compañías reguladas no tienen un interés particular en el bienestar
del comercio general, por el cual se mantienen fuertes y guarniciones. Por el contrario, la
decadencia de este comercio general puede ser ventajosa para su comercio privado. En cambio,
los directores de una compañía de acciones conjuntas, al tener solo su parte en las ganancias
realizadas sobre el capital común, no tienen un comercio privado propio cuyo interés pueda
separarse del del comercio general de la compañía. Su interés privado está ligado al bienestar
del comercio general de la compañía y al mantenimiento de los fuertes y guarniciones
necesarios para su defensa.
Para el primer objetivo, la multa por admisión se limita a cuarenta chelines. Se prohíbe a la
compañía comerciar en su capacidad corporativa o con un capital conjunto. Para el segundo
objetivo, se les asigna una suma anual por el parlamento para el mantenimiento de fuertes y
guarniciones.
Sin embargo, Smith sostiene que el parlamento, que presta tan poca atención a la aplicación de
millones, no es probable que preste mucha atención a la de 13,000 l. al año. Smith concluye
que, aunque la defensa de los dominios es esencial para la dignidad del poder ejecutivo, las
guarniciones en Gibraltar y Menorca, a pesar de ser costosas, nunca se han descuidado.
Luego se centra en las diferencias entre las compañías privadas y las compañías de acciones
conjuntas (joint-stock companies), y cómo estas diferencias influyen en su éxito comercial.
Smith señala que estas empresas suelen atraer a más inversores, debido a la limitada
responsabilidad y la menor implicación necesaria. Sin embargo, advierte que esta estructura a
menudo lleva a una gestión negligente y derrochadora de los recursos de la empresa, ya que los
directores están manejando el dinero de otras personas y pueden no vigilarlo con el mismo
cuidado que lo harían con su propio dinero.
Smith examina también el papel de las compañías con privilegios exclusivos otorgados por la
corona o el parlamento, utilizando ejemplos de la historia británica como la Compañía Real
Africana, la Compañía de la Bahía de Hudson y la Compañía de las Indias Orientales. Sugiere
que estas compañías a menudo no han podido mantener la competencia contra los empresarios
privados sin tales privilegios, y que incluso con privilegios, a menudo han mal gestionado y
restringido el comercio.
Finalmente, Smith argumenta que una empresa de acciones conjuntas con un pequeño número
de propietarios y un capital moderado puede tener un rendimiento similar al de una sociedad
privada, siempre que la vigilancia y la atención se mantengan. Este punto se ilustra con el caso
de la Compañía de la Bahía de Hudson, que, a pesar de los riesgos y gastos, fue capaz de llevar
a cabo su comercio con un grado considerable de éxito debido a su estructura más cercana a una
sociedad privada.
La Compañía del Mar del Sur tenía un capital inmenso dividido entre un número enorme de
propietarios, lo que, según Smith, conducía a la extravagancia y la negligencia en la gestión de
sus asuntos. La Compañía del Mar del Sur obtuvo el derecho exclusivo de abastecer a las Indias
Occidentales españolas con esclavos, pero la mayoría de sus viajes resultaron ser pérdidas
financieras. Smith atribuye este fracaso a la corrupción y la extorsión del gobierno español, así
como a la malversación de los agentes de la compañía.
En 1724, la Compañía del Mar del Sur se embarcó en la pesca de ballenas. Aunque no tenían un
monopolio en este comercio, parecían ser los únicos sujetos británicos que se dedicaban a él.
Sin embargo, de los ocho viajes que hicieron a Groenlandia, solo uno resultó ser rentable.
A lo largo de su existencia, la Compañía del Mar del Sur pidió varias veces al parlamento que se
le permitiera dividir su capital entre las acciones de renta y las acciones de comercio, para
reducir su exposición al riesgo y al endeudamiento.
En la última parte de este segmento, Smith argumenta que es improbable que una compañía de
acciones conjuntas pueda tener éxito en cualquier rama del comercio exterior si los aventureros
privados pueden competir con ellos de manera abierta y justa. Cita la negligencia, la profusión y
la malversación de los sirvientes de la Compañía del Mar del Sur como factores que
probablemente hayan costado más que cualquier arancel o impuesto.
Más adelante pone el foco en la famosa Compañía de las Indias Orientales de Inglaterra,
establecida en 1600 por una carta real de la Reina Elizabeth. Inicialmente, operó como una
compañía regulada, con acciones separadas. Sin embargo, se unió en una sola en 1612. Su carta
era exclusiva, y aunque no estaba confirmada por el parlamento, se suponía que otorgaba un
privilegio exclusivo real. Su capital nunca superó las 744,000 libras y sus operaciones no eran
tan extensas como para permitir negligencia o malversación graves.
En el transcurso del tiempo, cuando los principios de la libertad se entendieron mejor, comenzó
a dudarse de qué tan lejos una Carta Real, no confirmada por el parlamento, podría otorgar un
privilegio exclusivo. A finales del reinado de Carlos II y durante todo el de Jacobo II, la
compañía se vio reducida a grandes apuros debido a la competencia.
En 1698, el parlamento aceptó una propuesta para establecer una nueva Compañía de las Indias
Orientales con privilegios exclusivos a cambio de un préstamo de dos millones al gobierno. En
consecuencia, se estableció una nueva Compañía de las Indias Orientales. No obstante, la
antigua compañía aún tenía derecho a continuar su comercio hasta 1701.
En 1708, las dos compañías se fusionaron en una sola, la “Compañía Unida de Mercaderes que
comercian con las Indias Orientales”. A lo largo de los años, la compañía amplió su capital,
llevó a cabo un comercio exitoso y realizó pagos anuales moderados a sus propietarios.
Sin embargo, argumenta que es imposible que las cortes sean aptas para gobernar o incluso
compartir en el gobierno de un gran imperio, ya que la mayoría de sus miembros tienen muy
poco interés en la prosperidad de ese imperio.
Discute las dificultades y fracasos de la Compañía de las Indias Orientales. A pesar de haber
recaudado sumas sustanciales de dinero y haber expandido sus dominios, la compañía se
encontró desprevenida ante la incursión de Hyder Ali, lo que resultó en desorden y pérdidas
significativas. En 1784, la compañía se encontraba en una crisis peor que nunca, obligándola a
buscar la ayuda del gobierno. Varios planes fueron propuestos en el Parlamento para una mejor
administración de sus asuntos, pero todos coincidían en que la compañía no estaba preparada
para gobernar sus posesiones territoriales.
A continuación, el autor defiende la idea de otorgar a las compañías un monopolio temporal del
comercio en caso de éxito, de manera similar a cómo se otorga un monopolio a un inventor o a
un autor. Sin embargo, al finalizar el término del monopolio, este debe cesar, los fuertes y
guarniciones deben ser transferidos al gobierno, su valor debe ser pagado a la compañía y el
comercio debe ser abierto a todos los ciudadanos del estado. De lo contrario, se argumenta que
todos los demás sujetos del estado son gravados absurdamente de dos maneras: primero, por el
alto precio de los bienes y, segundo, por su total exclusión de una rama del comercio.
El texto cita al Abbé Morellet, un autor francés conocido por su conocimiento en economía
política, quien proporcionó una lista de 55 compañías de acciones conjuntas para el comercio
exterior que fueron establecidas en Europa desde 1600 y que, según él, todas fracasaron debido
a la mala gestión, a pesar de tener privilegios exclusivos.
El pasaje final del Artículo 1 analiza las circunstancias en las que una compañía de acciones
conjuntas puede operar exitosamente sin un privilegio exclusivo. Estas circunstancias incluyen
aquellas en las que las operaciones pueden ser reducidas a una rutina o a un método uniforme
que no permite variaciones significativas. Ejemplos de tales operaciones incluyen el comercio
bancario, el seguro contra incendios y riesgos marítimos, la creación y mantenimiento de un
canal navegable y el suministro de agua a una gran ciudad.
Smith sostiene que estas empresas son adecuadas para ser gestionadas por una compañía de
acciones conjuntas sin necesidad de privilegios exclusivos, siempre que se cumplan dos
condiciones. Primero, la empresa debe ser de gran utilidad y más beneficiosa que la mayoría de
las empresas comunes. Segundo, debe requerir un capital mayor al que se puede recolectar en
una copropiedad privada.
Smith afirma que la necesidad de éxito impulsa el esfuerzo en cualquier profesión. Aquellos que
dependen enteramente de su profesión para su subsistencia están motivados para trabajar con
precisión y diligencia. Por otro lado, Smith sostiene que los docentes de escuelas y
universidades financiadas no tienen la misma necesidad de aplicarse ya que su subsistencia
proviene de un fondo independiente de su éxito y reputación en sus respectivas profesiones.
Además, Smith critica el sistema donde el poder de supervisión reside en terceros ajenos al
cuerpo docente, argumentando que tal sistema es arbitrario y se ejerce ignorante y
caprichosamente. Afirma que los maestros sometidos a tal jurisdicción están inevitablemente
degradados y se convierten en personas despreciables en la sociedad.
Smith cuestiona la práctica de forzar a los estudiantes a asistir a ciertas universidades sin tener
en cuenta el mérito o la reputación de los maestros. Argumenta que esto disminuye la necesidad
de que los maestros sean meritorios o reputados. Así mismo, critica las becas y otras
fundaciones caritativas que atan a los estudiantes a ciertas universidades independientemente
del mérito de estas instituciones.
Adam Smith argumenta que las regulaciones que limitan la elección de los estudiantes sobre sus
profesores y les impiden cambiarlos, sofocan la emulación entre los tutores y disminuyen su
necesidad de ser diligentes y atentos con sus alumnos. Un tutor puede recibir un buen salario de
sus estudiantes pero aún así puede estar inclinado a descuidarlos.
Smith se centra en los profesores que, a pesar de su falta de conocimiento o interés, pueden dar
la impresión de que están enseñando bien a través de varios trucos, como la lectura de libros en
lenguas muertas y la interpretación del texto en lugar de enseñar de manera directa.
Smith critica la disciplina de las universidades, argumentando que se diseña para el beneficio de
los profesores en lugar de los estudiantes. Según Smith, la disciplina parece presumir de
sabiduría y virtud perfectas en los profesores, y debilidad y tontería en los estudiantes. Sin
embargo, Smith cree que los estudiantes son generosos y dispuestos a perdonar las faltas de sus
profesores, siempre que estos muestren intenciones serias de ser útiles para ellos.
Smith observa que aquellas partes de la educación que no se enseñan en instituciones públicas
suelen estar mejor enseñadas. Argumenta que las habilidades esenciales como leer, escribir y
contar se adquieren más comúnmente en escuelas privadas que en públicas.
Además, Smith sostiene que las universidades están más corruptas que las escuelas públicas en
Inglaterra. Menciona que los profesores de las universidades dependen principalmente de las
tasas o honorarios de sus alumnos y que las universidades no tienen privilegios exclusivos.
Luego explora la relación entre la educación, la religión y las lenguas antiguas, además de
presentar su visión de la evolución de la filosofía antigua.
Smith menciona que cuando el cristianismo se estableció legalmente, el latín corrupto se había
convertido en el lenguaje común de Europa. A pesar de que este idioma finalmente dejó de ser
entendido por la población general, la liturgia de la iglesia siguió llevándose a cabo en latín. Por
lo tanto, los sacerdotes necesitaban entender este idioma, lo que hizo que el estudio del latín
fuera una parte esencial de la educación universitaria desde el principio.
Por otro lado, los idiomas griego y hebreo no eran obligatorios para los eclesiásticos. Sin
embargo, los primeros reformadores encontraron que los textos originales en griego y hebreo
eran más favorables a sus opiniones que la traducción latina. Así, se introdujo gradualmente el
estudio de estos idiomas en la mayoría de las universidades, tanto las que aceptaban como las
que rechazaban las doctrinas de la Reforma.
Smith también explica que la antigua filosofía griega se dividía en tres ramas: la física o
filosofía natural, la ética o filosofía moral, y la lógica. Esta división responde a la curiosidad
innata del hombre por comprender los fenómenos naturales y su propio comportamiento. Según
Smith, la filosofía moral, al igual que la física, comenzó como una recopilación de máximas de
prudencia y moralidad, que finalmente se organizaron y conectaron a través de principios
generales, siguiendo el ejemplo de la filosofía natural.
Adam Smith examina cómo la filosofía, tal como se enseña en las universidades de Europa, se
ha desviado de sus raíces antiguas y se ha vuelto más esotérica e inaplicable a la vida real.
Smith observa que la filosofía antigua se dividió en tres partes: física, ética y lógica. Sin
embargo, en las universidades europeas, esta división cambió a cinco partes. En esta nueva
estructura, temas que antes se consideraban parte de la física, como la naturaleza de la mente
humana y la divinidad, se convirtieron en su propia disciplina, la metafísica o pneumática. Esto
llevó a la creación de una tercera disciplina, la ontología, que estudiaba las cualidades y
atributos comunes a los temas de las otras dos ciencias.
Además, en lugar de considerar las obligaciones y los deberes de la vida humana como
sirviendo a la felicidad y la perfección de la vida humana, tal como se hacía en la filosofía
antigua, la filosofía moral comenzó a enseñarse como sirviendo a la felicidad de la vida futura.
La perfección de la virtud, que en la filosofía antigua se veía como productora de la mayor
felicidad en esta vida, en la filosofía moderna se presentaba a menudo como incompatible con
cualquier grado de felicidad en esta vida.
Adam Smith discute los problemas y los beneficios de la educación universitaria en su época.
Observa que las universidades a menudo han sido reacias a adoptar mejoras en sus programas
de estudio, especialmente las universidades más ricas y mejor dotadas. Sin embargo, estas
instituciones han atraído a la educación de casi todas las personas, particularmente a las
personas de la nobleza y las personas adineradas.
Smith señala que aunque la educación universitaria se pretendía originalmente para la
formación de eclesiásticos, se convirtió gradualmente en el principal medio de educación para
casi todos los demás, a pesar de que lo que se enseña en estas instituciones no siempre parece
ser la mejor preparación para el negocio del mundo real.
En Inglaterra, cada vez es más común que los jóvenes viajen a países extranjeros
inmediatamente después de dejar la escuela, sin asistir a ninguna universidad. Aunque estos
viajes pueden ofrecer alguna mejora, como el aprendizaje de uno o dos idiomas extranjeros,
Smith argumenta que estos jóvenes a menudo regresan más arrogantes, más inmorales, más
disipados e incapaces de aplicarse seriamente al estudio o al trabajo de lo que podrían haber
sido si se hubieran quedado en casa.
Finalmente, Smith contrasta las prácticas educativas modernas con las de la antigua Grecia,
donde cada ciudadano libre recibía instrucción en ejercicios físicos y música bajo la dirección
del magistrado público. Argumenta que estos programas educativos tenían un objetivo claro y
lograban ese objetivo, a diferencia de las instituciones educativas modernas.
Smith compara los sistemas de educación en la antigua Roma y Grecia. Observa que, aunque los
romanos no tenían una correspondencia directa con la educación musical de los griegos, sus
morales parecen haber sido superiores en la vida privada y pública. Esta afirmación la sustenta
en testimonios de autores bien conocidos por ambas naciones y por la historia de las dos
culturas.
Smith cuestiona la eficacia de la educación musical griega para mejorar las morales de las
personas, dado que los romanos, sin una educación musical similar, parecen tener una moral
general superior. Sugiere que el respeto de los antiguos sabios por las instituciones de sus
antepasados probablemente los predispuso a encontrar mucha sabiduría política en lo que tal vez
solo era una costumbre antigua.
En cuanto a la educación en la antigua Grecia y Roma, Smith señala que los maestros que
instruían a los jóvenes en música o ejercicios militares no parecen haber sido pagados o incluso
nombrados por el estado. Los ciudadanos estaban obligados a prepararse para defender el estado
en tiempos de guerra y debían aprender ejercicios militares, pero se les dejaba aprender de
cualquier maestro que pudieran encontrar.
Smith también observa que en las primeras edades de las repúblicas griegas y romanas, otras
partes de la educación parecen haber consistido en aprender a leer, escribir y calcular según la
aritmética de la época. Estos conocimientos solían ser adquiridos en casa por los ciudadanos
más ricos con la ayuda de un pedagogo doméstico, mientras que los ciudadanos más pobres los
adquirían en las escuelas de maestros que enseñaban a cambio de un salario.
Examina el surgimiento de la filosofía y la retórica en la antigüedad, señalando que no estaban
respaldadas por el estado y que los primeros maestros tenían que viajar de un lugar a otro para
encontrar empleo. Con el tiempo, estas escuelas se volvieron estacionarias y algunas fueron
asignadas lugares específicos para enseñar, aunque esto a veces también era hecho por donantes
privados. Sin embargo, hasta el tiempo de Marco Antonino, ningún maestro parece haber
recibido un salario del estado.
Luego contrasta la educación en Roma y Grecia, argumentando que las leyes romanas se
desarrollaron como una ciencia debido a la estructura organizada de sus cortes de justicia,
superior a la de las asambleas populares desorganizadas en Grecia. Esta estructura legal formal
llevó a los ciudadanos romanos a respetar más sus leyes y juramentos, lo que Smith atribuye a
un mayor sentido de la responsabilidad debido al tamaño reducido y la transparencia de sus
tribunales.
Además, Smith sostiene que aunque los griegos y romanos eran igualmente capaces en
habilidades civiles y militares, el estado no jugó un papel importante en su formación, excepto
en las áreas de ejercicios militares. Los maestros privados fueron suficientes para instruir a la
élite en las artes y ciencias necesarias. Smith sugiere que la competencia desenfrenada entre
estos maestros privados llevó a un alto grado de perfección en su enseñanza.
Sin embargo, Smith critica las instituciones de educación pública modernas, argumentando que
corrompen la diligencia de los maestros públicos y dificultan la existencia de buenos maestros
privados. Según Smith, la demanda del mercado dictaría qué materias se enseñarían si no
existieran las instituciones educativas públicas, evitando así la enseñanza de sistemas de ciencia
obsoletos o inútiles.
Finalmente, Smith compara la educación de las mujeres con la de los hombres, sugiriendo que
la educación de las mujeres es más pragmática y orientada a lo útil, ya que se enseña en el
ámbito privado y se centra en las habilidades necesarias para administrar un hogar y una
familia. Esta educación, argumenta Smith, brinda conveniencia y ventajas en todas las etapas de
la vida de una mujer.
Adam Smith se cuestiona sobre el papel que el gobierno debería jugar en la educación de la
gente. Argumenta que en algunos casos, la sociedad misma forma las habilidades y virtudes de
la mayoría de las personas, sin la necesidad de intervención gubernamental. Sin embargo, en
otros casos, la intervención del gobierno es necesaria para evitar la corrupción y la degeneración
del cuerpo principal de la población.
Smith sugiere que, a medida que la división del trabajo avanza, la ocupación de la mayoría de
las personas se limita a unas pocas operaciones simples, lo que puede resultar en la pérdida de
habilidades intelectuales y sociales, así como de la capacidad para participar en conversaciones
racionales y tomar decisiones informadas. También menciona que esta situación podría debilitar
la habilidad de estas personas para defender a su país en tiempos de guerra.
Sin embargo, en las sociedades “bárbaras” (como las llama Smith), como las sociedades de
cazadores, pastores y agricultores en un estado primitivo de agricultura, la variedad de
ocupaciones obliga a cada individuo a utilizar su capacidad inventiva y a superar dificultades
constantemente. Smith sostiene que estas sociedades mantienen viva la invención y evitan la
“estupidez somnolienta” que puede caracterizar a los rangos inferiores de la sociedad civilizada.
Smith argumenta que la educación de la mayoría de las personas en una sociedad civilizada
puede limitarse a un pequeño conjunto de habilidades especializadas, mientras que en una
sociedad “bárbara”, cada individuo adquiere un rango más amplio de habilidades y
conocimientos, aunque ninguno llega a tener un alto grado de especialización.
Finalmente, Smith sugiere que si bien en las sociedades civilizadas puede haber poca variedad
en las ocupaciones de la mayoría de las personas, existe una enorme variedad de ocupaciones en
la sociedad en general. Esto proporciona una amplia gama de objetos de contemplación para
aquellos pocos que tienen tiempo y disposición para examinar las ocupaciones de otras
personas, permitiéndoles desarrollar una comprensión aguda y comprensiva. Sin embargo,
Smith advierte que a menos que estas personas estén en situaciones muy particulares, sus
grandes habilidades pueden no contribuir mucho al buen gobierno o la felicidad de la sociedad.
Las personas de rango y fortuna, explica Smith, generalmente tienen suficiente tiempo antes de
entrar en su negocio, profesión o comercio para adquirir o prepararse para adquirir cualquier
habilidad que pueda recomendarles al público, o hacerlos dignos de estima. A menudo, sus
padres o tutores están ansiosos de que adquieran estas habilidades y dispuestos a invertir en su
educación. Si no siempre están bien educados, no es por falta de gastos en su educación, sino
por la aplicación incorrecta de esos gastos. Smith señala que las ocupaciones de las personas de
rango y fortuna no son simples y uniformes como las del pueblo común, y rara vez dejan a estas
personas inactivas por falta de ejercicio mental.
Por otro lado, las personas comunes tienen poco tiempo para la educación. Desde la infancia,
sus padres apenas pueden mantenerlos, y tan pronto como son capaces de trabajar, deben
dedicarse a algún oficio para ganarse el sustento. Este oficio suele ser tan simple y uniforme que
da poco ejercicio al entendimiento, mientras que su trabajo es tan constante y severo que les
deja poco tiempo libre y menos inclinación para dedicarse a cualquier otra cosa.
Sin embargo, Smith argumenta que, aunque el pueblo común no puede estar tan bien instruido
como las personas de rango y fortuna, las partes más esenciales de la educación, como leer,
escribir y calcular, pueden adquirirse a una edad tan temprana que la mayor parte de quienes
están destinados a las ocupaciones más bajas tienen tiempo para adquirirlas antes de que puedan
ser empleados en esas ocupaciones. Asegura que, con un gasto muy pequeño, el público puede
facilitar, fomentar e incluso imponer a casi todo el cuerpo de la población la necesidad de
adquirir esas partes más esenciales de la educación.
Aboga por la creación de pequeñas escuelas en cada parroquia o distrito, donde los niños
puedan recibir una educación básica a un costo que incluso un trabajador común pueda pagar. El
profesor de dicha escuela debería ser parcialmente pagado por el Estado, pero no en su
totalidad, para evitar que descuide su labor.
Smith destaca el éxito de este modelo en Escocia, donde ha permitido que casi toda la población
común pueda leer, y una gran proporción de ellos escribir y hacer cuentas (NdeR: Smith aún no
lo sabía, pero esta generación de alumnos educados gracias a la educación pública darían lugar a
la Ilustración Escocesa, movimiento del cual forman parte Adam Smith, David Hume y tantos
otros, y que fue el motor de la Revolución Industrial gracias al desarrollo de las ideas de libertad
y literalmente gracias a los motores a vapor de James Watt). En Inglaterra, las escuelas de
caridad han tenido un efecto similar, aunque no tan universal. Si en estas pequeñas escuelas se
enseñara geometría y mecánica en lugar de latín, la educación literaria de esta clase de personas
sería probablemente completa. Casi todos los oficios comunes ofrecen oportunidades para
aplicar principios de geometría y mecánica, lo que gradualmente ejercitaría y mejoraría al
pueblo en estos principios.
Para fomentar la adquisición de estas habilidades esenciales, Smith sugiere que el público
podría dar pequeñas primas y distintivos a los niños del pueblo común que se destacan en ellas.
Asimismo, podría obligar a casi toda la población a adquirir estas habilidades esenciales,
exigiendo que todo hombre las domine antes de obtener la libertad en cualquier corporación o
poder establecer cualquier comercio.
Para apoyar su argumento, Smith recuerda cómo las repúblicas griega y romana mantenían el
espíritu marcial de sus ciudadanos facilitando y fomentando el aprendizaje de sus ejercicios
militares y gimnásticos, e imponiendo a todos la necesidad de aprenderlos.
Finalmente, Smith advierte que, a menos que el gobierno haga esfuerzos para apoyarla, la
práctica de ejercicios militares tiende a decaer con el progreso de la mejora, y con ella, el
espíritu marcial del gran cuerpo del pueblo. Sin embargo, sostiene que la seguridad de cualquier
sociedad depende, en mayor o menor medida, del espíritu marcial del gran cuerpo del pueblo.
En tiempos actuales, ese espíritu marcial por sí solo no sería suficiente para la defensa y
seguridad de ninguna sociedad, pero si cada ciudadano tuviera el espíritu de un soldado, se
necesitaría un ejército permanente más pequeño. Además, este espíritu minimizaría los peligros
para la libertad que se suelen asociar a un ejército permanente.
Smith compara las antiguas instituciones de Grecia y Roma con las milicias modernas,
argumentando que las primeras eran más efectivas para mantener el espíritu marcial del pueblo.
Eran más simples, se autoejecutaban una vez establecidas y no requerían mucha atención del
gobierno para mantenerse vigorosas. Por otro lado, las complejas regulaciones de las milicias
modernas requieren la constante y meticulosa atención del gobierno para evitar su total desuso y
olvido.
Además, la influencia de las antiguas instituciones era más universal, logrando que todo el
cuerpo del pueblo estuviera completamente instruido en el uso de armas. Mientras que en las
milicias modernas, solo una pequeña parte de la población puede ser instruida en este sentido,
con la posible excepción de Suiza.
Smith argumenta que un cobarde, alguien incapaz de defenderse o vengarse, carece de una de
las partes más esenciales del carácter humano. Sugiere que tal individuo está tan mutilado y
deforme en su mente como lo estaría otro en su cuerpo si careciera de algunos de sus miembros
más esenciales.
Asegura que el estado, sin embargo, obtiene un beneficio considerable de su instrucción. Cuanto
más se les enseña, menos propensos son a caer en las ilusiones del entusiasmo y la superstición,
que a menudo provocan los trastornos más terribles entre las naciones ignorantes. Un pueblo
instruido e inteligente es siempre más decente y ordenado que uno ignorante y estúpido. Sienten
que son más respetables y más propensos a obtener el respeto de sus superiores legales, por lo
que están más dispuestos a respetar a esos superiores.
Smith concluye que, en países libres donde la seguridad del gobierno depende mucho del juicio
favorable que el pueblo pueda formar de su conducta, es de suma importancia que no estén
dispuestos a juzgar de manera precipitada o caprichosa sobre la misma.
Artículo 3: De los Gastos de las Instituciones para la Instrucción de Personas de todas las
Edades
En este artículo, Adam Smith analiza el costo de las instituciones de instrucción para personas
de todas las edades, principalmente aquellas destinadas a la instrucción religiosa. La meta de
esta educación no es tanto formar buenos ciudadanos en este mundo, sino prepararlos para un
mundo mejor en la vida futura.
Los maestros de la doctrina religiosa, como otros educadores, pueden depender completamente
de las contribuciones voluntarias de sus oyentes para su subsistencia o pueden obtenerla de
algún otro fondo al que la ley de su país les otorgue derecho, como un patrimonio de tierras, un
diezmo o impuesto sobre la tierra, o un salario o estipendio establecido.
Smith argumenta que el esfuerzo, el celo y la industria de estos maestros probablemente serán
mucho mayores si dependen de las contribuciones voluntarias en lugar de un ingreso
garantizado. En este sentido, los maestros de las nuevas religiones han tenido una ventaja
considerable al atacar sistemas antiguos y establecidos.
La clero de una religión establecida y bien dotada puede llegar a ser hombres de aprendizaje y
elegancia, pero son propensos a perder gradualmente las cualidades que les dieron autoridad e
influencia entre las clases inferiores, las cuales posiblemente fueron las causas originales del
éxito y establecimiento de su religión. Cuando son atacados por un conjunto de entusiastas
populares y audaces, se sienten tan indefensos que a menudo recurren al magistrado civil para
perseguir, destruir o expulsar a sus adversarios.
Smith observa que, en Inglaterra, las artes de la popularidad han sido largamente descuidadas
por el clero de la iglesia establecida, y actualmente son principalmente cultivadas por los
disidentes y metodistas. Sin embargo, argumenta que las provisiones independientes que se han
hecho para los maestros disidentes mediante suscripciones voluntarias y otros métodos han
disminuido su celo y actividad. A pesar de que muchos de ellos se han vuelto muy eruditos,
ingeniosos y respetables, en general han dejado de ser predicadores muy populares.
La comparación entre los clérigos y los maestros continúa, presentando a los clérigos
parroquiales como maestros cuya recompensa depende en parte de su salario y en parte de los
honorarios que obtienen de sus alumnos. En cambio, las órdenes mendicantes son como
aquellos maestros cuyo sustento depende totalmente de su industria. Por lo tanto, están
obligados a utilizar todas las artes que puedan animar la devoción del pueblo común.
Smith destaca que, en los países católicos romanos, el espíritu de devoción es sostenido en su
totalidad por los monjes y el clero parroquial más pobre. Los dignatarios de la iglesia, siendo
hombres de mundo y a veces eruditos, se preocupan por mantener la disciplina necesaria sobre
sus inferiores, pero rara vez se preocupan por la instrucción del pueblo.
El texto también introduce un argumento de David Hume sobre las profesiones en un estado.
Según Hume, hay profesiones que, aunque útiles e incluso necesarias en un estado, no aportan
ventaja ni placer a ningún individuo, y la autoridad suprema se ve obligada a darles un estímulo
público para su subsistencia. Los ejemplos de esta categoría son las personas empleadas en las
finanzas, las flotas y la magistratura.
Hume también argumenta que, si bien podría pensarse que los eclesiásticos pertenecen a la
primera clase de profesiones (aquellas que pueden confiar su estímulo a la liberalidad de los
individuos), cualquier legislador sabio tratará de evitar la diligencia interesada del clero. La
razón es que esta diligencia puede pervertir cualquier religión, incluso la verdadera, al inyectarla
con una mezcla de superstición, locura y engaño. Hume sugiere que la mejor composición que
el magistrado civil puede hacer con los guías espirituales es sobornar su indolencia asignando
salarios establecidos a su profesión, lo que hace innecesario que sean más activos de lo que es
necesario para evitar que su rebaño se desvíe en busca de nuevos pastos. De este modo, los
establecimientos eclesiásticos, aunque suelen surgir de visiones religiosas, resultan ser
beneficiosos para los intereses políticos de la sociedad.
Adam Smith aborda cómo la conducta de un individuo puede ser moldeada por su estatus en la
sociedad y las influencias circundantes, así como la función del Estado en la corrección de la
conducta antisocial.
Smith sostiene que un hombre de rango y fortuna está obligado a prestar atención a su conducta
debido a su estatus distinguido en la sociedad. En contraposición, un hombre de baja condición
puede ser olvidado en la oscuridad de una gran ciudad, conduciendo potencialmente a la
negligencia de su conducta y a la indulgencia en vicios.
El autor también argumenta que la adhesión a una pequeña secta religiosa puede proporcionar
un grado de consideración que antes no existía para estas personas, ya que sus hermanos
sectarios tendrían interés en observar su conducta. Sin embargo, también señala que las estrictas
morales de estas pequeñas sectas pueden ser rigurosas y asociales.
Smith propone dos remedios para corregir lo que es antisocial o riguroso en las morales de todas
las pequeñas sectas. Primero, el estudio de la ciencia y la filosofía, que puede proporcionar un
antídoto contra el entusiasmo y la superstición. Segundo, la frecuencia y alegría de las
diversiones públicas, que pueden disipar la melancolía y el humor sombrío que alimenta la
superstición popular.
El autor también discute la posición del soberano frente a la religión establecida, destacando que
su seguridad puede depender en gran medida de los temores y expectativas que puede despertar
en el clero.
Smith critica el uso de la fuerza contra el clero de una iglesia establecida, argumentando que
esto solo serviría para hacerlos y a su doctrina más populares y, por lo tanto, más problemáticos.
Sugiere que la seguridad del soberano parece depender mucho de los medios que tiene para
manejar al clero, y que esos medios parecen consistir completamente en el ascenso que tiene
para otorgarles.
En la antigua organización de la iglesia cristiana, el obispo de cada diócesis era elegido por los
votos conjuntos del clero y el pueblo de la ciudad episcopal. A medida que el Papa asumió
gradualmente el control de las elecciones eclesiásticas, el poder del soberano se debilitó. La
Iglesia se convirtió en un ejército espiritual bajo un solo liderazgo y plan, cuyos movimientos
podrían dirigirse en contra de cualquier soberano si así lo desease el Papa.
El poder del clero en la antigüedad era inmenso, tanto en términos temporales como
espirituales, ya que controlaban grandes cantidades de riqueza y tierra. La gente común
dependía del clero para su sustento y, a cambio, mostraba un respeto y veneración
incondicionales.
Sin embargo, con las mejoras graduales en las artes, la manufactura y el comercio, el poder del
clero se vio minado, de la misma manera que ocurrió con los grandes barones. A medida que sus
ingresos comenzaron a gastarse en vanidades personales y su caridad disminuyó, el clero perdió
gran parte de su influencia sobre el pueblo.
En respuesta a esta situación, los soberanos de Europa intentaron recuperar la influencia que
alguna vez tuvieron en el clero, restaurando los derechos de elección a los decanos y capítulos
de cada diócesis y a los monjes de cada abadía. En Francia y Inglaterra, estas medidas fueron
particularmente efectivas, limitando el poder del Papa en la asignación de los grandes beneficios
eclesiásticos.
La independencia del clero de Francia del Papa, en particular, parece ser el resultado de la
sanción pragmática y el Concordato. Sin embargo, antes de estas regulaciones, el clero de
Francia parecía ser tan devoto al Papa como en cualquier otro país.
La autoridad de la Iglesia de Roma estaba en declive cuando surgieron las disputas que llevaron
a la Reforma, la cual se extendió rápidamente por toda Europa. Las nuevas doctrinas fueron
recibidas con gran favor popular y se propagaron con un fervoroso entusiasmo. Los defensores
de estas doctrinas parecían estar mejor familiarizados con la historia eclesiástica y tenían
ventaja en casi todos los debates.
Las nuevas doctrinas se recomendaban a algunos por su razón, a muchos por su novedad, y a
aún más por su oposición al clero establecido. La elocuencia apasionada con la que se
promovían atraía a la mayoría de las personas. Su éxito fue tan grande que permitió a los
príncipes descontentos con la corte de Roma, derrocar a la Iglesia en sus propios dominios con
poca resistencia.
La corte papal hizo esfuerzos por cultivar la amistad de los soberanos de Francia y España,
quienes con su asistencia lograron suprimir o obstaculizar el progreso de la Reforma en sus
dominios. Aunque Henry VIII no adoptó todas las doctrinas de la Reforma, pudo suprimir todos
los monasterios y abolir la autoridad de la Iglesia de Roma en sus dominios.
En países como Escocia, donde el gobierno era débil e impopular, la Reforma fue
suficientemente fuerte como para derrocar no solo a la Iglesia, sino también al Estado por
intentar apoyarla.
Entre los seguidores de la Reforma en Europa, no había un tribunal general que pudiera resolver
todas las disputas entre ellos. Cuando los seguidores de la Reforma en un país diferían de sus
hermanos en otro, como no tenían un juez común a quien apelar, la disputa nunca se decidía.
Los seguidores de Lutero, junto con lo que se conoce como la Iglesia de Inglaterra, conservaron
más o menos el gobierno episcopal, establecieron la subordinación entre el clero y dieron al
soberano el control de todas las diócesis y otros beneficios eclesiásticos dentro de sus dominios,
convirtiéndolo en la cabeza real de la Iglesia.
Los seguidores de Zuinglio, o más bien los de Calvino, otorgaron al pueblo de cada parroquia el
derecho de elegir a su propio pastor e instauraron la igualdad entre el clero. El primer aspecto de
esta institución resultó ser productivo de nada más que desorden y confusión, mientras que el
segundo nunca tuvo efectos más que agradables.
Smith argumenta que en una sociedad opulenta y avanzada, donde todos los diferentes órdenes
de personas se vuelven cada día más costosos en sus casas, en sus muebles, en sus mesas, en sus
vestidos y en sus equipajes, no se puede esperar que el soberano sea la excepción y vaya en
contra de la moda. El soberano, de forma natural o incluso necesaria, se vuelve más costoso en
todos estos diferentes artículos también. Su dignidad incluso parece requerir que así sea.
Smith también señala que, en términos de dignidad, un monarca está más elevado sobre sus
súbditos que lo que el jefe de magistrados de cualquier república está sobre sus conciudadanos.
Por lo tanto, se necesita un mayor gasto para mantener esa dignidad superior. Así, esperamos
encontrar más esplendor en la corte de un rey que en la mansión de un dogo o burgomaestre.
Conclusión
En la conclusión de este capítulo, Smith reflexiona sobre los gastos que incurre una sociedad y
cómo se deben financiar estos. Los gastos de defensa de la sociedad y de apoyo a la dignidad
del jefe de estado, dado que se realizan en beneficio de toda la sociedad, razona Smith, deberían
ser financiados por la contribución general de todos los miembros de la sociedad, en proporción
a sus habilidades respectivas.
Smith agrega que los gastos locales o provinciales que benefician a una localidad o provincia
específica deberían ser financiados por una recaudación de impuestos local o provincial, no
deberían ser una carga para la recaudación general de la sociedad.
Finalmente, cuando las instituciones o trabajos públicos que son beneficiosos para toda la
sociedad no pueden ser mantenidos completamente por aquellos que se benefician más
inmediatamente de ellos, la deficiencia debe ser compensada por la contribución general de toda
la sociedad. La recaudación general, además de cubrir los gastos de defensa de la sociedad y de
apoyar la dignidad del jefe de estado, debe compensar la deficiencia de muchas ramas
particulares de la recaudación.
Smith identifica dos posibles fuentes de ingresos. La primera fuente de ingresos puede ser un
fondo que pertenezca de manera particular al soberano o a la mancomunidad, que sea
independiente de la recaudación del pueblo. La segunda fuente de ingresos puede ser,
directamente, la recaudación del pueblo. Este planteamiento establece el marco para la
discusión que seguirá en este capítulo sobre cómo una sociedad puede y debe financiar sus
gastos necesarios.
Smith discute cómo un soberano puede generar ingresos de acciones de dos maneras:
empleándolas él mismo o prestando estas acciones a otros. Como ejemplo, menciona al jefe de
una tribu Tártara o Árabe cuyos ingresos consisten en las ganancias de sus propios rebaños. Sin
embargo, en un estado más avanzado, las ganancias son raras veces la principal fuente de
ingresos públicos.
Los pequeños estados a veces han obtenido ingresos considerables de proyectos mercantiles.
Smith menciona la República de Hamburgo, que obtiene beneficios de una bodega y una
farmacia públicas. Sin embargo, argumenta que la administración de estos proyectos puede ser
difícil para un gobierno grande y menos cuidadoso con sus gastos.
Otra fuente de ingresos podría ser el interés del dinero prestado, ya sea a estados extranjeros o a
los propios sujetos del estado. El cantón de Berna, por ejemplo, genera ingresos al prestar parte
de su tesoro a estados extranjeros, colocándolo en los fondos públicos de varias naciones
endeudadas de Europa.
La renta de las tierras públicas ha sido la principal fuente de ingresos públicos para muchas
naciones avanzadas. Las antiguas repúblicas de Grecia e Italia, por ejemplo, obtenían la mayor
parte de sus ingresos para cubrir los gastos necesarios de la comunidad de la renta de las tierras
públicas. En ese tiempo, los gastos de guerra eran mínimos ya que cada ciudadano era un
soldado que se preparaba para el servicio a su propio costo.
Smith plantea que, en el estado actual de las monarquías civilizadas de Europa, el alquiler de
todas las tierras del país, administradas como lo serían si todas pertenecieran a un solo
propietario, probablemente no llegaría a la cantidad de ingresos que estas naciones obtienen de
la población incluso en tiempos de paz. Como ejemplo, menciona que el ingreso ordinario de
Gran Bretaña supera los diez millones al año, pero el impuesto sobre la tierra, a cuatro chelines
por libra, no llega a los dos millones al año.
Sin embargo, este impuesto a la tierra se supone que es un quinto no solo del alquiler de toda la
tierra, sino también de todas las casas y del interés de todo el capital de Gran Bretaña, con la
excepción de lo que se presta al público o se emplea como capital agrícola en la cultivación de
tierra. Smith sostiene que, si las tierras de Gran Bretaña no aportan más de veinte millones al
año en alquiler, no podrían permitirse la mitad o la cuarta parte de ese alquiler si todas
pertenecieran a un solo propietario y estuvieran bajo la gestión negligente, costosa y opresiva de
sus factores y agentes.
Además, Smith sostiene que el ingreso que la mayoría de la gente obtiene de la tierra es
proporcional, no al alquiler, sino a la producción de la tierra. Asegura que si se mantiene baja la
producción de la tierra, también se mantendría baja la renta de la mayoría de la gente. Por lo
tanto, si la tierra que en un estado de cultivo aporta un alquiler de diez millones de libras
esterlinas al año, en otro aportaría un alquiler de veinte millones, la renta de los propietarios
sería menor en diez millones al año, pero la de la mayoría de la gente sería menor en treinta
millones al año.
Finalmente, Smith sostiene que las dos fuentes de ingresos que pueden pertenecer especialmente
al estado, los activos públicos y las tierras públicas, son fondos inadecuados e insuficientes para
sufragar el gasto necesario de cualquier gran estado civilizado. Así, concluye que la mayor parte
de este gasto debe ser financiado por impuestos de un tipo u otro, con el pueblo contribuyendo
una parte de su propio ingreso privado para constituir un ingreso público para el estado o la
comunidad.
De los Impuestos
En la segunda parte del segundo capítulo del libro V, Adam Smith se adentra en el análisis de
los impuestos. Argumenta que los ingresos privados provienen de tres fuentes: renta, ganancias
y salarios. Todos los impuestos deben ser pagados a partir de uno o varios de estos tipos de
ingresos.
Los sujetos de cada estado deben contribuir al soporte del gobierno en proporción a sus
respectivas capacidades; es decir, en proporción a los ingresos que disfrutan bajo la protección
del estado.
El impuesto que cada individuo está obligado a pagar debe ser cierto y no arbitrario. La cantidad
a pagar, el momento y la forma de pago deben ser claros para el contribuyente y para cualquier
otra persona.
Cada impuesto debe ser recaudado en el momento o de la manera en que es más probable que
sea conveniente para el contribuyente pagarlo.
Cada impuesto debe ser concebido de tal manera que quite y mantenga fuera de los bolsillos de
la gente lo menos posible, además de lo que aporta al tesoro público del estado.
Además, Smith advierte que cada impuesto tiene la potencialidad de ser más gravoso para la
gente de lo que es beneficioso para el soberano. Esto puede suceder de cuatro maneras:
requiriendo muchos funcionarios para su recaudación, obstaculizando la industria y el empleo,
arruinando a aquellos que intentan evadirlo infructuosamente y sometiendo a la gente a visitas
frecuentes y odiosas inspecciones de los recaudadores de impuestos.
En resumen, Smith argumenta que todas las naciones han intentado hacer que sus impuestos
sean lo más equitativos, ciertos, convenientes y menos gravosos posibles. Sin embargo, señala
que no todas las naciones han tenido el mismo éxito en este esfuerzo.
Smith menciona que un impuesto a la tierra que es evaluado en cada distrito según un canon
invariable, como el de Gran Bretaña, aunque parezca justo en el momento de su
establecimiento, con el tiempo se vuelve desigual debido a los diferentes grados de mejora o
negligencia en la agricultura de diferentes partes del país.
Smith también discute las propuestas de los economistas franceses que recomiendan un
impuesto a la renta que varía con cada cambio en la renta, argumentando que es el impuesto más
equitativo. Finalmente, presenta la idea de un impuesto sobre la tierra en Venecia, donde todas
las tierras arables que se arriendan a los agricultores se gravan con un diez por ciento de la
renta. Propone un sistema administrativo que, aunque pueda ser costoso y cause algunas
incertidumbres, resultaría más justo.
Los arrendamientos en especie o en servicios suelen ser más perjudiciales para el arrendatario
que para el arrendador, dado que tienden a quitar más del bolsillo del primero de lo que ponen
en el del segundo.
Smith también discute la idea de que un propietario ocupe parte de sus propias tierras,
sugiriendo que esto puede ser beneficioso para la economía en general. Debido a que el capital
del propietario suele ser mayor que el del arrendatario, puede generar un mayor rendimiento con
menos habilidad. Smith señala que el propietario puede permitirse realizar experimentos y está
generalmente dispuesto a hacerlo. Aunque estos experimentos pueden no tener éxito, los que sí
lo hacen contribuyen a mejorar la agricultura y aumentar la producción.
La implementación de un impuesto variable a la tierra es otro tema que Smith aborda en este
fragmento. Aunque el coste de recaudar este tipo de impuesto puede ser un poco más alto que el
de un impuesto fijo, Smith argumenta que este gasto adicional puede ser moderado y mucho
menor que el de otros impuestos que proporcionan un ingreso muy insignificante en
comparación con lo que se podría obtener de un impuesto a la tierra.
Smith sostiene que los impuestos sobre la producción de la tierra son en realidad impuestos
sobre la renta. Aunque originalmente los avanza el agricultor, finalmente son pagados por el
propietario. Cuando una porción de la producción se destina a impuestos, el agricultor calcula el
valor de esa porción y hace una reducción proporcional en la renta que paga al propietario.
Smith señala que el diezmo y otros impuestos sobre la tierra de este tipo parecen ser equitativos,
pero en realidad son muy desiguales. En tierras muy ricas, la producción es tan grande que la
mitad es suficiente para cubrir el capital y las ganancias ordinarias del agricultor. La otra mitad
podría ser pagada como renta al propietario. Sin embargo, si un diezmo se toma como impuesto,
el agricultor necesitará una reducción de una quinta parte de su renta para mantener su capital y
ganancia ordinaria.
Smith señala que el diezmo puede ser un gran obstáculo para las mejoras del propietario y para
la cultivación del agricultor. Debido a que la iglesia, que no paga ninguna parte de los gastos,
recibe una parte tan grande de las ganancias, ni el propietario ni el agricultor pueden permitirse
realizar las mejoras más costosas o cultivar los cultivos más valiosos.
Smith sostiene que este tipo de impuesto a la tierra en Asia interesa al soberano en la mejora y la
cultivación de la tierra. Los soberanos de China, los de Bengala bajo el gobierno mahometano, y
los del antiguo Egipto, se dice que han sido extremadamente atentos a la construcción y el
mantenimiento de buenas carreteras y canales navegables, con el fin de aumentar la cantidad y
el valor de la producción de la tierra.
En resumen, Smith argumenta que los impuestos a la tierra pueden ser muy desiguales y pueden
desincentivar las mejoras y la producción agrícola. Sin embargo, también señala que estos
impuestos pueden tener algunas ventajas cuando se destinan al mantenimiento del estado, en
lugar de a la iglesia.
El primero puede ser beneficioso para el párroco de una parroquia o un caballero de pequeña
fortuna que vive de su propiedad, ya que pueden supervisar directamente la recolección y
disposición de lo que se les debe. Sin embargo, un caballero de gran fortuna que vive en la
capital podría sufrir por la negligencia o el fraude de sus factores y agentes si los alquileres de
una propiedad en una provincia distante se le pagaran de esta manera. Smith sostiene que la
pérdida del soberano sería mucho mayor debido al abuso y la depredación de sus recaudadores
de impuestos. Argumenta que un ingreso público pagado en especie sufriría mucho debido a la
mala gestión de los recolectores.
Por otro lado, un impuesto sobre la producción de tierras que se cobra en dinero puede variar
según todas las fluctuaciones del precio del mercado o según una valoración fija. El producto de
un impuesto recaudado de la primera manera solo variará de acuerdo con las variaciones en la
producción real de la tierra. El producto de un impuesto recaudado de la segunda manera variará
no solo de acuerdo con las variaciones en la producción de la tierra, sino también con las
variaciones en el valor de los metales preciosos y la cantidad de estos metales contenidos en la
moneda de la misma denominación en diferentes momentos.
Cuando se paga una suma de dinero en compensación total por todo impuesto o diezmo, el
impuesto se convierte en la misma naturaleza que el impuesto a la tierra en Inglaterra. No sube
ni baja con la renta de la tierra. No fomenta ni desanima la mejora. Smith señala que el diezmo
en la mayor parte de las parroquias que pagan lo que se llama un Modus en lugar de todo otro
diezmo es un impuesto de este tipo.
La renta del edificio es el interés o ganancia del capital invertido en la construcción de la casa.
Debe ser suficiente para pagar al constructor el mismo interés que hubiera obtenido si hubiera
prestado su capital con buena garantía, y para mantener la casa en constante reparación. Si en
cualquier momento el comercio de la construcción ofrece un beneficio mucho mayor o mucho
menor que este, el capital será atraído por otros comercios hasta que el beneficio se reduzca a su
nivel apropiado.
La renta del terreno es lo que queda de la renta total de una casa después de pagar el beneficio
razonable al constructor. En casas de campo lejos de las ciudades, la renta del terreno puede ser
mínima, pero en ciudades capitales y partes con alta demanda de casas, la renta del terreno
puede ser significativamente alta.
Un impuesto sobre la renta de las casas, proporcional al alquiler total de cada casa, no afectaría
la renta del edificio durante un tiempo considerable. Tal impuesto se dividiría entre el habitante
de la casa y el dueño del terreno.
Smith sugiere que este tipo de impuesto caería más fuertemente sobre los ricos, ya que la
proporción del gasto de alquiler de casa al gasto total de vida es diferente en los diferentes
grados de fortuna. Es razonable que los ricos contribuyan al gasto público no solo en proporción
a sus ingresos, sino algo más que en esa proporción.
El impuesto no debería aplicarse a las casas deshabitadas, ya que caería completamente sobre el
propietario, quien estaría siendo gravado por un sujeto que no le proporciona ni conveniencia ni
ingresos. Smith argumenta que las rentas de terrenos son un tema aún más adecuado para la
imposición fiscal que las rentas de las casas. Un impuesto sobre las rentas de terrenos no
aumentaría las rentas de las casas y caería completamente sobre el propietario de la renta del
terreno.
Finalmente, Smith sostiene que tanto las rentas de terrenos como la renta ordinaria de la tierra
son tipos de ingresos que el propietario, en muchos casos, disfruta sin ningún cuidado o
atención propios. Por lo tanto, son los tipos de ingresos que mejor pueden soportar tener un
impuesto peculiar impuesto sobre ellos.
En este fragmento, Adam Smith argumenta que los cánones de suelo (ground-rents) son un tema
más apropiado para la tributación que el alquiler ordinario de la tierra, ya que deben su
existencia al buen gobierno. Aunque en muchos países europeos se han impuesto impuestos
sobre el alquiler de las casas, Smith señala que no conoce ninguno en el que los cánones de
suelo se hayan considerado como un objeto de tributación separado.
El autor menciona el sistema de impuestos de Gran Bretaña, donde el alquiler de las casas se
supone que se grava en la misma proporción que el alquiler de la tierra por lo que se llama el
impuesto anual sobre la tierra. Sin embargo, Smith critica este sistema ya que considera que es
muy desigual. Por ejemplo, las casas deshabitadas están exentas de impuestos en la mayoría de
los distritos, lo que provoca algunas variaciones en la tasa de impuestos para ciertas casas.
Smith también menciona el sistema de impuestos en Holanda, donde cada casa se grava con un
2,5% de su valor, independientemente del alquiler que realmente pague o si está habitada o no.
Smith considera injusto este sistema, ya que obliga al propietario a pagar un impuesto por una
casa deshabitada de la que no puede obtener ningún ingreso.
En Inglaterra, se han impuesto diferentes impuestos a las casas, desde el impuesto por el número
de chimeneas hasta el impuesto por el número de ventanas. Smith critica estos impuestos por su
desigualdad, ya que a menudo recaen con mayor dureza sobre los pobres que sobre los ricos.
Además, Smith señala que estos impuestos tienen la tendencia natural de reducir los alquileres,
ya que cuanto más paga un hombre por el impuesto, menos puede permitirse pagar por el
alquiler.
En resumen, Smith argumenta que los cánones de suelo deben ser un objeto de tributación,
critica los sistemas de impuestos actuales en Gran Bretaña y Holanda, y propone la
consideración de la desigualdad y la capacidad de pago en la estructuración de los impuestos
sobre la propiedad.
Artículo 2: Impuestos sobre las ganancias o sobre los ingresos generados por acciones o
participaciones
Adam Smith analiza los impuestos sobre los beneficios o ingresos procedentes del capital.
Según él, los beneficios de una inversión se dividen naturalmente en dos partes: la que paga los
intereses y pertenece al propietario del capital, y el excedente, que es lo que queda después de
pagar los intereses. Este excedente, según Smith, no debería ser directamente imponible, ya que
se trata de una compensación moderada por el riesgo y el esfuerzo de emplear el capital. Si se
impusiera un impuesto sobre la totalidad de los beneficios, el empresario se vería obligado a
aumentar la tasa de beneficio o a cargar el impuesto sobre los interesos del dinero, lo que
implicaría pagar menos intereses.
Smith argumenta que a primera vista, los intereses del dinero parecen tan aptos para ser
gravados directamente como la renta de la tierra. Sin embargo, presenta dos circunstancias que
hacen que los intereses del dinero sean un sujeto mucho menos adecuado para la tributación
directa que la renta de la tierra.
Primero, señala que la cantidad y el valor de la tierra que posee un individuo nunca pueden ser
un secreto y pueden determinarse con gran exactitud, mientras que el monto total del capital que
posee es casi siempre un secreto y rara vez se puede determinar con precisión. Además, está
sujeto a constantes variaciones. Una inquisición en las circunstancias privadas de cada
individuo, seguida de un seguimiento constante de las fluctuaciones de su fortuna para
acomodar el impuesto, sería una fuente de continua molestia que ningún pueblo podría soportar.
Segundo, menciona que la tierra no puede moverse, mientras que el capital sí puede. El
propietario del capital puede abandonar fácilmente un país si se le somete a una inquisición
molesta y a un impuesto oneroso, llevando su capital a otro país donde pueda llevar a cabo su
negocio o disfrutar de su fortuna con mayor facilidad. Esto tendría el efecto de poner fin a toda
la industria que el capital había mantenido en el país que abandona, lo que disminuiría los
ingresos tanto para el soberano como para la sociedad.
Smith concluye que las naciones que han intentado gravar los ingresos provenientes del capital
han tenido que contentarse con estimaciones bastante sueltas y, por lo tanto, más o menos
arbitrarias. Según él, la extrema desigualdad e incertidumbre de un impuesto evaluado de esta
manera solo puede compensarse con su extrema moderación. En Inglaterra, por ejemplo, se
intentó que el capital fuera gravado en la misma proporción que la tierra a través de lo que se
llama el impuesto a la tierra, pero en realidad, la mayor parte del capital está valorado muy por
debajo de su valor real.
Habla del ejemplo de Hamburgo, donde cada habitante paga al estado un cuarto de un por ciento
de todo lo que posee, lo que equivale a un impuesto sobre el stock. Cada individuo se
autoevalúa y declara bajo juramento el monto que debe pagar al estado, sin revelar el total de su
fortuna. Este impuesto se paga generalmente con gran fidelidad, en parte debido a la confianza
del pueblo en sus gobernantes.
Otro ejemplo es el del cantón de Unterwald en Suiza, que se enfrenta a costos extraordinarios
debido a las tormentas e inundaciones frecuentes. En tales circunstancias, los ciudadanos se
reúnen y declaran abierta y honestamente su valor neto para ser gravados de manera acorde.
En Zurich, la ley exige que en situaciones de necesidad, cada uno debe ser gravado en
proporción a su ingreso, que deben declarar bajo juramento.
Por otro lado, en Holanda, se impuso un impuesto del dos por ciento sobre la totalidad de la
riqueza de cada ciudadano tras la elevación al poder del Príncipe de Orange. Cada ciudadano se
autoevaluaba y pagaba su impuesto de la misma manera que en Hamburgo, y se creía que se
pagaba con gran fidelidad. Sin embargo, este impuesto era demasiado pesado para ser
permanente y podía agotar los capitales de las personas.
Finalmente, Smith comenta sobre el impuesto al stock en Inglaterra, impuesto que, aunque
proporcional al capital, no tiene la intención de disminuir o eliminar ese capital. Este impuesto
se destinaba a ser un impuesto sobre el interés del dinero en proporción al de la renta de la
tierra. Al igual que los impuestos en Hamburgo y en Unterwald y Zurich, no se trataba de gravar
el capital sino el interés o la renta neta del stock. El impuesto en Holanda, por otro lado,
pretendía gravar el capital.
Señala también la diferencia entre los impuestos proporcionales y los fijos para todos los
comerciantes, el primero no oprime a los comerciantes ya que es proporcional a su comercio y
finalmente es pagado por el consumidor. Sin embargo, el impuesto fijo puede favorecer a los
comerciantes más grandes y oprimir a los pequeños. Da el ejemplo de los impuestos sobre los
coches de alquiler y los vendedores de cerveza en Inglaterra.
En Francia, Smith menciona la “taille”, un impuesto sobre las ganancias de la tierra en la
agricultura. Este impuesto es importante en un contexto histórico de feudalismo, donde los
señores feudales a menudo evitaban pagar impuestos y los campesinos tenían que asumir la
carga. Smith critica este impuesto como injusto y arbitrario, ya que se basa en suposiciones
sobre los beneficios de una determinada clase de personas y se aplica de manera desigual.
Finalmente, habla sobre cómo la “taille” se impone de manera variada y compleja en diferentes
regiones de Francia, y cómo el proceso puede ser influenciado no sólo por la ignorancia y la
desinformación, sino también por amistades, animosidades partidistas y resentimientos
personales. Señala que esta incertidumbre e injusticia en la aplicación del impuesto crea
problemas para los contribuyentes, que nunca pueden estar seguros de cuánto tendrán que pagar.
Sin embargo, cuando se impone un impuesto sobre las ganancias del capital empleado en la
agricultura, los agricultores no tienen interés en retirar parte de su stock. Cada agricultor ocupa
una cantidad de tierra por la que paga un alquiler. Para cultivar adecuadamente esa tierra,
necesita cierto stock, y retirar cualquier parte de él no le ayudará a pagar el alquiler o el
impuesto. Para pagar el impuesto, no le interesa disminuir la cantidad de su producto. Así, no
puede repercutir el impuesto al consumidor aumentando el precio de su producto. Para seguir
obteniendo ganancias razonables, tendrá que pagar menos alquiler al terrateniente.
Además, Smith señala las desventajas de la “taille” personal, un impuesto que se cobra en
proporción al stock que el agricultor parece utilizar en la agricultura. A menudo, esto lleva al
agricultor a utilizar los medios más pobres y miserables de agricultura para evitar un impuesto
más alto. Esto lleva a una disminución de su producción y una pérdida mayor que el ahorro en
impuestos.
Luego, Smith discute los impuestos por cabeza, como los que se imponen a cada esclavo en las
plantaciones de América del Norte y las Islas del Caribe. Este tipo de impuesto se paga en
última instancia por los propietarios de las plantaciones, ya que son a la vez agricultores y
terratenientes.
Además, menciona los impuestos sobre los beneficios del stock en empleos particulares y cómo
estos nunca pueden afectar la tasa de interés del dinero. Aquí se discuten los impuestos que se
imponen a los ingresos procedentes del stock, y cómo estos pueden afectar la tasa de interés del
dinero, como es el caso del “Vingtieme” en Francia.
Finalmente, Smith discute los impuestos sobre los sirvientes en Holanda y en Gran Bretaña,
considerándolos impuestos sobre los gastos, similares a los impuestos sobre los productos de
consumo. Este tipo de impuesto tiende a afectar más a las personas de rango medio, ya que las
personas más pobres no se ven afectadas y las más ricas no mantendrán un número proporcional
de sirvientes al aumento de sus ingresos.
Explica que cuando la propiedad permanece en manos del mismo propietario, cualquier
impuesto permanente sobre ella no está destinado a disminuir su valor de capital, sino a tomar
parte de los ingresos que genera. Sin embargo, cuando la propiedad cambia de manos, ya sea
por herencia o por venta, se han impuesto frecuentemente impuestos que disminuyen su valor de
capital.
Habla también de los impuestos que se han impuesto de forma indirecta, como los impuestos de
timbre y de registro, que también han sido aplicados a las escrituras que transfieren todo tipo de
propiedades de los muertos a los vivos y de los vivos a los vivos.
Smith también menciona el Vicesima Hereditatum, un impuesto romano antiguo sobre las
herencias, y el impuesto holandés sobre las sucesiones, que varía dependiendo del grado de
relación entre el difunto y el heredero.
Las “casualidades” de la ley feudal eran impuestos sobre la transferencia de tierras. Estos
constituían en la antigüedad uno de los principales ingresos de la corona en toda Europa. Smith
da ejemplos de estas casualidades, como el pago de un año de renta por la investidura de la
propiedad y el pago de una multa por la alienación de la propiedad sin el consentimiento del
superior.
El texto describe diferentes tipos de impuestos en dos países: Holanda y Francia. En Holanda,
hay impuestos de timbre e impuestos sobre el registro, que en algunos casos están
proporcionados al valor de la propiedad transferida y en otros no. Cada testamento debe estar en
papel timbrado y el precio del timbre varía en función de la propiedad en cuestión. También se
mencionan otros impuestos sobre sucesiones, además de los sellos fiscales. Todas las ventas de
terrenos y casas, y todas las hipotecas, deben registrarse y pagar un impuesto del dos y medio
por ciento sobre el precio total o la hipoteca. Esto se aplica incluso a la venta de barcos de más
de dos toneladas de carga.
En Francia, también hay impuestos de timbre e impuestos sobre el registro. Los primeros son
considerados como una rama de los “aides” o impuestos al consumo, y en las provincias donde
se aplican estos impuestos son recaudados por los funcionarios de impuestos al consumo. Los
segundos son considerados como una rama del dominio de la corona y son recaudados por un
conjunto diferente de oficiales.
Estos métodos de tributación son de invención reciente y en poco más de un siglo, se han vuelto
casi universales en Europa. Adam Smith señala que no hay arte que un gobierno aprenda más
rápido de otro que el de extraer dinero de los bolsillos de la gente.
Las tasas sobre la transferencia de propiedad de los muertos a los vivos, final e inmediatamente,
recaen sobre la persona a la que se transfiere la propiedad. Los impuestos sobre la venta de
terrenos recaen por completo sobre el vendedor, pues este se ve casi siempre en la necesidad de
vender y, por lo tanto, debe aceptar el precio que puede obtener. El comprador rara vez está bajo
la necesidad de comprar y, por lo tanto, solo ofrecerá el precio que le parezca adecuado.
Todos los impuestos sobre la transferencia de propiedad de cualquier tipo tienden a disminuir
los fondos destinados al mantenimiento del trabajo productivo. Estos impuestos, incluso cuando
se proporcionan al valor de la propiedad transferida, son aún desiguales, ya que la frecuencia de
transferencia no siempre es igual en propiedades de igual valor.
Finalmente, se mencionan los impuestos de timbre en Inglaterra sobre cartas y dados, periódicos
y folletos periódicos, que son impuestos sobre el consumo y cuyo pago final recae en las
personas que utilizan o consumen dichas mercancías. Del mismo modo, los impuestos sobre las
licencias para vender cerveza al por menor, vino y licores destilados, aunque tal vez estén
destinados a recaer sobre los beneficios de los minoristas, también son finalmente pagados por
los consumidores de esos licores.
Smith argumenta que un impuesto directo sobre los salarios del trabajo, aunque el trabajador
pudiera pagarlo de su mano, no podría decirse que es realmente avanzado por él. En cambio, la
carga final del impuesto recaería sobre el consumidor en el caso del trabajo manufacturero y
sobre el arrendador en el caso del trabajo del campo. Un impuesto de este tipo causaría una
mayor reducción en la renta de la tierra y un mayor aumento en el precio de los bienes
manufacturados que si se impusiera un impuesto similar sobre la renta de la tierra y los bienes
de consumo.
Si los impuestos directos sobre los salarios del trabajo no han causado siempre un aumento
proporcional en esos salarios, es porque generalmente han provocado una disminución
considerable en la demanda de trabajo. Tales impuestos han llevado a la disminución de la
industria, la disminución del empleo para los pobres y la disminución de la producción anual de
la tierra y el trabajo del país.
Smith también observa que un impuesto sobre los salarios del trabajo del campo no eleva el
precio de los productos agrícolas en proporción al impuesto, por la misma razón que un
impuesto sobre las ganancias del agricultor no eleva ese precio en esa proporción.
Finalmente, Smith sostiene que los salarios de los artistas ingeniosos y los profesionales
liberales necesariamente mantienen una cierta proporción con las ganancias de los oficios
inferiores. Un impuesto sobre estas ganancias, por lo tanto, solo tendría el efecto de elevarlas un
poco más en proporción al impuesto. En cambio, los emolumentos de los cargos públicos, que a
menudo son mayores de lo que el trabajo realmente requiere, pueden soportar ser gravados. De
hecho, los impuestos sobre los emolumentos de los funcionarios públicos son generalmente
impopulares y pueden ser más altos que los impuestos sobre otros tipos de ingresos.
Artículo 4: Impuestos que se pretende que recaigan indistintamente sobre cada diferente especie
de ingreso
Smith menciona dos tipos de impuestos que, según se pretende, deben recaer indistintamente
sobre cada especie de ingreso. Estos son los impuestos de capitación y los impuestos sobre
bienes de consumo. Ambos deben ser pagados independientemente de la fuente de ingresos del
contribuyente, ya sea de la renta de su tierra, de las ganancias de su capital o de los salarios de
su trabajo.
Si los impuestos per capita se proporcionan no a la supuesta fortuna, sino al rango de cada
contribuyente, se vuelven completamente desiguales, ya que los grados de fortuna a menudo son
desiguales en el mismo grado de rango. Por lo tanto, si se intenta hacer estos impuestos iguales,
se vuelven completamente arbitrarios e inciertos, y si se intenta hacerlos ciertos y no arbitrarios,
se vuelven completamente desiguales. Ya sea que el impuesto sea ligero o pesado, la
incertidumbre siempre es una gran queja. En un impuesto ligero, se puede soportar un grado
considerable de desigualdad; en uno pesado, es completamente intolerable.
Smith pone ejemplos de los diferentes impuestos per capita que tuvieron lugar en Inglaterra
durante el reinado de Guillermo III y del impuesto de capitación en Francia, señalando las
diferentes formas en las que se aplicaron y los resultados de cada uno. En Francia, por ejemplo,
se recauda un impuesto per capita sin interrupción desde principios de siglo, donde los órdenes
más altos de personas son tasados según su rango por una tarifa invariable, mientras que los
órdenes inferiores de personas, según lo que se supone que es su fortuna, por una evaluación
que varía de año a año.
Los impuestos per capita, en la medida en que se imponen a las clases inferiores de personas,
son impuestos directos sobre los salarios del trabajo y están acompañados de todas las
inconveniencias de tales impuestos. Sin embargo, se cobran con poco gasto y, donde se exigen
rigurosamente, proporcionan un ingreso muy seguro al estado. Es por esta razón que en los
países donde se atiende poco a la facilidad, la comodidad y la seguridad de las clases inferiores
de personas, los impuestos de capitación son muy comunes. Sin embargo, en general, solo una
pequeña parte de los ingresos públicos, en un gran imperio, se ha obtenido de tales impuestos y
la mayor suma que estos han proporcionado siempre podría haberse encontrado de alguna otra
manera mucho más conveniente para la gente.
Por otro lado, Smith considera lujos a todos los demás bienes. Un impuesto sobre estos lujos,
incluso aquellos que son consumidos por los pobres, no necesariamente resultará en un aumento
en los salarios. Pone ejemplos de impuestos sobre el tabaco, el té, el azúcar, y el chocolate, que
aunque han aumentado sus precios, no han llevado a un incremento en los salarios.
Estos impuestos sobre los lujos no necesariamente disminuyen la capacidad de las clases
inferiores para tener familias. Al contrario, pueden actuar como leyes suntuarias que moderan el
uso de superfluos. Este tipo de impuestos cae indistintamente sobre todo tipo de ingresos:
salarios, ganancias de capital y rentas de la tierra.
Los impuestos sobre los bienes esenciales, en cambio, al aumentar los salarios, tienden a
aumentar el precio de todos los bienes manufacturados y, en consecuencia, a disminuir su venta
y consumo. Este tipo de impuestos termina siendo pagado en parte por los propietarios de tierras
a través de una renta reducida, y en parte por los consumidores ricos a través del precio elevado
de los bienes manufacturados, siempre con un considerable sobrecargo.
Por tanto, las clases medias y superiores deberían oponerse a todos los impuestos sobre los
bienes esenciales y sobre los salarios, ya que la carga final de ambos recae totalmente sobre
ellos, y siempre con un considerable sobrecargo. Estos impuestos recaen con mayor dureza
sobre los propietarios de tierras, que siempre pagan en una doble capacidad: como propietarios
por la reducción de su renta, y como consumidores ricos por el aumento de sus gastos.
En Gran Bretaña, los principales impuestos sobre las necesidades de vida se aplican a la sal, el
cuero, el jabón y las velas. A pesar de que estos artículos son esenciales, se gravan con
impuestos bastante elevados, lo que aumenta el costo de vida de los pobres trabajadores y, por lo
tanto, sus salarios.
Aunque estos impuestos aumentan el costo de vida y, por consiguiente, los salarios, también
proporcionan un ingreso considerable al gobierno, por lo que pueden tener buenos argumentos
para su continuación. Sin embargo, las regulaciones que prohíben la importación de ciertos
bienes, como el ganado vivo o las provisiones de sal, solo tienen efectos negativos y no
producen ingresos para el gobierno.
En muchos países, los impuestos sobre las necesidades de vida son mucho más altos que en
Gran Bretaña. Por ejemplo, en países como Holanda, se gravan los alimentos básicos como la
harina y el pan, y estos impuestos pueden duplicar el precio de estos alimentos.
Los bienes consumibles pueden gravarse de dos maneras: el consumidor puede pagar una suma
anual por consumir ciertos bienes, o los bienes pueden gravarse mientras estén en manos del
comerciante, antes de ser entregados al consumidor. Los bienes que duran un tiempo
considerable antes de ser consumidos son más adecuados para ser gravados de la primera
manera, mientras que aquellos cuyo consumo es inmediato o más rápido son más adecuados
para ser gravados de la segunda manera.
Smith critica la propuesta de Sir Matthew Decker de gravar todas las mercancías, incluso las de
consumo inmediato, de la misma manera, argumentando que tal sistema sería más desigual,
disminuiría la comodidad de los impuestos pagados a plazos, funcionaría menos como leyes
suntuarias y sería más opresivo para los trabajadores. Sin embargo, señala que varios países han
adoptado este sistema de impuestos, a pesar de sus desventajas.
Smith continúa hablando de los impuestos de aduana, que se originaron como tasas sobre las
ganancias de los comerciantes. En los tiempos de anarquía feudal, los comerciantes eran
considerados poco más que siervos emancipados, y sus ganancias eran vistas con envidia.
Los impuestos de aduanas también diferenciaban entre mercaderes extranjeros y locales, con los
primeros siendo gravados más pesadamente. Esta práctica, que comenzó por ignorancia, se
mantuvo para dar a los comerciantes locales una ventaja tanto en el mercado local como en el
extranjero.
Smith también analiza la estructura de los antiguos impuestos de aduanas, que se dividían en
tres ramas: sobre la lana y el cuero, el vino y todas las demás mercancías. Estos impuestos se
imponían tanto a los bienes exportados como a los importados. Sin embargo, con el tiempo, los
impuestos a la exportación se han aligerado o eliminado, y se han otorgado incentivos en
algunas circunstancias. Al mismo tiempo, los impuestos a la importación han aumentado, con
pocas excepciones.
Smith argumenta que las pesadas tarifas impuestas a casi todas las mercancías importadas
incitan a los importadores a contrabandear tanto como puedan y a declarar lo menos posible.
Por otro lado, los exportadores a menudo declaran más de lo que realmente exportan para
aparentar ser grandes comerciantes o para obtener una recompensa o devolución de impuestos.
Como resultado, las exportaciones registradas en los libros de aduanas superan con creces las
importaciones, lo que alivia a aquellos políticos que miden la prosperidad nacional por lo que
llaman el balance comercial.
El economista escocés sostiene que todos los bienes importados, a menos que estén exentos
específicamente, están sujetos a algún tipo de derechos aduaneros. Smith critica la complejidad
del sistema, que puede llevar a errores y causar mucha molestia y gastos al importador. Además,
propone que, sin perjuicio de los ingresos públicos y con gran beneficio para el comercio
exterior, los derechos de aduanas podrían limitarse a solo unos pocos productos.
Smith también señala que los impuestos altos a menudo proporcionan menos ingresos al
gobierno de lo que se podría obtener con impuestos más moderados, ya que pueden disminuir el
consumo de los productos gravados o fomentar el contrabando. Para solucionar esto, Smith
propone dos posibles remedios: disminuir la tentación de contrabandear, lo que se puede lograr
reduciendo los impuestos, y aumentar la dificultad de contrabandear, lo que se puede lograr
estableciendo un sistema de administración más adecuado para prevenirlo.
Smith propone que, en lugar de las prácticas actuales, el sistema aduanero podría ser
simplificado de tal manera que se recaudaría al menos la misma cantidad de ingresos netos que
en el momento en que escribió este pasaje, pero con la eliminación de todas las recompensas
sobre la exportación de productos locales y evitando las pérdidas actuales por devoluciones de
impuestos sobre la reexportación de bienes extranjeros que luego se vuelven a importar y se
consumen en el país.
Sostiene que si se cambia el sistema impositivo de modo que el gobierno no sufra pérdidas, el
comercio y las industrias del país se beneficiarían enormemente. Según su propuesta, el
comercio de productos no gravados sería completamente libre, incluyendo los artículos de
primera necesidad y los materiales de fabricación. Este sistema reduciría el precio de la mano de
obra sin reducir su compensación real y podría dar a las industrias locales una ventaja en los
mercados extranjeros.
Además, Smith argumenta que algunos productos podrían ser más baratos si se pudieran
importar sus materias primas sin pagar impuestos. Por ejemplo, si la seda cruda pudiera ser
importada de China e Indostán sin impuestos, los fabricantes de seda ingleses podrían vender
sus productos a un precio mucho más bajo que los de Francia e Italia.
Smith también menciona que el impuesto sobre los bienes de lujo importados para consumo
interno a menudo recae sobre la gente de mediana o alta fortuna. Los impuestos sobre bienes de
lujo producidos localmente y destinados al consumo interno, por otro lado, caen en proporción
al gasto de todos los rangos sociales.
El excise sobre las bebidas fermentadas y los licores destilados, que es el impuesto que más
recauda, recae en gran medida sobre la gente común. Smith advierte que se debería gravar el
consumo de lujo de las clases inferiores, y no su consumo necesario. Un impuesto sobre el
consumo necesario de estas clases aumentaría los salarios de los trabajadores y la carga de este
aumento recaería en las clases superiores.
Smith también señala que las cervezas fermentadas y licores destilados para uso privado no
están sujetos a ninguna excisa en Gran Bretaña. Esto permite que la carga de estos impuestos
recaiga menos sobre los ricos que sobre los pobres.
Luego habla en detalle sobre las implicaciones de los diferentes impuestos sobre el alcohol en el
Reino Unido en ese tiempo. Comienza detallando las cifras del antiguo impuesto a la malta y de
los impuestos adicionales que se cobraban sobre la sidra y la cerveza. A pesar de que el
impuesto sobre la cerveza era más pesado, era menos productivo debido a la menor cantidad de
esta bebida que se consumía.
También señala que estos impuestos son contrarrestados por lo que se conoce como el excise,
que incluía cuatro impuestos adicionales sobre la sidra, el vinagre y la hidromiel. Smith sostiene
que la recaudación de estos impuestos probablemente superará a la de los impuestos sobre la
sidra y la cerveza.
A continuación, Smith compara las cifras de ingresos generadas por el impuesto a la malta y el
excise durante varios años, para demostrar que la combinación de estos impuestos podría
generar una cantidad considerable de ingresos.
Smith luego examina el uso de la malta en la elaboración de cerveza, vino y licores, sugiriendo
que si se aumentara el impuesto sobre la malta, podrían necesitarse ajustes en los impuestos
sobre los licores hechos a partir de malta. Además, argumenta que si se aumentan los impuestos
sobre la malta y se reducen los de la destilería, las oportunidades y las tentaciones de
contrabando disminuirían, lo que podría aumentar aún más los ingresos del gobierno.
También discute la política del Reino Unido de desalentar el consumo de licores por razones de
salud pública y moralidad. Según Smith, esta política podría implementarse manteniendo altos
los impuestos sobre los licores, pero reduciendo los precios de la cerveza y la sidra, lo que
aliviaría a la gente de parte de la carga fiscal y probablemente aumentaría la recaudación de
impuestos.
Rechaza las objeciones del Dr. Davenant a este cambio en el sistema de impuestos,
argumentando que los impuestos en la cerveza y la sidra no afectarían los beneficios de los
productores de estas bebidas, ya que podrían recuperar el impuesto en el precio de sus
productos. Además, sostiene que un impuesto sobre la malta no reduciría la demanda de cebada,
ni disminuiría la renta y los beneficios de las tierras donde se cultiva.
También discute las desventajas de los impuestos sobre bienes de consumo, las cuales según él,
generan más problemas que beneficios para el estado y los ciudadanos.
Primero, destaca que recaudar estos impuestos requiere un gran número de funcionarios de
aduanas y de impuestos especiales, cuyos salarios y beneficios son un impuesto real para la
gente, pero no generan ingresos para el estado. Además, argumenta que la recaudación de estos
impuestos suele ser costosa en términos de administración.
Tercero, la posibilidad de evadir estos impuestos por medio del contrabando puede llevar a
penas severas que pueden arruinar al contrabandista, lo que a su vez implica la pérdida de
capital que podría haberse empleado en el mantenimiento de trabajo productivo.
Finalmente, Smith argumenta que estos impuestos exponen a los comerciantes a visitas
frecuentes y exámenes odiosos por parte de los recaudadores de impuestos, generando molestias
y problemas. Las leyes del impuesto especial son especialmente perjudiciales en este sentido, ya
que los comerciantes no tienen respiro de las visitas y exámenes continuos de los funcionarios
de impuestos especiales.
Smith compara las prácticas fiscales de Gran Bretaña con las de otros países, destacando las
desventajas de las tasas excesivas y repetitivas como la alcavala en España y un impuesto
similar en el Reino de Nápoles. Smith señala que estos impuestos obstruyen el comercio interno
y, en el caso de la alcavala española, sugiere que contribuyó a la ruina de las manufacturas y la
agricultura en España.
En contraste, el sistema de impuestos unificado del Reino Unido permite una mayor libertad de
comercio interno, lo que, según Smith, ha sido una de las principales causas de la prosperidad
británica. Argumenta que si se extendiera esta misma uniformidad a Irlanda y las plantaciones,
tanto la grandeza del estado como la prosperidad de todas las partes del imperio probablemente
serían aún mayores.
Smith también examina la compleja red de leyes de ingresos y regulaciones fiscales en Francia
y cómo dificultan el comercio interno del país. Asimismo, discute cómo los monopolios sobre
bienes gravados, como la sal y el tabaco, pueden llevar a la extracción de dos tipos de ganancias
excesivas: las del arrendatario del impuesto y las del monopolista.
Smith analiza el sistema de ingresos y fiscalidad en Francia, donde la mayor parte de los
ingresos de la corona proviene de ocho fuentes diferentes: la taille, la capitación, los dos
vingtiemes, las gabelas, las ayudas, los traites, el dominio y el impuesto sobre el tabaco. Los
cinco últimos se cobran en la mayor parte de las provincias a través de arrendatarios, mientras
que los tres primeros son recaudados directamente por el gobierno. Smith sostiene que, aunque
estos últimos son más costosos para el público, traen más ingresos al tesoro del príncipe que los
otros cinco, que son administrados de manera más derrochadora y costosa.
Smith sugiere tres reformas para el sistema financiero francés. La primera consiste en abolir la
taille y la capitación e incrementar el número de vingtiemes, lo que generaría ingresos
adicionales igual al monto de esos otros impuestos. Esto reduciría los gastos de recolección,
eliminaría la presión fiscal sobre las clases inferiores y no afectaría más a las clases superiores
de lo que ya lo hacen. La segunda reforma propuesta es uniformar la gabelle, las ayudas, los
traites y los impuestos al tabaco en todo el reino para reducir el costo de recolección e impulsar
el comercio interno. Finalmente, la tercera reforma implica someter todos estos impuestos a la
administración directa del gobierno para incrementar los ingresos del estado al eliminar las
ganancias exorbitantes de los arrendatarios. Sin embargo, Smith señala que el interés personal y
la oposición de los beneficiarios de las prácticas actuales son los obstáculos más probables a
estas reformas.
Smith considera que el sistema francés de fiscalidad es inferior al británico en todos los
aspectos. A pesar de tener un territorio y clima más favorables, además de un estado de
desarrollo más avanzado, Francia recauda menos de la mitad de lo que debería en comparación
con Gran Bretaña, y sin embargo, su población se siente más oprimida por los impuestos.
Además, compara a Francia con los Países Bajos, donde los altos impuestos sobre los productos
básicos han arruinado sus principales manufacturas y están desalentando gradualmente incluso
sus pesquerías y su comercio de construcción naval. En contraste, en Gran Bretaña, estos
impuestos son inconsiderables y no han arruinado ninguna manufactura hasta ahora.
Smith también comenta que, cuando todos los sujetos adecuados de fiscalidad se han agotado y
el estado aún necesita nuevos impuestos, estos deben imponerse sobre los inadecuados, como
los alimentos y otros productos básicos. En resumen, si bien Francia y los Países Bajos tienen
sistemas fiscales fuertes, estos países aún enfrentan desafíos significativos y pueden aprender
del sistema británico más eficiente y menos opresivo.
Adam Smith comienza el capítulo describiendo cómo, en una sociedad sin comercio ni
manufactura avanzada, las personas con grandes ingresos sólo pueden gastar su riqueza al
mantener a tantas personas como puedan. En estos contextos, la hospitalidad y la generosidad
son los principales gastos de los ricos, pero estas no son costumbres que suelan llevar a la ruina
financiera. Al contrario, Smith sostiene que en estas sociedades, la gente generalmente vive
dentro de sus ingresos y ahorra parte de su dinero. Esta tendencia al ahorro se extiende incluso
al soberano, que en estas sociedades simples a menudo también acumula tesoros.
Sin embargo, en una sociedad comercial que abunda en lujos, tanto el soberano como los
grandes propietarios tienden a gastar gran parte de sus ingresos en adquirir estos lujos. Esto
puede llevar a que su gasto ordinario se iguale o incluso supere a sus ingresos ordinarios,
eliminando la posibilidad de acumular tesoros. Cuando surgen gastos extraordinarios, como
durante una guerra, el soberano debe pedir a sus súbditos una ayuda extraordinaria, es decir,
endeudarse.
Smith analiza la deuda creciente que agobia a las grandes naciones de Europa. Las naciones,
como los individuos, comienzan a endeudarse a través de créditos personales, sin asignar o
hipotecar un fondo específico para el pago de la deuda. Cuando se agota este recurso, recurren a
la hipoteca de fondos específicos.
La deuda no financiada de Gran Bretaña se contrae de ambas maneras. Una parte es una deuda
que no genera intereses y otra parte genera intereses. El Banco de Inglaterra, al descontar
voluntariamente los bonos a su valor actual, mantiene su valor y facilita su circulación,
permitiendo así al gobierno contraer una gran deuda de este tipo.
Cuando se agota este recurso y es necesario recaudar dinero, el gobierno asigna o hipoteca una
rama específica de los ingresos públicos para el pago de la deuda. En algunos casos, este
compromiso es por un corto período de tiempo, mientras que en otros casos es perpetuo.
Durante los reinados del Rey Guillermo y la Reina Ana, antes de que se generalizara la práctica
de la financiación perpetua, la mayor parte de los nuevos impuestos se impusieron sólo por un
corto período de tiempo. A medida que el producto de estos impuestos resultaba frecuentemente
insuficiente para pagar el capital y los intereses del dinero prestado dentro del plazo limitado,
surgieron déficits, lo que hizo necesario prolongar el plazo.
En varias ocasiones, estos déficits se cargaron en lo que se llamaba el primer, segundo, tercero y
sucesivos fondos de hipoteca general. Cada uno de estos fondos consistía en una prolongación
de varios impuestos diferentes que habrían expirado dentro de un plazo más corto.
En 1711, los mismos impuestos, junto con varios otros, se continuaron para siempre, y se
convirtieron en un fondo para pagar los intereses del capital de la Compañía del Mar del Sur,
que ese año había adelantado al gobierno una suma considerable para pagar deudas y cubrir
déficits.
Este capítulo continúa con la discusión sobre la financiación de la deuda pública. Smith critica
las prácticas de los gobiernos europeos de endeudarse anticipadamente, sobrecargando sus
fondos públicos con más deuda de la que pueden pagar en un plazo limitado. En vez de pagar
tanto el principal como los intereses de la deuda, estos gobiernos a menudo se veían obligados a
cargar al fondo únicamente con el interés, o una renta vitalicia equivalente al interés, una
práctica que Smith califica de imprudente y que condujo al aún más perjudicial método de
financiación perpetua.
Durante el reinado de la Reina Ana, la tasa de interés del mercado cayó del seis al cinco por
ciento. En consecuencia, la mayoría de los impuestos temporales de Gran Bretaña se hicieron
permanentes y se distribuyeron en los Fondos Agregados, de la Compañía de los Mares del Sur
y Generales. Los acreedores públicos, al igual que los privados, se vieron inducidos a aceptar un
cinco por ciento por el interés de su dinero, lo que resultó en un ahorro de un por ciento sobre el
capital de la mayor parte de las deudas que se habían financiado de manera perpetua. Este
ahorro dejó un considerable superávit en la recaudación de los diferentes impuestos, lo que
estableció las bases para lo que luego se denominó el Fondo de Amortización.
El Fondo de Amortización, aunque fue creado para el pago de deudas antiguas, facilitó en gran
medida la contratación de nuevas deudas. Se convirtió en un fondo subsidiario siempre
disponible para ser hipotecado en caso de una urgencia del estado. Smith señala que aún está
por verse si este Fondo de Amortización se utilizó más para pagar deudas antiguas o para
financiar nuevas.
Smith menciona dos métodos de endeudamiento que se encuentran a medio camino entre la
anticipación y la financiación perpetua: el endeudamiento sobre anualidades por términos de
años y el endeudamiento sobre anualidades de por vida. Durante los reinados del Rey Guillermo
y la Reina Ana, se tomaron grandes préstamos sobre anualidades por términos de años, y
también sobre anualidades de por vida. Aunque estos términos parecían ventajosos, pocas veces
se llenaron completamente las suscripciones debido a la supuesta inestabilidad del gobierno.
Smith señala que durante las dos guerras que comenzaron en 1739 y 1755, se prestó poco dinero
ya sea en anualidades por términos de años o por vidas. Afirma que las anualidades con derecho
de supervivencia son más valiosas que las de vida separadas, ya que el principio de la confianza
en la buena fortuna propia suele hacer que estas anualidades se vendan por más de lo que
realmente valen.
Además, explica que en Francia, una gran proporción de la deuda pública consiste en
anualidades por vidas en comparación con Inglaterra. Argumenta que la diferencia en los modos
de préstamo no se debe a los diferentes grados de preocupación por la liberación de los ingresos
públicos en los dos gobiernos, sino a las diferentes perspectivas e intereses de los prestamistas.
En el caso de Inglaterra, dice Smith, los comerciantes son generalmente quienes prestan dinero
al gobierno con la intención de aumentar sus capitales comerciales, no de disminuirlos. Por otro
lado, en Francia, quienes prestan dinero al gobierno son personas relacionadas con las finanzas,
como los recaudadores de impuestos y los banqueros de la corte. Smith se refiere a la facilidad
de endeudamiento que tienen los gobiernos modernos. Indica que durante tiempos de guerra,
estos gobiernos son tanto reacios como incapaces de aumentar sus ingresos en proporción al
aumento de sus gastos. A través del endeudamiento, los gobiernos pueden recaudar dinero para
llevar a cabo la guerra sin tener que incrementar mucho los impuestos.
Adam Smith argumenta sobre la forma en que los gobiernos administran la deuda pública. De
acuerdo con Smith, los impuestos impuestos durante tiempos de guerra rara vez se reducen una
vez que la paz regresa. A pesar de esto, es probable que se establezca un fondo de amortización
para pagar la deuda si los ingresos exceden a los gastos. Sin embargo, sostiene que estos fondos
a menudo son insuficientes y terminan siendo usados para cubrir otros gastos.
Smith indica que la paz no siempre garantiza la reducción de la deuda pública. Las necesidades
extraordinarias que surgen durante tiempos de paz a menudo se cubren utilizando el fondo de
amortización en lugar de establecer nuevos impuestos, lo que se percibe como menos
problemático por parte del público. La creciente acumulación de la deuda pública, sin embargo,
hace que sea cada vez más necesario y, a la vez, más peligroso desviar fondos destinados a la
reducción de la deuda.
Smith discute la idea de que los fondos públicos son una acumulación de capital que permite a
los países expandir su comercio, multiplicar sus manufacturas y mejorar sus tierras. Aunque
reconoce que las personas que prestaron dinero al gobierno pudieron haber obtenido nuevas
fuentes de capital a través de la venta o el préstamo de la anualidad que recibieron, subraya que
este “nuevo” capital ya existía en el país y simplemente se redirigió de una actividad productiva
a otra. Concluye argumentando que, a pesar de que el capital puede haber sido reemplazado
para los prestamistas, no fue reemplazado para el país.
Smith discute las implicaciones de financiar los gastos públicos a través de impuestos o deuda.
Explica que cuando los impuestos financian los gastos públicos, parte del ingreso de las
personas se desvía de mantener un tipo de trabajo improductivo a otro. Esto puede afectar la
acumulación de capital nuevo, pero no necesariamente destruye el capital existente.
Por otro lado, cuando los gastos públicos se financian a través de la deuda, se destruye una parte
del capital que antes existía en el país. No obstante, dado que los impuestos son más ligeros bajo
este sistema, la capacidad de las personas para ahorrar e invertir se ve menos perjudicada. En
este sentido, Smith sostiene que el sistema de financiamiento de la deuda puede ser menos
perjudicial para la acumulación de nuevo capital, especialmente durante tiempos de guerra.
A pesar de esto, Smith advierte que la paz posterior a la guerra podría haber llevado a una
mayor acumulación de capital si los gastos de la guerra se hubieran financiado con impuestos en
lugar de deuda. Argumenta que las guerras se concluirían más rápidamente y se llevarían a cabo
con menos frivolidad si las personas sintieran el peso completo de su costo.
Smith concluye discutiendo cómo las cargas fiscales y la deuda pueden afectar la gestión de las
dos fuentes originales de todos los ingresos: la tierra y el capital. Sugiere que los impuestos
excesivos pueden disuadir a los propietarios de tierras y a los dueños de capital de realizar
mejoras y mantener sus propiedades. Asimismo, el sistema de financiamiento de la deuda puede
llevar a la negligencia de la tierra y al despilfarro o traslado del capital.
Finalmente, Smith advierte que la práctica de financiar gastos a través de la deuda ha debilitado
gradualmente a todos los estados que la han adoptado. Cuestiona si Gran Bretaña puede ser la
excepción a esta tendencia. Aunque la economía británica ha demostrado ser fuerte, Smith insta
a la cautela y a no suponer que pueda soportar cualquier carga sin dificultades.
Smith argumenta que una vez que las deudas nacionales han sido acumuladas a un cierto grado,
es raro que se paguen completamente y justamente. En lugar de eso, las naciones a menudo
recurren a métodos de quiebra disfrazada, como la elevación de la denominación de la moneda.
Explica, por ejemplo, que si un penique fuera elevado a la denominación de un chelín, una
persona que había tomado prestados veinte chelines bajo la antigua denominación pagaría con
veinte peniques, esencialmente pagando la deuda con menos plata.
Este tipo de quiebra disfrazada puede parecer una solución a corto plazo para la deuda nacional,
pero en realidad perjudica a los acreedores, que reciben menos de lo que se les debía
originalmente. Además, este proceso tiende a perjudicar a la mayoría de los ciudadanos, ya que
muchos también experimentarán una pérdida proporcional. Por lo tanto, aunque se pueda
reducir la deuda nacional, se produce un trastorno generalizado de las fortunas privadas y una
transferencia de capital desde los más industriosos y frugales hacia aquellos que son más
propensos a despilfarrar y destruirlo.
Smith señala que la mayoría de las naciones, tanto antiguas como modernas, han recurrido a
este tipo de tácticas cuando se ven reducidas a la necesidad. Cita el caso de Roma, que redujo el
valor de su moneda después de las Guerras Púnicas para pagar sus grandes deudas.
Además, argumenta que la adulteración del estándar de la moneda ha sido otro medio
comúnmente utilizado por las naciones para disminuir su deuda. Esto implica mezclar una
mayor cantidad de aleación en la moneda, lo que también tiene el efecto de disminuir su valor.
Smith concluye el capítulo advirtiendo que la liberación completa de la deuda pública de Gran
Bretaña parece poco probable sin un aumento significativo de los ingresos públicos o una
reducción igualmente considerable de los gastos públicos. Sugiere que una distribución más
igualitaria de los impuestos, así como la extensión del sistema británico de impuestos a todas las
provincias del imperio, podrían ser posibles soluciones. Sin embargo, admite que la
implementación de tales cambios podría ser difícil y encontrar resistencia.
Luego llegamos a un segmento del Capítulo 3 en el que analiza minuciosamente las estructuras
fiscales en Gran Bretaña.
En primer lugar, Smith analiza el impuesto sobre la tierra, planteando que Irlanda, y en
particular las plantaciones americanas y del oeste de India, están en una mejor posición para
pagar este impuesto que Gran Bretaña. Explica que en lugares donde el terrateniente no está
sujeto a diezmos ni a impuestos para los pobres, es más capaz de pagar este impuesto.
A continuación, Smith trata sobre los impuestos de timbre, que podrían implementarse en todos
los países con procesos legales y transacciones de propiedad similares.
En cuanto a las leyes de aduanas, sugiere que la extensión de las leyes aduaneras británicas a
Irlanda y las plantaciones sería altamente ventajosa, siempre y cuando venga acompañada de
una extensión de la libertad de comercio. Esto eliminaría las restricciones que actualmente
oprimen el comercio de Irlanda y unificaría las regulaciones aduaneras en todo el imperio
británico.
Smith también discute el impuesto al consumo, el único aspecto del sistema tributario británico
que requeriría variación dependiendo de la provincia del imperio a la que se aplicara. Por
ejemplo, una bebida fermentada hecha de melaza, común en América, no podría ser gravada de
la misma manera que la cerveza en Gran Bretaña.
El autor considera que el azúcar, el ron y el tabaco, que son bienes de consumo casi universales
pero no necesidades básicas, son objetos extremadamente adecuados para la imposición de
impuestos.
Por último, Smith reflexiona sobre cuánto podría ser la recaudación si este sistema de impuestos
se extendiera a todas las provincias del imperio. Según sus cálculos, debería ser posible
recaudar más de dieciséis millones doscientas cincuenta mil libras esterlinas, que podrían
utilizarse para sufragar los gastos generales del imperio y para pagar la deuda pública. Sugiere
que este sistema también podría permitir aliviar algunos de los impuestos más gravosos para el
pueblo, lo que permitiría a los trabajadores pobres vivir mejor y trabajar y comercializar sus
bienes a un costo más bajo.
Smith pone como ejemplo a Escocia, donde la población consume menos cerveza y licor de
malta que en Inglaterra, lo que resulta en una recaudación tributaria menor. Del mismo modo,
argumenta que los impuestos podrían producir menos ingresos en Escocia e Irlanda debido al
menor consumo y a la facilidad para el contrabando.
En el caso de América y las Indias Occidentales, Smith argumenta que incluso la gente de rango
más bajo tiene una situación económica mejor que en Inglaterra, lo que probablemente resulta
en un mayor consumo de bienes de lujo. Aunque reconoce que la mayoría de los habitantes de
estas regiones, que son esclavos, están en peores condiciones que los pobres de Escocia o
Irlanda, insiste en que aún así consumen bienes que podrían ser sujetos a impuestos.
Smith también aborda el tema de la falta de dinero en oro y plata en América, afirmando que no
es una cuestión de pobreza, sino de elección. Argumenta que en un país donde los salarios son
más altos y los precios de los alimentos más bajos que en Inglaterra, la mayoría de la gente
debería ser capaz de comprar más oro y plata si fuera necesario o conveniente para ellos
hacerlo.
Para los estadounidenses, que podrían emplear con provecho en la mejora de sus tierras un
mayor capital del que pueden obtener fácilmente, Smith sostiene que es conveniente ahorrar lo
más posible el costo de un instrumento de comercio tan costoso como el oro y la plata. En lugar
de comprar estos metales, sería más ventajoso para ellos invertir su superávit de producción en
la compra de instrumentos de comercio, materiales de vestir, varios elementos de mobiliario
doméstico y la herrería necesaria para construir y expandir sus asentamientos y plantaciones.
El autor también analiza cómo los gobiernos coloniales encuentran beneficioso proporcionar a
la población una cantidad de papel moneda que es más que suficiente para llevar a cabo su
comercio interno. Algunos gobiernos coloniales, como el de Pensilvania, obtienen ingresos
prestando este papel moneda a sus sujetos con interés.
En el comercio entre Gran Bretaña y las colonias de tabaco, las mercancías británicas suelen ser
adelantadas a los colonos a crédito y luego se pagan con tabaco, valorado a un precio
determinado. A Smith le parece más conveniente para los colonos pagar en tabaco que en oro y
plata.
Finalmente, Smith menciona que en Maryland y Virginia, que tienen tan poca necesidad de
metales en su comercio exterior como en su interior, se dice que hay menos dinero de oro y
plata que en cualquier otra colonia de América. Sin embargo, se considera que estas colonias
son tan prósperas y, por lo tanto, tan ricas como cualquier otra de sus vecinas.
Smith explica en esta sección que la balanza comercial entre las colonias norteñas
(Pennsylvania, New York, Nueva Jersey, los cuatro gobiernos de Nueva Inglaterra, etc.) y Gran
Bretaña a menudo resulta en un saldo que las colonias deben pagar en oro y plata. Por otro lado,
las colonias de azúcar exportan más a Gran Bretaña de lo que importan, lo que en teoría
requeriría que Gran Bretaña enviara un gran saldo en dinero cada año. Sin embargo, muchos de
los propietarios principales de las plantaciones de azúcar residen en Gran Bretaña y sus rentas se
remiten en azúcar y ron.
Smith luego examina la dificultad y la irregularidad de los pagos de las diferentes colonias a
Gran Bretaña. Los pagos han sido generalmente más regulares desde las colonias del norte que
desde las colonias de tabaco. La dificultad de obtener el pago de las colonias de azúcar ha sido
mayor o menor en proporción a la cantidad de tierra inculta que contienen, es decir, a la mayor o
menor tentación que los plantadores tienen de excederse en comercio o de emprender el
asentamiento y plantación de más tierras baldías de las que sus capitales pueden soportar.
Smith argumenta que no es la pobreza de las colonias la que provoca la escasez de oro y plata,
sino su gran demanda de capital activo y productivo. Les conviene tener lo menos posible de
capital muerto y, por lo tanto, se conforman con un instrumento de comercio más barato pero
menos cómodo que el oro y la plata.
Smith también defiende la idea de que tanto Irlanda como América deberían contribuir a la
cancelación de la deuda pública de Gran Bretaña, ya que dicha deuda se contrajo en apoyo del
gobierno establecido por la Revolución, un gobierno que proporcionó numerosas ventajas a
ambos territorios. Por último, Smith sostiene que una unión con Gran Bretaña proporcionaría a
Irlanda ventajas mucho más importantes que cualquier aumento de impuestos que pudiera
acompañar a dicha unión.
Smith concluye su obra sosteniendo que las colonias podrían beneficiarse en términos de
felicidad y tranquilidad al unirse con Gran Bretaña, lo que podría contrarrestar las facciones
vehementes y virulentas que frecuentemente dividen a sus pueblos y perturban sus gobiernos.
Advierte que si las colonias se separan totalmente de Gran Bretaña, estas facciones se
intensificarán, lo que podría dar lugar a la violencia y el derramamiento de sangre.
Smith plantea que la distancia geográfica de las provincias más remotas del centro del imperio
suele suavizar el espíritu partidista, y sugiere que una unión podría fomentar la concordia y
unanimidad en las colonias, aunque admite que esto implicaría impuestos más altos.
Señala que los territorios adquiridos por la Compañía de las Indias Orientales podrían ser una
fuente adicional de ingresos para Gran Bretaña, aunque aconseja contra la introducción de
nuevos impuestos en estos países ya gravados, y sugiere que se podría obtener más ingresos
previniendo el mal uso de los impuestos actuales.
Smith destaca que si Gran Bretaña no puede aumentar sus ingresos, debe buscar reducir sus
gastos. Apunta que el establecimiento militar de Gran Bretaña es más moderado que el de
cualquier otro estado europeo con una riqueza o poder similar.
Por último, Smith cuestiona la verdadera utilidad de las colonias para Gran Bretaña. Aunque se
las considera un imperio, advierte que este imperio sólo ha existido en la imaginación. Señala
los enormes costos que Gran Bretaña ha incurrido en la defensa y el mantenimiento de estas
colonias, y sugiere que si las colonias no pueden contribuir al apoyo del imperio, Gran Bretaña
debería liberarse de la carga de defenderlas y mantenerlas. En su lugar, debería ajustar sus
expectativas y planes futuros a su situación económica real.
Smith propone tres métodos para liquidar la deuda pública: el repudio, la inflación o la
implementación de un plan de austeridad, cada uno con sus propios desafíos y consecuencias.
Sugiere que los planes de austeridad, a pesar de ser impopulares, podrían ser la opción más
viable.
En la parte final del capítulo, Smith analiza la relación entre Gran Bretaña y sus colonias,
argumentando que a pesar de las tensiones actuales, la unión con las colonias podría ser
beneficiosa en términos de felicidad y tranquilidad. También menciona las posibilidades de
aumentar los ingresos a través de los territorios de la Compañía de las Indias Orientales,
sugiriendo que no sería necesario introducir nuevos impuestos, sino más bien prevenir el desvío
y la mala aplicación de los impuestos existentes.