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Movimientos sociales y delincuencia.

Grupos civiles y dinámica de la participación civil

Roberto Mañero Brito


Raúl R. Villamil Uñarte*

LA TEMÁTICA DE la participación civil en la vida social y política de nuestro


país en los últimos años, es ineludible para la comprensión de nuestra si-
tuación actual. A más de 15 años de inicio de las políticas que tomarían el
nombre de "neoliberalismo", las secuelas de marginación, extrema pobre-
za, desnutrición, han producido una serie de fenómenos y dinámicas socia-
les, que presentan al investigador un campo sumamente fértil para la re-
flexión en torno a diversos modos de participación civil. Según José' Luís
Calva:

A 11 años de la estrategia de modernización, de más m e r c a d o y m e n o s


estado, la economía mexicana se caracteriza por su alta vulnerabilidad
externa, p o r el desplome de los coeficientes de a h o r r o y ahorro/inversión,
p o r la profundización de la inequidad en la distribución del ingreso, por el
crecimiento vertical del desempleo, por la profundización de la desarticu-
lación interna y la desigualdad en el desarrollo de la planta productiva [...]
por el i n c r e m e n t o de la desnutrición infantil severa y de la pobreza y por el
deterioro de los niveles de bienestar. Ha a u m e n t a d o la concentración del
ingreso y de la riqueza nacional en pocas manos y la dependencia finan-
ciera externa. 1

* Profesores-investigadores, Departamento de Educación y Comunicación, UAM-Xochimilco.


1
Calva, J. L., "Problemas fundamentales de la economía mexicana", ponencia inaugural
del Seminario Nacional sobre Alternativas para la Economía Mexicana, México, 1994
{mimeó). Foro de Apoyo Mutuo, México, 1994, p. 24 (citado en Reygadas, R., "Las inicia-
tivas sociales de las redes de organizaciones civiles de promoción del desarrollo", Tesis para
obtener el grado de Doctor en Historia, UIA, México, 1998.

TRAMAS 13 • UAM-X • MÉXICO • 1998 • PP. 233-256 233


T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

Las poblaciones sometidas al régimen de penuria instalado desde la im-


posición de dichas políticas, generan una gran cantidad de procesos para su
supervivencia y su adaptación a las nuevas condiciones. El sistema político
que nos regía desde hace más de sesenta años no fue suficiente para encau-
zar y neutralizar el descontento, y desde hace ya más de 10 años inició un
periodo de decadencia acelerada
Uno de los procesos sociales más apasionantes, que emergió a la luz
pública a partir de los terremotos de 1985 en la ciudad de México, fue lo
que más tarde se denominó el surgimiento de la "sociedad civil". Una gran
cantidad de movimientos sociales iniciaron un proceso de articulación y
presencia como fuerza social, de manera que obligaron al Estado a tomar-
los como un interlocutor más en la definición de sus políticas económicas
y sociales. Desde entonces se reactualizó, en el campo de las ciencias socia-
les, un paradigma alrededor de las relaciones entre el Estado y la sociedad
civil, representada-al menos parcialmente- por los denominados organis-
mos no-gubernamentales (ONG), y que Rafael Reygadas2 prefiere, en una
definición más estricta, darles el nombre de organizaciones civiles de pro-
moción del desarrollo. Temáticamente este paradigma encontró su deno-
minación en tanto "nuevos actores sociales".
El proceso de "modernización" de nuestra economía iniciado hace 15
años, así como también los intentos de reformas sociales y políticas en
nuestro país, fueron la manifestación más clara de la decadencia acelerada
del sistema político mexicano instaurado a partir de la Revolución de 1910,
con la consecuente desestructuración de una gran cantidad de instituciones
sociales. Se inaugura así un período de anomia, según la denominación de
Durkheim, en el que nos encontramos aún, sin un planteamiento claro
de un proyecto de sociedad deseable y satisfactorio, que pueda enfrentar los
retos y las problemáticas que se nos presentan en tanto sociedad organizada.
En este contexto surgen y se reactualizan diversos movimientos sociales
con finalidades distintas, pero todos ellos portadores de un proyecto o pro-
grama de acción,3 en el que no está del todo ausente una perspectiva utópi-

2
Cfr. Reygadas, R., op. cit.
3
En el planteamiento de Ardoino, podríamos distinguir entre el proyecto filosófico y el
proyecto programático, en el sentido de que el primero podría plantearse desde una "inten-
ción filosófica o política, una "intención {visee), afirmando siempre, de manera necesariamen-
te indeterminada, los valores que se busca realizar". Respecto del segundo, se trata de "la
traducción estratégica, necesariamente operatoria, medida, determinada, de tal intención".

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C O N V E R G E N C I A S

ca, y con ella la acción de dimensiones imaginarias que pueden ser intere-
santes para las temáticas de este encuentro.
Sin embargo, la participación civil no sólo se detiene en la formación y
generación de diversos movimientos sociales, sino que resulta mucho más
amplia y no necesariamente guiada por esas perspectivas de futuro que se
generan desde los proyectos abanderados por dichos movimientos. Más
allá de las diversas formas de presión que la sociedad civil ejerce sobre el
Estado, desde los movimientos civilistas hasta el levantamiento en armas
zapatista, se dibuja otra forma de participación, también adaptativa, pero
que no se inspira directamente en un proyecto de transformación social, o
en todo caso de retorno a situaciones socio-políticas que eran menos des-
ventajosas para las mayorías de nuestra sociedad.
Estas otras formas de participación han encontrado en la criminalidad,
en la violencia delictiva, en la delincuencia "común", en el narcotráfico, la
manera de sobrevivir, en ocasiones bastante holgadamente, aprovechando
la situación anómíca de la sociedad, pero también las definiciones modernas
y congruentes que el Estado ha proporcionado respecto del tratamiento de la
sociedad. Así, carentes de una definición ideológica o política, en un pano-
rama imaginario definido y determinado por las formas estatales, estos
grandes grupos, en ocasiones verdaderas capas sociales, tienen también una
definición imaginaria desde la cual sus acciones cobran sentido, y que es
necesario analizar con profundidad para establecer los correlatos y las con-
diciones para la elucidación de su acción en el mundo.
En esta ponencia intentaremos adentrarnos, aunque sea de manera
introductoria y superficial,4 en las formas que adquiere la dinámica de los
procesos imaginarios de este tipo de grupos, en sus diversas formas de par-
ticipación civil.

Cfr. Ardoino, J., y Berger, G., D'une évaluation en miettes a une évaluation en actes, Matrice-
ANDSHA, Paris, 1989, p. 18 (Traducción de RM).
5
La metáfora de la superficialidad no es necesariamente la más adecuada para la epistemo-
logía y metodología de este tipo de estudios, que versan más sobre los procesos de significa-
ción que sobre la descripción o ex-plicación de este tipo de realidades. Más adelante plan-
tearemos cómo una metáfora más feliz sería precisamente la de plantearnos una realidad,
un terreno plegado, estriarlo, en términos de Dcleuze y Guacían.

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Movimientos sociales y participación civil5

La complejidad de la sociedad mexicana ha aumentado enormemente des-


de las formas de inclusión en el proceso hacia la globalización. Este proce-
so ha tenido la virtud de funcionar como analizador de diferentes elemen-
tos de la conformación social mexicana a través de su transformación. La
globalización logró, más que cualquier movimiento de resistencia o de trans-
formación social, analizar y modificar elementos centrales del sistema so-
cial y político en nuestro país.
Los sistemas de control corporativo de grandes capas de la población, el
presidencialismo, el partido de Estado, son instituciones que están llegando a
sus límites en cuanto a la funcionalidad y la posibilidad de mantener las
formas que habían dado su fisonomía al desarrollo social y político del país.
Existe en la historia reciente de México una serie de elementos que se
van configurando desde el 68 mexicano, que muestran una transformación
profunda de las formas de participación civil. El movimiento estudiantil
del 68, la aparición de diferentes movimientos sindicales, políticos, guerri-
lleros durante los setentas, la emergencia de la denominada sociedad civil
durante las labores de rescate de los terremotos que destruyeron parte de la
Ciudad de México en 1985, la movilización cardenista y el gran fraude
electoral de 1988, el movimiento armado zapatista en 1994, son algunos
de los elementos que muestran los importantes cambios que se han venido
dando en las últimas décadas en torno a la participación civil en los proce-
sos sociales y políticos.
En esta nueva fisonomía, podemos plantear que diferentes tipos de mo-
vimientos sociales (y con esto incluiríamos también diferentes movimien-
tos, sectas, iglesias y organizaciones religiosas) atraviesan prácticamente la
totalidad del país. La complejidad de nuestra conformación social ha au-
mentado fuertemente, y con ella, de acuerdo a Weber, nuestra ignorancia
sobre nuestra propia sociedad.
Han tenido especial relevancia en este contexto movimientos y grupos
sociales que se fueron articulando en redes, y que conformaron lo que aho-
ra conocemos como la "sociedad civil", más o menos representada en los
Organismos No-Gubernamentales (ONG). Diferentes organizaciones con
finalidades muy diversas son agrupadas en esta denominación. Pero las que
más nos interesa rastrear en su desarrollo histórico son aquéllas dedicadas a

6
La información recabada para esta sección la debomos al trabajo citado de Rafael Reygadas.

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C O N V E R G E N C I A S

labores de promoción del desarrollo, por lo que nos afiliamos a la denomi-


nación planteada por Reygadas en tanto Organizaciones Civiles de Promo-
ción del Desarrollo (OCPD).

La gestación de la nueva sociedad civil

El origen de las ocpd nos muestra un proceso de gestación bastante largo,


y un desarrollo que se vio acelerado en las últimas dos décadas. Si bien los
procesos de promoción social pueden rastrearse desde el período colonial,6
las formas modernas de estas prácticas, de donde derivan las formas de
participación social a las que nos referimos, tendrían su génesis social cer-
cana durante el cardenismo y la década de los treinta: Reygadas nos mues-
tra cómo, frente a las relaciones sociales recién instauradas por la Revolu-
ción Mexicana, caracterizadas por un corporativismo en ciernes, algunos

sectores sociales escaparon parcialmente de ese control corporativo cen-


tralizado: las instituciones de educación superior donde las luchas estu-
diantiles iniciadas desde la década de los 30 s, habían logrado la autono-
mía universitaria; y la Iglesia Católica, que ante los grandes problemas
previos y posteriores a la revolución mexicana, a la par q u e buscaba n e g o -
ciar su n u e v o lugar en las relaciones sociales posteriores al m o v i m i e n t o
a r m a d o , d a n d o aliento a la lucha cristera, impulsaba t a m b i é n su D o c t r i n a
Social y la Acción Católica, c o m o dispositivos de intervención en la socie-
dad, a u n q u e esta última fuera impulsando un proyecto social diferente de
las labores asistenciales tradicionales y logrando u n a progresiva a u t o n o -
mía laical. 7

El papel de la Iglesia Católica en la conformación de las primeras OCPD


no fue desdeñable. De este primer momento -en el que dicha iglesia
incursionaba en la acción desde un proyecto de sociedad en el nuevo país
que nacía con la revolución mexicana- al movimiento estudiantil del 68, la
acción de la Iglesia Católica también se diversificaba y se complejizaba,
máxime cuando en este período se realizó el Concilio Vaticano II, que

6
Cfr.Casanova, et al, "La psicología social de intervención", en Perspectivas docentes, n.18,
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, Villahermosa, Enero-abril de 1996, p. 32.
7
Reygadas, R.( o¡>. cit., pp. 81-82.

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redefinió de manera importante la misión de la Iglesia y su lógica de parti-


cipación social.

En 1923 se había formado el Secretariado Social Mexicano (SSM), pione-


ro de la educación para la participación social y la democracia; en 1928
había padecido diversas vicisitudes durante la guerra cristera y fue virtual-
mente clausurado por la policía. Con la incorporación del padre Pedro
Velázquez al SSM en 1941, siguiendo el modelo de la Acción Católica de
Bélgica, se empezaron a desarrollar más organizaciones sociales interme-
dias, independientes tanto del gobierno como, progresivamente, de la mis-
ma jerarquía católica.8

Es importante mencionar que estos lugares de relativa autonomía, las


universidades y la Iglesia Católica, se hacían por tanto parcialmente here-
deros de tradiciones de crítica y de lucha que tenían otros orígenes, tales
como las luchas anarquistas, que generaban movimientos vinculados a la
iglesia católica y a grupos de profesionistas.
El Secretariado Social Mexicano fue una instancia de la Iglesia Católica
en el que se fraguaron diversas iniciativas con características de indepen-
dencia del Estado, que serían germen de lo que después se constituiría como
ese poder que llamamos sociedad civil. Ya en los años sesentas, inspiradas

por la iglesia católica, pero ya orgánicamente independientes de ella, na-


cieron en este período varias organizaciones, que en calidad de asociacio-
nes civiles, uniones, organizaciones sectoriales, frentes, cooperativas y otras,
con el concurso de diversos profesionistas y con consejos directivos y es-
tructura organizativa propia, a menudo incluyeron en su nombre su ca-
rácter orientado a la problemática social o al desarrollo [...] todas estas
organizaciones se fueron asumiendo como autónomas de la jerarquía ecle-
siástica, establecieron sus propios órganos de dirección, aunque conserva-
ron vínculos fraternos y de colaboración con los asesores del SSM. 9

Es necesario recordar que por esos años se publicaban las nuevas orien-
taciones de la iglesia católica a partir del Concilio Vaticano II, q u e darían
nacimiento a la Teología de la Liberación. Ésta se constituyó en uno de los

8
ídem, p. 82.
9
Ibid., P. 89.

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C O N V E R G E N C I A S

bastiones más importantes, en el campo eclesiástico, de las tendencias de


trabajo a favor de las capas más desfavorecidas del país, y de una participa-
ción social de núcleos católicos mucho más comprometida con las mayorías.
En el campo de las iglesias, no debemos descuidar, en términos de la
génesis social de las formas actuales de la "sociedad civil", la participación
de grupos e iglesias distintos a la iglesia católica. Así,

A partir de demandas de género, o de la iniciativa de las iglesias evangélicas


surgieron también otras organizaciones: Comunicación, Intercambio y De-
sarrollo Humano en América Latina (CIDHAL, 1969), en Cuernavaca; Igle-
sia y Sociedad en América Latina (ISAL, 1969); y en el campo del ecumenismo
el Centro Coordinador de Proyectos Ecuménicos (CECOPE, 1969) y el Cen-
tro de Estudios Ecuménicos (CEE, 1970) en el Distrito Federal.10

Por su parte, en los gérmenes de la nueva sociedad civil q u e se manifes-


taría más definitivamente a partir de 1985, encontramos también la lucha
de los ferrocarrileros en 1958-1959, con demandas básicas de democracia
sindical, así como los movimientos de médicos, telegrafistas y maestros
durante los años sesentas, los cuales fueron duramente reprimidos y sus
líderes encarcelados por el delito de "disolución social". En este período,
debemos recordar también la lucha en el terreno electoral del Dr. Salvador
Nava, en San Luis Potosí, que "encabezó un importante movimiento cívi-
co contra el centralismo, que más adelante sería visto como la raíz de un
nuevo paradigma de la dignidad y de la lucha ciudadana". 11
C o m o lo ha documentado Ilán Serna, 12 la universidad ha sido un mag-
ma permanente de luchas opositoras frente al régimen instaurado a partir
de la Revolución Mexicana. De 1953 a 1968, se habían dado 22 interven-
ciones militares o policíacas en instituciones de educación superior en el
país. 13 Sin embargo, es claro que el movimiento estudiantil y popular de
1968 fue el parteaguas que planteó un nuevo período para las relaciones
sociales y políticas de nuestro país. Más allá de la derrota por represión del

10
Ibid, p. 90.
n
Ibid, p. 9 1 .
12
Cfr. Scino, I., "La oposición estudiantil: ¿una oposición sin atributos?", Cuadernos de
Investigaciones Educativas, n . l l , Departamento de Investigaciones Educativas, Centro de
Investigaciones y Estudios Avanzados, Instituto Politécnico Nacional, México, 1983.
13
Cfr. Ibid.

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propio movimiento y de sus demandas, lo cierto es que sus efectos sobre el


tejido social en nuestro país han sido en muchos casos definitivos. A partir
del movimiento de 1968, se fortalecieron las iniciativas autónomas e inde-
pendientes de muchos grupos sociales, tales como grupos campesinos,
movimientos sindicales, juveniles y urbano-populares.
Otras fuentes que alimentarían el fortalecimiento de iniciativas sociales
autónomas e independientes del poder gubernamental serían las guerrillas
de los años setenta, y en especial los grupos y procesos imbricados en la
educación popular, inspirada en los trabajos de Paulo Freiré en Brasil.

La emergencia de la "sociedad civil"y las nuevas formas de participación social

La gran crisis económica mundial que se manifestó en nuestro país desde


fines de los años setentas fue el contexto en el que el trabajo de diferentes
grupos de la sociedad civil fue "ganando terreno", y estos grupos se consti-
tuyeron como una tuerza política que poco tiempo después no podría ser
ignorada por el Estado.
Un momento fundamental de este proceso fue la acción autogestiva de
la población para hacer frente al desastre producido por los terremotos de
1985 en la Ciudad de México. La reacción de la gente frente a la emergen-
cia muy pronto pudo situarse alrededor de dos conceptos básicos que sur-
gían de la acción: la solidaridad y la autogestión de la sociedad civil.
Varios autores han apuntado ya algunos elementos que pueden explicar
esta reacción de la gente. Efectivamente, ciertas formas de organización
cotidiana de la población alrededor de los barrios, clubes deportivos, ban-
das de jóvenes, vecindades, etc. se activaron para enfrentar la emergencia.
Vínculos sociales que estaban fuera del campo de visibilidad de un Estado
-más preocupado por las reformas macroeconómicas que por las profun-
das modificaciones que ya para entonces estaban presentes en el tejido so-
cial-, se manifestaron bajo el signo de la solidaridad. La reacción solidaria
de la gente muy pronto enfrentó, con éxito, las medidas gubernamentales
para hacer frente al desastre. Sin embargo, esta fase autogestiva suponía un
proceso que no se detuviera en la atención a los damnificados, sino que
garantizara la participación en las políticas y labores de reconstrucción de
la ciudad. En dicho contexto las OCPD fueron la estructura organizativa
más cercana, que permitía el acceso de grandes grupos sociales a la defini-
ción de políticas de vivienda acordes con las demandas sociales que se ma-

240
C O N V E R G E N C I A S

nifestaron en el momento. Así, se dibujaba una tensión entre los esfuerzos


gubernamentales que, con la expropiación del concepto de solidaridad a
favor de su programa, intentaba mantener el predominio de una lógica
excluyente, y la labor necesariamente articulada de una serie de ocpd que
intentaba, con el apoyo de amplias franjas sociales, hacer una definición
más amplia y participativa de los proyectos de reconstrucción.
A nuestro juicio, las repercusiones políticas de los eventos vividos du-
rante 1985 fueron el antecedente inmediato de la crisis político-electoral de
1988, que se saldó con el gran fraude electoral que llevó a la presidencia a
Carlos Salinas. El movimiento cardenista, el movimiento navista, el resque-
brajamiento del monolito priístia que terminó con la salida de algunos de
sus miembros más influyentes, permitieron la ampliación del campo
de posibilidades que alimenta la imaginación social.
Es necesario destacar que en esta emergencia, la sociedad civil es ya una
sociedad fortalecida, una estructura forjada por largos años de luchas en
diferentes planos y desde diferentes esquemas organizativos, ideologías y
proyectos de sociedad.
Pero uno de los elementos que sobresalen en este panorama, es que las
perspectivas de transformación posible se ampliaban fuertemente. Así, para
1988 era posible presentar una batalla electoral sin la perspectiva de una
oposición obediente a los dictados del sistema político. Los asesinatos de
Colosio y Ruiz Massieu en la década siguiente mostraban ya la decadencia
definitiva del partido de Estado, y con ello la inauguración de un nuevo
juego político en pleno proceso de institucionalización de las OCPD en redes.
A esta ampliación de la imaginación colectiva, aportó decididamente el
levantamiento zapatista una serie de elementos que aún se encuentran en
proceso de definición para un proyecto de sociedad, distinto al impuesto
desde el Estado desde hace más de dos décadas.
La emergencia de la "sociedad civil" a partir de los terremotos de 1985
puede considerarse como un punto importante de inflexión en su proceso
de institucionalización, a partir de la estructura organizativa que presenta-
ban las ONG. Si la movilización social, resultado no sólo de la emergencia,
sino también del descontento de las políticas que dominan al país desde
hace dos décadas, así como del trabajo constante de sindicatos, partidos,
movimientos sociales, movimientos juveniles y urbano-populares, OCPD,
parte de formas organizativas cotidianas y microsociales, pero encuentra en
el ámbito no-gubernamental su espacio de organización, también es cierto
que estos organismos no-gubernamentales, especialmente las OCPD, las

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organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos, etc., reci-


birían el impacto de esta nueva movilización social.
Así, las ocpd, que venían trabajando en campos o temáticas más o me-
nos delimitadas, tuvieron que enfrentar una demanda de ampliación de su
campo de acción, que incluiría una participación francamente política en
los espacios de decisión de las directrices gubernamentales en torno al em-
pleo, el TLC, los procesos asistenciales, etc. La configuración de este nuevo
actor político obligaba también a un acelerado proceso de articulación,
cuya forma predominante fueron las redes, como forma privilegiada para
su institucionalización.

Movimientos sociales, participación e imaginario

El primero de enero de 1994, el día en que nuestro país entraba triunfal-


mente a constituirse como país primermundista, enmedio del triunfalismo
salmista, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional declaraba la guerra al
Ejército Mexicano, invadía algunas ciudades y poblaciones chiapanecas y
difundía el primer manifiesto de la selva lacandona. La trascendencia del
hecho no sólo fue su significación como ruptura de un estado de paz social
que el Estado se había esforzado en mantener como fachada, en un país
que ya no podía seguir tolerando su empobrecimiento, sino también la
apertura de un espacio imaginario, que hasta entonces se había mantenido
obturado para cualquier posibilidad de cambio más o menos sustantivo
para la mayoría de la población.

La intensidad y la virulencia del movimiento zapatista, de su levantamiento


armado, así como la sabiduría y estrategia política que se manifestó en sus
primeras semanas, permitieron nuevamente generar un eco de las más o m e -
nos recientes experiencias sociales de los terremotos, pero sobre todo en el
contexto de un distanciamiento con el sistema político mexicano. La propa-
ganda y el autoritarismo oficial, en todas las instancias institucionales, encon-
traron en el movimiento zapatista su límite, un límite que rápidamente se
transminó en el imaginario colectivo. El EZLN llegó a ser, en su m o m e n t o , el
más eficaz ombudsman de la sociedad mexicana contra el Estado.1'*

Mañero, R., "Las elecciones en el imaginario.social mexicano", en González, M. y


Delahanty, G. (coord), Psicología política en el México de hoy, UAM, México, 1995, p. 112.

242
C O N V E R G E N C I A S

Los efectos inmediatos del levantamiento zapatista no tardaron en lle-


gar. M u y pronto diferentes movimientos sociales, grupos intelectuales, or-
ganizaciones de todo tipo se vieron obligados a tomar una postura en el
conflicto. C o m o lo reconocieron los zapatistas, fue la sociedad civil quien
detuvo el enfrentamiento armado, y obligó a las partes a sentarse en la mesa
de negociación.
Sin embargo, los efectos más importantes los localizaríamos en el ámbi-
to imaginario:

El levantamiento en Guapas tuvo la virtud de ampliar enormemente las


posibilidades de imaginar un nuevo país. A los pocos meses, el asesinato
de Colosio rompía de plano el tabú generado desde hacía 60 años en torno
a los candidatos oficiales. Poco a poco, los efectos combinados de estas
tragedias tenían el efecto de sacrilegios cometidos contra los elementos
más 'sagrados' del sistema político... lo que de inicio era un sacrilegio, se
convirtió en una verdadera secularización del espacio político. En adelan-
te, la política sería demasiado importante para dejarla en manos de los
políticos.15

La fuerte movilización social de las últimas dos décadas ha dejado como


saldo un país con una configuración social y política fuertemente transfor-
mada. La modernización del país sigue siendo la arena en donde se con-
frontan los más distintos proyectos políticos.
Desde esta perspectiva, la participación social se encuentra anclada en
espacios imaginarios q u e otorgan sentido a dichos proyectos. Las labores
promocionales de las OCPD podrían estar definidas por esa característica:
más que paliar los efectos desastrosos del modelo de desarrollo impuesto
para el país, orientan su acción a partir de proyectos de transformación
social de muy diversos orígenes. Pero todas tienen eso en c o m ú n : la exis-
tencia de un proyecto que se supone el rebasamiento de la situación actual.
Es desde este campo imaginario desde donde puede construirse una noción
de futuro, y consecuentemente la propuesta de un proyecto de sociedad
que, como lo plantea Ardoino, es necesariamente impreciso. Toda cons-
trucción de futuro juega, necesariamente, con elementos míticos y religio-
sos que, de manera secularizada, orientan la construcción de u n a concien-
cia colectiva y de la disposición a la acción. Es en la construcción de futuros

15
Idan, p.113.

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T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

que la colectividad encuentra su espacio privilegiado de existencia en tanto


tal. De allí que la estrategia del Estado sea, necesariamente, la destrucción
del vínculo solidario como garantía para la proyección de un eterno presen-
te que garantice su reproducción.
Existe así una lucha en el campo imaginario que no es desdeñable. Por
una parte el Estado y los grandes grupos conservadores, en el cual el futuro
está ya a la vista, diseñado a partir de nuestro ingreso en el primer mundo
(a pesar de que para ello haya que sacrificar y enviar a una. grave pobreza a
más de la mitad de la población). Este futuro es un futuro subsidiario de la
gran utopía liberal, un futuro calcado sobre el modelo del capital financie-
ro internacional. Esta idea de futuro, en palabras de Zemelman,' 6 resulta
ser una proyección hacia adelante del propio presente, una eternización del
presente y, con ello, la cancelación misma del futuro como construcción
imaginaria.
Desde los movimientos de transformación social, los proyectos y uto-
pías que construyen el futuro son múltiples y en ocasiones bastante contra-
dictorios (aunque no por ello debemos desdeñar sus complementariedades).
Grupos sociales de defensa de los derechos humanos, grupos ecologistas,
partidos políticos y movimientos sociales construyen sus propios mitos y
proyectos. Y, sin embargo, no contamos ya con un referente (como en su
momento lo fue el marxismo y el socialismo) que pueda dar nombre a esa
sociedad soñada, a ese futuro que queremos compartido. En toda su im-
precisión característica, este futuro que se prefigura en los proyectos y pro-
fecías de los diferentes movimientos estaría marcado por dos características
principales: son incluyentes y suponen la pluralidad. La consciencia de la
exclusión social producida por las políticas neoliberales en nuestro país se
ancla así en los ecos de una memoria colectiva de movimientos y eventos
sociales, signados por una mitología que tiene características de ciertas pro-
fecías milenaristas, y tiene como viático una estructura organizativa reticular,
cuyos modos de acción nos remiten a viejas tradiciones de acción social en
el país, cíclicamente actualizadas y reactualizadas a partir de eventos y rup-
turas de fuerte carga simbólica: éxodos por la democracia, marchas y plan-
tones, bailes y fiestas por la democracia. Perspectivas escatológicas y mile-
naristas secularizadas, aunque, según Desroche:

16
Cfr. Zemelman, H., "Subjetividad y sujetos sociales", en El Agora, n. 3, Subjetividad y
Filosofía, UAM-Xochimilco, México, abril de 1997.

244
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La manifestación histórica de tales fenómenos —fenómenos religiosos en


q u e estalla una sociedad o fenómenos sociales en q u e estalla u n a religión—
se deja detectar en una doble población: la de los milenarismos utópicos y
la de las utopías milenaristas. A decir verdad, y si consideramos el proceso
a largo plazo, se trata sin duda de una única población diversamente acen-
tuada, al representar la segunda probablemente una simple secularización
de la primera, lo que evidentemente no basta para inmunizarla de u n a
implicación religiosa. Un milenarismo secularizado no por ello deja de ser
un milenarismo; simplemente ha pasado de su 'forma sagrada a su forma
'no sagrada', para utilizar los términos de Marx. 1 7

La delincuencia y el modelo estatal18

La decadencia del sistema político y social que imperó en el país desde hace
más de 60 años, ha producido, con el deterioro de sus instituciones, con la
imposición de políticas excluyentes de la participación en la vida social y en
los beneficios del desarrollo económico, un fuerte aumento de la delin-
cuencia. En la capital, así como en las ciudades más importantes, el
narcotráfico, los asaltos, secuestros, homicidios, etc., son el pan de cada
día. Sin embargo, la característica quizás más alarmante de estas formas de
delincuencia, es la violencia exacerbada con la que los delitos son llevados a
cabo, así como la impunidad prevaleciente.
Normalmente, el acto delictivo es definido como una transgresión a
una norma jurídica, que traería como consecuencia la imposición de una
pena o castigo al delincuente, así como su sometimiento a un proceso de
rehabilitación o-readaptación social que debería dejarlo en condiciones
de reintegrarse a la sociedad.
Desde hace tiempo, diversas corrientes criminológicas han tratado de
explicarse el comportamiento delictivo. Así, hay quienes lo atribuyen a
características individuales innatas o adquiridas, pero claramente iden-
tificables en el individuo infractor, y por otro lado hay quienes atribuyen

17
Desroche, H., Sociología de la esperanza, Herder, Barcelona, 1976, p. 184.
18
La información sobre las diferentes tendencias criminológicas la hemos extraído de los
diferentes trabajos de Víctor Alejandro Paya, realizados en vistas a la preparación de su tesis
de doctorado sobre la dinámica carcelaria, en el Doctorado en Ciencias Sociales de la
UAM-Xochimilco (nuestro agradecimiento a sus aportes).

245
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

dichas conductas a las condiciones sociales que obligan o inducen a los


individuos a la transgresión.
Desde la teoría política, la delincuencia también puede ser entendida
desde diversas perspectivas. Por una parte, la teoría política clásica entiende
la delincuencia como una forma de ruptura del orden jurídico, violación
de un pacto social que es condición elemental para la convivencia social.
En la medida en la que el pacto social exige la obediencia de todos los
individuos, el individuo que lo viole se hará acreedor a una sanción. Todo
individuo es responsable por igual frente a la ley, por lo cual quien la viole
se coloca en un lugar de irresponsabilidad e irracionalidad. Aquí, lo que
importa no es tanto el sujeto social, cultural o psicológico que viola la nor-
ma. Se trata más bien del sujeto responsable o irresponsable frente al orden
jurídico. El acento está puesto en el acto violatorio, no en el sujeto. Esto
permite, por un lado, el establecimiento de criterios claros en torno al pro-
blema del crimen, sus atenuantes y sus agravantes, pero por el otro, deja
intocadas las causas que provocaban la conducta o el hecho delictivo.
En un segundo momento, el positivismo intentaría llenar la laguna que
dejaba intocada el derecho. El individuo transgresor no podía seguir siendo
estrictamente responsable. El análisis de la situación particular del delin-
cuente, los motivos de su acto, matizaban su grado de responsabilidad.
Esto permitió que se cuestionara el concepto del individuo como
abstractamente equiparable, y el análisis se desplazaría del acto de transgre-
sión al sujeto transgresor. Y este desplazamiento trajo consigo implicaciones
importantes. Abre el proceso penal a especialistas no jurídicos y la pena
empezará a considerarse en función de su valor rehabilitador. Sin embargo,
la perspectiva positivista era complementaria de la teoría clásica. Nada más
que a la noción de responsabilidad de la primera^, la segunda añadía la de
peligrosidad. El transgresor ahora era responsable y peligroso, por lo cual el
discurso penal, el discurso psiquiátrico y el de la naciente criminología
convergen en el propósito de la defensa social. Frente al irresoluble proble-
ma jurídico de la inimputabilidad, la psiquiatría y la criminología propor-
cionaban el concepto de peligrosidad, por lo cual el delincuente inimputable
no podía quedar eximido de su responsabilidad. Frente a la noción de pe-
ligrosidad, y frente a la realidad de la existencia de personas incorregibles,
la defensa social desemboca necesariamente en la supresión del transgresor,
sea a través de su aniquilamiento o de su encarcelamiento a perpetuidad. El
positivismo presenta así, a través del desplazamiento de su objeto del delito
al delincuente, la posibilidad de inicio de la criminología. El tema de la

246
C O N V E R G E N C I A S

transgresión deja de ser un asunto eminentemente jurídico y se desvincula


del funcionamiento y de la teoría del Estado. Sin embargo, desde esta pers-
pectiva lo que aparece es el ocultamiento de la lógica clásica de la responsa-
bilidad a través de la noción de peligrosidad, y el desdén sobre las causas
estructurales que diferencian a los hombres y las condiciones desde las cua-
les aparece la conducta delictiva.
La perspectiva sociológica del delito proporcionó un cambio de óptica
que revolucionaría la comprensión de la conducta delictiva. Durkheim
consideró al delito un hecho social consustancial a las sociedades, útil para
la evolución normal de la moral y el derecho.19 Desde entonces, en tanto
agente regular de la vida social, el delincuente debería ser analizado en
función de las situaciones sociales capaces de producir delincuencia. Para
este autor, el delito cumple una función bien determinada, y es considera-
do un fenómeno de regulación que, incluso, podría adelantar los cambios
posibles en la sociedad. A partir de esta postura, sociologías funcionalistas
e interacciónistas profundizarían en las condiciones sociales de producción
de delincuencia, y describirían con nitidez los efectos de estos procesos
tanto en las formaciones sociales como en los individuos que la ejercen.
Con las teorías sociológicas, el individuo delincuente aparecería básica-
mente bajo el rubro de la desviación, y Merton se encargaría de atenuar
definitivamente la carga peyorativa del concepto.20 Si bien la concepción
sociológica de la delincuencia como desviación nos permite salir de la idea
del delincuente como un ser radicalmente asocial o antisocial, una especie
de parásito, un cuerpo extraño e inasimilable, parafrasando a Durkheim,
las ideas de estabilidad, de regulación, de innovación inclusive, desde las
cuales es entendido el fenómeno -y de allí su condición de desviación-,
tienden a ocultar la complejidad de su constitución íntima, y con ello su
desarrollo en el tiempo, su historicidad.
Más cerca de nosotros, el interaccionismo simbólico inició un trabajo
sobre los significados del "etiquetamiento" de las poblaciones desviadas, y
puso de manifiesto la complementariedad de las conductas desviadas con
los órganos institucionales de su tratamiento. Desde esta perspectiva
interaccionista, se pudo vislumbrar por vez primera el amplio campo de
significación desde el cual era posible también analizar las conductas des-
viadas, incluidas las delictivas.

19
Cfr. Durkheim, E., Las rcglrn del método sociológico. Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1979.
20
Cfr. Merton, K.R., Teoría y estructura sociales, FCE, México, 1984.

247
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

Seguramente, en este breve recuento de las aproximaciones al problema


de la delincuencia hay muchos estudios y perspectivas que no han sido
mencionados. Hemos querido únicamente poner en relieve aquéllas que
corresponden a una génesis teórica del concepto de delincuencia, para re-
saltar un elemento que nos parece ausente de dichas perspectivas, y que
consideramos de importancia en la reflexión sobre este campo: las caracte-
rísticas que podemos elucidar de los procesos imaginarios que acompañan
a esta práctica social, que revelan la exacerbación de la violencia estatal en
un proceso de adecuación a las condiciones imperantes, a través de la can-
celación de las perspectivas de construcción colectiva del futuro.

El proceso de constitución de la delincuencia actual

Nos preguntamos si la delincuencia va aparejada a la violencia. Nos pre-


guntamos si ya se perdió esa especie de ética que permitía que un ladrón
robara sin ser percibido, que escondía su acto, que el ejercicio de una vio-
lencia física sobre su víctima era la constatación del fracaso de su formación
como carterista, como asaltante de domicilios, como robabolsos.
Ahora la delincuencia está indisolublemente ligada con la violencia. En
los asaltos se ejerce una tortura innecesaria. Los secuestros, aunque sean
express", suponen una dosis de golpes y torturas, así como amenazas sobre
la integridad personal y de las familias. Nos preguntamos si el objeto de la
acción delincuencial es precisamente obtener los beneficios materiales (di-
nero, un auto, una venganza, la satisfacción sexual), o el ejercicio de un
poder (especialmente patente en el caso de los violadores), el ejercicio del
terror, la capacidad de generar temor en los otros como condición para la
existencia social del delincuente.
Hasta el momento, el derecho y las ciencias sociales, como hemos podi-
do revisar más arriba, han trabajado sobre un objeto, que es el individuo
desviado, el individuo transgresor, el delincuente. Éste es explicado desde
diversas perspectivas, pero siempre se impone la idea de que es un indivi-
duo el que transgrede y quien, en todo caso, debe ser susceptible de ser
penalizado. Si bien un hecho delictivo pudo ser perpetrado colectivamente,
organizadamente, la responsabilidad'únicamente puede ser asignada de ma-
nera individual, en función de la transgresión que cada uno de los indivi-
duos haya realizado en el acto colectivo. En esta determinación, lo que se
escapa es precisamente la representación del colectivo, la institución de una

248
C O N V E R G E N C I A S

instancia imaginaria en el colectivo delincuencial que, entonces, se vuelve in-


visible para el derecho y, desde allí, para el discurso criminológico.
La hipótesis que queremos sustentar es que las formas actuales de delin-
cuencia, que ya casi siempre son formas organizadas, responden a un pro-
ceso de formación, de constitución, que debe entenderse como un proceso
histórico que supone la participación de varias generaciones, que va to-
mando la forma de una institución social, que involucra a amplias capas
sociales, y que resulta una institución paralela y complementaria a otras
implementadas por el Estado, que podrían ser englobadas por la denomi-
nación de Pedagogías-Terror.2*
La cuestión aparecería como si la delincuencia actual estuviera acompa-
ñada de un rapidísimo cambio de valores, de valoración social de los ele-
mentos sustantivos de la vida cotidiana, y en primer lugar el valor de la
vida. La vida, la tranquilidad, el valor del trabajo como formación de seres
humanos, el valor de la honestidad y de la honradez, la dignidad, repenti-
namente perdieron importancia, y los actos más ruines, actos de crueldad
inimaginable, se perpetran una y otra vez, sin el menor sentimiento de
culpa. Quizás la culpa apareciera en tanto culpa social, en la medida en que
cotidianamente sabemos de la existencia de este tipo de delitos, en la medi-
da en que poco a poco nos adaptamos y nos vamos acostumbrando a la
idea de que, en las sociedades modernas, la realidad de la convivencia es así.
No son pocos los amigos, los compañeros de trabajo, los familiares, que
optan por la huida, pensando que el problema se encuentra claramente
localizado. Y posiblemente tengan razón, pero ¿por cuánto tiempo?
Desde algunas perspectivas, especialmente desde formas de psicología y
psicoanálisis social, podríamos hablar de patologías sociales. La explicación
de la anomia de Durkheim es insuficiente. Es como si hubiera una enorme
epidemia de sociopatías o psicopatías, que nos revelarían las disfunciones y
la crisis del entorno familiar en la constitución psíquica de los individuos.
De cualquier manera, nuestra representación del sujeto delincuente sigue
organizada desde la forma despótica: es el individuo que atenta contra la
integridad del soberano, sea éste el rey o el pueblo. Esta forma de represen-
tarse al sujeto de la delincuencia está fuertemente determinada por la con-
cepción social que emana del derecho. Así, en una sociedad basada en el
"pacto social" entre individuos, el lugar del colectivo aparece siempre esca-

21
Cfr. Villamil, R., El imperio de lo siniestro o la máquina social de la locura {inimeó).

249
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

moreado por la figura del Estado. Único garante legítimo de la colectivi-


dad, el Estado es el depositario del poder colectivo, sólo él puede ejercer
legítimamente la violencia, contra todo aquél que viole las normas emana-
das del "pacto social".
Sabemos, intuimos desde la escucha y la lectura de los diarios, que la
violencia delincuencial es directamente proporcional a la violencia estatal.
Sospechamos, como todo mundo, que debe existir algún tipo de acuerdo,
alguna forma de connivencia entre el Estado y las organizaciones delictivas.
Sabemos que el crimen violento no es perpetrado por personas aisladas,
desvinculadas, por "locos" poseídos por quién sabe qué tipo de crueldad.
Al contrario, la nueva criminalidad está altamente organizada, funciona
como maquinaria de reloj, dispone de alta tecnología y de estrategias, tác-
ticas y logística dignas de un aparato especializado. A diferencia de la cri-
minalidad más anticuada, no está determinada por movimientos pasionales
ni por la emoción, sino que los elementos racionales predominan en su
acción y en sus perspectivas. Esto plantea a la delincuencia moderna como
una institución, como una institución social que define a su propio sujeto,
el delincuente, y su víctima, siempre anónima, despojados de cualquier
sensibilería e implicados en un movimiento cuya trama escapa a todos los
actores.
El circuito de esta institución abarca diversos dispositivos y estableci-
mientos. Juzgados, familias, policías, procuradurías, medios de comunica-
ción, estructuran un proceso en el cual la idea del "pacto social" resulta
sospechosa, encubridora. Ya no son los policías enfrentados a los ladrones.
Ahora se trata de un juego complejo, de una práctica social instituida cuyo
objeto, evidentemente simbólico, se sitúa fuera del campo de visibilidad
directo de los actores.
En el juzgado se encuentran los acusados tras la "rejilla de prácticas", el
juez, el secretario, la mecanógrafa, los testigos, las víctimas directas o indi-
rectas y, un poco más allá, a la vista de todos, tras una barra que distingue
a los actores del proceso y los espectadores, los familiares de los detenidos,
los policías. Se inicia el acto judicial. El apoyo de los familiares de los
detenidos es patente. Una quinceañera, posiblemente hija o sobrina de uno
de los acusados, levanta el pulgar en señal de triunfo. El niño de 5 años es
azuzado por la madre: "¡Allí está el hijo de la chingada que encerró a tu
padre!" Este> rabioso por la afrenta del policía, responde: "¡Lo voy a matar,
lo voy a matar!" Un viejito, acompañado por su compañera, espera pacien-
temente sentado en un rincón de la sala del juzgado. Observa detenida-

250
C O N V E R G E N C I A S

mente a los actores del proceso. Una gran cantidad de familiares de los
acusados (que son varios), se dedican a amenazar a los testigos. Después
del juego de miradas, del reconocimiento de los actores, se inicia el proceso
de la intimidación. Ahora doble intimidación, puesto que la presencia de
la policía, sin armas, vestidos de civil, son la otra cara de la misma moneda.
Esta escena es más corriente de lo que podría suponerse. Hay una inver-
sión evidente: los detenidos son ahora las víctimas de una acción policíaca.
Está suficientemente demostrada su culpabilidad. Sin embargo, lo que exas-
pera es que, en esta ocasión, el delito haya tenido consecuencias, no haya
quedado impune. Aunque sólo fue parcialmente castigado, ya que los res-
ponsables de la seguridad de la víctima siempre quedarán sin castigo, su
irresponsabilidad no será objeto de punición. La madre, el hermano, el
delincuente, no muestran vergüenza ni culpa alguna. La emoción predo-
minante es la rabia, la rabia contra el juez, contra la policía, contra los
testigos. Con la víctima y sus representantes, al contrario, parece haber una
sencilla indiferencia.
Todo hace parecer que, frente a esta inversión de sentido, nos encontra-
mos con un hecho insólito. Un grupo social, una familia ampliada, parti-
cipa de los mismos elementos emocionales, de la misma estructura colecti-
va que permitió que se prepetrara el crimen. Todos ellos, posiblemente,
están de cierta manera implicados -en el sentido jurídico del término- en
la elaboración y comisión de la falta. Habrá que esperar que crezca ese
niño, habrá que ver quién toma el relevo de los encarcelados, en esta forma
francamente moderna de producción del crimen. Quizás, aunque no por
ello sea desdeñable, no se trate tanto de la ganancia económica que reporte
la serie de asaltos. Se trata, más allá de este elemento funcional de la insti-
tución, que supone una organización, una estrategia, una logística, de es-
tablecer un lugar, un territorio, una forma de existencia social a partir de su
adaptación-adecuación a las formas modernas de concebir al individuo, al
sujeto de nuestro sistema social y cultural. Y se trata, también, de dejar
claramente establecido que las reglas del juego han cambiado, que estamos
en la "ley de la selva" (aunque en la selva jamás se haya perpetrado la forma
de violencia y crueldad que asegura nuestra sociedad moderna), que la
lógica colectiva de la "ley del más fuerte" se impondrá, acorde a las leyes del
mercado y de la globalización.
Generaciones atrás, si preguntábamos cuál sería la emoción predomi-
nante de los familiares del delincuente, ésta era, con toda seguridad, la
vergüenza. ¿Qué sucedió, entonces, en este periodo? Indudablemente, el

251
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

efecto desgastante de las condiciones de vida adversas juega un papel im-


portante en el fenómeno, pero no lo agota. La pérdida de los valores, la
ignorancia, la deshumanización, no son explicaciones, son más bien los
síntomas de una situación que requiere ser elucidada.
El problema aparece ahora en otros términos, inimaginables para las
ciencias sociales hasta hace algunos años. No se trata ya de saber si el delin-
cuente, ese individuo, trae consigo o está caracterizado por una sociopatía
o psicopatía, o cuáles fueron las condiciones sociales de posibilidad para
que tal o cual individuo se desviara de la norma y cometiera el ilícito con
esas particularidades. Ahora la problemática nos remite sobre las enormes
capas sociales, la gran cantidad de familias y grupos sociales implicados
-ahora en su acepción epistémica- en esta nueva institución delincuencial.
Grupos sociales marginados que han ido estableciendo, en el tiempo, las
condiciones de una práctica social de supervivencia, las condiciones de su
desarrollo cada vez más alejado del vetusto marco jurídico que ya no les
puede adjudicar una significación ética y moral, las condiciones para el
establecimiento de una red simbólica que cuenta con una organización
funcional, y con un componente imaginario que define un corte o una
redistribución de la constelación de signficaciones sociales imaginarias que
dan sentido a su acción. De estos grupos, emerge un nuevo individuo, el
individuo de nuestra actualidad, un individuo capaz de considerar a la
masa indiferenciada de la población su mercado, depredador de este merca-
do, lo explota en función de las oportunidades no sólo de ganancia, sino
también de la significación que le ofrece ese especial lugar en el mundo: los
excluidos, en su resentimiento, también tienen su lugar.
Esta institución es funcional. La decadencia del sistema político mexi-
cano, del corporativismo, del presidencialismo y del partido de Estado,
tienen en la delincuencia un revelador privilegiado de la violencia que
subtiende al control social que pudo ejercer durante 60 años. El concepto
de Estado de la teoría política clásica estalla en pedazos: el Estado no sólo
no es el garante de la paz social, del pacto social. El Estado es un Estado
cómplice, es un Estado delincuente. Frente a la génesis ideal del Estado
planteada por Hobbes, se nos presenta la realidad de un Estado de origen
despótico, cuya violencia no es el resultado del pacto social, sino de su
proyecto de dominación. La decadencia de las instituciones centrales del
sistema político mexicano desenmascara la naturaleza despótica del Estado
mexicano. Pero este moderno despotismo tiene sus peculiaridades.

252
C O N V E R G E N C I A S

La lógica neoliberal, las nuevas tecnologías de dominación, se caracteri-


zan por incidir directamente en el vínculo social, en el intento de enfrentar
cualquier posibilidad de articulación colectiva que pueda representar un
contrapoder o una resistencia al poder estatal. En México, las recientes
guerrillas en Chiapas, Guerrero y Oaxaca, han sido el laboratorio social
privilegiado para la "afinación" de una política de reducción de las resisten-
cias sociales y políticas. Las ciudades se constituyen en el objeto propio de
aplicación de estas estrategias. Se inicia, de esta manera, una verdadera
guerra civil, que no es la que enfrenta el gobierno contra la delincuencia,
sino la que enfrenta a la población con los grupos propiamente paraestatales
organizados en la institución delictiva.

La componente imaginaria de la institución delictiva

Ante la sorpresa de los actores del proceso judicial, el viejito que estaba
sentado en la esquina de la sala del juzgado saca un puro (estÁ casi debajo
del letrero que indica "no fumar"). Esta persona está a escasos tres pasos del
pasillo, en donde está permitido fumar. No obstante, enciende su puro. La
crónica periodística relata el inicio del ritual "santero" que actúan los fami-
liares, en franca intimidación contra el juez y la parte acusadora en el jui-
cio. El juez no hace nada. El ritual continúa. Diversas deidades o sus repre-
sentantes son invocados, convocados a este acto también ritualizado de la
impartición de justicia. Los familiares de los acusados invocan a las pode-
rosas fuerzas de lo sagrado para proteger a sus gentes...
La foto, publicada en un periódico,22 se titula "En Culiacán", y dice al
pie: "En la capilla en honor a Jesús Malverde, 'protector de los narcos'". En
el primer plano de la foto, aparece un señor malencarado, de la cintura para
arriba, con camiseta y camisa de manga larga (ésta cuenta con un cuello
descomunal), que tiene la mano izquierda reposando sobre lo que parece
ser una mesa, y con la derecha se levanta sus ropas para mostrar un vientre
inflamado, una "panzota" que obliga a que el pantalón se cierre debajo de
ella. A la izquierda de esta persona, sobre la mesa o altar, esti un busto que
representa a Jesús Malverde, de pelo corto negro, bigote estilo Jorge Negrete,
con camisa de faena y paliacate amarrado al cuello, peinado perfectamente
y con la apariencia de una enorme capa de brillantina, la mirada fija hacia

23
La Jornada, n. 5077, jueves 22 de octubre de 1998.

253
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

delante, sin ninguna expresión. Detrás del busto se logra ver una escultura,
que podría representar aun personaje sagrado, con angelitos debajo de sus
pies. Colgados en las paredes, hay numerosos retablos que aparentemente
son agradecimientos a Malverde por sus favores.
Estas imágenes pueden ser suficientemente evocadoras de la constela-
ción imaginaria de la que se rodean estos grupos delincuenciales. Es como
si el elemento sagrado, como si su sentimiento religioso fuese transformado
también en cómplice, sea para evadir la acción de la policía (cuando esto
fuere necesario), o para que les "vaya bien", fuera de toda consideración
moral o ética. El grupo, en tanto grupo social, ha reconstruido una dimen-
sión sagrada que aparentemente logra compartimentar, disociar, las accio-
nes en el mundo de las exigencias propiamente religiosas en torno a su
comportamiento social.
Esto no es un fenómeno nuevo. Aparece en buen número de grupos
marginados, en las cárceles, en grupos de prostitutas, etc. Sin embargo, es-
tas disociaciones, las característica propias de estas singulares dimensiones
sagradas, nos remiten más a las formas sectarias, a ciertas particularizaciones
de las formas más tradicionales y generales del sentimiento religioso. Esta-
mos más cerca de la magia negra que del ritual piadoso. Estamos más cerca
de la modalidad de posesión que del mesianismo o de la utopía. 23
De acuerdo con los planteamientos de Mühlmann, la constelación mítica
que corresponde a estas configuraciones estaría dada por la idea del "mun-
do invertido", allí donde los parias, los pobres, los marginados, ocuparán el
lugar del juez, en donde la jerarquía se invertirá, pero dejando intocados
los lugares y los valores instituidos por los grupos realmente hegemónicos.
Es una lógica del resentimiento, en donde cualquier representante de las
clases o grupos considerados opresores deberá quedar en una situación si-
milar a aquélla que generó resentimiento tan grande.
La misma configuración mitológica del "mundo invertido" que ha im-
pulsado guerras de descolonización, procesos de liberación, produce, en el
contexto de una constelación imaginaria más determinada por la posesión
(en términos de Laplantine), los efectos de una inversión imaginaria en el
presente, una lógica de grupo en el cual los "otros", la alteridad, se consti-
tuye como el lugar del pecado, de la transgresión, el lugar peligroso desde el
cual procede la agresión, porque el propio grupo no se puede equivocar:

3
Cfr. Laplantine, F:., Las voces de la imaginación colectiva. Mesianismo, posesión y utopía,
Granica, 1977.

254
C O N V E R G E N C I A S

Un e l e m e n t o esencial del mito vivido del ' m u n d o invertido' es la identifi-


cación de los despreciados y los reprobados con el pueblo elegido de Dios
[...] Los parias se proclaman élite. Invierten los valores a su favor, c o m o lo
analiza Nietzsche en un crítica del cristianismo [...] Incluso allí d o n d e se
trata de h u m i l d a d y de sumisión, es la expresión de un odio profundo: se
quiere pasar por la peor servidumbre a fin de q u e el juicio de Dios sea a ú n
más terrible. Entonces, este juicio de Dios los investirá, a "ellos", c o m o
jueces [...] es la convicción de q u e 'Nosotros, parias, somos los verdaderos
elegidos de Dios', lo que induce el sentimiento de u n a perfección d o n d e
el elegido no corre siquiera el riesgo de pecar. 24

E x p r e s i ó n d e u n r e s e n t i m i e n t o p r o f u n d o , este tipo d e g r u p o s m u e s t r a n , e n
su p r o f u n d o desprecio de la vida y de los valores p e r d i d o s , la m a r c a de m u c h a s
generaciones sacrificadas "para el b u e n f u n c i o n a m i e n t o del m e r c a d o " .

C o n c l u s i ó n : la c o n s t r u c c i ó n d e l futuro y la p a r t i c i p a c i ó n social

F u t u r o habrá siempre en la medida q u e el tiempo es infinito, por lo m e -


nos para la escala h u m a n a ; pero es distinto que cada u n o de nosotros
desarrolle una visión del futuro c o m o individuo q u e hacerlo g r u p a l m e n t e ,
p o r q u e una visión del futuro que responde a u n a lectura desde u n a subje-
tividad compartida, es fuerza. Un futuro leído en cambio sólo en cada
individuo, en el mejor de los casos, es expectativa, pero p u e d e ser frus-
trante; aquí hay un juego profundo y complejo de desvincular la visión de
futuro de la subjetividad grupal o colectiva, lo q u e significa q u e no se
p u e d e leer n i n g ú n futuro q u e no sea una simple proyección del presente,
y eso lleva entonces a que vivamos en un eterno presente, pues t o d o ya
está contenido en el presente, nada se puede imaginar c o m o diferente a
aquello q u e ya se está haciendo en el presente; podrán variar las fórmulas,
podrán variar los diseños, podrán variar, por ejemplo, los satisfactores de
las necesidades, pero la lógica ya está planteada de u n a vez y para siempre.
Ese es el colapso de la utopía, es ¡nmovilismo, pero el inmovilismo es un
inmovilismo aparente, en el fondo es la perpetuación del presente y ese

24
Mühlmann, W.R., Messianhmes révolut'wnnahes du Tiers Monde, Gallimard, París, 1968,
pp. 264-266 (traducción de RM).

255
T R A M A S . S U B J E T I V I D A D Y P R O C E S O S S O C I A L E S

presente tiene una dinámica interna, la dinámica que le imputan sus acto-
res, porque tampoco podemos llevarnos a engaño. El presente eterno, per-
petuo, que se autorreproduce tiene actores; el problema está en quiénes
son esos actores y aquí es donde comienzan las dificultades.'5

En este ensayo, hemos tratado de contrastar, a partir de la temática de


los grupos civiles y la participación social, dos formas de participación y de
constitución de instituciones sociales. La complejidad de los objetos que
hemos tomado para la elucidación de la temática no nos ha permitido más
que una primera aproximación, titubeante todavía, a una perspectiva que
puede ser fructífera en la elucidación de nuestra realidad actual: una aproxi-
mación que enfatiza la importancia de los fenómenos imaginarios que acom-
pañan a los procesos de constitución de nuevas formas sociales.
Desde esta perspectiva, hemos querido mostrar cómo la construcción
de futuros, la elaboración de nuevos proyectos de sociedad que rebasen la
condición actual de decadencia resulta fuertemente problemática. En todo
esto, la temporalidad propia de las diferentes formas de participación social
juega un papel muy importante. Entre los tiempos eternamente alargados
de la espera milenarista, a la negación de toda temporalidad que aparece en
el modelo de la posesión, se advierten otros tiempos, plagados de sufri-
miento, de represión, de lucha, de resentimientos. Nuestras instituciones
emergentes, sean nuestras alabadas ocpd o la terrible forma actual de la
delincuencia, son portadoras inconscientes de estas historias, y protagonis-
tas de un guión que ignoran en gran parte, que sólo conocen parcialmente.
Yes ésa la característica fundante de la institución: su capacidad de ocultar-
se. SÍ la utopía castoridiana tiene algún sentido es ése: disminuir la distan-
cia de la sociedad con sus instituciones, lo que quiere decir que a la
heterogestión instituida podríamos oponer, aunque sea sólo como proyec-
to, como prefiguración, la posibilidad de que la sociedad, distintos grupos
sociales, los colectivos, se vuelvan no sólo agentes, no sólo actores de una
trama que desconocen, sino autores de un guión que sólo ellos podrán
enunciar.

Zemelman, H., o¡>- cít., p. 7.

256

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