Amor A La Carta - Sabina Rogado
Amor A La Carta - Sabina Rogado
Amor A La Carta - Sabina Rogado
Sabina Rogado
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©Sabina Rogado
Todos los derechos reservados
Diseño de portada: Amparo Tárr ega
Primera edición: 24-06-2024
Paula
Paula
Bajamos del taxi en la calle Gran Vía entre risas y bromas. El bullicio de
la gente es atronador y dice mucho de la marcha que existe un sábado por
la noche, consiguiendo que las ganas de divertirse se multipliquen por mil.
La cantidad de ocio que existe en la capital es abrumadora, los
planes son infinitos y hay que elegir el que más se adecúe al estado de
ánimo en el que te encuentres. El mío, en concreto, sigue reacio a dejarse
llevar y ni siquiera el optimismo de Inés logra el objetivo marcado.
—Mira, ahí está Gus.
—Ay, madre, ¿también has invitado a Gus?
—Anda, pues claro. En el caso de que me aburra como una ostra os
tendré a los dos, ¿de qué te extrañas?
Gustavo es nuestro mejor amigo y un verdadero encanto. Los tres
nos conocimos en una fiesta universitaria y desde entonces nuestros
caminos nunca se han separado. Digamos que somos un tándem perfecto y
cuando nos necesitamos siempre estamos disponibles.
—Hola, Pauli, ya veo que la incansable de Inés lo ha conseguido.
Últimamente no te dejas ver el pelo. Por cierto, estás preciosa.
—Qué remedio, o salía o me daba la brasa toda la noche, ya sabes
cómo es —respondo abrazándome a él.
—Oye, ¿conoces a la cumpleañera? —pregunta Gus con un brillo
divertido en sus ojos.
—No.
—Ya somos dos, esta amiga nuestra es la puta ama, ¿cómo consigue
hacer lo que le da la gana siempre?
—Anda, anda, dejad de cuchichear y entremos, que no es para tanto.
—Si tú lo dices…
Al final nos dejamos embaucar por la energía de nuestra amiga y
terminamos acoplándonos al fiestón. Primero, cenamos en un restaurante
de moda y, después, terminamos la juerga en un garito que acaba de abrir
sus puertas. Lo inauguraron hace apenas unas semanas, está a reventar de
gente y los ocho que somos entramos con ganas de quemar la noche
madrileña.
Bueno, yo no tanto, y así me va. Es poner el primer pie en el
abarrotado espacio cuando tropiezo con no sé qué y termino de bruces en
el suelo.
Una, que es así de torpe en su día a día y está acostumbrada a hacer
el ridículo de manera constante y reiterada.
—¿Te has hecho daño? —se preocupa el chico que no se ha apartado
de mí desde que me lo presentaran.
—No, no, tranquilo.
Acepto su ayuda por educación y sigo con mi recorrido como si tal
cosa. Lo último que pretendo es darle esperanzas, desde el minuto uno no
hace más que lanzarme la caña y la idea de enrollarme con él no me
apetece nada de nada.
—Coged una carta —nos comenta una de las camareras al
acercarnos a pedir la primera consumición.
—¿Qué? —pregunto algo distraída—, ¿una carta?, ¿qué carta?
—La que quieras del recipiente de ahí, gordi —aclara Gus con una
sonrisa que lo delata.
Ha bebido demasiado vino en la cena y doy gracias a que yo he
optado por los refrescos, de lo contrario, se me notaría un montón.
—¿Para qué? —elevo el tono ante una multitud que acapara mi
atención.
Ni siquiera sabía que existía este local y termino fijándome en la
enorme copa de cristal que contiene un sinfín de naipes.
¿Acaso la gente que se aburre y pasa de bailar puede dedicarse a
echar una partidita tan tranquilos o qué? Porque no lo entiendo.
—El propósito es sencillo. Entre cubata y cubata tienes que buscar a
un tío que tenga el mismo palo y el mismo número que la que hayas
cogido tú, le das un beso como Dios manda y te invitan a un chupito.
Interesante, ¿verdad? —me informa con doble intencionalidad el mismo
del grupo del cumpleaños al que nos ha apuntado nuestra colega por toda
la jeta.
El pobre continúa en sus trece de enrollarse conmigo, y lo siento, va
a ser que no, así que mejor que se olvide del dichoso jueguecito y, ante
todo, de la posibilidad de que su carta y la mía coincidan.
—¿En serio? —Me hago la despistada pasando de su culo.
—Joder, chica —añade Inés echando un vistazo general. La caza
para ella ha comenzado y es imprescindible ojear como es debido antes de
decidirse por el que se llevará el gato al agua—. Cada vez son más las
veces en las que me pregunto de dónde demonios has salido. Es una simple
distracción y no hace falta que pongas esa cara de pánfila.
En ese mismo instante, una especie de bocina se oye a través de los
altavoces y los gritos se extienden a lo largo y ancho del abarrotado local
en cuestión de milésimas de segundo.
Vaya, ¿y ahora qué sucede?
—Mira y aprende —es cuanto dicen mis dos amigos señalando a una
pareja que se acerca a la barra con la intención de que les vean los
camareros.
Bien, decido hacerles caso y presto atención. No tengo ni la menor
idea de lo que van a hacer, al suponer que existe la perspectiva de que me
estén vacilando, e interpongo una distancia más que prudencial entre el
que sigue pegado a mí como si se tratara de una lapa y yo.
¡Jo! ¡Menudo plasta!
De pronto, todo se me olvida y abro los ojos como platos. La escena
que presencio a un par de metros escasos parece una broma, y nada más
lejos de la realidad, es real como la vida misma, y paso a describírtela:
En primer lugar, la pareja que se ha acercado enseña su carta con
auténtica alevosía.
En segundo, toman posición frente a la barra.
Y ya, para rematar la faena, comienzan a besarse como si no hubiese
un mañana, mientras escucho mediante una sincronía perfecta:
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco…
Y así hasta diez.
Vaya, el beso tórrido que se dan levanta las expectativas de varios de
los presentes y a la carrera comienzan a buscar a sus posibles dúos, al
tiempo que a la parejita que se ha comido los morros a la vista de todos le
sirven la recompensa que han ganado.
Bah, menuda gilipollez. ¿Y de verdad consienten dar tal espectáculo
por un trago de a saber qué?
—Venga, no te hagas de rogar y coge una. ¿Quién sabe? Puede
convertirse en tu aliada para que alguien se acerque, te bese y termine
metiéndotela hasta el fondo, que falta te hace —suelta la burra de mi
amiga como si nada.
Gus se ríe a carcajadas y no tarda en elegir una al azar. Parece que el
plan le entusiasma y suspiro con pesar. Yo, para variar, no estoy
convencida, aunque ni de coña les brindaré la oportunidad de que me
reprendan y actúo de la misma forma, fijándome de soslayo en la que me
ha tocado, para, después, guardarla en el interior de mi bolsillo trasero con
una única intención.
Asunto finiquitado, la disposición a no caer en el absurdo de
mendigar por un simple beso con cualquiera consigue que la olvide más
pronto que tarde y sanseacabó.
Vamos, ya solo faltaba, y me importa bien poco un pequeño detalle
un tanto superfluo: por nada del mundo estaría dispuesta a degradarme de
esta forma, a pesar de lo muy necesitada que estoy, y no caeré en la
tentación a costa de cualquier precio, que oye, una tiene sus valores bien
arraigados y lo que acabo de presenciar es un auténtico disparate lo mire
por donde lo mire.
Punto final.
Sin más, cogemos nuestras respectivas consumiciones y nos
acercamos a la pista de baile. Cada vez que salimos lo damos todo y es
hora de empezar a mover el esqueleto.
—Perdona, ¿tienes el dos de rombos?
—¿Qué? —pregunto con cara de idiota al tipo que acaba de
increparme cortándome el paso.
—Hija, ya te lo traduzco yo. Lo que quiere es meterte la lengua hasta
la campanilla —comenta Inés poniendo los ojos en blanco—, ¿qué parte
del juego no has entendido todavía? Este tío te ha echado el ojo y ahora
mismo está cruzando los dedos para que tu carta y la suya coincidan. ¿Lo
captas?
—No soy gilipollas.
—Pues lo pareces.
Su advertencia me cabrea y lo pago con el pobre hombre que no
tiene la culpa de nada.
—No, no tengo el dos de rombos —le corto con un tono borde donde
los haya.
—¿Y…?
—Ya te he dicho que no —le interrumpo dando media vuelta y
dejándolo con la palabra en la boca.
Supongo que la pretensión era la de entablar una conversación
conmigo para ligar, tal y como ha dicho mi amiga, y también paso de él.
Es demasiado pronto, no me ha entrado por el ojo, y, además, antes deberé
ponerme a tono con la ayuda del ron con Coca-Cola que acabo de pedirme.
Sí, lo sé, demasiadas excusas, pero es lo que hay.
—Eres una cortarrollos de cuidado —comenta Inés con un tono
enervado—. Anda, atenta. Te demostraré cómo se hace, a ver si eres capaz
de ser una alumna aplicada y copias algo de la clase magistral que voy a
ofrecerte.
Bueno, miedo me da.
Miro a Gus e intercambiamos un gesto repleto de complicidad.
Mientras, vemos a nuestra amiga sacar su carta, extender el brazo hacia
arriba para enseñarla y, una vez que varios hombres acuden a su llamada
con la misma réplica, va y sin cortarse un pelo selecciona a los cuatro
tipos que más le atraen.
Oh, oh. No se atreverá a llevar a cabo un disparate de tal calibre,
¿no?
Dicho y hecho, no hay que ser muy lista para saber que la loca de
turno no tardará en dar rienda suelta a su personalidad arrolladora y
entiendo desde el minuto uno cuáles son sus intenciones.
Por supuesto, no me equivoco.
—Joder —se parte Gus con los ojos anegados de lágrimas—, si es
que es verdad, es la puta ama.
Tal cual, lo muestra con una naturalidad innata y sin esfuerzo alguno
consigue que los elegidos la sigan como perritos falderos hasta plantarse
en el lugar adecuado.
—Esto no me lo pierdo por nada del mundo. —Se carcajea Gus
tirando de mí con la intención de obtener el mejor plano.
Ha llegado la hora de que comience el show y como tal empezamos a
contar junto al resto de los presentes.
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis…
La operación se repite varias veces seguidas, y sí, es justo lo que se
te está pasando por la cabeza. La muy lagarta se besa con todos, alargando
cada uno de los morreos según le conviene, y nada más terminar se
encuentra con cuatro chupitos ya servidos para ella sola.
¡Qué crack!
—A ver si aprendes, Paulita —es lo primero que suelta antes de
apropiarse del primer trago.
Ras. Para adentro que va entre los gritos eufóricos de media sala.
Ella solita se ha bastado y sobrado para acaparar la atención debida y se ha
convertido en lo que es. La reina de la fiesta.
¡Cómo no!
Y reconozco que hay veces que me gustaría ser como ella, su forma
de ser es la leche y soy una afortunada por tenerla en mi vida.
Sí, lo soy.
—Bueno, ¿bailamos o qué? Es demasiado pronto para perderme con
alguno y he decidido portarme bien, para un día que sales…
—¿Pretendes que me sienta culpable?
—No, lo que pretendo es que te desmelenes un poco, con eso será
más que suficiente, ¿crees que podrás? Tampoco es tan difícil.
La muy lianta sigue vacilándome a su antojo y una parte de mí se
empieza a revelar, por consiguiente, algo envalentonada, bebo con ganas,
después dejo el ron en una mesita alta que me encuentro por el camino y
voy directa, por segunda vez, a la pista de baile.
—Mmm, bien hecho. Parece que situarla contra las cuerdas es lo que
necesitaba y pinta bien —dice Gus chocando la palma de su mano con la
de Inés.
—Habrá que seguir ayudándola y hoy no se va sin catar varón, ya te
lo digo. Venga, reventémonos los pies antes de ligar, de los cuatro a los
que he besado uno tiene todas las papeletas para perderse entre mis
piernas, pero deberá esperar su turno. Lo primero es lo primero.
—Al ataqueee…
Comenzamos a mover el esqueleto al ritmo de Maluma y sigo con el
empeño férreo de no dar ilusiones a un tipo que sigue erre que erre en
cuanto a lo de querer llevarme al huerto, y ya lo he dicho antes dos veces.
No me gusta, ¿qué parte de cada insinuación sutil no ha captado
todavía?
Le doy la espalda y espero que, esta vez, se dé por aludido. Tampoco
es tan difícil, ¿no?
***
Casi una hora después, el alcohol se convierte en el inhibidor que preciso
para soltarme un poco la melena, y nunca mejor dicho. La primera copa ha
caído y la segunda va por la mitad, suficiente para quitarme la goma de la
coleta, mientras continuamos dando saltos sin parar.
Por regla general son muy pocas las veces que llevo el pelo suelto,
soy de las que opto por lo práctico y lo cómodo, y Gus e Inés lanzan el
grito de guerra que nos caracteriza cuando alguno se sale de su zona de
confort.
Bueno, miento, como ellos son mucho más extrovertidos que yo
suelen hacer y deshacer lo que les da la gana a su antojo y el grito de
guerra se ha quedado relegado a una servidora. Y oye, la que lían cuando
ocurre no es ni medio normal, tanto es así que la mayoría de las veces mis
mejillas delatan la vergüenza que me hacen pasar y todo porque las muy
puñeteras adquieren un color rojo intenso igualito a un tomate maduro a
pesar de mi rotunda oposición.
Hasta mi propio cuerpo se revela contra mí la mayoría de las veces,
¿te parece normal? Aunque, esta vez, juego con ventaja: el segundo ron se
ha convertido en un aliado y me importa todo bien poco después de
conseguir dejar atrás las semanas agobiantes de tanto estudio, y lo hago,
además, con un objetivo claro.
Pasar una maravillosa noche con mis dos mejores amigos, ¿qué más
puedo pedir?
CAPÍTULO 2
Duncan
Paula
***
Duncan
Abro los ojos poco a poco y me encuentro con una ensoñación difícil de
catalogar. El escenario es idílico, por definirlo de alguna manera sutil, y
mi afán por disponer de todos los medios a mi alcance con tal de retenerlo
en mis pupilas privilegiadas se convierte en una obsesión.
La semejanza de lo que percibo bien podría compararla a cualquier
escena de las películas románticas que tanto me gustan, tipo a Pretty
Woman, o a Dirty Dancing, y llega a rayar lo paranormal.
Sí, por supuesto que hablo en serio, y una sonrisa bobalicona acude a
mi rostro encantado por cada una de las apreciaciones que surgen por arte
de magia.
Córcholis. La sensación de encontrarme en la gloria, en mitad de un
mundo de color de rosa es veraz como la vida misma, y los vuelvo a cerrar
con una paz interior inimaginable, reacia a poner fin a unos instantes
épicos, repletos de encanto, y los cuales son los artífices de que mi
corazón se salte algún que otro latido tal y como le sucede, también, a las
protagonistas de las novelas que devoro cuando necesito desconectar y no
estoy estudiando.
¿Romántica, yo? Sin ningún tipo de duda, ¿y qué?
El sueño maravilloso que vivo en primera persona de repente parece
empeñado en diluirse a gran velocidad, y lo siento. No seré yo la que se lo
permita.
¿Cómo hacerlo cuando el mismísimo Duncan Carter está arrodillado
a mis pies mientras cura con delicadeza la herida que tengo en una parte
de mi anatomía?
Fíjate si la alucinación es real, que hasta noto el dolor cada vez que
pasa la gasa empapada de antiséptico por ella. ¿Cómo es posible?
Otro parpadeo me devuelve al espejismo ideado, esta vez cuesta un
poco más, y oye, todo se debe a la apreciación de que, esta vez, el repaso
sobre la herida escuece más de lo que debería y me mosquea.
Si en realidad se trata de un sueño…
Un momento, ¿por qué me empeño en finiquitar unas sensaciones
que consiguen ponerme los pelos como escarpias?
Ajá, es la realidad, acabo de notar sus dedos sobre mi piel erizada y
aventuro lo erótico del momento.
¿Y si pasamos al siguiente punto?
De mi boca escapa un gemido incontrolable y la punta de mi lengua
ve conveniente dar un repaso al labio de arriba. El deseo se dispone a
hablar alto y claro cuando…
—Lo siento, ¿te he hecho daño?
El susurro de una voz celestial acapara las primeras dudas que me
surgen y las silencia del tirón.
Nada ni nadie estropeará un entorno repleto de buenas vibraciones,
ya estoy yo para revelarme, y suelto por esta boquita que Dios me ha dado:
—Tú puedes hacerme todo cuanto quieras, Duncan Carter.
—¿Me conoces? —pregunta con un deje de sorpresa.
Maldita sea, ¿de verdad el sueño acaba de dar un giro radical?
¡Mierda! Lo de la cháchara estaría bien en otro tipo de escenario,
pero no ahora, cuando faltaba poco para llegar a alguna de las escenas más
escabrosas, tipo a darnos un beso, una caricia mutua o a retozar como
animales en el sillón.
¡Qué! Las necesidades de cada una son las que son y como mi
imaginación es la partícipe de ampliar la escenografía soy yo, y solo yo, la
que decide qué camino seguir y el de retozar como animales es el que más
me agrada.
El calentón sube de grados y otro gemido escapa de mi garganta. La
urgencia por aplacar el deseo que empieza a consumirme es tal que
parpadeo varias veces seguidas, lo hago con intencionalidad, emulando al
vaivén de unas pestañas kilométricas que se unen al juego de la seducción
con la disposición de pasar al siguiente nivel y…
Y nada, que no hay manera de progresar adecuadamente.
—¿Te pasa algo en los ojos?
¿¿Eh??
¿Qué me va a pasar? ¿Acaso no se da cuenta de que le estoy
lanzando mensajes encubiertos?
Y ahí sigo, simulando el aleteo de unas alas, cuando otra pregunta
consigue descolocarme por completo:
—Oye, ¿estás bien?
El nuevo interrogante me lleva a la cruda realidad y es entonces
cuando dejo de hacer el gilipollas, que es lo que estaba haciendo, y me
quiero morir al entender lo que sucede en realidad.
Mi mente, esa que estaba a por uvas, parece que por fin se da cuenta
de la historia que me he creado yo solita y, cómo no, la vergüenza me
engulle por enésima vez consecutiva.
«Oh, Dios, ¿se puede ser más ridícula?».
Seguro que si le dan un premio a la más tonta del planeta el trofeo
sería para mí, garantizado.
¿A quién se le ocurre la maravillosa idea de montar un numerito
circense delante de un tipo como aquel?
El color de mi cara va cambiando sobre la marcha, considera dejar
atrás el tono pálido de antes y en su lugar aparece uno más característico,
el cual se asemeja a un tomate maduro y las prisas por dejar de hacer la
risión acaparan cada uno de mis pensamientos.
Y así, muerta de la vergüenza, incorporo la mitad de mi cuerpo y lo
apoyo sobre los codos. En estos instantes lo de batirse en retirada cobra
una importancia trascendental y mi cuerpo debe procesarlo a la mayor
brevedad posible; se ha convertido en la única opción disponible tras el
despropósito que yo solita he creado y susurro a duras penas:
—Mmm, perdona. Debes de pensar que estoy loca o algo parecido
—manifiesto sin mirar en ningún momento la herida real de mi
extremidad inferior.
Solo falta que vuelva a quedarme inconsciente, total, el ridículo es
poco probable que adquiera tintes mayores, y sin darle opción a que
replique lo que se le pasa por la mente voy e inhalo un par de bocanadas de
oxígeno a la vez que aúno las fuerzas suficientes para dar carpetazo a una
escena surrealista donde las haya. El plan trazado es fácil, consiste en
escabullirme de un lugar repleto de un gusto exquisito a toda leche y debo
hacerlo a la de ya.
«Vamos, ¿a qué esperas?».
—Gracias por curarme la herida —le agradezco algo cohibida en un
tono suave, siendo capaz de incorporarme sin ningún contratiempo
añadido.
Y, después de todo, es un logro.
—¿A dónde crees que vas, rubia? —Me intercepta antes de que me
dé tiempo a llegar a la puerta—, te has desmayado y es pronto para…
—Podré superarlo, no te preocupes —interrumpo con un hilo de voz
que a la otra parte le sorprende.
Tanto es así que se queda paralizado, sin saber cómo actuar, mientras
salgo escopetada de allí sin prestar atención al mareo que me he
provocado a mí misma por levantarme de una manera tan rápida después
de lo sucedido.
Es lo que hay, ni muerta iba a consentir quedarme allí, y lo que sí
hago es bajar las escaleras con un cuidado extremo ante la probabilidad
real de que termine rompiéndome la crisma.
Con lo torpe que soy…
Consigo llegar a la planta de abajo sana y salva y encamino los pasos
hacia los baños ante la imperiosa necesidad de desaparecer, también de
refrescar la calorina que llevo dentro, y me propongo hacerlo sin mirar
atrás.
Las piernas me siguen temblando de la impresión que acabo de
llevarme y antes de largarme a mi puñetera casa he de recuperarme. Es mi
cometido número uno y, una vez que esté metidita en la cama, ya le daré
forma a todo lo que ha sucedido entre las paredes de este lugar.
Y como el temblor no parece dispuesto a irse así como así termino
sentada sobre la tapa del váter, maldiciendo mi mala suerte, mientras trato
en vano de normalizar una respiración a la que, cómo no, también le
cuesta demasiado llevar a cabo una rutina tan simple.
¡Qué patética soy! Otra, en mi lugar, habría actuado de diferente
manera, estoy convencida de ello, y me llevo las manos a la cara en un
gesto que delata mi estado de ánimo real.
Vaya nochecita de sorpresas, ¿eh?
¿Quién me lo iba a decir?
Al final paso más de quince minutos en el cubículo analizando la
situación y, una vez que consigo el objetivo marcado, paso de alargar más
el tiempo.
El tío que aparece en la prensa internacional como el hijo de un
matrimonio multimillonario debe ocupar un puesto importante en el local,
de no ser así no me habría llevado a ese despacho, y opto por pedir un taxi
desde el móvil.
Al menos el dispositivo sigue en el interior de mi bolsillo y no en
cualquier parte del suelo con tanta caída junta, y la fortuna se posiciona
por primera vez a mi lado.
Ya era hora.
Una persona al otro lado de la línea anota la dirección que le doy y le
hago una petición personal. Prefiero ser cauta. Solo falta que el gilipollas
que ha intentado sobrepasarse siga ahí fuera, esperando a que salga, y no
estoy para más contratiempos por hoy.
Es entonces cuando le indico a la operadora que por favor me avisen
cuando el vehículo haya llegado, reitero que es un requisito importante
debido a las horas que son, y respiro aliviada al escuchar que así será.
Bien, primer objetivo cumplido. Solo después salgo del baño y voy
directa a la pista de baile, el lugar en el que mis amigos siguen dándolo
todo sin que se hayan percatado de mis desventuras inmediatas, a menos
hasta que Gus se fija en mi pantalón rajado hasta el muslo.
—Gordi, ¿qué te ha pasado? ¿Ya la has liado?
—Un poco, pero no ha sido nada importante, Gus. Acabo de pedir un
taxi, en cuanto me llamen me voy —les informo a los dos chillando a todo
pulmón debido al sonido de la atronadora música.
—Ni lo sueñes —responde una Inés un tanto perjudicada y la cual no
ha escuchado mi alegato entero—, todavía no has ligado y…
—Ni lo haré —la corto en rotundo señalándole la herida que
sobresale—, he tenido un pequeño percance y me voy a casa. Ya tendré
tiempo de ligar cuando apruebe los exámenes.
—Pero mira que eres aburrida —rebate sin poder morderse la lengua
antes de echar un vistazo al desastre del pantalón—, vaya, ya estabas
tardando en montar el numerito, ¿qué te ha pasado?
—Ya se lo he dicho a Gus, nada importante.
—Chica, salir contigo es una aventura. Por cierto, no te habrás
desmayado, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—Joder, Pauli, pero entonces, ¿quién te ha socorrido?
—¿Qué?
—Te pregunto qué…
—Sí, sí, ya te he oído —me salgo por los cerros de Úbeda—. Ha sido
uno que está ahí arriba. —Señalo el enorme espejo con el dedo—, mañana
te lo cuento con más detalle, ahora, de verdad, solo quiero irme a casa.
—Te acompañamos.
—No, de eso nada. ¡Anda! El taxi ya ha llegado. Lo dicho, mañana
hablamos.
Sin más, me despido de ellos con sendos besos en la mejilla y salgo
disparada de un sitio al que no creo que vuelva ni en pintura. Además, tras
dar la nota y montar el numerito sopeso que tampoco sería muy de
extrañar que se acogieran al derecho de admisión, con lo que a mí
respecta, y razón no les faltaría.
Bien, hora de batirse en retirada. Lo hago tomándome mi tiempo, ya
que la herida me duele bastante y, de pronto, sin entender bien el motivo
exacto, procedo a girarme con la intención de alzar el mentón y mirar
hacia ese espejo gigante que ahora sé que no es tal.
La sensación de sentirme observada me pone los pelos de punta, a
pesar del disparate que supone, y termino rodando los ojos y regañándome
a mí misma por un absurdo de tal magnitud.
«Sí, claro, como si el hombre que seguro que está más que
acostumbrado a apartar a las mujeres, como si fuesen moscas, no tuviese
nada mejor que hacer que perder el tiempo mirando a una don nadie como
yo desde ahí arriba».
Ya me vale, se me ocurre cada estupidez…
Sigo caminando y consigo llegar a la salida, una vez allí no puedo
evitar echar una última mirada al espejo y, entonces, sí, me despido del As
de Corazones… ¿Quizá para siempre?
CAPÍTULO 5
Duncan
***
***
Tal y como predije, llego en unas condiciones lamentables al ático que he
alquilado en el barrio de Salamanca, si no es por Bea habría pasado la
noche durmiendo la mona sobre la mesa de mi despacho y le agradezco lo
bien que se sigue portando conmigo.
Desde el principio ha sido la única persona a la que le he permitido
acercarse y ahora sé que no me equivoqué. Su carácter arrollador tuvo
mucho que ver y lo detecté cuando la entrevisté, no se dejó amilanar por
mi seriedad, ni tampoco por mi tono autoritario y cortante, y el detalle en
sí terminó por cautivarme. De ahí la razón de que ella solita se haya
ganado mi simpatía, se ha convertido en una amiga esencial y, tanto es así,
que no me deja solo en ningún momento.
Pobre, si hasta se preocupa de quitarme los zapatos antes de
meterme en la cama una vez que consigo sentar mi culo sobre el colchón.
¿No es un amor de persona?
Al parecer no va a marcharse, no hasta que se asegure de que duermo
como un bebé, y la jugada le sale rana. Me ha pillado tan nostálgico que
poco importa lo mucho que he bebido y abro la boca para decir:
—Por favor, no te vayas —suplico con cierta dificultad en un tono
lastimero con la intención de dar pena.
La lengua la noto pastosa y el sonido que sale de mi garganta es
irreconocible, aun así, mi afán es convencerla ante la necesidad de no
sentirme solo, tal y como me pasa cada vez más a menudo, y ni siquiera el
logro de acabar con la botella de whisky es capaz de adormecer mi
atormentada mente después de un día horribilis.
¡Qué suerte la mía!
—¿Qué? —pronuncia con un deje de humor ante tan dantesca
petición—. Oye, campeón, si vas a ponerte cariñoso mejor déjalo. Jamás
me enrollaría contigo. No eres mi tipo.
—Venga, otra que me da calabazas —maldigo dejando caer el
cuerpo a lo ancho de la cama emulando a un niño enrabietado al que le
resulta imposible lidiar con el martirio.
—¡Ajá! Así que es eso… —exclama Bea atando cabos a la vez que
atrapa mis piernas con sus manos. Pretende colocarme derecho y yo
aprovecho para descansar la cabeza sobre la almohada—, pero mira que
sois simples los tíos. Tanto devanarme los sesos acerca de lo que podría
sucederte y resulta que es por una mujer que se ha atrevido a decirte que
no. ¡Qué! ¿Voy muy desencaminada?
Abro uno de los ojos y le saco la lengua.
—Ni lo sueñes, si quieres que sigamos hablando deja de comportarte
como si fueras mi madre.
—Anda, deja de decir chorradas y duérmete. Mañana no será un
buen día para ti, te lo aseguro, y tú solo te has descubierto, que conste.
—Pero, entonces, ¿te quedas? —pregunto con un deje de esperanza
dibujada en mi carita angelical.
Sí, cuando quiero soy muy persuasivo y supongo que esta vez me
servirá. Por regla general…
—No.
¿Eh?
¿No?
¿Cómo que no?
Cada vez pierdo más facultades.
¿Qué va a ser de mí?
¡¡Mierda!!
—Por favor, Bea —insisto de manera patética recurriendo a lo único
a mi alcance. El chantaje emocional.
Sí, sí, para lo que me sirve…
—Ya te he dicho que no, pesado. Me esperan en casa —sentencia
con un tono seguro.
—Pero soy tu jefe —rebato cambiando de tercio y poniendo cara de
estupor, a ver si así logro el objetivo fijado.
—¿Y qué? El que seas el que paga mi nómina no te da derecho a
pedirme que me acueste contigo, listo, y agradece que te haya traído hasta
aquí sano y salvo —comenta acercándose para darme un beso casto en la
mejilla—, descansa, seguro que cuando te despiertes verás las cosas de
diferente manera.
—Sí, claro, ni que fuera tan fácil —me regodeo en mi propia mierda
ya que ni mi empleada favorita se apiada de un hombre pesimista donde
los haya.
Menudo hueso duro de roer.
—Lo es, créeme —pronuncia con la seguridad que acostumbra,
aunque detecto que su posición es ensayada.
La realidad es otra, la pobre está al borde de perder la paciencia
infinita que demuestra y lo disimula a base de bien.
Y sentencia:
—Si no me equivoco lo que te sucede es a consecuencia de un
capricho pasajero, lo que significa que todos tus males desaparecerán más
pronto que tarde. La chica que te ha dado calabazas no puede ser tan
importante cuando las revistas en las que sales siempre informan de lo
mucho que te gusta cambiar de acompañante, es más, hasta la fecha nunca
te han podido asignar una novia oficial y el detalle es bastante
significativo, ¿no te parece?
—Oye, oye. —Me revuelvo en la cama con un único objetivo, coger
la postura adecuada. El sueño comienza a aparecer, lo hace arrasando con
todo y un bostezo sale de mi boca antes de preguntar—: ¿y ahora vas de
adivina?
—No hace falta. Es la primera vez que te veo tan perjudicado y eres
como un libro abierto, jefe.
Otro bostezo. Cada segundo que pasa siento la pesadez en los
párpados, los cuales adquieren un peso extra añadido y dificulta el simple
hecho de continuar sosteniéndole la mirada a la mujer que me ha traído
hasta casa en un estado de embriaguez difícil de catalogar.
—Pues siento decirte que te equivocas —adelanto con la lengua de
trapo. Cada acción es un verdadero logro y lo mejor es que corte de raíz la
conversación. Necesito dormir y descansar, en ese orden, y tiro la toalla—,
ella es…
Un silencio atronador acapara la habitación entera y una chica
incrédula fija su mirada en mí.
—Ella es… —repite alentándome a que termine la frase. La he
dejado con la intriga y mucho me temo que así se quedará.
La cogorza que llevo encima es la que zanja la conversación, la
noche ha sido un completo desastre y por fin me quedo dormido como un
tronco, lo hago, además, con la imagen de cierta chica patosa y
desagradecida, la cual ronda por mi cabeza sin el permiso correspondiente,
y lo más sorprendente de todo es que se lo agradezco.
Después de un día repleto de remordimientos, la oportunidad de
tomarme un respiro llega a través de la escena ocurrida en mi despacho, y
claro, la aprovecho en mi propio beneficio. Total, ¿qué mejor forma para
olvidar a otro tipo de fantasmas que asolan el interior de un hombre con el
corazón herido de muerte?
El wasap que he leído hoy mismo ha sido la gota encargada de
colmar el vaso. Al parecer, nadie quiere ofrecerme algo de paz, es
incuestionable, y de seguir así ya vaticino que de nada va a servirme el
haberme marchado de mi país, de mi casa, de mi entorno más cercano…
Mierda, ¿es que ni siquiera voy a poder evadirme de su recuerdo a
tantos kilómetros de distancia?
La apreciación de que lo tengo jodido adquiere un cariz demencial y
la realidad es demoledora.
¿En qué maldita hora se me ocurrió pillarme de la mujer que no
debo?
Ya me vale.
CAPÍTULO 6
Paula
Yo:
Eoooo… Lo conseguí. Máster finiquitado y con nota. POR FIN.
Gus:
Esa es mi Pauli. Enhorabuena.
Inés:
Excelente noticia, gordi, hoy toca desmelenarse para celebrarlo.
Yo:
¿Te recuerdo que es jueves y que mañana los dos madrugáis?
Inés:
Ya empezamos con las excusas, tía, si es que no aprendes. ¿Te recuerdo yo
a ti que no todos los días tu mejor amiga se convierte en ABOGADA?
Gus:
Es verdad, toca desmelenarse y propongo que lo hagamos hoy y el fin de
semana completo. La ocasión lo merece.
Inés:
Excelente idea, dejadme a mí, hoy tengo poco curro en la clínica y puedo
barajar distintas opciones.
Yo:
Oye, oye, ten en cuenta que la homenajeada soy yo, no vayas a liarte
la manta a la cabeza y se te ocurra cualquier locura. Con unas cañas y una
cena me conformo, ¿vale?
Inés:
Dios, con ese planteamiento no te comerás una rosca, pava, que eres una
pava. Por cierto, ¿y si volvemos al local de las cartas?
Yo:
Paso, ¿y si vamos a un karaoke?
Gus:
Me apunto. Hace mucho que no la liamos en uno.
Inés:
Tomo nota.
Buf, por los pelos, menos mal que consigo cambiar los planes de mi
amiga sin que se percate de que le oculto cierta información que todavía
no ha salido por mi boquita.
Mejor, total, tampoco es para tanto y paso de darle unas
explicaciones que en un futuro no dudaría en utilizar en mi contra, que ya
nos conocemos.
Salgo de la aplicación y encamino los pasos hacia el metro. Esta
noche habrá fiesta, sí, pero antes dejaré hecho un currículum en el
ordenador.
De mañana no pasa que empiece a enviarlos. La prisa apremia y
necesito pasta. Es así de sencillo.
***
***
Duncan
Hoy es jueves y una noche más el local está repleto de gente dispuesta a
pasárselo bien. Lo corroboro desde mi escenario favorito; he encontrado el
refugio ideal, convirtiéndolo en la oportunidad para pasar página si
pretendo tomar las riendas de mi futuro más inmediato.
Pi, pi.
El sonido de un wasap entrante acapara mi atención y me devuelve a
la realidad. Hace unos días que no he vuelto a tener noticias no deseadas y
me da la nariz que la paz ha llegado a su fin.
¿Estaré equivocado?
Saco el móvil del bolsillo y desbloqueo la pantalla. En cuanto leo el
nombre de la persona que lo envía la alarma se posiciona, llevándose
consigo las buenas vibraciones de hace tan solo unos segundos, y me
preparo para cualquier escenario con un mosqueo del quince.
El tiempo apremia. Existe la posibilidad de que esté adelantándome
y cuanto antes salga de dudas mejor, así que, abro la aplicación de
WhatsApp y leo el contenido con una cara que va tiñéndose de rojo
causado por varias sensaciones que tienen un denominador común y van
de la mano.
Rabia.
Incredulidad.
Pesimismo.
Culpa.
El conjunto en sí imposibilita que disimule el rictus pétreo que
adquiere tintes dramáticos y tenso la mandíbula con una furia inusitada
que va de menos a más a la velocidad de la luz.
Una vez acabado el mensaje, y sin todavía dar crédito, entro en bucle
y lo releo sin parar unas cuantas veces seguidas. Pretendo asegurarme al
cien por cien, no sea que no haya leído bien y…
Sí, claro, ¿acaso soy un analfabeto que no sabe hilar frases seguidas
de repente? ¿A quién pretendo engañar?
«Vamos, tranquilízate», me digo aunando toda la atención en inhalar
una bocanada de aire por la boca, de seguido, la expulso por la nariz, con
calma, y repito el proceso un par de veces siguiendo los ejercicios de
relajación a los que recurro cuando estoy al borde del colapso en un
intento de serenar unos nervios que van increscendo de manera alarmante
a lo largo y ancho de mi cuerpo.
Con el titánico esfuerzo trato de alentar a la parte racional que yace
a buen resguardo, a saber en qué lugar concreto, y me empleo a fondo para
conseguir dar con ella.
«Tranquilo, Duncan, tranquilo».
Lo mejor para mi salud mental pasa por mantener la calma, se ha
convertido en prioritario en un momento como el que estoy viviendo y…
¡A tomar por culo! Lo de templar los ánimos nunca ha sido lo mío y
en un arrebato incontrolable voy y termino estampando el móvil contra el
suelo a la vez que maldigo una y otra vez:
«Joder, joder», repito con la cara lívida, el cuerpo tieso como una
vara y con la vena del cuello dilatada hasta el punto de temer que estalle y
lo ponga todo perdido.
El riesgo de sufrir una crisis existencial es grave. La noticia que mi
mejor amigo ha decidido enviarme vía wasap es la responsable y supongo
que solo me tomará unos minutos antes de...
«Joder, ¿antes de qué?», sopeso sin encontrar la manera de aplacar
los ánimos. Es imposible.
La mala hostia va extendiéndose de manera fulminante y tampoco es
para ponerse así, lo admito. Ninguna de las frases que he leído me han
pillado de sorpresa, es más, las esperaba, pero nunca, jamás, tan
jodidamente pronto y de ahí el estado de estupor en el que estoy abocado
sin remedio.
Menudo despropósito. El puñetero destino no parece dispuesto a
brindarme un ápice de ayuda y la guinda que faltaba acaba de dar al traste
con una paz interior frágil a rabiar. Una paz interior que llevaba
sosteniendo a duras penas desde el sábado pasado y que, en definitiva, ha
resultado ser un auténtico fiasco.
Que puta suerte la mía. Resulta que hui de mi zona de confort para
olvidar «cierto tema» y mira tú por donde ni por esas lo consigo.
¿Y ahora qué?
¿Cuándo va a cesar la condenada tortura que me asola día y noche?
Por increíble que sea, al mensajero le han bastado y sobrado un par
de cutres líneas para confirmar mis peores sospechas y, no contento con
ello, ha visto conveniente precisar los detalles más escabrosos en cuanto a
un tema que duele demasiado.
Sí, así es, ha aprovechado la tecnología para dejar caer como una
auténtica bomba la noticia del día, de la semana y del mes entero,
terminando de minar mi moral ante la imposibilidad de provocar un
malestar gratuito a una persona que quiero y que es la responsable de
encontrarme de esta guisa al largarme con la intencionalidad de no
dañarla. Lo hice por voluntad propia y el objetivo final no ha dado el
resultado esperado, sino todo lo contrario.
Mi cara de lerdo debe delatarme. Al final tanto cambio, tanto
interponer una distancia de miles de kilómetros, tanto empezar un
proyecto desde cero y total, ¿de qué ha servido cada uno de mis
propósitos?
Ya sabes la respuesta. De nada. Sin comerlo ni beberlo estoy atado
de pies y manos. El plan se ha vuelto en mi contra y me tocará lidiar con el
marrón en suelo español.
Mierda. ¿Pues no va y dice que se presentarán aquí en un par de
semanas como mucho?
¡¡Un par de semanas!!
No doy crédito. Es imposible y una única pregunta se apodera de mi
mente saturada al cien por cien tras tanto despropósito junto.
Esta es:
¿Desde qué momento exacto se ha torcido tanto el problemón que
tengo encima?
Y aquí estoy, devanándome los sesos cuando, de pronto, un rostro
que me resulta conocido acapara mi atención, lo hace en el instante
preciso y amplío el campo de visión que me ofrece la enorme cristalera.
—Vaya, vaya, mira quién ha decidido volver —hablo en voz alta
observando a la chica que puso el sábado pasado patas arriba el local, a
medida que recuerdo el memorable escenario que incendió a los presentes
con sus calenturientos besos a cuatro tíos diferentes.
Y claro, de manera inmediata fijo la mirada en la puerta. Por ella
sigue entrando el grupo que la acompaña hasta que…
¡¡Bingo!!
La chica escurridiza aparece, va conversando con uno de los chicos
que tiene a su espalda y…
¿Adivinas qué es lo primero que hace al pisar el interior de mi local?
Y no, como pista te diré que no es caerse de bruces, tal y como hizo
la primera vez que nos honró con su visita.
Te lo he puesto fácil, ¿verdad?
¡Acertaste! La desconocida alza el mentón y sus ojos van directos a
los míos.
¿Cómo es posible si no sabe el lugar exacto en el que estoy?
¿Quizá es una señal?
Sí, sí, señal la que dejó en mi sofá de doce mil euros. Cada vez que
evoco la imagen de su sangre manchándolo todo…
La misma vena de antes se hincha un poquito más, si es posible, y
vaticino que la que me dio plantón el otro día es el blanco perfecto para
canalizar la rabia que llevo dentro. Ha llegado la hora de aclarar ciertos
puntos y bien sabe Dios que necesito una distracción del tipo que sea o
correré el riesgo de volverme loco, así que…
«La hostia, y menuda distracción», recalco de pronto, comiéndome
con los ojos lo que vislumbro desde la distancia.
Vaya, por fin la fortuna se apiada de mí, ya iba siendo hora, y decide
llevarse cada uno de los pensamientos nostálgicos de hace unos instantes,
¿el motivo?
Ella. Parece otra y analizo lo que tengo delante de mis narices
tomándome mi tiempo. No hay prisa, a menos hasta que se quita el abrigo
y deja al descubierto un vestuario sexy y atrevido con esas botas altas, las
cuales pasan a un segundo plano, de forma inmediata, y se debe al top que
deja a la vista un escote que tapa lo justo y necesario y que deja poco a la
imaginación.
Joder. Desde la posición privilegiada soy consciente de las primeras
reacciones que la rodean. No tardan en sucederse; su presencia acapara la
atención de los hombres más cercanos e incluso algunos no ocultan lo
noqueados que se quedan. De ahí que mi rictus se ensombrezca hasta
límites insospechados y mira que es difícil a estas alturas, mientras un par
de tipos se acercan con las cartas que tienen en su haber levantadas.
Pretenden averiguar si son los afortunados, para ello muestran los
naipes con la esperanza dibujada en sus caras a la espera del posible beso
y...
Les sale rana. Sí. A los dos. A ella le bastan unas simples palabras
para despacharlos y mi rictus agrio es sustituido por otro interrogante.
¿Por qué no le gusta jugar? Ninguna de las dos veces ha optado por
seguir los dictámenes del local y es raro.
Aquí se sabe lo que se cuece y resulta extraño su proceder, más
teniendo en cuenta que viene con la otra chica, la cual emana buen rollo y
frescura por donde pisa, sin contar el atuendo llamativo por lo poco que
oculta y el cual grita a los cuatro vientos que lo que busca es guerra.
¿O quizá se trata de que es demasiado selectiva?
Bah, ¿y qué más da?
Se acabaron los interrogantes.
Hora de averiguarlo.
Sin más, avanzo con determinación, mi actitud refleja la decisión
que me precede y cierro la puerta una vez que estoy fuera, bajando los
escalones que me separan de la tía que tuvo los santos ovarios de dejarme
con una cara de gilipollas que para qué, a la vez que se me ocurre situarla
contra las cuerdas sin miramiento alguno.
Fíjate tú por donde, sin ser conocedora de ello ha conseguido que
deje por unos segundos los problemas apartados a un lado y, al menos, por
ese motivo, le estoy agradecido.
«Prepárate. Has conseguido llamar mi atención, lo que significa que
voy a por ti y esta vez no te escaparás tan a la ligera, lo prometo», sopeso
mediante una promesa interna que pienso cumplir a rajatabla, cueste lo
que cueste.
Dejo la tranquilidad atrás y me mezclo entre el bullicio de la gente
dispuesta a darlo todo sin importarles que sea jueves, de seguido me
acerco con sutileza; de momento no ha reparado en mi presencia y capto a
los babosos que se acercan con la intención de ligársela a toda costa.
Lo siento, va a ser que esta noche no. Hoy soy yo el que quiere
divertirse y en mis planes la única compañía que solicito es la de ella y la
de nadie más. Ahora lo que importa es averiguar si está de acuerdo con mi
planteamiento y después ya veremos lo que nos deparará la velada.
Es pensar en las distintas posibilidades y una escena en concreto se
abre paso sin contención alguna. Dicha escena no es otra que la de
imaginar cómo me la follo en mi despacho, adquiriendo tintes casi
salvajes, y de pronto siento una erección manifestándose en el interior de
mis calzoncillos de marca. Lo hace sin avisar, yendo por libre, y he de
aceptar que el impacto es brutal.
No me esperaba este tipo de reacción tan pronto, al menos con ella, y
se debe a las calabazas que me dio sin darme tiempo ni a abrir la boca, lo
que me lleva a una suposición cien por cien interesante si considero toda
la experiencia que me precede en lo que respecta al género femenino.
Joder con la chica desconocida. Le ha bastado un comportamiento
atípico e inesperado para conseguir llamar la atención de un tipo como yo,
y la verdad, es un verdadero logro.
***
Paula
—¿No coges una? —se interesa uno de los guiris con curiosidad señalando
la enorme copa repleta de cartas en cuanto nos acercamos a la barra a
pedir la primera ronda de consumiciones.
—No, paso.
—Entonces cogeré dos, la tuya y la mía —responde el muy bribón
llevándolo a cabo sin inmutarse.
—Buena estrategia, así tienes más posibilidades de ligar —me salgo
por la tangente, no sea que me tire la caña.
—Sí, sí, no como otras —se mete Inés en mitad de la conversación
con un enfado descomunal—. ¿De verdad vas a desaprovechar la
oportunidad cuando la mayoría de los tíos con los que te estás cruzando
casi se quedan bizcos por mirarte las tetas? —suelta tan tranquila—.
Gordi, mañana eres de las pocas que no madruga, se acabó el estudiar, lo
que significa que es tu noche. ¿A qué coño esperas? ¿A un puto príncipe
azul o qué?
—No, lo que espero es que mi mejor amiga deje de darme la brasa,
que es lo que hace la mayor parte del tiempo.
—¡Ja! Y encima me llama pesada, ¿te lo puedes creer, Gus?
—A mí no me metáis, yo hoy voy servido —comenta encantado de
la vida llevando a su nuevo ligue a una zona más apartada.
—¿Ves? Uno que tiene garantizado lo de mojar su churro, en cuanto
a mí, te aviso, paso de ejercer de niñera contigo. Se suponía que eras tú la
que se desataría esta noche y mírate. Como sigas así no me extrañará que
en un futuro no muy lejano termines en un convento de monjas haciendo
pastelitos para la caridad.
—¿Quieres dejarme respirar, pesada? —resoplo con los ojos en
blanco y con los brazos en jarras.
—Sí, lo haré en el momento en que cojas una carta y te vea darte un
morreo como Dios manda aquí, delante de la barra. Entonces te dejaré
tranquila, no antes.
Su encogimiento de hombros corrobora que habla completamente en
serio y resoplo por segunda vez consecutiva.
Dios. Pero mira que es pesada. No se bajará del burro así la maten,
lo que quiere decir que me toca ceder sí o sí. Es eso o estrangularla con
mis propias manos y con el cariño que le tengo no tardaría demasiado en
arrepentirme.
«Bien, toca seguirle la corriente si lo que pretendo es que me deje
tranquila y allá que voy».
—¿Me lo prometes? —Tanteo el terreno observándola con
detenimiento.
El grupo con el que veníamos se ha dispersado en un santiamén y
nos hemos quedado las dos solas, de momento.
—Ajá. ¿Acaso dudas de mí?
Suficiente. Mi amiga es de las que cumplen lo que sueltan por la
boca, hay que reconocérselo, y me doy por vencida con tal de que deje de
martirizarme.
—Está bien, tú ganas —pronuncio algo achispada por el alcohol que
llevo en la sangre.
Por norma general no suelo beber y de ahí que hoy esté un tanto
perjudicada.
—Ya era hora, mojigata.
Y claro, el alcohol que te he mencionado antes, el mismo que corre
por mis venas a lo loco se revela en un visto y no visto, y todo porque odio
que use esa palabra para definirme, es consciente de ello y, aun así, la muy
lagarta ve conveniente echar más leña al fuego no sea que termine
arrepintiéndome.
Al final le sale tal como esperaba, a lista tampoco la gana nadie y
decido desmelenarme de verdad.
Muy bien, ¿quiere jugar?
Pues juguemos.
—¿Mojigata, yo? Ahora verás.
Decidida giro mi cuerpo con la intención de ir hacia la copa gigante,
algo que consigo sin tropezarme ni una sola vez y cojo una al azar, a
continuación le echo un vistazo con aire distraído y sé que es el momento
de dar la nota.
Yo también sé, faltaría más.
He aceptado el reto y lo hago envalentonada, la disposición de ir a
por todas es veraz como la vida misma y, justo cuando voy a alzar el brazo
para copiar el modus operandi de Inés, no consigo mi propósito. Alguien
me lo impide.
¿Pero qué…?
Resulta que las prisas por finiquitar el asunto al final terminan
jugándome una mala pasada y tropiezo con lo que parece el pie de alguien
que permanece justo detrás de mí.
Vaya. Ya decía yo que estaba tardando en liarla. Lo de llevar tacones
suponía un riesgo añadido y demasiado había durado subida en ellos sin
ningún contratiempo digno de mencionar, hasta ahora.
El efecto es inmediato y empiezo a caer, lo hago a cámara lenta,
emulando una secuencia de una película de la tele, pero en el fondo sopeso
el golpetazo que voy a darme contra el duro suelo cuando, de repente,
oigo:
—¿Pretendes matarte tú sola otra vez? Eres una auténtica bomba de
relojería, rubia.
¿Eh?
La alerta se posiciona en cuanto escucho ese tono de voz. Reconozco
el acento norteamericano a la primera, al igual que su forma de dirigirse a
mí, y mi cara se pone roja como un tomate a consecuencia de la impresión.
No.
Imposible.
¿De verdad que de todo el local abarrotado de personas tiene que ser
él, precisamente, el que venga a socorrerme?
Increíble, pero cierto. Y ya van dos veces casi seguidas.
Ups. Menuda suerte la mía, ¿eh?
CAPÍTULO 8
Paula
Duncan
Duncan
***
Paula
—Soy el dueño de lo que te rodea y como tal te garantizo que follar desde
ahí arriba es la hostia. ¿Estás interesada en que te lo muestre? Porque yo
sí. Vamos.
Sus palabras son devastadoras e impactan de lleno en la ensoñación
que me había creado yo solita.
Sí, esta vez la escena romántica parecía real al cien por cien, al
menos hasta que ha abierto la boca para soltar una apreciación que no va
nada conmigo. Tanto es así que ni todo el alcohol que he ingerido a lo
largo de la velada ni el calentón que me ha dejado esos labios creados con
la finalidad de pecar una y mil veces seguidas son suficientes para omitir
el significado explícito del mensaje enviado.
A tomar por saco.
Pero este tío, ¿quién se cree que es?
Y lo que es peor:
¿Por quién me toma?
No soy una más. Llevo años esperando al hombre adecuado y jamás
se me ocurriría acostarme con cualquiera, por muy bueno que esté y por
más que la probabilidad de que me vea obligada a comprarme un babero
exista, sin contar las veces que se ha colado en mis sueños como el
príncipe azul que esperaba cada una de las ocasiones en las que aparecía
en el papel cuché.
No y no. Ni en broma. Mi postura adquiere una firmeza
incuestionable al encontrar el sentido explícito de lo que desea, ha
quedado claro y lo resumiré con una escueta apreciación.
Esta es:
«Vamos, rubia, deja que te folle en mi picadero particular y después,
puerta».
Ja. No estoy tan necesitada…, bueno, miento, aunque poco importa y
así se lo haré saber.
—Mmm, Duncan.
—¿Sí?
—Si pretendes que suba ahí arriba para follar, y después si te he
visto no me acuerdo, mejor te corrijo. Conmigo no cuentes.
—¿Qué?
—Lo que oyes. No esperes que me comporte como una de tus
conquistas. No lo soy.
La cara del yanqui es un poema. No creo que esté muy acostumbrado
a que le den una negativa y el rictus serio lo delata.
Lo siento por él. Las ganas de sexo son eso, simplemente ganas, y
por supuesto no son equiparables a dinamitar las sólidas creencias que
definen mi manera de ser.
Lo de bicho raro es una realidad, convivir con el sambenito ya se ha
convertido en una costumbre y apechugaré las consecuencias, empezando
por bajar el calentón que me ha dejado un simple desconocido al que le
han bastado un par de tórridos besos para tambalear mi mundo entero.
Ay madre, lo cierto es que he sentido más con él en unos minutos
que con la única relación que he mantenido durante un par de años, y sí, ya
sé lo patético que suena.
—Mientes —niega con la cabeza el rompecorazones profesional
iniciando un nuevo placaje. Es reacio a darse por vencido y se dedica a
emplear una estrategia que resulta una auténtica prueba.
Sentir su cálido aliento sobre mi oreja con ese tono enronquecido se
convierte en una odisea, al fin y al cabo, no soy de piedra. No, no lo soy y
aprieto las piernas al tiempo que escucho esa voz que me vuelve loca.
—Cada poro de tu piel grita lo dispuesto que está a que lo complazca
uno a uno y tu mirada revela lo que ya sé. Mis besos te han gustado tanto
que te han dejado perdida y no puedes negármelo. Vamos, rubia, ¿a quién
pretendes engañar?
—Ehhh…
Mi cerebro saturado no hila ninguna frase con algo de razonamiento
y es el consecuente de que me limite a titubear como una auténtica
imbécil, lo que da lugar a que cambie de táctica.
Y opto por cerrar los ojos, es mi manera de negarme una visión que
incita a pecar y puede que así sea capaz de desprenderme de él.
«Sí, sí, ni que fuera tan fácil».
—Bueno, entonces ¿qué? ¿Subes conmigo o te quedas? No tengo
toda la noche y no acostumbro a rogar. Ligar se me da bien y con el
chasquear de los dedos me basta, así que es tu última oportunidad.
—¿Qué?
Su ultimátum me pilla de improvisto y cometo el error de abrirlos de
nuevo, ¿o quizá el error es no acompañarlo y dejarme de tantas tonterías?
La realidad es la que es y lo cierto es que no volveré a disponer de
una oportunidad así, lo que me lleva a dar voz a las ganas que tengo por
dejarme llevar. Van ganando terreno a marchas forzadas y es gracias a la
tentación que supone un hombre de semejantes características y, también,
a la imposibilidad de pensar con algo de criterio o coherencia ante la
disparidad del asunto.
El dilema se planta y me lleva de la mano hacia las únicas opciones
que dispongo en mi haber. Son dos y les doy forma a través de un
interrogante interno.
¿Qué hago? ¿Me lío la manta a la cabeza con el objetivo de que me
echen el polvo más excitante de toda mi existencia o permito que la
mojigata de siempre siga tomando el control y continúe siendo una pava
que ni siquiera sabe lo que se siente cuando la empotran?
Según Inés mi comportamiento cambiará en cuanto suceda y lo
cierto es que hoy es el día indicado para que ocurra.
Tic, tac, tic, tac. El tiempo pasa y la obviedad de que no esperará por
mí mucho más evidencia mi siguiente paso.
Y ocurre. La opción de ser valiente toma fuerza. La carne es débil
por naturaleza, sí, también la mía y pide a gritos que el forastero sea el
encargado de apagar el fuego que corre por mis venas y abrasa el interior
de mi encendido cuerpo. La realidad es la que es y de ningún modo podré
silenciarla.
Es entonces cuando trago saliva. Alzo el mentón. Me fundo en su
mirada y, envalentonada, separo los labios mientras aúno las fuerzas
suficientes para dejar caer lo que considero que es justo, y me decido…
eso sí, lo hago, como siempre, a mi manera.
—Me acostaré contigo, Duncan, pero te rogaría que no fuera en tu
despacho.
—¿Cómo dices? —pregunta atónito la otra parte implicada, alzando
las cejas.
Su expresión delata sorpresa, perplejidad e incredulidad.
Normal.
—Entiendo que pueda parecerte un disparate, con toda probabilidad
lo sea, solo que no quiero hacerlo en tu despacho.
Capta mis intenciones al vuelo e interfiere con lo que a mi entender
es un mecanismo de defensa.
—Oye, oye —da un paso hacia atrás y levanta las dos manos a la vez
—, no irás a venirme ahora con el rollo de que te consideras especial y que
pasas de follar en el mismo sitio en el que lo han hecho otras, ¿verdad?
Porque si es así te diré que pierdes el tiempo. No eres especial, sino una
más que añadir a la lista interminable de tías que han pasado por el lugar
que yo, y solo yo elijo siempre, y punto. ¿Queda claro?
Bum.
Que si me queda claro, dice.
Y tan claro.
Mi siguiente movimiento no lo mido, es inmediato y pasa por
apartarme de la columna en la que me tenía acorralada hace apenas unos
segundos. Lo de soñar despierta va a ser que ha llegado a su fin y, sin más,
echo a correr hacia la salida todo lo rápido que me permiten las botas
mientras un par de ojos me siguen en todo momento sin dar crédito a lo
que ven.
Al final consigo llegar a la meta ilesa, sin torcerme ningún tobillo, y
por primera vez desde que pisé este lugar no me giro al cruzar la puerta de
salida, algo que entra dentro de lo que podemos llamar «normal» si
tenemos en cuenta que la estampida épica que acabo de marcarme es lo
único que importa.
El ridículo, por enésima vez, ha considerado oportuno dejarme a la
altura del betún y la impresión de lo sucedido atenaza cada uno de mis
pensamientos, al tiempo que sopeso que hay que ser tonta del culo para
terminar fastidiándolo todo por dejarme llevar por una imaginación que no
hace más que dar por saco, y así me va.
Llego a la parada de taxis y me subo a uno. Lo hago con el
semblante sombrío y triste a la vez definiendo un único planteamiento que
se desarrolla él solito, sin pedir permiso.
Joder. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre darle calabazas a un
tipo que cambia de mujer como de camisa?
Y, si no tenía ya bastante, otra pregunta aparece por arte de magia y
arrasa con una verdad como una catedral de grande.
¿Cómo es posible que pretenda un trato especial por su parte cuando
somos dos simples desconocidos?
Mierda. La verdad se impone y lo peor del asunto en cuestión es que
acabo de malgastar la única probabilidad de liarme con un hombre por la
que más de una haría hasta cola.
¿Seré tonta del culo?
Total, que por más que me devane los sesos los acontecimientos son
los que son y me conducen hacia el único camino que queda disponible, y
es entonces cuando decido rendirme ante la evidencia.
«Mojigata, ¿no es esto lo que querías? Pues bien, tú ganas. Lo has
conseguido», me martirizo llevándome las manos a la cara antes de
escribirle un escueto wasap a Inés para no preocuparla.
Yo:
Me voy a casa en taxi. Mañana hablamos.
Inés:
¿Qué significa que te vas a casa cuando el yanqui sigue aquí? Tía, he visto
como os comíais los morros. Sí, los dos, y de verdad, empiezo a
preocuparme seriamente. Tú estás mal de la cabeza.
Duncan
—¡Qué! Fiera, ¿esa es la mujer por la que lloras por las esquinas? —
comenta Bea acercándose por detrás, pillándome desprevenido.
—¿Cómo dices?
—Lo que oyes. Menudo plantón acaba de darte, jefe —se descojona
sin piedad la muy cabrona.
—Ehhh, no, la rubia no es el mayor de mis problemas, pero puede
que haya un cambio circunstancial en cuanto a papeles se refiere —
aventuro sobre la marcha, prestando atención a la puerta por la que ha
salido como un escopetazo «de nuevo»—. Oye, en serio, ¿has visto cómo
huía de mí? Joder, todavía no doy crédito, y ya van dos las veces que lo ha
hecho.
La expresividad en la cara de mi empleada no tarda en evidenciarse
y abre los ojos como platos.
—Uy, uy, esa mujer ya me gusta y ni siquiera la conozco. ¿En serio
te ha dado esquinazo en más de una ocasión? ¡Vaya! A ninguna en su lugar
se le ocurriría actuar así; desde que llegaste las tienes que espantar como
moscas y tu cara te delata. No estás preparado para que te den calabazas,
forastero.
—No ha sido la primera, ¿te recuerdo que tú también me las distes?
—Quito hierro al asunto ante el giro inesperado de la conversación.
—Yo no cuento.
—¿Y se puede saber por qué?
—Porque digamos que lo que me van son las tías.
—Buf, menos mal. Me alegra saberlo —río apartando unas gotas de
sudor ficticias de mi frente.
—¿Por qué?
—Porque entre lo del otro día y lo de meter las narices donde nadie
te llama estabas ganando unos puntos extra para terminar de patitas en la
calle —puntualizo llevándome las manos a los bolsillos.
—No te lo crees tú ni harto de vino, monada —se divierte
guiñándome un ojo—, por cierto, ¿tienes su número de móvil?
—¿Yo? No.
—Pues hoy es tu día de suerte. Anda, seré buena y te lo conseguiré.
—¿Y para qué lo quiero?
—Para que insistas y te la pases por la piedra. Conozco a los tipos
como tú y hasta que no lo consigas no tendrás ojos para otra.
Sí, claro, si ella supiera…
—Mejor, déjalo. Ni aunque fuera la única mujer de la tierra
sucumbiría a sus encantos, y te diré que estás muy equivocada con
respecto a mí.
—Sí, sí, menos lobos, Caperucita. Por cierto, ¿ya te has comprado un
móvil nuevo?
—Ajá.
—Vale, antes de que termine la noche tendrás su contacto.
Bea sigue insistiendo y yo paso del asunto.
¿Calabazas a mí?
¡Ja!
—Ni te molestes. Ya te he dicho que…
—Bye, bye, nene —me interrumpe para, a continuación, marcharse
en dirección a los baños.
Nada, que no hay manera con ella, y lo peor es que cuando se le mete
algo entre ceja y ceja no parará hasta conseguirlo, así que, mejor me
olvido del incidente que ha pasado y oteo el horizonte a la caza de mi
siguiente presa.
Mi polla yace en modo reposo después de la estampida épica y lo
que tengo seguro es que hoy no me marcho del pub sin darle su
correspondiente premio. Candidatas no me faltan y en cuanto me ven sin
la compañía de la rubia a la que me comía a besos empiezan a acercarse
desplegando todos y cada uno de sus encantos.
Si es que soy el puto amo.
¿Acaso lo has dudado en algún momento?
***
Bea:
Jefe, te vuelvo a pasar el contacto de TU RUBIA ja, ja, ja. No sea que te
haya dado por borrarlo otra vez, que ya nos vamos conociendo un poquito.
Ah, y deja de hacer el ganso, o mejor dicho, el hombretón, y averigua los
motivos por los que ha salido huyendo, solo así conseguirás terminar lo
que has empezado y podrás dedicarte a tus conquistas de siempre, a esas
de aquí te pillo y aquí te mato.
Bea:
De nada, jefe, que sepas que lo hago por tu bien y porque en el fondo, muy
en el fondo te aprecio. Y no te me vayas a poner tontorrón mañana cuando
me veas, ¿eh? Que ya hay confianza entre nosotros.
Y así, sin más, deja de estar en línea y es la manera que emplea para
ser ella la que da por finiquitado el condenado asunto.
Pero bueno, ¿estas españolas qué tienen para dejarme siempre con la
palabra en la boca?
Joder, menudo poder de persuasión, de hacer lo que les da la gana y,
sobre todo, de dejarme a dos velas y con la sensación de que soy,
simplemente, uno más cuando en mi país ocurre justo lo contrario.
Uno más, ¡ja! Que se lo creen ellas.
Expulso el aire de los pulmones con calma y consigo centrarme en lo
que debo, lo que significa que dedico el tiempo justo para borrar los
wasaps de Bea.
Sí, todos, solo así me quedo tranquilo.
Nada de números no deseados.
Punto y se acabó.
Sí, sí… Ni siquiera he llegado a casa cuando únicamente me falta
tirarme de los pelos. La cansina de Bea muestra lo incansable que es
cuando le apetece, además de tocapelotas, y lo hace de nuevo, lo que
significa que, o la bloqueo, o le digo que he captado su indirecta.
¿Qué hago?
Elijo la mejor opción, al fin y al cabo seguirá siendo la responsable
de mi local, «de momento», y no me conviene bloquearla o será peor para
un servidor.
Y aquí veo conveniente añadir un ligero matiz: puede que mañana
mismo cumpla mi promesa y le toque firmar el correspondiente finiquito,
ya aviso.
***
Yo:
Deja de darme por el culo y te prometo que ya no lo borraré más.
Palabrita del niño Jesús.
Contestación de vuelta:
Bea:
Joder, jefe, cada vez pareces más español y menos yanki, ja, ja, ja. Y te
recuerdo que me lo debes a mí.
En cuanto al tema que nos traemos entre manos, ¿has tardado, eh?
Capichi. Ese es mi chico.
Duncan
***
Paula
Paula
Llevo varios días enclaustrada en casa sin apenas salir. A mis amigos les
he dado una negativa tras otra y, al parecer, han captado la indirecta en
cuanto a que dejen de insistir para que acudamos al local céntrico
relacionado con cierto número de la baraja de póker.
Dios, qué pesados son. En esta ocasión ni siquiera Gus ha visto
conveniente apiadarse de mí y ha insistido hasta la saciedad, aunque me he
mantenido en mis trece.
Nada de remover la mierda. Mi cuerpo y mi mente han dado un
cambio circunstancial y tras siete días continúan erre que erre. Sí, los dos,
y lo digo porque los muy traidores se han aliado en mi contra.
Sí, tal cual.
Y te preguntarás… ¿Cómo lo hacen? Pues te lo resumiré de una
manera llana y sencilla. Se dedican a pasar la mayor parte del día, y de la
noche, acaparando ciertos recuerdos que preferiría olvidar referentes a lo
que tú ya conoces y se han vuelto igual de pesados que mis amigos. Entre
unos, y otros, no me dejan en paz y lo necesito como el comer.
Lo de rememorar los tórridos besos a mi cuerpo le sirve de excusa
para encenderse como jamás lo había hecho con anterioridad, ni siquiera
con el único chico que ha pasado por mi vida sin pena ni gloria y es un
auténtico martirio, sin contar la revelación escabrosa que supone.
Ahora lo sé, gracias a lo sucedido he abierto los ojos y aventuro que
lo que fuimos Rafa y yo no pasó de unos simples amigos con derecho a
roce, a poco, por cierto, y la verdad arrasa con todo.
Los labios de un personaje al que prefiero denominar como « el
innombrable» ha provocado que en más de una ocasión me haya
despertado empapada… y no, no me refiero al sudor, precisamente.
Ojalá.
Buf. El conjunto no ha tardado en convertir la semana en insufrible
pero, al menos, hay una parte positiva. El tiempo en el que no me resarzo
en la miseria lo empleo en buscar trabajo, es mucho más rentable que la
idea de quedarme llorando por las esquinas y he dedicado un par de horas
de cada día laborable a enviar mil currículums a diferentes despachos de
abogados, y he de decir que los resultados no son nada alentadores.
Unos ni contestan, otros lo hacen para informar que la plantilla la
tienen cubierta y el resto que lo guardarán, cuando de sobra sé que
terminará en el fondo de la papelera.
Sabía que no sería tan fácil encontrar trabajo de lo que he estudiado,
una nueva crisis afecta a medio mundo y los despidos están a la orden del
día.
Mala época para currar y, por ello, en la cuarta jornada amplié el
campo laboral y añadí las grandes superficies, empresas de seguros y
demás, e incluso he dejado alguno en comercios pequeños de mi barrio.
Lo que sea con tal de empezar a pagar el alquiler del estudio. La
dichosa crisis no ha tardado en llegar al sector de la construcción y cada
vez solicitan menos la presencia de fontaneros, profesión que ha ejercido
mi padre durante más de treinta y cinco años y la cual se tambalea a
marchas agigantadas; de ahí mi necesidad de colaborar en casa, no puedo
convertirme en un lastre y bastante me han ayudado ya, lo que me da pie a
seguir insistiendo de manera incansable. Es en lo que empleo cada vez
más tiempo y el agotamiento psicológico es el que es.
Cada negativa sabe a fracaso, durante años la sociedad entera nos ha
adoctrinado acerca de que la formación es básica y resulta que, cuando la
terminas, nadie parece necesitarte.
Sí, ya lo sé, entiendo que soy demasiado impaciente, lo de llegar y
besar el santo les ocurre a cuatro contados, y de los cuatro, tres son por
enchufe, un privilegio que permanece fuera de mi alcance, lo que significa
que a seguir buscándome la vida.
No queda otra.
Y aquí, matizo, hasta yo me doy cuenta de que se me va la pinza,
tampoco es para dramatizar como lo estoy haciendo, al menos hasta que
recibo una llamada que echará por tierra cada uno de mis razonamientos
anteriores.
Al final, de tanto llamar al lobo el peor escenario se produce y justo
el día de hoy nos toca en primera persona. A mi padre lo acaban de
despedir, lo que significa que va directo a la cola del paro con casi sesenta
años, suponiendo una auténtica prueba de fuego.
La portadora de la pésima noticia es mi madre y me pide que ese fin
de semana, el cual tenía previsto ir a visitarlos, mejor me quede en
Madrid. La noticia les ha afectado bastante y prefieren mantenerme al
margen, una noticia que me rompe el corazón y maldigo a todas las
entidades bancarias, al Ibex treinta y cinco y a toda la gente poderosa.
Según las noticias son los responsables y ya estoy harta.
El pueblo llano siempre es el más afectado y el que paga las
consecuencias. Siempre somos los mismos y una pregunta acapara toda mi
atención.
¿Y ahora qué?
Fácil, pues ahora a ser realista y, una de dos, o encuentro lo que sea
con premura, o me vuelvo a Ávila y allí ya veremos dónde termino. Así de
simple. No sirve darle más vueltas, y con un paquete de folios recién
fotocopiados me dispongo a ampliar el radio a la redonda y comienzo a
repartir más currículums.
¿Será hoy mi día de suerte?
***
Duncan
Salgo del gimnasio con las pilas cargadas y el pelo húmedo de la ducha. El
combate de hoy ha sido diferente. Mi entrenador me ha cambiado de rival,
ha subido al ring a uno de los veteranos y el combate ha acaparado la
atención de los más curiosos.
Las hostias han estado bastante igualadas y las protecciones han
desempeñado un trabajo impecable. De no ser por ellas alguno hubiésemos
salido muy mal parados y el público expectante ha jaleado cada uno de los
golpes como si la vida les fuese en ello.
Llevo practicando boxeo desde hace años, me apasiona todo lo
relacionado con este deporte y suelo ser un contrincante difícil. Nunca me
rindo, ni siquiera cuando el adversario es mejor, y hoy lo era.
Al César lo que es del César, y nos despedimos con un apretón de
manos. Gracias a él la adrenalina que he soltado me ha puesto a tono tras
una semana bastante complicada y es lo único que de verdad importa.
Camino por la calle Gran Vía con la mochila a la espalda, el aire
relajado y con una sensación de paz increíble. La infinidad de teatros me
recuerdan a mi Nueva York natal y disfruto del paseo. Me gusta perderme
entre la multitud, el gentío en pleno centro de Madrid adquiere una
ensoñación especial y yo, que soy un urbanita consumado, aprovecho la
ocasión y la mayoría de las veces que ejercito los músculos por la tarde
suelo perderme entre las calles hasta llegar a mi destino. La distancia entre
el gimnasio, el apartamento que he alquilado y el As de Corazones es
irrisorio y hoy decido que es un buen día para callejear entre el tumulto.
Y en esas estoy, inmerso en las distracciones que me ofrece la vista
cuando la casualidad, el destino, o llámalo como prefieras interviene de
manera inesperada al divisar a escasos metros del lugar en el que estoy a
la chica desconocida, también conocida por escurridiza, o torpe, y a la que,
por cierto, si hay algo que se le da de maravilla es dejarme plantado. Es
uno de sus puntos fuertes, en eso aprueba con nota y hasta diría que se ha
especializado en la materia con ahínco y tesón.
Ay, Paula, Paula… Bueno, mejor rectifico, a cada uno por su nombre
y ella para mí seguirá siendo la rubia hasta que me olvide de que existe, y,
por cierto, ya estoy tardando.
«Vaya, vaya, menuda coincidencia, ¿vivirá por aquí?», es lo primero
que me pregunto.
Fijo mi mirada con atención y observo que lleva una carpeta debajo
del brazo, después veo cómo se pierde en un local de telefonía móvil y
sale a los pocos segundos para volver a practicar el mismo modus
operandi en la siguiente tienda.
Como es de esperar, la curiosidad se extiende junto a la mala leche y
la paz interior que tanto me ha costado ganar se va al carajo.
Si es que soy gilipollas, ¿acaso me importa lo que haga o deje de
hacer a estas alturas de la película?
Respuesta acertada: sí, por supuesto que me importa.
¿Qué le voy a hacer?
Y como sigue comportándose de igual forma por cada
establecimiento por el que pasa, avanzo hacia uno de esos locales con la
decisión reflejada en mi cara. Quizás si entro y husmeo un poco logre
averiguar qué se trae entre manos, ¿no?
Lo cierto es que la curiosidad me mata.
Y así, sin sopesar mucho mi siguiente movimiento, voy y accedo al
interior. El lugar en el que, una vez más, los planetas deciden aliarse entre
sí para darme la pista inequívoca de lo que busca y a mis oídos llegan las
siguientes palabras:
—Esta maldita crisis es una mierda, ¿desde cuándo una abogada deja
su currículum para ser una simple dependienta? Vaya faena.
El comentario me da la pista que me faltaba y clarifica sus actos, por
tanto doy media vuelta y salgo al exterior disimuladamente.
Así que busca trabajo, ¿eh?
Pues oye, si lo necesita yo podría ofrecerle uno de camarera.
¿Aceptaría mi oferta?
«¿Ehhh? Pero ¿qué hostias digo? Ella se permite el lujo de
ensuciarme el sillón, de dejarme con la palabra en la boca en dos
ocasiones, y lo que es peor, con una erección de caballo difícil de
controlar, y voy yo y no se me ocurre otra gilipollez que ¿contratarla?».
Ja, va a ser que no.
Por lista.
Y ya, si dejo de mirarla, la ignoro, y sigo con mi camino, remato una
faena de diez.
¿Por qué me resulta tan difícil y no lo llevo a cabo?
Respuesta acertada: porque soy imbécil, por eso.
De repente, un patinete llama mi atención. A pesar de que el espacio
está concurrido se acerca a ella por la acera y la muy incauta ni siquiera se
da cuenta. A simple vista parece inmersa en sus pensamientos y de no
actuar a tiempo terminará siendo arrollada, por lo que...
—¡Eh, tú! ¡Alto! —exclamo al percatarme de lo que sucede en
realidad.
Echo a correr todo lo deprisa que me permiten las piernas y no logro
mi objetivo marcado. El hombre del patinete eléctrico lo que pretende es
robarle el bolso y lo consigue, mal que me pese, y lo que es peor, al darle
el tirón la chica del pelo claro cae al suelo y lo hace en una posición nada
normal.
En ella nada lo es y varios viandantes que han sido testigos de la
agresión se acercan a auxiliarla a toda prisa mientras el ladrón se
incorpora al tráfico y se larga con el botín.
Bah, da igual, lo único que de verdad importa es ella, y yo, en esta
ocasión, actúo con ventaja. Sé lo que sucederá en el caso de que haya una
sola gota de sangre de por medio y me abro paso de inmediato.
—Perdón, perdón. —Voy abriéndome camino a codazos, ya que la
ocasión así lo requiere—. Dejadme pasar, la conozco.
En cuanto escuchan mis palabras una especie de pasillo se abre ante
mí y continúo con mi cometido. Avanzar a toda leche. El tiempo apremia y
en un par de zancadas más logro posicionarme a su altura. Solo entonces
observo detenidamente cada parte de su cuerpo y la realidad me obliga a
tensar la mandíbula.
«Oh, oh, esto pinta mal, muy mal», me digo a mí mismo en cuanto
me percato del lugar exacto al que la recién arrollada presta atención. Lo
hace con un rostro desencajado, el cual ya me resulta demasiado familiar
al no ser la primera vez que lo veo.
Y es entonces cuando sé, a ciencia cierta, lo que va a suceder a
continuación, lo que significa que la cuenta atrás comienza en:
Tres.
Dos.
Uno.
Acción.
CAPÍTULO 13
Paula
***
Duncan
Paula
Duncan
Duncan
A la mañana siguiente
***
***
Bea
***
Duncan
Miro todo lo que me rodea y me llevo las manos a la cara. El desastre es
total y han sido mis propias manos las que lo han provocado.
¿Tan mal estoy?
Y recapitulo.
El escopetazo de salida lo dio la botella contra la pared. Los cristales
no tardaron en esparcirse por el impoluto suelo y el olor característico se
expandió por cada rincón, despertando a la fiera que llevo dentro y que
muy pocas veces sale de su escondite.
Odio que acapare mi razón, aunque esta vez tiene motivos de sobra
para tomar el control, exigiendo más, y fue cuando le tocó el turno a los
objetos ordenados de manera metódica del escritorio.
Bum. Todos al suelo.
El barrido de mis manos acaban con el orden en un santiamén y
tampoco aplaca la rabia que corroe por mis entrañas, así que, continúo con
la locura y vuelco la silla, el sofá, la papelera… todo cuanto encuentro a
mi alcance hasta terminar dando un puñetazo a una de las paredes.
Unas gotas de sangre dejan la marca y salpican el suelo cuando Bea
aparece con el rostro desencajado y pálido.
La echo. No necesito compañía. Prefiero estar solo y obedece.
Menos mal, de quedarse podría haber cometido cualquier locura y
bien sabe Dios que no se lo merece.
Ella menos que nadie.
La sangre de los nudillos sigue saliendo y cojo una toalla pequeña
del baño. Es lo único que se ha salvado y por el momento se libra. Ya he
descargado bastante adrenalina fuera, la suficiente para percatarme de la
que he armado y ahora da la cara un sentimiento diferente. El
arrepentimiento.
¿De qué me ha servido perder el control?
La situación no ha cambiado, sigo con el dilema de antes, con la
diferencia de que he destrozado mi santuario.
Hay que ser gilipollas.
Salgo del baño con la toalla en la mano y en ese preciso instante se
abre la puerta por segunda vez.
Dios, ¿otra vez tú, Bea?
Abro la boca con la intención de mandarla a la mierda y…
Pestañeo varias veces seguidas ante un escenario irreal, y es que,
resulta que la que acaba de aparecer en escena no es Bea, no, no señor, la
que yace de pie es la rubia y no doy crédito.
¿Cómo hacerlo?
Me recupero de la impresión inicial y con una rapidez extrema
oculto mis nudillos reventados. Si llega a verlos no tardará en desmallarse
y no lo permitiré. Depende exclusivamente de mí y no me lo perdonaría.
—¿Qué se supone que haces aquí? —digo con una voz incapaz de
ocultar lo enfadado que estoy con el mundo en general.
Sí, también con ella.
Es lo que hay.
—Tu camarera me ha llamado histérica. Me ha dicho lo que sucedía,
que no atendías a razones y que no sabía a quién más recurrir —me aclara
cerrando la puerta a su espalda.
Perplejo, así me quedo, y admiro su valentía.
Casi no me conoce y, aun así, parece no darle la importancia debida,
ni siquiera al comprobar de primera mano el destrozo que he formado.
Interesante.
—¿Cómo has dicho?
—Lo que oyes. La primera impresionada he sido yo. No entendía
para qué me llamaba hasta que terminó suplicándome que viniera lo antes
posible.
Aprieto los dientes, meto las manos en los bolsillos y bajo la cabeza
en un gesto de derrota total.
Llevo toda la noche bebiendo con la esperanza de mitigar lo que
tanto atormenta mi mente y resulta que la multitud de copas han sido
insuficientes.
Joder.
—¿Y por qué lo has hecho? —el tono de mi voz baja
considerablemente, suspiro con pesar y alzo el mentón despacio, muy
despacio hasta encontrarme con esos ojos que tanto me gustan.
«Vamos, rubia, contéstame a la pregunta», apremio en mi interior.
—Bea parecía realmente desesperada.
—Ya.
—Y no he podido negarme.
—¿He de considerarme un afortunado?
—No sé, tú me dirás. Mira a tu alrededor y analiza el desastre que
has ocasionado. ¿A qué viene esta locura, Duncan?
Paula saca su carácter y elevo las comisuras de los labios hacia
arriba.
Menuda caja de sorpresas está hecha. ¿Pues no viene con el
propósito de ponerme firme e incluso de regañarme?
Sí, a mí.
Joder, y lo más sorprendente es que estoy dispuesto a consentírselo
una y mil veces seguidas, siempre y cuando ella así lo considere.
Fuerte, ¿eh?
«Ay, rubia, rubia, si supieras las dudas que despiertas en mí saldrías
corriendo de aquí, sin mirar atrás, y no volverías ni aunque Bea te lo
suplicara de rodillas».
—¿De verdad quieres saber a qué viene esta locura? —la presiono
con los brazos extendidos—, piénsalo bien, porque si te lo digo existen
razones más que justificadas para que te marches por donde has venido y
jamás quieras volver.
Lo piensa.
Bien hecho.
Es inteligente y supongo que sabrá retirarse a tiempo.
¿O no?
—Tranquilo, ayer mismo te dije que no regresaría nunca a este local
y fíjate lo que he tardado en incumplir mi palabra —responde al poco con
cierta ironía—. Y sí, quiero saber más. Bea me ha llamado muy
preocupada, me ha dicho la buena relación que tenéis y también que intuye
lo que te sucede. Ha hablado de una visita que has recibido y de lo mucho
que te ha afectado.
—¿Qué? Mi empleada es una bocazas —sentencio perdiendo la
paciencia.
¿Quién se cree que es para ir expandiendo rumores de su jefe así
como así?
Ya la pillaré, ya.
—No, de bocazas nada. Ella lo único que pretendía era ayudarte, no
la has dejado y como tenía mi número de móvil se le ha ocurrido el
disparate de llamarme, nada más —la defiende a ultranza, posicionándose
al lado del que considera más débil, y añade—: y te diré que le deberías de
estar agradecido. Todavía sigo sin entender cómo es posible que haya
salido de mi casa en plena noche para venir hasta aquí.
La conversación da un giro radical y no presto atención a un pequeño
detalle «de nada».
A mi mano cubierta con la tela de color blanco y que sin darme
cuenta ha empezado a decolorarse.
—¿Te arrepientes?
—¿Tú qué crees?
—Que deberías.
Mi respuesta provoca un silencio demoledor que ella aprovecha para
bajar la mirada, lo que conlleva a que se fije en la ligera toalla que ejerce
de venda y que ya no se ve tan impoluta como hace unos instantes.
Un color sospechoso aparece por arte de magia y se agranda por
momentos.
—Ehhh, ¿Duncan?
—¿Sí?
—Eso que empapa la toalla que llevas, ¿es sangre?
—¿¿Qué??
Desvío la mirada hacia el mismo lugar que ella y…
—Joderrr.
Me olvido de todo y echo a correr. De no hacerlo terminará
estampándose y no lo consentiré.
Por los pelos, pero consigo llegar antes de que su menudo cuerpo
termine estrellándose contra el duro suelo evitando así la posibilidad de
romperse la crisma por mi culpa.
CAPÍTULO 17
Paula
Duncan
Si alguien llega a decirme hace unas semanas que iba a dormir en el cuarto
de invitados de mi propia casa no lo hubiese creído ni loco, en cambio,
mírame. Aquí estoy, encima de una cama que no reconozco y con una
sonrisa de gilipollas dibujada en los labios.
Ay, rubia, rubia, si lo que no consigas tú…
Apago la luz y dedico el tiempo a distraer mi mente. Saber que la
tengo tan cerca y que no puedo tocarla es demasiado para un hombre como
yo. No doy crédito y lo más curioso es que estoy dispuesto a pasar por la
penitencia que me ha impuesto sin rechistar.
¿Qué importa que mi polla exija su ansiada recompensa? No es la
primera vez, así que, tampoco le debe de pillar tan de sorpresa, ¿no?
Tendrá que ser paciente. Por incomprensible que parezca es Paula la
que tiene el control de lo nuestro y, de momento, aquí estaré, esperando a
que se produzca el intercambio de fluidos con una ansiedad desconocida.
¿Ansiedad desconocida?
Joder. Llevo meses llorando por las esquinas. El día que Katrina
eligió a Eric quise morirme, pensé que no podría resistirlo y resulta que
hoy el escenario no es el mismo.
No. No lo es y no doy crédito.
Katrina era la mujer por la que estaba dispuesto a luchar con uñas y
dientes. Cuando empecé a conocerla admití que tenía en su haber todas las
papeletas para quedarse en mi vida y hoy me resulta increíble una
apreciación que aparece de la nada.
Bueno, más que una apreciación me refiero a una palabra.
«Era».
Mis pensamientos datan del pasado, no del presente, y el dato en sí
es significativo hasta decir basta.
Coño. ¿Qué me está ocurriendo? Cada vez que recuerdo la incursión
de Paula en mi despacho un sentimiento nuevo se apodera de mi pecho y
se expande con una facilidad acojonante.
No sé, es como si una especie de alegría se mezclara con la
esperanza y me diera el oxígeno que tanto precisaba en un momento de mi
vida turbio a más no poder, y todo gracias a la valentía de una mujer a la
que no le ha importado salir de su casa en plena noche para apaciguar los
demonios internos de un tío del que hasta ahora ha preferido mantenerse
alejada y con el que ha compartido un único encuentro repleto de besos
húmedos, calientes y provocadores.
¿Locura?
Lo es. Apenas la conozco y la desesperación en la que me encuentro
es tan grande que puede ser la causante de agarrarme a un clavo ardiendo.
Supervivencia lo llaman.
Cierro los ojos. Con todo lo que he bebido hasta mañana no estaré en
mis plenas facultades y mejor dejo las ñoñerías apartadas a un lado. Está
claro que no me van a servir. Además, no entiendo cómo puedo andarme
con tanta gilipollez cuando el marrón que tengo encima se ha multiplicado
por dos ahora que ellos han llegado, por tanto me dejo de hostias.
La realidad supera con creces a la ficción y quizá esté
sobrevalorando a una chica cualquiera que a lo único que se ha dedicado
desde el principio es a darme una negativa tras otra. Es la verdad, y seguro
que a la mañana siguiente me daré cuenta del error que estoy cometiendo.
Si antes no ha querido que entre en su vida, ¿por qué iba a hacerlo
ahora?
Además, la obviedad de que el estado tan lamentable en el que me
encuentro tiene dueña debería de resultar demasiado significativo. Si he
perdido la razón es por una causa en concreto y esta tiene nombre y
apellidos. No hay que ser muy listo para adivinar con qué intención ha
venido. Para ella es un simple juego, pero para mí no.
Con Eric de por medio, no.
Un ligero dolor de cabeza aparece por arte de magia. Los nuevos
pensamientos no son tan agradables como los de antes y el mecanismo de
defensa no tarda en actuar.
Al final lo consigo, dejo la mente en blanco y, cuando empieza a
amanecer, logro quedarme dormido.
Por fin.
***
Paula
Bato los huevos en un bol que he encontrado y lo hago con energía. Esta
mañana me he levantado productiva como nunca y espero que al dueño de
la casa no le importe que trajine aquí y allá; desconozco el lugar en el que
guarda los utensilios que necesito y como me he levantado con un hambre
feroz he preferido buscarme la vida.
Bueno, no es del todo cierto, ha sido pensar en despertarlo y…
Buf, un calor repentino no ha tardado en manifestarse. Imaginármelo
dormido, a escasos metros, es una auténtica locura y como tal decido
emplear el tiempo en un entretenimiento adecuado antes de ponerme a
babear como una desesperada.
¿Y qué mejor que preparar un almuerzo tardío para dos?
Y en esas estoy, cuando su voz ronca y sensual me sorprende por
detrás.
—Buenos días, rubia.
Toda mi piel se eriza al escucharlo. Este hombre tiene el poder de
hacerme vibrar con su simple voz y mejor omito que yo solita me he
metido en la boca del lobo al ocurrírseme la genial idea de quedarme en su
casa.
—¿Buenos días? Son casi las cinco de la tar…
Y una vez más vuelve a ocurrir. Me quedo muda en cuanto me giro y
me trago mis propias palabras, esta vez tiene que ver con la indumentaria
que lleva, y con la cara como un tomate regreso a lo que estaba haciendo.
Madre del amor hermoso, pero ¿de verdad este tío es real?
Duncan apoya la cadera en la encimera y se dispone a mirarme
fijamente, lo hace con un pantalón de pijama como única prenda de vestir,
y he de decir que los pocos segundos que he dedicado en admirar ese
cuerpo creado para pecar me he dado cuenta de varios puntos de suma
importancia.
Estos son:
1) En su abdomen tiene una tableta de chocolate que chuparía una y
mil veces seguidas.
2) En el brazo derecho la tinta rellena un tatuaje que ocupa la
totalidad de la extremidad.
3) Sus músculos son como los de los protagonistas que salen en las
películas de acción.
4) En definitiva. El conjunto en general quita el hipo y me lleva a
hacerme una pregunta de considerable peso.
Duncan
***
Paula
Duncan
Salgo del gimnasio con la misma sensación de pesar que con la que entré,
pero con una diferencia marcada: mis costillas.
Esto me pasa por bajar la guardia. Si es que no aprendo.
Paro en la primera cafetería que encuentro y pido un café. El
momento de dar alguna que otra explicación ha llegado. No lo puedo
demorar más y necesito que alguien desde fuera sea objetivo.
Y oye, que curioso, resulta que el primer nombre que me viene a la
cabeza es el de ella.
Mi rubia.
Menos mal que no borré su contacto.
Yo:
Hola, rubia.
No tarda en estar en línea y me pregunto si me contestará. Es la
primera vez que wasapeo con ella, pero con mi particular saludo no habrá
lugar a equívoco alguno.
Las señales azules corroboran que lo ha leído y no contesta.
Normal.
«Vale, captada la indirecta», sopeso con impotencia.
Y procedo a desnudar parte de mi alma.
Se lo merece.
Yo:
Supongo que estarás enfadada y no tienes motivos. No te he
mentido. Has sido la primera en entrar en mi casa. Cuando te dije lo de la
exclusividad hablaba completamente en serio.
Yo:
La mujer que has visto es la novia de Eric, mi mejor amigo, y la
razón de marcharme de mi país.
Nada.
Yo:
Venga, rubia, aunque solo sea para mandarme a tomar por el culo
habla conmigo, por favor.
Yo:
Hazlo.
Yo:
Te estás convirtiendo en el soplo de aire fresco que tanto necesito en
estos momentos tan turbulentos. La visita de Katrina me ha
desestabilizado en todos los sentidos y necesito desahogarme con alguien.
Yo:
Ahora sí te estoy mintiendo. Con quien necesito hacerlo es contigo.
Solo contigo. Llámame loco si quieres, empiezo a barajar la idea de que lo
estoy.
Yo:
Paula, te lo suplico, háblame.
Rubia:
Aquí estoy.
Rubia:
No me las des. Lo de gilipollas viene conmigo de fábrica y no
escarmiento. Te veo en un par de horas en tu local.
Paula
Paula
***
***
Duncan
***
Katrina
Algo dentro de mí se resquebraja ante una escena tan dantesca. Hasta hace
nada Duncan se dedicaba a comer de la palma de mi mano y no es fácil
contemplar la cruda realidad.
Mi sexto sentido me indica que esa mujer significa algo para él. No
es un mero capricho y lo he corroborado esta misma mañana, cuando casi
se da de bruces conmigo al salir pitando de su casa.
En un principio no quise darle importancia al hecho de
encontrármela en su apartamento, pero he de ser franca conmigo misma.
Sí, aunque duela.
Ni siquiera yo, cuando estábamos juntos, tenía la potestad de
llevarme a su lugar sagrado, según él era una manía y mira ahora. Le han
bastado tres simples meses para cambiar de opinión y no lo entiendo.
¿Por qué ella sí?
Si apenas la conocerá…
¿O quizá esté interpretando un papel estelar para que lo deje
tranquilo?
Mmm, puede ser. Con lo metódico que es me resulta casi imposible
su nueva forma de actuar y no me quedaré de brazos cruzados viendo
cómo se comen los morros, cuando es a mí a la que debería de estar
besando como si no hubiese un mañana.
La compenetración entre nuestros cuerpos ha sido siempre de diez y
como tal tengo el derecho a reclamar mi lugar ahora que he entendido que
Eric no es suficiente para complacerme, los sigo queriendo a los dos y
lucharé con uñas y dientes hasta que lo convenza.
Si somos discretos podremos con ello y evitaremos un sufrimiento
innecesario.
Y así, segura de lo que quiero, voy y le doy unos golpes en el
hombro para que cese el espectáculo que dan y que los gilipollas que hay
alrededor corean y jalean con un ruido desproporcionado.
—¿Habéis terminado? —me dirijo a Duncan aniquilándole con la
mirada—, porque de no ser así puedo esperar. He dejado a Eric en la cama
y pasarán horas hasta que se despierte, lo que significa que no tengo prisa
alguna y no me marcharé de aquí hasta que mantengamos una
conversación… o lo que se tercie.
Lo último lo digo mirando a la tía a la que no soporto y espero que
no nos dé mucho el coñazo.
Como distracción por un rato está bien, pero mi Duncan necesita
otro tipo de entretenimiento y yo conozco cada una de sus debilidades, lo
que significa que cuento con ventaja.
Y voy a aprovecharla.
Faltaría más.
***
Duncan
Paula
Paseamos agarrados de la mano por las calles de Madrid tapados hasta las
orejas. El frío es considerable y, aun así, hemos preferido caminar hasta
llegar al barrio en el que vivo.
La verdad es que no me hubiese perdido este paseo ni con los
termómetros marcando cero grados. Sentirle a mi lado, unidos por el
simple contacto de nuestras manos es equiparable a la multitud de lecturas
que he devorado a lo largo de los años y… ¡Qué digo!, de equiparable nada
de nada.
Ni mil novelas juntas serían suficientes para describir un momento
tan tierno, especial y repleto de sensaciones increíbles al lado del soltero
de oro afincado en la capital por un tiempo determinado.
Todavía no me hago a la idea.
¿Cómo hacerlo?
Una hora después llegamos a mi portal. Durante el trayecto, Duncan
se ha dedicado a informarme de lo sucedido en su despacho y, también, de
la multitud de dudas que posee acerca de hablar o no con su amigo, y ahí
me mantengo en la misma posición.
Mi consejo sigue siendo el mismo y le comento, una vez más, que su
deber es decirle lo que ocurre.
Sí, al precio que sea. Yo no esperaría menos de mis amigos y de
estar en su lugar no volvería a hablarles si me ocultasen una información
tan relevante.
Para lo bueno y para lo malo, como en los votos matrimoniales.
—Es aquí, ¿quieres subir a tomar algo? —propongo con timidez y
con el corazón bombeando a mil por hora.
Mi invitación le provoca una sonrisa de macarra total que me
desarma por completo.
—Rubia, si subiera lo último que querría sería tomarme algo, tenlo
por seguro, y después de todo no sé si haríamos bien.
Duncan ha cambiado de parecer por vez consecutiva y yo me mojo
las ganas en el café, como dice la canción de Mecano.
—¿Y qué pasa en cuanto a lo de que seguía en pie tu proposición
pero con algunos cambios significativos?
—Tendrán que esperar. No hay prisa.
¿Qué?
No doy crédito a lo que suelta por su boca. Llevo parte del camino
con los nervios a flor de piel y ahora resulta que para nada.
—Paula. —Nos detenemos frente a la puerta y él aprovecha para
abrazarme. La ternura con la que lo hace amplía mis ganas de que suba y
mucho me temo que no lo convenceré—. Estos últimos días solo hemos
hablado de mí y te aseguro que cada vez me tienes más intrigado. Dime
qué pasó con la relación que tuviste.
Supongo que ha llegado el momento de dar voz a mi historia, es
justo después de su sinceridad arrolladora.
—¿Ahora?
—Sí, por favor. Necesito saberlo.
—Está bien.
Hablar de este tema no es de mi agrado y me aparto de sus brazos.
Prefiero interponer una distancia prudencial y comienzo con un resumen
general y breve a la vez.
Tampoco es que haya mucho que decir, la verdad.
—Estuve con Rafa dos años, más que novios éramos amigos que
compartíamos piso y nuestra relación se basaba en hacernos compañía,
más que nada.
—No te creo.
—Hazlo. Con él perdí la virginidad, creí que era el hombre de mi
vida y resultó un auténtico fiasco.
—¿Te engañó?
—Peor.
—¿Qué te hizo?
Su frase me pone los pelos de punta por el tono que emplea. No sé, a
simple vista parece que su propósito es el de protegerme a costa de lo que
sea y por mi bien espero no hacerme demasiadas ilusiones.
Este hombre no es para mí.
—Decirme lo mucho que se aburría conmigo cuando manteníamos
sexo, eso fue al medio año y después supongo que empezó a buscar fuera
lo que yo no le daba.
Decírselo ya no cuesta tanto y es toda una sorpresa. Los pobres de
Gus y de Inés tardaron semanas en sacarme alguna que otra pincelada en
cuanto a la relación anómala que mantenía y supongo que tendrán que ver
los meses que han pasado.
Al final lo de que el tiempo todo lo cura es veraz como la vida
misma.
—¿Por qué seguiste con él un año y medio más? —indaga a base de
pico y pala.
Me encojo de hombros.
—Supongo que por costumbre, no lo sé —digo apartando la mirada.
Me da vergüenza.
Y, de repente:
—¡La hostia! Paula, ¿cómo pudiste conformarte con un pusilánime
así?
Mi respuesta llega con otro encogimiento de hombros mientras él
sigue con su interrogatorio.
—¿Has vuelto a acostarte con alguien después de ese cabrón?
—No.
—¿No? —pregunta con los ojos como platos, completamente
trastornado por mi negación—, ¿cuánto hace desde que lo dejasteis?
—Ocho meses.
—¡Joder! pero… digo yo que al menos te habrás enrollado con
alguien aparte de él, ¿no?
—Bueno...
—Vamos, pequeña, dímelo.
Su «pequeña» impacta en el batiburrillo de emociones que pululan a
su libre albedrío y cojo aire por la nariz.
Es el momento de decírselo, por un instante supuse que se lo
imaginaría, pero no es así.
—Tú.
—¿¿Qué??
Su cara es un poema y permanece incrédulo ante mí, sin atreverse a
acortar la distancia que me he empeñado en anteponer.
Y le doy la estocada final.
—Tú has sido el primero, Duncan.
En shock, así se queda, y yo me limito a huir de su mirada una vez
más.
Admitir que no era deseada sigue costando y quizá sea el motivo de
tratar de evadirme con mil y una historias cuyo final feliz está siempre
garantizado.
—Así que era verdad…
—¿Cómo dices? —sugiero confusa y con un significativo brillo en
los ojos.
—Hablo de la insinuación de Inés cuando te llamó mojigata —
susurra con una calma extrema. Y como continúo sin mirarle es su mano
la que se posiciona con suavidad en mi mentón y lo eleva hacia arriba.
Solo entonces sigue atando cabos—, de tus continuos esfuerzos para que
entendiera que no eras una más, de tu manera de ser, de tu característico
rubor en las mejillas, y, sobre todo, de lo tremendamente equivocada que
estás si por un solo segundo has llegado a creer que lo de sentirte no
deseada es normal.
Cada frase impacta de lleno en mi pobre corazón y opto por una
salida fácil.
—Si te parece bien mañana seguimos hablando. Es tarde y…
—No. No me parece bien —me corta de sopetón.
—¿Perdona?
—Lo que has oído, Paula. De aquí no me muevo.
—Ehhh, no te entiendo, ¿qué pretendes?
—¿Todavía no lo has adivinado?
Según lo dice atrapa mi cintura, la pega a él y me arrincona entre su
cuerpo y la puerta del portal con la decisión reflejada en su cara, la cual
delata el nuevo escenario al que me enfrento, y trago con dificultad.
—Duncan…
—¿Sí?
—¿Qué haces?
—Demostrarte lo mucho que te deseo, rubia. Ese hijo de puta no
tiene ni la menor idea del pedazo de mujer que ha dejado escapar. Tu sola
presencia a mí me bastó para desear meterte en mi cama desde ese primer
día en el que me dejaste plantado y con una erección bestial, y te diré más.
Nunca follo en mi casa, es una regla sagrada, y fíjate que me importa una
mierda con tal de que seas tú la que siga regalándome todas las primeras
veces que a ti te apetezcan. ¿Qué te parece?
Madredelamorhermoso.
¡Que qué me parece, dice!
Pues hombre, no es demasiado difícil teniendo en cuenta que un tío
que parece un pecado divino ha decidido sublevarse.
«Ay, Jesusito de mi vida, si basta con fijarme en sus maneras para
que me ponga taquicárdica perdida».
Joder. Y eso sin contar el repaso que me da con sus ojos, no deja
lugar a la duda y se dedican a comerme enterita, mientras noto su cálido
aliento sobre una boca que pide exclusividad absoluta aunque sea por
tiempo limitado.
¿Se la dará?
Y comienzo a hiperventilar. Esto es más de lo que puedo soportar, o
eso es lo que creo, ya que el muy canalla es un experto en lo que hace y
una servidora se adapta como buenamente puede, al menos hasta el
instante en el que asalta mi boca.
Es entonces cuando el mundo se detiene. Solo existe él y lo de mojar
las ganas en el café va a ser que no, que ha pasado al olvido con una
facilidad sorprendente.
Bien por mí.
Y, en un acto de valentía absoluta, soy yo la que termino exigiendo
más a la vez que varios gemidos incontrolables se escapan de mi garganta.
—Duncan… —jadeo sobre sus labios sintiendo un fuego abrasador
que se extiende por cada poro de mi encendida piel.
—Dime, rubia —ronronea efectuando un golpe de cadera demoledor
sobre el epicentro de mi deseo.
—Yo…
—¿Tú qué? —Baja a la altura de mi cuello y su lengua me da un
repaso de arriba abajo.
Cada beso, caricia y mirada persigue el mismo objetivo y él solito se
basta y sobra para derribar mis complejos, mis mierdas internas y los
posibles recelos que me quedan con un resultado magnífico.
El poder que me otorga es tan grande que una nueva Paula se lanza al
ataque.
—Acompáñame arriba, por favor.
—Será un auténtico placer.
El trayecto hasta mi casa lo realizamos sin separar nuestras bocas.
Parecemos dos animales muertos de hambre y las manos lo corroboran. La
necesidad de sentirnos piel con piel es abrumadora y mi maravilloso
príncipe azul toma el control y me lleva hasta la cama; el lugar en el que
se multiplica mediante dos personalidades bien diferenciadas entre sí, ya
que, de repente, se le va la vida devorando mi boca, y al segundo, me mira
con una intensidad perturbadora permitiendo que sus ojos digan
demasiado sin necesidad de hablar.
No hace falta.
Ejerce el papel de caballero y canalla al mismo tiempo y casi me
derrito de placer al notar las yemas de sus dedos recorriendo mis pechos.
Es jodidamente sensual y cada gemido que escapa de mi boca a él le
entusiasma. Todo él así lo refleja y mi entrega es total.
—Paula, pequeña…
Sus labios bajan y ocupan el lugar de sus yemas, lo que propicia que
en un momento de locura mi espalda se eche hacia adelante, ofreciéndole
su trofeo, y ahí me quedo, ensimismada observando cómo chupa el pezón
con deleite, para después metérselo en la boca y…
—Joder, Duncan —gimo apretando las piernas de gusto.
—Sí, cariño. Eso mismo es lo que voy a hacerte, y por lo que veo
estás más que preparada.
En cuanto sus dedos asaltan mi zona íntima un grito salvaje sale
disparado de mi boca y lo que aprieto ahora son las sábanas con las manos.
No voy a tardar en correrme, lo sabe y avasalla mi clítoris mediante
caricias tiernas que tienen el poder de llenarme los ojos de lágrimas.
¿Y de verdad supuse que ningún hombre se sentiría atraído por mí en
la cama?
Guau, menuda gilipollez.
A mi playboy le han bastado unos segundos para demostrarme mi
gran error y como tal me entrego en cuerpo y alma.
No hay cabida para la vergüenza.
Con él, no.
Nunca.
—Vamos, pequeña, dámelo.
Obedezco, Duncan tiene el poder de hacer conmigo lo que le da la
gana y me dejo ir mientras aseguro que el orgasmo que me acaba de
regalar ha sido el mejor de toda mi existencia, y espero que no sea el
único.
«Sí, sí, los que tú quieras siempre y cuando no te pilles por él,
¿estamos? Es un requisito imprescindible y por tu bien más te vale que no
lo olvides», me argumenta una vocecilla interna con una más que
considerable razón de peso.
La acepto, de lo contrario cometería un grave error y no estoy por la
labor.
El hombre que me sostiene entre sus brazos desaparecerá antes o
después y si soy inteligente me limitaré a disfrutar de la experiencia a su
lado durante el tiempo que precise.
Sin más.
***
Duncan
Duncan
***
Paula
Estiro mi cuerpo con una sonrisa que delata mi estado de ánimo y empleo
unos maravillosos segundos para rememorar lo que ha sucedido aquí, en
mi cama.
Y no, no es ningún sueño.
De manera inmediata le busco al otro lado y no lo encuentro.
¿Dónde se habrá metido?
La posibilidad de que se haya marchado una vez que me dormí
existe. Es su modus operandi según me confesó y un vacío en el estómago
me sacude.
No, por ahí, no. Se acabaron los dramas. No pretendo que Duncan
me ofrezca ninguna relación y menos como la de las películas. Desde el
principio no ocultó lo mucho que le atraía por mis constantes negativas y
la probabilidad de…
—Buenos días, rubia, ¿qué tal has dormido?
El alivio es tremendo y su postura esclarecedora.
Se ha quedado a dormir conmigo, y, no contento con eso, va y me
trae el desayuno a la cama.
Perpleja me deja mientras deja la bandeja en la mesilla. Huele
divinamente y el hambre después de tanto ejercicio es bestial.
—Buenos días, lo poco que me has dejado de maravilla —sonrío con
timidez.
—Entonces tendrás que reponer fuerzas, he quedado en un par de
horas.
—¿Con quién?
—Adivina.
—Duncan.
—Dime.
—¿De verdad quieres que vaya?
—Sí.
—¿En calidad de qué?
—Mmm, pues no lo sé. Como un simple rollo, como una empleada
con derecho a roce o como mi novia. Elije tú.
—Vale, entonces no me costará asumir el papel. Me decanto por la
empleada con derecho a roce.
—Interesante —comenta acercándose de manera peligrosa—, supuse
que elegirías la última.
—Ni de coña. Prefiero mantener las distancias en cuanto a
sentimientos se refiere, que luego pasa lo que pasa.
—Esa es mi chica —me alienta rozando mis labios—, y ahora a
desayunar.
—A la orden, jefe.
***
***
Duncan
***
Paula
De camino a su piso le pido que hagamos antes una parada en el mío. Allí
recojo algo de ropa y un neceser con lo básico y me dispongo a pasar las
próximas horas, o lo que se tercie, en su lugar sagrado.
Sí, lo sé. Todo lo que nos rodea es un auténtico disparate. Parecemos
empeñados en estrellarnos, sobre todo yo, y paso de comeduras de tarro.
No voy a desaprovechar una ocasión única. Él quiere que lo
acompañe y no hay más que hablar.
Una vez que estoy lista, cogemos otro taxi y saco del bolso el móvil.
Mis amigos no sospechan ni de lejos la aventura en la que me he
embarcado y les doy la buena nueva a través de un wasap.
Van a flipar.
Yo:
Chicosss, agarraos, voy de camino a la gigante morada de Duncan y
llevo conmigo mi pijama de Hello Kitty… Ahí lo dejo.
Gus:
¿Perdona? Pauli, haz el favor de desarrollar en condiciones. ¿Te lo has
tirado ya?
Inés:
Buena elección, ¿también llevas las bragas de cuello alto? Por Dios, pava,
que al neoyorkino se le bajará en cuanto te lo vea puesto y sabes mejor que
nadie que es el hombre indicado para que te empotre de una puta vez.
Yo:
Por partes.
Por supuesto que me lo he tirado ya.
No, las bragas de cuello vuelto se han quedado en casa. Siendo
objetiva sopeso que no necesitaré ni los tangas. Esta misma mañana me ha
arrancado el que llevaba puesto e intuyo que no será el último.
En cuanto a que sea el hombre indicado para que me empotre,
tranquila, ya ha sucedido y ha sido la mejor experiencia de mi vida.
Ah, y agarraos otra vez, queda la mejor parte.
¡¡¡Ha sido en el baño de un bar!!!
Inés:
¿Tú follando en un baño? ¡¡¡Joder!!! ¿En serio nos estás diciendo que la
mojigata ha pasado a mejor vida?
Yo:
Y tan en serio.
Gus:
Eres mi heroína. Lástima que sea heterosexual. Debe ser una máquina
jodiendo...
Yo:
Lo es.
Inés:
Oye, oye, tu intensidad no me gusta y ahora lo importante es no pillarte
por él, ¿vale? Que ya nos conocemos. Limítate a follar y a disfrutar como
una loca y piensa que ese hombre no es para ti, ¿estamos?
Yo:
Tranquila, esa parte es la que tengo más clara.
Gus:
¿En serio? No te creo. Dinos quién eres y qué has hecho con nuestra
amiga.
Yo:
Sé a lo que me expongo, de verdad.
Inés:
¿Y…?
Gus:
Eso, ¿y…?
Yo:
Que no será fácil, pero lo intentaré. Me trata como a una princesa de
cuento y esta mañana hasta me ha llevado el desayuno a la cama.
Inés:
¿Y…?
Yo:
Cabe la remota posibilidad de que esté utilizándome.
Gus:
¿¿¿Qué???
Inés:
Ya estás tardando en decirnos qué ocurre en realidad. Si tenemos que ir
hasta su local a partirle las dos piernas somos las personas indicadas.
Venga, gordi, ¿qué pasa?
Yo:
Ha venido su mejor amigo con su novia. Esa mujer estuvo con los dos a la
vez hasta que la obligaron a que eligiera. Duncan quedó fuera y por ese
motivo se vino a Madrid. Puede que todavía sienta algo por esa arpía,
aunque lo dudo, y lo peor de todo es que ella lo persigue a cada momento
digamos que «para rememorar viejos tiempos».
Inés:
¿Estás diciéndonos que te has prestado a que te use a su antojo con tal de
alejar a esa tiparraca y así evitar que no caiga en la tentación? Por favor,
dime que me equivoco, de lo contrario te daré un par de hostias bien
dadas.
Yo:
No es así exactamente. Antes de que Katrina apareciera su conexión y la
mía fue brutal. No sé, es como si un vínculo nos uniera y…
Inés:
Tú eres tonta ¿o qué?, ¿sabes la idiotez que acabas de decir?
El segundo:
Inés:
Ese hombre al que «acabas de conocer» es uno de los solteros más
codiciados de su país, es millonario, tiene una familia influyente y folla
por follar cuando le da la gana, y de verdad, me cuesta entender con lo que
nos vienes ahora; y me refiero a la mamarrachada esa de la conexión y del
vínculo de los cojones.
El tercero:
Inés:
¡¡Joder, Paula!! ¿De qué coño vas? ¿A ti no te parece demasiada
coincidencia que vaya detrás de ti y que se comporte como dices justo
cuando su ex aparece?
Y el último:
Inés.
Por Dios, abre los ojos y sal corriendo de ahí ahora mismo. La idea era que
ese cabrón te desatascara las tuberías y ya, no que te utilizara como si
fueras un clínex de usar y tirar.
Cada uno de los mensajes son claros, directos y demoledores. En ese
orden, y lo peor es que lleva razón.
Los dos han puesto el grito en el cielo en cuanto les he explicado la
situación y un nudo en el estómago me sacude de principio a fin.
—¿Estás bien?
El interés de Duncan me devuelve a la cruda realidad.
—Sí, sí —afirmo como puedo.
—Mientes muy mal, rubia, ¿qué pasa?
—Ehhh —balbuceo como si fuese una niña pequeña—, nada, son
mis amigos.
—¿Los que conozco?
—Sí.
—¿Les sucede algo?
—Sí, están muy preocupados.
—¿Y eso?
Respiro un par de veces y digo:
—Por mí.
—Ah, ya. Supongo que les acabas de poner al corriente de lo
nuestro, ¿me equivoco?
Niego con la cabeza.
—¿Les has hablado de Eric y de Katrina?
Esta vez asiento.
—Entonces te estarán diciendo lo cabrón que soy.
—Sí —susurro a punto de echarme a llorar.
—Y que te alejes cuanto antes de mí.
—Sí.
—¿Y qué vas a hacer?
Buena pregunta. Mis amigos únicamente quieren lo mejor para mí y
cada una de sus advertencias han impactado de lleno contra mi maltrecho
corazón, tirando por la borda en un instante la ensoñación que yo solita me
había creado.
Es cierto, por mucho que haya insistido acerca de tener claro de qué
va el asunto entre nosotros, he de considerar la burda realidad y es tan
simple como que es un espejismo y que jamás podría tratarlo como un
simple revolcón. No lo es, ni lo será nunca, y la apreciación en sí me lleva
hacia una única dirección.
Ya es tarde. He caído en sus garras. A Duncan no le ha importado
tirar de experiencia y le ha bastado para que una ingenua como yo caiga
rendida a sus pies en un tiempo récord.
Y decido ser valiente.
—¿Tú qué harías?
Su respuesta es inmediata.
—Lo que te han dicho tus amigos. Ellos quieren lo mejor para tu
bienestar y yo no lo soy. Jamás estaré a la altura de una mujer tan especial,
esa es la verdad, y ayer, cuando dormías, mi instinto de protección hacia ti
me rogaba una y otra vez que te dejara marchar y es bastante significativo.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Porque preferí ser un egoísta.
Pumba.
Su sinceridad es letal y, aunque duela, se lo agradezco.
—¿Y en qué posición me deja eso a mí?
—Excelente pregunta, rubia.
A continuación, Duncan cierra los ojos, coge mi mano, suspira con
pesar y termina diciendo:
—Paula, yo lo único que puedo decirte es que me gustas, contigo soy
otro hombre diferente y me encantaría que siguieses formando parte de mi
vida, solo que, al mismo tiempo, he de avisarte. Me importas, no quiero
hacerte daño y con todo el dolor de mi corazón te lo terminaré haciendo.
Antes o después me cansaré de ti y dejarás de ser el soplo de aire fresco
que necesito en estos momentos y no sé cómo te afectará… Joder, Paula,
¿estás llorando?
Su cara se transforma y su preocupación es tan palpable que me
despierta un sentimiento de ternura infinita.
Pobre yanqui, está más perdido que yo y lo corrobora con su
expresión atormentada.
No soporta verme llorar.
—Cariño, dime dónde vive alguno de tus amigos. Te dejaré allí.
—¿Por qué?
—Porque en estos momentos es a ellos a los que debes escuchar.
—Pero…
—Hazme caso, es lo mejor.
—No, no, yo…
—Shhh, pequeña, no digas nada. La decisión está tomada.
¿Qué?
¿Pero no había dicho que prefería ser un egoísta?
¿A qué viene este cambio de guion tan brusco?
A este tío no hay quien lo entienda.
En fin, le haré caso. Con su actitud sigue demostrando que no soy
una más y le digo al taxista la dirección de Inés.
Cuanto antes me enfrente a ellos, mejor. Escucharé cada uno de sus
argumentos y así todos contentos. Solo después decidiré qué hacer.
Total, nada va a cambiar por permanecer separados un día, ¿verdad?
Poco después llegamos al nuevo destino y él sigue comportándose
como un caballero.
Me acompaña hasta la misma puerta y allí suelta mi mano.
—Piensa solo en ti, ¿me lo prometes?
De todas las preguntas posibles, esa es la que menos me esperaba y
lo miro con un gesto interrogante.
—¿Por qué dices algo así?
—Porque yo sé enfrentarme a mis mierdas internas, en cambio, tú,
no. Escucha a tus amigos y, en el caso de que regreses a mi lado, ten la
seguridad de que lo haces sabiendo a lo que te enfrentas.
»Paula, estoy dispuesto a prometerte noches repletas de sexo
desenfrenado, diversión, conversación y todo lo que necesites, menos una
relación estable. No sé qué es eso y después de que Katrina me dijera que
no ni siquiera quiero saberlo. Es justo que lo sepas. Medita bien las
opciones, y lo dicho, piensa solo en ti.
Sin más coge mi cara con las manos, me mira con una intensidad
abrumadora y termina dándome un beso que no sé el porqué, pero que a mí
me sabe a despedida.
¿Estaré delirando?
Inmediatamente después, y sin darme opción a réplica alguna, va y
regresa al taxi que le espera, sube al interior y, antes de cerrar la puerta,
suelta un:
—Adiós, rubia.
Y ahí me quedo, mirando como una idiota el coche en el que se aleja
hasta que desaparece por completo, mientras un mal presentimiento se
apodera del optimismo que tanto me había costado obtener.
¿El motivo?
Ni yo misma lo sé.
CAPÍTULO 26
Paula
Debatimos los diferentes puntos durante toda la tarde. Bueno, más bien el
tema a tratar se limita a uno y según mis amigos es el siguiente; si albergo
la mínima posibilidad de enamorarme de él he de actuar en consecuencia y
alejarme. Su proceder con respecto a mí es sencillo: pasar noches de
irrefrenable pasión y sanseacabó. Nada de gilipolleces que conlleven
ningún tipo de sentimientos… y aquí juego en desventaja, por lo tanto,
prefiero tirar balones fuera.
Ya estoy pillada por él, lo estuve desde esa primera noche en la que
me salvó más de una vez, primero apartando al gilipollas que pretendía
sobrepasarse conmigo y, después, ejerciendo el papel de superhéroe, o
también le iría bien el de protagonista de alguna peli romántica cuando
evitó que me rompiera la crisma contra el suelo al desmayarme con mi
propia sangre, y mis amigos no son tontos.
No.
No lo son.
—No y no. No te dejaremos que vayas a ese local, así que, mejor, no
insistas —advierte Inés erre que erre sin bajarse del burro.
—Desde ayer trabajo allí y necesito la pasta.
—¿Perdona? —Ahora es Gus el que alucina en colores y no me
extraña—. ¿Tú de camarera?
—Más bien de ayudante y no voy a perder la oportunidad. El mes
que viene mis padres no pueden pagarme el alquiler y no quiero
marcharme.
—¡Joder! Menudo marrón tenemos encima —sopesa Inés tratando
de mantener la calma—, está bien, irás a currar, le dirás que a partir de
ahora vuestra relación se basará en lo profesional y se acabó. ¿Estamos?
—¿Queréis dejar de tratarme como a una niña pequeña? Es mi vida y
si me dejo los cuernos por el camino ya lo afrontaré. Chicos, ese hombre
ha conseguido lo que ninguno y me siento deseada y, sobre todo, mujer.
¿Qué importa el precio que pague después?
El alegato los silencia por unos segundos.
—¿Estás segura? —vuelve a la carga la cansina de mi amiga.
—Jamás lo había estado tanto. ¡Ah! Y no hace falta que vengáis
conmigo.
—Vaya que no —sentencia con un humor de perros Gus yendo a por
su cazadora—, a ese no lo libra nadie de una charla. Es lo menos que
podemos hacer.
—Oye…
—Chttt, tú a callar. Déjanos a nosotros —interviene la otra cogiendo
sus cosas—. Nos portaremos bien y de momento sus piernas no las
tocaremos, te lo prometemos. Eso sí, ya puede andarse con mil ojos y
cuidarte, de lo contrario, no dudes que le quemaremos el local con él
dentro.
—Pero mira que sois animales —río con los ojos en blanco.
A estos dos no hay Dios que los pare y supone lo que ya sé.
Que no me libraré de ellos.
En fin.
Es lo que hay.
—Venga, vámonos —accedo con una paciencia infinita.
Hay un dicho soberbio que utiliza mucho mi madre en cuanto a que
si no puedes con tu enemigo lo mejor es que te unas a él, y le doy toda la
razón del mundo.
En fin, que toca aliarme con este par de cabezotas y poco más he de
añadir al respecto.
Total, para lo que iba a servirme…
***
***
***
Duncan
—Así que, París, ¿eh? —le abordo en cuanto le pierdo la pista a Katrina,
supongo que en dirección a los baños.
—Ajá.
—Suena demasiado romántico.
—Lo es. Voy a pedirle que se case conmigo y pienso hacerlo
arrodillado en la puta torre Eiffel.
—¿Estás seguro? —le tanteo metiéndome las manos en los bolsillos.
—¿No debería?
Echa balones fuera y después se bebe de un trago lo que queda de
copa.
—Ehhh, Eric…
—Déjalo —me avisa apartando la mirada para pedirse otra
consumición.
—¿No has bebido bastante ya?
—¿Y a ti qué cojones te importa?
Mudo. Así me deja y expulso el aire de a poco.
Mi amigo no está bien, lo conozco demasiado como para entender
que echa mano del alcohol para ahogar las penas y el detalle en sí va
encaminado hacia una única dirección.
—Por supuesto que me importa.
—¡No mientas! —ruge como un condenado perdiendo los papeles—,
¿crees que no me he dado cuenta? Vamos, tío, no soy gilipollas.
—¿De qué hablas?
—De Katrina y de ti.
Aprieto la mandíbula y bajo el mentón el tiempo suficiente como
para encarar lo que se me viene encima.
—Con respecto a ese tema te he ocultado algo, amigo.
—Pues por tu bien espero que no sea lo que pienso o estás jodido, te
aviso.
—Me refiero a la última noche que pasé en Nueva York, antes de
venirme a España.
La cara de Eric se asemeja a la de una persona ida y afronto los mil
demonios que pululan por su atormentada mente. El pobre no puede evitar
elucubrar las diferentes opciones en lo referente a dicha noche y ninguna
es buena.
Lo leo con una nitidez sorprendente.
—¿Fue a verte?
—Sí.
—¿Te la tiraste?
—No me acuerdo, estaba tan borracho que…
Zas.
Hostia al canto.
—Me cago en la puta, Eric, ¿qué haces? —vocifero llevándome la
mano a la mandíbula.
—Lo que debería haber hecho en cuanto te vi. Eres un miserable.
Ella me eligió a mí y tú te lo pasaste por el forro de los cojones.
—¿Te estás oyendo? Acabo de decirte que fue ella la que fue a mi
casa esa maldita noche y tú me echas la culpa cuando ni siquiera soy capaz
de recordar nada. Estaba tan bebido que perdí la consciencia, y mejor que
nadie deberías de saber que por mucho que me gustara en su día jamás se
me ocurriría interponerme entre vosotros una vez que te eligió, por eso
vine hasta aquí, ¿es que no lo ves? Es ella la que sigue utilizándote, y lo
siento, pero es ella la que no me deja en paz desde que habéis llegado —
suelto del tirón, harto de callarme más.
Zas.
Segunda hostia, aunque esta, como la espero y no me pilla de
improvisto, logro sortearla y retirarme justo a tiempo.
El equipo de seguridad se dispone a entrar en acción y levanto la
mano para detenerlos antes de que lo echen de patitas a la calle.
Acatan mi orden y regresan a sus posiciones como si nada.
—Eric, joder, ¿quieres escucharme de una puta vez? Te estoy
diciendo que…
En ese instante aparece una Katrina pálida y al intuir lo que ocurre
se posiciona al lado de su novio.
—Cariño, ¿qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? Pasa que aquí mi amigo ha insinuado que
fuiste a visitarlo esa última noche antes de emprender el vuelo. Pasa que
dice que lo llevas atosigando desde que llegamos, y pasa que ya no puedo
más y que si no le parto la cara no me quedaré a gusto.
Zas.
Tercera hostia que esquivo antes de llevarme la mano a la boca.
La primera no pude pararla y el sabor metálico de la sangre inunda
mis papilas gustativas, así que...
¡¡Un momento!!
¿Dónde está Paula?
La busco con desesperación y nada. Ni rastro de ella.
¿Dónde se habrá metido? Porque como me vea de esta guisa…
De pronto, entra en mi campo de visión y no puedo evitar que un
momento trágico como el que estoy viviendo se convierta en especial, y
elevo mis comisuras hacia arriba.
Sí, lo acepto, llámame tonto. Es imposible no hacerlo al percatarme
de un detalle revelador y hablo de la enorme preocupación en su adorable
cara. Es máxima y viene corriendo hacia mí, tal cual heroína, lo que
significa que ha presenciado desde la barra lo que ha sucedido y…
¡¡Joder!!
A estas alturas la experiencia es un grado y grita lo que ocurrirá a
continuación, y, mal que me pese, no me equivoco.
Y así, como si se tratase de una película a cámara lenta, observo la
secuencia entera, mientras Paula detiene sus pasos con el rostro lívido,
mira la parte magullada de mi cara y ahí se queda, plantada a escasos
metros del lugar en el que continúo hasta que...
Mierda.
¡¡Mierda!!
«¿A qué hostias espero? Ya estoy tardando en echar a correr».
—Oye, no he terminado contigo —grita un Eric exaltado al
percatarse de mis intenciones.
—Me da exactamente igual —alzo el tono para que me oiga—. Yo
contigo sí, al menos hasta que te quites la venda que llevas puesta. Tú
mismo.
Sin más, echo a correr, tapo con mi mano los estragos que el fluido
rojo provoca a mi jersey, y consigo evitar la tragedia, una vez más.
Por los pelos, pero llego.
Bufff, menudo alivio.
—Te tengo, rubia.
—Graci…
No termina la frase, no le da tiempo y cae desmadejada en mis
brazos mientras un instinto de lo más primario me sacude de principio a
fin.
Jamás en mi puñetera existencia había sentido en mis propias carnes
un sentimiento de protección tan salvaje, jamás, y el hecho en sí me pone
los pelos de punta.
¡Hay que joderse! La mujer que sostengo entre mis brazos es
demasiado especial y las dudas de antes se recrudecen.
No pretendo hacerle daño y, aun así, míranos. A mi Paula le ha
bastado verme en peligro para salir corriendo a defenderme y mi corazón
se hincha de orgullo, pero no todo es de color de rosa.
No. No lo es. Aquí, la única que no está involucrada en la situación
tan dantesca en la que nos encontramos el trío calavera es la que sigue
llevándose la peor parte y no es justo. No se la merece y si de verdad lo
que me preocupa es su bienestar he de tomar una decisión.
La única posible, así que, con todo el dolor de mi corazón avanzo
hacia sus amigos. Estos se habían quedado en un segundo plano pero han
sido testigos de la secuencia entera y, con el corazón roto de dolor, la
deposito en los brazos de Gus, alejándola de mí.
Y duele.
—Por favor, sacadla de aquí. Yo tengo algo pendiente.
Inmediatamente después, voy a por Eric y a por Katrina, los dos
están besándose como si no hubiera un mañana y les corto el rollo sin dar
crédito a lo que veo.
—Tú, y tú, terminemos con esto de una maldita vez.
Ambos parecen reacios y me la pela.
—Vamos.
Les indico el lugar y siguen mis pasos hasta llegar a mi despacho.
CAPÍTULO 27
Paula
***
Cuando regreso al lugar en el que todo empezó está amaneciendo y me
encuentro con las puertas del local cerradas a cal y canto.
Maldita sea.
¿Pero cuánto tiempo he estado fuera de juego?
¡¡Mierdaaa!!
Desesperada cojo el móvil y llamo a Duncan. Hasta que no sepa
cómo se encuentra no pararé. Mi pobre corazón late desbocado, no sé el
motivo exacto, pero algo que no sé identificar me da mala espina.
¿Por qué?
El mal pálpito se agranda ante la voz característica respondiendo de
fondo con un «apagado o fuera de cobertura» y casi grito de impotencia.
No.
No.
Y por instinto realizo otra llamada.
Sí, ya sé que no son horas de molestar a nadie, pero, de verdad, me
va a dar un chungo si no obtengo las respuestas que ansío y como tal
procedo.
La voz somnolienta de Bea se escucha al noveno tono y el alivio que
siento es enorme.
Menos mal. Al fin doy con la persona que me dará la información
que tanto preciso antes de que mi cerebro colapse.
—¿Diga?
—Hola, Bea —pronuncio de manera atropellada debido a las prisas
—, perdona por molestarte a estas horas. Estoy en el As de Corazones y
me he encontrado las puertas cerradas. ¿Puedes decirme por favor qué ha
pasado?
Un suspiro de pesar es lo único que oigo de vuelta y los nervios se
amplían y se multiplican por dos.
¿Lo ves? Ha sucedido algo grave, lo intuyo, y como tal suelto con un
nudo atenazando mi garganta:
—Bea, ¿dónde está?
Un silencio, y después:
—Se ha ido.
—¿A dónde?
—A su casa.
Buf, menos mal. Al fin una respuesta algo tranquilizadora. Ahora lo
único que he de hacer es ir hasta allí y averiguar qué diantres ha sucedido
entre ellos.
¿Seguirán siendo amigos?
Amigos, digo, menuda ingenua. Después de ver cómo Eric le
propinaba el primer puñetazo mucho me temo que precisarán de un tiempo
para sanar las heridas internas, dependerá de ellos y por su bien espero que
lo consigan.
Bueno, que me disperso. Da igual, lo que está claro es que Duncan
me necesita en estos momentos tan delicados y ni por asomo voy a
defraudarle.
Vamos, ni de coña.
Y así, un poco más calmada tras la respuesta de Bea, paso a
despedirme y a agradecerle que me haya cogido el móvil a estas horas tan
tempranas.
—Vale, gracias, me pasaré por allí y…
—No, no. No me has entendido, Paula —me interrumpe con una voz
que denota seriedad, preocupación y…
¿Pena?
Ay, madre. Aquí hay gato encerrado.
—¿Entender el qué? —formulo la pregunta con el corazón a punto
de salírseme por la boca—. ¿A qué te refieres?
Otro silencio se produce en la línea, este más grande que el anterior
y, de seguido, Bea suelta la bomba.
—A que se ha marchado a Nueva York. Acabo de dejarlo en el
aeropuerto. Lo siento, Paula.
—¿¿Qué??
El mundo deja de girar en esos momentos y una tristeza desoladora
irrumpe de sopetón, llevándose lo que tanto tiempo me había costado
construir, mientras el teléfono móvil se escapa de mi mano y termina
estampándose contra el suelo sin tan siquiera darme cuenta.
Duncan ya no está.
Se ha ido.
A su casa.
A Nueva York.
Soy incapaz de procesar dicha información. Por mucho que lo repito
no puedo y las primeras lágrimas no tardan en aparecer.
Vaya paradoja. La vida está repleta de principios y finales, ¿verdad?
Pues bien, aquí, y ahora, la mía acaba de llegar a uno de esos finales en el
que el punto de retorno ni siquiera aparece en el horizonte y vaticino un
futuro negro donde los haya.
Y como la noticia de Bea me deja en shock me limito a deambular
por las calles céntricas de Madrid, lo hago inmersa en una vorágine de
sentimientos, a cual peor, a medida que el torrente de lágrimas empapan
mis mejillas de manera descontrolada.
Siento dolor por marcharse sin despedirse. Incredulidad por una
decisión que no entiendo, lo mire por donde lo mire. Estupefacción por
dejarme tirada después de decirme en contadas ocasiones lo especial que
era para él. Traicionada por utilizarme a su antojo para terminar
desechándome como si fuese una simple colilla. Y decepción por crearme
unas expectativas imposibles de cumplir y las consecuencias serán
devastadoras.
El conjunto en sí es demasiado y opto por tomar una drástica
decisión.
Ahora me toca a mí, y esta es:
No quiero estar aquí ni un minuto más, por consiguiente, me vuelvo
a mi ciudad natal. En este lugar ya no pinto nada y he de curar mi alma si
pretendo convertirme en una abogada de éxito.
Sí, será lo mejor. Necesito sentirme arropada por mis padres y lo que
tengo claro es que ni de coña volveré a pisar un local al que no volveré
jamás, con lo que ello supone.
Adiós a mis sueños.
Adiós al cuento de hadas.
Adiós al final feliz.
Adiós al príncipe azul de los cojones.
En definitiva, adiós, Madrid.
***
Paula
***
Hola, Paula.
Seguro que mi carta te sorprende, pero he preferido contactar contigo a
través de estas líneas y no por teléfono, así me aseguro de que leerás el
contenido al completo y si tienes dudas podrás releerla a tu antojo.
Me gustaría invitarte a la fiesta que celebraremos por el treinta
cumpleaños de mi hijo en nuestra mansión, él no se prodiga mucho
hablando de ti, aunque su amigo me ha puesto al corriente de lo especial
que has sido en los meses que estuvo fuera y por ese motivo deseo con todo
mi corazón que aceptes la invitación.
Duncan no es el mismo desde que llegó. Parece otro y no debes tener
miedo. Supongo que nuestro estatus social podría llegar a intimidarte,
pero nada más lejos de la realidad. Mi marido y yo solo deseamos el
bienestar de nuestros hijos y él te necesita.
No sé qué motivos tendría para regresar a casa, ni me importan, y solo sé
que aquí ya no es feliz y creo que se debe a ti, así que, Paula, te estaría
muy agradecida si considerases la oportunidad de venir y darle una
magnífica sorpresa. Lo que ocurra o no, después, está en vuestras manos.
Yo ahí no me meto.
¿Qué te parece?
Decidas lo que decidas, me parecerá bien, aunque te mentiría si no te
dijese que siento una enorme curiosidad por conocerte. Todos la tenemos.
Paula, tú tienes la última palabra, querida. Espero con ilusión que sea
favorable para la familia y, sobre todo, para Duncan y para ti.
Señora Carter.
P.D. Paula, para obtener la felicidad hay veces en las que hay que ser
valiente y espero que tú lo seas. Mi hijo no atiende a razones y según sus
propias palabras su único fin es no hacerte daño, cuando los dos os
merecéis una oportunidad. Lo dicho, en tus manos queda la
responsabilidad de proceder de una manera o de otra, y espero que
perdones la intromisión de una mujer mayor que únicamente desea la
felicidad de los suyos.
Duncan
***
John
Duncan
El enfado con el mundo en general crece. De todos los lugares que hay en
el planeta me vendría bien hasta Siberia, y sí, por supuesto que hablo en
serio. Cualquier sitio sería mejor que este, no me cabe la menor duda ante
una realidad que es la que es.
No quiero estar aquí.
No quiero celebrar mi cumpleaños.
No quiero pensar en lo que no debo.
Y, sobre todo, no quiero imaginar qué estará haciendo en estos
mismos momentos «cierta rubia» a la cual no consigo olvidar por muchos
intentos que practico a lo largo de cada puto segundo de cada insoportable
y agónico día.
Al final, el conjunto de los «no quiero» nubla mi razón y paso de
atender a la prensa. Acaban de llegar y poco o nada me importa la
insistencia de mi madre.
Me niego. Que les den. Ni por asomo voy a interpretar un papel que
odio, hoy menos que nunca, y sopeso que lo mejor es que me marche
cuanto antes o la probabilidad de liarla a lo grande me costará más de un
disgusto. Menos mal que mis padres parece que se dan cuenta y son ellos
los que conversan con los periodistas elegidos. Es una grata sorpresa y por
lo que veo la noche me seguirá deparando más de una.
Y recapitulo desde el principio:
Primero, la noticia de mi madre con respecto a la invitación de una
chica desconocida, la cual no se ha dignado en presentarse y el detalle me
dice lo inteligente que es. Después, la ausencia de Abril con lo mucho que
le gustan los saraos, sin duda es significativo y trato de entender en qué
andará metida. A saber. La tercera, esa complicidad que huele a
chamusquina desde aquí entre mis hermanos. No sé a qué será debida, pero
lo que sí sé es que no será nada bueno. Estoy convencido al cien por cien.
¿Habrá una cuarta?
Anda, pues sí, vaya si la hay, y no tarda en aparecer de la mano de mi
querida hermana la desaparecida; la cual entra como un torbellino en mi
campo de visión, sube al escenario improvisado donde la banda de música
nos deleita con canciones varias, y coge el micrófono guiñándome un ojo.
Lo dicho, ya decía yo que fuera a ausentarse. La muy loca está
encantada con la fiesta y si no da la nota no sería ella.
Así es Abril.
—Buenas noches a todos —comienza el discurso con una sonrisa
resplandeciente y guapa a rabiar—. Gracias por asistir a un evento tan
importante para nuestra familia. Y a ti, querido hermanito, feliz
cumpleaños y perdón por llegar tarde. Y ahora, fíjate bien. Es la hora de
soplar las velas y de que veas tu regalo. ¿Preparado?
Una enorme tarta sale de la nada y se posiciona a mi lado, sobre ella
las treinta velas encendidas esperan a ser apagadas y permanezco
incómodo mientras terminan de cantarme el cumpleaños feliz.
—Vamos, hermanito, pide un deseo y se cumplirá. Solo tienes que
desearlo con todo tu corazón.
¿Un deseo?
Esa parte es fácil, aunque imposible por completo.
Soplo con fuerza y me dejo los pulmones, lo que conlleva a que un
atronador aplauso se escuche de fondo a la vez que los flases de las
cámaras de los fotógrafos no dan abasto.
Mejor, van a tener que conformarse con esto, así que…
—Y ahora, tu regalo.
Entre dos personas empujan un carro que facilita el trasporte de algo
oculto que ocupa bastante y lo dejan en mitad del escenario. Es entonces
cuando una Abril feliz pasa a descubrirlo y…
¡Joder!
No puede ser.
¿Y de verdad suponen que me ayudan con algo así?
De manera involuntaria los recuerdos acuden a mi mente y se
suceden unos detrás de otros, el batiburrillo de sensaciones es demoledor y
bien sabe Dios que necesitaré más de una copa para calmar la desazón que
acaba de despertar como si se tratase de una auténtica bestia.
¿El motivo?
Pues el jodido motivo se debe a una enorme copa de cristal que es
exactamente igual que la del As de Corazones, y en su interior, para mi
tormento, yacen una multitud de cartas emulando al objeto que se quedó
en Madrid.
La réplica es exacta.
Y claro, no tardo en cagarme en la puta madre que parió a los que
hayan tenido semejante idea.
—¡Tachán! Duncan, coge una carta y disfruta. Tú creaste este juego
y tú eres el que pone las normas esta noche.
¿Juego?
¿Normas?
Lo dicho.
¡¡Vaya una puta mierda!!
Y tan enfadado estoy, que no noto la mano de alguien introduciendo
algo en el bolsillo de mi pantalón.
—Hermano, por tu cara detecto que no te entusiasma el regalo, ¿me
equivoco? —se cachondea Álex en toda mi jeta.
—No, no te equivocas —pronuncio con una ira que no soy capaz de
contener.
Todas y cada una de mis mierdas internas acaban de salir a flote y
me siento un miserable.
¿Por qué me marché sin darle una explicación a la única mujer que
me ha importado?
¿Por qué?
«Porque fuiste un cobarde, por eso».
Es verdad.
Lo siguiente que noto es el abrazo cálido de Abril en cuanto baja a
por mí y ni siquiera me reconforta.
Hoy no. Es imposible y por el bien de todos ya estoy tardando en
largarme.
—Tranquilo, hermanito. Sabemos la carga emocional que significa
lo que ves en el escenario.
—Entonces, ¿a qué viene este disparate? —digo en su oído cerrando
los ojos.
Estoy tocado, muy tocado y ella no me suelta. Al contrario, es la que
me sostiene con un amor infinito y soy incapaz de mandarla a la mierda,
que es lo que debería de hacer.
E, inmediatamente después, su respuesta impacta de lleno en mi
alma desconsolada.
—Porque ya es hora de que reconozcas que te equivocaste. Desde
que llegaste no eres el mismo y lo que pretendemos es que no olvides a esa
chica que sigue en tu corazón, digas lo que digas.
—Joder, Abril. Déjame en paz, te lo suplico —agonizo tratando de
alejarme.
No me lo permite.
Todavía no.
—Lo haré, pero antes mira en tu bolsillo derecho.
—¿Cómo dices?
—Hazlo.
—Abril…
—¡He dicho que lo hagas! —sentencia mediante una orden que me
deja a cuadros.
Vaya, ¿pero qué hostias le sucede a mi hermanita?
¿Desde cuándo se cree con el poder de darme órdenes?
Entonces, sí, me deshago de su abrazo y, antes de marcharme, y por
simple curiosidad, meto la mano en el interior de mi bolsillo derecho,
palpo algo que desde luego ahí no estaba antes y lo saco al exterior.
—¿Pero qué…?
Ni siquiera termino la frase, ¿cómo hacerlo al descubrir en mi mano
una carta con un significado indescriptible?
Mi confusión es brutal y la perplejidad inunda cada resquicio de mi
poco dominio. Esto es más de lo que puedo soportar y la dichosa
melancolía me arrastra hasta el fondo de un pozo imaginario.
O eso creo, porque a continuación, una voz que distinguiría entre un
millón, susurra con un tono nervioso palpable a mil años luz, justo detrás
de mi espalda.
—Hola, Duncan. Feliz cumpleaños.
¡La hostia!
No doy crédito.
¿Estaré soñando o quizá se ha cumplido el deseo al soplar las velas?
Sí, ¿qué pasa? He pedido que mi rubia se trasportara hasta aquí y el
simple hecho de darme la vuelta me da auténtico pavor.
¿Y si se trata de un mero espejismo?
¿Y si se desvanece?
¿Y si…?
—Joder, Duncan, ¿quieres hacer el favor de girarte? Nos tienes a
todos en ascuas.
¿¿Qué??
Miro a mis amigos, a mis hermanos y a mis padres, y lo sé.
Ella es la chica a la que se refería mi madre. Paula está aquí, a mi
lado, y el detalle dice tanto con lo mal que me porté…
Y así, con los latidos de mi corazón cabalgando de manera
descontrolada, giro mi cuerpo poco a poco. Sigo sin creerme el
maravilloso momento que estoy viviendo, hasta que compruebo que de
sueño nada de nada. Paula es real como la vida misma y me deleito con
una imagen que no se me olvidará en toda mi puta vida.
Mi rubia está espectacular con un vestido rojo de diseño, pero lo que
más llama mi atención es la carta que sostiene en su mano temblorosa.
¿Adivinas cuál es?
Ajá, el as de corazones, y ya sabes lo que significa.
—¿De verdad eres tú, rubia? —formulo la pregunta con una sonrisa
de felicidad que acapara todo mi ser.
Y no, por supuesto que no espero a que me conteste, lo primero es lo
primero, y me lanzo a por su boca sin que me importen los flases de las
cámaras.
Aquí y ahora, no hay nada más importante que ella. Solo ella, y al
que no le guste que no mire.
Así de simple.
La última sorpresa aparece de manera natural, y es cuando las
personas que se encuentran más cerca comienzan a contar en voz alta
provocando el deleite de los invitados, periodistas, camareros y servicio
entero.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
Y así hasta el infinito y más allá, a ver quién tiene los huevos de
apartarme de la chica más especial que ha pasado por mi vida.
CAPÍTULO 31
Paula
***
***
Duncan
Cada vez que le hago el amor y cae desmadejada en mis brazos siento la
plenitud en su máxima extensión.
Jamás creí que pudiera llegar a amar tanto. Jamás, y me siento un
verdadero afortunado.
Ay, rubia. Me tienes embobado y lo peor de todo es que lo sabes. Por
nada del mundo se me ocurriría volver a ocultar mis sentimientos, sería un
auténtico desperdicio y si hay algo que he aprendido es a no huir nunca
más.
Lo quiero todo con ella. Solo con ella y como tal me levanto de la
cama como Dios me trajo al mundo.
He esperado este momento durante mucho tiempo y hoy es el día.
No puedo demorarlo ni un segundo más y ha sido gracias a la visita
sorpresa de Eric. Por fin ha abierto los ojos y ha suspendido la boda con
Katrina, las infidelidades han sido constantes y ya no podía seguir
soportándolo, lo que ha propiciado a que retomemos nuestra amistad.
Quizá era lo que esperaba antes de decidirme, sin mi amigo del alma no
podía dar un paso tan importante, y le doy las gracias a Dios por
devolvérmelo, y a él por ser tan generoso y hablarle a mi madre de la
relación tan especial que tenía con Paula cuando ya no nos hablábamos.
Gracias a su intervención mi madre puso en funcionamiento el plan
que nos unió y le estaré siempre agradecido.
Con cuidado cojo la cajita guardada estratégicamente en el armario,
más en concreto en el bolsillo de uno de mis trajes, y después vuelvo sobre
mis pasos con una determinación brutal, me acerco a la cama y con un
amor que no me cabe en el pecho acaricio esa cara que me vuelve loco del
todo.
—Cariño, despierta.
—¿Qué?
—Abre los ojos, tengo algo importante que decirte.
—¿Pasa algo? —pregunta preocupada, despertándose del todo.
—Sí, claro que pasa.
Paula se asusta por mi tono y se incorpora de inmediato, lo que yo
aprovecho para hincar la rodilla.
—Cariño, ¿estás bien?
—Mejor que nunca —respondo con mi mejor sonrisa.
—¿Y por qué te arrodillas?
—No me estoy arrodillando, estoy hincando rodilla, que no es lo
mismo. Hay una gran diferencia.
—¿Qué?
Extiendo el brazo y le acerco la cajita abierta con el anillo de
prometida.
—Paula, ¿quieres casarte conmigo?
—¿¿¿Qué???
—Lo que has oído, quiero que seas mi esposa y no se me ha ocurrido
mejor forma que pedírtelo en pelotas, ¿qué dices? ¿Quieres convertirte en
la señora Carter?
Mi rubia tarda en asimilar mis palabras y yo me acojono.
¿Y si me dice que no?
Cabe la probabilidad de que ocurra. Estamos tan bien juntos que
quizá me haya precipitado y…
Y ya. Mis dudas no tardan en irse al carajo, y es que, en cuanto
procesa la información se abalanza sobre mí, lo hace con tanto ímpetu que
los dos caemos al suelo mientras escucho una frase que suena a auténtica
música celestial.
—Oh, cariño, por supuesto que quiero casarme contigo y ser la
señora Carter —dice hecha un mar de lágrimas abrazándome con ímpetu.
—Así me gusta, rubia. Por un momento pensé que dirías que no.
—Ni loca, y gracias por permitirme vivir el momento más especial
de mi vida, yanqui.
Entre risas le pongo el anillo y después sellamos un momento tan
especial como mejor sabemos, haciendo el amor durante horas.
***
Bien, y llegados hasta aquí, ahora soy yo el que finaliza un cuento
insuperable.
Sí, gracias a mi rubia también creo en ellos y por descontado que
falta una parte fundamental; estoy refiriéndome al final apoteósico que
nunca, nunca debe faltar, y que no es otro que:
FIN
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