Amor A La Carta - Sabina Rogado

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Amor a la carta

Sabina Rogado
©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de esta obra
por cualquier tipo de procedimiento, sea electrónico, mecánico, o fotocopia, por grabación u
otros, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción
de los derechos mencionados puede ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art.
270 y siguientes del código penal).
©Sabina Rogado
Todos los derechos reservados
Diseño de portada: Amparo Tárr ega
Primera edición: 24-06-2024

L ectoras cero : Laura Duque y Nani Mesa


Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza
con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
A mi hija, sin ella esta novela nunca habría salido a la luz
ÍNDICE
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
EPÍLOGO
OTROS TÍTULOS
PRÓLOGO

Paula

El sonido insistente del telefonillo irrumpe en mi pequeño estudio y, sin


necesidad de levantarme, sé quién es la responsable de mandar a paseo mi
concentración.
La loca de mi amiga.
Madre mía, cuando se pone pesada no hay Dios que la soporte y ya
vislumbro la noche de sábado que me espera.
¿Qué parte no ha entendido acerca de que tengo que repasar para los
exámenes finales del máster?
¡Mierda!
Y como intuyo que no se va a dar por vencida así como así levanto el
culo del asiento, voy hasta la cocina y pulso el botón correspondiente.
¿Para qué perder el tiempo hablando con alguien que no escuchará ni
una sola palabra de lo que le diga? Por lo visto, los mensajes de wasap se
los ha pasado por el mismo arco del triunfo y de ahí que esté abajo, dando
la matraca a base de bien.
A mi adorable amiga nada ni nadie podrá hacerla cambiar de
opinión, se ha empeñado en que la acompañe a un cumpleaños de una
compañera de trabajo y no se bajará del burro, así que, deberé de
acompañarla sí o sí. Nunca acepta una negativa por respuesta y es capaz de
sacarme a rastras si hace falta.
La conoceré yo.
Unos segundos después oigo la puerta del ascensor y ni siquiera
espero a que llame al timbre. Abro la puerta armándome de paciencia y la
recibo con mi look de estar en casa: cara lavada, camisola de Hello Kitty,
coleta alta y descalza.
—¿Todavía estás así? —se queja poniendo el grito en el cielo—, he
quedado con las chicas dentro de una hora.
Inés pasa al interior como un torbellino y va directa a mi habitación,
mientras yo miro el techo, suspiro con pesar y me dispongo a seguir sus
pasos.
Por hoy se acabó la paz y la tranquilidad. Cuanto antes me haga a la
idea mejor y lo corroboro al verla hurgando en el interior de mi armario.
—Inés…
—Ahórrate el esfuerzo, te dije que esta noche me acompañarías y es
lo que vas a hacer. A mi compi no le importa y tu cerebro debe de estar a
punto de colapsar de tanto empollar. Menos mal que aquí estoy yo,
dispuesta a que cojas una cogorza, a que bailes como si no hubiese un
mañana y a que te olvides de los putos exámenes. ¿Queda claro?
—Eres una pesada, ¿lo sabías?
—Y tú una aburrida de campeonato, vamos, a la ducha. Ha llegado la
hora de estrenar ese conjunto de lencería que te regalé por tu cumpleaños y
de ponerse pibón. Esta será nuestra noche y a ti te servirá para quitarte de
ahí abajo las telarañas. Ya verás cómo me lo agradeces. Estoy segura de
que ni te acuerdas de la última vez que echaste un polvo en condiciones,
con tanto darle al coco, y mañana me darás las gracias.
La muy lagarta entra en acción y coge mi mano, de seguido tira de
mí y me arrastra por los escasos metros que hay desde el salón hasta el
cuarto de baño.
Y yo a lo mío, ya te he dicho que es imposible dialogar con ella y,
simplemente, me dejo llevar.
Además, existe la posibilidad de que tenga razón. Llevo varias
semanas obsesionada y reconozco que el temario lo llevo bastante bien, lo
que significa que un poco de desconexión no me hará ningún mal.
Entre los exámenes finales, el trabajo que dará por terminados mis
estudios, y la preparación de los diferentes currículums, no tengo tiempo
ni de respirar y la presión comienza a pasarme la consiguiente factura.
Se acabó. A tomar por saco las responsabilidades. Mi amiga sabe lo
que hace y hoy es el día indicado para darme un homenaje después de...
¿Después de cuánto?
Buah. Ni siquiera me acuerdo y flipo. A mis veinticuatro años
debería correrme más juergas, en cambio, mi manera de ser no está por la
labor y prefiere llevar una vida más ordenada y responsable; algo que Inés
no entiende de ninguna de las maneras y de ahí que busque mil motivos
diferentes para reconducirme a un tipo de vida que, según ella, me espera
como agua de mayo.
En fin, que toca desmelenarse, y nunca mejor dicho.
¿Qué importa que para hacerlo tenga que colarme en la fiesta de
cumpleaños de una chica a la que ni siquiera conozco?
Tratándose de la loca de Inés todo es posible, doy fe de ello, y
después de los años que llevamos juntas ya ni me sorprenden los
disparates que se le ocurren día sí y día también. A genuina no la gana
nadie, es única, y su personalidad arrolladora arrasa allá donde va.
Menos de una hora después salimos por la puerta armando un jaleo
del copón.
CAPÍTULO 1

Paula

Bajamos del taxi en la calle Gran Vía entre risas y bromas. El bullicio de
la gente es atronador y dice mucho de la marcha que existe un sábado por
la noche, consiguiendo que las ganas de divertirse se multipliquen por mil.
La cantidad de ocio que existe en la capital es abrumadora, los
planes son infinitos y hay que elegir el que más se adecúe al estado de
ánimo en el que te encuentres. El mío, en concreto, sigue reacio a dejarse
llevar y ni siquiera el optimismo de Inés logra el objetivo marcado.
—Mira, ahí está Gus.
—Ay, madre, ¿también has invitado a Gus?
—Anda, pues claro. En el caso de que me aburra como una ostra os
tendré a los dos, ¿de qué te extrañas?
Gustavo es nuestro mejor amigo y un verdadero encanto. Los tres
nos conocimos en una fiesta universitaria y desde entonces nuestros
caminos nunca se han separado. Digamos que somos un tándem perfecto y
cuando nos necesitamos siempre estamos disponibles.
—Hola, Pauli, ya veo que la incansable de Inés lo ha conseguido.
Últimamente no te dejas ver el pelo. Por cierto, estás preciosa.
—Qué remedio, o salía o me daba la brasa toda la noche, ya sabes
cómo es —respondo abrazándome a él.
—Oye, ¿conoces a la cumpleañera? —pregunta Gus con un brillo
divertido en sus ojos.
—No.
—Ya somos dos, esta amiga nuestra es la puta ama, ¿cómo consigue
hacer lo que le da la gana siempre?
—Anda, anda, dejad de cuchichear y entremos, que no es para tanto.
—Si tú lo dices…
Al final nos dejamos embaucar por la energía de nuestra amiga y
terminamos acoplándonos al fiestón. Primero, cenamos en un restaurante
de moda y, después, terminamos la juerga en un garito que acaba de abrir
sus puertas. Lo inauguraron hace apenas unas semanas, está a reventar de
gente y los ocho que somos entramos con ganas de quemar la noche
madrileña.
Bueno, yo no tanto, y así me va. Es poner el primer pie en el
abarrotado espacio cuando tropiezo con no sé qué y termino de bruces en
el suelo.
Una, que es así de torpe en su día a día y está acostumbrada a hacer
el ridículo de manera constante y reiterada.
—¿Te has hecho daño? —se preocupa el chico que no se ha apartado
de mí desde que me lo presentaran.
—No, no, tranquilo.
Acepto su ayuda por educación y sigo con mi recorrido como si tal
cosa. Lo último que pretendo es darle esperanzas, desde el minuto uno no
hace más que lanzarme la caña y la idea de enrollarme con él no me
apetece nada de nada.
—Coged una carta —nos comenta una de las camareras al
acercarnos a pedir la primera consumición.
—¿Qué? —pregunto algo distraída—, ¿una carta?, ¿qué carta?
—La que quieras del recipiente de ahí, gordi —aclara Gus con una
sonrisa que lo delata.
Ha bebido demasiado vino en la cena y doy gracias a que yo he
optado por los refrescos, de lo contrario, se me notaría un montón.
—¿Para qué? —elevo el tono ante una multitud que acapara mi
atención.
Ni siquiera sabía que existía este local y termino fijándome en la
enorme copa de cristal que contiene un sinfín de naipes.
¿Acaso la gente que se aburre y pasa de bailar puede dedicarse a
echar una partidita tan tranquilos o qué? Porque no lo entiendo.
—El propósito es sencillo. Entre cubata y cubata tienes que buscar a
un tío que tenga el mismo palo y el mismo número que la que hayas
cogido tú, le das un beso como Dios manda y te invitan a un chupito.
Interesante, ¿verdad? —me informa con doble intencionalidad el mismo
del grupo del cumpleaños al que nos ha apuntado nuestra colega por toda
la jeta.
El pobre continúa en sus trece de enrollarse conmigo, y lo siento, va
a ser que no, así que mejor que se olvide del dichoso jueguecito y, ante
todo, de la posibilidad de que su carta y la mía coincidan.
—¿En serio? —Me hago la despistada pasando de su culo.
—Joder, chica —añade Inés echando un vistazo general. La caza
para ella ha comenzado y es imprescindible ojear como es debido antes de
decidirse por el que se llevará el gato al agua—. Cada vez son más las
veces en las que me pregunto de dónde demonios has salido. Es una simple
distracción y no hace falta que pongas esa cara de pánfila.
En ese mismo instante, una especie de bocina se oye a través de los
altavoces y los gritos se extienden a lo largo y ancho del abarrotado local
en cuestión de milésimas de segundo.
Vaya, ¿y ahora qué sucede?
—Mira y aprende —es cuanto dicen mis dos amigos señalando a una
pareja que se acerca a la barra con la intención de que les vean los
camareros.
Bien, decido hacerles caso y presto atención. No tengo ni la menor
idea de lo que van a hacer, al suponer que existe la perspectiva de que me
estén vacilando, e interpongo una distancia más que prudencial entre el
que sigue pegado a mí como si se tratara de una lapa y yo.
¡Jo! ¡Menudo plasta!
De pronto, todo se me olvida y abro los ojos como platos. La escena
que presencio a un par de metros escasos parece una broma, y nada más
lejos de la realidad, es real como la vida misma, y paso a describírtela:
En primer lugar, la pareja que se ha acercado enseña su carta con
auténtica alevosía.
En segundo, toman posición frente a la barra.
Y ya, para rematar la faena, comienzan a besarse como si no hubiese
un mañana, mientras escucho mediante una sincronía perfecta:
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco…
Y así hasta diez.
Vaya, el beso tórrido que se dan levanta las expectativas de varios de
los presentes y a la carrera comienzan a buscar a sus posibles dúos, al
tiempo que a la parejita que se ha comido los morros a la vista de todos le
sirven la recompensa que han ganado.
Bah, menuda gilipollez. ¿Y de verdad consienten dar tal espectáculo
por un trago de a saber qué?
—Venga, no te hagas de rogar y coge una. ¿Quién sabe? Puede
convertirse en tu aliada para que alguien se acerque, te bese y termine
metiéndotela hasta el fondo, que falta te hace —suelta la burra de mi
amiga como si nada.
Gus se ríe a carcajadas y no tarda en elegir una al azar. Parece que el
plan le entusiasma y suspiro con pesar. Yo, para variar, no estoy
convencida, aunque ni de coña les brindaré la oportunidad de que me
reprendan y actúo de la misma forma, fijándome de soslayo en la que me
ha tocado, para, después, guardarla en el interior de mi bolsillo trasero con
una única intención.
Asunto finiquitado, la disposición a no caer en el absurdo de
mendigar por un simple beso con cualquiera consigue que la olvide más
pronto que tarde y sanseacabó.
Vamos, ya solo faltaba, y me importa bien poco un pequeño detalle
un tanto superfluo: por nada del mundo estaría dispuesta a degradarme de
esta forma, a pesar de lo muy necesitada que estoy, y no caeré en la
tentación a costa de cualquier precio, que oye, una tiene sus valores bien
arraigados y lo que acabo de presenciar es un auténtico disparate lo mire
por donde lo mire.
Punto final.
Sin más, cogemos nuestras respectivas consumiciones y nos
acercamos a la pista de baile. Cada vez que salimos lo damos todo y es
hora de empezar a mover el esqueleto.
—Perdona, ¿tienes el dos de rombos?
—¿Qué? —pregunto con cara de idiota al tipo que acaba de
increparme cortándome el paso.
—Hija, ya te lo traduzco yo. Lo que quiere es meterte la lengua hasta
la campanilla —comenta Inés poniendo los ojos en blanco—, ¿qué parte
del juego no has entendido todavía? Este tío te ha echado el ojo y ahora
mismo está cruzando los dedos para que tu carta y la suya coincidan. ¿Lo
captas?
—No soy gilipollas.
—Pues lo pareces.
Su advertencia me cabrea y lo pago con el pobre hombre que no
tiene la culpa de nada.
—No, no tengo el dos de rombos —le corto con un tono borde donde
los haya.
—¿Y…?
—Ya te he dicho que no —le interrumpo dando media vuelta y
dejándolo con la palabra en la boca.
Supongo que la pretensión era la de entablar una conversación
conmigo para ligar, tal y como ha dicho mi amiga, y también paso de él.
Es demasiado pronto, no me ha entrado por el ojo, y, además, antes deberé
ponerme a tono con la ayuda del ron con Coca-Cola que acabo de pedirme.
Sí, lo sé, demasiadas excusas, pero es lo que hay.
—Eres una cortarrollos de cuidado —comenta Inés con un tono
enervado—. Anda, atenta. Te demostraré cómo se hace, a ver si eres capaz
de ser una alumna aplicada y copias algo de la clase magistral que voy a
ofrecerte.
Bueno, miedo me da.
Miro a Gus e intercambiamos un gesto repleto de complicidad.
Mientras, vemos a nuestra amiga sacar su carta, extender el brazo hacia
arriba para enseñarla y, una vez que varios hombres acuden a su llamada
con la misma réplica, va y sin cortarse un pelo selecciona a los cuatro
tipos que más le atraen.
Oh, oh. No se atreverá a llevar a cabo un disparate de tal calibre,
¿no?
Dicho y hecho, no hay que ser muy lista para saber que la loca de
turno no tardará en dar rienda suelta a su personalidad arrolladora y
entiendo desde el minuto uno cuáles son sus intenciones.
Por supuesto, no me equivoco.
—Joder —se parte Gus con los ojos anegados de lágrimas—, si es
que es verdad, es la puta ama.
Tal cual, lo muestra con una naturalidad innata y sin esfuerzo alguno
consigue que los elegidos la sigan como perritos falderos hasta plantarse
en el lugar adecuado.
—Esto no me lo pierdo por nada del mundo. —Se carcajea Gus
tirando de mí con la intención de obtener el mejor plano.
Ha llegado la hora de que comience el show y como tal empezamos a
contar junto al resto de los presentes.
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis…
La operación se repite varias veces seguidas, y sí, es justo lo que se
te está pasando por la cabeza. La muy lagarta se besa con todos, alargando
cada uno de los morreos según le conviene, y nada más terminar se
encuentra con cuatro chupitos ya servidos para ella sola.
¡Qué crack!
—A ver si aprendes, Paulita —es lo primero que suelta antes de
apropiarse del primer trago.
Ras. Para adentro que va entre los gritos eufóricos de media sala.
Ella solita se ha bastado y sobrado para acaparar la atención debida y se ha
convertido en lo que es. La reina de la fiesta.
¡Cómo no!
Y reconozco que hay veces que me gustaría ser como ella, su forma
de ser es la leche y soy una afortunada por tenerla en mi vida.
Sí, lo soy.
—Bueno, ¿bailamos o qué? Es demasiado pronto para perderme con
alguno y he decidido portarme bien, para un día que sales…
—¿Pretendes que me sienta culpable?
—No, lo que pretendo es que te desmelenes un poco, con eso será
más que suficiente, ¿crees que podrás? Tampoco es tan difícil.
La muy lianta sigue vacilándome a su antojo y una parte de mí se
empieza a revelar, por consiguiente, algo envalentonada, bebo con ganas,
después dejo el ron en una mesita alta que me encuentro por el camino y
voy directa, por segunda vez, a la pista de baile.
—Mmm, bien hecho. Parece que situarla contra las cuerdas es lo que
necesitaba y pinta bien —dice Gus chocando la palma de su mano con la
de Inés.
—Habrá que seguir ayudándola y hoy no se va sin catar varón, ya te
lo digo. Venga, reventémonos los pies antes de ligar, de los cuatro a los
que he besado uno tiene todas las papeletas para perderse entre mis
piernas, pero deberá esperar su turno. Lo primero es lo primero.
—Al ataqueee…
Comenzamos a mover el esqueleto al ritmo de Maluma y sigo con el
empeño férreo de no dar ilusiones a un tipo que sigue erre que erre en
cuanto a lo de querer llevarme al huerto, y ya lo he dicho antes dos veces.
No me gusta, ¿qué parte de cada insinuación sutil no ha captado
todavía?
Le doy la espalda y espero que, esta vez, se dé por aludido. Tampoco
es tan difícil, ¿no?

***
Casi una hora después, el alcohol se convierte en el inhibidor que preciso
para soltarme un poco la melena, y nunca mejor dicho. La primera copa ha
caído y la segunda va por la mitad, suficiente para quitarme la goma de la
coleta, mientras continuamos dando saltos sin parar.
Por regla general son muy pocas las veces que llevo el pelo suelto,
soy de las que opto por lo práctico y lo cómodo, y Gus e Inés lanzan el
grito de guerra que nos caracteriza cuando alguno se sale de su zona de
confort.
Bueno, miento, como ellos son mucho más extrovertidos que yo
suelen hacer y deshacer lo que les da la gana a su antojo y el grito de
guerra se ha quedado relegado a una servidora. Y oye, la que lían cuando
ocurre no es ni medio normal, tanto es así que la mayoría de las veces mis
mejillas delatan la vergüenza que me hacen pasar y todo porque las muy
puñeteras adquieren un color rojo intenso igualito a un tomate maduro a
pesar de mi rotunda oposición.
Hasta mi propio cuerpo se revela contra mí la mayoría de las veces,
¿te parece normal? Aunque, esta vez, juego con ventaja: el segundo ron se
ha convertido en un aliado y me importa todo bien poco después de
conseguir dejar atrás las semanas agobiantes de tanto estudio, y lo hago,
además, con un objetivo claro.
Pasar una maravillosa noche con mis dos mejores amigos, ¿qué más
puedo pedir?
CAPÍTULO 2

Duncan

Cojo de la mano a la morena dispuesta a pasar un buen rato y la conduzco


escaleras arriba con dirección al despacho privado. A la zona se accede a
través de una puerta con un letrero que indica que está prohibido el paso,
ya que casi nadie tiene autorización para entrar en mi santuario personal,
y, una vez allí, asalto su boca pintada de carmín sin contención, directo a
lo que necesito para borrar de mi mente lo que lleva atormentándome todo
el puto día.
La empujo contra la mesa y ella capta la indirecta a la primera, se
sienta sobre ella y abre las piernas en lo que considero una invitación en
toda regla. Lo es, y no tardo en arrancarle el tanga con la mano derecha,
mientras que la otra se encarga de bajar los tirantes del vestido con una
sola idea: descubrir sus pechos para darme un auténtico festín.
Los jadeos del último ligue se oyen a lo largo y ancho de mi lugar de
trabajo y consigue ponérmela más dura todavía. Tanto es así que, cegado
por la lujuria, me bajo los pantalones junto al bóxer de Calvin Clain, y con
una maestría absoluta enfundo mi polla en un condón que cojo del primer
cajón.
Premeditación lo llamo.
Bien, listo para la traca final. Ni siquiera recuerdo cómo se llama, es
una más de tantas, igual que lo seré yo, pero lo cierto es que folla bien.
Requisito imprescindible para conseguir que mis pesares se diluyan, al
tiempo que embisto una y otra vez entre sus piernas envuelto en un
escenario idílico.
El olor a sexo inunda mis fosas nasales y se unen a los gritos de
placer de la mujer que me acompaña hasta que…
—¡Joder! —pronuncio con un tono ronco, corriéndome sin control
mediante un gruñido lastimero.
El polvo ha sido la hostia para los dos y mi invitada sabe estar a la
altura de las circunstancias, me enervan las que dan por sentado lo que no
es, una vez que termina lo bueno, y sin necesidad de acompañarla hasta la
salida es ella la que se despide con un casto beso en los labios y un
escueto:
—Estaré por ahí, si quieres repetir búscame. Ha estado bien, yanqui.
Sin más, adecenta como puede su aspecto, vuelve a pintarse los
labios y sale por la puerta dejando el aroma de su perfume impregnado en
el ambiente, mientras un servidor se dedica a observar un tanto distraído
las imágenes que procesan las cámaras de vigilancia sobre una de las
pantallas apostadas estratégicamente.
El éxito rotundo del As de Corazones se mantiene imbatible a lo
largo de las semanas y el logro no consigue alegrarme tal y como debería.
Hoy no es mi mejor noche, ni siquiera la morena a la que me acabo de tirar
ha conseguido animarme lo que esperaba, y el detalle en sí no es muy
alentador que digamos.
Unos golpes en la puerta me devuelven a la realidad y sonrío a Bea
en cuanto le digo que pase. En la bandeja trae mi bebida favorita y le
agradezco el detalle.
—¿Eres adivina? —pronuncio con un deje de acento norteamericano
que delata mi origen.
—No, pero supuse que una copa no te vendría mal después del
ejercicio —bromea sin pelos en la lengua—. Oye, ¿has visto la que hay
liada ahí fuera? Es una jodida locura, Duncan.
—Lo sé.
—Anda, anímate, tienes una cara…
—¿Sabes que eres la única a la que le permito que me hable con
tanto descaro? —pronuncio con mi característico tono cortante.
—¿Y tú sabes que me la pela que seas mi jefe millonario? —me
rebate con una naturalidad asombrosa—. Conmigo no funciona ninguna de
las estrategias que te empeñas en mostrar. Lo de que eres serio y borde
como tú solo mejor déjalo para otros, a mí no me la das. Por cierto, desde
que has cruzado la puerta y te he visto he intuido que no estás demasiado
bien, por ese motivo te he traído el único whisky que no se vende en la
barra y que está reservado, únicamente, para ti.
—Gracias —cedo pinzándome el puente de la nariz.
—De nada, jefe. Si precisas de alguien dispuesto a escuchar tus
lamentos ya sabes dónde estoy. Soy toda tuya.
—Sí, claro, para que luego tengas la excusa perfecta de
chantajearme con la información privada que te dé y acudas a una de las
revistas de la prensa rosa —bromeo con la comisura de mis labios elevada
hacia arriba.
Mi empleada favorita siempre consigue sacarme una sonrisa, sigo
sin entender el motivo, y gracias a ella mi estancia en la capital española
es cien mil veces mejor de lo esperado.
—Es lo primero que haría, no lo dudes. —Ríe con esa cara que
consigue iluminar el despacho entero—. Y ahora me voy a currar. Basta de
perder el tiempo malcriando a un cualquiera, como se entere el de arriba
terminará echándome de patitas a la calle y sería un completo desastre.
—Anda, ¿en qué momento exacto he dejado de ser el jefe para
convertirme en un cualquiera? Bah, da igual, yo te cubro, seré una tumba
—le sigo la broma emulando que cierro una cremallera sobre mi boca.
Vuelvo a quedarme solo y saboreo con calma el Macallan. El gusto
del whisky añejado en barricas de roble es inconfundible y mi exquisito
paladar lo agradece.
Y allí me quedo, degustando uno de los placeres de la vida, a medida
que continúo con mi entretenimiento particular: observar a los clientes que
me brindan su ayuda en cuanto al cometido de ampliar mi desorbitada
cuenta bancaria a mis casi treinta años.
Al principio, no las tenía todas conmigo. Ni en mis mejores
expectativas supuse que un simple juego de cartas supondría un reclamo
de marketing tan brutal, ya que no hace falta ni publicidad al correr de
boca en boca como la pólvora, y la satisfacción personal es indescriptible.
Por fin puedo decir, alto y claro, que soy un empresario en solitario.
Me ha costado, sí, pero lo cierto es que el logro me ha servido para
emprender una aventura fascinante.
Sí, lo es, lo de pertenecer a una familia adinerada de Estados Unidos
tiene sus ventajas, aunque de un tiempo a esta parte no me satisfacía lo
suficiente. Quizá, por ello, decidí liarme la manta a la cabeza y tomé una
decisión que casi nadie entendió en su momento.
¿Cómo lo iban a hacer cuando tenía una vida perfecta en la ciudad de
los rascacielos?
Y como vida perfecta me refiero a: un inmejorable ático en el centro
de Manhattan. Un trabajo como director en la empresa familiar. Dinero
para aburrir y que costeaba cada capricho por muy estrafalario que fuera.
Prestigio. Fama. Mujeres…
Mi día a día consistía en asistir a reuniones importantes, firmar
contratos y mantener el control, después, los fines de semana daba un giro
de ciento ochenta grados y el broche de oro se cerraba en torno a un
círculo vicioso abarrotado de sexo y de alcohol.
Las juergas a mi lado estaban aseguradas y, de ahí, la pregunta del
millón:
¿Qué necesidad tenía de viajar a otro continente si en casa disponía
de todo lo que ansiaba?
Respuesta correcta: la exigencia de interponer una distancia abismal
con la excusa de alejarme de «cierta mujer» por la que empezaba a
obsesionarme más de lo que debería.
Sí, así es, resulta que el soltero más codiciado de todo Nueva York se
había obsesionado de la única mujer inalcanzable hasta para él y el
resultado era, simplemente, patético.
En efecto, hablo en serio, es la pura realidad y desde que me fijé en
ella no soy capaz de procesar unos sentimientos que van en aumento, para
mi pesar.
Jamás me había sucedido con anterioridad y he llegado a un punto de
obsesión tal, que lo más sensato para mi salud mental fue desaparecer
durante un tiempo prudencial y oportuno. De esto hace ya dos meses y he
de ser franco. El resultado que esperaba ha sido un auténtico fiasco, lo que
me lleva a pensar que todavía es demasiado pronto para dejar de pensar en
la persona equivocada.
Y, llegados hasta aquí, creo que es conveniente que te haga otro tipo
de confesión, esta cuesta un poco más, pero allá va:
Empiezo a barajar la posibilidad de que de adulto tengo poco, o más
bien nada, y todo ante el convencimiento de que sigo siendo un puto crío
que no acepta su primera negativa. No estoy acostumbrado a que me digan
que no, ni a que me ignoren, y creo que es la causa de cada una de mis
desidias; ahora, por lo menos, puedo darle voz y reconozco que es un
alivio.
Bueno, que me distraigo. La idea, en un principio, era la de
permanecer alejado de cualquier situación que me recuerde a lo que no
debo durante varios meses y después ya se vería el transcurso de los
acontecimientos, decidiendo el siguiente paso a dar.
Simple, ¿verdad?
Por el momento el plan va viento en popa, o sobre ruedas, como
dicen aquí, y espero que la experiencia me sirva para darme cuenta de que
por mucho dinero que posea en mi haber no todo está al alcance de mi
mano.
Menuda jodienda…
Y aquí sigo, entretenido con las cámaras, cuando la pantalla me
ofrece la visión de una chica que cruza la puerta y, nada más poner un pie
en mi pub, va y se tropieza, terminando de bruces y despatarrada en el
suelo.
La escena consigue sacarme la segunda sonrisa de la noche. Su
torpeza es tan natural que detengo mi atención en ella, y en lo que la
rodea, y los segundos que empleo sirven para apaciguar unos ánimos a los
que cada vez les gusta más ir por libre a pesar del desahogo que acabo de
darme.
Joder. De un tiempo a esta parte he de lidiar con una faceta
desconocida, hablo de los recuerdos que no me dejan avanzar en la
dirección correcta y que afectan mi vulnerabilidad y de la melancolía que
a veces asola mi integridad psíquica acaparando la atención de todo, y me
jode la impotencia de no saber qué hacer para olvidarme de un pasado que
se empeña en seguir cada uno de los pasos que doy.
Menuda mierda.
Dejo de pensar, por más que lo haga no adelantaré nada, y termino
bebiendo el contenido de la copa de un trago, de seguido, froto mis sienes
mediante movimientos ligeros en busca de calmar el ligero dolor de
cabeza que parece empeñado en amargarme la noche y, como que me
llamo Duncan, que no se lo permitiré. Para ello sé con exactitud el
remedio perfecto.
Fuera cualquier pensamiento puñetero. No me hace ningún bien y
sigo con mi análisis particular, a la caza de mi siguiente víctima y así, al
menos, lograré evadir la mente de un tema que no me conviene en
absoluto y que ha llegado a mi teléfono móvil en forma de wasap, esa es la
verdadera causa de encontrarme sumergido en un pozo lleno de mierda y
del cual no logro salir.
Amplío el zoom y allí me quedo, observando las diferentes opciones
hasta que presencio una imagen que define a la perfección el alma de tan
enigmático local.
Al acercar la imagen reconozco a una de las acompañantes de la
chica que se ha caído con anterioridad, esta se acerca con cuatro hombres
hasta la barra en la que Bea y sus compañeros no dan abasto, y me
descojono con la interpretación estelar que sucede a continuación.
Y me reafirmo en lo dicho, ¿para qué voy a malgastar euros en
publicidad cuando mis propios clientes son los que se afanan en poner a
tono al resto dentro y fuera con el característico boca a boca?
La imagen es impactante y me gusta el desparpajo que muestra la
chica. Se ve de lejos su personalidad arrolladora y hasta me planteo
tantearla en primera persona.
Aquí se estila mucho lo de que un clavo saca a otro clavo y habrá
que continuar probándolo. Desde que pisé la capital española es a lo que
me he dedicado la mayor parte del día, y de la noche, y reconozco que la
idea de seguir siendo el vividor de siempre arrasa con la melancolía y las
hostias de hace tan solo unos segundos.
Por fin, ya era hora…
Dejo el vaso en la mesa y antes de lanzarme a por mi siguiente
objetivo acerco los pasos hacia la cristalera que ocupa un lugar
privilegiado del despacho, desde esta posición acaparo con la retina de mis
ojos el local al completo y nadie de los que permanecen ahí abajo son
conocedores de un detalle de tal magnitud. Las personas que han venido
con la intención de divertirse lo que perciben es un enorme espejo y para
nada se sienten observadas.
Sí, lo admito, la baza juega a mi favor, últimamente me paso
demasiado tiempo analizando a cualquier mujer que me atraiga a primera
vista y existe la probabilidad de que esté convirtiéndome en un auténtico
voyeur, ¿qué le voy a hacer?
La sensación de observar lo que me plazca desde varios metros de
altura es algo que empieza a entusiasmarme por el poder extra que me
otorga; por instantes se convierte en una auténtica adicción y me siento
como lo que ya te he dicho que soy: como el amo y señor de todo,
mientras la descarada de ahí abajo da un repaso con su boca a cada uno de
los que ha elegido por tener en su haber la misma pareja de carta bajo su
criterio personal.
Cuando termina, mis comisuras se elevan hacia arriba (y ya van unas
cuantas) al darme cuenta de que Bea, cómo no, premia una actitud que no
suele ser normal y le sirve los cuatro chupitos a ella sola, lo que ocasiona
un estallido de frenesí entre los asistentes que presencian dicha
escenografía.
Otra que es una auténtica crack, ¿cómo negarme a que me trate
como le dé la gana cuando contribuye como ninguno a llenar la caja
registradora de billetes de euros?
Me gusta tanto lo que presencio desde una panorámica ideal que la
decisión en cuanto a lo que deseo no tarda en posicionarse. La hora de
bajar a por mi siguiente presa ha llegado. No me he quedado satisfecho del
todo con la morena, sigo con bastante hambre, y el plan ya ronda por mi
calenturienta mente.
La noche promete. Si de verdad pretendo alejar lo que no me
conviene, nada mejor que hacerlo mediante lo que considero mis dos
mayores vicios. Sexo sin compromiso, alcohol del bueno y, quizá, es el
momento oportuno de añadir un extra añadido.
¿Qué mejor que alguna que otra risa?
El grupo parece divertido y, aunque visto lo visto no hará falta que
tantee mucho el terreno, puede que me lleve alguna sorpresa, y lo digo por
la nueva visión que me ofrece una de las cámaras, ya que he retrocedido
hasta uno de los monitores y, una vez más, amplío la imagen para no
perderme detalle alguno.
En ese instante, la casualidad interviene con la pretensión de que me
fije en la misma de antes y pongo los ojos en blanco al percatarme de una
situación que ya no me resulta tan desconocida ni, tampoco, tan natural.
Pero bueno, ¿de verdad que la muy patosa ha vuelto a tropezar y se
ha estrellado por vez consecutiva contra el suelo?
«La hostia, menudo pedo debe de llevar…», sopeso antes de
determinar un pormenor que no se me pasa por alto. La perspectiva desde
aquí ayuda bastante y soy consciente de la carta que sale disparada del
interior de su bolsillo trasero.
Anda, menuda sorpresa.
Enarco una ceja al darme cuenta de lo que realmente significa lo que
acaba de ocurrir y pienso:
«Vaya, vaya, así que tú no eres de las que le gusta comerse los
morros con otro cualquiera, ¿verdad?».
El pensamiento resulta hasta gracioso, la simple apreciación grita lo
muy diferente que es a su amiga y mi atención da un giro radical con el
propósito de analizarla más en profundidad, no tardando en llegar a la
conclusión de...
¿De qué?
Un momento.
¿Qué está pasando en realidad ahí abajo?
Es entonces cuando frunzo el ceño mediante un gesto contrariado y
tenso la mandíbula. La situación es la que es y me fijo en varios detalles
que me dan la pista irrefutable:
1) El chico que permanece a su derecha la ayuda a levantarse y
aprovecha para pegarse más de lo que debería, y no, no son
imaginaciones mías, la cara de ella la delata y grita lo incómoda
que está.
2) El tipo pasa de todo, saca su carta con una sonrisa de
autosuficiencia en la boca y, sin pedir permiso, coge la mano de la
chica y la termina arrastrando hasta el lugar en el que se desarrolla
la parte caliente del juego. Su intención es clara, sé lo que
pretende, y no entiendo cómo nadie del grupo se da cuenta de lo
que realmente sucede delante de sus narices.
3) A la desconocida le cuesta, pero consigue soltarse del agarre justo
cuando llegan al destino marcado por él y le dice algo de malas
maneras. Lástima que no pueda oírla. Está alterada, se le nota a
kilómetros y un cosquilleo en la nuca me sacude. Es una chica
guerrera y me gusta.
4) Aun a pesar de darle una negativa contundente, porque es lo que ha
hecho, el tío no parece dispuesto a rendirse y…
¿Y qué?
Suficiente.
Ya he visto todo lo que tenía que ver y considero que ha sido
demasiado. Mi paciencia tiene un límite, y es por ello que resoplo
contrariado antes de emprender la marcha con unas prisas inusitadas.
El plan que un principio había establecido tendrá que esperar, de
momento se ha ido a tomar por el culo y mi empeño por evitar un posible
abuso acapara cada uno de mis sentidos.
En mi local viene uno a divertirse y a pasárselo bien, en ningún caso
consentiré otro tipo de iniciativas con intereses poco loables y, por
supuesto, no me temblará el pulso a la hora de negarle a ese capullo la
oportunidad de pasarse de la raya en un lugar sagrado.
Vamos, hasta ahí podíamos llegar.
Bajo las escaleras de dos en dos y no omito el fulminante cabreo que
llevo dibujado en el careto.
Imposible.
CAPÍTULO 3

Paula

—Tío, déjame en paz, ¿quién te crees para avasallarme de esta manera? —


rujo sin control una vez que por fin consigo zafarme de su agarre férreo.
Desde el principio me dio mala espina y por desgracia no me he
equivocado. Ojalá.
El amigo de la cumpleañera se ha pasado por el forro de los huevos
cada una de mis sutiles negativas y, después de tomarse unas licencias que
no le corresponden, no puedo quedarme durante un segundo más callada.
Oh, no, y menos tras mostrar una faceta que odio con todo mi ser. Un
no es un no, de aquí a Lima, y bajo ningún concepto voy a permitirle lo
que se trae entre sus asquerosas manos.
El muy gañán intuye que saldrá victorioso, en cuanto a lo absurdo
del juego que es la nota discordante de este local, del mismo modo que
cree que permaneceré sumisa mientras me besa a cambio de la invitación a
un simple chupito.
¡Ja! Pues la lleva clara. No se lo cree ni borracho. A mí nadie me
dice lo que debo hacer o no, y menos un completo desconocido, lo que nos
lleva a que mi peor versión salga como un escopetazo con tal de poner los
puntos sobre las íes de una maldita vez.
Si ya sabía yo que tenía que haberme quedado en casa estudiando…
Menudo desperdicio a vísperas de dar carpetazo al máster para siempre,
aunque, por una parte, me está bien empleado, esto me pasa por dejarme
llevar por la loca de mi amiga y tomaré nota para un futuro próximo.
Y cuando supongo que con mis palabras por fin ha entendido mi
negativa a enrollarme con él, va y suelta con mala baba:
—Anda, Paula, no te hagas la estrecha. Llevo toda la noche
camelándote a base de pico y pala y nada, que no hay manera contigo —
me planta en mi jeta dejando las dos cartas iguales sobre el mostrador.
Al parecer, cuando ayudó a que me levantara el muy listo también
aprovechó para coger el naipe que me había tocado al azar, el detalle habla
por sí solo y nada, que ahí sigue, erre que erre.
—Vamos, será un morreo como Dios manda y después te dejaré
tranquila. Te lo prometo.
¿¿Qué??
—Oye, ¿qué parte exacta no has entendido de que paso de tu culo?
—lo enfrento con expresión demoníaca, yendo a por todas.
Y la fiera que pocas veces decide salir al exterior ahí va, directa a la
yugular, al tiempo que hago varios aspavientos con las manos debido a los
nervios, al cabreo y, sobre todo, a la mala leche que crece de manera
descontrolada.
El conjunto, al final, obra en mi contra y una, que es patosa y
despistada por naturaleza, va y sin querer le termino propinando uno de los
manotazos al camarero que pasa justo por allí en esos instantes.
¡Puta casualidad!
Plas. El pobre no se espera el asalto y la bandeja repleta de
consumiciones va directa al suelo.
«Tierra, trágame», suplico muerta de la vergüenza.
El ridículo es tremendo y le pido disculpas entre titubeos varios, lo
que da lugar a que me olvide del tarado de turno hasta que, una vez más,
vuelve a permitirse la licencia de acercarse más de lo que debería. El
objetivo es doblegarme y me sujeta las manos al pillarme desprevenida
por completo.
Y, definitivamente, llego a una conclusión: ha bebido de más, lo que
no le exhume de lo patético que resulta y su agarre se magnifica dejando
su postura firme.
El gilipollas llega a hacerme daño y miro hacia los lados con el
propósito de pedir ayuda. La verdad impera y descubre que es mucho más
fuerte que yo, lo que significa que no estamos en igualdad de condiciones
y, por lo tanto, actúa con ventaja.
Lo corrobora a continuación, la disposición a no darse por vencido
es clara y no sé cómo, pero en cuestión de un visto y no visto me tiene
sujeta por la cintura, con los dos brazos hacia atrás para que no me resista,
y los ojos se me llenan de lágrimas de impotencia.
Está abusando de mí, el muy cabrón va a salirse con la suya y no
parará hasta darme un beso. Un beso que antes de que se produzca siquiera
ya me da un asco que ni te cuento y...
Y de pronto:
—¡Quítale las manos de encima, escoria! —exclama un hombre de
considerable estatura y con cierto acento americano, impidiendo que siga
tocándome.
A mi salvador le basta darle un empujón para apartarlo de mí, lo que
ocasiona otro tipo de escena que ninguno de los tres esperábamos.
«Lo mío es que es de traca», sopeso volando por los aires.
Resulta que la inercia de la fuerza que emplea para deshacerme del
agarre es la consecuente de que pierda el equilibrio y vaya directa al suelo
por tercera vez consecutiva en lo que va de noche.
¿Será la última? A este paso me salen moratones en medio cuerpo y,
si no, al tiempo.
Al caer noto un aguijonazo que taladra mi pierna derecha y no
entiendo el motivo, aun así, como ahora no es el momento indicado para
averiguarlo, me olvido del inconveniente y me limito a afrontar lo que
tengo delante.
Ay, madre, no hay que ser muy lista para interpretar lo que sucederá
a continuación. La pelea entre los dos está asegurada. En cuanto el equipo
de seguridad se percate de los hechos actuarán en consecuencia y los
echarán a los dos de patitas a la calle, lo que significa que se terminarán
partiendo la crisma ahí fuera por mi culpa.
¿O no?
Mi curiosidad se amplía por momentos. Tal y como predije, los
maromos que se encargan de que la paz se establezca hacen acto de
presencia, acaban de llegar, y observo con extrañeza cómo permanecen
quietos escuchando lo que ese hombre les tiene que decir, para, a
continuación, coger de malas maneras al personaje de tres al cuarto que
pretendía pasarse conmigo e invitarle sin sutileza alguna a que se marche
de allí.
Todo ocurre en segundos y casi nadie se da cuenta de lo que pasa,
están tan ensimismados en pasárselo bien que continúan a lo suyo, mis
amigos incluidos, y antes de que reparen en que continúo en el suelo es el
mismo que ha intercedido por mí el que se gira y me tiende la mano para
ayudarme a ponerme en pie.
—¿Estás bien?
¿Qué?
La impresión al contemplar a semejante espécimen de frente es
brutal y opto por evadirme ante la sensación conocida de que he visto ese
rostro antes.
Pero ¿dónde?
No.
No puede ser.
Un flas repentino me trae el recuerdo de una portada sensacionalista
que sale los jueves en los kioscos, y lo sé.
Soy asidua a la prensa rosa, es un tema que me apasiona, y de ahí
que lo reconozca de inmediato.
«Vaya —babeo sin remediarlo—, ¿en serio el tipo que ha acudido en
mi ayuda es uno de los solteros más codiciados de Nueva York?».
Guau.
Y de ser así, ¿qué hace en Madrid?
Se me va la pinza, el golpe es el responsable, y parpadeo un par de
veces seguidas con la intención de fijar la mirada en el lugar en el que una
aparición divina se ha propuesto alegrarme el día, porque, llegados hasta
aquí ya dudo hasta de mí, y nada.
La figura se empeña en no desaparecer así como así.
¿O es real?
Las dudas se acrecientan a la par que las palpitaciones de mi pierna
derecha van in crescendo, las puñeteras no cesan, al contrario, elevan el
tono con tal de mostrar que algo no va bien, y giro el cuello un tanto
distraída para ver qué sucede y así aprovecho para poner en orden el caos
que existe en mi cabeza, el shock por lo que acaba de suceder debe ser el
culpable de que esté volviéndome loca de repente y…
¡Ay, Dios!
Una mancha rojiza se extiende con gran rapidez por el pantalón
vaquero y no soporto la visión de un cristal clavado en esa zona.
Sí, sí, ni que fuera el menor de mis problemas…
Es entonces cuando me percato de la verdadera situación y abro los
ojos horrorizada, mientras me hago a mí misma una pregunta vital:
¿De verdad es sangre lo que empapa mi ropa?
Lo es, por supuesto que lo es, y no tarda en ocurrir lo que ya es
inevitable a estas alturas. Mi animadversión hacia ese tipo de fluidos me
ha jugado una mala pasada en más de una ocasión y el efecto es inmediato.
El primer signo de alarma aparece al mismo tiempo que mi rostro se
queda blanco como la pared.
El segundo, cuando mis ojos comienzan a cerrarse sin que me sirva
de nada tratar de evitarlo.
Y, el tercero, viene de la mano de los anteriores, el conjunto actúa en
mi contra y de no ser por los reflejos del soltero de oro mi cabeza se
habría estampado sobre el suelo repleto de cristales punzantes.
¿Qué más me puede pasar?
El bochorno no parece dispuesto a allanarme el camino ni a
ponérmelo nada fácil, ¿para qué? Eso sí, menos mal que cuento con un
aliado indiscutible, el cual se posiciona a mi favor, y me refiero a la
bendita inconsciencia que logra que deje todo atrás, ridículo incluido.
Y oye, al menos evita que sufra un episodio tan lamentable, lo que
supone un auténtico alivio, todo hay que decirlo.

***

Duncan

La reacción al ver su propia sangre la delata. Va a desmayarse y corro a su


encuentro antes de que se mate con su propio despropósito.
Según accedía a la sala pude comprobar el desastre surgido del
manotazo que le dio a uno de mis trabajadores, organizando un lío del
copón, y me alegro de haber intercedido a su favor, de lo contrario a saber
qué hubiese sucedido.
—Lo siento —se disculpa el empleado sin saber dónde meterse.
El pobre está igual de blanco que la desmayada y se agacha para
interesarse por ella.
—La llevaré al almacén y si es conveniente llamaré a una
ambulancia —se presta para ayudar.
—No —niego con una voz autoritaria que no da lugar a que rechiste
—, yo me encargo.
—Vale, entonces limpiaré los cristales antes de que haya más
accidentes.
—Date prisa.
—Lo haré.
Sin más, acaparo toda mi atención en la tarea que se ha convertido
por decisión propia en lo único que de verdad me importa y con suavidad
apoyo su cabeza en mi antebrazo, después paso la mano izquierda por
debajo de sus piernas y, con un movimiento suave, la levanto hasta tenerla
en un lugar seguro.
Entre mis brazos.
—Bien, te llevaré arriba y allí veremos esa herida con detenimiento
—le susurro en el oído ante una mínima probabilidad de que pueda oírme.
Con cuidado rodeo a la multitud y tomo el camino más largo. Si
atravieso por la mitad corro el peligro de que alguien la lastime más de lo
que ya está y no lo permitiré.
Una de mis reglas de oro consiste en ayudar a la gente, es una faceta
arraigada que nos inculcaron mis padres a mis hermanos y a mí, y es la
responsable de que esté camino de mi despacho cuando otro en mi lugar
hubiese dejado a su empleado que se hiciera cargo del contratiempo.
Tardo más de lo deseado en llegar al destino fijado y, una vez dentro,
dejo el cuerpo desmadejado sobre el sofá de diseño y me empleo a fondo
con el objetivo de curar esa herida por la que sigue saliendo sangre.
¿Necesitará algún punto de sutura?
Antes de ir a por el botiquín me aseguro de dejarla a buen recaudo,
las imágenes que me han concedido las diferentes cámaras me han bastado
para ponerme sobre aviso, y es que lo de la chica que yace en mi sofá no es
ni medio normal y solo falta que se caiga desde ahí arriba. La torpeza en
ella salta a la vista y no las tengo todas conmigo, así que, todo lo deprisa
que puedo cojo lo que me hace falta y suspiro aliviado al comprobar que
continúa en la misma posición en la que la he dejado.
Y ahora sí, comienzo a inspeccionar el golpe, o es lo que intento,
porque el pantalón dificulta el cometido.
Sin dilación cojo las tijeras y procedo a cortarlo desde la zona del
tobillo hasta el muslo, aparto la tela cuando finalizo la tarea y la sangre no
tarda en hacer un camino que termina manchando mi impoluto santuario.
Mierda.
«Va a ponérmelo todo perdido», lamento conteniendo mi mal genio
tras el estropicio ocasionado.
¿En qué momento se me ha ocurrido un disparate tan demencial?
La apreciación llega tarde. Lo es para echarse atrás, demasiado, de
hecho, al igual que lo es salir pitando hacia el baño privado con el objetivo
de coger varias toallas con el fin de mitigar la catástrofe que ya no alberga
solución alguna hasta que el equipo de limpieza pase por aquí.
Tendré que soportarlo, ¿qué remedio me queda?
Ah, perdón, aquí haré un pequeño inciso para que te pongas en
situación. Pensarás que no es para tanto, así que, allá va:
¿Te había mencionado ya que soy un maniático del orden, de la
pulcritud y de la armonía, llevados al extremo?
¿No, verdad?
Pues ahora lo hago.
Sí, lo soy, y de ahí que siga sin creerme lo que estoy llevando a cabo
por voluntad propia.
¡La hostia! ¡Si hasta mis manos están manchadas con unas gotas de
sangre!
¿Me habré vuelto loco de repente?
CAPÍTULO 4

Unos minutos después


Paula

Abro los ojos poco a poco y me encuentro con una ensoñación difícil de
catalogar. El escenario es idílico, por definirlo de alguna manera sutil, y
mi afán por disponer de todos los medios a mi alcance con tal de retenerlo
en mis pupilas privilegiadas se convierte en una obsesión.
La semejanza de lo que percibo bien podría compararla a cualquier
escena de las películas románticas que tanto me gustan, tipo a Pretty
Woman, o a Dirty Dancing, y llega a rayar lo paranormal.
Sí, por supuesto que hablo en serio, y una sonrisa bobalicona acude a
mi rostro encantado por cada una de las apreciaciones que surgen por arte
de magia.
Córcholis. La sensación de encontrarme en la gloria, en mitad de un
mundo de color de rosa es veraz como la vida misma, y los vuelvo a cerrar
con una paz interior inimaginable, reacia a poner fin a unos instantes
épicos, repletos de encanto, y los cuales son los artífices de que mi
corazón se salte algún que otro latido tal y como le sucede, también, a las
protagonistas de las novelas que devoro cuando necesito desconectar y no
estoy estudiando.
¿Romántica, yo? Sin ningún tipo de duda, ¿y qué?
El sueño maravilloso que vivo en primera persona de repente parece
empeñado en diluirse a gran velocidad, y lo siento. No seré yo la que se lo
permita.
¿Cómo hacerlo cuando el mismísimo Duncan Carter está arrodillado
a mis pies mientras cura con delicadeza la herida que tengo en una parte
de mi anatomía?
Fíjate si la alucinación es real, que hasta noto el dolor cada vez que
pasa la gasa empapada de antiséptico por ella. ¿Cómo es posible?
Otro parpadeo me devuelve al espejismo ideado, esta vez cuesta un
poco más, y oye, todo se debe a la apreciación de que, esta vez, el repaso
sobre la herida escuece más de lo que debería y me mosquea.
Si en realidad se trata de un sueño…
Un momento, ¿por qué me empeño en finiquitar unas sensaciones
que consiguen ponerme los pelos como escarpias?
Ajá, es la realidad, acabo de notar sus dedos sobre mi piel erizada y
aventuro lo erótico del momento.
¿Y si pasamos al siguiente punto?
De mi boca escapa un gemido incontrolable y la punta de mi lengua
ve conveniente dar un repaso al labio de arriba. El deseo se dispone a
hablar alto y claro cuando…
—Lo siento, ¿te he hecho daño?
El susurro de una voz celestial acapara las primeras dudas que me
surgen y las silencia del tirón.
Nada ni nadie estropeará un entorno repleto de buenas vibraciones,
ya estoy yo para revelarme, y suelto por esta boquita que Dios me ha dado:
—Tú puedes hacerme todo cuanto quieras, Duncan Carter.
—¿Me conoces? —pregunta con un deje de sorpresa.
Maldita sea, ¿de verdad el sueño acaba de dar un giro radical?
¡Mierda! Lo de la cháchara estaría bien en otro tipo de escenario,
pero no ahora, cuando faltaba poco para llegar a alguna de las escenas más
escabrosas, tipo a darnos un beso, una caricia mutua o a retozar como
animales en el sillón.
¡Qué! Las necesidades de cada una son las que son y como mi
imaginación es la partícipe de ampliar la escenografía soy yo, y solo yo, la
que decide qué camino seguir y el de retozar como animales es el que más
me agrada.
El calentón sube de grados y otro gemido escapa de mi garganta. La
urgencia por aplacar el deseo que empieza a consumirme es tal que
parpadeo varias veces seguidas, lo hago con intencionalidad, emulando al
vaivén de unas pestañas kilométricas que se unen al juego de la seducción
con la disposición de pasar al siguiente nivel y…
Y nada, que no hay manera de progresar adecuadamente.
—¿Te pasa algo en los ojos?
¿¿Eh??
¿Qué me va a pasar? ¿Acaso no se da cuenta de que le estoy
lanzando mensajes encubiertos?
Y ahí sigo, simulando el aleteo de unas alas, cuando otra pregunta
consigue descolocarme por completo:
—Oye, ¿estás bien?
El nuevo interrogante me lleva a la cruda realidad y es entonces
cuando dejo de hacer el gilipollas, que es lo que estaba haciendo, y me
quiero morir al entender lo que sucede en realidad.
Mi mente, esa que estaba a por uvas, parece que por fin se da cuenta
de la historia que me he creado yo solita y, cómo no, la vergüenza me
engulle por enésima vez consecutiva.
«Oh, Dios, ¿se puede ser más ridícula?».
Seguro que si le dan un premio a la más tonta del planeta el trofeo
sería para mí, garantizado.
¿A quién se le ocurre la maravillosa idea de montar un numerito
circense delante de un tipo como aquel?
El color de mi cara va cambiando sobre la marcha, considera dejar
atrás el tono pálido de antes y en su lugar aparece uno más característico,
el cual se asemeja a un tomate maduro y las prisas por dejar de hacer la
risión acaparan cada uno de mis pensamientos.
Y así, muerta de la vergüenza, incorporo la mitad de mi cuerpo y lo
apoyo sobre los codos. En estos instantes lo de batirse en retirada cobra
una importancia trascendental y mi cuerpo debe procesarlo a la mayor
brevedad posible; se ha convertido en la única opción disponible tras el
despropósito que yo solita he creado y susurro a duras penas:
—Mmm, perdona. Debes de pensar que estoy loca o algo parecido
—manifiesto sin mirar en ningún momento la herida real de mi
extremidad inferior.
Solo falta que vuelva a quedarme inconsciente, total, el ridículo es
poco probable que adquiera tintes mayores, y sin darle opción a que
replique lo que se le pasa por la mente voy e inhalo un par de bocanadas de
oxígeno a la vez que aúno las fuerzas suficientes para dar carpetazo a una
escena surrealista donde las haya. El plan trazado es fácil, consiste en
escabullirme de un lugar repleto de un gusto exquisito a toda leche y debo
hacerlo a la de ya.
«Vamos, ¿a qué esperas?».
—Gracias por curarme la herida —le agradezco algo cohibida en un
tono suave, siendo capaz de incorporarme sin ningún contratiempo
añadido.
Y, después de todo, es un logro.
—¿A dónde crees que vas, rubia? —Me intercepta antes de que me
dé tiempo a llegar a la puerta—, te has desmayado y es pronto para…
—Podré superarlo, no te preocupes —interrumpo con un hilo de voz
que a la otra parte le sorprende.
Tanto es así que se queda paralizado, sin saber cómo actuar, mientras
salgo escopetada de allí sin prestar atención al mareo que me he
provocado a mí misma por levantarme de una manera tan rápida después
de lo sucedido.
Es lo que hay, ni muerta iba a consentir quedarme allí, y lo que sí
hago es bajar las escaleras con un cuidado extremo ante la probabilidad
real de que termine rompiéndome la crisma.
Con lo torpe que soy…
Consigo llegar a la planta de abajo sana y salva y encamino los pasos
hacia los baños ante la imperiosa necesidad de desaparecer, también de
refrescar la calorina que llevo dentro, y me propongo hacerlo sin mirar
atrás.
Las piernas me siguen temblando de la impresión que acabo de
llevarme y antes de largarme a mi puñetera casa he de recuperarme. Es mi
cometido número uno y, una vez que esté metidita en la cama, ya le daré
forma a todo lo que ha sucedido entre las paredes de este lugar.
Y como el temblor no parece dispuesto a irse así como así termino
sentada sobre la tapa del váter, maldiciendo mi mala suerte, mientras trato
en vano de normalizar una respiración a la que, cómo no, también le
cuesta demasiado llevar a cabo una rutina tan simple.
¡Qué patética soy! Otra, en mi lugar, habría actuado de diferente
manera, estoy convencida de ello, y me llevo las manos a la cara en un
gesto que delata mi estado de ánimo real.
Vaya nochecita de sorpresas, ¿eh?
¿Quién me lo iba a decir?
Al final paso más de quince minutos en el cubículo analizando la
situación y, una vez que consigo el objetivo marcado, paso de alargar más
el tiempo.
El tío que aparece en la prensa internacional como el hijo de un
matrimonio multimillonario debe ocupar un puesto importante en el local,
de no ser así no me habría llevado a ese despacho, y opto por pedir un taxi
desde el móvil.
Al menos el dispositivo sigue en el interior de mi bolsillo y no en
cualquier parte del suelo con tanta caída junta, y la fortuna se posiciona
por primera vez a mi lado.
Ya era hora.
Una persona al otro lado de la línea anota la dirección que le doy y le
hago una petición personal. Prefiero ser cauta. Solo falta que el gilipollas
que ha intentado sobrepasarse siga ahí fuera, esperando a que salga, y no
estoy para más contratiempos por hoy.
Es entonces cuando le indico a la operadora que por favor me avisen
cuando el vehículo haya llegado, reitero que es un requisito importante
debido a las horas que son, y respiro aliviada al escuchar que así será.
Bien, primer objetivo cumplido. Solo después salgo del baño y voy
directa a la pista de baile, el lugar en el que mis amigos siguen dándolo
todo sin que se hayan percatado de mis desventuras inmediatas, a menos
hasta que Gus se fija en mi pantalón rajado hasta el muslo.
—Gordi, ¿qué te ha pasado? ¿Ya la has liado?
—Un poco, pero no ha sido nada importante, Gus. Acabo de pedir un
taxi, en cuanto me llamen me voy —les informo a los dos chillando a todo
pulmón debido al sonido de la atronadora música.
—Ni lo sueñes —responde una Inés un tanto perjudicada y la cual no
ha escuchado mi alegato entero—, todavía no has ligado y…
—Ni lo haré —la corto en rotundo señalándole la herida que
sobresale—, he tenido un pequeño percance y me voy a casa. Ya tendré
tiempo de ligar cuando apruebe los exámenes.
—Pero mira que eres aburrida —rebate sin poder morderse la lengua
antes de echar un vistazo al desastre del pantalón—, vaya, ya estabas
tardando en montar el numerito, ¿qué te ha pasado?
—Ya se lo he dicho a Gus, nada importante.
—Chica, salir contigo es una aventura. Por cierto, no te habrás
desmayado, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—Joder, Pauli, pero entonces, ¿quién te ha socorrido?
—¿Qué?
—Te pregunto qué…
—Sí, sí, ya te he oído —me salgo por los cerros de Úbeda—. Ha sido
uno que está ahí arriba. —Señalo el enorme espejo con el dedo—, mañana
te lo cuento con más detalle, ahora, de verdad, solo quiero irme a casa.
—Te acompañamos.
—No, de eso nada. ¡Anda! El taxi ya ha llegado. Lo dicho, mañana
hablamos.
Sin más, me despido de ellos con sendos besos en la mejilla y salgo
disparada de un sitio al que no creo que vuelva ni en pintura. Además, tras
dar la nota y montar el numerito sopeso que tampoco sería muy de
extrañar que se acogieran al derecho de admisión, con lo que a mí
respecta, y razón no les faltaría.
Bien, hora de batirse en retirada. Lo hago tomándome mi tiempo, ya
que la herida me duele bastante y, de pronto, sin entender bien el motivo
exacto, procedo a girarme con la intención de alzar el mentón y mirar
hacia ese espejo gigante que ahora sé que no es tal.
La sensación de sentirme observada me pone los pelos de punta, a
pesar del disparate que supone, y termino rodando los ojos y regañándome
a mí misma por un absurdo de tal magnitud.
«Sí, claro, como si el hombre que seguro que está más que
acostumbrado a apartar a las mujeres, como si fuesen moscas, no tuviese
nada mejor que hacer que perder el tiempo mirando a una don nadie como
yo desde ahí arriba».
Ya me vale, se me ocurre cada estupidez…
Sigo caminando y consigo llegar a la salida, una vez allí no puedo
evitar echar una última mirada al espejo y, entonces, sí, me despido del As
de Corazones… ¿Quizá para siempre?
CAPÍTULO 5

Duncan

«¿Me puede explicar alguien qué cojones acaba de pasar aquí?», me


pregunto con una incredulidad que raya lo paranormal, mientras observo
cómo la mujer desconocida abandona mi despacho a la carrera sin que le
parezca importar su estado.
Mi cara es el reflejo del alma, aunque quisiera no podría apartar el
asombro que me ha dejado con la boca abierta ante un comportamiento tan
deplorable y el grado de negación es brutal.
A mis veintinueve años es la primera vez que una tía a la que ni
siquiera conozco es capaz de agenciarse la difícil tarea de dejarme KO, así
es como me siento, y trato de canalizar la mala leche que brota por cada
poro de mi piel.
La vorágine es letal, cierra filas en torno a mi perplejidad y es
bastante llamativo, y lo digo porque ni todo el empeño del mundo junto
consigue que encuentre una explicación aceptable, es imposible, y más
teniendo en cuenta la veracidad de los hechos: ha pasado de mí, no hay
más, lo que ocasiona que mi orgullo se revele como un animal herido y
para nada estoy acostumbrado.
¿De verdad ha tenido los santos ovarios de dejarme plantado después
de acudir en su ayuda para ponerla a salvo?
Hay que joderse, pero si hasta le he curado la herida de la pierna con
lo tiquismiquis que soy, ¿de qué va la muy desagradecida?
La primera impresión ha sido la de salir escopetada, sin mirar atrás,
y de poco le ha servido que haya reconocido mi rostro, al igual que
tampoco le ha dado mucha importancia a lo de correr el riesgo de terminar
en el suelo tras un episodio tan traumático.
Con su actuación me ha dado los indicios suficientes para entender
que del que huía era de mí y no lo entiendo. Ni siquiera me ha dado la
oportunidad de mantener una conversación con ella, al contrario, y la
incredulidad me asola al contemplar que se ha alejado como si tuviese la
mismísima peste.
Increíble, pero cierto, y el enfado se une a una rabia desmedida al
contemplar el desastre que ha dejado a su paso.
«Si es que esto me pasa por gilipollas, estoy convencido», sentencio
malhumorado.
Dejo escapar el aire que retengo en los pulmones, meto las manos en
los bolsillos y de seguido acerco los pasos hacia la cristalera. No puedo
evitarlo, lo hago con el semblante enajenado ante la veracidad de los
hechos y me jode un huevo.
Se ha permitido el lujo de dejarme tan noqueado que la curiosidad
me mata, es una realidad y mentiría si dijese lo contrario, de ahí a que la
busque con ahínco entre todo el gentío que repleta el inmenso local con un
interrogante dibujado en mi cara y con una expresión demoníaca.
La tarea es demasiado complicada y no pienso parar hasta dar con
ella, lo asumo y, por lo tanto, acudo a mi aliado preferido sin
contemplaciones de ningún tipo.
Es entonces cuando tecleo en el ordenador la hora casi exacta en la
que se ha batido en retirada y espero hasta encontrar las correspondientes
imágenes, antes o después tendrá que aparecer, y no me equivoco.
Entra en mi campo de visión justo en el instante en el que sale por la
puerta que da acceso a mi despacho y la sigo hasta que se pierde en el
interior del baño de señoras.
Ya te tengo, zumbada.
Y con otro ánimo regreso sobre mis pasos, me planto en el mismo
sitio, a la espera de volver a verla, y tenso la mandíbula en cuanto ocurre.
Y allí me quedo, como un pasmarote hasta que se marcha como si
nada después de despedirse de sus amigos, atreviéndose a dejarme con un
mal sabor de boca indescriptible y todo a consecuencia de una pregunta
repetitiva que no deja de dar por saco.
¿Quién se cree que es?
Y como no puedo hacer nada al respecto, maldigo por lo bajo, la
ocasión lo merece, y le envío a Bea un wasap solicitando que me suba una
copa bien cargada para apaciguar el millar de sentimientos que pululan a
su libre albedrio.
Joder. La noche me tenía deparada una sorpresa un tanto
desagradable y ha decidido unirse a la noticia que hace unas horas
dinamitó mi paz interior, lo que supone que terminen aliándose con el fin
de encumbrar una pésima velada que únicamente el alcohol logrará calmar
un ápice, así que, a beber como un condenado. Es lo que toca, a menos
hasta que...
De repente, cada uno de los pensamientos que asolan mi mente
quedan relegados al olvido y mi cuerpo se tensiona hasta límites
insospechados. ¿El motivo? Simple, además de llamativo, y es que, por
muy descabellado que parezca, la causa se debe a la chica huidiza, la cual
antes de cruzar la puerta de salida ve conveniente dar media vuelta con el
objetivo de alzar el mentón hacia el espejo y, finalmente, fija la atención
en un punto en concreto.
¿Locura? Desde luego, es imposible que detecte mi presencia, lo que
supone una mera casualidad que sus ojos se pierdan en los míos. El detalle
en sí conlleva que comprenda lo que sucede y se trata de una simple
impresión óptica. Aun así, cada poro de mi piel decide posicionarse sin
lugar a una mera duda, por si acaso, que nunca se sabe, y es entonces
cuando dedico la energía negativa que brota del interior y canalizo la
inmensa mala hostia que me precede, dedicándosela en exclusiva con el
objetivo de enfrentarla a costa de lo que sea, y lo hago a través de una
mirada fría como el hielo.
Después nada, desaparece sin más, como si nunca hubiese existido,
mientras allí me quedo, plantado como un gilipollas a medida que observo
la salida con un rostro implacable donde los haya sin llegar a creerme al
cien por cien lo que acaba de ocurrir en realidad.
De verdad, no doy crédito.
¿Cómo hacerlo ante una situación surrealista plagada de sinsentidos?

***

Poco a poco pasan las horas y la botella de Macallan va bajando el


volumen. Al final le exigí a mi empleada que la dejara sobre la mesa para
que se quedara a buen recaudo y todo porque no cesaré en el empeño de
terminármela entera.
¿Qué importa la resaca con la que amaneceré en unas horas?
Nada de nada.

***
Tal y como predije, llego en unas condiciones lamentables al ático que he
alquilado en el barrio de Salamanca, si no es por Bea habría pasado la
noche durmiendo la mona sobre la mesa de mi despacho y le agradezco lo
bien que se sigue portando conmigo.
Desde el principio ha sido la única persona a la que le he permitido
acercarse y ahora sé que no me equivoqué. Su carácter arrollador tuvo
mucho que ver y lo detecté cuando la entrevisté, no se dejó amilanar por
mi seriedad, ni tampoco por mi tono autoritario y cortante, y el detalle en
sí terminó por cautivarme. De ahí la razón de que ella solita se haya
ganado mi simpatía, se ha convertido en una amiga esencial y, tanto es así,
que no me deja solo en ningún momento.
Pobre, si hasta se preocupa de quitarme los zapatos antes de
meterme en la cama una vez que consigo sentar mi culo sobre el colchón.
¿No es un amor de persona?
Al parecer no va a marcharse, no hasta que se asegure de que duermo
como un bebé, y la jugada le sale rana. Me ha pillado tan nostálgico que
poco importa lo mucho que he bebido y abro la boca para decir:
—Por favor, no te vayas —suplico con cierta dificultad en un tono
lastimero con la intención de dar pena.
La lengua la noto pastosa y el sonido que sale de mi garganta es
irreconocible, aun así, mi afán es convencerla ante la necesidad de no
sentirme solo, tal y como me pasa cada vez más a menudo, y ni siquiera el
logro de acabar con la botella de whisky es capaz de adormecer mi
atormentada mente después de un día horribilis.
¡Qué suerte la mía!
—¿Qué? —pronuncia con un deje de humor ante tan dantesca
petición—. Oye, campeón, si vas a ponerte cariñoso mejor déjalo. Jamás
me enrollaría contigo. No eres mi tipo.
—Venga, otra que me da calabazas —maldigo dejando caer el
cuerpo a lo ancho de la cama emulando a un niño enrabietado al que le
resulta imposible lidiar con el martirio.
—¡Ajá! Así que es eso… —exclama Bea atando cabos a la vez que
atrapa mis piernas con sus manos. Pretende colocarme derecho y yo
aprovecho para descansar la cabeza sobre la almohada—, pero mira que
sois simples los tíos. Tanto devanarme los sesos acerca de lo que podría
sucederte y resulta que es por una mujer que se ha atrevido a decirte que
no. ¡Qué! ¿Voy muy desencaminada?
Abro uno de los ojos y le saco la lengua.
—Ni lo sueñes, si quieres que sigamos hablando deja de comportarte
como si fueras mi madre.
—Anda, deja de decir chorradas y duérmete. Mañana no será un
buen día para ti, te lo aseguro, y tú solo te has descubierto, que conste.
—Pero, entonces, ¿te quedas? —pregunto con un deje de esperanza
dibujada en mi carita angelical.
Sí, cuando quiero soy muy persuasivo y supongo que esta vez me
servirá. Por regla general…
—No.
¿Eh?
¿No?
¿Cómo que no?
Cada vez pierdo más facultades.
¿Qué va a ser de mí?
¡¡Mierda!!
—Por favor, Bea —insisto de manera patética recurriendo a lo único
a mi alcance. El chantaje emocional.
Sí, sí, para lo que me sirve…
—Ya te he dicho que no, pesado. Me esperan en casa —sentencia
con un tono seguro.
—Pero soy tu jefe —rebato cambiando de tercio y poniendo cara de
estupor, a ver si así logro el objetivo fijado.
—¿Y qué? El que seas el que paga mi nómina no te da derecho a
pedirme que me acueste contigo, listo, y agradece que te haya traído hasta
aquí sano y salvo —comenta acercándose para darme un beso casto en la
mejilla—, descansa, seguro que cuando te despiertes verás las cosas de
diferente manera.
—Sí, claro, ni que fuera tan fácil —me regodeo en mi propia mierda
ya que ni mi empleada favorita se apiada de un hombre pesimista donde
los haya.
Menudo hueso duro de roer.
—Lo es, créeme —pronuncia con la seguridad que acostumbra,
aunque detecto que su posición es ensayada.
La realidad es otra, la pobre está al borde de perder la paciencia
infinita que demuestra y lo disimula a base de bien.
Y sentencia:
—Si no me equivoco lo que te sucede es a consecuencia de un
capricho pasajero, lo que significa que todos tus males desaparecerán más
pronto que tarde. La chica que te ha dado calabazas no puede ser tan
importante cuando las revistas en las que sales siempre informan de lo
mucho que te gusta cambiar de acompañante, es más, hasta la fecha nunca
te han podido asignar una novia oficial y el detalle es bastante
significativo, ¿no te parece?
—Oye, oye. —Me revuelvo en la cama con un único objetivo, coger
la postura adecuada. El sueño comienza a aparecer, lo hace arrasando con
todo y un bostezo sale de mi boca antes de preguntar—: ¿y ahora vas de
adivina?
—No hace falta. Es la primera vez que te veo tan perjudicado y eres
como un libro abierto, jefe.
Otro bostezo. Cada segundo que pasa siento la pesadez en los
párpados, los cuales adquieren un peso extra añadido y dificulta el simple
hecho de continuar sosteniéndole la mirada a la mujer que me ha traído
hasta casa en un estado de embriaguez difícil de catalogar.
—Pues siento decirte que te equivocas —adelanto con la lengua de
trapo. Cada acción es un verdadero logro y lo mejor es que corte de raíz la
conversación. Necesito dormir y descansar, en ese orden, y tiro la toalla—,
ella es…
Un silencio atronador acapara la habitación entera y una chica
incrédula fija su mirada en mí.
—Ella es… —repite alentándome a que termine la frase. La he
dejado con la intriga y mucho me temo que así se quedará.
La cogorza que llevo encima es la que zanja la conversación, la
noche ha sido un completo desastre y por fin me quedo dormido como un
tronco, lo hago, además, con la imagen de cierta chica patosa y
desagradecida, la cual ronda por mi cabeza sin el permiso correspondiente,
y lo más sorprendente de todo es que se lo agradezco.
Después de un día repleto de remordimientos, la oportunidad de
tomarme un respiro llega a través de la escena ocurrida en mi despacho, y
claro, la aprovecho en mi propio beneficio. Total, ¿qué mejor forma para
olvidar a otro tipo de fantasmas que asolan el interior de un hombre con el
corazón herido de muerte?
El wasap que he leído hoy mismo ha sido la gota encargada de
colmar el vaso. Al parecer, nadie quiere ofrecerme algo de paz, es
incuestionable, y de seguir así ya vaticino que de nada va a servirme el
haberme marchado de mi país, de mi casa, de mi entorno más cercano…
Mierda, ¿es que ni siquiera voy a poder evadirme de su recuerdo a
tantos kilómetros de distancia?
La apreciación de que lo tengo jodido adquiere un cariz demencial y
la realidad es demoledora.
¿En qué maldita hora se me ocurrió pillarme de la mujer que no
debo?
Ya me vale.
CAPÍTULO 6

Unos días después

Paula

Se acabó. He terminado los exámenes y las notas son oficiales.


Por finnn…
Lo primero es lo primero y llamo a mis padres. Si he logrado
alcanzar la ansiada meta es gracias a ellos y lo de que estoy preparada para
lanzarme al mundo laboral es un hecho, por consiguiente, seré yo la que
empiece a costearme el alquiler del estudio situado en la calle Ríos Rosas
y así librarles de la carga extra que supuso buscarme un lugar cercano tras
quedarme sin plaza en la ciudad en la que residía. Desde que nací me han
facilitado la vida en todos los sentidos y lo que soy es gracias a la
educación que me han inculcado.
Sí, ya va siendo hora, provengo de una familia humilde y costear los
casi cuatrocientos euros en el último año por apenas treinta metros
cuadrados se estaba convirtiendo en una losa, pero ahora todo va a
cambiar, un nuevo escenario se otea en el horizonte y es cuestión de
empezar a buscarme el sustento. Así de simple. Además, en la capital
dispondré de más oportunidades, así que, aquí me quedo; juego con la
ventaja de que Ávila está a tan solo una hora y media de viaje y la
oportunidad de visitar a mi familia cuando me dé la gana es un punto
favorable donde los haya.
Después de darles la buena noticia abro el grupo de WhatsApp, ya
que en lo que respecta a mis amigos prefiero que se enteren a la vez, y
tecleo con rapidez:

Yo:
Eoooo… Lo conseguí. Máster finiquitado y con nota. POR FIN.

Gus:
Esa es mi Pauli. Enhorabuena.
Inés:
Excelente noticia, gordi, hoy toca desmelenarse para celebrarlo.

Yo:
¿Te recuerdo que es jueves y que mañana los dos madrugáis?

Inés:
Ya empezamos con las excusas, tía, si es que no aprendes. ¿Te recuerdo yo
a ti que no todos los días tu mejor amiga se convierte en ABOGADA?

Gus:
Es verdad, toca desmelenarse y propongo que lo hagamos hoy y el fin de
semana completo. La ocasión lo merece.

Inés:
Excelente idea, dejadme a mí, hoy tengo poco curro en la clínica y puedo
barajar distintas opciones.

Yo:
Oye, oye, ten en cuenta que la homenajeada soy yo, no vayas a liarte
la manta a la cabeza y se te ocurra cualquier locura. Con unas cañas y una
cena me conformo, ¿vale?

Inés:
Dios, con ese planteamiento no te comerás una rosca, pava, que eres una
pava. Por cierto, ¿y si volvemos al local de las cartas?

Es escuchar lo de «cartas» y un sudor frío perla mi frente.


Ha pasado menos de una semana desde que nos dejamos caer por allí
y ni un puñetero día he dejado de pensar en lo que ocurrió, ni en el ridículo
que hice.
Miento, más bien en lo que no puedo dejar de pensar es en un tío
cañón, al que he buscado hasta en Instagram, y del cual no logro olvidarme
así como así.

Yo:
Paso, ¿y si vamos a un karaoke?
Gus:
Me apunto. Hace mucho que no la liamos en uno.

Inés:
Tomo nota.

Buf, por los pelos, menos mal que consigo cambiar los planes de mi
amiga sin que se percate de que le oculto cierta información que todavía
no ha salido por mi boquita.
Mejor, total, tampoco es para tanto y paso de darle unas
explicaciones que en un futuro no dudaría en utilizar en mi contra, que ya
nos conocemos.
Salgo de la aplicación y encamino los pasos hacia el metro. Esta
noche habrá fiesta, sí, pero antes dejaré hecho un currículum en el
ordenador.
De mañana no pasa que empiece a enviarlos. La prisa apremia y
necesito pasta. Es así de sencillo.

***

A las ocho en punto recojo a Inés en la calle Guzmán el Bueno. Es la hora


a la que sale de la clínica privada de salud en la que trabaja como
recepcionista y me da un abrazo repleto de cariño en cuanto me ve.
—Estoy tan orgullosa de ti, gordi.
—Lo sé.
—Bueno, ¿quemamos la noche madrileña? La ocasión lo requiere.
—Acepto —pronuncio con un deje interrogante al ser consciente del
repaso que me da de arriba abajo.
—Espera, antes he de comprobar algo.
Esas simples palabras son suficientes para intuir que no voy nada
desencaminada y que trama algo, su siguiente movimiento así lo corrobora
y me deja descolocada cuando desabrocha los botones de mi abrigo para
ver qué llevo puesto.
—Me lo temía —suspira con paciencia entornando la mirada—,
antes de irnos de marcha es urgente que nos pasemos por mi casa.
—¿Para qué? —pregunto un tanto distraída a raíz de su
comportamiento—. Ya hemos quedado con Gus y llegaremos tarde.
—Tranquila, que ya nos conocemos y sabía lo que ocurriría. Le
acabo de enviar un wasap.
Y, como no puede ser de otra manera, su respuesta no tarda en
activar cada una de mis alarmas interiores.
¡Ay, madre!
—¿Qué tramas?
—Arreglar las pintas que llevas —dice tan campante, señalando mi
indumentaria. Ya me parecía raro que no fuera a quejarse, y oye, no lo
entiendo. ¿Qué tienen de malo los vaqueros y la camiseta básica de manga
larga que llevo debajo de la ropa de abrigo?—. No creerás que iba a
consentir que salieras así un día tan importante, ¿verdad?
—Oye…
—Ni oye ni leches, a-bo-ga-da —me interrumpe con una sonrisa de
oreja a oreja—. Estás en mis manos y no acepto ni una sola réplica,
¿estamos?
«Que si estamos, dice, ni que tuviera escapatoria alguna», sopeso
resoplando con desgana.
—¡Qué remedio me queda! —Acepto sin inmutarme—, cuando te
pones pesada no hay quien te aguante.
A lo que ella contesta:
—Esa es mi chica, vamos.
Sigo sus pasos hacia la estación de metro. Su casa está muy cerca de
la clínica y como tenemos prisa decidimos cogerlo.
No hay tiempo que perder.
Una parada nos basta para llegar a Islas Filipinas y echamos una
carrera hasta su portal entre risas. El buen rollo es palpable y reconozco
que, gracias a ella, la noche promete, al menos hasta que saca de su
armario la ropa que pretende que sustituya por la que llevo puesta.
¿En serio?
Y suelto con algarabía:
—Ni de coña. —Niego con la cabeza al percatarme de sus
intenciones.
Sobre la cama ha dejado una minifalda de cuero en color negro, un
top rojo con un escote que tapa lo justo y unas botas altas con unos
taconazos de vértigo.
La indumentaria no va para nada conmigo y me niego en rotundo.
—Está bien, seré buena. Elige una de las dos prendas.
—¿Qué?
—Lo que oyes, y no saldré de aquí hasta que lo hagas. El pantalón
que llevas con el top, o la minifalda con lo que elijas. Decídete ya, y que
sepas que no acepto negativas. —Da por sentado con la templanza a la que
ya estoy acostumbrada—. La ocasión lo merece y después del fiasco del
otro día sigues con las mismas telarañas ahí abajo. Por cierto, no hemos
tenido la oportunidad de charlar acerca de tu estampida del local del que
todo el mundo habla, ¿a qué fue debido?
Suficiente.
Hora de despistarla.
Ahora bien, que lo consiga, o no, ya será otro cantar.
—A nada en particular. —Salgo por los cerros de Úbeda cogiendo el
top sin rechistar.
La medida es desesperada y a priori logro el objetivo. Su cara delata
la incredulidad que la precede y respiro aliviada.
—Buena elección, nena. Venga, estoy deseando ver cómo te queda.
—Y yo —miento como una bellaca.
Media hora después, estoy lista. Parezco otra y se debe a las
providenciales manos de Inés. Son mágicas y el espejo me devuelve una
imagen irreconocible.
Guau, el cambio es espectacular, lo reconozco, y analizo cada uno de
ellos con el ego por las nubes.
La coleta de siempre ha desaparecido. A Inés le han bastado unas
pasadas con la plancha para dejarlo liso y brillante, y el resultado es
espectacular.
El maquillaje que ha empleado es tenue y sutil. Como el top es tan
llamativo ha preferido utilizar tonos suaves en los ojos y mejillas, un poco
de máscara de pestañas y para terminar un gloss incoloro que aporta brillo
a mis labios. Nada más, el toque es tan natural que me encanta y he de
admitirlo.
En cuanto a la indumentaria…
Bueno, aquí discrepo. Lo de llevar las botas de tacón no lo tengo
muy claro, aunque me quedan tan rematadamente bien que opto por
dejarme llevar.
Total, por un día…
Sí, ya sé que es una temeridad, con lo torpe que soy las posibilidades
de estamparme contra el suelo aumentan el porcentaje considerablemente,
y opto por correr el riesgo, ¿qué más da?
La imagen que contemplo es tan diferente a la que muestro en mi
rutina cotidiana que poca importancia le doy, mientras me hago una
promesa interna: caminaré despacio y con mil ojos con el propósito de
evitar posibles accidentes, con eso será más que suficiente.
Asunto finiquitado.
Continúo con el análisis y le ha llegado el turno a la parte de arriba,
he dejado lo mejor para lo último y…
¡Madre del amor hermoso! Aquí todo cambia y mis mejillas se tiñen
de un rubor intenso. Hay que reconocer lo bien que se ajusta el top a mi
delantera, incluso lo hace mejor que a su propietaria, ya que mi talla es
más grande, y no sé si es bueno.
Lo de mujer fatal me viene como anillo al dedo y alucino con lo
mucho que enseño, al menor descuido se me saldrá una teta, o las dos, y si
sucede me moriré de la vergüenza.
¿A quién se le ocurre dejarse llevar por los disparates sin fin de mi
amiga?
—¡Chttt! Ni rechistes, ¿eh? —Allana el terreno antes de que se me
ocurra protestar. Su mente es ágil por naturaleza, y si a eso le sumamos lo
mucho que me conoce, pues eso, que considera oportuno adelantarse a la
jugada y así asegura la victoria a su favor—. Estás tan buena que hasta me
planteo enrollarme contigo y sabes que lo que me van son los rabos, a
poder ser gigantes.
—Pero mira que eres burra —me troncho de la risa dejando a un
lado el tema de la vestimenta.
Si lo que no logre la loca de turno…
—Sí, sí, lo que tú quieras, pero nos vamos ya.
Es lista, conoce cada una de mis debilidades y sabe que si esperamos
unos minutos ni de coña saldré a la calle con el aspecto de ir pidiendo
guerra.
Al final lo consigue, cosa que no es de extrañar, y de momento no le
presto demasiada importancia. Bastante tengo con fijarme bien por donde
piso, y todo porque lo de terminar con un esguince en alguno de los
tobillos no es ni de lejos lo que pretendo, por tanto ya habrá tiempo de
considerar el tema que me preocupa cuando llegue la ocasión.
Cogemos nuestros respectivos abrigos a la salida y dejamos el piso
entre risas y gritos. Las expectativas son altas, no voy a mentir, y por
primera vez en meses la disposición a dejarme llevar invade esa parte
desconocida que tanto les gusta a mis amigos.
En cuanto salimos al exterior una ventisca helada nos recibe y la
poca indumentaria que llevo bajo la ropa de abrigo no es suficiente. Un
detalle en el que no reparo al cien por cien, hoy no, y menos cuando me
siento una mujer empoderada dispuesta a pasar una noche de fábula.
Atrás han quedado las horas interminables dedicadas a hincar los
codos y ya iba siendo hora que la Paula atrevida saliera un poco de su
cascarón a tomar el aire fresco, y nunca mejor dicho.
¿Qué nos deparará la noche?

***

Mírala, mírala, mírala, mírala. La puerta de Alcalá.


Mírala, mírala, mírala, mírala. La puerta de Alcalá…

¿Nos gusta dar la nota?


Sí, lo de cantar en el karaoke es lo nuestro, hasta yo me desinhibo y
la que liamos las dos es parda, mientras Gus disfruta con la actuación
estelar.
Le encanta cuando entonamos nuestro tema épico, es la que más nos
gusta con diferencia y por las caras del resto adivinamos que no lo
estamos haciendo nada mal.
Y ahí seguimos, dándolo todo cuando a la mitad de la canción, más o
menos, un par de guiris deciden unirse a la fiesta, suben al escenario y
gritan entusiasmados con su acento característico.
La escena es de traca y terminamos la canción con lágrimas en los
ojos y con la ovación del local entero.
Normal. Entre el buen rollo, el vaivén de caderas, la sincronización
perfecta y la visión que ofrecemos con nuestros sendos escotes es más que
suficiente, y terminamos aceptando la proposición de los guiris; nos han
pedido que nos unamos a su grupo, invitación a copa incluida, y nos
acoplamos sin problema alguno.
Y así, entre cubata y cubata, y actuación y actuación, continuamos
una noche en la que las carcajadas van de la mano de la diversión, están
presentes de principio a fin y el conjunto me eleva a lo más alto del cielo.
¿Y de verdad era yo la reacia a salir?
Es la una de la mañana cuando abandonamos el karaoke, lo hacemos
con el mismo grupo y liamos la de Dios es Cristo por la icónica calle de
Gran Vía. Los chicos quieren ir a un local del que les han hablado y los
dos que madrugan parecen no darle importancia, lo que significa que
pretenden tomarse la penúltima antes de marcharse a sus respectivas
casas.
Bien, pues a tomarla se ha dicho, total, hoy he bebido de más y estoy
un poco perjudicada, así que una copa más o menos tampoco supondrá
mucha diferencia, ¿no?
En total somos seis y por el rabillo del ojo compruebo que Gus y uno
de los extranjeros se comen los morros al menor descuido. La facilidad
para ligar es admirable y cabe la probabilidad de que al día siguiente
llegue al curro de empalmada. Cuando un hombre le gusta lo exprime al
máximo y hoy no será menos.
Y así, entre un ambiente de juerga incuestionable callejeamos sin
rumbo fijo mientras entonamos una de las canciones del karaoke. La
distracción es total, al encontrarme desinhibida por completo, lo que da
lugar a que ni me fije en el letrero que hay unos metros más adelante. En
él aparece una carta de la baraja de póker en tamaño gigante y…
¿Adivinas cuál es?
Acertaste. El as de corazones.
Menuda casualidad, ¿eh?
CAPÍTULO 7

Duncan

Hoy es jueves y una noche más el local está repleto de gente dispuesta a
pasárselo bien. Lo corroboro desde mi escenario favorito; he encontrado el
refugio ideal, convirtiéndolo en la oportunidad para pasar página si
pretendo tomar las riendas de mi futuro más inmediato.
Pi, pi.
El sonido de un wasap entrante acapara mi atención y me devuelve a
la realidad. Hace unos días que no he vuelto a tener noticias no deseadas y
me da la nariz que la paz ha llegado a su fin.
¿Estaré equivocado?
Saco el móvil del bolsillo y desbloqueo la pantalla. En cuanto leo el
nombre de la persona que lo envía la alarma se posiciona, llevándose
consigo las buenas vibraciones de hace tan solo unos segundos, y me
preparo para cualquier escenario con un mosqueo del quince.
El tiempo apremia. Existe la posibilidad de que esté adelantándome
y cuanto antes salga de dudas mejor, así que, abro la aplicación de
WhatsApp y leo el contenido con una cara que va tiñéndose de rojo
causado por varias sensaciones que tienen un denominador común y van
de la mano.
Rabia.
Incredulidad.
Pesimismo.
Culpa.
El conjunto en sí imposibilita que disimule el rictus pétreo que
adquiere tintes dramáticos y tenso la mandíbula con una furia inusitada
que va de menos a más a la velocidad de la luz.
Una vez acabado el mensaje, y sin todavía dar crédito, entro en bucle
y lo releo sin parar unas cuantas veces seguidas. Pretendo asegurarme al
cien por cien, no sea que no haya leído bien y…
Sí, claro, ¿acaso soy un analfabeto que no sabe hilar frases seguidas
de repente? ¿A quién pretendo engañar?
«Vamos, tranquilízate», me digo aunando toda la atención en inhalar
una bocanada de aire por la boca, de seguido, la expulso por la nariz, con
calma, y repito el proceso un par de veces siguiendo los ejercicios de
relajación a los que recurro cuando estoy al borde del colapso en un
intento de serenar unos nervios que van increscendo de manera alarmante
a lo largo y ancho de mi cuerpo.
Con el titánico esfuerzo trato de alentar a la parte racional que yace
a buen resguardo, a saber en qué lugar concreto, y me empleo a fondo para
conseguir dar con ella.
«Tranquilo, Duncan, tranquilo».
Lo mejor para mi salud mental pasa por mantener la calma, se ha
convertido en prioritario en un momento como el que estoy viviendo y…
¡A tomar por culo! Lo de templar los ánimos nunca ha sido lo mío y
en un arrebato incontrolable voy y termino estampando el móvil contra el
suelo a la vez que maldigo una y otra vez:
«Joder, joder», repito con la cara lívida, el cuerpo tieso como una
vara y con la vena del cuello dilatada hasta el punto de temer que estalle y
lo ponga todo perdido.
El riesgo de sufrir una crisis existencial es grave. La noticia que mi
mejor amigo ha decidido enviarme vía wasap es la responsable y supongo
que solo me tomará unos minutos antes de...
«Joder, ¿antes de qué?», sopeso sin encontrar la manera de aplacar
los ánimos. Es imposible.
La mala hostia va extendiéndose de manera fulminante y tampoco es
para ponerse así, lo admito. Ninguna de las frases que he leído me han
pillado de sorpresa, es más, las esperaba, pero nunca, jamás, tan
jodidamente pronto y de ahí el estado de estupor en el que estoy abocado
sin remedio.
Menudo despropósito. El puñetero destino no parece dispuesto a
brindarme un ápice de ayuda y la guinda que faltaba acaba de dar al traste
con una paz interior frágil a rabiar. Una paz interior que llevaba
sosteniendo a duras penas desde el sábado pasado y que, en definitiva, ha
resultado ser un auténtico fiasco.
Que puta suerte la mía. Resulta que hui de mi zona de confort para
olvidar «cierto tema» y mira tú por donde ni por esas lo consigo.
¿Y ahora qué?
¿Cuándo va a cesar la condenada tortura que me asola día y noche?
Por increíble que sea, al mensajero le han bastado y sobrado un par
de cutres líneas para confirmar mis peores sospechas y, no contento con
ello, ha visto conveniente precisar los detalles más escabrosos en cuanto a
un tema que duele demasiado.
Sí, así es, ha aprovechado la tecnología para dejar caer como una
auténtica bomba la noticia del día, de la semana y del mes entero,
terminando de minar mi moral ante la imposibilidad de provocar un
malestar gratuito a una persona que quiero y que es la responsable de
encontrarme de esta guisa al largarme con la intencionalidad de no
dañarla. Lo hice por voluntad propia y el objetivo final no ha dado el
resultado esperado, sino todo lo contrario.
Mi cara de lerdo debe delatarme. Al final tanto cambio, tanto
interponer una distancia de miles de kilómetros, tanto empezar un
proyecto desde cero y total, ¿de qué ha servido cada uno de mis
propósitos?
Ya sabes la respuesta. De nada. Sin comerlo ni beberlo estoy atado
de pies y manos. El plan se ha vuelto en mi contra y me tocará lidiar con el
marrón en suelo español.
Mierda. ¿Pues no va y dice que se presentarán aquí en un par de
semanas como mucho?
¡¡Un par de semanas!!
No doy crédito. Es imposible y una única pregunta se apodera de mi
mente saturada al cien por cien tras tanto despropósito junto.
Esta es:
¿Desde qué momento exacto se ha torcido tanto el problemón que
tengo encima?
Y aquí estoy, devanándome los sesos cuando, de pronto, un rostro
que me resulta conocido acapara mi atención, lo hace en el instante
preciso y amplío el campo de visión que me ofrece la enorme cristalera.
—Vaya, vaya, mira quién ha decidido volver —hablo en voz alta
observando a la chica que puso el sábado pasado patas arriba el local, a
medida que recuerdo el memorable escenario que incendió a los presentes
con sus calenturientos besos a cuatro tíos diferentes.
Y claro, de manera inmediata fijo la mirada en la puerta. Por ella
sigue entrando el grupo que la acompaña hasta que…
¡¡Bingo!!
La chica escurridiza aparece, va conversando con uno de los chicos
que tiene a su espalda y…
¿Adivinas qué es lo primero que hace al pisar el interior de mi local?
Y no, como pista te diré que no es caerse de bruces, tal y como hizo
la primera vez que nos honró con su visita.
Te lo he puesto fácil, ¿verdad?
¡Acertaste! La desconocida alza el mentón y sus ojos van directos a
los míos.
¿Cómo es posible si no sabe el lugar exacto en el que estoy?
¿Quizá es una señal?
Sí, sí, señal la que dejó en mi sofá de doce mil euros. Cada vez que
evoco la imagen de su sangre manchándolo todo…
La misma vena de antes se hincha un poquito más, si es posible, y
vaticino que la que me dio plantón el otro día es el blanco perfecto para
canalizar la rabia que llevo dentro. Ha llegado la hora de aclarar ciertos
puntos y bien sabe Dios que necesito una distracción del tipo que sea o
correré el riesgo de volverme loco, así que…
«La hostia, y menuda distracción», recalco de pronto, comiéndome
con los ojos lo que vislumbro desde la distancia.
Vaya, por fin la fortuna se apiada de mí, ya iba siendo hora, y decide
llevarse cada uno de los pensamientos nostálgicos de hace unos instantes,
¿el motivo?
Ella. Parece otra y analizo lo que tengo delante de mis narices
tomándome mi tiempo. No hay prisa, a menos hasta que se quita el abrigo
y deja al descubierto un vestuario sexy y atrevido con esas botas altas, las
cuales pasan a un segundo plano, de forma inmediata, y se debe al top que
deja a la vista un escote que tapa lo justo y necesario y que deja poco a la
imaginación.
Joder. Desde la posición privilegiada soy consciente de las primeras
reacciones que la rodean. No tardan en sucederse; su presencia acapara la
atención de los hombres más cercanos e incluso algunos no ocultan lo
noqueados que se quedan. De ahí que mi rictus se ensombrezca hasta
límites insospechados y mira que es difícil a estas alturas, mientras un par
de tipos se acercan con las cartas que tienen en su haber levantadas.
Pretenden averiguar si son los afortunados, para ello muestran los
naipes con la esperanza dibujada en sus caras a la espera del posible beso
y...
Les sale rana. Sí. A los dos. A ella le bastan unas simples palabras
para despacharlos y mi rictus agrio es sustituido por otro interrogante.
¿Por qué no le gusta jugar? Ninguna de las dos veces ha optado por
seguir los dictámenes del local y es raro.
Aquí se sabe lo que se cuece y resulta extraño su proceder, más
teniendo en cuenta que viene con la otra chica, la cual emana buen rollo y
frescura por donde pisa, sin contar el atuendo llamativo por lo poco que
oculta y el cual grita a los cuatro vientos que lo que busca es guerra.
¿O quizá se trata de que es demasiado selectiva?
Bah, ¿y qué más da?
Se acabaron los interrogantes.
Hora de averiguarlo.
Sin más, avanzo con determinación, mi actitud refleja la decisión
que me precede y cierro la puerta una vez que estoy fuera, bajando los
escalones que me separan de la tía que tuvo los santos ovarios de dejarme
con una cara de gilipollas que para qué, a la vez que se me ocurre situarla
contra las cuerdas sin miramiento alguno.
Fíjate tú por donde, sin ser conocedora de ello ha conseguido que
deje por unos segundos los problemas apartados a un lado y, al menos, por
ese motivo, le estoy agradecido.
«Prepárate. Has conseguido llamar mi atención, lo que significa que
voy a por ti y esta vez no te escaparás tan a la ligera, lo prometo», sopeso
mediante una promesa interna que pienso cumplir a rajatabla, cueste lo
que cueste.
Dejo la tranquilidad atrás y me mezclo entre el bullicio de la gente
dispuesta a darlo todo sin importarles que sea jueves, de seguido me
acerco con sutileza; de momento no ha reparado en mi presencia y capto a
los babosos que se acercan con la intención de ligársela a toda costa.
Lo siento, va a ser que esta noche no. Hoy soy yo el que quiere
divertirse y en mis planes la única compañía que solicito es la de ella y la
de nadie más. Ahora lo que importa es averiguar si está de acuerdo con mi
planteamiento y después ya veremos lo que nos deparará la velada.
Es pensar en las distintas posibilidades y una escena en concreto se
abre paso sin contención alguna. Dicha escena no es otra que la de
imaginar cómo me la follo en mi despacho, adquiriendo tintes casi
salvajes, y de pronto siento una erección manifestándose en el interior de
mis calzoncillos de marca. Lo hace sin avisar, yendo por libre, y he de
aceptar que el impacto es brutal.
No me esperaba este tipo de reacción tan pronto, al menos con ella, y
se debe a las calabazas que me dio sin darme tiempo ni a abrir la boca, lo
que me lleva a una suposición cien por cien interesante si considero toda
la experiencia que me precede en lo que respecta al género femenino.
Joder con la chica desconocida. Le ha bastado un comportamiento
atípico e inesperado para conseguir llamar la atención de un tipo como yo,
y la verdad, es un verdadero logro.

***

Unos minutos antes

Paula

—¿No coges una? —se interesa uno de los guiris con curiosidad señalando
la enorme copa repleta de cartas en cuanto nos acercamos a la barra a
pedir la primera ronda de consumiciones.
—No, paso.
—Entonces cogeré dos, la tuya y la mía —responde el muy bribón
llevándolo a cabo sin inmutarse.
—Buena estrategia, así tienes más posibilidades de ligar —me salgo
por la tangente, no sea que me tire la caña.
—Sí, sí, no como otras —se mete Inés en mitad de la conversación
con un enfado descomunal—. ¿De verdad vas a desaprovechar la
oportunidad cuando la mayoría de los tíos con los que te estás cruzando
casi se quedan bizcos por mirarte las tetas? —suelta tan tranquila—.
Gordi, mañana eres de las pocas que no madruga, se acabó el estudiar, lo
que significa que es tu noche. ¿A qué coño esperas? ¿A un puto príncipe
azul o qué?
—No, lo que espero es que mi mejor amiga deje de darme la brasa,
que es lo que hace la mayor parte del tiempo.
—¡Ja! Y encima me llama pesada, ¿te lo puedes creer, Gus?
—A mí no me metáis, yo hoy voy servido —comenta encantado de
la vida llevando a su nuevo ligue a una zona más apartada.
—¿Ves? Uno que tiene garantizado lo de mojar su churro, en cuanto
a mí, te aviso, paso de ejercer de niñera contigo. Se suponía que eras tú la
que se desataría esta noche y mírate. Como sigas así no me extrañará que
en un futuro no muy lejano termines en un convento de monjas haciendo
pastelitos para la caridad.
—¿Quieres dejarme respirar, pesada? —resoplo con los ojos en
blanco y con los brazos en jarras.
—Sí, lo haré en el momento en que cojas una carta y te vea darte un
morreo como Dios manda aquí, delante de la barra. Entonces te dejaré
tranquila, no antes.
Su encogimiento de hombros corrobora que habla completamente en
serio y resoplo por segunda vez consecutiva.
Dios. Pero mira que es pesada. No se bajará del burro así la maten,
lo que quiere decir que me toca ceder sí o sí. Es eso o estrangularla con
mis propias manos y con el cariño que le tengo no tardaría demasiado en
arrepentirme.
«Bien, toca seguirle la corriente si lo que pretendo es que me deje
tranquila y allá que voy».
—¿Me lo prometes? —Tanteo el terreno observándola con
detenimiento.
El grupo con el que veníamos se ha dispersado en un santiamén y
nos hemos quedado las dos solas, de momento.
—Ajá. ¿Acaso dudas de mí?
Suficiente. Mi amiga es de las que cumplen lo que sueltan por la
boca, hay que reconocérselo, y me doy por vencida con tal de que deje de
martirizarme.
—Está bien, tú ganas —pronuncio algo achispada por el alcohol que
llevo en la sangre.
Por norma general no suelo beber y de ahí que hoy esté un tanto
perjudicada.
—Ya era hora, mojigata.
Y claro, el alcohol que te he mencionado antes, el mismo que corre
por mis venas a lo loco se revela en un visto y no visto, y todo porque odio
que use esa palabra para definirme, es consciente de ello y, aun así, la muy
lagarta ve conveniente echar más leña al fuego no sea que termine
arrepintiéndome.
Al final le sale tal como esperaba, a lista tampoco la gana nadie y
decido desmelenarme de verdad.
Muy bien, ¿quiere jugar?
Pues juguemos.
—¿Mojigata, yo? Ahora verás.
Decidida giro mi cuerpo con la intención de ir hacia la copa gigante,
algo que consigo sin tropezarme ni una sola vez y cojo una al azar, a
continuación le echo un vistazo con aire distraído y sé que es el momento
de dar la nota.
Yo también sé, faltaría más.
He aceptado el reto y lo hago envalentonada, la disposición de ir a
por todas es veraz como la vida misma y, justo cuando voy a alzar el brazo
para copiar el modus operandi de Inés, no consigo mi propósito. Alguien
me lo impide.
¿Pero qué…?
Resulta que las prisas por finiquitar el asunto al final terminan
jugándome una mala pasada y tropiezo con lo que parece el pie de alguien
que permanece justo detrás de mí.
Vaya. Ya decía yo que estaba tardando en liarla. Lo de llevar tacones
suponía un riesgo añadido y demasiado había durado subida en ellos sin
ningún contratiempo digno de mencionar, hasta ahora.
El efecto es inmediato y empiezo a caer, lo hago a cámara lenta,
emulando una secuencia de una película de la tele, pero en el fondo sopeso
el golpetazo que voy a darme contra el duro suelo cuando, de repente,
oigo:
—¿Pretendes matarte tú sola otra vez? Eres una auténtica bomba de
relojería, rubia.
¿Eh?
La alerta se posiciona en cuanto escucho ese tono de voz. Reconozco
el acento norteamericano a la primera, al igual que su forma de dirigirse a
mí, y mi cara se pone roja como un tomate a consecuencia de la impresión.
No.
Imposible.
¿De verdad que de todo el local abarrotado de personas tiene que ser
él, precisamente, el que venga a socorrerme?
Increíble, pero cierto. Y ya van dos veces casi seguidas.
Ups. Menuda suerte la mía, ¿eh?
CAPÍTULO 8

Paula

El bullicio general es atronador, en cambio, no lo noto. ¿Cómo hacerlo


cuando sus manos toman mi cintura con la finalidad de librarme de una
buena?
Mis sentidos no tardan en acaparar la escena al completo y el resto
pasa al olvido de una manera fulminante, mientras le dedico una sonrisa
mezcla entre agradecimiento, reparo y perplejidad.
Sí, las tres a la vez, al tiempo que sopeso que, esta vez, al menos, no
hay un reguero de sangre de por medio.
Y oye, algo es algo, ¿no?
—Gracias —titubeo casi tartamudeando debido a la cercanía entre
los dos, me afecta demasiado y el olor que desprende es tan varonil que
me deja KO, lo que da lugar a que inhale embriagada un aroma que acabo
de definir como mi favorito mientras permanezco entre sus brazos, a
escasos centímetros de su boca y de una mirada escrutadora que consigue
estremecerme de arriba abajo.
Guau. El playboy neoyorkino destila seguridad y arrogancia a partes
iguales y confieso que si dependiera de mí me olvidaría de la palabra que
lleva escrita en la frente, esa que ya he mencionado con anterioridad, la de
PELIGRO, y me quedaría a vivir entre sus brazos durante toda la
eternidad.
¿Ves como no te mentía cuando te dije que era una apasionada de las
novelas románticas?
Lástima que sean solo eso, fantasías.
—Vamos, arriba.
A tomar por saco la ensoñación, y esta vez no pienso hacer el
ridículo tipo al aleteo de pestañas que me marqué la otra noche en el
despacho de la primera planta.
Puf, es recordarlo y casi me da un patatús, lo que me ofrece el
impulso suficiente como para mantenerme en mis trece.
Ni de coña estoy por la labor de ser la risión de nuevo, que oye, el
cupo ya está cubierto y bastante lo hice el sábado pasado.
Poco a poco logro incorporarme, lo que él aprovecha para soltar el
agarre y deja de tocarme. Un detalle que no me gusta a pesar de ser
conocedora de que el tipo que tengo a mi lado es totalmente inalcanzable.
Y nada, que no hay manera y continúo a lo mío. A soñar despierta y
así me va. De puto culo.
Por regla general, en las novelas que suelo devorar el protagonista
masculino aprovecha la ocasión para mantener el contacto en el tiempo y
éste, una de dos, o no tiene ni pajolera idea de cómo comportarse, o pasa
de mí, lo que significa que el galán que espero que llegue a mi vida un día
de estos no es él, y mira que tenía todas las papeletas para serlo.
«Deja de hacer el gilipollas y dedícate a bajar de las nubes, anda».
—Oye, ¿os conocéis? —se manifiesta Inés sin perder la oportunidad,
directa al grano.
Oh, oh.
Tan ensimismada estaba con mis comeduras de tarro que hasta me
había olvidado de que estaba conmigo y, por lo tanto, ha seguido con
escrúpulo cada uno de los pasos que he dado.
Menudo contratiempo.
—¿Perdona? —habla el tío buenorro dirigiéndose a la que acaba de
meter las narices donde nadie la llama.
—Digo que si os conocéis de algo —repite comiéndoselo con los
ojos—, como has dicho que si pretendía matarse ella sola otra vez…
«Vamos, contesta o estarás perdida», me digo de inmediato.
—No —me adelanto negando la mayor lo más deprisa que puedo.
—Sí —responde él casi a la vez.
Y ahí la tienes, a mi condenada mala suerte manifestándose sin que
nadie le haya dado vela en este entierro, a la par que ve conveniente
interferir en mi contra con tal de aliarse con el bando que no debe.
¿Estaré gafada?
No lo descarto, no.
—Vaya, vaya —sonríe Inés prestando atención a cada uno de
nosotros, primero me observa a mí y finaliza en el yanqui hilando a toda
marcha—, así que he de suponer que este tío cañón es el que te auxilió el
otro día cuando te caíste y te desmayaste, ¿me equivoco?
—Ehhh… —titubeo sin saber qué diantres contestar.
—Sí, ese mismo soy yo —avanza el buenorro mediante un careto
difícil de descifrar—, encantado de conocerte. Me llamo Duncan.
—Yo Inés. Lo mismo digo.
La lagarta no tarda en lanzarse con el objetivo de darle dos besos
para, después, seguir comiéndoselo con los ojos sin cortarse un pelo.
Muy típico de ella.
—Oye, no serás el Duncan que sale de vez en cuando en las revistas
del corazón, ¿verdad?
—Sí, el mismo que viste y calza.
—Vaya —silba encantada—, aquí mi amiga conoce a todos los
personajes de la prensa rosa y más de una vez me ha enseñado alguno de
esos reportajes en los que sales, por eso te he reconocido. Paula es una
fanática de ese tipo de revistas y…
—Ejem —la interrumpo sin miramientos antes de que se le ocurra
contarle mi vida entera, que ya nos conocemos—. Inés, no creo que a él le
interese mucho lo que me guste o deje de gustar —sentencio con la cara
más roja todavía.
A lo que Duncan aprovecha para recoger el guante y añadir con un
semblante… ¿enfurecido?
Uy, uy, que esto se complica por momentos.
—Te equivocas, ahora mismo me interesa saber todo de la única
mujer que hasta el día de hoy ha tenido los ovarios de darme plantón
después de lo bien que me porté con ella.
Zasca.
El dardo envenenado va y me da en toda la frente como si se tratase
de una diana.
—¿Cómo dices? —Mi amiga abre los ojos como platos y empieza a
encajar las piezas del puzle a toda prisa dentro de su cabecita loca hasta
dar con una suposición que ya vaticina que es la acertada—, ay, Paula,
Paula, mira que te lo digo veces. Es imposible entenderte. ¿De verdad que
este pedazo de tío te brinda su ayuda y a ti no se te ocurre otra cosa que
salir corriendo por patas? Si es que eres la leche —se permite el lujo de
regañarme como si tuviese quince años, y lo que es peor, delante de él.
¿En serio?
Menudo ridículo está haciéndome pasar.
¿De qué va?
Y la muy lianta, no contenta con el repaso que acaba de darme, va y
toma la palabra de nuevo para añadir:
—Bueno, da igual —le quita importancia mediante unos aspavientos
con la mano—, menos mal que estoy yo aquí para enmendarlo.
—¿Qué? —manifiesto con estupor.
—Lo que oyes, mojigata, y que sepas que ha llegado la hora de
reconducir tu huida del otro día —continúa la muy ingrata para pasar a
dirigirse a la otra parte implicada—, Duncan, precisamente la he alentado
para que cogiese una carta, y oye, quién sabe si el destino juega a vuestro
favor y es la misma. Venga, comprobémoslo antes de que se le ocurra
echarse para atrás. Mi amiga es un poco tímida y por fin la he convencido,
¿verdad, gordi?
—Esta me la pagas —rechino los dientes de impotencia a la vez que
me pongo tiesa, tipo a que me acabaran de meter un palo bien largo por el
culo.
—Sí, sí, lo que tú digas, pero enséñanos tu carta, a ver qué pasa. ¿Te
imaginas que terminas la noche metiéndole la lengua hasta la campanilla a
un famoso yanqui que está como un queso?
Duncan se troncha de la risa con la sinceridad y desparpajo de Inés,
se está divirtiendo de lo lindo gracias a las ocurrencias de la loca de turno
y poco parece importarle lo incómoda que me hace sentir a mí.
Ten amigas para esto.
El planteamiento, al final, corrobora lo que ya he supuesto con
anterioridad un millón de veces seguidas y le doy forma a través de una
simple frase.
Esta es:
«No vuelvo a salir de fiesta con ella. Lo juro, y esta vez hablo
completamente en serio».
—Ehhh, no sé si es una buena idea —trato de salirme por la tangente
en cuanto a lo de meterle la lengua hasta la campanilla a un famoso yanqui
que está como un queso, taladrándola con una mirada fulminante que
debería bastarle.
¿Captará el mosqueo que tengo y se apiadará de mí de una vez por
todas?
Ja. Mucho me temo que no.
¿Te juegas algo?
—¿Cómo que no sabes si es una buena idea? —grita con estupor sin
dar crédito a la respuesta que ha salido por mi boca—. ¿Por qué?
¿Lo ves?
Ya decía yo.
Y ya, para rematar la faena, va el tercero en discordia y decide
intervenir mediante un interrogante igual al de… ¿Mi amiga?
A estas alturas ya dudo de que lo sea, todo sea dicho.
—Sí, ¿por qué? —emula Duncan con un brillo en los ojos que da
hasta miedo exigiendo una explicación.
¿Y a este qué le pasa ahora?
—Por-porque no creo que estés acostumbrado a mendigar por un
simple beso como pretende la loca de mi amiga —tartamudeo sin poder
evitarlo, dirigiéndome a él en exclusiva—, dudo mucho que te haga falta
siendo quien eres.
—Tienes razón, has acertado de lleno —sentencia mediante un tono
cortante y más bien frío.
—¿Lo ves? —la increpo con seriedad con tal de dar carpetazo a una
respuesta que ha conseguido dañarme. El hombre que está plantado ante
mí es inalcanzable para alguien como yo y lo mejor es que salga pitando
de un lugar al que no regresaré nunca más—. Y ahora, Inés, voy a
finiquitar el asunto de la dichosa carta para que me dejes tranquila de una
vez, ¿estás contenta?
Me olvido del forastero, doy media vuelta por segunda vez y, cuando
voy a alzar la mano con la carta que he cogido, tampoco puedo.
Bueno, más bien no me dejan.
—No. De eso nada —oigo la negativa cerca de mi oído. Demasiado,
de hecho.
Después, todo sucede muy rápido, tanto es así que cuando quiero
darme cuenta sus fuertes brazos vuelven a rodear mi cintura y, ahora sí, se
permiten la licencia de tirar con fuerza, lo que ocasiona que termine
chocando contra su pecho duro como una roca.
—¿Pero qué…?
La pregunta queda suspendida en el aire y no me da tiempo a
finalizarla. Ya se encarga Duncan de ello.
—Has acertado en cuanto a que no me hace falta mendigar por un
beso, lo único que, por primera vez, parece que una mujer sigue
resistiéndose a mis múltiples encantos y puede que sea el momento
adecuado de hacerlo.
Muda, así es como me deja, y aunque parezca mentira la
providencial intervención de mi querida amiga resulta un auténtico alivio.
—Entonces, ¿cogerás una, Duncan? —dice señalando la copa
enorme repleta de naipes de todos los palos.
—No —niega retándome con una mirada que define a la perfección
lo peligroso que es, olvidándose de la tercera en discordia—, no me hace
falta.
—¿Por qué? —pronuncio como un flan, y ahora soy yo la que le
interrogo al borde de colapsar.
Su cercanía supera con creces cualquier escena romántica que haya
leído y detecto los latidos acelerados de mi pobre corazón.
«Ya estamos, ¿quieres hacer el favor de comportarte como cualquier
chica de tu edad? Enróllate con él y deja de perder el tiempo, ¿o pretendes
terminar como siempre? Lo de quedarte a dos velas ya empieza a causar
estragos y si no, mírate», una parte de mí se revela, últimamente discrepa
bastante con el resto y se dedica a leerme la cartilla con tal de que espabile
un poco.
Razón no le falta y me fijo en nuestras bocas, vuelven a estar
demasiado cerca la una de la otra y ni siquiera soy capaz de pensar con
algo de coherencia.
¿Cómo hacerlo cuando por incomprensible que parezca acabo de
convertirme en la protagonista con la que siempre soñé?
El impacto es brutal.
«Vaya, menuda locura, y no seré yo la que dificulte la probabilidad
de catar a un tipo como el que me sostiene entre sus brazos con un agarre
implacable que debilita cada uno de mis sentidos».
No y no. Además, el deseo parece mutuo, un detalle que provoca que
me suelte la melena y deje las paranoias a un lado.
Saber que ambos disponemos de la misma idea en mente es
suficiente. Un beso y después cada uno a lo suyo. Total, será la última vez
que lo vea, así que…
Y de pronto responde a la pregunta acerca del motivo por el que no
le hace falta apoderarse de uno de los naipes:
—Porque la posibilidad de que tu carta y la mía coincidan son
escasas, porque paso de seguir perdiendo el tiempo contigo y, ante todo,
porque has despertado mi curiosidad y me muero por besarte porque sí,
simplemente porque me da la puta gana y deseo probarte. ¿Te vale mi
respuesta, rubia?
Que si me vale, dice.
Su alegato ha dinamitado cualquier tipo de sensatez y en su lugar
aparece la Paula desconocida, atrevida y decidida que sale a paseo en
contadas ocasiones y esta noche se lo merece.
«Yanqui, prepárate».
Y es entonces cuando la mojigata se envalentona gracias a dos
factores relevantes. El primero, las copas que he bebido, y, el segundo, el
monumental cuerpo que espera a recibir un beso como Dios manda y que
culminará una noche que se convertirá en redonda una vez se lleve a cabo.
¿Qué puede salir mal?
Sin más me abalanzo sobre su boca, no sea que termine
arrepintiéndose y…
Madre del amor hermoso. Los labios que me reciben desatan la
locura dentro de mí como nunca jamás había sucedido con anterioridad y
aparta a la mojigata de sopetón, sin contemplaciones que valgan.
Joder, el neoyorkino besa tan increíblemente bien que me roba
varios jadeos mientras mi lengua se acopla a la suya, arrasando con todo, y
lo hace mediante una sincronía que poco tarda en incendiar el fuego que
llevo dentro y que ni siquiera sabía que existía.
¿Cómo demonios es posible?

Duncan

El juego que me traigo entre manos con la rubia acapara mi atención.


Atrás ha quedado todo lo demás y lo corroboro en cuanto su boca se
apodera de la mía.
Sí, es ella la que toma la iniciativa, solo que le dura lo justo y es
debido a unos labios que de pronto me saben a pura ambrosía, lo que da
lugar a que arrase con todas y cada una de mis armas seductoras.
Quiero más y ella me lo da con creces, lo que me lleva a plantearme
si lo que ha dicho su amiga es verdad.
Jamás se me ocurriría tacharla de tímida, actúa como una auténtica
experta y nuestros labios son incapaces de saciarse, lo que supone que mi
bragueta se manifieste contra su abdomen, haciéndole partícipe del deseo
que despierta en un hombre acostumbrado a ser él el que siempre mantiene
el control y no soy capaz de procesarlo en condiciones.
¿Te lo puedes creer?
Y aquí haré un inciso: no sé con exactitud qué tiene esta rubia de
especial, pero lo cierto es que el primer sorprendido, al final, soy yo.
¿Quién lo iba a decir?
CAPÍTULO 9

Duncan

La presa ha caído en la trampa. Mis armas de seducción son infalibles y


mi ego resurge de las cenizas y lo hace multiplicado por dos.
Todavía no entiendo la huida que se marcó el otro día, aunque
tampoco importa demasiado. Mírala, su disposición habla por sí sola y un
simple beso le ha bastado para encender el cuerpo menudo que sostengo
con determinación, alevosía y ganas. Por encima de todo, ganas.
La rubia ya no se escapa de mis garras, es imposible, y doy el visto
bueno al siguiente movimiento: conducirla hasta la privacidad de mi
despacho, picadero o llámalo como prefieras.
La tengo dura desde que la vi y el asunto que tenemos pendiente ya
es hora de que lo solucionemos de una vez por todas.
Invado su boca por segunda vez, aprieto las caderas contra el
epicentro de su deseo y el agarre a su cintura lo intensifico, provocando un
efecto inmediato; sus rodillas tiemblan y apenas si pueden sostenerla en
pie, lo que me lleva directo a replantearme un par de cuestiones bien
diferenciadas entre sí.
¿Es por los tacones que lleva puestos cuando a simple vista parece
torpe por naturaleza o por el contrario se debe a mi atención generalizada
a cada parte de su cuerpo?
La experiencia que me precede grita, alto y claro, que las dos
respuestas no van muy desencaminadas y existe el riesgo de que sean
acertadas. Sí, las dos, lo detecto a kilómetros y poco o nada me importa.
Mi pretensión pasa por follármela encima de la mesa del despacho y
punto. La probabilidad de que no acostumbre a intimar con el primer
desconocido que se encuentra a su paso existe, es cierto si sopeso el
comportamiento que tuvo desde la primera vez que pisó el As de
Corazones, y ya, si a ello le sumo lo que su inestimable amiga ha dejado
entrever como si nada, pues eso, blanco y en botella, pero ¿sabes qué?
Me la pela, como dicen aquí.
Sí, tal y como lo lees.
No es mi problema.
Y así, en un estado casi enajenado por las suposiciones que afectan a
mi cabeza, la empujo contra una de las columnas más cercanas. No le doy
tregua alguna, el diminuto top que lleva deja a la vista lo duros que tiene
los pezones y mi contención se debilita a pasos agigantados.
Lo que empezó como un juego ha dejado de serlo, quiero más y…
No, en realidad lo quiero todo y la imagen de empalarla mientras le
muerdo las tetas consigue nublarme la razón.
—Ven, subamos arriba —pronuncio apresurado con la voz ronca y la
parte baja del pantalón a punto de explotar.
Paula, que así ha dicho su amiga que se llama, alza el mentón un
tanto confundida y me recreo en lo hinchados que tiene los labios.
«Ay, rubia, rubia, ¿tan pocos besos te dan?», supongo sobre la
marcha.
Bah, da igual, lo único que importa es que es su día de suerte. Me
ocuparé de resarcir esa carencia con creces y la llevaré al paraíso las veces
que lo considere oportuno.
La determinación de que será una noche épica no me la quita ni
Dios, cuando:
—¿A dónde? —susurra con un timbre de voz que me vuelve loco.
A pesar de continuar nublada por el deseo no puede impedir que los
nervios la delaten y el rubor en su rostro lo corrobora.
Joder. ¿De dónde has salido?
—A mi despacho —informo dándole algo de espacio. De no hacerlo
corro el riesgo de que termine estampándose contra el suelo y lo que no
voy a hacer es llevarla en brazos.
Ya tuve suficiente cuando se desmayó, y que conste que no me quedó
otra opción. Son las tías las que siempre van detrás de mí y no al revés, es
una regla sagrada y no lo volveré a repetir ni por necesidad.
¿Queda claro?
—¿A tu despacho? Entonces, ¿eres el dueño?
—Ajá —afirmo acercando mis labios a su oreja tal cual depredador
en busca del trofeo correspondiente.
Su cuerpo.
Pobre, seguro que está flipando con la escena en general y me dedico
a acorralarla sin contemplaciones que valgan. Soy un experto en la materia
y, aunque doy por hecho que no podrá negarse, voy e insisto en el placaje
que le marco susurrándole con la intencionalidad de dinamitar las posibles
barreras en el caso de que le quede alguna, que mira que lo dudo:
—Soy el dueño de lo que te rodea y como tal te garantizo que follar
desde ahí arriba es la hostia. ¿Estás interesada en que te lo muestre?
Porque yo sí. Vamos —apremio mediante la seguridad que siempre me
precede.
Sin más le tiendo la mano, a la espera de que la coja y…
Nada. Ahí me quedo, como si fuera un pasmarote mientras a ella le
cambia el rictus de la cara con una velocidad sorprendente.
¿Por qué?
¿Qué he dicho que le haya podido molestar?

***

Paula

—Soy el dueño de lo que te rodea y como tal te garantizo que follar desde
ahí arriba es la hostia. ¿Estás interesada en que te lo muestre? Porque yo
sí. Vamos.
Sus palabras son devastadoras e impactan de lleno en la ensoñación
que me había creado yo solita.
Sí, esta vez la escena romántica parecía real al cien por cien, al
menos hasta que ha abierto la boca para soltar una apreciación que no va
nada conmigo. Tanto es así que ni todo el alcohol que he ingerido a lo
largo de la velada ni el calentón que me ha dejado esos labios creados con
la finalidad de pecar una y mil veces seguidas son suficientes para omitir
el significado explícito del mensaje enviado.
A tomar por saco.
Pero este tío, ¿quién se cree que es?
Y lo que es peor:
¿Por quién me toma?
No soy una más. Llevo años esperando al hombre adecuado y jamás
se me ocurriría acostarme con cualquiera, por muy bueno que esté y por
más que la probabilidad de que me vea obligada a comprarme un babero
exista, sin contar las veces que se ha colado en mis sueños como el
príncipe azul que esperaba cada una de las ocasiones en las que aparecía
en el papel cuché.
No y no. Ni en broma. Mi postura adquiere una firmeza
incuestionable al encontrar el sentido explícito de lo que desea, ha
quedado claro y lo resumiré con una escueta apreciación.
Esta es:
«Vamos, rubia, deja que te folle en mi picadero particular y después,
puerta».
Ja. No estoy tan necesitada…, bueno, miento, aunque poco importa y
así se lo haré saber.
—Mmm, Duncan.
—¿Sí?
—Si pretendes que suba ahí arriba para follar, y después si te he
visto no me acuerdo, mejor te corrijo. Conmigo no cuentes.
—¿Qué?
—Lo que oyes. No esperes que me comporte como una de tus
conquistas. No lo soy.
La cara del yanqui es un poema. No creo que esté muy acostumbrado
a que le den una negativa y el rictus serio lo delata.
Lo siento por él. Las ganas de sexo son eso, simplemente ganas, y
por supuesto no son equiparables a dinamitar las sólidas creencias que
definen mi manera de ser.
Lo de bicho raro es una realidad, convivir con el sambenito ya se ha
convertido en una costumbre y apechugaré las consecuencias, empezando
por bajar el calentón que me ha dejado un simple desconocido al que le
han bastado un par de tórridos besos para tambalear mi mundo entero.
Ay madre, lo cierto es que he sentido más con él en unos minutos
que con la única relación que he mantenido durante un par de años, y sí, ya
sé lo patético que suena.
—Mientes —niega con la cabeza el rompecorazones profesional
iniciando un nuevo placaje. Es reacio a darse por vencido y se dedica a
emplear una estrategia que resulta una auténtica prueba.
Sentir su cálido aliento sobre mi oreja con ese tono enronquecido se
convierte en una odisea, al fin y al cabo, no soy de piedra. No, no lo soy y
aprieto las piernas al tiempo que escucho esa voz que me vuelve loca.
—Cada poro de tu piel grita lo dispuesto que está a que lo complazca
uno a uno y tu mirada revela lo que ya sé. Mis besos te han gustado tanto
que te han dejado perdida y no puedes negármelo. Vamos, rubia, ¿a quién
pretendes engañar?
—Ehhh…
Mi cerebro saturado no hila ninguna frase con algo de razonamiento
y es el consecuente de que me limite a titubear como una auténtica
imbécil, lo que da lugar a que cambie de táctica.
Y opto por cerrar los ojos, es mi manera de negarme una visión que
incita a pecar y puede que así sea capaz de desprenderme de él.
«Sí, sí, ni que fuera tan fácil».
—Bueno, entonces ¿qué? ¿Subes conmigo o te quedas? No tengo
toda la noche y no acostumbro a rogar. Ligar se me da bien y con el
chasquear de los dedos me basta, así que es tu última oportunidad.
—¿Qué?
Su ultimátum me pilla de improvisto y cometo el error de abrirlos de
nuevo, ¿o quizá el error es no acompañarlo y dejarme de tantas tonterías?
La realidad es la que es y lo cierto es que no volveré a disponer de
una oportunidad así, lo que me lleva a dar voz a las ganas que tengo por
dejarme llevar. Van ganando terreno a marchas forzadas y es gracias a la
tentación que supone un hombre de semejantes características y, también,
a la imposibilidad de pensar con algo de criterio o coherencia ante la
disparidad del asunto.
El dilema se planta y me lleva de la mano hacia las únicas opciones
que dispongo en mi haber. Son dos y les doy forma a través de un
interrogante interno.
¿Qué hago? ¿Me lío la manta a la cabeza con el objetivo de que me
echen el polvo más excitante de toda mi existencia o permito que la
mojigata de siempre siga tomando el control y continúe siendo una pava
que ni siquiera sabe lo que se siente cuando la empotran?
Según Inés mi comportamiento cambiará en cuanto suceda y lo
cierto es que hoy es el día indicado para que ocurra.
Tic, tac, tic, tac. El tiempo pasa y la obviedad de que no esperará por
mí mucho más evidencia mi siguiente paso.
Y ocurre. La opción de ser valiente toma fuerza. La carne es débil
por naturaleza, sí, también la mía y pide a gritos que el forastero sea el
encargado de apagar el fuego que corre por mis venas y abrasa el interior
de mi encendido cuerpo. La realidad es la que es y de ningún modo podré
silenciarla.
Es entonces cuando trago saliva. Alzo el mentón. Me fundo en su
mirada y, envalentonada, separo los labios mientras aúno las fuerzas
suficientes para dejar caer lo que considero que es justo, y me decido…
eso sí, lo hago, como siempre, a mi manera.
—Me acostaré contigo, Duncan, pero te rogaría que no fuera en tu
despacho.
—¿Cómo dices? —pregunta atónito la otra parte implicada, alzando
las cejas.
Su expresión delata sorpresa, perplejidad e incredulidad.
Normal.
—Entiendo que pueda parecerte un disparate, con toda probabilidad
lo sea, solo que no quiero hacerlo en tu despacho.
Capta mis intenciones al vuelo e interfiere con lo que a mi entender
es un mecanismo de defensa.
—Oye, oye —da un paso hacia atrás y levanta las dos manos a la vez
—, no irás a venirme ahora con el rollo de que te consideras especial y que
pasas de follar en el mismo sitio en el que lo han hecho otras, ¿verdad?
Porque si es así te diré que pierdes el tiempo. No eres especial, sino una
más que añadir a la lista interminable de tías que han pasado por el lugar
que yo, y solo yo elijo siempre, y punto. ¿Queda claro?
Bum.
Que si me queda claro, dice.
Y tan claro.
Mi siguiente movimiento no lo mido, es inmediato y pasa por
apartarme de la columna en la que me tenía acorralada hace apenas unos
segundos. Lo de soñar despierta va a ser que ha llegado a su fin y, sin más,
echo a correr hacia la salida todo lo rápido que me permiten las botas
mientras un par de ojos me siguen en todo momento sin dar crédito a lo
que ven.
Al final consigo llegar a la meta ilesa, sin torcerme ningún tobillo, y
por primera vez desde que pisé este lugar no me giro al cruzar la puerta de
salida, algo que entra dentro de lo que podemos llamar «normal» si
tenemos en cuenta que la estampida épica que acabo de marcarme es lo
único que importa.
El ridículo, por enésima vez, ha considerado oportuno dejarme a la
altura del betún y la impresión de lo sucedido atenaza cada uno de mis
pensamientos, al tiempo que sopeso que hay que ser tonta del culo para
terminar fastidiándolo todo por dejarme llevar por una imaginación que no
hace más que dar por saco, y así me va.
Llego a la parada de taxis y me subo a uno. Lo hago con el
semblante sombrío y triste a la vez definiendo un único planteamiento que
se desarrolla él solito, sin pedir permiso.
Joder. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre darle calabazas a un
tipo que cambia de mujer como de camisa?
Y, si no tenía ya bastante, otra pregunta aparece por arte de magia y
arrasa con una verdad como una catedral de grande.
¿Cómo es posible que pretenda un trato especial por su parte cuando
somos dos simples desconocidos?
Mierda. La verdad se impone y lo peor del asunto en cuestión es que
acabo de malgastar la única probabilidad de liarme con un hombre por la
que más de una haría hasta cola.
¿Seré tonta del culo?
Total, que por más que me devane los sesos los acontecimientos son
los que son y me conducen hacia el único camino que queda disponible, y
es entonces cuando decido rendirme ante la evidencia.
«Mojigata, ¿no es esto lo que querías? Pues bien, tú ganas. Lo has
conseguido», me martirizo llevándome las manos a la cara antes de
escribirle un escueto wasap a Inés para no preocuparla.

Yo:
Me voy a casa en taxi. Mañana hablamos.

Pulso la tecla de enviar y trato de dejar la mente en blanco.


Imposible. El pitido del móvil no me lo permite y por un instante
barajo la opción de ignorarlo.
De sobra sé que no va a gustarme lo que voy a encontrarme en la
pantalla, pero aun así abro la aplicación y leo:

Inés:
¿Qué significa que te vas a casa cuando el yanqui sigue aquí? Tía, he visto
como os comíais los morros. Sí, los dos, y de verdad, empiezo a
preocuparme seriamente. Tú estás mal de la cabeza.

Aparto el teléfono y lo guardo en el bolso. El simple contacto con la


realidad duele y todo se debe a que, una vez más, mi amiga ha dado en el
centro de la diana.
En el mundo actual no existe cabida para mujeres chapadas a la
antigua, hablo en cuanto a dictámenes del corazón se refiere, y la primera
lágrima no tarda en pronunciarse seguida de un torrente sin control que
trato de borrar a manotazos.
Ingenua, ni que resultara tan fácil. La noche que se suponía perfecta
se ha convertido en un auténtico fiasco y soy la única culpable, porque
oye, si tan segura estoy de lo que busco para mi futuro, ¿por qué siento una
carencia tan brutal?
Es recordar lo que sus brazos y su boca han despertado en mí y
arrepentirme de inmediato, mentiría si dijese lo contrario y por ahí sí que
no voy a pasar. Lo cierto es que ha sido una auténtica revelación y el
cambio de opinión llega demasiado tarde para mi desgracia.
La seguridad de que he dañado su ego me encumbra a lo más alto.
Seguro que si regreso no querrá ni que me acerque y razones no le
faltarían, lo que quiere decir que la oportunidad de dejarme llevar ha
expirado, y lo que es peor, se ha llevado consigo la posibilidad de que la
mojigata hubiese desaparecido para siempre, ahora, en cambio…
Mierda, ¿de qué coño me sirve el, y si…?
El torrente se agranda y derriba el último dique de contención, lo
que supone que ya no hay Dios que logre pararlo, y hasta el taxista se
preocupa por mí al escuchar mis hipidos lastimeros.
Hay que ser imbécil. ¿En qué momento preciso he permitido llegar a
un extremo como el que vivo en primera persona?
Ya me vale.
Llego a mi destino y en cuanto entro en el estudio voy directa a la
cama. Mañana será otro día y por mi bien espero que sepa solventar unas
emociones que han dinamitado mi mundo entero, de no ser así, vaticino el
descalabro emocional que supondrá y no tengo ni las ganas ni las fuerzas
suficientes para afrontarlo.
Y así, sin desnudarme siquiera, dejo caer el cuerpo sobre el colchón
y cierro los ojos.
¿Ves cómo soy una ilusa de tres al cuarto?
Si es que no tengo remedio, como si por el simple hecho de cerrarlos
fuese a conseguir dormirme tan fácilmente.
CAPÍTULO 10

Duncan

—¡Qué! Fiera, ¿esa es la mujer por la que lloras por las esquinas? —
comenta Bea acercándose por detrás, pillándome desprevenido.
—¿Cómo dices?
—Lo que oyes. Menudo plantón acaba de darte, jefe —se descojona
sin piedad la muy cabrona.
—Ehhh, no, la rubia no es el mayor de mis problemas, pero puede
que haya un cambio circunstancial en cuanto a papeles se refiere —
aventuro sobre la marcha, prestando atención a la puerta por la que ha
salido como un escopetazo «de nuevo»—. Oye, en serio, ¿has visto cómo
huía de mí? Joder, todavía no doy crédito, y ya van dos las veces que lo ha
hecho.
La expresividad en la cara de mi empleada no tarda en evidenciarse
y abre los ojos como platos.
—Uy, uy, esa mujer ya me gusta y ni siquiera la conozco. ¿En serio
te ha dado esquinazo en más de una ocasión? ¡Vaya! A ninguna en su lugar
se le ocurriría actuar así; desde que llegaste las tienes que espantar como
moscas y tu cara te delata. No estás preparado para que te den calabazas,
forastero.
—No ha sido la primera, ¿te recuerdo que tú también me las distes?
—Quito hierro al asunto ante el giro inesperado de la conversación.
—Yo no cuento.
—¿Y se puede saber por qué?
—Porque digamos que lo que me van son las tías.
—Buf, menos mal. Me alegra saberlo —río apartando unas gotas de
sudor ficticias de mi frente.
—¿Por qué?
—Porque entre lo del otro día y lo de meter las narices donde nadie
te llama estabas ganando unos puntos extra para terminar de patitas en la
calle —puntualizo llevándome las manos a los bolsillos.
—No te lo crees tú ni harto de vino, monada —se divierte
guiñándome un ojo—, por cierto, ¿tienes su número de móvil?
—¿Yo? No.
—Pues hoy es tu día de suerte. Anda, seré buena y te lo conseguiré.
—¿Y para qué lo quiero?
—Para que insistas y te la pases por la piedra. Conozco a los tipos
como tú y hasta que no lo consigas no tendrás ojos para otra.
Sí, claro, si ella supiera…
—Mejor, déjalo. Ni aunque fuera la única mujer de la tierra
sucumbiría a sus encantos, y te diré que estás muy equivocada con
respecto a mí.
—Sí, sí, menos lobos, Caperucita. Por cierto, ¿ya te has comprado un
móvil nuevo?
—Ajá.
—Vale, antes de que termine la noche tendrás su contacto.
Bea sigue insistiendo y yo paso del asunto.
¿Calabazas a mí?
¡Ja!
—Ni te molestes. Ya te he dicho que…
—Bye, bye, nene —me interrumpe para, a continuación, marcharse
en dirección a los baños.
Nada, que no hay manera con ella, y lo peor es que cuando se le mete
algo entre ceja y ceja no parará hasta conseguirlo, así que, mejor me
olvido del incidente que ha pasado y oteo el horizonte a la caza de mi
siguiente presa.
Mi polla yace en modo reposo después de la estampida épica y lo
que tengo seguro es que hoy no me marcho del pub sin darle su
correspondiente premio. Candidatas no me faltan y en cuanto me ven sin
la compañía de la rubia a la que me comía a besos empiezan a acercarse
desplegando todos y cada uno de sus encantos.
Si es que soy el puto amo.
¿Acaso lo has dudado en algún momento?

***

De todas las que se han insinuado, la única morena es la que se lleva el


premio. El color claro de sus cabellos me lleva directo a una palabra en
concreto y no sé la razón, pero prefiero dejarlas al margen.
Rubia. Esa es la palabra que me viene a la mente una y otra vez y
paso de hacer comparaciones, por lo tanto, me lanzo a por la nueva presa
con una voracidad letal.
El primer morreo no consigue ponerme a tono y no le doy
importancia.
El segundo tampoco y no lo entiendo.
Y el tercero, en cuanto rememoro los que me he dado con cierta
chica, voilà. Me empalmo con una facilidad sorprendente y prefiero seguir
en mi línea.
Pasar del tema.
En cuanto le planteo a mi nuevo ligue la idea de pasar un buen rato
en mi despacho a esta le sobra tiempo para comentarme que le parece una
excelente idea, y allá que vamos.
Las prisas por saciarnos mutuamente apremian y practico el mismo
modus operandi de siempre, ¿para qué cambiarlo con la de satisfacciones
que me da?
Y el modus operandi no es otro que, el culo de la morena apoyado
sobre mi escritorio, sin bragas y a la espera de que culminemos un polvo
que será épico, solo que cierta parte de mi anatomía no parece dispuesta a
colaborar como debería y ni siquiera puedo enfundarme el condón.
¿De verdad?
¿Un gatillazo a estas alturas?
No doy crédito.
Y de manera inconsciente, la rubia vuelve a meterse dentro de mi
cabeza, solo que ni por esas se me pone a tono.
Joder. La mala leche no tarda en extenderse por todo mi cuerpo y
avergonzado le pido disculpas a la chica, la cual me mira con cara de
asesina, y lo siento. Por más que lo intenta, nada, que no hay manera y la
freno en seco.
Quiero, pero no puedo, lo que me lleva a una suposición que no me
gusta ni un pelo: a ver si va a ser verdad lo que me ha dicho antes mi
empleada.
Sí, claro, ni que tuviera dieciséis años y estuviera encaprichado con
la desconocida. Si es que digo cada sandez...
Aun así, la mala leche parece dispuesta a quedarse y, solo por
curiosidad, echo un vistazo al móvil en cuanto la morena se marcha dando
el correspondiente portazo.
Sí, solo por curiosidad, total, si no follo en algo tendré que
entretenerme, ¿no te parece?
En cuanto lo desbloqueo me percato del wasap que me ha enviado
Bea, ¿habrá conseguido lo que me dijo?
Sí. En efecto se ha apoderado de la información y ha cumplido su
palabra, ahora solo falta saber qué hostias hago con el contacto de una
mujer que me repele y a la que le ha bastado y sobrado su única ayuda para
conseguirlo.
Increíble, pero veraz como la vida misma.
Y aquí, casi que prefiero omitir que, con toda probabilidad, el que le
repelo soy yo a ella.
A las pruebas me remito.
Me cago en mi puta mala suerte. Si no tenía ya bastante con el
despropósito que me asola día y noche, ahora va y se suma uno más.
¿Qué más me puede pasar?
¡A tomar por culo!
Y así, en un arrebato de lo que podríamos definir como comedura de
tarro (otra de las expresiones que he escuchado por estos lares), pulso el
mensaje durante el tiempo correspondiente, a continuación toco el icono
de la papelera y…
Listo. Número borrado, no sea que caiga en la tentación de wasapear
con ella y por ahí sí que no voy a pasar.
Vamos, ni muerto.
Y como las ganas de divertirme han pasado, salgo de mi lugar
sagrado y encamino los pasos hacia la salida, el lugar en el que una Bea
atenta no tarda en abordarme.
¡Qué suerte la mía!
—Vaya, vaya, ¿ya lo has arreglado con la chica de las calabazas y te
vas a terminar lo que no pudiste antes? Buena elección, machote.
—Pues no, lista, he borrado el mensaje que me enviaste. Ya te he
dicho que…
—Bla, bla, bla, no importa, te lo enviaré de nuevo.
—¿Qué parte no has entendido, Bea? No quiero saber nada de la
rubia.
—Que no, dice —se ríe en mi jeta sin contemplaciones—, tú solo te
has delatado otra vez, si de verdad no quisieras volver a verla habrías
utilizado la frase de: «no quiero saber nada de esa tía», en cambio, al
referirte a la chica como la rubia…
—Para, que yo sepa eres camarera, no psicóloga.
—No hace falta estudiar una carrera de Psicología para interpretar
los puntos básicos de los hombres, sois tan predecibles que hasta los niños
más pequeños sabrían contarme lo que te sucede.
—Mira, si de verdad aprecias tu trabajo…
—Sí, jefe, que esa ya me la sé también —me interrumpe con su
desparpajo de siempre—, buenas noches, que descanses.
Y la caradura poco a poco va alejándose mientras compruebo que se
lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón vaquero, saca su móvil y no
tarda ni dos segundos en voltearse con una cara de traviesa que para qué,
antes de ponerse a gritar a todo pulmón:
—Ah, y tranquilo, el número de la rubia ya lo vuelves a tener
disponible en tu Iphone, espero que dejes de perder el tiempo y ahora sí lo
aproveches, jefe.
¿Perdona?
Abro la boca completamente indignado y…
La vuelvo a cerrar ya que la muy lista se ha perdido entre la
multitud, al parecer juega en una liga diferente a la mía y mi rictus serio
se transforma en una máscara de hielo, al tiempo que mi puto móvil vibra
anunciando que he recibido un nuevo wasap.
Total, que salgo a toda hostia del local y opto por ser bueno. Nada de
alcohol. Lograré afrontar una noche que se ha convertido en pésima y
mejor omito los motivos.
Ja, no me lo creo ni yo con lo mucho que me gusta regodearme en
mi propia mierda y voy y los enumero.
Ya que estamos…

1) La noticia de que mi tormento aterrizará más pronto que tarde en


suelo español.
2) El plantón de la rubia después de ponerme a cien.
3) Un gatillazo que… no, aquí rectifico, mi primer gatillazo con una
morena que quitaba el hipo.
4) La puñetera rubia, la cual es la responsable de inmiscuirse en mis
relaciones sexuales.
5) Bea y su insistencia por tocarme los cojones a dos manos, que
mira que se le da bien.
6) Y el último motivo: LA DICHOSA RUBIA que no se me quita de
la puta cabeza por más intentos que hago.

Pues oye, que bonita noche se ha quedado, ¿verdad?


Empiezo a caminar, lo hago con la pretensión de darme un paseo
hasta el apartamento que he alquilado y, ante todo, lo que pretendo es dejar
la mente en blanco para...
Pi, pi.
Los cojones. Un nuevo mensaje acapara mi atención y me dispongo
a averiguar quién es la persona que lo envía. No puedo evitarlo, así que,
pulso el patrón de desbloqueo correspondiente y tenso la mandíbula en un
acto reflejo en cuanto soy conocedor del remitente.
«Pero bueno, ¿yo a esta tía para qué le pago?», me digo rechinando
los dientes y todo a causa de la impotencia.
Y procedo a leer lo que ha escrito:

Bea:
Jefe, te vuelvo a pasar el contacto de TU RUBIA ja, ja, ja. No sea que te
haya dado por borrarlo otra vez, que ya nos vamos conociendo un poquito.
Ah, y deja de hacer el ganso, o mejor dicho, el hombretón, y averigua los
motivos por los que ha salido huyendo, solo así conseguirás terminar lo
que has empezado y podrás dedicarte a tus conquistas de siempre, a esas
de aquí te pillo y aquí te mato.

La madre que la parió.


La despido. Oh, sí, vamos que lo hago, y le pasa por bocas.
Asunto finiquitado.
¡Anda!, pues al parecer todavía no. La palabra escribiendo… aparece
en la pantalla y miedo me da.
Y leo el siguiente mensaje.
Dice así:

Bea:
De nada, jefe, que sepas que lo hago por tu bien y porque en el fondo, muy
en el fondo te aprecio. Y no te me vayas a poner tontorrón mañana cuando
me veas, ¿eh? Que ya hay confianza entre nosotros.

Y así, sin más, deja de estar en línea y es la manera que emplea para
ser ella la que da por finiquitado el condenado asunto.
Pero bueno, ¿estas españolas qué tienen para dejarme siempre con la
palabra en la boca?
Joder, menudo poder de persuasión, de hacer lo que les da la gana y,
sobre todo, de dejarme a dos velas y con la sensación de que soy,
simplemente, uno más cuando en mi país ocurre justo lo contrario.
Uno más, ¡ja! Que se lo creen ellas.
Expulso el aire de los pulmones con calma y consigo centrarme en lo
que debo, lo que significa que dedico el tiempo justo para borrar los
wasaps de Bea.
Sí, todos, solo así me quedo tranquilo.
Nada de números no deseados.
Punto y se acabó.
Sí, sí… Ni siquiera he llegado a casa cuando únicamente me falta
tirarme de los pelos. La cansina de Bea muestra lo incansable que es
cuando le apetece, además de tocapelotas, y lo hace de nuevo, lo que
significa que, o la bloqueo, o le digo que he captado su indirecta.
¿Qué hago?
Elijo la mejor opción, al fin y al cabo seguirá siendo la responsable
de mi local, «de momento», y no me conviene bloquearla o será peor para
un servidor.
Y aquí veo conveniente añadir un ligero matiz: puede que mañana
mismo cumpla mi promesa y le toque firmar el correspondiente finiquito,
ya aviso.

***

Termino la larga jornada dándome una ducha reparadora y, antes de


acostarme, prefiero contestar a la metomentodo para que no siga dando la
matraca.
Lo hago con un escueto:

Yo:
Deja de darme por el culo y te prometo que ya no lo borraré más.
Palabrita del niño Jesús.

Contestación de vuelta:

Bea:
Joder, jefe, cada vez pareces más español y menos yanki, ja, ja, ja. Y te
recuerdo que me lo debes a mí.
En cuanto al tema que nos traemos entre manos, ¿has tardado, eh?
Capichi. Ese es mi chico.

De seguido, envía un emoticono en forma de corazón y es ella la


que, por vez consecutiva, da por finalizada la conversación al percatarme
que ha dejado de estar en línea.
¡Cómo no!
Para no variar.
¿De qué me sorprendo?
CAPÍTULO 11

Duncan

Lo de dormir a pierna suelta no se me da nada mal y resulta que hasta la


costumbre arraigada parece dispuesta a cambiar. Cierta mujer ha insistido
en meterse en mis sueños, y no, no es la de siempre. Hoy, por primera vez,
la rubia le ha suplantado el puesto y la novedad no me ha dejado descansar
como es debido, razón de más para que abra los ojos con un mal humor
que ni te cuento.
Mal empiezo la mañana del viernes, y si a ello le sumo lo de que
ayer me fue imposible mantener sexo puede que sea otra razón
significativa, y oye, es pensarlo, y voilà, de nuevo aparece en escena la
misma chica de pelo claro.
No doy crédito, y menos si tengo en cuenta las personas que
aterrizarán en breves días en el aeropuerto de la capital.
Bueno, de momento no darán señales de vida, lo que significa que
dispongo del tiempo suficiente para devanarme los sesos y así lograr
determinar los puntos claves a seguir.
Difícil, sí, pero no imposible. Nada en esta vida lo es, excepto la
muerte.
Dejo atrás la confortable cama, voy directo al cuarto de baño y
debajo de la ducha me dedico a destensar cada músculo, los noto
agarrotados y agradecen el agua caliente que les cae en forma de lluvia.
Después trazo los pasos a dar: desayuno, gimnasio, atender las llamadas de
teléfono urgentes de la empresa de Nueva York y, por la tarde-noche,
distracción en el As de Corazones.
En ese orden.
La jornada pinta movidita y lo agradezco. Es justo lo que necesito en
unos momentos de mi vida un poco…
¿Cómo denominarlos?
Veamos, estos los podría considerar como: confusos, turbios, heavys
y, en definitiva, bien jodidos.
No sirve de nada camuflar la realidad, por muchos intentos que haga,
y mejor que nadie sé de lo que hablo. Sin comerlo ni beberlo vuelvo a
estar en la cuerda floja y he de evitar, a toda costa, estamparme contra el
duro e implacable suelo. La evidencia es la que es y grita que ella no me
pertenece, me he convertido en un mero espectador del trío que formamos
y por el bien de los tres más me vale mantenerme en mis trece, al margen
de cualquier tipo de sentimiento inadecuado, o las consecuencias serán
devastadoras.
Algo que ni debo ni puedo permitirme.
El cariz que van tomando mis pensamientos al final logran agriar mi
carácter hasta límites insospechados y paso del desayuno. Sí, mejor me lo
salto. Lo que necesito es descargar adrenalina pura y dura, de manera
urgente, y me voy directo al gimnasio; dar hostias en el ring calmará mi
estado de ánimo y apaciguará unas sensaciones a las que poco les falta
para empezar a desbordarse, así que, al lío.
Lo siento por mi contrincante. La disposición a que mis puños
actúen de coraza y sean capaces de desfogar mis emociones internas son
las que son y toman posición sin inmutarse.
Hoy toca dar fuerte.

***

Paula

El sonido del teléfono me despierta y en cuanto abro los ojos un atronador


dolor de cabeza me saluda manifestándose sin piedad alguna. Lo atribuyo
a que casi no he pegado ojo y el malestar se extiende a lo largo y ancho de
mi cuerpo a una velocidad increíble, mientras el móvil sigue
contribuyendo a que quiera morirme, en sentido figurado, por supuesto.
Que majo es.
Miro la pantalla en cuanto logro dar con él y lo sostengo en la mano,
de seguido flipo al ver que es Inés la persona que ha osado interrumpir mi
tardío sueño.
¿A qué viene llamarme a las ocho y un minuto de la mañana ahora
que por fin no tengo a la vista ninguna responsabilidad y, por tanto, no
madrugo?
Ni sé la de horas que le debo a mi cuerpo de descanso con tanto
estudio, y más si tenemos en cuenta que de dormir, esta noche, más bien
poco.
—¿Sabes qué hora es? —es mi forma de saludar a la que cada vez
tiene más papeletas de dejar de ser mi mejor amiga.
Últimamente las acumula que da gusto.
—Si te he despertado, te jodes —es su escueta contestación
dejándome a cuadros.
¿Eh?
¿He escuchado bien?
¿Y a esta qué mosca le ha picado ahora?
—Inés, ¿de qué vas?
—Tranquila, chata, que te enterarás rápido. Mis jefes llegarán de un
momento a otro y me basta un minuto para decirte que eres una tonta del
culo sin precedentes. ¿Lo oyes? ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría
darle plantón al tío que seguramente hubiese logrado dejar atrás a la
mojigata en la que te has convertido a base de esfuerzo? Vamos,
contéstame a la pregunta si puedes. De verdad, todavía sigo sin creerme lo
que vi y…
Desconecto de la verborrea que sale de su boca en cuanto me vienen
a la mente las primeras secuencias de lo sucedido la noche anterior y casi
hiperventilo al recordar los besos que Duncan Carter me dio.
Sí, a mí, lo que supone que una palabra mal sonante salga de mi boca
de manera inmediata, sin filtro de ningún tipo, hasta terminar vomitándola
sin percatarme ni de lo que hago.
Esta es:
—Joder —interrumpo la voz exaltada de Inés antes de añadir—:
¿Cómo he podido ser tan sumamente gilipollas?
La verdad es cruel, grita que he desperdiciado una oportunidad de
oro y ni siquiera mi manera de ser ve conveniente debatir el peliagudo
asunto.
Normal, perdería.
—Pues eso mismo digo yo, tía —vuelve a la carga en cuanto sello
mis labios—. Por un momento pensé que incluso os lo montaríais a la
vista de todos y que los de seguridad os echarían a patadas, la carga de
erotismo rayaba lo paranormal, tratándose de ti, y casi me dejas en shock
—parlotea sin descanso y de manera sulfurada—. Tenías las mismas ganas
que él, Paula, lo vi en tus ojos cuando os separasteis para respirar, y
todavía continúo dándome de tortas a mí misma. ¿Por qué te marchaste?
¡Ah! Y por tu bien más te vale que la explicación sea coherente, así que,
déjate de los rollos de siempre. Esta vez no me sirven.
Que le dé una explicación, dice, ni que fuera tan fácil.
—Ehhh… —susurro poniéndome al día antes de comenzar a hablar,
y empiezo por una simple apreciación—: Metí la pata, eso fue lo que pasó
—entono el mea culpa mordiéndome el labio avergonzada.
El comentario, a la otra parte, para nada le es suficiente y exige con
autoridad:
—Desarrolla en condiciones, solo así te dejaré en paz y te librarás de
mí.
Captado.
—Vale, vale. —Acepto acorralada contra las cuerdas y puntualizo
poco a poco, ofreciéndole pequeñas dosis de lo que en realidad sucedió,
mal que me pese, y empiezo por—: Duncan es el jefe del As de Corazones.
—¿Y? —eleva la voz gritando alto y claro que no le gusta que vaya
tan despacio.
A mí, en su lugar, también me pasaría, pero continúo en mis trece.
Y añado:
—Después de besarnos me ofreció subir a su despacho.
—¿Yyy…? —vocifera sin contenerse y alargando la y.
—A follar, según sus palabras textuales.
—Sí, eso ya lo supongo yo solita, no iba a ser para jugar al parchís o
al ajedrez, no te jode.
—Inés…
—Cuenta.
—Anoche no sé lo que me pasó, pero estaba dispuesta a seguir cada
uno de los pasos que diera, te lo juro.
Un silencio y, después, más de lo mismo:
—¿Y? Por Dios, al grano. Acabo de abrir la clínica y en unos
minutos la centralita se llenará de llamadas y tendré que colgarte —me
apremia sin tregua alguna.
Y avanzo:
—Le dije que si lo que pretendía era que subiera, para después, si te
he visto no me acuerdo, que conmigo no contara.
Otro silencio, el de ahora alargado en el tiempo, hasta que llega el
siguiente interrogante.
—¿Qué más? Por la Virgen santa, no me dejes en ascuas —sentencia
presionándome con lo primero que se le ocurre.
—También le dejé claro que no esperase que me comportara como
una de sus conquistas, porque no lo era.
—Ya.
—Y él se limitó a darme la última oportunidad para que rectificase,
aunque no con el efecto esperado —susurro recordando cada frase exacta
que me dedicó.
Imposible borrarlas.
—Haz el favor de resumírmelas, ¿quieres?
Quiero, por supuesto que quiero. Ya, de perdidos al río.
—Me preguntó si lo acompañaba o me quedaba, después añadió que
no tenía toda la noche y que no acostumbraba a rogar, que ligar se le daba
bien y que con el chasquear de los dedos le bastaba, y le contesté que me
acostaría con él.
—¿Y cuál fue el problema entonces? —se desgañita a grito pelao, a
punto de que le dé un jamacuco o algo similar.
Buf, madre mía, la que me va a caer cuando lo sepa…
—Pues que le rogué que no fuera en el lugar que había indicado, sino
en otro diferente.
—Ah, ya. Ahora lo entiendo —dice como si nada, antes de perder la
paciencia por completo—, si es que más tonta no se puede ser, de verdad,
¿cómo se te ocurre plantearle a un tío al que no conoces de nada que
pretendes que te trate como a una princesa de cuento? Tuvo que flipar el
pobre. Espera, espera, que ya verás cómo adivino lo que te soltó después.
»Seguro que fue tipo a: tú estás loca de remate si por un momento
has dado por hecho que eres especial y que por lo tanto pasas de follar en
el mismo sitio en el que otras lo han hecho.
»Y, para rematar, diría: estás chalada, solo eres una más y paso de
perder el tiempo con mojigatas como tú cuando dispongo de un harén
entero para elegir.
»¡Qué! ¿Me he equivocado mucho?
Suspiro con pesar. La evidencia grita el ridículo que he hecho y ya
no hay marcha atrás.
Ojalá dispusiera de una máquina del tiempo, ojalá.
—No. Has dado en el clavo, menos en un pequeño detalle de nada —
añado tragando saliva con dificultad.
—¿Y es…?
—Que fui yo la que salió corriendo y lo dejé con la palabra en la
boca.
—¡No!
—Sí.
—Joderrr… pa matarte. ¿De verdad que me estás diciendo que
después de largarle ese soporífico argumento no te mandó a tomar por culo
directamente?
—No. No le di tiempo.
—Ay, la hostia, lo tuyo es de traca. ¿Pues sabes qué?
—Qué.
—Que hay algo que no me cuadra. Una de las camareras me pidió tu
número de teléfono una vez que saliste escopetada y me sorprendió, me
dijo que era para dárselo a él y…
—¿Eh? —y la que grita, ahora, soy yo.
—Como lo oyes.
—No se lo habrás dado, ¿verdad?
Y mientras espero la respuesta invoco a todos los dioses habidos y
por haber con una única petición en mente acompañada de una súplica:
que de la boca de mi amiga salga un «no» rotundo.
¿Lo tendré?
—¿Tú qué crees? —A tomar vientos la esperanza—. Quizá no todo
esté perdido y haya otra oportunidad, solo que antes hay que averiguar si
fue cosa de su empleada o de él y...
—Sí, claro, ni de broma.
—¡Chttt! Tú a callar, que menuda nochecita me has dado. Casi no he
pegado ojo; entre lo tarde que me acosté, y lo mucho que he pensado en lo
que podría haberte sucedido para largarte sin él, apenas si he dormido un
par de horas seguidas. Las ojeras me llegan a los pies.
—Mira, Inés… —trato de ponerla en su sitio sin obtener el resultado
esperado.
Es demasiado lista, intuye lo que voy a decir y la muy lagarta me
corta con un escueto:
—Te dejo, moros a la vista.
Sin más cuelga y da por finalizada la conversación sin darme tiempo
a informarle de las novedades en cuanto a que no cuente conmigo para
ninguna salida en una buena temporada, y golpeo el suelo con el pie
descalzo debido a la rabia.
Bueno, da igual, ya se lo haré llegar, porque lo que tengo claro es
que antes he de poner al día mis sentimientos. Sí, esos a los que les ha
bastado unos simples besos para dejarme tocada y hundida.
¿Unos simples besos?
«Ay, Paula, Paula, pero mira que sigues siendo ingenua… y
mojigata. Tú sigue a lo tuyo, a pensar en príncipes y gilipolleces varias,
mientras dejas pasar la oportunidad de tu vida, pánfila que eres una
pánfila».
Joder, hasta una parte de mí empieza a revelarse y flipo en colores, y
lo peor del asunto es que tiene razón.
CAPÍTULO 12

Paula

Una semana más tarde

Llevo varios días enclaustrada en casa sin apenas salir. A mis amigos les
he dado una negativa tras otra y, al parecer, han captado la indirecta en
cuanto a que dejen de insistir para que acudamos al local céntrico
relacionado con cierto número de la baraja de póker.
Dios, qué pesados son. En esta ocasión ni siquiera Gus ha visto
conveniente apiadarse de mí y ha insistido hasta la saciedad, aunque me he
mantenido en mis trece.
Nada de remover la mierda. Mi cuerpo y mi mente han dado un
cambio circunstancial y tras siete días continúan erre que erre. Sí, los dos,
y lo digo porque los muy traidores se han aliado en mi contra.
Sí, tal cual.
Y te preguntarás… ¿Cómo lo hacen? Pues te lo resumiré de una
manera llana y sencilla. Se dedican a pasar la mayor parte del día, y de la
noche, acaparando ciertos recuerdos que preferiría olvidar referentes a lo
que tú ya conoces y se han vuelto igual de pesados que mis amigos. Entre
unos, y otros, no me dejan en paz y lo necesito como el comer.
Lo de rememorar los tórridos besos a mi cuerpo le sirve de excusa
para encenderse como jamás lo había hecho con anterioridad, ni siquiera
con el único chico que ha pasado por mi vida sin pena ni gloria y es un
auténtico martirio, sin contar la revelación escabrosa que supone.
Ahora lo sé, gracias a lo sucedido he abierto los ojos y aventuro que
lo que fuimos Rafa y yo no pasó de unos simples amigos con derecho a
roce, a poco, por cierto, y la verdad arrasa con todo.
Los labios de un personaje al que prefiero denominar como « el
innombrable» ha provocado que en más de una ocasión me haya
despertado empapada… y no, no me refiero al sudor, precisamente.
Ojalá.
Buf. El conjunto no ha tardado en convertir la semana en insufrible
pero, al menos, hay una parte positiva. El tiempo en el que no me resarzo
en la miseria lo empleo en buscar trabajo, es mucho más rentable que la
idea de quedarme llorando por las esquinas y he dedicado un par de horas
de cada día laborable a enviar mil currículums a diferentes despachos de
abogados, y he de decir que los resultados no son nada alentadores.
Unos ni contestan, otros lo hacen para informar que la plantilla la
tienen cubierta y el resto que lo guardarán, cuando de sobra sé que
terminará en el fondo de la papelera.
Sabía que no sería tan fácil encontrar trabajo de lo que he estudiado,
una nueva crisis afecta a medio mundo y los despidos están a la orden del
día.
Mala época para currar y, por ello, en la cuarta jornada amplié el
campo laboral y añadí las grandes superficies, empresas de seguros y
demás, e incluso he dejado alguno en comercios pequeños de mi barrio.
Lo que sea con tal de empezar a pagar el alquiler del estudio. La
dichosa crisis no ha tardado en llegar al sector de la construcción y cada
vez solicitan menos la presencia de fontaneros, profesión que ha ejercido
mi padre durante más de treinta y cinco años y la cual se tambalea a
marchas agigantadas; de ahí mi necesidad de colaborar en casa, no puedo
convertirme en un lastre y bastante me han ayudado ya, lo que me da pie a
seguir insistiendo de manera incansable. Es en lo que empleo cada vez
más tiempo y el agotamiento psicológico es el que es.
Cada negativa sabe a fracaso, durante años la sociedad entera nos ha
adoctrinado acerca de que la formación es básica y resulta que, cuando la
terminas, nadie parece necesitarte.
Sí, ya lo sé, entiendo que soy demasiado impaciente, lo de llegar y
besar el santo les ocurre a cuatro contados, y de los cuatro, tres son por
enchufe, un privilegio que permanece fuera de mi alcance, lo que significa
que a seguir buscándome la vida.
No queda otra.
Y aquí, matizo, hasta yo me doy cuenta de que se me va la pinza,
tampoco es para dramatizar como lo estoy haciendo, al menos hasta que
recibo una llamada que echará por tierra cada uno de mis razonamientos
anteriores.
Al final, de tanto llamar al lobo el peor escenario se produce y justo
el día de hoy nos toca en primera persona. A mi padre lo acaban de
despedir, lo que significa que va directo a la cola del paro con casi sesenta
años, suponiendo una auténtica prueba de fuego.
La portadora de la pésima noticia es mi madre y me pide que ese fin
de semana, el cual tenía previsto ir a visitarlos, mejor me quede en
Madrid. La noticia les ha afectado bastante y prefieren mantenerme al
margen, una noticia que me rompe el corazón y maldigo a todas las
entidades bancarias, al Ibex treinta y cinco y a toda la gente poderosa.
Según las noticias son los responsables y ya estoy harta.
El pueblo llano siempre es el más afectado y el que paga las
consecuencias. Siempre somos los mismos y una pregunta acapara toda mi
atención.
¿Y ahora qué?
Fácil, pues ahora a ser realista y, una de dos, o encuentro lo que sea
con premura, o me vuelvo a Ávila y allí ya veremos dónde termino. Así de
simple. No sirve darle más vueltas, y con un paquete de folios recién
fotocopiados me dispongo a ampliar el radio a la redonda y comienzo a
repartir más currículums.
¿Será hoy mi día de suerte?

***

Duncan

Salgo del gimnasio con las pilas cargadas y el pelo húmedo de la ducha. El
combate de hoy ha sido diferente. Mi entrenador me ha cambiado de rival,
ha subido al ring a uno de los veteranos y el combate ha acaparado la
atención de los más curiosos.
Las hostias han estado bastante igualadas y las protecciones han
desempeñado un trabajo impecable. De no ser por ellas alguno hubiésemos
salido muy mal parados y el público expectante ha jaleado cada uno de los
golpes como si la vida les fuese en ello.
Llevo practicando boxeo desde hace años, me apasiona todo lo
relacionado con este deporte y suelo ser un contrincante difícil. Nunca me
rindo, ni siquiera cuando el adversario es mejor, y hoy lo era.
Al César lo que es del César, y nos despedimos con un apretón de
manos. Gracias a él la adrenalina que he soltado me ha puesto a tono tras
una semana bastante complicada y es lo único que de verdad importa.
Camino por la calle Gran Vía con la mochila a la espalda, el aire
relajado y con una sensación de paz increíble. La infinidad de teatros me
recuerdan a mi Nueva York natal y disfruto del paseo. Me gusta perderme
entre la multitud, el gentío en pleno centro de Madrid adquiere una
ensoñación especial y yo, que soy un urbanita consumado, aprovecho la
ocasión y la mayoría de las veces que ejercito los músculos por la tarde
suelo perderme entre las calles hasta llegar a mi destino. La distancia entre
el gimnasio, el apartamento que he alquilado y el As de Corazones es
irrisorio y hoy decido que es un buen día para callejear entre el tumulto.
Y en esas estoy, inmerso en las distracciones que me ofrece la vista
cuando la casualidad, el destino, o llámalo como prefieras interviene de
manera inesperada al divisar a escasos metros del lugar en el que estoy a
la chica desconocida, también conocida por escurridiza, o torpe, y a la que,
por cierto, si hay algo que se le da de maravilla es dejarme plantado. Es
uno de sus puntos fuertes, en eso aprueba con nota y hasta diría que se ha
especializado en la materia con ahínco y tesón.
Ay, Paula, Paula… Bueno, mejor rectifico, a cada uno por su nombre
y ella para mí seguirá siendo la rubia hasta que me olvide de que existe, y,
por cierto, ya estoy tardando.
«Vaya, vaya, menuda coincidencia, ¿vivirá por aquí?», es lo primero
que me pregunto.
Fijo mi mirada con atención y observo que lleva una carpeta debajo
del brazo, después veo cómo se pierde en un local de telefonía móvil y
sale a los pocos segundos para volver a practicar el mismo modus
operandi en la siguiente tienda.
Como es de esperar, la curiosidad se extiende junto a la mala leche y
la paz interior que tanto me ha costado ganar se va al carajo.
Si es que soy gilipollas, ¿acaso me importa lo que haga o deje de
hacer a estas alturas de la película?
Respuesta acertada: sí, por supuesto que me importa.
¿Qué le voy a hacer?
Y como sigue comportándose de igual forma por cada
establecimiento por el que pasa, avanzo hacia uno de esos locales con la
decisión reflejada en mi cara. Quizás si entro y husmeo un poco logre
averiguar qué se trae entre manos, ¿no?
Lo cierto es que la curiosidad me mata.
Y así, sin sopesar mucho mi siguiente movimiento, voy y accedo al
interior. El lugar en el que, una vez más, los planetas deciden aliarse entre
sí para darme la pista inequívoca de lo que busca y a mis oídos llegan las
siguientes palabras:
—Esta maldita crisis es una mierda, ¿desde cuándo una abogada deja
su currículum para ser una simple dependienta? Vaya faena.
El comentario me da la pista que me faltaba y clarifica sus actos, por
tanto doy media vuelta y salgo al exterior disimuladamente.
Así que busca trabajo, ¿eh?
Pues oye, si lo necesita yo podría ofrecerle uno de camarera.
¿Aceptaría mi oferta?
«¿Ehhh? Pero ¿qué hostias digo? Ella se permite el lujo de
ensuciarme el sillón, de dejarme con la palabra en la boca en dos
ocasiones, y lo que es peor, con una erección de caballo difícil de
controlar, y voy yo y no se me ocurre otra gilipollez que ¿contratarla?».
Ja, va a ser que no.
Por lista.
Y ya, si dejo de mirarla, la ignoro, y sigo con mi camino, remato una
faena de diez.
¿Por qué me resulta tan difícil y no lo llevo a cabo?
Respuesta acertada: porque soy imbécil, por eso.
De repente, un patinete llama mi atención. A pesar de que el espacio
está concurrido se acerca a ella por la acera y la muy incauta ni siquiera se
da cuenta. A simple vista parece inmersa en sus pensamientos y de no
actuar a tiempo terminará siendo arrollada, por lo que...
—¡Eh, tú! ¡Alto! —exclamo al percatarme de lo que sucede en
realidad.
Echo a correr todo lo deprisa que me permiten las piernas y no logro
mi objetivo marcado. El hombre del patinete eléctrico lo que pretende es
robarle el bolso y lo consigue, mal que me pese, y lo que es peor, al darle
el tirón la chica del pelo claro cae al suelo y lo hace en una posición nada
normal.
En ella nada lo es y varios viandantes que han sido testigos de la
agresión se acercan a auxiliarla a toda prisa mientras el ladrón se
incorpora al tráfico y se larga con el botín.
Bah, da igual, lo único que de verdad importa es ella, y yo, en esta
ocasión, actúo con ventaja. Sé lo que sucederá en el caso de que haya una
sola gota de sangre de por medio y me abro paso de inmediato.
—Perdón, perdón. —Voy abriéndome camino a codazos, ya que la
ocasión así lo requiere—. Dejadme pasar, la conozco.
En cuanto escuchan mis palabras una especie de pasillo se abre ante
mí y continúo con mi cometido. Avanzar a toda leche. El tiempo apremia y
en un par de zancadas más logro posicionarme a su altura. Solo entonces
observo detenidamente cada parte de su cuerpo y la realidad me obliga a
tensar la mandíbula.
«Oh, oh, esto pinta mal, muy mal», me digo a mí mismo en cuanto
me percato del lugar exacto al que la recién arrollada presta atención. Lo
hace con un rostro desencajado, el cual ya me resulta demasiado familiar
al no ser la primera vez que lo veo.
Y es entonces cuando sé, a ciencia cierta, lo que va a suceder a
continuación, lo que significa que la cuenta atrás comienza en:
Tres.
Dos.
Uno.
Acción.
CAPÍTULO 13

Paula

—Perdón, perdón. Dejadme pasar, la conozco.


Esa voz…
En cuanto a mis oídos llegan las primeras palabras sé a quién
pertenecen. A Duncan, al propietario de unas manos y unos labios que me
volvieron loca hace bien poquito, y al hombre que se inmiscuye cada
noche en mis tórridos sueños sin que le dé permiso alguno.
¡Ya! Hora de parar y de dejar de despistarse, y a ello que me pongo,
a asimilar que muy posiblemente se me esté yendo la pinza por momentos.
¿En serio que acaban de atracarme y lo primero que escucho es la
voz exaltada y nerviosa de Duncan?
Menudo disparate. Ya hasta imagino actos que no suceden y le echo
la culpa al porrazo que me he dado al estrellarme contra el duro suelo.
Y oye, en cuanto consigo centrarme en lo que debo un interrogante
acapara toda mi atención.
¿Estaré herida?
Ay, madre, que ya sé lo que viene a continuación y eso sí que no
puedo obviarlo.
«No mires, no mires», me digo una y otra vez tratando de
enfrentarme a mis demonios particulares, dejando los pormenores a un
lado.
Bastante tengo encima como para pensar en sandeces. Ahora lo que
de verdad importa es mantener el control, permanecer lo más tranquila
posible y esperar a que alguien me ayude a incorporarme.
Lo lograré.
Es fácil, ¿no crees?
Sí, sí, ni que no me conociera yo a estas alturas…
Tardo un segundo exacto en mandarlo todo a la porra, el tiempo
suficiente para comenzar a recorrer cada parte de mi cuerpo con una
mirada nerviosa hasta quedarme anclada en un punto en concreto. La
rodilla izquierda. El pantalón que llevo se ha rasgado con el pavimento y
deja a la vista el color característico de la sangre, lo que supone que
comience a hiperventilar de la impresión.
«Calma, calma», trato de consolarme. La clave es permanecer en
modo zen. Solo así controlaré la respiración y podré llevar a cabo lo que
he aprendido a base de terapias varias, ya que, sin crisis de ansiedad no
habrá pérdida de conocimiento.
Punto.
La teoría es fácil, ahora solo tengo que llevarlo a la práctica y
comienzo con unos ejercicios destinados a aplacar un estado de ánimo que
se desboca sobre la marcha.
Bien. Allá voy.
Inspiro.
Expiro.
Mente en blanco.
Inspiro.
Expiro.
Mente en blanco.
Inspiro y…
En cuanto a que la teoría es fácil, es cierto, lo es, solo que la práctica
no parece dispuesta a colaborar como debe y los ojos regresan de manera
automática al lugar del que mana el fluido que me da tanto pavor. Cada
vez hay más sangre y el color de mi cara tarda poco en desvanecerse, lo
que me lleva a darme por vencida.
Antes de perder el conocimiento aprecio la carrera de Duncan, él
también es conocedor de lo que va a suceder a continuación y veo en sus
ojos determinación y preocupación.
Anda, pero si es real y no una alucinación...
La escena actúa en mi contra y la mente aprovecha la ocasión, ahora
sí, para quedarse en blanco. ¿Será puñetera? Además, lo practica mediante
un estado de paz sin igual y todo se debe a una gran verdad. La realidad es
la que es y aprecio que con él estoy a salvo. No permitirá que me haga más
daño y los datos en sí son suficientes a la par que reveladores.
Y nada, en cuanto desconecto me dejo llevar y ni siquiera me da
tiempo a apoyar la cabeza en la acera, lo que significa que empieza a caer
a plomo; menos mal que Duncan sabrá la manera de actuar porque, si no,
el porrazo será épico y es mi crisma la que está en juego.
Después una negrura absoluta adormece cada pensamiento o dolor y
casi que lo prefiero.

***

Duncan

Accedo al As de Corazones con ella entre mis brazos y Bea, que es la


encargada de comprobar que todo está en orden antes de abrir las puertas a
los primeros clientes, alza el mentón y me guiña un ojo al reconocer a la
chica que acojo en mi pecho mediante lo que podríamos denominar un
gesto de protección absoluto.
—Vaya, jefe, ¿en serio que la tía que llevas en brazos es «tu rubia»?
—enfatiza el apelativo con guasa—. Guau, ¿en qué momento ha dejado de
pasar de ti y ha caído rendida a tus pies?
—Deja de decir gilipolleces y ayúdame.
La seriedad en mi rostro le basta y la sonrisa se le borra de
inmediato.
—¿Qué ha pasado? —se interesa acercándose a toda prisa.
—Le han robado el bolso, el agresor iba en patinete y al no esperarlo
ha caído al suelo.
—¡Joder! ¿Y por qué no has llamado a una ambulancia? Si está
herida necesitará ir al hospital y tu actuación puede provocarle más daños
de los que ya de por sí tendrá.
—Tranquila, se ha desmayado al ver la herida que tiene en la rodilla.
La sangre es su talón de Aquiles y por ello he intercedido. Jamás se me
ocurriría ponerla en peligro, ¿por quién me tomas?
—Pues hombre, por el tío que va rescatando a damas en apuros no,
desde luego, y es en lo que te estás convirtiendo con «esta mujer», que lo
sepas. ¿Dónde quieres dejarla?
—En mi despacho —apremio sin darle importancia a ninguna de sus
palabras sin sentido.
—Vale, te ayudo.
—Gracias.
Instantes después, una especie de déjà vu aparece de la nada. La
caprichosa casualidad ha intervenido a su favor, de ahí que presenciara lo
sucedido en un momento tan delicado, y el resultado al final es simple.
La rubia vuelve a estar en el mismo lugar y en las mismas
condiciones que esa primera vez en la que entró en mi vida.
¿No es curioso?
Una vez que he dejado el cuerpo menudo en mi caro sofá, y sin que
le dé mucha importancia a que exista el riesgo de que vuelva a
ensuciármelo, voy en busca del botiquín. El tiempo apremia y no tardará
en recuperar la consciencia, lo que supone que de mí depende borrar
cualquier rastro del líquido que a ella tanto le afecta.
«Vamos, Duncan, manos a la obra».
—Déjame curarla a mí, con lo escrupuloso que eres…
Rechazo la iniciativa de Bea de inmediato. Nadie exceptuando mis
manos la tocará, lo tengo claro y le digo que ya puede regresar a la planta
de abajo, omitiendo el gesto de sorpresa que me dedica en exclusiva.
Mi empleada acata la orden directa, lo hace una vez superada la
impresión inicial y, eso sí, antes de marcharse ve conveniente soltar por la
boca una de esas perlas que se adecúan a la perfección con su manera de
ser tan directa y clara.
—Ehhh, Duncan —emplea mi nombre para intensificar lo que quiere
decirme—, esa mujer cada vez me gusta más, que lo sepas. ¿Te has parado
a pensar que de ser cualquier otra persona ni siquiera estaría aquí? Ahí lo
dejo, jefe, para que rumies lo que puede significar.
—Largo —es mi escueta respuesta.
—A sus órdenes —ríe la muy cabrona emulando el gesto de
cuadrarse a la vez que se lleva la mano a la frente imitando el saludo
militar.
Antes incluso de escuchar el sonido de la puerta al cerrarse mis
manos ya están listas y proceden a curar la herida. A continuación, hacen
lo mismo con las palmas de sus manos, son las que se han llevado la peor
parte y suspiro de alivio al comprobar que son simples rasguños.
No hay nada serio, menos mal.
Ya, por último, cojo mi abrigo y se lo pongo por encima a modo de
manta. A pesar de subir un par de grados la temperatura de la calefacción
noto sus mejillas frías y bajo ningún concepto permitiré que se resfríe.
Solo entonces acerco la silla de mi escritorio hasta el lugar que ocupa y
espero a que dé alguna señal de vida.
¿Tardará mucho en hacerlo?
***

Paula

En cuanto abro los ojos noto un ligero escozor en la pierna. Desconozco el


motivo y pestañeo un par de veces ante la perspectiva de que se trate de un
sueño, últimamente sucede muy a menudo y las posibilidades se agrandan
en el instante en el que mi vista acapara detalles que me resultan
llamativos. Ya he estado en este lugar con anterioridad, reconozco la
pintura de las paredes y el reconfortante sofá en el que descansa mi
cuerpo, y giro el cuello con la intención de averiguar más datos relevantes
que me ayuden a averiguar si…
¡Ay, madre!
¿Pero qué…?
Del salto que pego casi me caigo al suelo, menos mal que la mano de
Duncan frena el impulso y no lo permite.
—Hola, rubia, ¿cómo te encuentras? —se preocupa sin quitarme los
ojos de encima.
—No lo sé, bastante confusa. Oye, ¿qué me ha pasado? ¿Por qué
estoy aquí, contigo?
A lo que él responde mediante una explicación corta y contundente:
—Te han arrollado, se han llevado tu bolso y en cuanto te has caído
al suelo no has tardado en desmayarte al ver lo que tú ya sabes, pero
tranquila, ese tema ya está solventado.
—No me estarás mintiendo, ¿verdad? —pregunto con el corazón
latiendo a mil por hora ante el escenario que pueda encontrarme.
Por nada del mundo querría hacer el ridículo por enésima vez, y
menos en su presencia.
Pobre, vaya racha lleva conmigo.
—Si no crees mis palabras compruébalo tú misma.
No tardo en hacerlo, ya que me resulta imposible olvidarme del
tema, y con la frente perlada en sudor me apoyo con cuidado sobre los
codos.
A kamikaze no me gana nadie, de ahí que me empecine en averiguar
si he dejado de sangrar y…
«Buf, menos mal», sopeso dejando escapar un suspiro de auténtico
alivio.
Comprobar in situ que ha dicho la verdad no tiene precio y como tal
se lo agradezco.
—Gracias —susurro avergonzada mientras mis mejillas adquieren el
color característico de la vergüenza mal disimulada.
Vaya suerte la mía, para un día que acudo a este barrio con la
intención de echar solicitudes de trabajo anda que he tardado en lucirme.
En serio. No doy crédito, al fin y al cabo, ¿cuántas posibilidades reales
existían de que nos encontrásemos en tan lamentables circunstancias?
¿Cero?
¿Menos uno?
Mierda.
Mierdaaa.
—No hay de qué —le quita importancia—, cualquiera en mi lugar
habría actuado igual —añade manteniendo la espalda erguida, las manos
entrelazadas a la altura del pecho y lo que más me inquieta: una mirada
que escruta cada pestañeo que doy sin medias tintas. La firmeza en su pose
me da la pista inequívoca de lo que busca y me advierte del peligro que
corro a su lado.
Pretende averiguar qué se me pasa por la cabeza y trago con cierta
dificultad. A él le basta permanecer sentado a escasos centímetros de mí
para que nuble mi razón, y lo que es peor, para que la dichosa ensoñación,
esa que me resulta imposible dejarla apartada a un lado durante un
segundo más, vea conveniente aparecer para conducirme hacia la dirección
equivocada: el recuerdo de lo sucedido entre los dos hace una semana.
Y al final, sin comerlo ni beberlo, mi mente se descontrola del todo
y rememora cada beso húmedo y caliente que me hizo vibrar de auténtica
pasión. Al recordarlo, el efecto se convierte en devastador, por calificarlo
de alguna manera, y los nervios atenazan mi cuerpo en general.
—Por cierto…
—¿Sí? —entono con cierta dificultad dado el escenario irreal que
me rodea.
—Si por un casual estás pensando en salir corriendo, como haces
siempre, mejor ni lo intentes —frena mis expectativas de golpe.
¿Ehhh?
—Perdona, ¿cómo dices? —digo un tanto confusa.
La ocasión así lo requiere y sigo adaptándome a una situación
surrealista donde las haya.
Y de pronto:
—Lo que oyes —enfatiza con una seguridad desbordante que
acapara toda mi atención—. Esta vez no te lo permitiré. He cerrado la
puerta con llave y permanece a buen recaudo, así que olvida lo de seguir
huyendo de mí como si tuviese la peste, ¿he hablado con la suficiente
claridad o necesitas que te solvente alguna duda al respecto, rubia?
CAPÍTULO 14

Duncan

La tengo, ahora sí, y ambos nos miramos con distintos propósitos.


El de Paula lo he adivinado en cuanto ha abierto los ojos, lo de
disimular se le da muy mal e intuyo, sin miedo a equivocarme, que daría
todo lo que tuviese al alcance de su mano con tal de escapar de mis garras.
Lo siento, pero esta vez no se saldrá con la suya. Me he cubierto la
espalda y no se lo permitiré, al menos hasta que sea yo, y solo yo, el que
decida lo contrario por mucho que sea testigo de lo que percibo a escasos
centímetros de un cuerpo que por momentos tiene el poder de volverme
majara perdido.
Sí, a mí.
¿Qué le voy a hacer?
En cuanto a que mi alegato la ha catapultado a un escenario
completamente diferente es cierto y se da cuenta del poder que ejerzo
sobre ella. Es una realidad que no tarda en manifestarse y consigue un
efecto demoledor al comprobar cómo se encoge sobre el sofá, simulando a
una especie de ovillo, y la curiosidad es la primera en posicionarse.
Uno que es así de cotilla.
¿Qué motivos tendrá para permanecer tan incómoda a mi lado?
No logro entenderlo. De neandertal no tengo nada, mejor que nadie
sé cómo hay que tratar a las mujeres y…
¡Equilicuá!, quizá el problema, precisamente, sea ese. Si hago caso a
las pistas que su amiga soltó por su boca, mi rubia no es una más a la que
pueda añadir a la larga lista de conquistas por un simple antojo, ella es
especial, mucho, de hecho, y como tal lo comprobé la última noche en la
que estuvimos juntos, porque mentiría si dijese que su petición no me dejó
descolocado por completo.
¿Quién en su sano juicio sería capaz de rogarme que la llevara a un
lugar diferente al que acostumbro a tirarme a mis múltiples conquistas?
«¡Un momento!», recapitulo de inmediato. «¿De verdad acabo de
pensar en ella como «mi rubia»?».
Joder, es de locos, ¿a qué viene un descuido tan demencial?
Paula es Paula, no «mi rubia», y por el bien de los dos más me vale
que comience a tratarla por su nombre normal y corriente.
Sí, como a una más. Lo es, y aquí añado que en cuanto solvente su
problema hacia mí sucumbirá a cada uno de mis encantos de la misma
forma que lo han hecho todas las demás, por tanto, la idea sigue siendo la
misma, pero con la diferencia de que me costará un pelín más siempre y
cuando continúe adelante con el plan establecido.
Digo esto porque existe una segunda opción, la cual es bastante más
fácil que la primera y consiste en olvidarme de ella para siempre, y santas
pascuas. A dejar de perder el tiempo con una tía que parece inmune a cada
uno de mis encantos… y que conste que he dicho solo que parece, ¿eh?
El dispar de sensaciones que nos ofrecieron nuestras respectivas
bocas no se puede ocultar así como así, y el detalle, lejos de lograr que me
olvide de ella, va y consigue el efecto contrario.
En resumen, que mis ganas por dinamitar la tensión sexual que
existe entre los dos aumentan hasta límites insospechados y de ahí la
urgencia de llevármela a la cama, solo así podré continuar con mis
mierdas internas y dejaré atrás un tema que no me conviene en absoluto.
¿Ves lo sencillo que es?
Bien, por partes. Lo primero es darle el espacio que necesita. Mucho
está tardando en responder a mi ultimátum y me preparo para cualquier
escenario.
Con ella todo es posible.
—Quiero irme —suelta de sopetón, como si se tratase de un
cañonazo impactando de lleno en mi cara.
A mi rubia le bastan dos palabras para borrar cada una las
expectativas que yo solito me había creado y el efecto demoledor provoca
que me revuelva incómodo sobre el asiento, pasando por alto el nuevo
despiste en cuanto a la manera de llamarla.
—¿Por qué? —la interrogo con una calma inexistente que ha
explotado por los aires.
—Porque sí —es su escueta respuesta, echando balones fuera.
¿En serio?
Ah, no, por ahí sí que no.
—Respuesta incorrecta, rubia.
«¿No había dicho que a partir de ahora la iba a llamar por su
nombre? ¿Qué hostias hago?».
—Mi nombre es Paula, ¿por qué insistes en utilizar un apelativo que
nadie de mi entorno emplea?
—¿Por eso mismo? —sentencio mediante un interrogante sin
morderme la lengua—. Me gusta dirigirme a ti como el único que lo hace.
Y de repente:
—Deja de jugar conmigo, ¿quieres? —pronuncia bajando el mentón
de manera inminente.
No es capaz de sostenerme la mirada y el gesto en sí me parece que
es lo más tierno que he visto en toda mi vida.
«¿Tierno? ¿Te estás oyendo, gilipollas?», me reprendo a mí mismo
sin el resultado esperado.
Aquí, y ahora, poco importa. Es la sencilla realidad y me propongo
desnudar su alma entera.
¿Me lo permitirá?
Veamos.
—No pretendo jugar contigo, de verdad, pero te mentiría si te dijera
que las veces que has huido de mí no me has dejado perplejo. Nunca antes
me había sucedido y quiero saber el motivo. ¿Me lo dirás?
—Por favor, quiero irme —insiste a modo de defensa mediante un
susurro lastimero.
De seguido se incorpora, busca alejarse de mí a toda costa y avanza
hacia la puerta, dándome la espalda.
Que lo haga, de lo que va a servirle…
—No lo harás hasta que respondas a alguna de mis preguntas, y te
aviso, tengo varias, así que de ti depende el tiempo que estés aquí, en el
despacho que utilizo para mis juergas, desahogos y demás —la presiono
con doble intencionalidad.
¿Provocador, yo?
No tengas la más mínima duda.
—No quiero estar aquí, ya te dije que…
—Sí, lo recuerdo con nitidez, solo que te equivocas. No puedes
pretender ser especial cuando ni siquiera nos conocemos.
Bum. Primera bomba fuera.
Mis palabras le afectan demasiado e interpone la mayor distancia
que puede, lo que da lugar a que me repita el mismo interrogante de hace
unos días:
«¿De dónde has salido?».
—Lo sé —acepta con un gesto de derrota, dándome la razón.
Voy por el buen camino, por consiguiente es el momento justo de
lanzar la siguiente bomba.
Allá va:
—No puedes pretender llegar la última y decirme que no quieres que
te folle sobre mi mesa —pronuncio con una voz ronca, sensual e hipnótica.
El juego que me traigo entre manos se me da demasiado bien, soy un
experto en la materia y decido dar otro paso avanzando hacia el siguiente
nivel con las expectativas en todo lo alto.
Positivo que es uno.
Entonces, yo también procedo a levantarme del asiento, me acerco a
mi presa despacio, no pretendo asustarla, y para que no ocurra debo echar
mano de una paciencia casi inexistente.
No es, ni será, mi plato fuerte nunca; he de asumirlo y añado:
—Y, sobre todo, no puedes pretender dejarme a dos velas después de
que tu cuerpo pidiera a gritos lo mismo que el mío hace bien poco. ¿Qué
coño importa el lugar en el que lo hagamos?
—Importa —interfiere alzando la voz. Eso sí, sin darse la vuelta—,
claro que importa.
Un último paso y:
—Entonces, explícamelo, porque no lo entiendo.
—¿Qué? —El cálido aliento que sale de mi boca impacta en su oído
y se gira sorprendida.
Ni siquiera sabía que estaba tan cerca y el rubor en sus mejillas
sigue ahí, evidenciando que desde luego no es una más; de serlo ya se
habría abalanzado sobre mí, y mejor aparto la imagen calenturienta que
arrasa el interior de mi cabeza y que se manifiesta con un deseo
desproporcionado.
«¿Qué me estás haciendo, rubia?», me pregunto atormentado.
La realidad difiere mucho de lo que deseo y grita alto y claro que ya
puedo olvidarme de metérsela.
Es algo que no va a suceder. Al menos, no de momento.
—Duncan, por favor, te pediría que no me presiones y que me dejes
marchar. Tengo que ir a la comisaría de Policía a interponer una denuncia,
así que…
Es dura de pelar. ¿Quizá por ello sigo en mis trece de llevármela al
huerto?
—Insisto, el que salgas de este despacho depende de ti. Es fácil,
responde a alguno de mis interrogantes, haz que comprenda tus sucesivas
estampidas y te prometo que te dejaré marchar.
—¿Y te olvidarás de mí?
Buena pregunta.
—Ay, rubia, rubia —le digo con una sonrisa traviesa mientras le
acomodo un mechón que se ha escapado de la coleta que lleva detrás de la
oreja—, has sido tú la que después de lo sucedido la primera vez volviste,
y fíjate en qué punto estamos. Ahora mi interés por ti ha aumentado
considerablemente, así que, no me pidas imposibles. Cabe la posibilidad
de que en cuanto folle con otra ocurra, pero no lo sé, aún no ha sucedido y
mira que lo he intentado.
De la multitud de calificativos que me vendrían como anillo al dedo
estarían el de mujeriego, rompecorazones, vanidoso, maniático,
escrupuloso, egoísta, vividor…, pero lo que tengo claro es que para nada
existe cabida para el engaño.
Prefiero ser sincero y honesto, más desde que un tema en concreto se
terminó enquistando de mala manera por no provocar un daño que a la
larga será peor y, por tanto, toca ser franco y aceptar que no solo he tenido
un gatillazo. Las dos veces que he intentado desfogarme a mi antojo no lo
he conseguido y de ahí las ganas de finiquitar un asunto que se complica
por instantes.
¿De qué me serviría negarlo?
—Ehhh…
—Sí, piensa mal y acertarás. —Uso otra de las frases favoritas de
Bea. Estoy convirtiéndome en un alumno nato en lo referente a
expresiones españolas y disfruto dándoles las salidas correspondientes—.
Y ahora, respóndeme tú. Te toca. ¿Por qué cada vez que tienes la ocasión
sales corriendo?
Dudo que vaya a contestarme. A mi parecer es de las que prefiere ser
hermética y yo no pinto nada en su día a día cotidiano, lo que significa que
somos un par de simples desconocidos y ya, no creo que…
—No quiero que me hagas daño. Acabo de salir de la única relación
que he tenido y tú eres, de lejos, el menos indicado para entrar en mi vida
en estos momentos. Todavía estoy recuperándome.
Así, sin más.
¿No buscaba respuestas? Pues oye, con una le ha bastado para
hacerme a la idea de la mujer que permanece delante de mí con una
entereza que se desmorona a marchas agigantadas.
Lo sabía. Sabía que era especial desde el principio, y quizá, por ello,
lo mejor es que la deje marchar sin ahondar más en lo que le sucediera en
esa relación. Si insisto le provocaré un daño gratuito y no estoy por la
labor. Yo solo quiero sexo sin compromiso y ella no está dispuesta a
dármelo, ni siquiera deseándolo de manera desesperada, y debería ser
suficiente para salir corriendo en sentido contrario.
¿Por qué no lo hago? ¿Qué más pruebas necesito?
Además, ¿qué clase de novio permitiría dejarla con semejantes
carencias? Detecto a kilómetros que lo que ha sentido conmigo en unos
instantes le ha bastado para hacerse un millón de preguntas y tenso la
mandíbula con rabia.
«Menudo desperdicio. ¿A quién se le ocurre desatender un cuerpo
como este?».
Al final, el conjunto en general se encarga de ponerme los pies en el
suelo. Si de verdad no pretendo hacerle daño he de dar un paso atrás,
olvidarme de ella y borrar el contacto de mi móvil. En más de una ocasión
he estado a punto de mandarle un wasap y ahora sé que no debo.
No. Paula no está al alcance de mi mano y punto.
Con pesar saco la llave del bolsillo, se la doy, retrocedo un par de
pasos y espero con estoicidad a que se marche, esta vez para siempre.
Y ella, que es muy inteligente, interpreta cada uno de mis actos
como lo que son. Como una despedida.
Bien hecho, rubia. No te convengo. Mantente alejada de mí y
sufrirás menos.
Poco más hay que añadir al respecto.
Paula sale de mi despacho sin añadir palabra alguna. Mientras, yo,
avanzo hacia la cristalera y no le quito los ojos de encima hasta que sale
por la puerta de salida.
Esta vez ni siquiera se da la vuelta, lo que supone una revelación, y
resulta que un vacío desconocido acapara la atención de un hombre
acostumbrado a que sea al contrario.
La declaración de intenciones es abismal y acepto que a una simple
chica de barrio le ha bastado y sobrado su timidez para derrotarme, para
dejarme tocado y hundido, y, sobre todo, para que me haga una pregunta
que no alberga ningún sentido.
Esta es:
¿Y si ella es la mujer indicada para que deje de ir de flor en flor por
la mera obsesión de olvidar una etapa de mi vida de la que me arrepiento
todos y cada uno de los días?
Quién sabe, el interés que me suscitó la rubia desde el principio no
fue ni medio normal, en cambio, aquí estoy, dando carpetazo a la que
podía ser la candidata indicada para comenzar de cero, y nunca mejor
dicho.
¿Locura?
Desde luego. No me cabe la menor duda.
CAPÍTULO 15

Duncan

A la mañana siguiente

Hoy no es mi día. He amanecido con un humor de perros y de seguir así


serán mis costillas las que se terminarán resintiendo. El gimnasio es mi
único aliado en estos momentos y no entiendo cómo he llegado hasta aquí.
Crucé el charco para evitar un problema que podría acarrearme
consecuencias imprevisibles y resulta que «dicho problema» aterriza hoy
en Madrid. El wasap de Eric así lo indica y me pongo a temblar.
¿Y si le cuento la verdad y nos dejamos de tanta tontería?
No puedo más y ya va siendo hora de plantarle cara al marrón que se
me viene encima.
¿Podré?
Cojo la mochila y, una vez más, paso del desayuno. No es lo que
necesito y solo un combate como Dios manda conseguirá adormecer mis
demonios internos, lo que significa que me pongo manos a la obra.
Saludo al portero antes de salir y en la calle me recibe una tromba de
agua descomunal, aun así no cambio los planes y prefiero dar un paseo.
Haré cuanto esté en mis manos para tratar de animarme. La
melancolía ha decidido aparecer en el peor escenario y mi deber pasa por
vencerla lo antes posible al contar con un día para enfrentarme a la
situación; el jet lag los dejará agotados y cabe la esperanza de que no los
vea hasta el día siguiente, lo que significa que me quedan unas horas para
marcar las pautas a seguir.
Entre unas cosas y otras, las distracciones de los últimos días habían
conseguido que me olvidara del tema y toca replantearme la situación.
Llego al gimnasio empapado hasta los huesos. No importa. Una vez
dentro, voy directo a los vestuarios y saco de la mochila la ropa de
deporte.
Instantes después entiendo que no estoy al cien por cien. Ni siquiera
soy capaz de concentrarme como debo y la paliza que me está dando uno
de los contrincantes logra lo que venía buscando.
El olvido.
¿Qué importa que sea a costa de dejar alguna que otra magulladura
en mi ya de por sí castigado cuerpo?
Ya te lo digo yo.
Poco, o más bien nada.

***

Esa misma noche

No llevo ni tres meses en la capital española y la rutina ya se había


instalado en mi día a día. El detalle me gustaba, sí, solo que esta noche lo
veo todo diferente y por primera vez no me llena como era de esperar.
Sé el motivo y no me agrada en absoluto.
Bea intuye que me pasa algo, accede al despacho con una copa ya
servida y deja la botella en mi mesa.
Buena elección.
—Jefe, ¿estás bien?
—¿Tú qué crees?
—Que no. Estás raro, tío. Si precisas de un hombro en el que llorar
ya sabes, utilízame. Mi novia no es celosa.
—Espero no necesitarlo, pero gracias.

***

Llevo horas plantado frente a la cristalera. Mis ojos no dejan de observar


la entrada y un hormigueo general se instala en mi nuca. La alerta es
máxima. No logro darle sentido al motivo de presentarse aquí y rezo en mi
fuero interno para que no lo hagan.
Todavía no.
No estoy preparado.
La imagen de cierta mujer, de pronto acapara mi imaginación y
recuerdo con nitidez la primera incursión que hizo en el local, caída
incluida, y casi que lo agradezco.
De manera natural las comisuras de mis labios se elevan hacia
arriba, es la forma de relajarme un ápice y degusto el caro whisky en el
paladar antes de tragarlo. Cualquier distracción me viene de puta madre, y
si la protagonista es la rubia, mejor que mejor.
Es curioso, ayer dejamos claras nuestras posturas, sobre todo ella, y
aun así mi mente no está dispuesta a soltarla del todo. ¿Por qué?
El batiburrillo en mi cabeza empieza a pasar la consiguiente factura.
Me da que la borrachera de hoy será épica, y lo siento. Más que ningún día
necesito olvidar y solo la inconsciencia que me provocará el alcohol lo
conseguirá.
Hoy toca empinar el codo, como dicen bastante por aquí, y
agradecería la compañía de alguien. La soledad no será una buena aliada,
no en estas circunstancias, y he de aceptar la realidad. Aquí, el que está
verdaderamente solo soy yo y no es fácil de aceptar.
Nuevos clientes acceden al local y, de repente, ocurre.
Me cago en mi puta estampa. Ahí están. Han llegado cogidos de la
mano y me fijo en mi mejor amigo y en su novia entrando en el As de
Corazones. Sus caras de felicidad, a pesar del cansancio, son
inconfundibles y yo, una vez superada la impresión inicial, únicamente
tengo ojos para ella. Para la mujer de la que estoy pillado hasta las trancas.
Bien, pues ahora sí ha comenzado mi penitencia. Toca echarle un par
de huevos y enfrentarme al panorama. Es lo que hay y dejo mis lamentos a
un lado.
¡Para lo que me sirven!
Termino el contenido de la copa de un trago, tenso la mandíbula y
observo cada movimiento de la pareja de enamorados.
Sí, sí, menudos enamorados, yo diría que uno más que otro, y salgo
del despacho para recibirlos y darles la bienvenida.
Seré el anfitrión el tiempo que estén por aquí y espero que sea poco.
Muy poco.
Bajo las escaleras con una posición erguida y tensa, abro la puerta
que da acceso a la sala abarrotada y avanzo hacia ellos con una sonrisa en
la cara. Casi tres meses alejado de Eric ha supuesto un verdadero reto. Más
que amigos somos hermanos y como tal jamás nos habíamos separado
durante tanto tiempo… al menos hasta que llegó ella.
Katrina, se llama. La conocimos a la misma hora, en el mismo lugar
y en la misma fiesta: una de esas aburridas a las que he de asistir cuando
mis padres se ponen pesados y puse como condición que Eric me
acompañara. Aceptaron, no les quedó otra y pasaron por alto el hecho de
que no es del agrado de ninguno.
Mi amigo y yo nos conocimos en Gales, Reino Unido, más en
concreto en el UWC Atlantic College. Allí cursamos el bachillerato y
congeniamos desde el principio, tanto es así que regresamos juntos a
Estados Unidos, ingresamos en la misma universidad, nos convertimos en
inseparables y...
Llegó ella para poner nuestro mundo del revés. Ambos caímos en
sus redes como dos adolescentes y al final lo eligió a él.
Dolió.
Mucho.
Y lo peor es que lo sigue haciendo.
Katrina es la única mujer por la que habría dejado mi ansiada
soltería. Tiene todo lo que un hombre puede desear y me vi obligado a
dejar de luchar por conseguirla. Eric no se lo merecía y por esa razón tomé
la decisión precipitada de largarme de mi país.
Antes de hacerlo, la última noche recibí una sorpresa inesperada en
forma de visita. Sí, a Katrina no se le ocurrió otra cosa que presentarse de
noche, en mi apartamento y con ese vestido que sabía que me volvía loco.
Joder.
Dejo de atormentarme. No es el momento y abrazo a mi amigo. En
cuanto lo hago noto lo feliz que es. Ni el cansancio puede disimularlo y
ojalá pudiera decir que me alegro por él.
No lo hago.
No puedo.
—¿A qué viene esta visita exprés? —pronuncio disimulando el
millar de sensaciones que corroen por mi interior.
Katrina no me quita los ojos de encima, siento su mirada y mantengo
la calma a duras penas.
¿De qué va?
—Hola, Katrina, ¿qué tal el viaje?
—Demasiadas horas —ríe abrazándome a su vez.
En ningún momento guarda las formas. Cara a la galería puede
parecer que el saludo es el de unos buenos amigos, pero no lo es.
Ojalá.
Me separo de mi tormento y continúo con mi papel estelar. El de
disimular. Es lo mejor para todos y los conduzco hacia una de las barras.
Bea, mientras, no nos quita los ojos de encima. No me extrañaría que
con lo lista que es ya se haya dado cuenta de lo que me pasa. Nos han
bastado unas semanas para compenetrarnos a la perfección y más de una
vez he recurrido a ella para solventar pequeños contratiempos fuera del
local y, también, ha ejercido de mi guía turística particular.
Procuramos quedar de vez en cuando y la próxima vez me presentará
a su novia. Vaya paradoja. A mi camarera le ha bastado su sinceridad y
desparpajo para ganarme y mira que por regla general lo pongo difícil. Lo
habitual es que se acerquen a mí por mi posición económica y no tardé en
sufrirlo, convirtiéndome en el hombre frío, serio, observador y calculador
que soy en la actualidad.
No me fío de casi nadie, a veces ni de mi propia sombra, y mucho
menos de las mujeres cuya única pretensión es que mi cuenta bancaria les
solucione su futuro más inmediato.
—¿Tienes visita, jefe?
—Ajá, él es Eric, mi mejor amigo, y ella es Katrina, su novia.
—Encantada. Chicos, ¿qué queréis tomar? Invita la casa —sentencia
guiñándome un ojo con complicidad.
Mientras, paso por alto la mirada que Katrina le lanza y mi amigo la
saluda en un español casi perfecto. Después nos tomamos algo y no tardan
en marcharse. Querían verme antes de irse a dormir y quedamos en que se
pasarán al día siguiente. Por lo visto la intención es permanecer unos días
antes de tomar rumbo a París, su siguiente destino, por tanto será a mí al
que le toque ejercer de guía.
Espero que el martirio finalice pronto.
No tardo ni cinco segundos en refugiarme en mi despacho, una vez
que abandonan el local, y lo hago con los nervios desbordados.
Esto va a ser más duro de lo que suponía, lo que me lleva directo a
coger el whisky y una copa que no utilizo; al final opto por llevarme la
botella directamente a la boca y pego un trago considerable.
Después, otro.
Y otro más.
Y, cuando voy a dar el tercero, un pesimismo general me asola de
principio a fin; a él se le suma mi falta de paciencia y termino explotando
fuera de control.
Mucho había tardado.
El primer signo de alarma aparece cuando estampo la botella contra
la pared.
Y, el segundo, desata la locura que llevo dentro desde hace unos
meses y que no tengo cojones a gestionar.
CAPÍTULO 16

Bea

Mi jefe no se encuentra bien. La visita que ha recibido de su amigo y


compañía lo ha desestabilizado por completo y sumo dos más dos.
Tampoco hay que hilar mucho después de presenciar el abrazo que, sobre
todo ella le ha dado, y el resultado de la operación es fácil.
Intuyo que la norteamericana es la causa de alejarse de su país e
interpreto que es la primera en cuanto a darle calabazas, lo que significa
que Paula apareció después.
Vaya, vaya, uno de los solteros más codiciados de Nueva York
vilipendiado por dos tías casi a la vez, una de ellas la pareja de su mejor
amigo, y entiendo su proceder en cuanto a interponer una distancia más
que considerable entre unos y otros, aunque, hay un detalle que no me
cuadra.
Si en realidad no quiso saber nada de él en su día, ¿a qué ha venido
el abrazo que he presenciado? De amigable no tenía nada, estoy
convencida al cien por cien, lo que supone que existe algún dato relevante
que desconozco.
Ahí está el quid de la cuestión.
En cuanto a la actitud de mi jefe, sabía que le sucedía algo, lo sabía
desde que percibí la melancolía en su mirada y como tal permanezco en
vilo una vez que la visita se marcha. Duncan no ha tardado en subir al
lugar en el que pasa horas enteras y no vaticino nada bueno.
Mi sexto sentido así lo indica y pocas veces se confunde.
¿Lo hará esta vez?
Pido a uno de mis compañeros que me cubra un rato y avanzo con
rapidez hacia las escaleras que dan acceso a la parte de arriba. El mal
presentimiento se amplía en cuanto oigo una serie de golpes y la alerta se
dispara en segundos, lo que da lugar a que suba los peldaños de dos en dos.
Abro la puerta y…
Me quedo pálida. La situación que me encuentro es dantesca, por
definirla de alguna manera, y echo un vistazo general.
¿Pero qué…?
«Ay, la hostia, pues sí que debe ser grave lo que le ocurre, sí»,
sopeso analizando la escena con la boca abierta.
Parte del mobiliario ha sido destrozado, hay objetos, cristales y
papeles por todas partes y, lo que es peor, el impacto es brutal al
encontrarme con su mirada. Escupe auténtico fuego y evidencia que está
fuera de sí. Sus ojos terroríficos dan miedo y los clava en mí.
No soy bien recibida, no hace falta que me lo diga.
Lo sé.
En cuanto al miedo, lo da de verdad.
—¿Duncan? —susurro con el corazón encogido y la cara pálida sin
atreverme a dar un paso más—, ¿qué pasa?
Su respuesta es inmediata.
—¿Y tú qué haces aquí? No es tu problema. ¡¡Largo!! —exclama
enfurecido señalando con el brazo extendido la salida.
Está desbordado. Temo por él y aventuro que terminará haciéndose
daño.
No, mejor rectifico. Ya ha empezado a hacérselo. Sus nudillos
sangran y mucho me temo que es solo el principio.
¿Qué hago?
Una idea descabellada surge de la nada. La desesperación es total y
no aceptará mi compañía, lo que supone que el grado de impotencia se
multiplique por veinte y que la locura que se me acaba de pasar por la
cabeza tome forma.
Necesito ayudarlo de la manera que sea, no importa, y espero que mi
decisión sea la acertada.
Mi presencia lo altera más de lo que ya está y procedo a marcharme.
Me voy sin decir nada, no atenderá a razones por mucho que le diga y
cierro los ojos al escuchar un grito desgarrador que sale de su garganta.
Instantes después, realizo una llamada telefónica.
¿Servirá mi propósito?
Ya veremos.

***

Duncan
Miro todo lo que me rodea y me llevo las manos a la cara. El desastre es
total y han sido mis propias manos las que lo han provocado.
¿Tan mal estoy?
Y recapitulo.
El escopetazo de salida lo dio la botella contra la pared. Los cristales
no tardaron en esparcirse por el impoluto suelo y el olor característico se
expandió por cada rincón, despertando a la fiera que llevo dentro y que
muy pocas veces sale de su escondite.
Odio que acapare mi razón, aunque esta vez tiene motivos de sobra
para tomar el control, exigiendo más, y fue cuando le tocó el turno a los
objetos ordenados de manera metódica del escritorio.
Bum. Todos al suelo.
El barrido de mis manos acaban con el orden en un santiamén y
tampoco aplaca la rabia que corroe por mis entrañas, así que, continúo con
la locura y vuelco la silla, el sofá, la papelera… todo cuanto encuentro a
mi alcance hasta terminar dando un puñetazo a una de las paredes.
Unas gotas de sangre dejan la marca y salpican el suelo cuando Bea
aparece con el rostro desencajado y pálido.
La echo. No necesito compañía. Prefiero estar solo y obedece.
Menos mal, de quedarse podría haber cometido cualquier locura y
bien sabe Dios que no se lo merece.
Ella menos que nadie.
La sangre de los nudillos sigue saliendo y cojo una toalla pequeña
del baño. Es lo único que se ha salvado y por el momento se libra. Ya he
descargado bastante adrenalina fuera, la suficiente para percatarme de la
que he armado y ahora da la cara un sentimiento diferente. El
arrepentimiento.
¿De qué me ha servido perder el control?
La situación no ha cambiado, sigo con el dilema de antes, con la
diferencia de que he destrozado mi santuario.
Hay que ser gilipollas.
Salgo del baño con la toalla en la mano y en ese preciso instante se
abre la puerta por segunda vez.
Dios, ¿otra vez tú, Bea?
Abro la boca con la intención de mandarla a la mierda y…
Pestañeo varias veces seguidas ante un escenario irreal, y es que,
resulta que la que acaba de aparecer en escena no es Bea, no, no señor, la
que yace de pie es la rubia y no doy crédito.
¿Cómo hacerlo?
Me recupero de la impresión inicial y con una rapidez extrema
oculto mis nudillos reventados. Si llega a verlos no tardará en desmallarse
y no lo permitiré. Depende exclusivamente de mí y no me lo perdonaría.
—¿Qué se supone que haces aquí? —digo con una voz incapaz de
ocultar lo enfadado que estoy con el mundo en general.
Sí, también con ella.
Es lo que hay.
—Tu camarera me ha llamado histérica. Me ha dicho lo que sucedía,
que no atendías a razones y que no sabía a quién más recurrir —me aclara
cerrando la puerta a su espalda.
Perplejo, así me quedo, y admiro su valentía.
Casi no me conoce y, aun así, parece no darle la importancia debida,
ni siquiera al comprobar de primera mano el destrozo que he formado.
Interesante.
—¿Cómo has dicho?
—Lo que oyes. La primera impresionada he sido yo. No entendía
para qué me llamaba hasta que terminó suplicándome que viniera lo antes
posible.
Aprieto los dientes, meto las manos en los bolsillos y bajo la cabeza
en un gesto de derrota total.
Llevo toda la noche bebiendo con la esperanza de mitigar lo que
tanto atormenta mi mente y resulta que la multitud de copas han sido
insuficientes.
Joder.
—¿Y por qué lo has hecho? —el tono de mi voz baja
considerablemente, suspiro con pesar y alzo el mentón despacio, muy
despacio hasta encontrarme con esos ojos que tanto me gustan.
«Vamos, rubia, contéstame a la pregunta», apremio en mi interior.
—Bea parecía realmente desesperada.
—Ya.
—Y no he podido negarme.
—¿He de considerarme un afortunado?
—No sé, tú me dirás. Mira a tu alrededor y analiza el desastre que
has ocasionado. ¿A qué viene esta locura, Duncan?
Paula saca su carácter y elevo las comisuras de los labios hacia
arriba.
Menuda caja de sorpresas está hecha. ¿Pues no viene con el
propósito de ponerme firme e incluso de regañarme?
Sí, a mí.
Joder, y lo más sorprendente es que estoy dispuesto a consentírselo
una y mil veces seguidas, siempre y cuando ella así lo considere.
Fuerte, ¿eh?
«Ay, rubia, rubia, si supieras las dudas que despiertas en mí saldrías
corriendo de aquí, sin mirar atrás, y no volverías ni aunque Bea te lo
suplicara de rodillas».
—¿De verdad quieres saber a qué viene esta locura? —la presiono
con los brazos extendidos—, piénsalo bien, porque si te lo digo existen
razones más que justificadas para que te marches por donde has venido y
jamás quieras volver.
Lo piensa.
Bien hecho.
Es inteligente y supongo que sabrá retirarse a tiempo.
¿O no?
—Tranquilo, ayer mismo te dije que no regresaría nunca a este local
y fíjate lo que he tardado en incumplir mi palabra —responde al poco con
cierta ironía—. Y sí, quiero saber más. Bea me ha llamado muy
preocupada, me ha dicho la buena relación que tenéis y también que intuye
lo que te sucede. Ha hablado de una visita que has recibido y de lo mucho
que te ha afectado.
—¿Qué? Mi empleada es una bocazas —sentencio perdiendo la
paciencia.
¿Quién se cree que es para ir expandiendo rumores de su jefe así
como así?
Ya la pillaré, ya.
—No, de bocazas nada. Ella lo único que pretendía era ayudarte, no
la has dejado y como tenía mi número de móvil se le ha ocurrido el
disparate de llamarme, nada más —la defiende a ultranza, posicionándose
al lado del que considera más débil, y añade—: y te diré que le deberías de
estar agradecido. Todavía sigo sin entender cómo es posible que haya
salido de mi casa en plena noche para venir hasta aquí.
La conversación da un giro radical y no presto atención a un pequeño
detalle «de nada».
A mi mano cubierta con la tela de color blanco y que sin darme
cuenta ha empezado a decolorarse.
—¿Te arrepientes?
—¿Tú qué crees?
—Que deberías.
Mi respuesta provoca un silencio demoledor que ella aprovecha para
bajar la mirada, lo que conlleva a que se fije en la ligera toalla que ejerce
de venda y que ya no se ve tan impoluta como hace unos instantes.
Un color sospechoso aparece por arte de magia y se agranda por
momentos.
—Ehhh, ¿Duncan?
—¿Sí?
—Eso que empapa la toalla que llevas, ¿es sangre?
—¿¿Qué??
Desvío la mirada hacia el mismo lugar que ella y…
—Joderrr.
Me olvido de todo y echo a correr. De no hacerlo terminará
estampándose y no lo consentiré.
Por los pelos, pero consigo llegar antes de que su menudo cuerpo
termine estrellándose contra el duro suelo evitando así la posibilidad de
romperse la crisma por mi culpa.
CAPÍTULO 17

Paula

Regreso al mundo de los vivos y lo primero que noto es un reconfortante


colchón que se adapta a mi cuerpo.
Sin duda no es el mío, estoy convencida, y me incorporo sobre los
codos sin dilación alguna.
Y de pronto:
—Hola, rubia.
Giro el cuello y el corazón casi se me paraliza ante la escena con la
que me encuentro.
¿Pero qué…?
Proceso la imagen de Duncan al otro lado de una cama desconocida
y suspiro de alivio al comprobar que su cuerpo yace sobre el nórdico, y lo
que es mejor, completamente vestido.
—¿Dónde estoy?
—En mi apartamento.
—¿Qué?
No doy crédito, ¿qué coño hago en su puñetero apartamento?
—Yo te he traído. ¿No recuerdas nada?
—¿Recordar? ¿Qué tengo que…?
Mis palabras se quedan atrapadas en mi garganta mientras una
secuencia de imágenes pasa una a una por mi cabeza.
Ups. Lo he vuelto a hacer.
—Lo siento —me disculpo avergonzada a la vez que me dispongo a
salir de un lugar tan íntimo.
«A saber la de mujeres que habrán pasado por aquí», me digo
arrugando la nariz a medida que regreso a la cruda realidad.
Lo de mi animadversión a la sangre va conmigo desde que era una
niña, sí, pero últimamente se está cebando conmigo. Hace años que no me
pasaba un episodio tan lamentable y resulta que ahora van tres veces casi
seguidas, y lo que es peor: siempre, siempre, cuando está él presente.
Noto el calor en mis mejillas y nada, allá va el rubor que me
caracteriza.
Lo que faltaba.
—No lo hagas —ruega la otra parte incorporándose con el propósito
de coger mi mano.
¿Acaso su idea es la de retenerme en el lugar en el que ni de broma
debo permanecer ni un segundo más?
Joder. ¡Que es su maldita cama!
Y como su gesto logra confundirme voy y le pregunto:
—¿A qué te refieres?
Eso sí, soy rápida y no le doy tiempo a que logre su objetivo.
Mejor mantenemos las distancias.
—Me refiero a que no quiero que te disculpes —avanza tras de mí
—, ni tampoco que te vayas.
—¿Perdona? ¿Pretendes que me quede aquí?
—Sí.
—¿Contigo?
—Si tú me dejas.
—¿Qué quiere decir si yo te dejo?
—Fácil.
Duncan avanza un paso y…
¿Qué coño hace?
Y yo doy otro a su vez, solo que hacia atrás.
—Duncan, me estás asustando. Desde aquí huelo tu aliento, estás
bebido y…
—Perdona, perdona —recula de inmediato.
Separa su cuerpo del mío hasta apoyar la espalda contra la pared más
apartada, después se revuelve el pelo un tanto nervioso y compruebo que
una venda de verdad oculta las posibles heridas que se haya provocado a sí
mismo.
—Te pediré un taxi —dice de pronto, saliendo escopetado de la
habitación.
Mi perplejidad es total y decido seguirle. Una vez fuera, analizo al
detalle cada rincón.
Apartamento, dice… anda, pues si viera el mío.
Todo lo que alcanzo con la vista me fascina. Supongo que así es
como se llamarán en Nueva York, pero esto es un loft minimalista de lujo
recién reformado cuyos muebles de diseño tanto en el salón, como en la
cocina, combinan a la perfección con unos colores claros de un gusto
exquisito. El conjunto acapara mi atención al completo y termino
enamorándome de la chimenea, es espectacular y consigue un efecto
acogedor de ensueño.
Menuda chabola se ha buscado el neoyorkino…
—Ehhh, Duncan, espera un momento.
—¿Esperar a qué? Como muy bien has dicho he bebido de más. Lo
mejor para ti es que te vayas.
—Bueno, eso depende.
—¿De qué?
—De ti.
Desde la posición en la que estoy percibo el suspiro de pesar que
sale por su boca y siento lástima por él.
¿Qué le pasará en su vida para estar así?
Menos mal que tomé la decisión acertada de acudir en su ayuda, de
no hacerlo a saber cómo habría terminado y no me resulta tan fácil salir
huyendo esta vez.
Hoy todo es diferente. Él me necesita. Lo leo en la expresión de su
cara y poco importa la locura que he cometido; lo de salir de casa a las tres
de la mañana sin antes avisar a un taxi nunca me había ocurrido con
anterioridad, pero tengo una razón de peso. La conversación con su
camarera no tardó en alterar mis ánimos y su preocupación pasó a ser la
mía en cuestión de segundos. Sí, es cierto, algo dentro de mí se desgarró al
escuchar la desesperación de Bea y ahora sé que me encuentro en el lugar
indicado.
Si me marcho corro el riesgo de que siga desparramando a su antojo
y no le dejaré.
No y no.
—Paula, de verdad, te agradezco…
—Es la primera vez que me llamas por mi nombre —procedo a
interrumpirle con el asombro dibujado en mi cara.
—¿Eh?
—Nada, no importa —le quito hierro al asunto omitiendo lo mucho
que me ha impactado.
Mi nombre en su boca ha sonado a música celestial y sexy. Muy
sexy, y casi me derrito de la impresión.
No, no voy a ocultarlo. Mentiría si dijese lo contrario y no estoy por
la labor.
De pronto, una idea disparatada se va formando en mi interior y
empiezo a darle forma.
—Duncan, ¿y si te digo que tengo una proposición que hacerte?
—¿A mí? Vaya, esto parece que se pone interesante de verdad —ríe
frotándose las manos.
—¡Ey! Tampoco te hagas demasiadas ilusiones, ¿eh?
—Vale, vale. Venga, dispara.
Está bien, allá voy. Cojo oxígeno por la nariz, abro la boca y suelto:
—Yo podría quedarme aquí esta noche siempre y cuando tú
aceptaras que durmamos en habitaciones diferentes.
—Supongo que bromeas, ¿no?
—¿Tú qué crees?
Su mirada no tarda en escrutarme de arriba abajo y, según parece,
obtiene la respuesta acertada sin que le diga ni mu.
—Joder, rubia. Y si te digo que en los meses que llevo aquí eres la
primera que ha pisado mi casa, ¿cambiarías de opinión entonces?
Pumba. Su sinceridad abrumadora me deja con la boca abierta, y lo
que no sé, todavía, es que no ha terminado de hablar.
Oh, no, y remata con un:
—¿No querías exclusividad? Pues aquí la tienes. Enterita para ti.
¿Perdona?
Muda, así me deja ante el significado de sus palabras y opto por
seguir respirando, había dejado de hacerlo y ni siquiera me había dado
cuenta.
Madre mía, pero… ¿en realidad es consciente de lo que acaba de
salir de su boca como si tal cosa?
Vaya. La intensidad sube la temperatura de mi cuerpo y acepto una
realidad incuestionable, que no es otra que:
Madre del amor hermoso, ¿pues no resulta una paradoja que sea yo
la que tenga el control de la situación con un hombre acostumbrado a ser
él y solo él el que elije con la mujer que se acuesta y con la que no?
Que estamos hablando del todopoderoso Duncan Carter.
Increíble, pero cierto.
—Te agradezco tu sinceridad, Duncan —pronuncio con el corazón a
mil, con la boca seca y con las palmas de mis manos empapadas de sudor.
No es para menos.
—Pero…
—Pero mi proposición sigue en pie. No me voy a acostar contigo en
las condiciones en las que estás y tengo un motivo de peso; si alguna vez
sucede quiero que sea especial. Sí, llámame loca si quieres, estás en todo
tu derecho, o mejor, échame a patadas, lo entendería. Lo único que puedo
prometerte, aquí y ahora, es que si respetas mi decisión mañana
hablaremos con tranquilidad y después ya veremos.
Lo sopesa, o eso intuyo, y no tarda ni medio segundo en volver a
sorprenderme.
Menuda caja de sorpresas se está volviendo el playboy.
—¿De todo?
—Ajá.
—¿Estás segura?
—Completamente.
—¿También de la única relación que has tenido?
—Sí, también —pronuncio segura de mí misma.
«Bien por ti, Paula».
—Entonces, podré superarlo. Coge lo que quieras del armario, yo
dormiré en el cuarto de invitados.
—Duncan, yo…
—Rubia, al menos dame el capricho de saber que la primera noche
que pasas conmigo es en mi cama, aunque no te acompañe, ah, y no te
acostumbres, me gustas demasiado y estoy loco por probarte, aunque eso
ya lo sabes. Buenas noches.
Sin más, se acerca de manera peligrosa y me da un casto beso en la
mejilla, después se pierde en la otra habitación.
Y yo, mientras, aquí me quedo. Con una cara de pánfila que ni te
cuento, a medida que practico una reflexión de suma importancia.
La decisión que he tomado puede ocasionar un cambio
circunstancial en cuanto al ritmo de la historia que poco a poco se va
fraguando entre los dos y es bastante llamativo. Ayer mismo interpuse una
distancia definitiva, con el propósito de huir de él, y míranos ahora. El
escenario ha dado un giro radical de ciento ochenta grados y sé de lo que
hablo.
Y aquí añadiré algo más. Mi disposición también acaba de cambiar.
Lo de tirar balones fuera va a ser que no. Se acabó, y eso quiere decir que
es el turno de mirar hacia adelante, ser valiente y dejar de ser la mojigata
que hasta yo empiezo a odiar con todas mis fuerzas.
Sin duda alguna, Duncan es el indicado para dejarla atrás de una vez
por todas. ¿Qué importa la probabilidad de que termine rompiéndome el
corazón al hacerlo?
Ya te lo digo yo, nada si de verdad consigue lo que tanto envidio de
las protagonistas de las novelas que devoro. Mi obsesión en la vida se ha
convertido en una necesidad imperiosa y deseo con todo mi ser que un
hombre sepa corresponderme en cuerpo y alma.
¿O es mucho pedir?
CAPÍTULO 18

Duncan

Si alguien llega a decirme hace unas semanas que iba a dormir en el cuarto
de invitados de mi propia casa no lo hubiese creído ni loco, en cambio,
mírame. Aquí estoy, encima de una cama que no reconozco y con una
sonrisa de gilipollas dibujada en los labios.
Ay, rubia, rubia, si lo que no consigas tú…
Apago la luz y dedico el tiempo a distraer mi mente. Saber que la
tengo tan cerca y que no puedo tocarla es demasiado para un hombre como
yo. No doy crédito y lo más curioso es que estoy dispuesto a pasar por la
penitencia que me ha impuesto sin rechistar.
¿Qué importa que mi polla exija su ansiada recompensa? No es la
primera vez, así que, tampoco le debe de pillar tan de sorpresa, ¿no?
Tendrá que ser paciente. Por incomprensible que parezca es Paula la
que tiene el control de lo nuestro y, de momento, aquí estaré, esperando a
que se produzca el intercambio de fluidos con una ansiedad desconocida.
¿Ansiedad desconocida?
Joder. Llevo meses llorando por las esquinas. El día que Katrina
eligió a Eric quise morirme, pensé que no podría resistirlo y resulta que
hoy el escenario no es el mismo.
No. No lo es y no doy crédito.
Katrina era la mujer por la que estaba dispuesto a luchar con uñas y
dientes. Cuando empecé a conocerla admití que tenía en su haber todas las
papeletas para quedarse en mi vida y hoy me resulta increíble una
apreciación que aparece de la nada.
Bueno, más que una apreciación me refiero a una palabra.
«Era».
Mis pensamientos datan del pasado, no del presente, y el dato en sí
es significativo hasta decir basta.
Coño. ¿Qué me está ocurriendo? Cada vez que recuerdo la incursión
de Paula en mi despacho un sentimiento nuevo se apodera de mi pecho y
se expande con una facilidad acojonante.
No sé, es como si una especie de alegría se mezclara con la
esperanza y me diera el oxígeno que tanto precisaba en un momento de mi
vida turbio a más no poder, y todo gracias a la valentía de una mujer a la
que no le ha importado salir de su casa en plena noche para apaciguar los
demonios internos de un tío del que hasta ahora ha preferido mantenerse
alejada y con el que ha compartido un único encuentro repleto de besos
húmedos, calientes y provocadores.
¿Locura?
Lo es. Apenas la conozco y la desesperación en la que me encuentro
es tan grande que puede ser la causante de agarrarme a un clavo ardiendo.
Supervivencia lo llaman.
Cierro los ojos. Con todo lo que he bebido hasta mañana no estaré en
mis plenas facultades y mejor dejo las ñoñerías apartadas a un lado. Está
claro que no me van a servir. Además, no entiendo cómo puedo andarme
con tanta gilipollez cuando el marrón que tengo encima se ha multiplicado
por dos ahora que ellos han llegado, por tanto me dejo de hostias.
La realidad supera con creces a la ficción y quizá esté
sobrevalorando a una chica cualquiera que a lo único que se ha dedicado
desde el principio es a darme una negativa tras otra. Es la verdad, y seguro
que a la mañana siguiente me daré cuenta del error que estoy cometiendo.
Si antes no ha querido que entre en su vida, ¿por qué iba a hacerlo
ahora?
Además, la obviedad de que el estado tan lamentable en el que me
encuentro tiene dueña debería de resultar demasiado significativo. Si he
perdido la razón es por una causa en concreto y esta tiene nombre y
apellidos. No hay que ser muy listo para adivinar con qué intención ha
venido. Para ella es un simple juego, pero para mí no.
Con Eric de por medio, no.
Un ligero dolor de cabeza aparece por arte de magia. Los nuevos
pensamientos no son tan agradables como los de antes y el mecanismo de
defensa no tarda en actuar.
Al final lo consigo, dejo la mente en blanco y, cuando empieza a
amanecer, logro quedarme dormido.
Por fin.

***
Paula

Bato los huevos en un bol que he encontrado y lo hago con energía. Esta
mañana me he levantado productiva como nunca y espero que al dueño de
la casa no le importe que trajine aquí y allá; desconozco el lugar en el que
guarda los utensilios que necesito y como me he levantado con un hambre
feroz he preferido buscarme la vida.
Bueno, no es del todo cierto, ha sido pensar en despertarlo y…
Buf, un calor repentino no ha tardado en manifestarse. Imaginármelo
dormido, a escasos metros, es una auténtica locura y como tal decido
emplear el tiempo en un entretenimiento adecuado antes de ponerme a
babear como una desesperada.
¿Y qué mejor que preparar un almuerzo tardío para dos?
Y en esas estoy, cuando su voz ronca y sensual me sorprende por
detrás.
—Buenos días, rubia.
Toda mi piel se eriza al escucharlo. Este hombre tiene el poder de
hacerme vibrar con su simple voz y mejor omito que yo solita me he
metido en la boca del lobo al ocurrírseme la genial idea de quedarme en su
casa.
—¿Buenos días? Son casi las cinco de la tar…
Y una vez más vuelve a ocurrir. Me quedo muda en cuanto me giro y
me trago mis propias palabras, esta vez tiene que ver con la indumentaria
que lleva, y con la cara como un tomate regreso a lo que estaba haciendo.
Madre del amor hermoso, pero ¿de verdad este tío es real?
Duncan apoya la cadera en la encimera y se dispone a mirarme
fijamente, lo hace con un pantalón de pijama como única prenda de vestir,
y he de decir que los pocos segundos que he dedicado en admirar ese
cuerpo creado para pecar me he dado cuenta de varios puntos de suma
importancia.
Estos son:
1) En su abdomen tiene una tableta de chocolate que chuparía una y
mil veces seguidas.
2) En el brazo derecho la tinta rellena un tatuaje que ocupa la
totalidad de la extremidad.
3) Sus músculos son como los de los protagonistas que salen en las
películas de acción.
4) En definitiva. El conjunto en general quita el hipo y me lleva a
hacerme una pregunta de considerable peso.

¿Y de verdad he sido yo la que ha tenido los santos ovarios de


mandarlo al cuarto de invitados?
Menudo desperdicio. Como se entere Inés me mata, de esta no pasa,
y lo peor de todo es que tendrá motivos más que suficientes para emplear
el tipo de arma que más le convenga.
—Duncan…
—¿Sí?
—¿Podrías ponerte una camiseta, por favor?
Lo siguiente que escucho es una sonora carcajada junto a sus pasos
alejándose, y claro, dejo el bol encima de lo primero que pillo y apresuro
el paso con la intención de obtener la mejor visión posible.
Es un asunto de extrema urgencia y mis babas, una vez más,
aparecen por arte de magia.
¿Y si me compro un babero?
Me haría falta, sí.
¡La leche! ¡Menudas vistas!
Y me alegro de no privarme de la oportunidad de verle descalzo,
pisando la tarima de roble, ni, por supuesto, la delicia de analizar con
detenimiento ese culito que me pone taquicárdica perdida en cuanto le
echo el primer vistazo.
Mamma mia, mis babas a estas alturas ya deben de llegar hasta el
suelo y mejor ni te cuento el cosquilleo general que me ha entrado. Las
ganas de sexo son indescriptibles, parezco abocada a estrellarme contra un
muro de piedra y me importa una mierda. Tanto es así, que doblego a la
mojigata que llevo dentro.
El calor abrasador que me provoca este hombre no es ni medio
normal y me doy por vencida. El momento de cambiar de tercio es este y
no tardo en proponerme a mí misma una promesa interna repleta de
intenciones.
Rectifico, de malas intenciones.
Sí, todas y cada una de ellas.
Es lo que hay.
«Mojigata, prepárate para desaparecer de mi vida para siempre.
Tienes las horas contadas», es cuanto me digo antes de relamerme los
labios tipo a Silvestre cuando ve a Piolín.
Y paso del desayuno. El estómago puede esperar, pero el deseo que
siento por él no, así que, prefiero ir a su encuentro y que pase lo que tenga
que pasar. Ya, después, hablaremos largo y tendido acerca de lo que
sucedió anoche en el As de Corazones. No hay prisa.
Ay, si me vieran mis amigos... Serían los primeros sorprendidos y no
se lo creerían, y es que, por primera vez en mi vida la valentía acapara
cada uno de mis sentidos, lo que me lleva a caminar hacia su dormitorio
con las ideas más que definidas.
Es pensar en esa tableta de chocolate y… Buf.
Al final no llego al destino fijado, justo cuando iba a conseguirlo va
el puñetero timbre y empieza a sonar.
¿Perdona?
No me lo puedo creer, ahora que por fin me había decidido…
Mierda.
Mierdaaa.
¿Cómo puedo tener tan mala suerte?
Bueno, sea el que sea no tardará en marcharse, y entonces…
En ese instante Duncan sale de su habitación, ya se ha puesto la
camiseta que le he pedido y se dirige a la entrada guiñándome un ojo.
—Mmm. Lo que sea que estés haciendo huele divinamente, y te
aviso, estoy muerto de hambre.
¿Tendrá poca vergüenza?
Sonrío con timidez y bajo el mentón mientras él me dedica otra de
sus sonoras carcajadas, y esta vez va acompañada de una mirada repleta de
mensajes encubiertos que capto a la primera.
Pero mira que le gusta divertirse a mi costa...
Sí, sí, pues que sepas que el que ríe el último ríe mejor, forastero.
Tiempo al tiempo.
Mis ganas por él se multiplican y ahí me quedo, mirando
ensimismada cómo abre la puerta a la vez que continúo deleitándome con
ese culito que me muero por acariciar, cuando…
La mandíbula casi se me desencaja del sitio por la impresión, y todo
al ver a la mujer que en cuanto tiene el acceso libre va y se abalanza sobre
el dueño del loft como si no hubiese un mañana.
Sí, tal cual, mientras, la otra parte, al pillarlo completamente
desprevenido es incapaz de evitar que le termine estampando los morros
contra los suyos.
¿Pero qué…?
El mundo se me cae encima, no sé dónde meterme y lo único que se
me ocurre son dos únicas palabras que se adecúan a la perfección con una
situación que se ha vuelto en mi contra de repente.
«Tierra, trágame».
Y ahí me quedo, incapaz de apartar la mirada de una imagen que me
escuece demasiado, a medida que me doy cuenta de la mentira que me ha
colado por toda la escuadra.
¿Cómo he podido ser tan estúpida?
Ya me vale, delante de mis narices tengo la prueba de que ni por el
forro he sido la primera en entrar en su casa y el disgusto, o más bien la
cruda realidad, me sitúa en el lugar que me corresponde.
Y desde luego no es aquí.
«Pánfila, ¿qué te esperabas? ¿De verdad creíste que podrías ser
especial para un hombre que cambia de mujer como de camisa?».
La evidencia cae sobre su propio peso y con las lágrimas asomando
prefiero cortar de raíz una situación que duele demasiado. Me siento
ninguneada y engañada y no espero a que me dé ningún tipo de
explicación.
Sobran.
«Sí, claro, explicaciones a ti… ¿Te estás oyendo?».
Mi sentido común lleva razón. Aquí la única que sobra soy yo y
como tal ni me lo pienso.
Cinco segundos son los que empleo en cruzar la puerta de salida, a
continuación echo a correr y bajo las escaleras sin mirar atrás, no estoy
para esperar al ascensor, y hago oídos sordos al llamamiento que Duncan
emplea con un tono exaltado, y hasta podría decir que ¿furioso?
—Paula, Paula…
Ni Paula ni hostias.
Que le den.
Menos mal que no me he acostado con él. A simple vista es lo que
buscaba, quizá por tanta negativa junta a la que no estaba para nada
acostumbrado, y lo siento.
No soy ningún juguete de usar y tirar con el que pueda disfrutar a su
antojo.
No y no. Conmigo no, antes me meto a monja que catar un cuerpo
con el que soñaré el resto de mis miserables días, sumados a sus
correspondientes e interminables noches, y mejor no pienso en la
penitencia que me espera a partir de hoy.
Me cago en su puta estampa.
Ea, que a gusto me he quedado.
CAPÍTULO 19

Duncan

El asunto ha llegado demasiado lejos. ¿Cómo se le ocurre tener el poco


tacto de presentarse aquí?
La locura raya lo paranormal y sé que no se rendirá. Lo corroboro al
apartarme de ella y ver lo que lleva debajo de la gabardina.
Joder, la mujer con la que estoy obsesionado llega a mi casa
semidesnuda, pidiendo guerra, y yo no soy de piedra.
No. No lo soy, aunque, al menos esta vez no estoy ebrio, tal y como
ocurrió en nuestro último encuentro, lo que supone que anteponga el
inconveniente que sigue existiendo entre los dos.
Eric.
—Cariño, llevo meses deseando verte.
—¡Estás loca! ¿Qué pasa con tu prometido? —mascullo pasándome
la mano por el pelo de manera histérica.
Así me encuentro. Los nervios se han apoderado de mí tras la
impresión inicial y me odio a mí mismo al no encontrar la suficiente
voluntad como para no recrearme la vista con un cuerpo que tanto placer
me ha dado.
«No la volveré a tocar, no la volveré a tocar», empiezo a repetirme
una y otra vez, dando voz a mi peor pesadilla.
La carne es débil y la mía más.
—Ya estamos —se enfurruña yendo tras mis pasos a la vez que se
quita la dichosa gabardina—. Joder, Duncan, deja de pensar en él. Sabes
mejor que nadie que os necesito a los dos.
Giro mi cuerpo ido por completo y trago saliva al verla plantada en
mi salón. Su única indumentaria es el vestido rojo que me vuelve loco y
que deja a la vista…
¡¡Basta!!
—Y tú que jamás lo traicionaría. Por ese motivo me marché de
Nueva York.
Katrina deja el bolso en el aparador y se acerca con esa mirada felina
que va directa a mi entrepierna.
—No mientas, si te marchaste tan rápido fue a consecuencia de la
noche que pasamos follando como animales —ronronea pegándose a mi
cuerpo.
Es lista, muestra sus armas de cara y yo…
Yo no puedo resistirme.
Joder.
Y añade con un mohín en la cara:
—Me molestó lo indecible que ni siquiera te despidieses a la
mañana siguiente —susurra las últimas palabras pegándose a mí.
Conoce cada puto punto débil de mi cuerpo y cierro los ojos al sentir
su lengua pasando por mi cuello.
Es una delicia…
¿O no tanto?
Un fogonazo aparece de la nada, y voilà, Paula acapara mi atención,
lo hace entrando en mi mente y no tardo en apartarla.
—Katrina, por favor. Lo mejor para todos es que te marches.
—¿Todavía estás enfadado porque lo elegí a él?
—Ya no importa. No me debes ningún tipo de explicación.
—Igualmente te la daré. A ti te gusta demasiado tu vida de soltero y
antes, o después, te hubieses cansado.
Aprieto los dientes con fuerza y cierro los puños.
¿Cómo se le ocurre semejante estupidez?
—Estaba dispuesto a darlo todo por ti, y lo sabes.
—Cariño, soy consciente, pero la gran diferencia entre tú, y Eric, es
que jamás consentirías compartirme con nadie.
—¿Insinúas que conoce lo que ocurrió entre nosotros la última
noche que nos vimos?
—No.
—¿Entonces?
—Está realmente enamorado y me perdonaría, en el caso de que se
enterara. Estoy convencida.
—Katrina.
—¿Sí?
—Si lo amas no le hagas pasar por un trago así, por favor.
—¿Crees que no lo he intentado? No pretendo que sufra, pero te
mentiría si no te dijera que sigo pensando en ti. Es superior a mis fuerzas.
—Yo también pienso en ti, todos los días lo hago, pero no puede ser.
Es así de sencillo.
—¿Estás seguro?
Contengo la respiración en el instante en el que baja el tirante del
vestido. Debajo lleva un sujetador del mismo color y mis ojos se pierden
en el escote.
—Katrina, por favor, no me hagas esto. No puedo.
El sonido de su móvil se escucha en el momento más oportuno y lo
agradezco infinito, después oigo la conversación que mantiene y deduzco
quién es la otra persona.
Eric.
—Tengo que marcharme. Creí que dormiría más. Esta noche nos
vemos —se despide apurada.
No digo nada, me limito a mirar cómo se marcha y en cuanto lo hace
cojo la mochila del gimnasio.
Mi cabeza está a punto de explotar y necesito dar unas cuantas
hostias, ya, después, intentaré hablar con Paula. Debe pensar que soy un
mentiroso consumado y no sé el motivo, pero me importa demasiado lo
que opine acerca de mí. Tanto es así que estaba dispuesto a contarle todo.
Sí, todo.
Cuando la noche anterior adquirí ese compromiso sabía lo que hacía.
Mi rubia es especial y lo corroboré en cuanto la vi en mi despacho en uno
de los momentos más angustiosos que he vivido nunca. Significó mucho
para mí y es justo que lo sepa, aunque antes deberá esperar a que apacigüe
los cien mil demonios que pululan por mi interior y que dominan cada
resquicio de mi ser.

***

Paula

Se acabó. La providencial aparición de esa mujer al final ha obrado a mi


favor. De haberme quedado habría cometido un disparate y casi que le
agradezco la inoportuna visita.
Es la realidad. A un hombre de la talla de Duncan no le debe resultar
nada difícil decir las mentiras precisas con tal de llevarse al huerto a
cualquier mujer que se le resista, como es mi caso, y de ahí la constancia
por conseguirlo.
Supongo que me he convertido en un capricho excitante. Tanta
negativa y desplante junto ha conseguido lo que parecía improbable;
bueno, más bien un disparate, y por fin entiendo mi papel. Para él se trata
de un simple juego. Su experiencia es un grado y me gana por goleada, así
que, lo que ha sucedido es lo mejor para mí y la solución definitiva al
embrollo en el que me iba metiendo cada vez más.
¿Cómo fui tan ingenua?
Hay que ser tonta del culo para creerse las trolas que ha soltado por
su boca, empezando por lo de que era la primera que pisaba su casa, y
continuando por la chorrada de la exclusividad de los demonios.
¿Exclusividad conmigo?
Los cojones treinta y tres.
Llego a mi casa hecha un basilisco y voy directa a la ducha. Una vez
que termino me pongo mi pijama de Hello Kitty y me tumbo en el sillón.
Hoy no saldré en todo el día. No estoy de humor, y no, ni siquiera
para seguir mirando ofertas de trabajo.
Punto.

Duncan

Salgo del gimnasio con la misma sensación de pesar que con la que entré,
pero con una diferencia marcada: mis costillas.
Esto me pasa por bajar la guardia. Si es que no aprendo.
Paro en la primera cafetería que encuentro y pido un café. El
momento de dar alguna que otra explicación ha llegado. No lo puedo
demorar más y necesito que alguien desde fuera sea objetivo.
Y oye, que curioso, resulta que el primer nombre que me viene a la
cabeza es el de ella.
Mi rubia.
Menos mal que no borré su contacto.

Yo:
Hola, rubia.
No tarda en estar en línea y me pregunto si me contestará. Es la
primera vez que wasapeo con ella, pero con mi particular saludo no habrá
lugar a equívoco alguno.
Las señales azules corroboran que lo ha leído y no contesta.
Normal.
«Vale, captada la indirecta», sopeso con impotencia.
Y procedo a desnudar parte de mi alma.
Se lo merece.

Yo:
Supongo que estarás enfadada y no tienes motivos. No te he
mentido. Has sido la primera en entrar en mi casa. Cuando te dije lo de la
exclusividad hablaba completamente en serio.

Las rayitas confirman que sigue en línea y que, también, ha leído el


último wasap.
Voy bien.
Y continúo:

Yo:
La mujer que has visto es la novia de Eric, mi mejor amigo, y la
razón de marcharme de mi país.

Nada.

Yo:
Venga, rubia, aunque solo sea para mandarme a tomar por el culo
habla conmigo, por favor.

Más de lo mismo, pero, al menos sigue estando operativa, y algo es


algo.
«Vamos, tira de ingenio».
Y cambio de táctica enviando varios mensajes a la vez.
¿Conseguiré mi propósito?
Ya veremos, ya, Paula es dura de roer, lo he comprobado con creces,
y allá que voy. Dispuesto a matar.
Yo:
Si te digo que me he quedado fascinado cuando te he encontrado esta
mañana en mi cocina ¿me crees?

Yo:
Hazlo.

Yo:
Te estás convirtiendo en el soplo de aire fresco que tanto necesito en
estos momentos tan turbulentos. La visita de Katrina me ha
desestabilizado en todos los sentidos y necesito desahogarme con alguien.

Yo:
Ahora sí te estoy mintiendo. Con quien necesito hacerlo es contigo.
Solo contigo. Llámame loco si quieres, empiezo a barajar la idea de que lo
estoy.

Suspiro a medida que los segundos van pasando.


Nada.
Sigue empeñada en no contestarme y termino echándole un par de
huevos.

Yo:
Paula, te lo suplico, háblame.

En cuanto lee su nombre se obra el milagro y aparece en la esquina


la palabra mágica.
Escribiendo.
Esta es mi chica.

Rubia:
Aquí estoy.

A Paula le bastan dos simples palabras para desarmarme por


completo.
¿Por qué no has aparecido antes en mi vida?
Yo:
Gracias.

Rubia:
No me las des. Lo de gilipollas viene conmigo de fábrica y no
escarmiento. Te veo en un par de horas en tu local.

Sale de la aplicación y prefiero no contestar.


Bastante la he atosigado ya.
CAPÍTULO 20

Paula

Accedo al As de Corazones y me resulta extraño tanto el silencio que lo


envuelve como lo vacío que está. Apenas si hay unos pocos empleados y
él.
—Hola —saludo con frialdad una vez que acorto la distancia que nos
separa.
Las veces que he estado en su local nunca lo había visto dentro de la
barra y el gesto me sorprende. No debe de ser muy habitual el que reponga
las bebidas como si fuese un camarero más.
—¡Anda! Si ha venido mi heroína preferida —me intercepta Bea en
cuanto se percata de mi presencia y se acerca para darme dos besos—,
gracias por lo de anoche, te debo una. Sin ti no sé lo que habría sido capaz
de hacer el que tú ya sabes —susurra en mi oído para que solo yo la
escuche.
—Empiezo a pensar que me equivoqué —contesto con pesar.
—No lo hagas, desde que apareciste el yanqui ha dejado de ser un
grano en el culo y se ha convertido en una simple molestia.
Me parto de la risa con su comentario y Duncan se limita a
observarnos.
—Jefe, ¿de verdad no vas a intervenir cuando sabes que te estamos
poniendo a caer de un burro?
—Si las dos únicas mujeres que más me importan en este momento
actúan así será porque me lo merezco.
—¿Lo ves? —alza el tono Bea con una sonrisa de oreja a oreja—,
empiezo a pensar que me han cambiado al gruñón de siempre por un oso
amoroso.
—Tampoco te pases.
—A la orden, jefe, os dejo antes de que se llene esto. Hoy va a ser
una noche de locos con Eva enferma.
—¿Por eso estás dentro? —pregunto con interés.
—Sí, hoy toda ayuda será poca. Ven, vayamos al almacén.
—¿Al almacén? —Arrugo la nariz incrédula.
—Ajá —comenta como si nada, acudiendo a mi encuentro con una
naturalidad innata.
Y me deja sorprendidísima al coger mi mano y llevarme hasta ese
lugar. Una vez dentro suelta el agarre y se apoya en una fila de barriles de
cerveza.
—Duncan.
—¿Sí?
—¿Por qué no mantenemos esta conversación en tu despacho?
—Porque estoy dispuesto a seguir ofreciéndote exclusividad
absoluta y aquí nunca he traído a ninguna mujer.
¿Ehhh?
Pues la cosa empieza con intensidad, sí.
—Vale —es lo único que digo antes de imitarle y dejar mi cadera
posicionada sobre unas cajas apiladas de botellines.
—¿Por dónde quieres que empiece? —insinúa cambiando el gesto y
permitiendo que sea testigo de la melancolía que lo sacude.
El impacto es brutal, aun así digo:
—Por el principio.
—Lo haré.
Coge aire, baja el mentón, se toma su tiempo, y, finalmente, suelta lo
que lleva dentro.
—Conocí a Eric en Reino Unido, allí estudiamos juntos y nuestros
caminos nunca más se distanciaron, convirtiéndonos en inseparables.
»Hay veces que debo acudir a las fiestas aburridas que mis padres
organizan, esas que luego salen en la prensa, y en una de ellas conocimos a
Katrina.
»Desde el primer instante los dos caímos rendidos a sus pies y
llegamos a un acuerdo. Pelearíamos por ella, y sí, me refiero a que por un
tiempo la compartimos.
»Al final, lo eligió a él y, la última noche, antes de desaparecer de
Nueva York, se presentó en mi casa. Eric le había comentado mis
intenciones de marcharme y cuando llegó estaba borracho como una cuba,
como decís aquí, y no recuerdo nada más. Tenía la esperanza de que no
hubiese sucedido nada entre nosotros, era la novia de mi amigo, pero ayer
confirmó mis peores sospechas.
»Según sus palabras textuales «follamos como animales» y me
recrimina que le dolió mucho que no me despidiera de ella a la mañana
siguiente.
»Desde ese día no habíamos vuelto a hablar. La bloqueé en el
teléfono y pensé que la distancia conseguiría que nos olvidáramos
mutuamente.
»Eso es todo.
Guau. La sinceridad en el relato se ha sumado al desgarro
emocional, y a la carga que lleva a cuestas, y entiendo su manera de
proceder cuando acudí a su rescate tras la llamada agónica de Bea.
Su desesperación sigue ahí, la percibo con una nitidez increíble y la
paradoja del asunto es que duele.
Sí, a mí también.
No soporto verle así. Su vulnerabilidad impacta de lleno con cada
uno de mis sentimientos y actúo según me dicta el corazón. Es entonces
cuando hago borrón y cuenta nueva, después voy a su encuentro y lo acojo
entre mis brazos, ofreciéndole el cobijo que tanto precisa.
Mis padres me han enseñado que un buen abrazo sana cualquier tipo
de herida y lo intento con él; con el hombre que ocultaba bajo llave una
historia dura donde las haya, y con el hombre que acaba de ofrecerme su
alma entera a cambio de darle voz al tormento que lleva dentro.
El detalle es revelador y olvido la cantidad de insultos que le he
dedicado al creer que había sido objeto de un engaño desproporcionado
por conseguir un simple polvo.
Ahora sé que siempre me dijo la verdad y me dedico en cuerpo y
alma a que se haga a la idea de que puede contar conmigo, es por ello que
no rechisto cuando finalizamos el abrazo y decide sentarme sobre su
regazo.
Precisa de mi contacto físico para no sentirse solo y ni loca voy a
negárselo.
—Ehhh, Duncan…
—¿Sí?
—Es que me han quedado algunas dudas y me preguntaba si…
—Joder, rubia, tú conmigo puedes hacer lo que quieras después de
conseguir que durmiera en la otra puta habitación de mi propia casa, ya
deberías de saberlo. —Opta por destensar una escena de dimensiones
estratosféricas y tira de humor.
Se lo agradezco.
—Está bien. Por partes, ¿Eric intuye lo que pasó la noche antes de
venirte a Madrid? —voy directa al grano.
—No.
—¿Por qué dices que tenías esperanzas de que no hubiese ocurrido
nada?
—Porque cuando digo que no me acuerdo de nada no es cierto, tengo
lagunas considerables, bebí mucho, sí, pero no guardo ninguna imagen de
índole sexual entre los dos.
—Vale. ¿Durante cuánto tiempo mantuvisteis la relación de tres?
—Medio año.
—¿Medio año? —alzo la voz sin apenas darme cuenta.
—Sí. Cometimos la imprudencia de pensar que no nos afectaría,
pero lo cierto es que casi acabó con nuestra relación de hermandad. De ahí
a que le diésemos un ultimátum, y de ahí la obligación a que se decantara
por uno.
»Entiendo que te lleves las manos a la cabeza, es de locos, pero al
final supimos solventar el asunto y no volvimos a hablar acerca de un
tema tabú; fue entonces cuando viajé hasta aquí. Supuse, erróneamente,
que serviría para mantenerme alejado de la tentación y di por hecho que
con mi actitud ella se daría cuenta de que mi decisión nunca cambiaría.
»Fallé.
»Tú mejor que nadie sabes su manera de proceder en cuanto abrí la
puerta y siento que fueses testigo. De todos, en esta historia, eres la única
que debería haberse mantenido al margen y al final la mierda te ha
explotado en toda la cara.
»Yo hablándote de la importancia que suponía para mí que fueses la
primera en entrar en mi casa y fíjate el resultado. Esta mañana seguro que
me has odiado bastante.
—Un poquito, sí, tampoco voy a mentirte. Solo que ahora todo ha
cambiado.
—Paula.
—¿Sí?
—¿Tú estarías dispuesta a hacerme un favor?
—No lo dudes.
—No creo que tarden en aparecer por la puerta y necesito que te
quedes.
—¿Para qué?
—Para frenar a Katrina.
—¿Y por qué no hablas con tu amigo? Debes hacerlo.
—¿Y decirle que le traicioné por el puto alcohol? No puedo, le
perdería para siempre.
—Ahí te equivocas, no lo sabes, y en el caso de que termine
enterándose por otro que no seas tú será peor.
—Lo sé.
—Además, no creo que tarde en sumar dos más dos si ella sigue
empeñada en seguir viéndoos a escondidas. En un momento o en otro, os
pillará, y lo que todavía no me ha quedado claro es si de verdad no quieres
nada con Katrina.
—Por supuesto que no. Jamás le volvería a hacer daño a mi amigo,
jamás. Y después de estos meses he empezado a sopesar que Katrina es un
mero capricho, pero no lo puedo concretar al cien por cien. Esta es mi
penitencia y solo tú eres testigo.
—Joder, Duncan. Menudo marrón tienes.
Él cierra los ojos, deja caer el mentón y se apoya con suavidad en mi
cabeza.
—Por eso te necesito, rubia, para que frenes los intentos de
acercamiento, en el caso de que se le ocurra intentarlo de nuevo.
—Oye, oye, ¿me estás pidiendo permiso para usarme a tu antojo?
—No, te estoy suplicando que no me dejes solo con ella. Mis dudas
no me importan en absoluto, y ya te lo he dicho. Nunca más volveré a
tocarla. Mi amistad con Eric está por encima de todo.
—Ya. ¿Y cómo has pensado hacerlo?
—Sé que estás buscando trabajo, cuando coincidimos por casualidad
lo averigüé y ya lo has escuchado, una de nuestras camareras está enferma.
—Yo. De camarera…
—Ajá, solo hasta que encuentres algo de lo tuyo. Soy millonario y
puedo hacerte una oferta demasiado tentadora.
—Mmm, —sopeso con tranquilidad—, pues yo soy pobre, mi padre
se ha quedado en el paro y no podré seguir pagando el alquiler, así que me
aprovecharé de ti. ¿Cuál es la oferta? Y piensa en lo torpe que soy, no vaya
a ser que te rompa toda la cristalería y después vengas diciendo que la
tengo que pagar.
—Ja, ja, ja, joder, rubia, eres tremenda. ¿Qué te parecen dos mil
euros?
—¿¿Qué?? Ni de coña.
—¿Por qué?
—Porque una cosa es aprovechar la situación y otra que cobre más
que el resto. No es justo.
Duncan fija su mirada en mí, besa mi mejilla y susurra con una voz
que me vuelve loca:
—Ay, Paula, Paula, como sigas así terminaré rendido a tus pies.
¿Sabes lo única que eres?
—Sí, sí, déjate de zalamerías y venga, tengo mucho que aprender y
disponemos de poco tiempo.
—Vale.
Y esta es la forma de solventar el problema económico que tenía, y
lo cierto es que lo de trabajar para él me garantizará seguir a su lado. Hoy
más que nunca es lo que quiero y ya veremos lo que nos deparará el
futuro… sin contar a la pesada de Katrina. La muy lagarta es la que ha
jugado mejor sus cartas y la que dispone de cada uno a su antojo, o eso
cree, porque lo cierto es que no voy a ponérselo nada fácil y permaneceré
ojo avizor con tal de que no se acerque al hombre de mis sueños.
Sí, lo es, ya lo sabes, y ahora que he tomado una decisión no me
bajaré del carro. Sigo dispuesta a catarlo y después ya veremos qué sucede
entre nosotros.
¿A quién le amarga un dulce?
A mí, desde luego, no.
Ya era hora de entenderlo. Tampoco era tan difícil, ¿no?
CAPÍTULO 21

Paula

El odio hacia Katrina se multiplica según va avanzando la noche.


La muy lagarta aprovecha cualquier ocasión para acercarse a Duncan
y habría que estar ciego para no darse cuenta.
¿O seré yo la que veo indicios donde no los hay?
Puede ser. Ahora que conozco toda la historia digamos que estoy
más susceptible que nunca y cada vez que percibo cómo se pega a él he de
morderme la lengua y contener mis impulsos más primarios.
Si por mí fuera le cruzaría la cara de una bofetada, o ya que estamos,
mejor de un puñetazo.
¿Cómo puede tener la poca vergüenza de tontear delante de su
novio?
Plas.
Otra Coca-Cola que rompo y la recojo con rapidez. Debido a mi
torpeza me han relegado a lo más simple, a sacar los refrescos que me
vayan diciendo y no es fácil. La velocidad a la que me lo solicita la
camarera que me han asignado es bestial y juro por Dios que hago todo lo
que puedo.
Entre centrarme en lo que me pide, extremar las precauciones para
no cortarme cuando rompo algo, y vigilar a Duncan cada vez que sale de la
barra, tengo bastante y las horas pasan con una rapidez increíble. Aunque,
aquí haré un inciso. Únicamente cuando el yanqui ve conveniente pasar
por detrás de mí el tiempo se detiene. El muy cabrito siempre aprovecha la
ocasión para rozarse a su antojo y el juego que se trae entre manos eleva la
temperatura de mi cuerpo hasta límites insospechados.
Y ya, cuando susurra algo en mi oído me pone a mil. Como el
experto que es interpreta un papel estelar, juega a seducirme a la vista de
todos y ya te avanzo que me tiene loquita perdida.
Menudo canalla, pretende darle en los morros a la susodicha y a la
que aniquila con la mirada es a mí.
¿Te lo puedes creer?
Esto no va a acabar bien. No tiene buena pinta y ojalá esté
equivocada, y no me refiero a la soberana estupidez de prestarme a un
juego del que saldré escaldada, sino a la interpretación de sus palabras.
Según su confesión cabe la posibilidad de que siga sintiéndose atraído por
ella, no está seguro, y los meses que han permanecido alejados lo ha
llevado a otro tipo de suposición.
Nunca con anterioridad le habían dado una negativa, quizá, por ello,
confunda sus sentimientos y lo que ocurre es que se ha convertido en un
mero capricho con principio y final, y reconozco que sería el mejor
escenario posible. De lo contrario, ¿en qué puesto quedaría relegada yo?
Ahí está el quid de la cuestión. En mi poder tengo multitud de
papeletas para que me rompan el corazón en mil pedazos y mi disposición
a ayudarlo no varía, al contrario, el empeño por luchar contra viento y
marea con tal de alejarlo de una mujer que no le hace ningún bien es el que
es y espero que su relación con Eric no se resienta, aunque insisto. Se
equivoca al no decirle la verdad. Solo así terminaría con un martirio real y
podría significar un antes y un después en su vida.
Regreso a la realidad y observo a la pareja por enésima vez. No me
gusta lo que veo. Eric va bastante perjudicado, al parecer ha bebido
demasiado e incluso empieza a tambalearse, lo que me lleva a leer entre
líneas.
¿Ha recurrido al alcohol por mera diversión o por el contrario para
ahogar las penas?
Bueno, lo realmente importante es que el problema con el que
empezamos la jornada de momento está resuelto. Debido a la cogorza que
lleva, los dos se despiden al rato y ya queda menos para que tomen rumbo
a su siguiente destino. París.
Una vez que se marchan, nosotros continuamos trabajando codo con
codo, ninguno de los dos tiene experiencia en servir copas, pero ahí
seguimos, al pie del cañón mientras me resarzo de sus continuos avances.
Significan mucho para mí, y ahora más si cabe, teniendo en cuenta que
ella ya no está.
Si soy realista entendería que necesitase un tiempo para aclarar sus
posibles dudas e incluso estaría bien, pero lo cierto es que cada uno de sus
actos verifica otra realidad bien diferenciada.
Hablo de la dedicación continua hacia mí y mentiría si dijese que me
sobrepasa. Al revés, me encanta y cada vez que ejerce ese rol de playboy
me relamo de gusto.
Es un provocador nato, pero a la vez me respeta. Con sus tiras y
aflojas lo que persigue es que sea yo la que dé el primer paso, no quiere
precipitarse y con su actitud no tardaré en hacerlo, aunque antes hemos de
solventar el asunto pendiente que lleva nombre y forma de mujer.
Me acostaré con él, sí, pero cuando sepa lo que quiere de verdad, y
que conste que no hablo de ningún principio de relación ni nada que se le
parezca. En el caso de que se dé cuenta de que Katrina ya no le importa no
cometeré el grave error de pensar en noviazgos ni en gilipolleces varias.
Con un hombre como él no.
Ni en broma.
No estoy tan loca.
¿O sí?

***

—Rubia, ¿cuando terminemos puedo llevarte a casa?


Y ahí está, aprovechando la ocasión para rozar su torso contra mi
espalda, mientras noto su cálido aliento.
Plas.
El refresco que sostengo entre los dedos cae al suelo y se rompe, y
ya es el décimo.
—Oye, ¿tú de qué vas? Deja de buscar cualquier excusa para
magrearme. Mi jefe me va a despedir el primer día si sigo rompiéndolo
todo —bromeo dedicándole una sonrisa de oreja a oreja y con la cara
como un tomate maduro.
—Eso no va a ocurrir.
—¿Ah, no?
—No. Hablaré con él si es necesario. Tú te quedas —sonríe
mostrando una cara de niño bueno que ni él se cree—. ¿Sabes? Nunca he
acompañado a una mujer a su casa sin haber mantenido sexo con ella
antes, ahí lo dejo, así que puedes estar contenta.
¿Perdona?
—¿Y tú sabes que me pones nerviosa con tanta exclusividad junta?
—No haberla pedido —dice tan tranquilo—, en media hora nos
largamos. Ni un minuto más, ni un minuto menos.
—Duncan…
—Tranquila. Te acompañaré y me portaré bien, tipo a darte un beso
en la mejilla de buenas noches, y después me marcharé a mi apartamento.
Hoy ha sido un día de muchas emociones y los dos debemos sopesarlas
con tranquilidad.
Mecagoentodoloquesemenea.
«¿Pero este tío de verdad que es real?», me pregunto una vez más,
como si pensándolo fuera a desaparecer o algo parecido.
Y, de seguido, expulso el aire de a poco, giro el cuello en busca de su
mirada, separo los labios con nerviosismo y le hago una pregunta con el
corazón encogido:
—¿Hablas en serio?
—Sí, por supuesto que hablo en serio. —Cambia de registro
mostrándome una parte de sí mismo inalcanzable para el resto de los
mortales.
Significativo, ¿no te parece?
Y remata con otra frase que tambalea mi mundo entero.
Esta es:
—Paula. No quiero hacerte daño. A ti, no.
Roza mi cuello con sus labios y se marcha con una botella de ron en
la mano. Así, sin más, mientras yo me apoyo sobre lo primero que pillo
debido a la carga emocional de sus palabras.
Y, por un instante mágico, cometo la locura de cerrar los ojos para
dejarme llevar por mis mil quinientas ensoñaciones juntas. Me siento
como la protagonista de mis novelas favoritas y la felicidad se extiende a
lo largo y ancho de un corazón que rebosa de felicidad gracias a la
colaboración de mi príncipe azul.
¿Quién dijo que no existían?
Mintió.

***

Los treinta minutos se terminan convirtiendo en eternos y no dejo de mirar


el reloj. Mi mente hace mucho que ha desconectado de la realidad y en lo
único que piensa es en ese paseo y en ese beso que me dará en la mejilla
una vez que me acompañe hasta mi casa.
Jo. La de veces que he leído una escena igual o parecida, y fíjate,
ahora seré yo la que lo viva en primera persona.
¿No es ideal?
«Frena, Paulita, deja de soñar despierta o será peor para ti», me dice
una vocecilla interna a la que prefiero obviar.
¿Frenar?
¿Yo?
¿Ahora?
Ni loca.
Y cuando voy a salir de la barra para ir en busca de mi abrigo y de
mi bolso, la novela romántica que había ideado va y se rompe en mil
pedazos, convirtiéndose en mi peor pesadilla.
¿Por qué?
Fácil, la culpa la tiene la Katrina de los cojones y las ganas de
llevarse al huerto al que es mi príncipe azul.
Joder, anda que ha tardado en deshacerse de su prometido para
regresar al As de Corazones...
Pero esta tía, ¿de qué coño va?
Mis peores presagios aparecen en cuanto me fijo en su siguiente
movimiento, y no es otro que dirigirse a Duncan en el instante en el que
aparece en su campo de visión. El pobre viene del baño y ni siquiera sabe
lo que se le viene encima.
Su presencia es lo que menos se espera y la verdad es que habría que
estar ciego para no saber lo que esa bruja ha venido a buscar «en
concreto».
Y es, en ese momento preciso, cuando recuerdo la esencia del local
en sí y me dirijo a la copa gigante en la que todavía quedan algunas cartas.
Es ahora o nunca, lo que significa que la hora de jugar es esta y la
disposición a llegar hasta el final me encumbra a lo más alto.
Rebusco en el interior. Cojo dos ases de corazones bajo la atenta
mirada de Bea y, a continuación, acelero el paso hacia el hombre por el
que estoy dispuesta a estrellarme mil quinientas veces seguidas o las que
hagan falta.
Sí, como lo lees, y eso significa que, de momento, lo del paseo a la
luz de la luna y el beso en la mejilla deberá esperar. Hay ciertos asuntos
que requieren más importancia y empezaré por subir la temperatura del
local.
¿Lo lograré?
«Yanqui, prepárate, voy a por ti y espero que no me hayas mentido
en lo referente a no hacerme daño; cabe la probabilidad de que no me sigas
el juego y entonces el ridículo sería de dimensiones estratosféricas,
aunque no es el momento de pensarlo, ahora, lo único que importa en
realidad es ver cómo se desarrolla mi plan. Todo lo demás puede esperar».
La locura que he ideado sobre la marcha ya no la para nadie, y así,
con la decisión dibujada en mi cara me interpongo entre los dos, antes de
que la lagarta llegue a su objetivo, y con sutileza le meto en el bolsillo
trasero uno de los naipes. De seguido le muestro la que me he quedado yo
y añado con una intencionalidad que no deja lugar a la confusión:
—Jefe, mi turno ha terminado y quiero divertirme un rato. ¿Tienes el
as de corazones?
Clara.
Concisa.
Y lo que es mejor: directa al grano.
CAPÍTULO 22

Unos minutos antes

Duncan

«Vaya, vaya, con mi rubia», sopeso al verla acercarse con pasos


apresurados una vez que regreso del baño.
Al parecer tiene las mismas ganas que un servidor de que la
acompañe a su casa y es una verdadera lástima que me haya
comprometido a ser todo un caballero.
Sí, yo.
¿Qué más conseguirá? Paula se está convirtiendo en varias de mis
primeras veces y por incomprensible que parezca tengo claro que no voy a
salir corriendo, cuando lo cierto es que debería de estar muerto de miedo.
Ay, Paula, Paula, si ya lo he dicho en más de una ocasión. Lo que no
consigas tú…
¡Un momento! Hay algo que estoy pasando por alto, y es que, si de
verdad está ansiosa porque la acompañe, ¿a qué viene esa cara de
circunstancias?
Lo adivino enseguida, mi sexto sentido me da la pista y oteo el
horizonte con un malestar general hasta que…
Me cago en su puta estampa. ¿Qué hace Katrina aquí?
No, no, esa no es la pregunta correcta, así que, mejor, la rectifico por
otra que se adecúa más a la peliaguda situación.
Esta es:
¿Qué hostias hace sin Eric aquí?
Joder. La muy cabrona sigue insistiendo, no va a darse por vencida
así como así y solo espero que logre estar a la altura de las circunstancias.
¿Y si al final caigo en la tentación?
Me conoce demasiado bien y…
¡Los cojones! Me basta desviar la atención y fijarme en Paula para
que se me acabe tanta tontería junta.
Lo de que no pretendo hacerle daño es veraz como la vida misma y
ni por asomo consentiré que nadie se lo haga.
N-a-d-i-e.
Incluida la responsable de no aceptar mi negativa. Con su
comportamiento deja en evidencia que viene a por todas y esta vez estoy
preparado. Lo que ha sucedido por la mañana no se volverá a repetir y
lucharé con ahínco para que Paula no se lleve la peor parte.
Me niego en rotundo, mientras advierto la carrera de mi nueva
empleada, la cual logra su propósito y por los pelos, pero llega antes y
noto cómo introduce algo en mi bolsillo trasero del pantalón.
¿Qué será?
Y de repente:
—Jefe, mi turno ha terminado y quiero divertirme un rato. ¿Tienes el
as de corazones?
El tono que emplea es lo suficientemente alto para que la otra parte
lo oiga y detiene los pasos con el semblante rojo de ira.
«Bien hecho. Aquí y ahora no existe cabida para alguien como tú,
Katrina. Hace meses que perdiste tu oportunidad y si tengo que ser yo el
que elija jamás cometería el mismo error».
Ya no.
Ni aunque fuese la última mujer que existiera en el planeta.
¿Y de verdad supuse que podría caer en la tentación?
¿Qué tentación?
Esa mujer dejó de existir desde el instante en el que prefirió a Eric y
por fin me doy cuenta.
La hostia, menudo alivio.
Y aparto de mi cabeza unas suposiciones que por ahora no me
interesan, ¿cómo hacerlo cuando tengo en bandeja el premio que tanto
ansío?
A tomar por culo el paseo y el beso en la mejilla.
Y es entonces cuando saco la carta que ella misma ha depositado en
mi bolsillo, le sigo el juego y se la muestro para, después, coger su mano y
llevarla sin dilación alguna hasta la barra principal.
Una vez allí, dedico unos instantes a aniquilarla mediante una
mirada cargada de intenciones, antes de susurrarle con una voz
enronquecida por el deseo:
—Joder, rubia, lo conseguiste. Me tienes a tus pies y ha llegado el
momento de darme por vencido. Haz conmigo lo que quieras.
La carga de erotismo es brutal y contengo las ganas de comerle la
boca en condiciones. No ha vuelto a ocurrir desde nuestro primer beso y
recordar que fue aquí, en el mismo lugar, me la pone más dura todavía.
Y digo lo de contener las ganas porque sigo emperrado en darle su
espacio. Es ella la que tiene el control y, por tanto, es la que decide cuál
será nuestro siguiente movimiento.
Así de sencillo.
Un segundo es lo que tarda en abalanzarse sobre mí y…
Ahora sí que sí me olvido de la contención, los propósitos de ser un
caballero y su puta madre, sus labios son pura adicción y todavía no
entiendo cómo he podido soportar tantos días sin saborearlos.
Y mientras nos dedicamos en cuerpo y alma a devorarnos
mutuamente la gente que nos rodea empieza a contar entre vítores varios.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once,
doce…
Ni cuenta que me doy. ¿Cómo hacerlo cuando por primera vez siento
lo que es un beso de verdad?
La realidad supera la ficción y entiendo que todos hasta la fecha
acaban de borrarse de mis recuerdos. Todos menos los suyos y mucho me
temo que no habrá cabida para ninguno más…, de momento, que tampoco
es que haya perdido el norte de sopetón, ¿eh?
Sí, ya sé que es de locos, tratándose de alguien como yo, y por ese
motivo prefiero ser cauto.
Mi soltería es sagrada, por mucho que Paula sea especial, y solo el
tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Mientras tanto, me dejaré la piel a
tiras por la única mujer por la que incluso llego a sentir mariposillas en el
estómago… y no.
De aquí no saldrá jamás y queda entre tú y yo.
Te lo juro.
Antes me corto el cuello.

***

Katrina

Algo dentro de mí se resquebraja ante una escena tan dantesca. Hasta hace
nada Duncan se dedicaba a comer de la palma de mi mano y no es fácil
contemplar la cruda realidad.
Mi sexto sentido me indica que esa mujer significa algo para él. No
es un mero capricho y lo he corroborado esta misma mañana, cuando casi
se da de bruces conmigo al salir pitando de su casa.
En un principio no quise darle importancia al hecho de
encontrármela en su apartamento, pero he de ser franca conmigo misma.
Sí, aunque duela.
Ni siquiera yo, cuando estábamos juntos, tenía la potestad de
llevarme a su lugar sagrado, según él era una manía y mira ahora. Le han
bastado tres simples meses para cambiar de opinión y no lo entiendo.
¿Por qué ella sí?
Si apenas la conocerá…
¿O quizá esté interpretando un papel estelar para que lo deje
tranquilo?
Mmm, puede ser. Con lo metódico que es me resulta casi imposible
su nueva forma de actuar y no me quedaré de brazos cruzados viendo
cómo se comen los morros, cuando es a mí a la que debería de estar
besando como si no hubiese un mañana.
La compenetración entre nuestros cuerpos ha sido siempre de diez y
como tal tengo el derecho a reclamar mi lugar ahora que he entendido que
Eric no es suficiente para complacerme, los sigo queriendo a los dos y
lucharé con uñas y dientes hasta que lo convenza.
Si somos discretos podremos con ello y evitaremos un sufrimiento
innecesario.
Y así, segura de lo que quiero, voy y le doy unos golpes en el
hombro para que cese el espectáculo que dan y que los gilipollas que hay
alrededor corean y jalean con un ruido desproporcionado.
—¿Habéis terminado? —me dirijo a Duncan aniquilándole con la
mirada—, porque de no ser así puedo esperar. He dejado a Eric en la cama
y pasarán horas hasta que se despierte, lo que significa que no tengo prisa
alguna y no me marcharé de aquí hasta que mantengamos una
conversación… o lo que se tercie.
Lo último lo digo mirando a la tía a la que no soporto y espero que
no nos dé mucho el coñazo.
Como distracción por un rato está bien, pero mi Duncan necesita
otro tipo de entretenimiento y yo conozco cada una de sus debilidades, lo
que significa que cuento con ventaja.
Y voy a aprovecharla.
Faltaría más.

***

Duncan

Unos golpes en el hombro son los culpables de que vuelva a la realidad y


maldigo en varios idiomas a la vez.
Joder, pero mira que es pesada.
¿A quién se le ocurre interrumpir un momento caliente, morboso,
intenso y especial como pocos?
Sí, especial. Lo ha sido de principio a fin. Esos labios, esa lengua,
esas manos… Dios, estoy tan cachondo que la cargaría sobre mi hombro y
la llevaría a cualquier lugar con tal de satisfacer mis instintos más bajos,
esos mismos que ella ha despertado y que exigen su parte del premio.
Y aquí prefiero aclarar algo. Es mentira cuando me he referido a
cualquier lugar. Por incomprensible que parezca yo tampoco deseo
mantener relaciones sexuales en ningún sitio en el que antes se haya
producido intercambio de fluidos con otras y la obviedad cae sobre su
propio peso.
Ajá, has leído bien. Mi rubia se merece el cielo entero y mi
disposición a que siga siendo especial se eleva a la máxima potencia, con
su correspondiente exclusividad incluida. De ahí que no la suelte de la
cintura ni siquiera cuando ha llegado el momento de increpar a la pesada
de turno, y a la que hasta hace bien poco me refería como a la persona que
tenía una importancia relevante en mi vida, o eso creía en aquel momento.
Increíble, pero cierto.
Bendita distancia y, sobre todo, bendita la hora en la que Paula llamó
mi atención la primera vez que apareció en mi local de aquella forma tan
natural, dándose de bruces contra el suelo.
Cada vez que echo la vista atrás no hay una sola vez en la que las
comisuras de mis labios no se eleven hacia arriba y afronto la dicha de
tenerla entre mis brazos, ejerciendo un control férreo sobre ella.
Es por ello, que le termino susurrando al oído con una sinceridad
brutal:
—Rubia, si me quedaba alguna duda al respecto el beso que me
acabas de dar la ha mandado a la mierda, que lo sepas.
Su respuesta llega a través de una sonrisa tímida y de su
característico rubor en sus mejillas.
Y me encanta.
No te voy a engañar.
—Duncan, ¿quieres hacer el favor de dejar de hacer el gilipollas y
prestarme atención?
La voz de Katrina se lleva cada uno de mis pensamientos, todos
positivos, y ella solita consigue que un cabreo ni medio normal aparezca
de la nada.
—Deberías estar al lado de Eric, ¿a qué has vuelto?
—A terminar lo que no hemos podido esta mañana —suelta con una
decisión arrolladora, fulminando con su mirada a Paula.
A mi entender no soporta verme con otra y lo siento, es lo que hay.
—Ni en tus mejores sueños, Katrina.
—¿Podemos discutirlo en algún lugar con menos ruido y sin
compañía no deseada?
—Depende.
—¿De qué?
—Más bien de quién —pronuncio ignorándola para pedirle permiso
a la chica que mantengo pegada a mí como si mi vida dependiera de ello
—, ¿qué dices, rubia?
—Que te espero aquí.
—¿Estás segura?
—Sí.
—Me alegro, porque sigue en pie mi proposición, aunque con
algunos cambios significativos.
Antes de marcharme a mi despacho beso sus labios una vez más y le
guiño un ojo.
Mi pretensión pasa porque cumpla su palabra y no se marche. Si de
mí dependiera olvidaría a Katrina, pero es cierto que cuanto antes
mantengamos la conversación que tenemos pendiente, mejor.
Por fin estoy preparado, o al menos eso espero.
—Bien, tú dirás —es cuanto digo una vez que llegamos al lugar que
ha sido visitado por tantas.
Y me posiciono frente a la cristalera, no sea que a mi rubia le dé por
largarse sin mí y ni siquiera me dé cuenta.
—¿Cuánto va a durar este castigo?
—No te estoy castigando, Katrina, y por favor, date prisa. Paula me
espera.
—Paula, Paula… déjate de gilipolleces. Ni en cien años podrías
engañarme y esa mujer es un simple ligue.
—Si tú lo dices…
Y una Katrina acostumbrada a salirse siempre con la suya decide
recurrir a lo que siempre le ha servido.
Es entonces cuando acorta la distancia y trata de besarme.
No la dejo.
—Ya te he dicho que no volveré a tocarte. ¿Qué parte no has
entendido?
La incredulidad se abre paso y una mujer segura de sí misma da un
paso hacia atrás.
—¿Acabas de rechazarme? —se enfurruña como si se tratase de una
niña pequeña.
—Sí, es justo lo que acabo de hacer.
Y leo en su mirada lo furiosa que está, parece que por fin va
entendiendo la realidad y aprovecho para soltar lo que llevo dentro.
—¿Sabes? No puedes pretender venir aquí como si nada hubiese
pasado y creer que sigo dispuesto a meterme entre tus piernas. Mis
principios siguen siendo los mismos, y te lo repito, Eric está por encima
de los dos. Lo siento.
—Pero ¿tú de qué vas? —me increpa alzando la voz.
—¿Yo? Ya lo has visto, me está costando, aunque por fin empiezo a
encauzar el grave error que cometí contigo.
—No podrás.
—Eso mismo creía, hasta que la chiquilla que has visto consideró
salvarme el pellejo.
Vaya, lo que ha cambiado la historia desde esta mañana ahora.
Supongo que será porque el factor sorpresa ya ha pasado y me alegra poder
hablar con tanta sinceridad.
—Mientes —ruje tapándose los oídos—, ese lugar me corresponde a
mí y te lo ruego, volvamos a lo de antes.
—Llegas tarde.
—¿Qué?
—Ni siquiera sin Eric volvería contigo. Ya no.
Mis palabras no las soporta, son demasiado para una mujer
acostumbrada a dominar siempre al resto y el resultado le juega una mala
pasada.
—Eres un hijo de puta. ¿Cómo te atreves a rechazarme de nuevo? La
otra vez fui considerada y te perdoné, pero esta…
Sus palabras me dejan desubicado.
No sé de lo que habla.
—¿La otra vez? ¿Qué quieres decir?
—Nada —recula sobre la marcha.
—¿Qué me estás ocultando?
—Ya te he dicho que nada, y te aviso, te doy de plazo hasta que
mañana nos volvamos a ver, si no accedes a mi petición le diré a Eric que
llevamos viéndonos desde que nos comprometimos.
—No te creerá, justo al día siguiente desaparecí.
—Sí, sí, pero no olvides lo que hicimos esa noche. Además, no me
tomes por tonta, he hecho varios viajes y me servirán de coartada. ¿Qué
pensará de ti cuando le diga que le mentí y que en realidad venía a verte
después de suplicarme una y otra vez?
—No te atreverás…
—Pruébame y lo verás.
—Estás loca, si continúas con un plan tan demencial no seré el único
que lo pierda.
—En eso te equivocas, cariño. Eric me quiere tanto que me
perdonará, aunque no puedo decir lo mismo de ti. Piénsalo bien, al fin y al
cabo nuestros encuentros serán esporádicos. Tampoco te pido tanto, así
que, ya lo sabes. Esperaré tu respuesta.
Y tal y como ha llegado se marcha, sin decir adiós, mientras me deja
con un mal sabor en la boca increíble.
Joder, ahora que por fin los dos acabamos de descubrir nuestras
respectivas cartas, sin pelos en la lengua, ¿qué se supone que debo hacer?
CAPÍTULO 23

Paula

Paseamos agarrados de la mano por las calles de Madrid tapados hasta las
orejas. El frío es considerable y, aun así, hemos preferido caminar hasta
llegar al barrio en el que vivo.
La verdad es que no me hubiese perdido este paseo ni con los
termómetros marcando cero grados. Sentirle a mi lado, unidos por el
simple contacto de nuestras manos es equiparable a la multitud de lecturas
que he devorado a lo largo de los años y… ¡Qué digo!, de equiparable nada
de nada.
Ni mil novelas juntas serían suficientes para describir un momento
tan tierno, especial y repleto de sensaciones increíbles al lado del soltero
de oro afincado en la capital por un tiempo determinado.
Todavía no me hago a la idea.
¿Cómo hacerlo?
Una hora después llegamos a mi portal. Durante el trayecto, Duncan
se ha dedicado a informarme de lo sucedido en su despacho y, también, de
la multitud de dudas que posee acerca de hablar o no con su amigo, y ahí
me mantengo en la misma posición.
Mi consejo sigue siendo el mismo y le comento, una vez más, que su
deber es decirle lo que ocurre.
Sí, al precio que sea. Yo no esperaría menos de mis amigos y de
estar en su lugar no volvería a hablarles si me ocultasen una información
tan relevante.
Para lo bueno y para lo malo, como en los votos matrimoniales.
—Es aquí, ¿quieres subir a tomar algo? —propongo con timidez y
con el corazón bombeando a mil por hora.
Mi invitación le provoca una sonrisa de macarra total que me
desarma por completo.
—Rubia, si subiera lo último que querría sería tomarme algo, tenlo
por seguro, y después de todo no sé si haríamos bien.
Duncan ha cambiado de parecer por vez consecutiva y yo me mojo
las ganas en el café, como dice la canción de Mecano.
—¿Y qué pasa en cuanto a lo de que seguía en pie tu proposición
pero con algunos cambios significativos?
—Tendrán que esperar. No hay prisa.
¿Qué?
No doy crédito a lo que suelta por su boca. Llevo parte del camino
con los nervios a flor de piel y ahora resulta que para nada.
—Paula. —Nos detenemos frente a la puerta y él aprovecha para
abrazarme. La ternura con la que lo hace amplía mis ganas de que suba y
mucho me temo que no lo convenceré—. Estos últimos días solo hemos
hablado de mí y te aseguro que cada vez me tienes más intrigado. Dime
qué pasó con la relación que tuviste.
Supongo que ha llegado el momento de dar voz a mi historia, es
justo después de su sinceridad arrolladora.
—¿Ahora?
—Sí, por favor. Necesito saberlo.
—Está bien.
Hablar de este tema no es de mi agrado y me aparto de sus brazos.
Prefiero interponer una distancia prudencial y comienzo con un resumen
general y breve a la vez.
Tampoco es que haya mucho que decir, la verdad.
—Estuve con Rafa dos años, más que novios éramos amigos que
compartíamos piso y nuestra relación se basaba en hacernos compañía,
más que nada.
—No te creo.
—Hazlo. Con él perdí la virginidad, creí que era el hombre de mi
vida y resultó un auténtico fiasco.
—¿Te engañó?
—Peor.
—¿Qué te hizo?
Su frase me pone los pelos de punta por el tono que emplea. No sé, a
simple vista parece que su propósito es el de protegerme a costa de lo que
sea y por mi bien espero no hacerme demasiadas ilusiones.
Este hombre no es para mí.
—Decirme lo mucho que se aburría conmigo cuando manteníamos
sexo, eso fue al medio año y después supongo que empezó a buscar fuera
lo que yo no le daba.
Decírselo ya no cuesta tanto y es toda una sorpresa. Los pobres de
Gus y de Inés tardaron semanas en sacarme alguna que otra pincelada en
cuanto a la relación anómala que mantenía y supongo que tendrán que ver
los meses que han pasado.
Al final lo de que el tiempo todo lo cura es veraz como la vida
misma.
—¿Por qué seguiste con él un año y medio más? —indaga a base de
pico y pala.
Me encojo de hombros.
—Supongo que por costumbre, no lo sé —digo apartando la mirada.
Me da vergüenza.
Y, de repente:
—¡La hostia! Paula, ¿cómo pudiste conformarte con un pusilánime
así?
Mi respuesta llega con otro encogimiento de hombros mientras él
sigue con su interrogatorio.
—¿Has vuelto a acostarte con alguien después de ese cabrón?
—No.
—¿No? —pregunta con los ojos como platos, completamente
trastornado por mi negación—, ¿cuánto hace desde que lo dejasteis?
—Ocho meses.
—¡Joder! pero… digo yo que al menos te habrás enrollado con
alguien aparte de él, ¿no?
—Bueno...
—Vamos, pequeña, dímelo.
Su «pequeña» impacta en el batiburrillo de emociones que pululan a
su libre albedrío y cojo aire por la nariz.
Es el momento de decírselo, por un instante supuse que se lo
imaginaría, pero no es así.
—Tú.
—¿¿Qué??
Su cara es un poema y permanece incrédulo ante mí, sin atreverse a
acortar la distancia que me he empeñado en anteponer.
Y le doy la estocada final.
—Tú has sido el primero, Duncan.
En shock, así se queda, y yo me limito a huir de su mirada una vez
más.
Admitir que no era deseada sigue costando y quizá sea el motivo de
tratar de evadirme con mil y una historias cuyo final feliz está siempre
garantizado.
—Así que era verdad…
—¿Cómo dices? —sugiero confusa y con un significativo brillo en
los ojos.
—Hablo de la insinuación de Inés cuando te llamó mojigata —
susurra con una calma extrema. Y como continúo sin mirarle es su mano
la que se posiciona con suavidad en mi mentón y lo eleva hacia arriba.
Solo entonces sigue atando cabos—, de tus continuos esfuerzos para que
entendiera que no eras una más, de tu manera de ser, de tu característico
rubor en las mejillas, y, sobre todo, de lo tremendamente equivocada que
estás si por un solo segundo has llegado a creer que lo de sentirte no
deseada es normal.
Cada frase impacta de lleno en mi pobre corazón y opto por una
salida fácil.
—Si te parece bien mañana seguimos hablando. Es tarde y…
—No. No me parece bien —me corta de sopetón.
—¿Perdona?
—Lo que has oído, Paula. De aquí no me muevo.
—Ehhh, no te entiendo, ¿qué pretendes?
—¿Todavía no lo has adivinado?
Según lo dice atrapa mi cintura, la pega a él y me arrincona entre su
cuerpo y la puerta del portal con la decisión reflejada en su cara, la cual
delata el nuevo escenario al que me enfrento, y trago con dificultad.
—Duncan…
—¿Sí?
—¿Qué haces?
—Demostrarte lo mucho que te deseo, rubia. Ese hijo de puta no
tiene ni la menor idea del pedazo de mujer que ha dejado escapar. Tu sola
presencia a mí me bastó para desear meterte en mi cama desde ese primer
día en el que me dejaste plantado y con una erección bestial, y te diré más.
Nunca follo en mi casa, es una regla sagrada, y fíjate que me importa una
mierda con tal de que seas tú la que siga regalándome todas las primeras
veces que a ti te apetezcan. ¿Qué te parece?
Madredelamorhermoso.
¡Que qué me parece, dice!
Pues hombre, no es demasiado difícil teniendo en cuenta que un tío
que parece un pecado divino ha decidido sublevarse.
«Ay, Jesusito de mi vida, si basta con fijarme en sus maneras para
que me ponga taquicárdica perdida».
Joder. Y eso sin contar el repaso que me da con sus ojos, no deja
lugar a la duda y se dedican a comerme enterita, mientras noto su cálido
aliento sobre una boca que pide exclusividad absoluta aunque sea por
tiempo limitado.
¿Se la dará?
Y comienzo a hiperventilar. Esto es más de lo que puedo soportar, o
eso es lo que creo, ya que el muy canalla es un experto en lo que hace y
una servidora se adapta como buenamente puede, al menos hasta el
instante en el que asalta mi boca.
Es entonces cuando el mundo se detiene. Solo existe él y lo de mojar
las ganas en el café va a ser que no, que ha pasado al olvido con una
facilidad sorprendente.
Bien por mí.
Y, en un acto de valentía absoluta, soy yo la que termino exigiendo
más a la vez que varios gemidos incontrolables se escapan de mi garganta.
—Duncan… —jadeo sobre sus labios sintiendo un fuego abrasador
que se extiende por cada poro de mi encendida piel.
—Dime, rubia —ronronea efectuando un golpe de cadera demoledor
sobre el epicentro de mi deseo.
—Yo…
—¿Tú qué? —Baja a la altura de mi cuello y su lengua me da un
repaso de arriba abajo.
Cada beso, caricia y mirada persigue el mismo objetivo y él solito se
basta y sobra para derribar mis complejos, mis mierdas internas y los
posibles recelos que me quedan con un resultado magnífico.
El poder que me otorga es tan grande que una nueva Paula se lanza al
ataque.
—Acompáñame arriba, por favor.
—Será un auténtico placer.
El trayecto hasta mi casa lo realizamos sin separar nuestras bocas.
Parecemos dos animales muertos de hambre y las manos lo corroboran. La
necesidad de sentirnos piel con piel es abrumadora y mi maravilloso
príncipe azul toma el control y me lleva hasta la cama; el lugar en el que
se multiplica mediante dos personalidades bien diferenciadas entre sí, ya
que, de repente, se le va la vida devorando mi boca, y al segundo, me mira
con una intensidad perturbadora permitiendo que sus ojos digan
demasiado sin necesidad de hablar.
No hace falta.
Ejerce el papel de caballero y canalla al mismo tiempo y casi me
derrito de placer al notar las yemas de sus dedos recorriendo mis pechos.
Es jodidamente sensual y cada gemido que escapa de mi boca a él le
entusiasma. Todo él así lo refleja y mi entrega es total.
—Paula, pequeña…
Sus labios bajan y ocupan el lugar de sus yemas, lo que propicia que
en un momento de locura mi espalda se eche hacia adelante, ofreciéndole
su trofeo, y ahí me quedo, ensimismada observando cómo chupa el pezón
con deleite, para después metérselo en la boca y…
—Joder, Duncan —gimo apretando las piernas de gusto.
—Sí, cariño. Eso mismo es lo que voy a hacerte, y por lo que veo
estás más que preparada.
En cuanto sus dedos asaltan mi zona íntima un grito salvaje sale
disparado de mi boca y lo que aprieto ahora son las sábanas con las manos.
No voy a tardar en correrme, lo sabe y avasalla mi clítoris mediante
caricias tiernas que tienen el poder de llenarme los ojos de lágrimas.
¿Y de verdad supuse que ningún hombre se sentiría atraído por mí en
la cama?
Guau, menuda gilipollez.
A mi playboy le han bastado unos segundos para demostrarme mi
gran error y como tal me entrego en cuerpo y alma.
No hay cabida para la vergüenza.
Con él, no.
Nunca.
—Vamos, pequeña, dámelo.
Obedezco, Duncan tiene el poder de hacer conmigo lo que le da la
gana y me dejo ir mientras aseguro que el orgasmo que me acaba de
regalar ha sido el mejor de toda mi existencia, y espero que no sea el
único.
«Sí, sí, los que tú quieras siempre y cuando no te pilles por él,
¿estamos? Es un requisito imprescindible y por tu bien más te vale que no
lo olvides», me argumenta una vocecilla interna con una más que
considerable razón de peso.
La acepto, de lo contrario cometería un grave error y no estoy por la
labor.
El hombre que me sostiene entre sus brazos desaparecerá antes o
después y si soy inteligente me limitaré a disfrutar de la experiencia a su
lado durante el tiempo que precise.
Sin más.

***

Duncan

Mi rubia cae desmadejada sobre la cama y yo me tomo mi tiempo. Desde


la posición en la que estoy mis vistas son privilegiadas y me empapo de
toda ella.
Joder, Paula es tan cristalina que asusta. Sus lágrimas lo corroboran
y significa lo que ya suponía y ahora sé a ciencia cierta.
No es como las demás. Lo que para cualquier otra en su lugar sería
lo normal, para ella nada más lejos de la realidad, y la adorable imagen
que transmite se graba a fuego en mi mente.
Su confianza ciega en mí es el mejor regalo que haya podido darme.
Lo acepto como tal e incumplo otra de mis normas. Con ella han dejado de
existir y me tumbo a su lado, la abrazo con un sentimiento desconocido y
le termino susurrando al oído lo especial que es.
La intensidad del momento es tal que poco me importa dejar atrás al
hombre que solo se dedicaba a follar por follar. Mi lado romántico, ese
que ni siquiera sabía que existía, da la cara y muestra una faceta
asombrosa, tratándose de mí.
Me la pela, lo cierto es que también se lo debo a ella, a mi rubia
particular, la cual me ha brindado otra primera vez y el frenesí es
imparable.
¿Qué me estás haciendo, Paulita?
—Todavía no he terminado contigo, ¿lo sabes? —persevero a
medida que admiro su valentía.
A ella no le importa que vea sus lágrimas y se las borro una a una
con mis besos.
Así estamos de igual a igual.
Confianza ciega, la llaman.
—Duncan.
—Dime, pequeña.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por aparecer en mi vida para poner mi mundo del revés.
—Te equivocas, eres tú la que lo ha hecho conmigo. ¿Te he dicho ya
que me tienes a tus pies? Pues créetelo, ni mil mujeres juntas podrían
darme lo que tú, y te lo repito, no hemos terminado.
Un movimiento me basta para situarme encima y comienzo con el
segundo asalto. Mi rubia es una inexperta en la materia y yo un profesor
con ganas de dar clases extras durante toda la noche, así que, mejor, no
perdamos el tiempo.
CAPÍTULO 24

Duncan

Hay que joderse. ¿Y de verdad ese payaso logró minarle la autoestima en


lo referente al sexo?
Mi rubia es puro fuego. Le ha bastado mi atención para sentirse
segura y una Paula completamente diferente ha salido a la luz.
Después de correrse entre mis dedos no tardé en presionarla. Quería
conocer dónde estaban sus límites y resulta que no los tiene.
Vaya, vaya, la sensualidad innata la lleva de serie y su timidez me
vuelve loco. La mezcla de las dos es más de lo que puedo soportar y me
reafirmo en mis pensamientos.
La chica que se ha dormido por agotamiento después de tres asaltos
es especial, única y…
¿Mía?
¡¡Hostias!!
¿De verdad la considero mía?
He perdido el norte por completo, apenas si nos conocemos y es
imposible que unos pocos encuentros los considere tan importantes como
para estar dispuesto a ejercer sobre ella un sentimiento de protección
desconocido.
¿Ves? Aquí tenemos otra primera vez y en vez de salir pitando elevo
las comisuras de mis labios hacia arriba, ¿no te resulta curioso?
Aunque, por el momento, prefiero no darle importancia, antes o
después me cansaré de ella y…
«Si barajas esa opción no seas cabrón y apártate de su camino de
inmediato», comenta mi voz interna mediante un mensaje claro y directo.
«¿No dices que es especial? Pues demuéstraselo alejándola de ti».
Tiene razón, lo único que puedo ofrecerle es sufrimiento y no hay
que ser muy listo para adelantar que se enamorará de mí, lo que supondría
un verdadero contratiempo.
¿Qué hacer?
Menudo dilema.
Mientras lo pienso no dejo de mirarla. Su rostro tiene un aspecto
angelical y ahí me quedo, velando sus sueños con adoración hasta que los
míos reclaman su atención y vienen a por mí. El cansancio físico no tarda
en pasar la correspondiente factura y me limito a caer en los brazos de
Morfeo. Lo hago abrazándola desde atrás y con un instinto de protección
absoluto.
Es lo que despierta en mí y…
Y acepto la realidad antes de rendirme al cansancio. Lo siento, la
incapacidad a prescindir de ella nubla mi razón y ni siquiera la suposición
de que saldrá escaldada alcanza el objetivo marcado. No y no. Al parecer
soy un egoísta consumado, aunque lo que sí me planteo es hacer un trato
conmigo mismo.
Procurar lastimarla lo menos posible, por consiguiente toca ser
sincero, aunque duela.
No soy un hombre de relaciones serias.
No, rectifico, no soy un hombre de ningún tipo de relación. La única
que en su día pudo romper esa regla fue Katrina y…
¿Y qué?
Manda huevos, la de sandeces que pueden salir de mi cabeza a lo
largo del día.
¿Katrina? ¿Mi novia?
Pufff, de la que me he librado. Su comportamiento lejos de
acercarme me ha alejado a mil años luz y ya, si la comparo con Paula…
Mejor lo dejo, el asunto empieza a escapárseme de las manos y no lo
entiendo. Es imposible tratándose de un hombre poco dado a salirse del
guion y, sobre todo, a no mostrar sentimientos que den lugar a equívocos.
Sí, sí, excelente razonamiento si no fuera por un «pequeño detalle»
de nada y «casi sin importancia».
Este es:
¿Por qué con Paula me estoy saltando todo a la torera?

***

Paula

Estiro mi cuerpo con una sonrisa que delata mi estado de ánimo y empleo
unos maravillosos segundos para rememorar lo que ha sucedido aquí, en
mi cama.
Y no, no es ningún sueño.
De manera inmediata le busco al otro lado y no lo encuentro.
¿Dónde se habrá metido?
La posibilidad de que se haya marchado una vez que me dormí
existe. Es su modus operandi según me confesó y un vacío en el estómago
me sacude.
No, por ahí, no. Se acabaron los dramas. No pretendo que Duncan
me ofrezca ninguna relación y menos como la de las películas. Desde el
principio no ocultó lo mucho que le atraía por mis constantes negativas y
la probabilidad de…
—Buenos días, rubia, ¿qué tal has dormido?
El alivio es tremendo y su postura esclarecedora.
Se ha quedado a dormir conmigo, y, no contento con eso, va y me
trae el desayuno a la cama.
Perpleja me deja mientras deja la bandeja en la mesilla. Huele
divinamente y el hambre después de tanto ejercicio es bestial.
—Buenos días, lo poco que me has dejado de maravilla —sonrío con
timidez.
—Entonces tendrás que reponer fuerzas, he quedado en un par de
horas.
—¿Con quién?
—Adivina.
—Duncan.
—Dime.
—¿De verdad quieres que vaya?
—Sí.
—¿En calidad de qué?
—Mmm, pues no lo sé. Como un simple rollo, como una empleada
con derecho a roce o como mi novia. Elije tú.
—Vale, entonces no me costará asumir el papel. Me decanto por la
empleada con derecho a roce.
—Interesante —comenta acercándose de manera peligrosa—, supuse
que elegirías la última.
—Ni de coña. Prefiero mantener las distancias en cuanto a
sentimientos se refiere, que luego pasa lo que pasa.
—Esa es mi chica —me alienta rozando mis labios—, y ahora a
desayunar.
—A la orden, jefe.

***

Soporto con estoicidad las miradas repletas de odio de Katrina mientras


Duncan se empeña en llevarme de la mano por medio Madrid.
Los dos nos ocupamos de ejercer de guías y tras la visita a los
monumentos más icónicos decidimos tomarnos una caña en la plaza
Mayor. El ambiente distendido va viento en popa y nos esforzamos en
canalizar una normalidad encubierta con respecto a Eric.
No seré yo la que meta la pata y si para que no ocurra he de ser falsa
como Judas, que así sea.
—Duncan, sigo sin reconocerte. El cambio que has hecho en tu vida
es encomiable —alaba su amigo frente a un plato de patatas bravas tipical
Spanish—, precisamente esta mañana lo hablábamos, ¿verdad, cariño?
—Verdad, cielo.
—El local de copas es una pasada. En cuanto a la relación con
Paula…
—Alto ahí —lo interrumpe Duncan con rapidez levantando las
manos—, Paula y yo no tenemos ninguna relación, solo nos estamos
conociendo.
—No mientas. Se te da bastante mal —suelta tan campante antes de
dirigirse a mí—, no le creas, lo conozco demasiado bien y tú no eres una
más.
—¿A qué viene eso? —pregunta con seriedad y algo incómodo.
—La complicidad que os traíais anoche en la barra me dio la pista y
te juro que me alegro por ti. Gracias a este viaje mi conciencia me dejará
en paz definitivamente —confiesa Eric con un deje de melancolía.
—Ehhh, Paula, mi novio se refiere a un episodio en la vida de los
tres que nos marcó en cierta forma, pero supongo que no estarás al tanto y
no es el momento para remover un asunto algo escabroso.
¿Será puta?
¿Qué pretende sacando la mierda a paseo?
¿Acaso se cree que no estoy al tanto de lo que acaba de insinuar con
la intención de provocar una pelea entre Duncan y yo?
Pues va lista.
—No, desde luego que no es el momento, Katrina, aunque solo sea
por respeto. Y que sepas que, por supuesto, sé de lo que hablas.
Toma zasca, por lista.
—¿Lo ves? Si le has llegado a contar lo que sucedió entre nosotros
es porque es especial. Sabía que no me confundía, y te lo repito. No sabes
el peso que me has quitado de encima —insiste con una seguridad
esclarecedora.
—Eric, preferiría cambiar de tema en presencia de Paula —advierte
Duncan sin opción a réplica, marcando los límites en cuanto a mí se
refiere—. No quiero que esté incómoda.
—Me parece lo correcto. ¡Qué! ¿Nos tomamos otra ronda?
—Por supuesto.

***

Tres cañas después mi vejiga se impone y voy al baño.


De momento hemos conseguido que la conversación vaya por otros
derroteros diferentes y hasta Katrina parece dispuesta a que reine la paz, al
menos hasta que ve conveniente seguir mis pasos hasta el lavabo de
señoras.
—Lo de mosquita muerta no te pega, camarera —me increpa en
cuanto termino de lavarme las manos.
—¿Perdona?
—Sé lo que pretendes y mejor te evito males mayores. Olvídate de
Duncan, él nunca podrá cumplir tus expectativas, sean del tipo que sean.
—¿Eso crees, Katrina? —me dirijo a ella con una calma alucinante.
—Por supuesto.
—Pues te equivocas. Mis únicas expectativas con respecto a él pasan
por follar todo lo que pueda y te aseguro que cumple con creces, aunque tú
ya debes de saberlo, ¿verdad?
—¿Serás guarra?
—No, aquí la única guarra que hay eres tú cuando pretendes tirarte a
Duncan sin importarte el daño que le puedas causar a tu novio, pero te
aviso, no te servirá de nada. Para él ya eres historia y como insistas Eric se
dará cuenta.
—¿Cómo te atreves?
La puerta del baño se abre justo cuando Katrina levanta la mano con
la intención de darme una bofetada. No la veo venir y mi perplejidad es
mayúscula al darme cuenta de que alguien se lo impide.
—Tócala y haré que te arrepientas —escucho la ira por boca de
Duncan.
—Yo…
—Largo de aquí, tu sola presencia me da asco ahora mismo y si de
verdad aprecias algo a Eric más te vale dejar las cosas como están.
—Mmm, Duncan —hablo tras procesar lo ocurrido—, te agradezco
tu intención, pero, yo solita sé defenderme.
—No lo dudo.
—Entonces, ¿por qué has venido?
—Por si acaso.
—Ya.
Katrina nos lanza dardos envenenados a través de la mirada y no
contiene su lengua viperina.
—Joder, Duncan, estás irreconocible. ¿Desde cuándo te interpones
entre dos mujeres que pretenden el mismo objetivo con respecto a ti?
—Desde que Paula me demostró que no es como tú —afirma
mediante una verdad lapidaria.
—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo explicarías que lo único que busca en ti
es que la folles de mil maneras diferentes y después si te he visto no me
acuerdo?
—¿Eso le has dicho? —me pregunta directamente alzando una de
sus cejas en modo travieso.
Mientras, la otra parte se relame de gusto. Interpreta que habrá
movida entre nosotros y es lo que lleva buscando con ahínco desde que
supo que le gusto.
Muy bien, pues que espere sentada, porque lo que es yo no voy a
perder el tiempo en gilipolleces.
—Sí, eso le he dicho. ¿Te molesta?
—¿Molestarme, rubia?
La expresión de su cara se transforma y el muy bribón aprovecha
para entrar del todo.
—Oye, ¿tú no te ibas? Aquí sobras —suelta con malas pulgas
dirigiéndose a la mujer de la que creía estar enamorado en su día.
—¿Qué?
—Lo que oyes, mi rubia me reclama y he de cumplir ciertas
expectativas que tenemos acordadas, y desde luego tú no estás en la
ecuación. Dile a Eric que tardaremos un poco.
Sin más coge mi mano, tira de ella y me mete en uno de los
cubículos vacíos mientras pasamos del portazo que suena fuera.
—Estás loco —rio encantada de la vida y salivando de gusto.
—No lo descarto, no —sugiere acortando la distancia entre nuestros
cuerpos—, empiezo a barajar la idea de que lo estoy por ti y más si tengo
en cuenta lo que acabo de escuchar.
—¿Ah, sí? No sé a lo que te refieres —jugueteo con él mordiéndole
el labio superior.
De la noche a la mañana las clases extras comienzan a dar su fruto y
las llevo a la práctica.
—Claro que lo sabes, rubia. —Ataca con maestría devorando mi
boca como si se tratase de un delicioso festín—, ehhh, Paula…
—¿Sí?
—Así que tu única pretensión conmigo es que te empotre sin
descanso una y otra vez, ¿no?
—Puede ser —susurro con cara de niña mala.
—¡La hostia! Te has convertido en un jodido deseo hecho realidad y
por mi parte no te decepcionaré.
—Eso espero. —Le tiento rozándole intencionadamente.
Soy una alumna nata y el enfoque en cuanto a gozar como una loca
sin compromiso alguno no está nada mal, lo que supone que por primera
vez me deje llevar.
La loca de Inés llevaba meses diciéndome lo fácil que era y resulta
que tenía toda la razón del mundo, sin contar lo que me estoy divirtiendo.
Y así es como, un Duncan desenfrenado y casi al límite, echa el
cerrojo, me coge en volandas y asalta mi boca sin impunidad alguna,
demostrando que el control es suyo. Y yo, mientras, me alegro de la
elección del vestuario que he elegido. Llevar falda facilita el proceso y no
tarda en romperme las medias… y el tanga.
Oh my god. Los dos estamos fuera de control y la locura se desata en
el interior del baño público sin que me importe un pimiento la posibilidad
de que puedan pillarnos.
¿Qué demonios importa si por primera vez siento lo que de verdad
significa que me empotren contra una pared?
Hasta siempre, mojigata.
CAPÍTULO 25

Duncan

—Perdonad la espera. Hemos tenido un pequeño contratiempo en el baño.


—Ja, ja, ja, pequeño contratiempo, dice —se cachondea Eric al ver
la cara colorada de mi chica.
Por muy alumna aventajada que sea hay ciertos aspectos que no
cambiarán y el hecho en sí me fascina, sin por supuesto contar con el
aliciente de que vaya sin bragas. El impacto es demoledor y choca contra
mi escaso raciocinio, lo que conlleva a querer largarme de aquí cuanto
antes.
No he tenido suficiente con el polvo del baño. Quiero más y sopeso
la posibilidad de llevarla a mi apartamento. En él estaremos mucho más
cómodos que en el suyo (siempre que mi rubia así lo quiera), y es que ni
de coña me separaré de un cuerpo que me tiene en un estado enajenado por
completo.
—Pasaros luego por el local, Paula y yo nos vamos, seguimos sin
una camarera y he de supervisar el trabajo. Aquí al lado hay un mesón que
os recomiendo, os gustará mucho —avanzo de pronto sin ocultar las prisas
que me han entrado de repente.
—Sí, claro, pasado mañana nos vamos y entre unas cosas y otras no
hemos podido hablar los dos solos.
Mi alerta se posiciona con ese comentario y finjo pasarlo por alto.
Si a la loca de Katrina se le hubiese ocurrido cumplir su amenaza en
lo referente a que seguimos viéndonos Eric no habría consentido pasar la
mañana de turismo como si no pasase nada, o eso espero.
—Vale, hasta esta noche.

***

Paula

De camino a su piso le pido que hagamos antes una parada en el mío. Allí
recojo algo de ropa y un neceser con lo básico y me dispongo a pasar las
próximas horas, o lo que se tercie, en su lugar sagrado.
Sí, lo sé. Todo lo que nos rodea es un auténtico disparate. Parecemos
empeñados en estrellarnos, sobre todo yo, y paso de comeduras de tarro.
No voy a desaprovechar una ocasión única. Él quiere que lo
acompañe y no hay más que hablar.
Una vez que estoy lista, cogemos otro taxi y saco del bolso el móvil.
Mis amigos no sospechan ni de lejos la aventura en la que me he
embarcado y les doy la buena nueva a través de un wasap.
Van a flipar.

Yo:
Chicosss, agarraos, voy de camino a la gigante morada de Duncan y
llevo conmigo mi pijama de Hello Kitty… Ahí lo dejo.

Una sonrisa aparece en mi cara al ver el nombre de los dos a la vez


junto a la palabra «Escribiendo».
Veamos cuáles son sus reacciones.

Gus:
¿Perdona? Pauli, haz el favor de desarrollar en condiciones. ¿Te lo has
tirado ya?

Inés:
Buena elección, ¿también llevas las bragas de cuello alto? Por Dios, pava,
que al neoyorkino se le bajará en cuanto te lo vea puesto y sabes mejor que
nadie que es el hombre indicado para que te empotre de una puta vez.

Yo:
Por partes.
Por supuesto que me lo he tirado ya.
No, las bragas de cuello vuelto se han quedado en casa. Siendo
objetiva sopeso que no necesitaré ni los tangas. Esta misma mañana me ha
arrancado el que llevaba puesto e intuyo que no será el último.
En cuanto a que sea el hombre indicado para que me empotre,
tranquila, ya ha sucedido y ha sido la mejor experiencia de mi vida.
Ah, y agarraos otra vez, queda la mejor parte.
¡¡¡Ha sido en el baño de un bar!!!
Inés:
¿Tú follando en un baño? ¡¡¡Joder!!! ¿En serio nos estás diciendo que la
mojigata ha pasado a mejor vida?

Yo:
Y tan en serio.

Gus:
Eres mi heroína. Lástima que sea heterosexual. Debe ser una máquina
jodiendo...

Yo:
Lo es.

Inés:
Oye, oye, tu intensidad no me gusta y ahora lo importante es no pillarte
por él, ¿vale? Que ya nos conocemos. Limítate a follar y a disfrutar como
una loca y piensa que ese hombre no es para ti, ¿estamos?

Yo:
Tranquila, esa parte es la que tengo más clara.

Gus:
¿En serio? No te creo. Dinos quién eres y qué has hecho con nuestra
amiga.

Yo:
Sé a lo que me expongo, de verdad.

Inés:
¿Y…?

Gus:
Eso, ¿y…?

Yo:
Que no será fácil, pero lo intentaré. Me trata como a una princesa de
cuento y esta mañana hasta me ha llevado el desayuno a la cama.

Inés:
¿Y…?

Mierda. A estos no los engaño ni de broma. Los dos sospechan que


hay algo que no les estoy contando y me tiran de la lengua con
sacacorchos, a estas alturas se han convertido en unos expertos y saben lo
que hacen.
Bien, pues la hora de soltar la bomba ha llegado.

Yo:
Cabe la remota posibilidad de que esté utilizándome.

Gus:
¿¿¿Qué???

Inés:
Ya estás tardando en decirnos qué ocurre en realidad. Si tenemos que ir
hasta su local a partirle las dos piernas somos las personas indicadas.
Venga, gordi, ¿qué pasa?

Yo:
Ha venido su mejor amigo con su novia. Esa mujer estuvo con los dos a la
vez hasta que la obligaron a que eligiera. Duncan quedó fuera y por ese
motivo se vino a Madrid. Puede que todavía sienta algo por esa arpía,
aunque lo dudo, y lo peor de todo es que ella lo persigue a cada momento
digamos que «para rememorar viejos tiempos».

Inés:
¿Estás diciéndonos que te has prestado a que te use a su antojo con tal de
alejar a esa tiparraca y así evitar que no caiga en la tentación? Por favor,
dime que me equivoco, de lo contrario te daré un par de hostias bien
dadas.

Yo:
No es así exactamente. Antes de que Katrina apareciera su conexión y la
mía fue brutal. No sé, es como si un vínculo nos uniera y…

Dejo de teclear al ver de nuevo el nombre de Inés junto a la palabra


«escribiendo» sin ni siquiera darme la oportunidad de acabar la frase y un
mal pálpito me atenaza la garganta.
Vienen curvas.
Lo sabré yo.
Y lo hace a través de varios wasaps seguidos.
El primero:

Inés:
Tú eres tonta ¿o qué?, ¿sabes la idiotez que acabas de decir?

El segundo:

Inés:
Ese hombre al que «acabas de conocer» es uno de los solteros más
codiciados de su país, es millonario, tiene una familia influyente y folla
por follar cuando le da la gana, y de verdad, me cuesta entender con lo que
nos vienes ahora; y me refiero a la mamarrachada esa de la conexión y del
vínculo de los cojones.

El tercero:

Inés:
¡¡Joder, Paula!! ¿De qué coño vas? ¿A ti no te parece demasiada
coincidencia que vaya detrás de ti y que se comporte como dices justo
cuando su ex aparece?

Y el último:

Inés.
Por Dios, abre los ojos y sal corriendo de ahí ahora mismo. La idea era que
ese cabrón te desatascara las tuberías y ya, no que te utilizara como si
fueras un clínex de usar y tirar.
Cada uno de los mensajes son claros, directos y demoledores. En ese
orden, y lo peor es que lleva razón.
Los dos han puesto el grito en el cielo en cuanto les he explicado la
situación y un nudo en el estómago me sacude de principio a fin.
—¿Estás bien?
El interés de Duncan me devuelve a la cruda realidad.
—Sí, sí —afirmo como puedo.
—Mientes muy mal, rubia, ¿qué pasa?
—Ehhh —balbuceo como si fuese una niña pequeña—, nada, son
mis amigos.
—¿Los que conozco?
—Sí.
—¿Les sucede algo?
—Sí, están muy preocupados.
—¿Y eso?
Respiro un par de veces y digo:
—Por mí.
—Ah, ya. Supongo que les acabas de poner al corriente de lo
nuestro, ¿me equivoco?
Niego con la cabeza.
—¿Les has hablado de Eric y de Katrina?
Esta vez asiento.
—Entonces te estarán diciendo lo cabrón que soy.
—Sí —susurro a punto de echarme a llorar.
—Y que te alejes cuanto antes de mí.
—Sí.
—¿Y qué vas a hacer?
Buena pregunta. Mis amigos únicamente quieren lo mejor para mí y
cada una de sus advertencias han impactado de lleno contra mi maltrecho
corazón, tirando por la borda en un instante la ensoñación que yo solita me
había creado.
Es cierto, por mucho que haya insistido acerca de tener claro de qué
va el asunto entre nosotros, he de considerar la burda realidad y es tan
simple como que es un espejismo y que jamás podría tratarlo como un
simple revolcón. No lo es, ni lo será nunca, y la apreciación en sí me lleva
hacia una única dirección.
Ya es tarde. He caído en sus garras. A Duncan no le ha importado
tirar de experiencia y le ha bastado para que una ingenua como yo caiga
rendida a sus pies en un tiempo récord.
Y decido ser valiente.
—¿Tú qué harías?
Su respuesta es inmediata.
—Lo que te han dicho tus amigos. Ellos quieren lo mejor para tu
bienestar y yo no lo soy. Jamás estaré a la altura de una mujer tan especial,
esa es la verdad, y ayer, cuando dormías, mi instinto de protección hacia ti
me rogaba una y otra vez que te dejara marchar y es bastante significativo.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Porque preferí ser un egoísta.
Pumba.
Su sinceridad es letal y, aunque duela, se lo agradezco.
—¿Y en qué posición me deja eso a mí?
—Excelente pregunta, rubia.
A continuación, Duncan cierra los ojos, coge mi mano, suspira con
pesar y termina diciendo:
—Paula, yo lo único que puedo decirte es que me gustas, contigo soy
otro hombre diferente y me encantaría que siguieses formando parte de mi
vida, solo que, al mismo tiempo, he de avisarte. Me importas, no quiero
hacerte daño y con todo el dolor de mi corazón te lo terminaré haciendo.
Antes o después me cansaré de ti y dejarás de ser el soplo de aire fresco
que necesito en estos momentos y no sé cómo te afectará… Joder, Paula,
¿estás llorando?
Su cara se transforma y su preocupación es tan palpable que me
despierta un sentimiento de ternura infinita.
Pobre yanqui, está más perdido que yo y lo corrobora con su
expresión atormentada.
No soporta verme llorar.
—Cariño, dime dónde vive alguno de tus amigos. Te dejaré allí.
—¿Por qué?
—Porque en estos momentos es a ellos a los que debes escuchar.
—Pero…
—Hazme caso, es lo mejor.
—No, no, yo…
—Shhh, pequeña, no digas nada. La decisión está tomada.
¿Qué?
¿Pero no había dicho que prefería ser un egoísta?
¿A qué viene este cambio de guion tan brusco?
A este tío no hay quien lo entienda.
En fin, le haré caso. Con su actitud sigue demostrando que no soy
una más y le digo al taxista la dirección de Inés.
Cuanto antes me enfrente a ellos, mejor. Escucharé cada uno de sus
argumentos y así todos contentos. Solo después decidiré qué hacer.
Total, nada va a cambiar por permanecer separados un día, ¿verdad?
Poco después llegamos al nuevo destino y él sigue comportándose
como un caballero.
Me acompaña hasta la misma puerta y allí suelta mi mano.
—Piensa solo en ti, ¿me lo prometes?
De todas las preguntas posibles, esa es la que menos me esperaba y
lo miro con un gesto interrogante.
—¿Por qué dices algo así?
—Porque yo sé enfrentarme a mis mierdas internas, en cambio, tú,
no. Escucha a tus amigos y, en el caso de que regreses a mi lado, ten la
seguridad de que lo haces sabiendo a lo que te enfrentas.
»Paula, estoy dispuesto a prometerte noches repletas de sexo
desenfrenado, diversión, conversación y todo lo que necesites, menos una
relación estable. No sé qué es eso y después de que Katrina me dijera que
no ni siquiera quiero saberlo. Es justo que lo sepas. Medita bien las
opciones, y lo dicho, piensa solo en ti.
Sin más coge mi cara con las manos, me mira con una intensidad
abrumadora y termina dándome un beso que no sé el porqué, pero que a mí
me sabe a despedida.
¿Estaré delirando?
Inmediatamente después, y sin darme opción a réplica alguna, va y
regresa al taxi que le espera, sube al interior y, antes de cerrar la puerta,
suelta un:
—Adiós, rubia.
Y ahí me quedo, mirando como una idiota el coche en el que se aleja
hasta que desaparece por completo, mientras un mal presentimiento se
apodera del optimismo que tanto me había costado obtener.
¿El motivo?
Ni yo misma lo sé.
CAPÍTULO 26

Paula

Debatimos los diferentes puntos durante toda la tarde. Bueno, más bien el
tema a tratar se limita a uno y según mis amigos es el siguiente; si albergo
la mínima posibilidad de enamorarme de él he de actuar en consecuencia y
alejarme. Su proceder con respecto a mí es sencillo: pasar noches de
irrefrenable pasión y sanseacabó. Nada de gilipolleces que conlleven
ningún tipo de sentimientos… y aquí juego en desventaja, por lo tanto,
prefiero tirar balones fuera.
Ya estoy pillada por él, lo estuve desde esa primera noche en la que
me salvó más de una vez, primero apartando al gilipollas que pretendía
sobrepasarse conmigo y, después, ejerciendo el papel de superhéroe, o
también le iría bien el de protagonista de alguna peli romántica cuando
evitó que me rompiera la crisma contra el suelo al desmayarme con mi
propia sangre, y mis amigos no son tontos.
No.
No lo son.
—No y no. No te dejaremos que vayas a ese local, así que, mejor, no
insistas —advierte Inés erre que erre sin bajarse del burro.
—Desde ayer trabajo allí y necesito la pasta.
—¿Perdona? —Ahora es Gus el que alucina en colores y no me
extraña—. ¿Tú de camarera?
—Más bien de ayudante y no voy a perder la oportunidad. El mes
que viene mis padres no pueden pagarme el alquiler y no quiero
marcharme.
—¡Joder! Menudo marrón tenemos encima —sopesa Inés tratando
de mantener la calma—, está bien, irás a currar, le dirás que a partir de
ahora vuestra relación se basará en lo profesional y se acabó. ¿Estamos?
—¿Queréis dejar de tratarme como a una niña pequeña? Es mi vida y
si me dejo los cuernos por el camino ya lo afrontaré. Chicos, ese hombre
ha conseguido lo que ninguno y me siento deseada y, sobre todo, mujer.
¿Qué importa el precio que pague después?
El alegato los silencia por unos segundos.
—¿Estás segura? —vuelve a la carga la cansina de mi amiga.
—Jamás lo había estado tanto. ¡Ah! Y no hace falta que vengáis
conmigo.
—Vaya que no —sentencia con un humor de perros Gus yendo a por
su cazadora—, a ese no lo libra nadie de una charla. Es lo menos que
podemos hacer.
—Oye…
—Chttt, tú a callar. Déjanos a nosotros —interviene la otra cogiendo
sus cosas—. Nos portaremos bien y de momento sus piernas no las
tocaremos, te lo prometemos. Eso sí, ya puede andarse con mil ojos y
cuidarte, de lo contrario, no dudes que le quemaremos el local con él
dentro.
—Pero mira que sois animales —río con los ojos en blanco.
A estos dos no hay Dios que los pare y supone lo que ya sé.
Que no me libraré de ellos.
En fin.
Es lo que hay.
—Venga, vámonos —accedo con una paciencia infinita.
Hay un dicho soberbio que utiliza mucho mi madre en cuanto a que
si no puedes con tu enemigo lo mejor es que te unas a él, y le doy toda la
razón del mundo.
En fin, que toca aliarme con este par de cabezotas y poco más he de
añadir al respecto.
Total, para lo que iba a servirme…

***

Accedemos al interior del bar de copas y veo a Duncan en una de las


barras. Me sigue llamando poderosamente la atención y allá que voy,
directa a saludarle.
Su cara de sorpresa me recibe en cuanto entro en su campo de visión.
—Rubia, no deberías estar aquí —es el saludo que me prodiga a
modo de regañina—, hola, chicos.
—Hola, Duncan —saludan mis amigos dejando a un lado la vena
dramática al darse cuenta de que, en efecto, se preocupa por mi bienestar
—, eso mismo le hemos dicho nosotros, pero, ya ves, a cabezona no la
gana nadie.
—¿Sigue Eva enferma? —curioseo cuanto me rodea con el propósito
de cambiar de conversación. Esta no me gusta.
—No.
—¿Y qué haces dentro entonces?
—Entretenerme para que no me estalle la cabeza —pronuncia
mediante una seriedad, además de una sinceridad brutal.
—Por Eric y Katrina, supongo —ato cabos sobre la marcha.
—También, pero no son el principal problema. Ya no.
—¿Entonces?
—¿No lo adivinas? Eres tú, Paula.
Inés y Gus abren los ojos como platos y no tardan en despistarse ante
el cariz de la conversación.
—Espera, que salgo.
Dicho y hecho, en un santiamén aparece a mi lado, me coge de la
mano y vamos al almacén. El lugar en el que opta por mantener una
distancia que no me agrada nada en absoluto.
¿Qué le sucede?
—Duncan…
—Rubia —me interrumpe sin miramientos—, ¿por qué no le has
hecho caso a tus amigos?
—¿Eh?
—Seguro que te han dicho que no volvieras.
—¿Te recuerdo que trabajo aquí?
—¿Has venido solo a trabajar? No te creo.
—No lo hagas.
Y como odio la distancia que existe entre nuestros cuerpos soy yo la
que la acorto, le abrazo y suspiro de alivio al notar que le resulta
imposible permanecer impasible y que me lo devuelve multiplicado por
cien.
La ternura que me demuestra desarmaría a cualquiera y sufro por su
inestabilidad emocional.
—¿Por qué pretendes alejarme de ti, Duncan? —susurro sobre su
pecho, inhalando el perfume que tanto me gusta.
—Ya lo sabes. No quiero hacerte daño.
—No me lo harás, sé tus condiciones y las he aceptado.
—No, Paula, no te engañes a ti misma. La diferencia entre tú y yo es
abismal. Corres el riesgo de enamorarte y…
—Y ese es mi problema, no el tuyo —soy yo la que le interrumpe
con vehemencia ahora.
—Te equivocas, esta tarde he comprobado lo mucho que me afectan
tus lágrimas y no volveré a provocarlas.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que ya sabes, no te convengo.
—¿Y qué? —alzo la voz apartándome de él—. Es mi decisión y ya la
he tomado. Sexo por sexo, sin más.
—Pero…
—Pero nada, dejadme a mí decidir lo que quiero o no. Tampoco pido
tanto —protesto enrabietada con el mundo en general.
—¿Aunque te estrelles?
—Te lo repito, es mi puñetero problema y ni de broma voy a
renunciar a ti, ¿estamos?
El énfasis que empleo a él le basta para entender que no cambiaré de
opinión y sus ojos dan un cambio significativo, devolviéndome una mirada
demoníaca en un puñetero segundo.
Joder, lo que le ha costado. Ya era hora.
La lucha por retenerle a mi lado al final consigue su propósito y deja
de atormentarse de una maldita vez.
—Está bien, tú ganas, rubia.
Y así, con la decisión reflejada en su cara y demasiadas prisas,
acorta la distancia entre nuestros cuerpos y se propone a hacer lo que
mejor sabe. Devorar mi boca.
¿Y quién soy yo para negárselo?
Todo deja de existir a nuestro alrededor. Sus manos y sus labios me
provocan un placer indescriptible y me muero de gusto al entender que lo
que ocurre en el interior del almacén es solo el principio.
Lista para el siguiente round. Este pedazo de hombre tiene mi
permiso para hacerme lo que le dé la real gana y dos únicas palabras
definen mi estado anímico en estos deliciosos momentos.
Soy suya.

***

Eric y Katrina aparecen por la puerta cuando el local está a reventar de


gente. Al verles les saludo con la cabeza y obvio la mirada de odio que
ella, para no faltar a la costumbre, me dedica en exclusiva.
Debe de seguir rabiosa después del episodio en el bar y me alegro.
Que la den.
Duncan dejó de ser suyo en cuanto eligió a Eric, es lo normal, y de
nada le van a servir sus asquerosas artimañas con el fin de triscarse a los
dos.
¡Ja!
Que espere sentada.
No lo consentiré ni loca, aunque, aquí, la pregunta que se me sigue
escapando es:
¿Cómo puede estar Eric tan condenadamente ciego?
No doy crédito, la verdad. Hasta el más despistado del gentío que
nos rodea se daría cuenta del juego sucio que se trae su novia entre manos
y empiezo a barajar la probabilidad de que prefiera pasarlo por alto.
¿O andaré muy desencaminada?
Joder, tal disparate provoca que el panorama se oscurezca por
momentos y adquiera tintes dramáticos, lo que me lleva a temer por el
bienestar de mi chico.
La idea de hablar los dos solos quizá cambie el escenario y de
producirse esta es la noche adecuada.
No le queda demasiado tiempo.
—Mmm, rubia, ¿me concedes el deseo de ser otra de mis primeras
veces y dormirás hoy conmigo en mi cama? —me asalta por sorpresa,
posicionándose a mi espalda con el afán de rozarse a su antojo.
Esta noche no necesitamos su ayuda pero ha preferido quedarse
dentro de la barra. Algo que no me esperaba, y lo atribuyo a la cobardía de
no permanecer solo junto a la parejita de enamorados.
—Depende —es mi escueta respuesta, empapándome de cada
sensación extrasensorial que me dedica.
Es único en levantar pasiones y por tiempo limitado me pertenece.
Sí, a mí.
—¿De qué depende?
—De tu disposición a regalarme más orgasmos como el de hace un
rato sobre la caja de cervezas —comento envalentonada, jugando con
fuego.
Y él me derrite con esa mirada de canalla que me vuelve majara
perdida y que me dedica en exclusiva.
Guau.
—Entonces, dalo por hecho. Contigo parece que nunca tengo
suficiente y ya sueño con perderme entre tus piernas otra vez. Así me
tienes, rubia. Desesperaíto perdido.
Plas.
Refresco al suelo.
Mucho estaba tardando.
—¿Ves? —se cachondea ahora mediante una voz ronca que me
chifla. ¿Te he dicho ya lo mucho que me pone?—, esto te pasa por jugar
conmigo, todavía te queda mucho por aprender.
Tiene toda la razón del mundo y mis mejillas así lo indican.
Malditas.
—Oye —cambio de tercio.
—¿Sí?
—¿Cuándo vas a hablar con Eric? Lleva toda la noche bebiendo y
me da que terminará como ayer.
—Mejor, ¿no?
—No, Duncan, mejor no. Sabes que…
—Está bien, está bien, tienes razón. Si me ves en apuros sal a por
mí, ¿vale?
—Vale.
Y así es como, al fin, mi empotrador nato asume su papel de amigo
y se dirige a soltar lo que lleva dentro desde hace varios meses.
¿Cómo le irá?
Espero que bien.

***

Duncan

—Así que, París, ¿eh? —le abordo en cuanto le pierdo la pista a Katrina,
supongo que en dirección a los baños.
—Ajá.
—Suena demasiado romántico.
—Lo es. Voy a pedirle que se case conmigo y pienso hacerlo
arrodillado en la puta torre Eiffel.
—¿Estás seguro? —le tanteo metiéndome las manos en los bolsillos.
—¿No debería?
Echa balones fuera y después se bebe de un trago lo que queda de
copa.
—Ehhh, Eric…
—Déjalo —me avisa apartando la mirada para pedirse otra
consumición.
—¿No has bebido bastante ya?
—¿Y a ti qué cojones te importa?
Mudo. Así me deja y expulso el aire de a poco.
Mi amigo no está bien, lo conozco demasiado como para entender
que echa mano del alcohol para ahogar las penas y el detalle en sí va
encaminado hacia una única dirección.
—Por supuesto que me importa.
—¡No mientas! —ruge como un condenado perdiendo los papeles—,
¿crees que no me he dado cuenta? Vamos, tío, no soy gilipollas.
—¿De qué hablas?
—De Katrina y de ti.
Aprieto la mandíbula y bajo el mentón el tiempo suficiente como
para encarar lo que se me viene encima.
—Con respecto a ese tema te he ocultado algo, amigo.
—Pues por tu bien espero que no sea lo que pienso o estás jodido, te
aviso.
—Me refiero a la última noche que pasé en Nueva York, antes de
venirme a España.
La cara de Eric se asemeja a la de una persona ida y afronto los mil
demonios que pululan por su atormentada mente. El pobre no puede evitar
elucubrar las diferentes opciones en lo referente a dicha noche y ninguna
es buena.
Lo leo con una nitidez sorprendente.
—¿Fue a verte?
—Sí.
—¿Te la tiraste?
—No me acuerdo, estaba tan borracho que…
Zas.
Hostia al canto.
—Me cago en la puta, Eric, ¿qué haces? —vocifero llevándome la
mano a la mandíbula.
—Lo que debería haber hecho en cuanto te vi. Eres un miserable.
Ella me eligió a mí y tú te lo pasaste por el forro de los cojones.
—¿Te estás oyendo? Acabo de decirte que fue ella la que fue a mi
casa esa maldita noche y tú me echas la culpa cuando ni siquiera soy capaz
de recordar nada. Estaba tan bebido que perdí la consciencia, y mejor que
nadie deberías de saber que por mucho que me gustara en su día jamás se
me ocurriría interponerme entre vosotros una vez que te eligió, por eso
vine hasta aquí, ¿es que no lo ves? Es ella la que sigue utilizándote, y lo
siento, pero es ella la que no me deja en paz desde que habéis llegado —
suelto del tirón, harto de callarme más.
Zas.
Segunda hostia, aunque esta, como la espero y no me pilla de
improvisto, logro sortearla y retirarme justo a tiempo.
El equipo de seguridad se dispone a entrar en acción y levanto la
mano para detenerlos antes de que lo echen de patitas a la calle.
Acatan mi orden y regresan a sus posiciones como si nada.
—Eric, joder, ¿quieres escucharme de una puta vez? Te estoy
diciendo que…
En ese instante aparece una Katrina pálida y al intuir lo que ocurre
se posiciona al lado de su novio.
—Cariño, ¿qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? Pasa que aquí mi amigo ha insinuado que
fuiste a visitarlo esa última noche antes de emprender el vuelo. Pasa que
dice que lo llevas atosigando desde que llegamos, y pasa que ya no puedo
más y que si no le parto la cara no me quedaré a gusto.
Zas.
Tercera hostia que esquivo antes de llevarme la mano a la boca.
La primera no pude pararla y el sabor metálico de la sangre inunda
mis papilas gustativas, así que...
¡¡Un momento!!
¿Dónde está Paula?
La busco con desesperación y nada. Ni rastro de ella.
¿Dónde se habrá metido? Porque como me vea de esta guisa…
De pronto, entra en mi campo de visión y no puedo evitar que un
momento trágico como el que estoy viviendo se convierta en especial, y
elevo mis comisuras hacia arriba.
Sí, lo acepto, llámame tonto. Es imposible no hacerlo al percatarme
de un detalle revelador y hablo de la enorme preocupación en su adorable
cara. Es máxima y viene corriendo hacia mí, tal cual heroína, lo que
significa que ha presenciado desde la barra lo que ha sucedido y…
¡¡Joder!!
A estas alturas la experiencia es un grado y grita lo que ocurrirá a
continuación, y, mal que me pese, no me equivoco.
Y así, como si se tratase de una película a cámara lenta, observo la
secuencia entera, mientras Paula detiene sus pasos con el rostro lívido,
mira la parte magullada de mi cara y ahí se queda, plantada a escasos
metros del lugar en el que continúo hasta que...
Mierda.
¡¡Mierda!!
«¿A qué hostias espero? Ya estoy tardando en echar a correr».
—Oye, no he terminado contigo —grita un Eric exaltado al
percatarse de mis intenciones.
—Me da exactamente igual —alzo el tono para que me oiga—. Yo
contigo sí, al menos hasta que te quites la venda que llevas puesta. Tú
mismo.
Sin más, echo a correr, tapo con mi mano los estragos que el fluido
rojo provoca a mi jersey, y consigo evitar la tragedia, una vez más.
Por los pelos, pero llego.
Bufff, menudo alivio.
—Te tengo, rubia.
—Graci…
No termina la frase, no le da tiempo y cae desmadejada en mis
brazos mientras un instinto de lo más primario me sacude de principio a
fin.
Jamás en mi puñetera existencia había sentido en mis propias carnes
un sentimiento de protección tan salvaje, jamás, y el hecho en sí me pone
los pelos de punta.
¡Hay que joderse! La mujer que sostengo entre mis brazos es
demasiado especial y las dudas de antes se recrudecen.
No pretendo hacerle daño y, aun así, míranos. A mi Paula le ha
bastado verme en peligro para salir corriendo a defenderme y mi corazón
se hincha de orgullo, pero no todo es de color de rosa.
No. No lo es. Aquí, la única que no está involucrada en la situación
tan dantesca en la que nos encontramos el trío calavera es la que sigue
llevándose la peor parte y no es justo. No se la merece y si de verdad lo
que me preocupa es su bienestar he de tomar una decisión.
La única posible, así que, con todo el dolor de mi corazón avanzo
hacia sus amigos. Estos se habían quedado en un segundo plano pero han
sido testigos de la secuencia entera y, con el corazón roto de dolor, la
deposito en los brazos de Gus, alejándola de mí.
Y duele.
—Por favor, sacadla de aquí. Yo tengo algo pendiente.
Inmediatamente después, voy a por Eric y a por Katrina, los dos
están besándose como si no hubiera un mañana y les corto el rollo sin dar
crédito a lo que veo.
—Tú, y tú, terminemos con esto de una maldita vez.
Ambos parecen reacios y me la pela.
—Vamos.
Les indico el lugar y siguen mis pasos hasta llegar a mi despacho.
CAPÍTULO 27

Paula

—¿Qué ha pasado? —pregunto algo perdida en cuanto recobro la


consciencia.
—Shhh, tranquila, te has desmayado. No te muevas —escucho la voz
preocupada de Gus a medida que me coge la mano con el afán de calmar la
ansiedad que poco a poco gana terreno.
—¿Cómo dices?
—Gordi, ¿no te acuerdas?
—¿De qué?
—De lo que ha sucedido en el As de Corazones.
En cuanto escucho ese nombre los recuerdos aparecen por arte de
magia y observo lo que me rodea con extrañeza.
—Oye, ¿por qué estoy en tu casa, Inés?
—Porque Duncan nos pidió que te sacáramos de allí —dice la
aludida ofreciéndome una tila—, anda, tómate esto. Te vendrá bien.
—¿¿Qué?? —me sobresalto apartando la infusión a un lado. Para
tilas estoy yo ahora, y añado—: ¿¿Estáis locos?? Pueden estar matándose
ahora mismo. Tengo que ir de inmediato.
Sin tiempo que perder paso de las palabras de los dos y cojo mi
móvil para pedir un taxi.
Joder. La gravedad es extrema, ni siquiera sé si Katrina les parará los
pies y mucho me temo que terminarán haciéndose daño de verdad… Y eso
sin contar el desasosiego que noto en el interior. Me choca bastante que
sea la primera vez que Duncan no se haya hecho cargo de mí, y no lo
entiendo.
¿Quizá ha preferido romperse la crisma con su mejor amigo?
No me gusta. No me gusta nada y sigo pasando de la cantinela que
me dedican estos dos.
No tengo tiempo para gilipolleces.
Ahora, no.

***
Cuando regreso al lugar en el que todo empezó está amaneciendo y me
encuentro con las puertas del local cerradas a cal y canto.
Maldita sea.
¿Pero cuánto tiempo he estado fuera de juego?
¡¡Mierdaaa!!
Desesperada cojo el móvil y llamo a Duncan. Hasta que no sepa
cómo se encuentra no pararé. Mi pobre corazón late desbocado, no sé el
motivo exacto, pero algo que no sé identificar me da mala espina.
¿Por qué?
El mal pálpito se agranda ante la voz característica respondiendo de
fondo con un «apagado o fuera de cobertura» y casi grito de impotencia.
No.
No.
Y por instinto realizo otra llamada.
Sí, ya sé que no son horas de molestar a nadie, pero, de verdad, me
va a dar un chungo si no obtengo las respuestas que ansío y como tal
procedo.
La voz somnolienta de Bea se escucha al noveno tono y el alivio que
siento es enorme.
Menos mal. Al fin doy con la persona que me dará la información
que tanto preciso antes de que mi cerebro colapse.
—¿Diga?
—Hola, Bea —pronuncio de manera atropellada debido a las prisas
—, perdona por molestarte a estas horas. Estoy en el As de Corazones y
me he encontrado las puertas cerradas. ¿Puedes decirme por favor qué ha
pasado?
Un suspiro de pesar es lo único que oigo de vuelta y los nervios se
amplían y se multiplican por dos.
¿Lo ves? Ha sucedido algo grave, lo intuyo, y como tal suelto con un
nudo atenazando mi garganta:
—Bea, ¿dónde está?
Un silencio, y después:
—Se ha ido.
—¿A dónde?
—A su casa.
Buf, menos mal. Al fin una respuesta algo tranquilizadora. Ahora lo
único que he de hacer es ir hasta allí y averiguar qué diantres ha sucedido
entre ellos.
¿Seguirán siendo amigos?
Amigos, digo, menuda ingenua. Después de ver cómo Eric le
propinaba el primer puñetazo mucho me temo que precisarán de un tiempo
para sanar las heridas internas, dependerá de ellos y por su bien espero que
lo consigan.
Bueno, que me disperso. Da igual, lo que está claro es que Duncan
me necesita en estos momentos tan delicados y ni por asomo voy a
defraudarle.
Vamos, ni de coña.
Y así, un poco más calmada tras la respuesta de Bea, paso a
despedirme y a agradecerle que me haya cogido el móvil a estas horas tan
tempranas.
—Vale, gracias, me pasaré por allí y…
—No, no. No me has entendido, Paula —me interrumpe con una voz
que denota seriedad, preocupación y…
¿Pena?
Ay, madre. Aquí hay gato encerrado.
—¿Entender el qué? —formulo la pregunta con el corazón a punto
de salírseme por la boca—. ¿A qué te refieres?
Otro silencio se produce en la línea, este más grande que el anterior
y, de seguido, Bea suelta la bomba.
—A que se ha marchado a Nueva York. Acabo de dejarlo en el
aeropuerto. Lo siento, Paula.
—¿¿Qué??
El mundo deja de girar en esos momentos y una tristeza desoladora
irrumpe de sopetón, llevándose lo que tanto tiempo me había costado
construir, mientras el teléfono móvil se escapa de mi mano y termina
estampándose contra el suelo sin tan siquiera darme cuenta.
Duncan ya no está.
Se ha ido.
A su casa.
A Nueva York.
Soy incapaz de procesar dicha información. Por mucho que lo repito
no puedo y las primeras lágrimas no tardan en aparecer.
Vaya paradoja. La vida está repleta de principios y finales, ¿verdad?
Pues bien, aquí, y ahora, la mía acaba de llegar a uno de esos finales en el
que el punto de retorno ni siquiera aparece en el horizonte y vaticino un
futuro negro donde los haya.
Y como la noticia de Bea me deja en shock me limito a deambular
por las calles céntricas de Madrid, lo hago inmersa en una vorágine de
sentimientos, a cual peor, a medida que el torrente de lágrimas empapan
mis mejillas de manera descontrolada.
Siento dolor por marcharse sin despedirse. Incredulidad por una
decisión que no entiendo, lo mire por donde lo mire. Estupefacción por
dejarme tirada después de decirme en contadas ocasiones lo especial que
era para él. Traicionada por utilizarme a su antojo para terminar
desechándome como si fuese una simple colilla. Y decepción por crearme
unas expectativas imposibles de cumplir y las consecuencias serán
devastadoras.
El conjunto en sí es demasiado y opto por tomar una drástica
decisión.
Ahora me toca a mí, y esta es:
No quiero estar aquí ni un minuto más, por consiguiente, me vuelvo
a mi ciudad natal. En este lugar ya no pinto nada y he de curar mi alma si
pretendo convertirme en una abogada de éxito.
Sí, será lo mejor. Necesito sentirme arropada por mis padres y lo que
tengo claro es que ni de coña volveré a pisar un local al que no volveré
jamás, con lo que ello supone.
Adiós a mis sueños.
Adiós al cuento de hadas.
Adiós al final feliz.
Adiós al príncipe azul de los cojones.
En definitiva, adiós, Madrid.

***

Un tiempo indeterminado después, llego a mi casa. Lo hago aterida de frío


y con la decisión de largarme lo antes posible.
Ya no hay vuelta atrás.
No. No la hay.
CAPÍTULO 28

Dos meses y medio después

Paula

La preocupación de las dos personas a las que más amo es mayúscula.


Desde que volví de Madrid mi carácter se ha vuelto esquivo y triste y,
aunque trato de hacer lo imposible para que no se den cuenta, resulta que
no logro ningún resultado. La desolación ha llegado para quedarse y nada,
que no hay manera de desprenderme de ella a pesar de los casi tres meses
que han pasado con una lentitud desbordante.
Mis padres son conocedores de lo que me ocurre desde ese primer
día en el que me presenté en casa con las maletas. Preferí no ocultarles
nada y les hablé de él, de lo sucedido y de lo gilipollas que había sido
enamorándome en un espacio de tiempo tan corto de un hombre
totalmente opuesto a mí, además de inalcanzable, y ellos se limitaron a
apoyarme y a darme el espacio que necesitaba.
Son los mejores.
En cuanto a mis amigos, hablo casi todos los días con ellos vía
wasap y hasta han venido a verme un fin de semana. Están tan
preocupados como mis progenitores y razones no les faltan, aunque son
conscientes de que preciso del tiempo necesario para sanar mis heridas.
Por regla general las que no se ven son las que tardan más en curarse
y todavía es demasiado pronto, pero lo conseguiré. Lo juro.
Y aquí he de ser franca, cada hora que pasa me cuesta más no
realizar una llamada que me podría dar alguna que otra respuesta, dolería
menos, y es que ya dudo de que fuera especial.
A alguien especial no se le deja abandonada a su suerte, lo que
supone un verdadero varapalo.
Me engañó. Es así de sencillo y como tal debo afrontarlo, por
consiguiente nada de humillarme. No caeré en la tentación de hablar con
él; a saber qué me contestaría, siempre y cuando decidiera cogerme el
teléfono, claro.
Todos los caminos van hacia una única dirección y cuanto antes lo
olvide mejor. Es así de evidente y punto.
¿Para qué darle más vueltas?
Sí, sí, la teoría es muy fácil, demasiado diría yo, en cambio, la
práctica…

***

—Cariño, ha llegado una carta para ti.


—¿Una carta? —pregunto distraída mirando la tele. Es a lo que
dedico la mayor parte de las horas y ni siquiera me permite evadirme del
todo.
Y, de repente…
—Sí, es de Nueva York.
El corazón se me paraliza en ese mismo instante.
¿Una carta?
¿De Nueva York?
No puede ser.
—De una tal, mmm… A ver, ah, sí, de una tal señora Carter.
Ojiplática, así me quedo, y empiezo a hiperventilar y a sudar al
mismo tiempo.
¿Qué significa que tengo una carta enviada desde Nueva York de la
madre de Duncan?
¿Quizá se trata de una broma de mal gusto?
Pues oye, en el caso de que lo sea no estoy yo para soportar dichos
menesteres, precisamente.
—Cariño, ¿esa señora no es la que sale en las revistas del corazón
que tanto nos gustan?
—Lo sabes tan bien como yo, mamá —susurro balbuceando como
una imbécil—. Es la madre de quien ya sabes.
—Vaya.
La impresión le llega de sopetón y se sienta a mi lado. Conociéndola
como la conozco le falta poco para, al igual que yo, ponerse a hiperventilar
y a sudar, y le dedico una mirada cómplice con el afán de tranquilizarnos
mutuamente, que falta nos hace tras el impacto que nos acabamos de
llevar.
Algo que resulta imposible dadas las circunstancias tan atípicas en
las que nos encontramos, claro.
—Si es de su madre será importante, ¿no? —secunda agarrando mi
mano con la vista puesta en la televisión.
—Puede.
A continuación, se produce un silencio, el cual se alarga en el tiempo
hasta que mi madre deja de morderse la lengua al resultarle imposible.
—Hija.
—¿Sí?
—¿¿Y a qué coño esperas para abrirla?? —grita al final histérica,
hecha un manojo de nervios y desviando la atención hacia mí con un ansia
viva que la come por dentro.
Normal.
Con una noticia de tal calibre…
Mientras, una servidora es lo mismo que se pregunta durante ese
silencio intenso, demoledor e incómodo.
¿A qué demonios espero?
—Venga, hija, si esa mujer ha decidido escribirte será por algo
importante —insiste al borde del infarto, ya que, sigo impasible y ni
siquiera muevo una pestaña ni para bien ni para mal—. Léela y después
nos cuentas qué pone, ¿te parece bien?
—No lo sé, mamá —salgo de mi estupor sudando por el cogote y
todo—. ¿Por qué una carta? ¿Esta mujer no sabe utilizar el teléfono o qué?
—No la juzgues antes de tiempo y averigua el motivo que la ha
impulsado a ponerse en contacto contigo. Y por lo que más quieras, hazlo
rápido.
—Vale, vale, pero quédate a mi lado, te lo ruego.
Mi madre acepta mientras yo sigo en shock, es para estarlo.
¿Qué querrá?
Y así, con una taquicardia de mil demonios la abro y…
—Es una invitación —avanzo de a poco.
—¿Una invitación?
—A la fiesta de cumpleaños de su hijo.
—¿A la fiesta de cumpleaños de su hijo?
—Dentro de diez días.
—¿Dentro de diez días?
—En la mansión familiar.
—¿En la mansión familiar?
—Mamá, ¿quieres hacer el favor de no repetir todo lo que digo? Me
estás poniendo de los nervios.
—Sí, sí. Lo intentaré.
—Vale —acepto sacando el contenido del sobre—, vaya, y no es lo
único que me ha enviado. Aquí hay un billete de avión en primera clase.
—¿Un billete de avión en primera clase?
—¡Mamá!
—Está bien, está bien, te juro que no lo repito. ¿Hay algo más?
—Una carta.
—¿Qué pone?
—No lo sé, no quiero leerla.
Y como si tuviese la peste extiendo el brazo con el objetivo de
mantenerla apartada de mi vista todo lo posible.
—¿¿Qué?? Anda, déjame a mí o terminaremos infartadas aquí
mismo.
Mi querida madre está que se muerde las uñas y me arranca, de
manera literal, la hoja de las manos. De seguido, procede a leerla en voz
alta, o eso intenta, cuando se da cuenta de que no puede.
—Mamá, ¿desde cuándo sabes inglés?
—Mierda —maldice entregándomela de nuevo—, vamos, no me
dejes en ascuas o traduciré el texto con el traductor del móvil.
—Está bien. Seré buena y no te haré esperar más.
Y ahora sí empiezo:

Hola, Paula.
Seguro que mi carta te sorprende, pero he preferido contactar contigo a
través de estas líneas y no por teléfono, así me aseguro de que leerás el
contenido al completo y si tienes dudas podrás releerla a tu antojo.
Me gustaría invitarte a la fiesta que celebraremos por el treinta
cumpleaños de mi hijo en nuestra mansión, él no se prodiga mucho
hablando de ti, aunque su amigo me ha puesto al corriente de lo especial
que has sido en los meses que estuvo fuera y por ese motivo deseo con todo
mi corazón que aceptes la invitación.
Duncan no es el mismo desde que llegó. Parece otro y no debes tener
miedo. Supongo que nuestro estatus social podría llegar a intimidarte,
pero nada más lejos de la realidad. Mi marido y yo solo deseamos el
bienestar de nuestros hijos y él te necesita.
No sé qué motivos tendría para regresar a casa, ni me importan, y solo sé
que aquí ya no es feliz y creo que se debe a ti, así que, Paula, te estaría
muy agradecida si considerases la oportunidad de venir y darle una
magnífica sorpresa. Lo que ocurra o no, después, está en vuestras manos.
Yo ahí no me meto.
¿Qué te parece?
Decidas lo que decidas, me parecerá bien, aunque te mentiría si no te
dijese que siento una enorme curiosidad por conocerte. Todos la tenemos.
Paula, tú tienes la última palabra, querida. Espero con ilusión que sea
favorable para la familia y, sobre todo, para Duncan y para ti.

Con todo mi cariño.

Señora Carter.

P.D. Paula, para obtener la felicidad hay veces en las que hay que ser
valiente y espero que tú lo seas. Mi hijo no atiende a razones y según sus
propias palabras su único fin es no hacerte daño, cuando los dos os
merecéis una oportunidad. Lo dicho, en tus manos queda la
responsabilidad de proceder de una manera o de otra, y espero que
perdones la intromisión de una mujer mayor que únicamente desea la
felicidad de los suyos.

El bagaje emocional de las palabras de la señora Carter me


impresiona de principio a fin y consigo leer entre líneas.
Dice que un amigo de su hijo le ha hablado de mí y solo puede
tratarse de Eric, lo que puede significar que siguen teniendo relación y la
noticia me alegra muchísimo.
En cuanto a lo de dejar entrever que Duncan no es feliz y que se debe
a mí, aquí discrepo. Si el motivo fuera yo no seguiría alejado a tantísimos
kilómetros, o al menos se habría dignado a llamarme por teléfono. Qué
digo, incluso un simple mensaje hubiese bastado y por desgracia nada de
lo que he mencionado se ha producido. Nada.
A continuación, habla de la parte del estatus social y lo deja claro,
abriéndome las puertas de su casa con una normalidad sorprendente, y ahí
prefiero no ahondar demasiado.
En cuanto a lo último, ¿qué significa que para obtener la felicidad
hay que ser valiente y que su hijo no atiende a razones?
No es tan fácil. Cabe la posibilidad que acepte viajar a un lugar que
me muero por conocer, gratis, en primera clase, con la finalidad de
adentrarme en un mundo que me apasiona y del que siempre he sido mera
espectadora, y que por llevarlo a cabo el descalabro sea descomunal y
descienda aún más a los infiernos. Duncan tiene todo el derecho de acudir
a su fiesta con alguno de sus ligues y yo me quedaría relegada a un
segundo plano, así que…
—Hija.
—¿Sí, mamá?
—¿Para cuándo es el billete?
—Para dentro de cinco días.
—Vale.
—¿Por qué?
—Por nada, solo me preguntaba que a qué estás esperando para
hacer la maleta.
—¿Perdona?
La aniquilo con la mirada y alzo la ceja derecha a la espera de que
suelte lo que lleva dentro.
Y lo hace, vaya si lo hace.
—Mira, Paula. Bajo mi punto de vista sería un tremendo error que
dejases pasar una oportunidad como la que te acaban de ofrecer. Las
madres tenemos un sexto sentido con respecto a los hijos y si te ha
invitado será porque está segura de lo que hace, y yo la respaldo, que lo
sepas.
—¿¿Qué??
—Lo que oyes —se reafirma en cada palabra antes de añadir—:
Ahora depende de ti y es tan fácil como hacerte una pregunta. ¿Vas a
seguir llorando por las esquinas o por el contrario vas a luchar por tu
futuro? En cuanto sepas la respuesta sabrás qué hacer, y solo espero que no
te equivoques.
Joder con mi madre.
¿Pero se puede saber de qué parte está?
Ya le vale.
—Mamá.
—Dime, cariño.
—¿Y si a él no le parece bien? —formulo la pregunta muerta de
miedo.
—¿Y si es verdad que él sigue empeñado en mantener las distancias
con el único afán de protegerte? La señora Carter así lo ha manifestado y
no tiene ningún motivo para mentirte.
—¿Protegerme? ¿A mí? Vamos, mamá, que estamos hablando del
hombre que cambia de mujer como de camisa.
—¿Estás segura de que lo sigue haciendo?
—Lo intuyo.
—Pues yo intuyo que te acaban de poner en bandeja la oportunidad
de tu vida, suceda lo que suceda —contraataca con la férrea idea de que
escuche su consejo—. Yo en tu lugar lucharía a muerte por el hombre del
que estoy enamorada, y te lo repito, si su madre ha decidido invitarte sin
que él lo sepa te aseguro que será por algo fundamental, así que, tú misma.
Lleva razón y reseteo toda la información hasta darle forma a un
detalle con demasiada importancia, o más bien a una frase.
Esta es:
«Mi hijo no atiende a razones y su único fin es no hacerte daño».
Joder.
¿Por qué tengo la sensación de que dice la verdad?
Duncan se marchó sin despedirse, aprovechando que yo estaba KO, y
hasta la fecha creía a pies juntillas que estaría relacionado por lo ocurrido
con Eric y Katrina, hoy, en cambio, las dudas se presentan ante mí de mil
maneras diferentes y ya no sé ni qué pensar.
¿De verdad ha cruzado el charco por su empeño desmedido a que no
me enamorase de él?
Si fuera así el escenario daría un giro de ciento ochenta grados y la
cuestión sería otra bien distinta.
¿Merecería la pena averiguarlo?
Menuda estupidez de pregunta. La evidencia grita que por supuesto
que merece la pena, así que, toca ser valiente y coger al toro por los
cuernos.
Es ahora o nunca.
—Mamá.
—¿Sí, cielo?
—Tienes razón, siempre la tienes y por eso te quiero tanto —chillo
enloquecida abrazándola con fuerza—. Voy a hablar con los chicos. Van a
flipar cuando les dé la noticia de que me voy a Nueva York.
—Así me gusta, hija. No te arrepentirás.
—Eso espero.
CAPÍTULO 29

Varios días después. Mansión familiar de los Carter, Nueva York

Duncan

Aparezco en la fiesta vestido de etiqueta cuando los invitados degustan el


exquisito cóctel que mi madre ha organizado en el jardín. Habrá más de
cien personas y me encabrono yo solo.
Joder, mira que le dije que este año no quería celebración alguna,
¿por qué nunca me hace caso?
Su mirada reprobatoria cala en mí en cuanto entro en su campo de
visión y se disculpa de la pareja con la que charla mediante una elegancia
innata, ocultando lo cabreada que está antes de acortar la distancia que nos
separa.
—Eres un inconsciente, Duncan —me regaña cogiéndome del brazo
y llevándome a un lugar más apartado—, ¿tú te crees que es normal que
seas el último en asistir a tu propia fiesta de cumpleaños?
Bueno, mal empezamos.
—Da gracias a que he venido, mamá. Estoy harto de todo esto, y lo
sabes.
—Pues te aguantas —pronuncia con una seguridad aplastante,
callándome la boca —, y ahora haz el favor de comportarte. Saluda a los
invitados y sonríe. La prensa llegará en cualquier momento.
—Sí, mamá —asiento con tal de no disgustarla en exceso, dándole
un beso en la mejilla—. Por cierto, ¿no vas a felicitar a tu hijo preferido en
persona?
—Por supuesto, cariño, feliz cumpleaños. Y ni se te ocurra decirles a
tus hermanos que lo he admitido en voz alta, ¿estamos?
—Mi boca estará sellada —bromeo abrazándola y enterrando el
hacha de guerra.
Con ella es imposible mantenerla levantada durante mucho tiempo.
—Menudo zalamero estás hecho —ríe devolviéndome el abrazo con
el amor característico que solo una madre es capaz de dar—. Espero que
sea un día inolvidable, hijo, de verdad.
—Tus fiestas siempre lo son. —Ruedo los ojos sin cortarme un pelo.
—Lo sé —contraataca dándome una palmadita en el pecho—, por
cierto, hay una chica a la que he invitado que puede que te guste, así que,
alegra esa cara.
—¡¡Mamá!!
—A callar, considéralo mi regalo de cumpleaños.
Mi madre es única. Sabe decir las palabras adecuadas, con el tono
adecuado, para restar importancia a mis demonios internos y hoy más que
nunca bien sabe Dios que lo necesito.
—Está bien, me portaré bien. ¿Contenta? ¿Dónde está esa chica que
según tú puede gustarme?
—Todavía no ha llegado.
—Vaya, qué puntual.
—Mira quién habla. Vamos, anda, deja que presuma de hijo antes de
que líes alguna de las tuyas.
—¿Tipo a dejar tirada a tu elegida?
—No creo que suceda. Esta te gustará de verdad.
—Mamá.
—¿Sí, cariño?
—¿Cuándo vas a dejar de hacerme encerronas?
—Cuando sientes la cabeza, que tienes treinta años.
—Entonces tendrás que esperar. No hay prisa alguna.
—Eso ya lo veremos.
—¿Me estás retando?
—Por supuesto, cariño —ríe encantada de la vida—. ¿Lo dudas?
—Ay, mamá, mamá, a saber qué tramas esta vez.
—Bah, tranquilo. Pronto lo averiguarás.
Me dejo guiar por ella y voy directo a los invitados más relevantes,
esos que no pintan nada en mi cumpleaños, y me comporto con la
educación que corresponde ante un evento social que poco o nada tiene
que ver conmigo.

***

Me escabullo de los compromisos a la menor ocasión y me voy directo al


grupo que en realidad me representa, mis hermanos y mis amigos,
exceptuando a Eric.
Eric. Cada vez que pienso en él la nostalgia me invade. Todavía no
me he repuesto de lo que sucedió aquella última noche en Madrid y he de
asumir las pérdidas ocasionadas.
Ellos, una vez más, se marcharon juntos a pesar de la conversación
que resultó reveladora y humillante para mi amigo. Sí, lo fue, a la vez que
para mí se convirtió en un verdadero alivio. Saber por boca de Katrina que
esa última noche que pasé aquí, antes de volar a Madrid, estaba tan
borracho que ni la toqué, dinamitó todos y cada uno de los fantasmas que
llevaba a cuestas, pero claro, el amor es ciego y aquí el que ha decidido
seguir estándolo es él con las consiguientes repercusiones.
Al final, el único que pierde es el de siempre.
¿Adivinas de quién hablo?
Acertaste. No he vuelto a hablar con él. Mucho me temo que nuestra
relación de amistad ha terminado para siempre, duele demasiado y...
Suficiente martirio por hoy, lo que significa que es la hora de pasarse
por la barra improvisada, así que, desvío el camino y realizo una parada
con el objetivo de aliviar mis penas antes de llegar a mis allegados.
Necesito olvidar, hoy más que nunca, y, una vez servido el primer
whisky con hielo voy hacia ellos.
—¿Dónde está Abril? —pregunto por mi hermana pequeña en cuanto
me doy cuenta de su sonada ausencia.
—No creo que tarde en llegar —comenta mi hermano mayor
restándole importancia.
—Sí, digamos que lleva un día bastante ocupado —secunda Álex, mi
otro hermano.
¿Perdona?
Ja. A mí no me la dan. Los conozco como a la palma de mi mano, la
complicidad entre los tres es brutal y por sus simples respuestas sé que
esconden algo y voy a degüello a por ellos.
¿Mi hermana llegando tarde a la fiesta de mi cumpleaños?
Ja y ja.
«No se lo creen ni hartos de vino», pienso echando mano de otra de
las frases ocurrentes de Bea. Cada vez recurro más a ellas y lo hago con la
intención de sentir cerca un periodo de mi vida corto, pero intenso como
pocos, y hablo en todos los sentidos de la palabra habidos y por haber.
—¿Se puede saber qué coño os traéis entre manos?
—¿Nosotros? —juega a hacerse el despistado John, el mayor.
Es un crack en la materia, aunque conmigo le resulta imposible.
Demasiadas horas juntos.
—Sí, vosotros.
—Bah, ya lo averiguarás, si nos vamos de la lengua mamá nos
matará —sopesa Álex chocando la mano entre ellos.
—Oye, oye, decidme que no tenéis nada que ver con cierta chica a la
que nuestra querida madre ha decidido invitar para alegrarme la noche o
ya podéis echar a correr.
—No dramatices, hermanito.
—¿Que no dramatice, John? —controlo el tono como puedo—. Si ya
sabía yo que no tenía que haber venido.
Ras.
Copa de trago que cae antes de advertirles con cara de malas pulgas.
—Tú, y tú, no estoy para coñas, os lo digo. Y ya le vale a Abril con
lo pesada que se ha puesto para que viniera, cuando resulta que es la que
me da plantón. Joder, no entiendo nada.
—Ni falta que te hace, créenos. Ya nos darás las gracias a todos.
—Suficiente, Álex —le corta John avisándole con la mirada.
Pero bueno, ¿estos dos de qué van?
¿Qué coño me están ocultando?
Y lo más alarmante.
¿Por qué tengo la sensación de que ese «a todos» se refiere a mi
familia al completo?
Buf, miedo me dan.
Y como sé que ni Álex, el eslabón débil, va a soltar prenda, decido
asaltar la barra por segunda vez.
«Hoy se convertirá en mi aliada y toca cogorza», sopeso mediante
otra frase recurrente de Bea. Solo así podré aguantar una velada que cada
vez se me atraganta más y más, mientras un interrogante se abre paso a
marchas forzadas.
Este es:
¿Por qué hostias me he dejado convencer por mi hermana pequeña?
Aquí no pinto nada. Todas las personas que me rodean muestran felicidad,
sonrisas, complicidad, ganas de divertirse y demás, y resulta que yo, la
persona homenajeada, estoy a años luz y lo único que deseo es coger la
botella de mi whisky favorito y perderme con ella.
Solo con ella.
Sin más.
Y, de repente, sucede algo extraño. Después de tomarme la primera
copa de un trago, y después de pedirme otra y actuar de la misma forma,
va John y decide tocarme los huevos a dos manos impidiendo que me pida
la tercera.
—Frena un poco, ¿no vas demasiado rápido?
—¿¿Qué?? ¿Desde cuándo has decidido convertirte en mi puta
niñera? —bufo tensando la mandíbula.
—Desde que me sale de los cojones —es su escueta respuesta—.
Voy a hacer una llamada. Álex, que no beba ni una gota más de alcohol,
¿estamos?
—Lo intentaré. Date prisa.

John

Me retiro a una zona apartada y marco el móvil de Abril a toda prisa.


Como tarde mucho en aparecer todo puede ocurrir. Duncan está al
límite, jamás lo había visto así y el por culo que ha dado estos dos meses y
medio no es nada en comparación con lo de hoy, y es que, su disposición a
mandarlo todo a la mierda se palpa en el ambiente. Su estado de pasotismo
es brutal y la prensa no tardará en aparecer, lo que significa que la
probabilidad de que las revistas sensacionalistas abran sus portadas con él
borracho y partiendo algo es más que probable, lo que ocasionaría un
disgusto a nuestra querida madre que no voy a consentir.
No si puedo evitarlo.
La voz de mi hermana suena al tercer tono y ni me molesto en
saludarla.
—¿Me puedes decir qué hostias haces? Duncan está incontrolable,
con ganas de beberse todo el alcohol que encuentre y a la defensiva por la
fiesta. Os lo dije, os dije que esta idea era una locura.
—¿Quieres dejar de chillarme? —dice gritando más fuerte que yo—,
estoy aparcando. Dame diez minutos, pesado.
—Que sean cinco.
Sin más, cuelgo, vuelvo sobre mis pasos y…
¡Joder! Álex es un blando, siempre lo ha sido y no ha podido evitar
que se pida otra copa, y lo peor de todo es que, una vez más, se la bebe de
un trago al no llegar a tiempo de impedírselo… y ya van tres del tirón.
La hostia, la que se va a liar como la cabezota de mi hermana tarde
en llegar con los refuerzos, ya lo veo.
¿En qué maldita hora se me ocurrió unirme a este plan descabellado?
De todos, este año era el menos indicado para organizar ninguna
fiesta, lo sabíamos y aun así la mayoría optó por llevarla a cabo, y mira en
qué lugar estamos ahora.
Vaya una puta mierda, además, cada vez albergo más dudas con
respecto a su reacción cuando descubra la traca final y solo espero que no
nos deje de hablar a la familia entera por meter las narices donde no
debemos.
Habrá que cruzar los dedos, yo en su caso lo haría y solo falta que
terminemos con desavenencias familiares difíciles de sortear. Las
consecuencias serían desastrosas y solo pido que ojalá me equivoque.
CAPÍTULO 30

Duncan

El enfado con el mundo en general crece. De todos los lugares que hay en
el planeta me vendría bien hasta Siberia, y sí, por supuesto que hablo en
serio. Cualquier sitio sería mejor que este, no me cabe la menor duda ante
una realidad que es la que es.
No quiero estar aquí.
No quiero celebrar mi cumpleaños.
No quiero pensar en lo que no debo.
Y, sobre todo, no quiero imaginar qué estará haciendo en estos
mismos momentos «cierta rubia» a la cual no consigo olvidar por muchos
intentos que practico a lo largo de cada puto segundo de cada insoportable
y agónico día.
Al final, el conjunto de los «no quiero» nubla mi razón y paso de
atender a la prensa. Acaban de llegar y poco o nada me importa la
insistencia de mi madre.
Me niego. Que les den. Ni por asomo voy a interpretar un papel que
odio, hoy menos que nunca, y sopeso que lo mejor es que me marche
cuanto antes o la probabilidad de liarla a lo grande me costará más de un
disgusto. Menos mal que mis padres parece que se dan cuenta y son ellos
los que conversan con los periodistas elegidos. Es una grata sorpresa y por
lo que veo la noche me seguirá deparando más de una.
Y recapitulo desde el principio:
Primero, la noticia de mi madre con respecto a la invitación de una
chica desconocida, la cual no se ha dignado en presentarse y el detalle me
dice lo inteligente que es. Después, la ausencia de Abril con lo mucho que
le gustan los saraos, sin duda es significativo y trato de entender en qué
andará metida. A saber. La tercera, esa complicidad que huele a
chamusquina desde aquí entre mis hermanos. No sé a qué será debida, pero
lo que sí sé es que no será nada bueno. Estoy convencido al cien por cien.
¿Habrá una cuarta?
Anda, pues sí, vaya si la hay, y no tarda en aparecer de la mano de mi
querida hermana la desaparecida; la cual entra como un torbellino en mi
campo de visión, sube al escenario improvisado donde la banda de música
nos deleita con canciones varias, y coge el micrófono guiñándome un ojo.
Lo dicho, ya decía yo que fuera a ausentarse. La muy loca está
encantada con la fiesta y si no da la nota no sería ella.
Así es Abril.
—Buenas noches a todos —comienza el discurso con una sonrisa
resplandeciente y guapa a rabiar—. Gracias por asistir a un evento tan
importante para nuestra familia. Y a ti, querido hermanito, feliz
cumpleaños y perdón por llegar tarde. Y ahora, fíjate bien. Es la hora de
soplar las velas y de que veas tu regalo. ¿Preparado?
Una enorme tarta sale de la nada y se posiciona a mi lado, sobre ella
las treinta velas encendidas esperan a ser apagadas y permanezco
incómodo mientras terminan de cantarme el cumpleaños feliz.
—Vamos, hermanito, pide un deseo y se cumplirá. Solo tienes que
desearlo con todo tu corazón.
¿Un deseo?
Esa parte es fácil, aunque imposible por completo.
Soplo con fuerza y me dejo los pulmones, lo que conlleva a que un
atronador aplauso se escuche de fondo a la vez que los flases de las
cámaras de los fotógrafos no dan abasto.
Mejor, van a tener que conformarse con esto, así que…
—Y ahora, tu regalo.
Entre dos personas empujan un carro que facilita el trasporte de algo
oculto que ocupa bastante y lo dejan en mitad del escenario. Es entonces
cuando una Abril feliz pasa a descubrirlo y…
¡Joder!
No puede ser.
¿Y de verdad suponen que me ayudan con algo así?
De manera involuntaria los recuerdos acuden a mi mente y se
suceden unos detrás de otros, el batiburrillo de sensaciones es demoledor y
bien sabe Dios que necesitaré más de una copa para calmar la desazón que
acaba de despertar como si se tratase de una auténtica bestia.
¿El motivo?
Pues el jodido motivo se debe a una enorme copa de cristal que es
exactamente igual que la del As de Corazones, y en su interior, para mi
tormento, yacen una multitud de cartas emulando al objeto que se quedó
en Madrid.
La réplica es exacta.
Y claro, no tardo en cagarme en la puta madre que parió a los que
hayan tenido semejante idea.
—¡Tachán! Duncan, coge una carta y disfruta. Tú creaste este juego
y tú eres el que pone las normas esta noche.
¿Juego?
¿Normas?
Lo dicho.
¡¡Vaya una puta mierda!!
Y tan enfadado estoy, que no noto la mano de alguien introduciendo
algo en el bolsillo de mi pantalón.
—Hermano, por tu cara detecto que no te entusiasma el regalo, ¿me
equivoco? —se cachondea Álex en toda mi jeta.
—No, no te equivocas —pronuncio con una ira que no soy capaz de
contener.
Todas y cada una de mis mierdas internas acaban de salir a flote y
me siento un miserable.
¿Por qué me marché sin darle una explicación a la única mujer que
me ha importado?
¿Por qué?
«Porque fuiste un cobarde, por eso».
Es verdad.
Lo siguiente que noto es el abrazo cálido de Abril en cuanto baja a
por mí y ni siquiera me reconforta.
Hoy no. Es imposible y por el bien de todos ya estoy tardando en
largarme.
—Tranquilo, hermanito. Sabemos la carga emocional que significa
lo que ves en el escenario.
—Entonces, ¿a qué viene este disparate? —digo en su oído cerrando
los ojos.
Estoy tocado, muy tocado y ella no me suelta. Al contrario, es la que
me sostiene con un amor infinito y soy incapaz de mandarla a la mierda,
que es lo que debería de hacer.
E, inmediatamente después, su respuesta impacta de lleno en mi
alma desconsolada.
—Porque ya es hora de que reconozcas que te equivocaste. Desde
que llegaste no eres el mismo y lo que pretendemos es que no olvides a esa
chica que sigue en tu corazón, digas lo que digas.
—Joder, Abril. Déjame en paz, te lo suplico —agonizo tratando de
alejarme.
No me lo permite.
Todavía no.
—Lo haré, pero antes mira en tu bolsillo derecho.
—¿Cómo dices?
—Hazlo.
—Abril…
—¡He dicho que lo hagas! —sentencia mediante una orden que me
deja a cuadros.
Vaya, ¿pero qué hostias le sucede a mi hermanita?
¿Desde cuándo se cree con el poder de darme órdenes?
Entonces, sí, me deshago de su abrazo y, antes de marcharme, y por
simple curiosidad, meto la mano en el interior de mi bolsillo derecho,
palpo algo que desde luego ahí no estaba antes y lo saco al exterior.
—¿Pero qué…?
Ni siquiera termino la frase, ¿cómo hacerlo al descubrir en mi mano
una carta con un significado indescriptible?
Mi confusión es brutal y la perplejidad inunda cada resquicio de mi
poco dominio. Esto es más de lo que puedo soportar y la dichosa
melancolía me arrastra hasta el fondo de un pozo imaginario.
O eso creo, porque a continuación, una voz que distinguiría entre un
millón, susurra con un tono nervioso palpable a mil años luz, justo detrás
de mi espalda.
—Hola, Duncan. Feliz cumpleaños.
¡La hostia!
No doy crédito.
¿Estaré soñando o quizá se ha cumplido el deseo al soplar las velas?
Sí, ¿qué pasa? He pedido que mi rubia se trasportara hasta aquí y el
simple hecho de darme la vuelta me da auténtico pavor.
¿Y si se trata de un mero espejismo?
¿Y si se desvanece?
¿Y si…?
—Joder, Duncan, ¿quieres hacer el favor de girarte? Nos tienes a
todos en ascuas.
¿¿Qué??
Miro a mis amigos, a mis hermanos y a mis padres, y lo sé.
Ella es la chica a la que se refería mi madre. Paula está aquí, a mi
lado, y el detalle dice tanto con lo mal que me porté…
Y así, con los latidos de mi corazón cabalgando de manera
descontrolada, giro mi cuerpo poco a poco. Sigo sin creerme el
maravilloso momento que estoy viviendo, hasta que compruebo que de
sueño nada de nada. Paula es real como la vida misma y me deleito con
una imagen que no se me olvidará en toda mi puta vida.
Mi rubia está espectacular con un vestido rojo de diseño, pero lo que
más llama mi atención es la carta que sostiene en su mano temblorosa.
¿Adivinas cuál es?
Ajá, el as de corazones, y ya sabes lo que significa.
—¿De verdad eres tú, rubia? —formulo la pregunta con una sonrisa
de felicidad que acapara todo mi ser.
Y no, por supuesto que no espero a que me conteste, lo primero es lo
primero, y me lanzo a por su boca sin que me importen los flases de las
cámaras.
Aquí y ahora, no hay nada más importante que ella. Solo ella, y al
que no le guste que no mire.
Así de simple.
La última sorpresa aparece de manera natural, y es cuando las
personas que se encuentran más cerca comienzan a contar en voz alta
provocando el deleite de los invitados, periodistas, camareros y servicio
entero.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
Y así hasta el infinito y más allá, a ver quién tiene los huevos de
apartarme de la chica más especial que ha pasado por mi vida.
CAPÍTULO 31

Paula

El instinto de posesión de Duncan resulta una auténtica revelación y el


beso que me da muestra una agonía palpable a simple vista.
Lo ha pasado igual de mal que yo, ninguno de los dos hemos sido
felices por separado y lo constata con el agarre férreo que ejerce sobre mí.
No va a soltarme así lo maten, cada gesto habla por él y un
hormigueo general me sacude al percatarme de que en ningún momento
fue un espejismo lo que viví a su lado. No me mintió y el detalle es
halagador.
Sigo siendo especial. La distancia no ha conseguido borrarlo y
estallo de alegría sin que me dé la gana reprimir las primeras lágrimas que
caen por mis mejillas.
Llorar de felicidad es uno de los placeres más grandes que la vida
puede darte y lo degusto sin prisas, mientras me acurruco en su pecho; el
lugar en el que me siento plena, segura, y lo mejor de todo, como en casa.
El millar de sensaciones es increíble e inhalo su perfume con deleite, se ha
vuelto mi aroma preferido y la adición por él es un hecho.
—¿De verdad estás aquí, rubia? —dice a escasos milímetros de mis
labios sin todavía llegar a creérselo.
—De verdad.
—Eres demasiado buena conmigo.
—Lo sé —asiento cerrando los ojos a la vez que inhalo su cálido
aliento.
Nada me parece suficiente y lo abrazo con el mismo sentimiento de
posesión que él. Nada ni nadie nos separará y el hecho en sí da lugar a que
una única palabra acapare toda mi atención.
Mío.
El significado es brutal y para nada me asusto. Lo siento como tal y
poco más hay que añadir al respecto.
—Y, además, muy valiente por aceptar la invitación de mi madre.
—¿Te lo ha dicho?
—Más o menos, pero no que eras tú. ¿Sabes que he estado a punto de
largarme de aquí? Este año no quería celebrar mi cumpleaños.
—Tus hermanos no te lo habrían permitido.
Su respuesta me sorprende y la miro con curiosidad.
—¿Los conoces a todos?
—Sí, llegué hace unos días y estoy instalada en casa de Abril. Toda
tu familia es un encanto y hemos tenido que hacer malabares para que no
nos descubrieras.
—Paula.
—¿Sí?
—¿En ningún momento has tenido dudas acerca de cómo
reaccionaría al verte?
—Claro que sí, un montón, pero tu madre se encargó de disiparlas
una a una. Me dijo que nunca se confundiría con respecto a ti y que sabía
lo mucho que me necesitabas en tu vida.
—¿Eso dijo? —Enarco una ceja emulando una seriedad fingida.
—Eso dijo.
—¿Y la creíste?
—¿Quién en su sano juicio no creería a la señora Carter?
—Entonces, hiciste bien, nena. Todo este tiempo alejado de ti me ha
servido para darme cuenta de lo importante que eres y del daño que te he
provocado por la mera idea de protegerte. Ahora lo he entendido, no debo
alejarte de mí para que ocurra, ya no soy el mismo y lucharé por ti con
uñas y dientes.
—Duncan, no hace falta. Me tienes desde esa primera vez en la que
nos conocimos, solo que por aquel entonces tú no lo sabías. Por eso estoy
aquí, yo tampoco voy a permitir que sigamos alejados. Esta es nuestra
historia y como tal seremos los que la contemos, si nos equivocamos, o no,
ya se verá a lo largo de las semanas.
—Oye, oye, ¿estás proponiéndome algo? —susurro con mi mejor
sonrisa.
—Si lo hago, ¿te asustarás?
—No, Paula, ¿y sabes por qué? Porque deseo lo mismo que tú.
—¿Qué seamos novios?
—No será suficiente, pero será un buen comienzo.
Dicho lo cual, sella mis labios con los suyos, emulando un pacto
secreto entre los dos, y lo hace con un amor infinito que leo en cada
expresión de su adorable rostro mientras se dedica a limpiar cada lágrima
que sigue cayendo con las yemas de sus dedos.
Sin duda la escena se asemeja mucho a las que he visto por la
pantalla o leído en multitud de capítulos, solo que, esta vez, la diferencia
es abismal. Vivirlo en primera persona es más de lo que podría desear y,
por tanto, puedo decir alto y claro que mi mayor sueño se acaba de
cumplir.
Los finales felices existen, sí que existen, al igual que las historias
de amor que en un principio parecían imposibles y destinadas a fracasar, y
ha llegado el momento de empezar a darle forma.
¿Y qué mejor que escabulléndonos a un lugar en el que podamos dar
rienda suelta a las ganas que nos tenemos?
Sí, una buena historia de amor no sería nada sin sexo y en ese
aspecto estamos caninos, así que, mi novio oficial decide que ya va siendo
hora de ponernos al día, y salimos de la mansión de los Carter con unas
prisas ni medio normales entre las carcajadas de todos los presentes.

***

Cómo no, a la mañana siguiente salimos en la portada de varias revistas y


todas coinciden en un mismo titular, el cual refleja la posibilidad de que el
multimillonario Duncan Carter pronto deje su soltería al invitar a su fiesta
de cumpleaños a una abogada española de la que nadie conocía su
existencia. La foto elegida para semejante noticia no podía ser otra que
besándonos con las dos cartas de los ases de corazones a la vista, y de
fondo la réplica de la famosa y especial copa que tanto significa para los
dos.
EPÍLOGO

Medio año después


Paula

Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados. Desde la maravillosa


noche en la que nos volvimos a encontrar todo ha cambiado y Duncan y yo
nos hemos vuelto inseparables.
El soltero de oro ha pasado a mejor vida y se dedica en cuerpo y
alma a cuidarme, a protegerme, a amarme… En definitiva, se ha
convertido en mi príncipe azul y me sigue pareciendo una locura.
Una vez que la fiesta terminó para nosotros me llevó a su casa, el
lugar en el que nos amamos hasta que amaneció y, una vez calmada la
pasión que llevábamos dentro, decidimos de mutuo acuerdo quedarnos un
mes con su familia, después regresamos a Madrid, nuestro nuevo hogar, y
he ocupado su apartamento como si fuera mío. ¿Y sabes lo mejor? Que el
que ha tardado menos en adaptarse ha sido él, ¿te lo puedes creer?
Él solito se basta para hacerme sentir como una princesa de cuento.
Las atenciones que mi novio me prodiga son increíbles y ni de coña lo
suelto. Mi día a día se ha convertido en una auténtica aventura a su lado y
de las noches mejor no hablamos.
Cada faceta nueva que me ofrece la absorbo con un interés
desmedido y eso le vuelve loco, por consiguiente, he llegado a un punto en
el que he de admitir que no lo puedo amar más.
Sí, lo amo. Lo amo en toda la extensión de la palabra, tanto es así
que a veces duele y ya no concibo ni un segundo de mi vida sin él. Ya no.
No tendría sentido y me dedico en cuerpo y alma a hacerlo feliz. Ese es mi
propósito número uno y según sus palabras textuales lo cumplo a rajatabla.
Con respecto a mi faceta profesional puedo decir que un bufete de
abogados muy importante me ha contratado. Era cuestión de tiempo y
tanto mis padres, como Inés, Gus y Bea están muy orgullosos de mí.
En cuanto al As de Corazones sigue cosechando los mismos éxitos
que cuando se inauguró. El negocio va viento en popa y el amor de mi vida
ha delegado en Bea parte de las acciones. Según él le resta tiempo de estar
conmigo y yo soy su única prioridad.
Sí, lo sé, puede resultarte demasiado empalagoso, pero te aseguro
que no lo es. Desde el minuto uno estábamos destinados a encontrarnos y
el resto dependerá de nosotros.
Solo y exclusivamente de nosotros.
¿No es maravilloso?

***

Duncan

Cada vez que le hago el amor y cae desmadejada en mis brazos siento la
plenitud en su máxima extensión.
Jamás creí que pudiera llegar a amar tanto. Jamás, y me siento un
verdadero afortunado.
Ay, rubia. Me tienes embobado y lo peor de todo es que lo sabes. Por
nada del mundo se me ocurriría volver a ocultar mis sentimientos, sería un
auténtico desperdicio y si hay algo que he aprendido es a no huir nunca
más.
Lo quiero todo con ella. Solo con ella y como tal me levanto de la
cama como Dios me trajo al mundo.
He esperado este momento durante mucho tiempo y hoy es el día.
No puedo demorarlo ni un segundo más y ha sido gracias a la visita
sorpresa de Eric. Por fin ha abierto los ojos y ha suspendido la boda con
Katrina, las infidelidades han sido constantes y ya no podía seguir
soportándolo, lo que ha propiciado a que retomemos nuestra amistad.
Quizá era lo que esperaba antes de decidirme, sin mi amigo del alma no
podía dar un paso tan importante, y le doy las gracias a Dios por
devolvérmelo, y a él por ser tan generoso y hablarle a mi madre de la
relación tan especial que tenía con Paula cuando ya no nos hablábamos.
Gracias a su intervención mi madre puso en funcionamiento el plan
que nos unió y le estaré siempre agradecido.
Con cuidado cojo la cajita guardada estratégicamente en el armario,
más en concreto en el bolsillo de uno de mis trajes, y después vuelvo sobre
mis pasos con una determinación brutal, me acerco a la cama y con un
amor que no me cabe en el pecho acaricio esa cara que me vuelve loco del
todo.
—Cariño, despierta.
—¿Qué?
—Abre los ojos, tengo algo importante que decirte.
—¿Pasa algo? —pregunta preocupada, despertándose del todo.
—Sí, claro que pasa.
Paula se asusta por mi tono y se incorpora de inmediato, lo que yo
aprovecho para hincar la rodilla.
—Cariño, ¿estás bien?
—Mejor que nunca —respondo con mi mejor sonrisa.
—¿Y por qué te arrodillas?
—No me estoy arrodillando, estoy hincando rodilla, que no es lo
mismo. Hay una gran diferencia.
—¿Qué?
Extiendo el brazo y le acerco la cajita abierta con el anillo de
prometida.
—Paula, ¿quieres casarte conmigo?
—¿¿¿Qué???
—Lo que has oído, quiero que seas mi esposa y no se me ha ocurrido
mejor forma que pedírtelo en pelotas, ¿qué dices? ¿Quieres convertirte en
la señora Carter?
Mi rubia tarda en asimilar mis palabras y yo me acojono.
¿Y si me dice que no?
Cabe la probabilidad de que ocurra. Estamos tan bien juntos que
quizá me haya precipitado y…
Y ya. Mis dudas no tardan en irse al carajo, y es que, en cuanto
procesa la información se abalanza sobre mí, lo hace con tanto ímpetu que
los dos caemos al suelo mientras escucho una frase que suena a auténtica
música celestial.
—Oh, cariño, por supuesto que quiero casarme contigo y ser la
señora Carter —dice hecha un mar de lágrimas abrazándome con ímpetu.
—Así me gusta, rubia. Por un momento pensé que dirías que no.
—Ni loca, y gracias por permitirme vivir el momento más especial
de mi vida, yanqui.
Entre risas le pongo el anillo y después sellamos un momento tan
especial como mejor sabemos, haciendo el amor durante horas.

***
Bien, y llegados hasta aquí, ahora soy yo el que finaliza un cuento
insuperable.
Sí, gracias a mi rubia también creo en ellos y por descontado que
falta una parte fundamental; estoy refiriéndome al final apoteósico que
nunca, nunca debe faltar, y que no es otro que:

Y fuimos felices y comimos perdices por siempre jamás.

FIN
OTROS TÍTULOS

Jayden es un hombre carismático, controlador y serio. Su relación con


se ex acabó de la peor manera y no cree en el amor. Vive en Londres,
pero por orden de su padre se traslada a Nueva York donde,
supuestamente, debe luchar por el puesto de director general en la
empresa familiar recién adquirida.
Valeria es una mujer luchadora, sincera y con una belleza que detesta,
es un lastre en su vida y la causa de que no crea en el género
masculino. Trabaja hasta la extenuación para afrontar los gastos que
la enfermedad de su abuela ocasiona, y vive con ella en Brooklyn, es su
única familia.
Dos almas rotas, un destino caprichoso, y una historia que te robará el
corazón.
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Jacob es un hombre mujeriego, despreocupado y bastante capullo.
Nunca ha tenido novia, ni falta que le hace, y no repite jamás con una
misma mujer. Vive en Londres, pero por orden de su hermano se
traslada a Barcelona donde, supuestamente, debe averiguar el motivo
del descuadre surgido en la contabilidad de la nueva sucursal recién
adquirida.
Clara es una mujer trabajadora, familiar e insegura. Hace pocos
meses sufrió la traición de su ex y, para sobrevivir, se vio obligada a
huir de su pueblo sin mirar atrás. Trabaja en uno de los edificios más
importantes de la ciudad Condal, y permanece ajena a ciertas
irregularidades que se están produciendo en su departamento.
Dos personas opuestas, un destino caprichoso, y una historia que te
robará el corazón.
https://onx.la/d1db3
Me llamo Eva y mi vida está a punto de cambiar. La empresa en la que
trabajo no va todo lo bien que se espera y la reunión de hoy esclarecerá
el futuro incierto de la plantilla, lo que da lugar a que mi estado de
nervios me juegue una mala pasada y nada más entrar en las
instalaciones de la fábrica termino estampando mi querida moto
contra un coche desconocido. A partir de ahí se lía parda, aunque
claro, ¿cómo iba yo a suponer que el dueño de semejante máquina
sería mi nuevo jefe? Y, por cierto, menudo jefe. El irlandés pronto se
convierte en una tentación en estado puro y no puedo quitármelo de la
cabeza.
Soy Justin, el sucesor de una multinacional irlandesa dedicada al
mundo de la moda, a pesar de que mi hermana está más cualificada
que yo, y como tal, tomo la decisión de plantarme. Algo que me sale
caro. Al capullo de mi padre no le tiembla el pulso a la hora de
echarme de patitas a la calle y termino buscándome la vida en España.
El lugar en el que cierta motera me recibe a lo grande (por definirlo de
alguna manera).
El caos está asegurado y ambos maldicen su mala suerte. Jefe y
empleada se odian desde el primer encontronazo, y si añadimos a una
pareja de metomentodos, pues eso, ¿qué puede salir mal?
Tras un pasado turbulento, Carla esconde una multitud de cicatrices
en su interior y decide trasladarse a la provincia de León para
empezar una nueva vida y cumplir el sueño de sus padres. Abrir un
hotel rural en mitad de un paraje precioso.
Allí consigue dejar atrás las penas y, poco a poco, surgen las ganas de
volver a ser la mujer que un día fue. Decidida, fuerte y valiente.
Guille es un hombre denominado como «capullo» según sus
conquistas, aunque nada más lejos de la realidad. Prefiere ir de frente
y dejar claro que es alérgico al compromiso, pero sin el resultado
esperado. Trabaja en una floristería junto a su hermana pequeña, odia
la Navidad por encima de todo, y un reparto de flores de Pascua
cambiará su vida para siempre.
Un secreto sin confesar.
Un escenario idílico.
Dos gemelos de cinco años irresistibles.
Una familia dispuesta a todo.
Y una historia repleta de humor, emoción, romanticismo y mucho más.
Martina es una mujer decidida, valiente y leal. Su vida da un giro
radical cuando una multinacional estadounidense le ofrece un contrato
de un año, aunque no todo es de color de rosa. La adaptación le cuesta
bastante y se siente más sola que nunca.
Dylan es un hombre atormentado, peligroso y letal con los puños.
Malvive en el distrito del Bronx y su único objetivo es ganar pasta al
precio que sea. Hace demasiado tiempo que perdió la esperanza y su
única ilusión consiste en mantener a salvo una parte imprescindible de
su vida.
Un pinchazo en mitad de la nada.
Dos polos opuestos destinados a encontrarse.
Un destino caprichoso.
Y un macarra dispuesto a salvar a la damisela en apuros, ¿o es al
revés?
Jessica ve su vida truncada por la muerte de su padre. Ese mismo día,
después del entierro, la desalmada de su madrastra la echa sin
contemplaciones de la mansión familiar y, con una única dirección
anotada en un papel, y una pequeña maleta, deberá viajar en
compañía de la mujer que la crio a las inhóspitas tierras del oeste
americano, un lugar que difiere mucho en cuanto a costumbres y
peligros para una dama de su condición.
A su llegada a Wyoming, un cowboy terco, malhumorado y sin ningún
tipo de decoro la espera con la orden expresa de llevarla a su nuevo
destino, el rancho de una anciana de la que jamás oyó hablar, y desde
ese mismo instante la animadversión entre ellos se desata,
complicando hasta límites insospechados la ya de por sí delicada
situación.

Una visita inesperada con una citación muy concreta.


El oscuro secreto de un vaquero atormentado.
Un descubrimiento revelador.
Y una trama repleta de amor, intriga y traición.
¿Qué sucedería si tu tormento de juventud aparece de la nada y se
permite el lujo de poner tu mundo del revés?
Ian es un hombre que regresa a Nueva York para hacerse cargo de los
negocios de su padre y se verá abocado, desde el principio, a
enfrentarse con su tormento de juventud.
Harper forma parte de la misma empresa y ambos deberán formalizar
un contrato que la exonere de cualquier tipo de responsabilidad.
Ardua tarea, tratándose de una pija insufrible, tocapelotas y
consentida, a la que le importa todo un bledo menos su carísimo estilo
de vida.
Dos personalidades diferentes.
Un acuerdo.
Y una imposición que lo cambiará todo.
¿Qué puede salir mal?
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¿Qué tienen en común una despedida de soltera, una promesa
incumplida, un sofá rojo y un vikingo con el afán de arrancar la ropa
interior a una canija cada vez que entra en su campo de visión?
Así empieza la historia entre Valentina y Ethan, una pareja
apasionante, sexy y divertida, la cual deberá enfrentarse a varias
situaciones pintorescas, entre ellas la difícil tarea de mantener los
sentimientos a buen recaudo, alguna que otra huida y un secreto que
puede dinamitar la relación entre ambos, ¿o no?
Atención: novela de alto voltaje.
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Olivia descubre un local exclusivo en la ciudad de los rascacielos. En
su interior, los adinerados socios cumplen sus deseos más secretos, ya
que la discreción está asegurada, y decide visitarlo. La intención es
satisfacer su curiosidad, tomarse una copa y regresar a casa.
¿Qué puede salir mal?
Liam trabaja como guardaespaldas de un mafioso ruso y está harto de
sus continuos abusos. Esa noche terminan en el local del que todo el
mundo habla y la locura se desata en cuanto su cliente se encapricha
de una chica preciosa que llega sin compañía de ningún tipo.
Una fatalidad inesperada.
Un viaje a la otra parte del planeta.
Un instinto de protección absoluto.
Un operativo a gran escala.
Y un secreto que dará un giro imprevisto a toda la historia.
Si te gustan las novelas repletas de acción intriga y amor DESTINADO
A SALVARTE es lo que buscas.
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Claire colma la paciencia de su padre con su enésimo contratiempo en el
trabajo, es por ello que decide enviarla lejos, en concreto a una de las
sucursales que la empresa posee en Madrid, y limita sus caprichos al
máximo con la intención de que espabile de una vez por todas. ¿Lo
conseguirá?

Mario se encabrona al recibir una orden que no le hace ni pizca de gracia.


Durante un mes estará obligado a convertirse en el niñero de cierta niña
pija, la cual será la futura heredera de Steel Brown, y desde el instante en
el que sus caminos se cruzan intuye la difícil tarea que le han
encomendado. Según parece, ambos están destinados a soportarse y las
chispas saltan entre los dos desde el primer encuentro.

Una mujer apodada la devorahombres por su empeño en no repetir


«nunca» con el mismo chico.
Un hombre atormentado por su pasado.
Y una casualidad que dinamitará el mundo de ambos.

Atención: novela con sentimientos a flor de piel y, sobre todo, mucho


amor.
Érika, vive recluida en su apartamento de Dublín, a causa de una
agresión que la ha convertido en una joven sin ganas de vivir y con un
miedo atroz.
Hugo, un rompecorazones cuyo lema en la vida es: su moto y no
esperar por ninguna mujer más de cinco minutos. Vive en la sierra de
Madrid.
Una oferta de trabajo, inesperada, que llevará a Érika a reencontrarse
consigo misma, pero también con lo que quiere olvidar...
Y una apuesta, que empezó como un juego, y que será la artífice de que
todo pueda cambiar... ¿O no?
Sumérgete entre las líneas de esta apasionante historia y déjate llevar
a un mundo lleno de sensaciones en las que, la ternura, el enfado, la
intriga, la pasión, y sobre todo el amor, te llegarán al corazón.
¿Te atreves con LA APUESTA?
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Aby es una chica normal que debe abandonar sus estudios para cuidar
de su madre enferma. Antes de su muerte le hace una promesa y se ve
obligada a aceptar que su padre, el cual supuestamente estaba muerto,
le pague la Universidad para así terminar su carrera.
Se traslada a Madrid a vivir junto con sus dos mejores amigos y, a raíz
de este cambio, su vida se verá alterada por la presencia insistente y
diaria de Alexander, alias señor Capullo.
Compromisos por un lado, necesidad de mantener sus principios por
otro, hacen que tanto Aby como Alex se encuentren en la obligación de
conocerse a pesar de no soportarse.
¿Lograrán acercar posturas en algún momento?
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Zoe está acostumbrada a llevar las riendas de su vida y decide
rechazar a todos los hombres que acuden al rancho familiar con una
petición de compromiso.
El convencimiento de no contraer matrimonio si no alberga
sentimientos hacia la otra persona es inquebrantable... Al menos hasta
que sus padres fallecen. Entonces, los hermanos Evanson se ven
obligados a tomar una decisión. Doblegarse ante los deseos de un ser
mezquino y cruel, o huir en busca de la única persona que puede
ayudarles. ¿Qué hacer?
La vida de los hermanos cambia drásticamente y emprenden un viaje
repleto de peligros.
Una posada en mitad de la nada.
Unos desalmados dispuestos a mancillar el honor de una mujer
indefensa.
La aparición de un hombre mitad indio, mitad noble.
Y una historia que conseguirá robarte el corazón.
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April pertenece a una de las familias más antiguas de Inglaterra y su
carácter rebelde trae de cabeza a su familia. Es propensa a meterse en
problemas y con la última locura desata la ira de todos. Entonces, ante
su osadía, deciden darle un escarmiento ejemplar tras posicionar al
amigo de su hermano en una situación muy comprometida.
Lo que nadie sospecha es que ha actuado así porque está enamorada de
él desde la primera vez que le vio, en Saint Louis, cuando todavía era
una niña que llevaba trenzas.
Una boda.
Un asalto.
Y un viaje que cambiará la vida de ambos.
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Zac dispone de una vida libertina en Londres para acallar la nostalgia
que siente por su Wyoming natal, pero todo cambia a raíz de una
subasta a la que acude con su mejor amigo.
Amara es secuestrada y enviada a Londres con el propósito de ser
vendida al mejor postor. Su vida está marcada por el horror y por un
secreto inconfesable.
Un hombre de buen corazón.
Una dama en apuros.
Y una casualidad que cambiará el transcurso de la historia, ¿o no?
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En tus manos tienes la historia de doña Tacones, Taki o Eustaquia, sí,
soy la misma, aunque si quieres que te conteste mejor omite el último
nombre.
¿Qué os encontraréis en el interior?
Una abuela a la que adorarás, unos amigos con los que te
desternillarás de la risa y un tío que se empeña en poner mi mundo del
revés.
Hasta aquí bien, ¿verdad? Pues no, también hallarás una serie de
sucesos "un tanto macabros" que te dejarán con el alma en vilo.
¿Preparad@ para conocerme un poco más?
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Lady Catherine cuenta la historia entre una dama, que es obligada a
contraer matrimonio, y Jasón, un criador de caballos que no es lo que
parece ser.
Un secuestro entre medias...
Un amor inesperado...
Y un gran secreto que envolverá a los protagonistas en una historia
llena de pasión, intriga y amor.
¡¡ATRÉVETE A LEERLA!!
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¿Qué sucede cuando decides ROMPER CON LA RUTINA de siete
años y coges un camino diferente para llegar a tu puesto de trabajo?
Así empieza la historia de Patrick, un hombre metódico y organizado
que verá cómo su vida se vuelve del revés.
Un atropello...
Una casualidad entre un millón...
La idea descabellada de actuar como un buen samaritano...
Y la persecución, a contrarreloj, con una mujer que esconde un
sorprendente enigma...
Acción, pasión, intriga, sorpresas y amor te están esperando.
¿Te atreves a ROMPER CON LA RUTINA?
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Bilogías

En la búsqueda de una vida mejor, Jenny se embarca en un viaje que la


llevará a pocas millas de Kansas. El lugar en el que termina
trabajando en una cantina y en el que conoce al hombre de sus sueños.
Un hombre atento, amable y atractivo, pero también un hombre
inalcanzable. ¿El motivo? Está casado. Es por ello que cuando su
esposa muere, en circunstancias extrañas, el carácter afable del cowboy
se torna diferente convirtiéndose en un hombre huraño, tosco, y frío, a
causa de un secreto que le persigue, aunque a Jenny no parece
importarle el día que Jim se presenta para proponerle matrimonio,
convencida de que será feliz, y cometiendo el error de olvidarse de las
condiciones que su futuro marido impone. Unas condiciones que se
manifiestan, desde la noche de bodas, y que consiguen romper las
ilusiones de una muchacha que no tarda en hacerse a la idea de que él
está dispuesto a mantenerse firme en su decisión, sin que le importe
alejarse, irremediablemente, el uno del otro... ¿Podrá Jenny derribar
las barreras que su esposo se empeña en agrandar entre ellos y
rescatar al antiguo Jimmy? ¿Cuál es ese misterioso secreto que planea
sobre sus vidas? Y lo que es más importante, ¿qué sucederá cuando
Jenny sepa la espantosa realidad que le ha ocultado?

Si quieres saber las respuestas, búscalas en el interior de esta


apasionante historia ambientada en el oeste americano. ROMANCE,
MISTERIO Y PASIÓN.
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Cuando Alexia (una chica tímida e introvertida) descubre al único
chico que ha pasado por su vida, liado con otro, su mundo se viene
abajo y, si por un instante cree que ahí se acaban los contratiempos,
está muy equivocada, porque todo parece complicarse hasta que, de
repente, una invitación completamente casual, hace que su vida de un
giro inesperado en el momento en que termina en una discoteca donde
tiene el privilegio de conocer al actor de moda y del que el mundo
entero habla. El guapísimo Robert Brownn (un hombre atormentado
que acaba de grabar su primera película de género erótico),
provocando que todo cambie a partir de conocerse y es que: por una
parte, Alexia, no dejará que la hagan más daño, y por la otra, un
Robert desubicado por la reacción desmesurada de ella, al conocerle,
hace que sienta, irremediablemente, una enorme curiosidad hacia una
chica dispuesta a pasar desapercibida ante todo y todos. Incluido él.
Algo que le va a costar bastante después de aparecer en la portada de
una revista entre los brazos del atractivo y guapo actor...
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