La Luna

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La luna

Esta huella de bota marca uno de los primeros pasos que el ser humano dio en
la Luna en julio de 1969. Fue hecha por el astronauta estadounidense Buzz
Aldrin durante la misión Apolo 11. Doce hombres han caminado sobre la Luna
en total entre 1969 y 1972. Las misiones Artemis de la NASA llevarán a la
primera mujer y a la primera persona de color a la superficie lunar.
NASA
Si visitaras la Luna, encontrarías huellas humanas que fueron esculpidas en la
superficie polvorienta hace más de medio siglo. También podrías toparte con
una cámara de video, una bandera, tres vehículos lunares, herramientas para
recolectar muestras del suelo, y hasta con una foto de familia. Los objetos —y
las marcas— que los astronautas de las misiones Apolo de la NASA dejaron
atrás al volver a casa permanecen intactos en nuestro vecino más cercano, al
que la humanidad volverá pronto con las misiones Artemis.

A diferencia de la Tierra, en nuestro satélite natural no corre el viento, ni hay


océanos o ríos que erosionen su superficie. Tampoco existe el ritmo de las
estaciones. Además, la Luna no cuenta con una atmósfera densa que la proteja
de los meteoritos que la impactan desde todos los ángulos desde hace millones
de años. Al igual que las huellas de los astronautas, la mayoría de los cráteres
que estas rocas espaciales forman al colisionar no se borran.

Así, la Luna lleva un registro del paso del tiempo. La comunidad científica la
utiliza como una ventana al pasado; a la evolución de nuestro sistema solar y
de la propia Tierra. De hecho, las historias de nuestro vecino cósmico y nuestro
planeta están entrelazadas. “La Luna y la Tierra tienen un origen en común”,
dice el Dr. José Carlos Aponte, un astroquímico de origen peruano que trabaja
en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland.
“Sabemos que hubo un impacto que formó a la Luna y la dejó orbitando
alrededor de la Tierra. Entonces, al estudiar a la Luna también podemos
entender cómo se formó la Tierra”, explica.

La teoría más aceptada sobre el origen de la Luna dice que esta se formó
cuando un cuerpo del tamaño de Marte chocó contra la Tierra hace unos 4.500
millones de años. Los restos de la colisión fueron lanzados en órbita y la
gravedad se encargó del resto, uniéndolos y formando un cuerpo que se
convertiría en nuestra Luna. Esta reciente simulación hecha por
supercomputadora abre todo un abanico de posibilidades sobre la evolución de
nuestra Luna. Tanto la Tierra como la Luna han cambiado enormemente desde
ese entonces, y la Luna ofrece pistas para entender esos cambios.
NASA/Universidad de Durham/Jacob Kegerreis
Aunque mucho menos dinámica que nuestra Tierra, la Luna “no es un objeto
inerte en el espacio”, dice el ingeniero puertorriqueño Francisco Andolz, quien
dirige las operaciones de la misión del Orbitador de Reconocimiento Lunar
(LRO, por sus siglas en inglés) de la NASA en el Centro de Vuelo Espacial
Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland. Durante los 13 años que el LRO
ha observado la Luna, ha permitido documentar fotográficamente cómo cambia
la superficie lunar a consecuencia de los meteoritos, los deslizamientos de
‘tierra’ y los movimientos sísmicos o “lunamotos”. Estos movimientos sísmicos
todavía son registrados por los instrumentos de experimento sísmico que
dejaron las misiones Apolo cincuenta años atrás.

A unos 384.000 kilómetros de distancia (equivalente a 30 Tierras puestas en


hilera) en una órbita alrededor de nuestro planeta, la Luna es el objeto celeste
más brillante en nuestro cielo nocturno y el segundo más brillante durante el
día. No es extraño que despierte la curiosidad de los humanos desde hace
milenios y que diferentes culturas hayan creado mitos para explicar su resencia
asi constante en el firmamento.

La Luna ejerce una gran influencia sobre la Tierra. Por ejemplo, la atracción
gravitatoria del satélite crea las mareas: cuando la Luna está de un lado de la
Tierra, atrae el agua de ese lado de nuestro planeta, generando una
protuberancia que sigue a la Luna mientras se desplaza. Esta vista de la nave
espacial Apolo 11 muestra la Tierra elevándose sobre el horizonte lunar.
NASA/JSC
Aunque esa presencia parezca mayormente adornar la noche, la Luna ejerce
una gran influencia sobre la vida en la Tierra y marca un ritmo que ha guiado a
la humanidad desde sus inicios. Aunque tiene una masa 80 veces menor que la
Tierra, la Luna está ligada gravitacionalmente a nuestro planeta. Sin nuestro
satélite natural, un día terrestre sería mucho más corto, y no existirían las
estaciones como las conocemos. Al girar alrededor del Sol, la Tierra se
bambolea sobre su eje; la atracción de la gravedad de nuestra Luna suaviza
ese bamboleo, haciendo posible que el clima terrestre sea más estable. Eso se
traduce en un planeta más habitable.

Las observaciones iniciales de la Luna ya registraban las ocho fases que


experimenta en el transcurso de 29 días. Estos cambios predecibles en la
apariencia de nuestro satélite también han guiado actividades humanas como
la agricultura. El video muestra las fases lunares vistas desde la Tierra.Crédito
de la imagen: Estudio de Visualización Científica de la NASA / Ernie Wright
A simple vista, es posible distinguir ciertos rasgos de nuestro rocoso y
polvoriento satélite natural, como las distintivas áreas más claras y más
oscuras sobre su superficie. Con el avance tecnológico para observar y
estudiar la Luna, la humanidad ha podido ir resolviendo varios misterios
lunares. Por ejemplo, ahora sabemos que ese contraste de tonos se debe en
parte a las diferencias en el relieve: las zonas claras son áreas de más altura, y
las zonas oscuras son planicies recubiertas de basalto o lava enfriada, y no
mares de agua líquida como se creyó alguna vez.

También descubrimos que desde la Tierra siempre vemos la misma cara de la


Luna porque esta rota sobre sí misma a la misma velocidad con la que gira
alrededor de la Tierra (en lo que se llama rotación sincrónica). Y a pesar de que
muchos llaman el “lado oscuro” a la cara que no vemos, esta también recibe la
luz del Sol, especialmente durante la fase de Luna nueva cuando nuestro
satélite natural es invisible para nosotros. Tras décadas de observaciones,
incluyendo las observaciones de todo el globo lunar realizadas por LRO, la
NASA cuenta con mapas sumamente detallados de la topografía de la Luna.
Incluso está trabajando en un posible GPS lunar que ayude a futuros visitantes
terrícolas a alunizar y transitar la superficie lunar.

Los eclipses lunares ocurren cuando el Sol y la Luna ocupan posiciones


precisas en lados opuestos de la Tierra. La Luna no emite luz propia, sino que
refleja la luz solar. Durante un eclipse total, la Tierra queda entre la Luna y el
Sol por lo que la luz solar pasa por el filtro de nuestra atmósfera. La luz azul del
Sol se dispersa y la luz roja, naranja y amarilla (de mayor longitud de onda)
atraviesa la atmósfera terrestre, haciendo que nuestra Luna se vuelva roja (los
mismos colores que vemos en los atardeceres y amaneceres). Esta es la vista
del eclipse lunar total del 27 de julio de 2018 desde el desierto en Abu Dhabi,
Emiratos Árabes Unidos.Crédito de la imagen: Souhayl Ben Khaled, Grupo de
Astronomía de los Emiratos Árabes Unidos
Desde aquellas primeras observaciones a simple vista, la humanidad ha
estudiado en mayor detalle la Luna con telescopios, con naves desde el
espacio, con robots que han alunizado y hasta con humanos. Y nuestros
conocimientos sobre la Luna continúan creciendo a la vez que impulsan
avances tecnológicos y científicos.
Durante la era de las misiones Apolo, se pensaba que no había agua en la
Luna. Luego, a finales de la década de 1990, las misiones Clementine y Lunar
Prospector dieron indicios de la posible presencia de hielo de agua almacenado
dentro de cráteres ubicados en regiones de sombra perpetua. Fue recién en
2020 que la NASA confirmó el descubrimiento de agua en forma de hielo en
una parte iluminada de la Luna. Hoy, la presencia de este recurso impulsa las
misiones Artemis, que llegarán al oscuro e inexplorado polo sur lunar.

El programa Artemis, que tiene entre sus objetivos establecer una presencia
permanente en la Luna a largo plazo, explorará cómo utilizar los recursos de la
Luna en esta nueva era de viajes espaciales, la cual tiene a Marte como
próxima frontera. Con eso en mente, en 2022 científicos de la
NASA anunciaron que habían logrado cultivar plantas usando suelo lunar
recogido durante algunas de las misiones Apolo.

“Sabemos que hay un montón de recursos que podemos utilizar en la Luna,


pero queremos saber exactamente dónde y cómo hacerlo en una forma segura,
sin poner en peligro a los astronautas que vayan”, explica Andolz.

La misión robótica LRO de la NASA ha sido una parte esencial en el


entendimiento de nuestro satélite natural, incluyendo dónde están los depósitos
de minerales y posibles depósitos de agua. “En esos 13 años, LRO ha obtenido
más información de lo que se ha obtenido desde el principio de la observación
de la Luna”, señala el director de operaciones de la misión.

Todos estos datos también han sido clave para establecer mapas lunares que
indiquen los puntos de principal interés para los próximos visitantes humanos,
que podrán, a su vez, estudiar la Luna como solo se puede hacer estando allí.

Nuestra nave espacial robótica llamada Orbitador de Reconocimiento Lunar


(LRO por sus siglas en inglés) ha tomado más de 20 millones de imágenes de
la Luna, cartografiándola con asombroso detalle, incluyendo la cara que no
podemos ver desde la Tierra. Esta imagen publicada el 20 de octubre de 2017
muestra el lado lejano de la Luna según la base de datos de las cámaras a
bordo del LRO.Crédito de la imagen: NASA/Centro de Vuelo Espacial
Goddard/Universidad Estatal de Arizona
Las primeras hazañas que nos pusieron más cerca de la Luna tuvieron lugar en
el marco de la carrera espacial en plena Guerra Fría, entre Estados Unidos y la
entonces Unión Soviética. Fue necesario desarrollar nuevas tecnologías para
llegar a donde nadie había llegado antes, y la ciencia acompañó. Cuando los
astronautas de Apolo volvieron a la Tierra no solo dejaron algunos objetos
atrás: también se llevaron muestras de regolito lunar (una mezcla de polvo y
roca rota en la superficie de la Luna).

Si bien la mayoría de las muestras han sido analizadas, y muchas de ellas


siguen siendo objeto de estudio, algunas se han mantenido totalmente intactas,
como valiosas cápsulas del tiempo. Décadas atrás, la NASA tomó la decisión
de preservar muestras que pudieran ser analizadas por generaciones futuras,
con tecnología avanzada que no estaba disponible cuando las muestras fueron
obtenidas.

Parte de las muestras de Apolo 17 se abrieron recientemente y están siendo


analizadas por científicos de la NASA y otras instituciones, como parte del
Programa de análisis de muestras de la próxima generación de Apolo (ANGSA,
por sus siglas en inglés). Entre ellos se encuentra el Dr. Aponte.

Como astroquímico, el Dr. Aponte se especializa en el estudio de la materia


orgánica en meteoritos. Se enfoca en entender cómo se formaron las
moléculas orgánicas en el sistema solar primitivo, y cómo esas moléculas
pueden haber llegado a la Tierra e influenciado los orígenes de la vida en
nuestro planeta.Crédito: NASA Goddard Space Flight Center/Pablo Antonio
Ramírez Santiago
No hay vida en la Luna y tampoco se han encontrado señales de vida antigua,
pero las muestras lunares que se han estudiado contienen una baja cantidad
de material orgánico en forma de aminoácidos. Ciertos aminoácidos son los
componentes básicos de las proteínas, moléculas esenciales utilizadas para la
vida como la conocemos.

En 2015, un estudio de la NASA reveló el origen de la mayoría de esos


aminoácidos en siete muestras lunares de Apolo: la contaminación terrestre.
Esta pudo haber llegado a la Luna con los equipos de las misiones Apolo, o
incluso pudo haberse generado a partir de reacciones químicas entre las
muestras y la hidracina, un componente químico en el combustible del módulo
lunar.

Existen otras razones que podrían explicar la presencia de aminoácidos en


estas muestras. Estos pueden llegar a la Luna a bordo de los meteoritos que la
impactan, o incluso el viento solar podría haber producido aminoácidos durante
la preparación de las muestras.

La Luna está formada por diferentes capas con distintas composiciones. Los
materiales más pesados se han hundido hacia el centro, y los más ligeros han
subido a la capa externa. En el centro se encuentra el denso núcleo metálico,
compuesto en gran parte por hierro y algo de níquel. Las diferencias en la
composición del manto y la corteza indican que, en sus inicios, la Luna estaba
compuesta en gran parte, o incluso en su totalidad, por un gran océano de
magma. La imagen es de un cráter sin nombre de 1,8 kilómetros (poco más de
una milla) de diámetro, obtenida por el Orbitador de Reconocimiento Lunar el 3
de noviembre de 2018.Crédito de la imagen: NASA/GSFC/Universidad Estatal
de Arizona
Entender el origen de esos compuestos orgánicos es el primer objetivo de
Aponte y su equipo, que está analizando muestras de la misión Apolo 17 que
no se habían estudiado antes. A su vez, querían “saber exactamente cuál es la
diferencia de los compuestos orgánicos presentes en la Luna: en la superficie,
debajo de la superficie, en una superficie que ha estado bajo sombra perpetua,
y ver si hay alguna diferencia entre ellas”, explicó Aponte desde su laboratorio.

Sin una magnetósfera fuerte, la Luna experimenta niveles de radiación muy


superiores a los de la Tierra, y esa radiación destruye los aminoácidos.
“Entender si hay alguna variabilidad de los compuestos orgánicos es muy
importante para comprender cuál es el verdadero contenido orgánico de la
Luna”, agregó el investigador.

Por las manos del Dr. José Aponte han pasado muestras de meteoritos,
cometas, meteoritos marcianos y, ahora, de la Luna. “Me siento conmovido,
agradecido, y feliz de tener el privilegio de poder estudiar esas muestras”, dice
el científico. Actualmente, también está analizando muestras del asteroide
Ryugu, traídas a la Tierra por una misión de la Agencia espacial Japonesa, que
a cambio recibirá un porcentaje de las muestras del asteroide Bennu en 2023.
En esta imagen, Aponte está en el laboratorio de química del centro Goddard
de la NASA en Greenbelt, Maryland.
Rose Ferreira
Esta información, que Aponte estima se publicará a principios del 2023, será de
valor para los astronautas de las misiones Artemis de los próximos años, que
también van a recolectar y almacenar muestras lunares que se analizarán en la
Tierra. “Si por ejemplo, encontramos diferencias entre una muestra que está
debajo de una piedra en relación a una muestra que está en la superficie, dicha
información es muy importante para Artemis, ya que en ese caso, se priorizaría
colectar muestras que estén bajo la superficie”, explica Aponte. “Queremos
decirle a Artemis si hay algo que no se ha detectado antes que ahora sí
deberíamos ir a buscar o priorizar”.

Por último, el científico está investigando si hay diferencias en la composición


de las muestras que han sido almacenadas de diferentes maneras durante
todos estos años. “Algunas muestras han sido congeladas por 50 años. Otras
han sido puestas en un tubo al vacío por 50 años, y otras han sido simplemente
puestas en un gabinete por 50 años, sin vacío, sin frío. ¿Hay alguna diferencia
entre esas muestras o son iguales? ¿Cuál tiene más o menos contaminación y
por qué?”.

Las respuestas a estas preguntas son muy importantes y serán muy útiles
también cuando la NASA reciba las muestras del asteroide Bennu, que en este
momento se dirigen a la Tierra a bordo de la nave espacial OSIRIS-REx y que
se prevé que lleguen a la Tierra en septiembre de 2023. Más adelante, los
científicos también podrán analizar muestras del planeta rojo, que serán traídas
con la misión de Retorno de muestras de Marte en 2033.

“Al estar enviando gente de vuelta a la Luna, estamos tratando de no tan solo
lograr esa inquietud que todo humano tiene de explorar, de averiguar que hay
más allá”, dice Andolz, “pero también hemos descubierto que hay muchas
cosas sobre la Luna como tal que nos falta por aprender”.

La Luna, nuestra compañera constante, ha impulsado avances tecnológicos y


científicos, y ahora será el laboratorio perfecto para ayudar a los humanos a
practicar cómo viajar, vivir y trabajar en el espacio profundo. Mientras tanto, los
científicos continúan desvelando los misterios que la Luna guarda mientras
alumbra la próxima era de la exploración espacial.

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