Clapes - Tú No Eres El Problema

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A ti, papá. Por ser el disyuntor.

Por romper con la cadena para


salvarme.
Lo conseguiste, todo está bien.
Descansa en paz.
Las personas de buen corazón nunca son el problema, pero
sí quienes pagan las consecuencias de las que no tienen
uno.

Si eres una buena persona, es normal que no entiendas la


forma de actuar de alguien que es todo lo contrario a ti. Es
normal que no se te ocurran las artimañas que a un narcisista sí
se le ocurren. Es normal que trates de buscar sentido a una
conducta que a ti en la vida se te pasaría por la cabeza. Es
normal tratar de ayudar a alguien que te pide ayuda. También
es normal dejarse salvar cuando uno lo necesita.
Es normal que, si alguien se convierte exactamente en lo
que tú deseas, te enamores. Claro que te dará la sensación de
que está hecho para ti si estudia tu personalidad y se mimetiza
contigo. No va a aparecer alguien en tu vida que sea
exactamente lo que deseas y vas a sorprenderte, disgustarte y
querer apartarte. Sería como si te diseñaran un vestido a
medida y al probártelo lo rechazaras justamente porque que te
encajara a la perfección. No tendría ningún sentido.

Si has estado ahí, no es tu culpa. No has hecho nada mal.


Has actuado como un ser humano, como alguien con empatía
y compasión. No hay nada malo en ti. No eres débil. No eres
idiota. Tú no eres el problema.
Prólogo
Elizabeth y yo siempre hablamos más de sensaciones
corporales que de pensamientos, y es que sabemos que el
cuerpo se expresa en todos los idiomas que conoce para
alertarnos cuando algo no va bien, pero también para
indicarnos «el camino» hacia las personas que nos hacen sentir
a salvo.

Esto es precisamente lo que ocurre con un narcisista o un


psicópata: nuestro cuerpo nos avisa de su presencia con
sensaciones de incomodidad, confusión, alerta e
hipervigilancia, aunque nuestra mente intente callar esas
sensaciones con todas sus fuerzas, porque ¿cómo vamos a
permitirnos pensar por un momento que nuestro padre, pareja
o jefe puedan ser algo tan terrible?
A lo largo de estos años de amistad y de compartir nuestra
maravillosa profesión, Elizabeth y yo hemos tenido cientos de
conversaciones en las que nos planteábamos la bondad y la
maldad del ser humano para intentar comprender aquellos
actos que nos parecía imposible que alguien fuese capaz de
hacer a otra persona. De hecho, esa es una de las tantas cosas
bonitas de nuestra relación: que podemos verbalizar los
pensamientos más crudos y profundos que se nos pasan por la
cabeza, y también que por nuestras vivencias podemos lograr
entendernos muy bien, cosa que, afortunadamente para los
demás, no todos comprenden. Al final de nuestras eternas
conversaciones, siempre llegamos a la conclusión de que la
maldad pura existe.
Precisamente por eso Elizabeth es tan brillante, porque
investiga, estudia, conoce y comprende al ser humano en todas
sus formas. A sus veintiséis años ha vivido situaciones que de
forma increíble ha transformado en conocimientos y ganas de
ayudar a otras personas para que se sientan arropadas,
comprendidas y seguras con ella. No hay nada más
maravilloso que tener la valentía y la capacidad de transformar
tu dolor en la decisión de ayudar a las personas y abrazarlas a
través de las palabras, algo que ella sabe hacer de una forma
impresionante.

Esta es una de las muchas razones por las que quiero y


admiro profundamente a mi amiga, porque tiene una valentía
incansable para afrontar cualquier adversidad y, además, se
implica muchísimo en ayudar a otros para que también lo
hagan. Eso es lo que ella me aporta, el sentir que a su lado
todo saldrá bien y que, pase lo que pase, podremos afrontarlo
juntas.

No sé cuántas veces habremos hablado sobre lo que puede


llegar a afectar a alguien, a todos los niveles, toparse con una
persona de este perfil y lo importante que es conocerlas bien
para poder ayudar a nuestros pacientes. En el área del trauma,
que es a la que me dedico, suelo decir a las personas a las que
acompaño que juntas vamos a convertirnos en expertas en este
perfil de personalidad, porque si no ellos siempre irán un paso
por delante. A través de conocer cómo son, cómo piensan,
cómo actúan, qué estrategias utilizan y qué repercusiones
tienen sobre nosotros, podemos anticipar su conducta para
protegernos.
Por este motivo, este libro es una joya para todo el que lo
lea y haya experimentado la sensación de desamparo,
inseguridad y confusión que provoca tener a un psicópata o a
un narcisista en su vida. Con este libro, Elizabeth nos da una
ventaja tremendamente poderosa para hacerles frente. Está
lleno de ejemplos concretos, de pensamientos, vivencias,
emociones y situaciones que te harán sentir profundamente
comprendido y, sobre todo, te harán sentir esperanza.
Me siento increíblemente afortunada y agradecida por poder
leerlo y de formar parte de él de esta manera tan bonita. Para
mí, esto ya es reparador en sí. Y espero que a ti, que vas a leer
este libro, te pase lo mismo.
Te quiero una vida, amiga mía.

Alma Eixea
(@psicologiaconalma_)
Presentación
Lo que más traumático nos resulta a los
seres humanos

es el daño que viene de otro de nuestra


especie.

ANABEL GONZÁLEZ

Para entender la terminología que usaremos


en este libro es importante que leas con
atención este apartado.

Siempre fui de buscar más allá. Cuando alguien se comportaba


de una forma que a mis ojos era incomprensible, yo, en lugar
de juzgarla, pensaba: «¿Por qué? ¿Qué le ha sucedido para
actuar así? ¿Qué le hicieron?». Curiosamente, siempre que
indagaba, encontraba. Encontraba una infancia difícil, malas
experiencias en relaciones anteriores, episodios traumáticos,
bullying… La gente siempre me mostraba una herida que
explicaba su conducta errática y, entonces, la comprendía. Y
eso me relajaba y me permitía ayudar a esa persona. Pero…
¿qué pasaba cuando alguien actuaba de una forma tan
despiadada que ni el trauma más doloroso podía justificarlo?
¿Y qué sucedía con aquellas personas que también habían
sufrido mucho y jamás llegaban a comportarse de esa forma
con los demás?
Me di cuenta de que hay conductas que un pasado difícil no
justifica. Que hay actos a los que jamás les encontraremos
sentido. Que no se nos cerrará el círculo de la comprensión
con todas las personas. Hay gente que nos dejará cabos
sueltos. Hay cosas que no entenderemos nunca porque, si
somos personas con empatía y compasión, jamás en la vida
podremos ver a través de los ojos de alguien que no piensa en
el daño que hace a los demás. Y está bien, es un gran
privilegio poder sentir bonito. Enamorarse, sufrir por el dolor
ajeno y luchar por evitarlo. Consolar con un abrazo, llorar para
que nos arropen. Qué bonito tener la capacidad de poder
conectar con otros. Al final, a eso hemos venido al mundo.

Entonces ¿quién es esa gente que se sale de lo que los


demás entendemos como «normal»? ¿Quiénes son esas
personas que tienen tan disminuido el rasgo más puro y
representativo del ser humano: la humanidad? ¿Quiénes son
aquellos que, por encima de todo, incluso de las personas a las
que más deberían querer en la vida, miran únicamente por sí
mismos?

Sean quienes sean, existen. Existen y negarlo es ponerse una


venda en los ojos y caminar por un sendero con agujeros:
puedes caer o tener la suerte de no hacerlo, pero nunca estará
en tu mano lo que suceda contigo. Podrás tener suerte o podrás
tener mala suerte, pero será cosa del azar y no el resultado de
que te hayas protegido, porque tú no los ves. Solo si te quitas
la venda de los ojos podrás evitarlos. Y de eso se trata cuando
hablamos de este tipo de personas: detectarlas para así poder
esquivarlas. Pero estar, están. Nos guste o no.

Desde que lo entendí, empecé a leer y a estudiar sobre los


narcisistas y los psicópatas y, para mi sorpresa, me encontré
con un inmenso e interesantísimo mundo por descubrir:
maridos aparentemente maravillosos, pero que en realidad son
personas infieles que llevan una doble vida; padres ejemplares
de cara a la galería, pero maltratadores a puerta cerrada;
madres que hacían sentir atados y culpables a sus hijos por no
darles la atención que ellas querían; líderes de sectas; exitosos
empresarios que no merecían sus puestos; asesinos en serie…
Personas que aparentemente no tenían nada que ver entre ellas,
pero, sin embargo, había un término en el que se podían
englobar: psicópatas.

Para mí y hasta entonces, una palabra tan grande como


«psicópata» parecía acertada para hacer referencia, por
ejemplo, a Ted Bundy, el monstruo que había acabado con la
vida de treinta y seis mujeres entre 1974 y 1978 tras
secuestrarlas y abusar sexualmente de ellas. Aunque claro,
emplear la misma palabra para describir a Bundy que a un
exitoso empresario abusivo con sus empleados o a un padre de
familia aparentemente perfecto, pero que de puertas para
dentro maltrata psicológicamente a su pareja, me parecía muy
fuerte, aunque sus actos fuesen también detestables.

Sin embargo, por lo visto, estos tipos no eran tan diferentes


entre sí. A ver, el punto al que habían llegado sus acciones sí
era indiscutiblemente distinto, pero lo que había detrás de sus
actos, lo que había en el fondo, no lo era tanto. Y sus patrones
de conducta, tampoco. Estas personas compartían el
egocentrismo, el sentimiento de grandiosidad, la falta de
empatía, la crueldad y el deseo de controlar y de tener poder
sobre los demás. Engañaban a la gente aparentando ser
personas maravillosas (o como mínimo normales) para así
poder manipularla. ¿Sabías que Ted Bundy conseguía que sus
víctimas, por voluntad propia y sin conocerlo de nada, lo
acompañasen a su coche, donde las golpeaba, secuestraba y
acababa asesinando? Bundy era descrito como un hombre
arreglado, agradable, encantador y destacado por su formación
universitaria, inteligencia y atractivo, pero asesinaba a
mujeres, tenía relaciones sexuales con ellas una vez fallecidas
y guardaba algunas de sus cabezas como recuerdo.

Evidentemente, los asesinos en serie son un extremo y los


casos menos frecuentes por lo que respecta a la psicopatía. De
hecho, por lo general, los psicópatas son personas
aparentemente corrientes y perfectamente integradas en la
sociedad. La mayoría de ellos pasan desapercibidos porque
nunca llegan a cometer delitos graves y eso les permite tener
familia, amigos, trabajo, pareja, descendencia e incluso éxito y
prestigio social. Esto lo consiguen esforzándose mucho en
proyectar una imagen impecable de cara a la galería y solo
aquellos que más cerca los tienen acaban viendo su otra cara y,
desgraciadamente, preguntándose si lo que perciben es real o
si están perdiendo la cordura.

Hablando con gente de mi entorno me di cuenta de que


prácticamente todo el mundo se había topado con al menos
uno en su vida, pero nadie había sabido ponerle nombre.
«Mala persona», «tiene dos caras», «no me entra en la cabeza
cómo ha podido hacerme esto», «no parecía ser así», «no tiene
empatía», «se suponía que me quería», «si es que parecía
perfecto»… Estas eran las frases más empleadas para
describirlos, y la incomprensión, la emoción predominante en
todas las víctimas, que, casualmente, siempre eran personas de
buen corazón y con mucha empatía.

Durante mis estudios, estuve atendiendo a mujeres víctimas


de maltrato por parte de sus parejas en Guatemala. Mis
supervisores y tutores siempre hablaban de esta problemática
etiquetándola como «violencia de género». Y sí, es innegable
que existe y que es una espantosa lacra social, no hay más que
encender la televisión y consultar la cantidad de víctimas para
darse cuenta, pero explicar lo que algunas de esas mujeres
estaban viviendo únicamente empleando el término
«machismo» era claramente reduccionista, no abarcaba de
ninguna manera la totalidad de esos casos. Muchos de esos
hombres no solo eran machistas, sino algo mucho más grave e
inmodificable.

La misoginia no te convierte en un gran actor y en un


manipulador, no te hace desarrollar esa tremenda capacidad
para engañar, atrapar y absorber hasta la última gota de
vitalidad de una persona, como veíamos que hacían con
nuestras pacientes. El machismo no explicaba por qué las
técnicas de maltrato psicológico de un hombre a su pareja eran
las mismas que las de un jefe despiadado a sus empleados o
las de un padre o una madre desalmada con sus hijos. Había un
patrón. Un patrón de personalidad que se repetía
constantemente y de forma evidente, pero que nadie
mencionaba en voz alta, ¡¿por qué?!

¿Por qué en el Manual diagnóstico y estadístico de los


trastornos mentales (DSM-5) solo se mencionan dos perfiles
que podrían ser parecidos a estas personas, pero que
claramente se quedan cortos?

1. El trastorno de personalidad antisocial, que,


básicamente, hace referencia de forma poco precisa a
la personalidad de un delincuente con tendencia al
consumo, a las conductas de riesgo y al desinterés por
socializar.
2. El trastorno de personalidad narcisista, que es un
patrón de personalidad en el que domina la necesidad
de admiración y la falta de empatía. Son personas que
exageran sus logros y talentos, que esperan ser tratadas
como superiores por el simple hecho de «ser ellas» y
que creen ser especiales y únicas, por lo que sienten
que solo pueden ser comprendidas o relacionarse con
personas «de alto estatus». Como son personas muy
egocéntricas y egoístas, se aprovechan de los demás
para sus propios fines. Además, son envidiosas y tratan
de restar importancia o atribuir fraude al éxito de los
demás. En estas personas predomina su sentimiento de
superioridad frente a los demás y por ello acaban
siendo dañinas para quienes se relacionan con ellas. En
este caso, dañan por egoísmo y desde el «yo, yo y,
después, también yo». Podríamos decir que el daño que
causan es la «consecuencia» de ese sentimiento de
grandeza propia e inferioridad ajena, pero no tanto de
la crueldad.
Es difícil actuar bonito con los
demás cuando sientes que no te
llegan ni a la suela de los zapatos.
Sin duda, el narcisista se parece más que el antisocial a la
descripción que hemos hecho anteriormente del psicópata,
pero, aun así, se queda corto. El psicópata es mucho más cruel
que el que es únicamente narcisista y, a la vez, no tiene por
qué ser un delincuente con poco interés en socializar como
sería el antisocial. ¡Al contrario! Suelen ser grandes
charlatanes. Como buenos camaleones que son, adaptan su
forma de ser en función de la persona a la que quieran seducir
y, cuando se la han ganado, muestran su verdadera cara.

En ese momento, gracias a las técnicas de manipulación que


emplean y que explicaremos más adelante, siguen absorbiendo
a la víctima hasta el punto en que ella, pese a ser consciente de
que debe cortar con ese vínculo, siente que le es imposible. Se
pregunta si es ella el problema, duda de su cordura, cree que
está volviéndose loca, se siente perdida… Ha caído en un
bucle del que le es muy difícil salir.
Lo curioso es que, pese a la experiencia de la víctima, el
depredador tiene gente que lo admira y lo quiere. A veces,
pasa totalmente desapercibido como una persona más que
nadie diría que es capaz de ser así en el ámbito privado. Más
bien todo lo contrario, ¡habrá personas decididas a defenderlos
a capa y espada de cualquier acusación! También hay quienes
nunca los detectarán porque son realmente buenos cayendo
bien a quien les interesa tener a su favor. Digamos que son
expertos en aparentar ser no solo personas cualesquiera, sino,
incluso, personas excepcionales.
Este perfil más manipulador, dañino, camaleónico,
interesado y estratégicamente inteligente nos va sonando un
poquito, ¿verdad? Ya no solo hablamos del egoísmo, la
prepotencia y la falta de empatía de un narcisista, sino que nos
damos cuenta de que es más que eso: se trata de un perfil de
personalidad más complejo al que, en criminología, muy
acertadamente, se le llama «psicópata».
¿Qué sucede? Que en los manuales de referencia que
empleamos los psicólogos y psiquiatras no está contemplado
el término «psicópata» (aún), solo los dos anteriores, los
cuales no acaban de describir la gran profundidad de un perfil
como este.
Esto es un problema, porque los profesionales de la salud
mental que nos ceñimos a estos manuales y no estamos
especializados en el ámbito de la criminología, casi que nos
vemos obligados a utilizar términos «aceptados» en nuestro
ámbito, y el más cercano a la psicopatía es el de narcisismo,
aunque se quede corto. A decir verdad, también es el que está
más normalizado y nos suena «menos fuerte».
Por lo tanto, emplearé la palabra «narcisista» para aquellos
momentos en los que predominen el egoísmo, la falta de
empatía y el sentimiento de superioridad frente a los demás, y
solo añadiré el término «psicópata» en los que la crueldad
intencionada con la que actúan cobre tanto protagonismo que
reducirlo solo a «narcisismo» me sea éticamente imposible,
por mucho que ese concepto no aparezca en los manuales de
diagnóstico, porque confío en que, tarde o temprano, se
actualicen en este ámbito, ya que es muy necesario que tanto
los profesionales de la salud mental como los de la justicia
conozcan este perfil en profundidad para así poder prevenir y
proteger al resto de la población.
Por eso aquí estoy, escribiendo un libro sobre ello, porque,
independientemente de lo que digan los libros «de referencia»,
necesitamos saber qué pasa. Porque vivir en un mundo en el
que nadie habla de estos depredadores es como vivir en un
mundo en el que hay una enfermedad gravísima pululando por
ahí, dejando víctimas y secuelas, pero que ni tiene tratamiento
ni nos dicen cuál es la forma de prevenirla. Necesitamos
ponerles nombre, identificarlos, protegernos y reparar el daño
que nos hacen.

Y esto no se consigue desde la ignorancia.


Así que a abrir los ojos.
Introducción
El individuo que no sabe crear
decide destruir.
ERICH FROMM

¿En alguna ocasión te has preguntado una y otra vez el porqué


de la conducta cruel de alguien sin conseguir llegar a
comprenderla nunca?
Somos muchos los que nos hemos visto en la situación de
tratar de entender las crueles actuaciones de otra persona,
incluso de manera obsesiva. Alguien se comporta de una
forma objetivamente malvada y hasta innecesaria, y nos
obcecamos en comprender el porqué. Le damos cien vueltas,
nos hacemos miles de preguntas, tratamos de ponernos en su
situación, les atribuimos un terrible problema psicológico que
justifique su forma de ser, un trastorno mental, algún trauma
infantil, un problema que pueda estar generándoles mucho
dolor y llevándolos a actuar de esta forma tan inadecuada, pero
ni aun así conseguimos dar sentido a sus actos. ¿Por qué?
Porque para dar explicación a su conducta estamos
basándonos en nuestra forma de ser, en nuestra forma de
entender el mundo, en nuestros esquemas mentales, en cómo
funciona nuestra mente. Y, lamentablemente para nosotros,
hay personas que no funcionan de esta manera. Hay seres
humanos que no cumplen con lo que la mayoría de nosotros
entendemos como evidente y normal, ni siquiera con lo más
básico.
Es así como muchos de los comportamientos que
concluimos como incomprensibles son, en realidad, obra de un
psicópata o de un narcisista. El problema es que nunca se nos
pasaría por la cabeza ponerle ese nombre a una persona que
nos hace daño si es alguien a quien queremos. Hemos visto su
parte buena, y es muy buena. Conocemos sus heridas de la
infancia, que no son pocas. Entendemos su dolor y
empatizamos con él. Amamos su parte buena y deseamos con
todas nuestras fuerzas que esa sea la totalidad de su ser, pero
no lo es. Por mucho que intentamos justificar su
comportamiento, siempre nos damos contra un muro. El muro
de la cruda realidad: sus actos nos dicen que no es una buena
persona. Pero, aun así, ignoramos la intuición que nos grita la
verdad para poder seguir aferrándonos a esa pequeña porción
de ellos que tanto nos gusta y con la que nos conquistaron.
¿Cómo vamos a llamar «psicópata» o «narcisista» a la
persona que nos ha criado? ¿Cómo vamos a ponerle ese
nombre al amor de nuestra vida? ¿O a un compañero de
trabajo que no ha cometido ningún delito? Suena mejor decir
que «es tóxico», «está mal de la cabeza», «es una mala
persona», etc., pero la realidad es que, en muchas ocasiones, se
trata de eso que tanto nos cuesta afirmar en voz alta.

Una buena persona rodeada de las personas equivocadas


sentirá que es «el problema». Sin embargo, un narcisista, esté
donde esté, siempre será la persona equivocada.

A lo largo del libro, iré intercalando casos


reales de personas a las que he acompañado,
pero debes saber que todos los datos de
personas y situaciones que podrían dar lugar
a ser identificativos han sido alterados con el
fin de preservar su anonimato.
PRIMERA PARTE
¿CÓMO SON LAS
PERSONAS NARCISISTAS?
APRENDE A DETECTARLAS
¿QUIÉN ES EL
NARCISISTA?
Cuando alguien es un desalmado,
no hay persona que pueda construirle un
alma.
LYDIA CACHO

Lo primero y más importante que debemos entender es que el


narcisista es una persona real que muy probablemente nos
encontraremos en algún momento de nuestra vida. No son solo
los personajes de películas de suspense o asesinos en serie.
No. Son personas como tú y como yo. Por eso, voy más allá:
quizá no solo te los cruzarás, sino que igual hasta te vinculas
con ellos, y no de cualquier manera, porque los vínculos con
estas personas son muy «especiales». Digamos que no pasan
desapercibidos para aquellos que tienen la mala suerte de
tenerlos cerca.
Atraen. Atraen mucho, pero solo a quienes les interesa
atraer. Son personas con una gran capacidad para convertirse
en lo que queremos ver en ellos. En aquello que necesitamos
tener al lado en ese preciso momento de nuestra vida, y si es
vulnerable mejor, porque el dolor nos genera la necesidad de
ser acogidos y sostenidos por otra persona, papel que sabrán
representar a la perfección y les permitirá entrar de pleno en
nuestro corazón. Esto significa que cuando esté contigo será tu
alma gemela, pero, cuando esté con otra persona, será la de
ella. Un psicópata narcisista es el alma gemela de nadie.
¿Sabes lo que es una mantis orquídea? Yo te lo cuento. La
mantis orquídea es una preciosa mantis de color rosa y blanco
cuyas patitas parecen pétalos de flores, específicamente de
orquídea, de ahí su nombre. Si permanecen estáticas, son muy
similares, por no decir idénticas, a una flor. Lo que ocurre es
que esta bella apariencia en realidad es un disfraz elaborado a
conciencia para atraer a sus presas, las cuales serán incapaces
de distinguirlas de una flor real. Es más, hay estudios que
indican que son incluso más eficaces que las verdaderas flores
a la hora de atraer a los animales polinizadores. Increíble,
¿verdad? Bien, pues con estas personas sucede algo parecido:
nos atrapan porque voluntariamente se convierten en aquello
que queremos o incluso necesitamos encontrar. Por eso veo
muy acertado llamarlos «depredadores».
Estos depredadores comparten muchos rasgos en común:
ausencia de empatía, deseo de poder y control sobre los
demás, tendencia a la dominancia, una maravillosa imagen de
cara a la galería, grandes aptitudes para manipular, falta de
remordimientos, etc., y los entenderemos en profundidad más
adelante, pero, antes de nada, algo que debemos tener en
mente es que, como todo el mundo, están sujetos a su propia
personalidad e historia de vida, por lo que no son todos
exactamente iguales. Como nos sucede a los demás, vaya.
Cuando esté contigo, será tu alma
gemela, pero cuando esté con otra
persona, será la de ella. Un
psicópata narcisista es el alma
gemela de nadie.
La naturaleza no ha hecho un «copia y pega» con ellos (ni
con nadie), pero, como con todas las personalidades, a grandes
rasgos, pueden categorizarse (meterse en cajitas que más o
menos los definan a todos). Esto implica que habrá diferencias
entre ellos que harán que no siempre cumplan cada uno de los
«requisitos» para ser «psicópatas o narcisistas al cien por
cien», pero esto no quiere decir que no lo sean. Significa que
hay variaciones entre ellos porque, además de su condición,
tienen una determinada carga genética que interactúa con su
entorno e historia vital de forma única e irrepetible. Es decir,
que lo que les viene predeterminado por su genética está
mezclándose con su contexto y sus vivencias convirtiéndolos
en seres humanos únicos e irrepetibles.
Esto nos sucede a todos, evidentemente, pero aquí es
importante especificarlo para que nadie se obceque en que el
otro cumpla todos los requisitos punto por punto. Incluso en
los manuales de diagnóstico que empleamos los psicólogos y
los psiquiatras se dice que el sujeto no tiene por qué cumplir a
rajatabla siempre los criterios que tiene un trastorno porque, en
lo que respecta a la personalidad, no hay solo blancos y
negros. De hecho, esos son una minoría. La mayoría forman
parte de una inmensa gama de grises.
Ahora te voy a poner un ejemplo de un caso negro y
extremo, de esos que forman parte de la minoría, pero que nos
demuestran que, hasta en los peores y más oscuros, hay
excepciones. Siempre se ha afirmado que los psicópatas no
tienen ningún tipo de empatía con los animales y que, incluso,
tienden a dañarlos y a convertirlos en sus primeras víctimas,
sobre todo los que acaban siendo asesinos. Bien, pues en 1995,
José Roberto Morales y Alcira Susana Calvito descuartizaron
en treinta y tres trozos a su víctima, Andrés Crespo Arias. A
las autoridades no les cabía ninguna duda de lo que habían
hecho, pero, por mucho que buscaban e interrogaban a los
testigos, no conseguían localizar los restos de la víctima, y los
presuntos criminales no colaboraban.
Afortunadamente, el inspector a cargo del caso se percató de
un dato muy interesante: Alcira Susana, la acusada, tenía
devoción por los animales, especialmente por sus dos perros.
Por ello, tras la negativa de Alcira a ser interrogada y confesar,
le hizo creer que tenían la teoría de que ella y su pareja habían
alimentado a sus perros con los restos de la víctima y que, por
ese motivo, se iba a solicitar una orden judicial para
intervenirlos quirúrgicamente, con el fin de determinar si
habían ingerido restos humanos, y después sacrificarlos. Alcira
pasó de aparentar frialdad e impasividad a estar muy
preocupada por sus mascotas y enfadada con el inspector. Y
así, desesperada por que no acabasen con la vida de sus
animales, acabó confesando el asesinato, el descuartizamiento
e incluso el lugar donde habían enterrado a Andrés Crespo.
Todo por salvar la vida de sus perros. Pero ¿no era que los
psicópatas no tenían ningún tipo de empatía con los animales
y, además, tendían a dañarlos? ¿Por qué, entonces, esta mujer
cambió su libertad por la vida de sus mascotas?

Este ejemplo es para que veas hasta qué punto existen


diferencias entre las personas y la imposibilidad de encajar
cien por cien en una descripción, incluso en casos tan
extremos como este. Por ese motivo no debemos
obsesionarnos con que las descripciones de los libros
coincidan completamente con la persona que tenemos en
mente. Consiste en comprender el concepto de forma global y
valorar, sobre todo, nuestra experiencia con ellos. Aun así,
cabe destacar que la intención de poner nombre a estas
personas es identificarlas para protegernos de ellas, pero en
ningún caso para realizar un diagnóstico. Esto queda
únicamente en manos de los profesionales.

Pese al ejemplo que acabas de leer, como hemos


mencionado anteriormente, la mayoría no son criminales, sino
que están integrados en nuestra sociedad y gozan de una
buenísima imagen social. «Es que de puertas para fuera
aparentaba ser la mejor persona del mundo», escucho con
frecuencia. Y sí, es que parte de su personalidad se basa en
mantener una buena fachada que les cubra las espaldas para
que, cuando alguien trate de destapar quiénes son en realidad,
esa persona quede como un loco o una loca. Además, esta
bonita imagen que proyectan es la que les permite entrar en
vidas ajenas para ir «absorbiéndolas» desde dentro.
Podríamos decir que el narcisismo y la psicopatía son un
espectro que acoge distintos perfiles y admite diversos grados
de gravedad que, pese a ser aparentemente diferentes entre sí,
comparten un importante rasgo predominante en común: la
ausencia de empatía emocional y el sentimiento de
superioridad frente a los demás.

En este libro hablaremos del perfil más integrado en la


sociedad, el de esa persona en la que conviven la psicopatía
(maldad) y el narcisismo (sentimiento de grandiosidad) juntos.

Será trabajo por tu parte, que me lees, comprender que hay


muchas tonalidades de grises y que es imposible hacer una
descripción exacta que describa al cien por cien a todas las
personas que encajen en este espectro, más que nada porque,
como el resto del mundo, todas tienen una historia detrás que
las hace ser diferentes entre sí.

Aun así, te sorprenderás al ver lo mucho que se parecen y lo


curioso que es que yo te hable de un perfil que encaja casi a la
perfección con alguien que tú conoces, pero de quien yo,
evidentemente, no tengo ni idea. Al final, aunque sean
diferentes entre sí, todos siguen más o menos los mismos
patrones. Por este motivo, cuando tienes la mala suerte de
conocer bien a uno, sientes que ya los conoces a todos.

Si este es tu caso, lo que vas a leer en este


libro puede causarte un gran impacto. Es
normal, pero, por favor, léelo a tu ritmo y
escuchando cómo responde tu cuerpo. Es
posible que a veces te sientas abrumado/a y
necesites tomarte un descanso. Hazlo y para
de leer. Si sientes que te sobrepasa, puedes
dejar el libro para más adelante y retomarlo
cuando te sientas preparado. Este libro y yo
no nos vamos a mover de aquí, puedes volver
cuando quieras. No hay prisa.
En la última parte del libro vas a encontrar
herramientas que pueden ayudarte a superar
esta situación, pero si sientes que no es
suficiente, cosa que puede suceder y es
totalmente normal, ya que son situaciones
muy traumáticas, pide ayuda a las personas
que te quieren y también a un profesional. Por
favor.
¿CÓMO ES UN
NARCISISTA?
El camaleón puede adoptar varias
docenas
de tonalidades, de acuerdo con las
necesidades de
su supervivencia. El propósito es
camuflarse, pasar
desapercibido, confundiéndose con el
lugar en
el que está. Esta es la otra buena
metáfora para
el psicópata.
VICENTE GARRIDO

Un narcisista carece de empatía, es una persona que no se ve


afectada por el dolor que causa a los demás como lo hacemos
el resto, pero puede llegar a fingir que sí para pasar
desapercibida. Repite, una y otra vez, los errores que
supuestamente lamentaba haber cometido porque, como
cuando los llevó a cabo no sufrió por hacer sufrir al otro, el
suceso no le dejó la huella del aprendizaje. Para que podamos
aprender de una experiencia, esta tiene que habernos dejado
una huella de tipo emocional, de manera que, si la persona no
siente nada desagradable al llevarla a cabo, no recordará sus
actos con dolor y no habrá nada que le «aconseje» no volver a
realizarla.

Entonces ¿no sufren nunca? Más o menos. Sí sufren, pero


por lo que, directa o indirectamente, les afecta a ellos. Los
narcisistas quieren sentir dominancia y poder porque disfrutan
con la sensación de control, y para eso serpentean como sea
necesario. ¿Esto implica que, conscientemente, estén siempre
pensando «voy a actuar así para conseguir X»? No
necesariamente. Es, «sencillamente», su modus operandi de
interactuar. De la misma manera en que tú no sueles pensar en
cada paso que das y la mayoría los haces de forma automática,
ellos también, solo que bajo unos parámetros un tanto
diferentes a los tuyos.
Cuentan con una gran capacidad para manipular y adaptarse
al entorno para conseguir lo que quieren y, por esto, suelen ser
personas con un encanto superficial, seductoras e inteligentes,
pero con una inteligencia que se manifiesta en forma de
astucia y picardía más que en conocimiento. Esta astucia les
permite hacer creer a los demás que saben más de lo que
realmente saben. Por este motivo es habitual que mientan para
exacerbarse, se atribuyan méritos que no tienen y hablen sobre
temas de los que, realmente, no tienen ni idea. Puede que las
primeras frases que digan sobre estos temas parezcan tener
sentido porque estén repitiendo lo que han escuchado de otras
personas que sí sabían de lo que hablaban, pero, más allá de
ese inicio, el discurso se les queda vacío, repetitivo e
incongruente.
Sin embargo, como no suelen sentir vergüenza, irse por las
ramas hablando de un tema que desconocen no es algo que les
dé mucho apuro. Los más astutos, al estar frente a un experto
en la materia, se callarán para no quedar claramente retratados,
pero los más necios serán capaces de seguir adelante con su
actuación. Me viene a la cabeza la historia de un paciente que
nos contaba que su padre llevaba toda la vida alardeando
falsamente de ser médico, cuando en una reunión con otros
padres de la escuela coincidió con un hombre que sí lo era y,
en lugar de optar por la opción más inteligente, que era la de
callarse, eligió fardar de sus (nulos) conocimientos sobre
medicina e incluso acusar al otro pobre hombre de ser un
farsante por no haber estudiado Medicina en una buena
universidad. Una desfachatez sin límites.

Aunque sean camaleónicos y tengan un gran talento para


manipular, su fachada es una farsa y es imposible mantenerla
impoluta de errores. Es probable que, en algún momento,
peguen un coletazo, es decir, lleven a cabo una conducta que
los delate. Un acto que hará que alguien se cuestione toda su
maravillosa apariencia. Digamos que, sin querer, asoman la
patita y hacen levantar sospechas. Se les ve el plumero. Esto
suele suceder porque se confían demasiado, no son cautos. Se
vienen arriba y, por un exceso de autoconfianza y una
exagerada sensación de impunidad, llegan a creer que hagan lo
que hagan nadie se dará cuenta, y no es así. Afortunadamente.

Ausencia de empatía emocional


No experimentan en su cuerpo las emociones del otro, por lo
que les es muy difícil conectar a nivel emocional con el resto
de las personas. Esto implica que tampoco sienten culpa o
pena por aquellos a quienes hacen daño en la mayoría de las
ocasiones, por eso son capaces de dormir tranquilos tras haber
actuado de formas que a cualquier otra persona le quitarían el
sueño.

Esto puede manifestarse de maneras muy sutiles. No van


por la vida diciendo: «Me da igual haberte hecho daño, no me
afecta absolutamente nada», porque lo que pretenden es
integrarse y, si dijeran esto, conseguirían lo contrario, pero
podemos observar esa insensibilidad en su capacidad de herir
sin remordimientos, incluso repitiendo una y otra vez la
conducta que tanto daño generó. Si les preguntásemos: «¿Por
qué has vuelto a hacerlo si sabes que me hizo muchísimo
daño?», la respuesta real, que no la que nos darían, sería:
«Porque a mí no me duele y me importa más el beneficio que
obtengo yo».

Como consecuencia, no piden disculpas reales por el daño


que causan, aunque sí lo pueden hacer para quedar bien. Si
piden perdón, basta con fijarse en sus actos previos y
posteriores a la disculpa para ver que contradicen ese supuesto
arrepentimiento.

Empatía cognitiva
Pese a no tener empatía emocional, es frecuente ver que saben
cómo responder ante ciertas situaciones de carácter emocional.
Digamos que saben «hacer el papelón» y esto suele
desconcertar, porque, si no sienten, ¿cómo pueden fingir que sí
y hacerlo tan bien?

Esto se debe a que cuentan con lo que llamamos «empatía


cognitiva», que es la capacidad para identificar lo que el otro
piensa, siente y necesita y así poder responder adecuadamente
a ello. Sería algo así como: «No siento lo que tú sientes
cuando te veo sufrir o ser muy feliz, pero sí sé lo que esperas
recibir de mí cuando me lo haces saber».

No sienten lo que siente el otro, pero sí pueden leerlo. Es


como si te entendiesen con el cerebro, pero no con el alma.

Impulsividad
En su caso, la impulsividad no proviene de su falta de
autorregulación, sino de querer obtener lo que desean de forma
inmediata. Suelen tener dificultades para demorar la
recompensa porque son personas caprichosas que pretenden
conseguir todo lo que quieren con facilidad, sin tener en
consideración a los demás y sin sopesar las consecuencias que
sus conductas pueden tener.

En ellos son frecuentes las reacciones imprevisibles, aunque


estas supongan decisiones determinantes con graves
consecuencias vitales, como puede ser abandonar a su pareja,
irse de casa, dejar un trabajo, robar o agredir a alguien. Sus
vidas pueden cambiar, perfectamente, por un arrebato del
momento.

Manipulación
Su forma de relacionarse con otros es mediante la
manipulación constante, no se trata solo de una técnica que
utilizan en determinadas circunstancias por necesidad. Se trata
de su forma de vida, de su manera de actuar para conseguir
que los demás estén donde ellos quieren que estén, pero
también para tener la sensación de «salir ganando», aunque
sea totalmente innecesario. Una vez más, es otra forma de
control.
Una confrontación con ellos puede verse así:
1. Te miento.

2. Me pillas.
3. Te lo niego a muerte.

4. No me crees.

5. Te hago sentir que estás loco/a.

6. Insistes.
7. No me queda más remedio que admitirte que
efectivamente me has pillado, PERO tengo excusas
que justifican mi conducta, y es que resulta que yo he
actuado así por tu culpa.

8. Hago que acabes pidiendo perdón por un error que


cometí yo.
9. Conclusión: soy la víctima.

Además, son expertos en detectar los puntos de dolor de sus


víctimas para después saber dónde golpear para dañarlas, o
bien para dar pena de la manera exacta en la que saben que la
víctima va a conectar con ellos. Los más manipuladores
representarán el papel teatral necesario para manipular al otro,
y para poder hacerlo bien necesitan conocerlo a fondo. Por
eso, en un inicio, estudian en profundidad a la persona.

Mentiras
Mienten para tener el control de lo que piensan los demás
acerca de ellos y así asegurar la imagen que quieren mantener
de cara a la galería, pero también por placer. Por el mero
placer de sentir el poder de controlar la información y la
imagen que se tiene de ellos. Además, esto no les supone un
esfuerzo porque les sale de forma natural. Como decía antes,
es su modus operandi.
Mienten sobre mentiras, tapan engaños con más engaños y
acaban montándose historias totalmente inverosímiles, pero
que relatan con tanta convicción y labia que consiguen que los
demás se las crean, pese a ser imposibles de creer. Esto hace
que, cuando las víctimas de sus engaños relatan a los demás
las tremendas historietas que los psicópatas les han contado a
ellas para dar explicación a alguna de sus «hazañas», se
sientan estúpidas y digan algo así como: «Sé que contado por
mí suena rarísimo y que no tiene ningún sentido, pero si te lo
explica él lo entiendes todo».
Hay que tener presente que los narcisistas también cuentan
con la ventaja de que el resto de las personas no mienten de
esa forma, no construyen historias exageradas para cubrir otras
mentiras y, como es normal, no conciben que haya gente que sí
porque montarse semejantes películas es algo que no suele
entrar en la cabeza de nadie. Se nos hace más lógico pensar:
«Si me lo dice será porque es verdad, ¿por qué iba a montarse
semejante historia si no?». Tendemos a escoger la opción más
sencilla y menos retorcida porque es con la que actuaríamos
nosotros.

Ausencia de ética
A causa de su insuficiente (en los peores casos, inexistente)
sentido de la ética, moral y principios básicos, las personas de
su entorno se sorprenden con frecuencia viéndose obligadas a
explicarles conceptos tan sencillos como el respeto, la
empatía, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad, la lealtad o,
simplemente, la benevolencia. Son términos con los que no
conectan de ninguna forma y, aunque intenten fingir que sí,
cometen actos que delatan claramente que no. No sería de
extrañar verlos dándoselas de abanderados de la fidelidad y la
sinceridad en las relaciones de pareja y, a la vez, engañando
constantemente a la suya. De hecho, esto es bastante habitual
en ellos.

Camaleonismo
Con la intención de entrar por todo lo alto en la vida de la
víctima y generar admiración, evitando a toda costa percibirse
como un peligro, los más manipuladores se convierten en
aquello que quiere y añora la persona a la que han escogido
depredar. Digamos que cambian su forma para convertirse en
la pieza de puzle que encaja con la víctima en ese momento.
En la primera etapa, o hasta que sienta que es necesario para
así obtener algún beneficio, serán exactamente lo que la
víctima quiere que sea. Serán incluso aquello que ni siquiera
ella sabe que necesita y cubrirán necesidades que ni ella es
consciente de que tiene, pero que ellos sabrán detectar.

Esto supone que, en función de la persona a la que tengan


delante, se transformarán en lo que esa persona desea ver en
ellos. Incluyendo ideología política, gustos, forma de vestir,
aficiones, temas de conversación… Por eso se dice que son
camaleónicos, porque veremos distintas versiones de ellos en
función del entorno en el que se encuentran. Puede parecer que
se adaptan a cualquier lugar y caen bien a todo el mundo, pero
no es cuestión de adaptación o don de gentes, sino de
camaleonismo.

Encanto superficial
Son personas carismáticas que suelen tener una buena imagen
social fruto de un gran esfuerzo constante por mantenerla
mediante manipulación, mentiras, camaleonismo, etc.

Disponen de la capacidad de causar una muy buena


impresión en los demás porque se expresan con encanto,
cuentan historias que les hacen quedar bien y son personas
aparentemente divertidas.
Es frecuente que de primeras resulten muy interesantes y
atractivas, también gracias a su capacidad de mimetizarse con
la persona que tienen delante, pero, por un motivo o por otro,
llega un momento en el que se les ve el plumero porque esa
imagen no es real, y, como diría Vicente Garrido, reconocido
psicólogo y criminólogo que ha dedicado toda su vida al
análisis de estos perfiles, «los psicópatas se saben la teoría de
la vida, pero, cuando han de demostrar la práctica, su profunda
insensibilidad emocional les hace fracasar».

El momento en el que dan un coletazo que los delata genera


una gran confusión en su entorno más cercano porque ese
gesto suele ser todo lo contrario a lo que esperaban de esa
persona. Aquí es cuando saltan las alarmas por primera vez,
pero, por desgracia, al no tratarse de algo gravísimo y ser una
«minucia» en comparación con el encanto y magnificencia de
su ser, se pone en una balanza y se elige «todo lo bueno» que
tiene esa persona porque, hasta la fecha, parece compensar
casi cualquier cosa.

Sentimiento de inmunidad
El narcisista cuenta con un incomprensible sentido de
inmunidad, como, si hiciera lo que hiciese, sus actos no fuesen
a tener consecuencias. Se sienten por encima de la ley, de la
moral y del resto de las personas, motivo por el cual en algún
momento acaban cometiendo actos estúpidos que los llevan a
generar dudas a los demás de la versión que han contado de sí
mismos o, incluso, a ser descubiertos.

Narcisismo
Consideran que, por el mero hecho de ser ellos y existir, están
por encima del resto y merecen recibir un trato especial («¿Tú
no sabes quién soy yo?», cuando realmente no son nadie
importante). Esto hace que no ofrezcan nada, pero, sin
embargo, esperan recibirlo todo de los demás. Adoptan una
actitud dominante con las personas de su entorno, tratándolas
como inferiores y desvalorizándolas para poder seguir
ocupando el pedestal en el que ellos mismos se han colocado
sin ostentar mérito alguno. Esto no siempre se hace de forma
descarada, y menos en un principio, ya que, si actuasen así de
primeras, nadie los tendría en un pedestal.
Se muestran como personas seguras de sí mismas, que
saben lo que hacen, resolutivas y en las que se puede confiar
cualquier problema para que lo solucionen. Consiguen que los
demás los idealicen y los consideren un referente para todo, y
hasta llegan a generar en su gente más cercana la sensación de
no poder vivir sin ellos.
Esta necesidad de ser idolatrados los lleva a ser personas
muy envidiosas que difaman a cualquiera para ensuciar su
imagen y así preservar la suya. Consideran que estarán mejor
posicionados si los demás están por debajo de ellos. Digamos
que, cuando no pueden controlar a alguien (o sus logros y
crecimiento), tratan de controlar la forma en la que las otras
personas lo ven. Es decir: si no puedo convertirte en un
fracasado porque tu éxito es evidente, me inventaré lo que sea
necesario para que los otros piensen que eres un farsante.

Su narcisismo puede verse de las siguientes maneras:


• Establecen una dinámica de poder en la que se
relacionan con los demás ignorando sus derechos como
seres humanos, gustos, opiniones e incluso su
dignidad. Esto lo hacen, por ejemplo, pisando a quien
haga falta para llegar a sus metas, tratando sin piedad a
personas que, supuestamente, deberían amar (hijos,
pareja, amigos, etc.).
Cuando una mala persona no
pueda controlarte, tratará de
controlar la forma en la que los
demás te ven.
• Rebajan a los demás y desprestigian sus logros. Aquí es
donde entran con las campañas de difamación
inventándose rumores o intentando hacer ver los éxitos
de los otros como fruto de la suerte o de un fraude.
Intentan asociar los logros del resto a lo que sea, menos
a que se los merecen por su duro trabajo.
Curiosamente, son ellos los que suelen ganarse las
medallas a base de mentiras y estafas.
• Son personas muy envidiosas, pero serán los primeros
en decir que son los demás quienes los envidian a ellos,
incluso llegan a culpar de sus fracasos a los celos que
les tiene el resto.
• Fuerzan directa o indirectamente a los otros a tratarlos
con esa prioridad que ellos sienten que merecen por el
mero hecho de «ser ellos». Exigen un trato especial y,
cuando no lo reciben, se ofenden y atacan
despiadadamente. Esto puede verse con facilidad al
observar cómo tratan a camareros, taxistas o a
cualquier otro trabajador que esté ofreciendo un
servicio de cara al público.

• No piden permiso y exigen cosas fuera de lugar que a


nosotros nos parecerían «demasiado» y nos daría apuro
pedirlas. Aparentemente, tienen mucho morro. Para
ellos, «quien no llora no mama», no suelen tener
vergüenza y, además, creen merecer todo lo que
exigen, por lo que pueden llegar a ser muy prepotentes
y demandantes.

• No establecen relaciones recíprocas con los demás, sino


que acostumbran a aprovecharse de ellos. Buscan
relacionarse con personas de las cuales puedan obtener
un beneficio. Casualmente, en su entorno hay muchas
personas con dinero, poder, influencia, contactos…
• No tienen en cuenta las necesidades del otro, lo cual se
ve porque, pese a aparentar ser detallistas, «olvidan»
eventos especiales, no están en momentos de crisis,
abandonan a las personas cuando los necesitan, no
muestran interés real… Una vez más, sus actos los
delatan.
• Pueden llegar a robar por creer que merecen ese objeto
más que la otra persona, como forma de venganza o
por envidia, para que el otro no lo tenga.
• Para ellos, su imagen pública es muy importante, por lo
que reaccionarán de forma violenta ante cualquier
persona o situación que la ponga en riesgo.

Suspicacia y paranoia
Mantienen una actitud de desconfianza crónica hacia los
demás, sintiéndose amenazados por ellos de forma constante y
atribuyendo maldad a sus intenciones. Esto sería el ejemplo
perfecto de «cree el ladrón que todos son de su misma
condición».
Interpretan cualquier mínimo gesto insignificante por parte
del otro como un motivo para atacar, por ese motivo no son
leales a nadie. En cualquier momento, la persona que se
suponía que era su aliada o un ser querido puede convertirse
en su peor enemigo y no dudarán ni un segundo de que sus
acciones son derivadas de la maldad. En la víctima esto
también genera mucha confusión, ya que se consideraba «vip»
en la vida del psicópata, algo así como «intocable», pero se da
cuenta de que no lo es y siente un gran desconcierto.
No hay vínculo que pase por encima de su concepción de
los demás, ya que entendemos el mundo desde nuestros
esquemas mentales, y los suyos son estos.
Suelen tener integradas las siguientes creencias (Piñuel,
2013):
• Como he sido tratado injustamente, tengo derecho a
conseguir por cualquier medio lo que creo que me
corresponde.

• Si quiero algo, puedo hacer todo lo necesario para


conseguirlo.

• Me golpearán a mí si no golpeo yo antes.


• La fuerza o la astucia son los únicos medios para
conseguir l7as cosas.
• Mentir y hacer trampas es válido porque el fin justifica
los medios.

• Si una persona no es lo suficientemente astuta como


para defenderse y, por ende, yo me aprovecho de ella,
es su problema, no el mío. Quien no corre vuela.

Conflictividad
Como se sienten atacados con facilidad porque interpretan
cualquier gesto por parte del otro como una amenaza, tienden
a las confrontaciones. Esto también se debe a que disfrutan
generando situaciones tensas porque las aprovechan para sacar
toda la artillería pesada que llevan dentro. Digamos que, en
parte, se convierten en momentos ideales para desahogarse y
mostrar su «verdadero yo».

Astucia, sinvergonzonería e interés


Su inteligencia se manifiesta, sobre todo, en forma de astucia.
Saben cómo moverse por el mundo para ir obteniendo
beneficio de las situaciones y personas con las que se van
topando. No tienen ningún reparo en sacar provecho de los
demás.

En el trabajo, simulan ser grandes e impecables


trabajadores, pero la realidad es que suelen apropiarse de ideas
y proyectos ajenos para presentarlos como propios y así
llevarse las máximas medallas posibles bajo la ley del mínimo
esfuerzo. Y lo curioso es que suele salirles bien, aunque
siempre tienen a personas «por debajo» que saben que están
«recogiendo un premio» por un trabajo que no han realizado
ellos y se preguntan, indignadas, cómo puede ser que hayan
llegado tan lejos a base de engaños y de aprovecharse del
trabajo de los demás.

Aquellos con poder e influencia les generan especial interés


por el beneficio que pueden obtener de relacionarse con ellos,
pero no se conforman simplemente con ser alguien cercano,
sino que buscan ir más allá y ser apadrinados por estas
personas, ofreciéndose a hacer cualquier cosa para acercarse a
ellos. Recordemos que no son cien por cien leales a nadie, ni
siquiera a la persona que los ayudó a estar hasta donde están,
por lo que, si surge la oportunidad de destronarla, lo harán, y,
si para ello deben recurrir a alguna argucia, no dudarán en
hacerlo.

Sin sentido de la responsabilidad


Depositan la culpa de todo lo que sucede en el otro y no
reconocen sus errores (a no ser que esto les reporte algún
beneficio o se vean entre la espada y la pared); son capaces de
manipular a una persona para hacerle creer que es la
responsable de un fallo que ellos mismos han cometido y son
conscientes de ello. Si no pueden trasladar la culpa a otra
persona, racionalizarán su propio comportamiento y
encontrarán una excusa perfecta que justifique sus acciones.
Además, tras herir gravemente a alguien, se tomarán la
libertad de actuar como si nada hubiese pasado porque, como
para ellos sus actos no vienen acompañados de una gran carga
emocional, pueden pasar página con facilidad.

Adictos a la sensación de poder y de control


La mayor parte de sus conductas van orientadas a sentir
dominancia sobre los demás y esto lo buscan de muchas
formas, siendo las más habituales estas: a través del dinero, el
reconocimiento, el control de las personas de su entorno, su
estatus social o su posición laboral.

Cuando nos preguntemos cuál es la intención real tras sus


acciones, veremos que muchas veces es la obtención de una
sensación de poder y control, mientras que otras es la
obtención de un beneficio; pero difícilmente encontraremos
algo que se acerque al altruismo.

Búsqueda de sensaciones y conductas de riesgo


Tienden a realizar actividades que supongan una descarga
brusca de adrenalina y estas suelen implicar saltarse la ley o
tener conductas de riesgo.
Por este motivo es habitual que a lo largo de sus vivencias
encontremos consumo de drogas, conductas sexuales
promiscuas y sin protección, desenfreno, excesos con el
alcohol, dobles vidas (varias parejas o incluso familias a la
vez), engaños, fraudes y estafas, conducción temeraria,
relaciones sexuales con prácticas de sadismo, conductas
disruptivas, deportes de riesgo, etc. Dependiendo de la
gravedad del caso, estas serán más leves o graves.

Necesitan emociones más fuertes que el resto de las


personas porque viven en algo así como una «anestesia
emocional» constante. Para ellos, ese subidón adrenalínico es
lo más cercano a la felicidad.

Intolerancia a la frustración
No llevan nada bien que no se cumplan sus deseos o
expectativas. Esto les hace tener conductas agresivas,
impulsivas, impertinentes y desafiantes cuando no se
satisfacen sus necesidades. Es aquí donde solemos ver las
primeras veces en las que su «verdadero yo» asoma la patita.

Toleran tan mal la frustración que, en ocasiones, la rabia los


sobrepasa y terminan llevando a cabo conductas que los
delatan. Digamos que la ira los domina hasta el punto de
conseguir que se olviden de mantener su impecable imagen de
cara a la galería y actúen de una forma totalmente contraria a
lo que tanto se esfuerzan en aparentar.

Parasitismo
Es frecuente que vivan de los recursos de los demás y que
lleguen a entablar relaciones para obtener todo lo posible de
esas personas. También es habitual que, una vez absorbido
todo lo que podían absorber de alguien, lo abandonen en busca
de otra presa de la que sí puedan seguir obteniendo lo que
desean. Cuando el narcisista es quien tiene el poder
económico, cosa que por su manera de ser también es algo
frecuente, lo usa como forma de control.
Esto dependerá de su momento vital y también de sus
prioridades, ya que algunos preferirán vivir de otras personas
toda la vida o, al menos, hasta que puedan dejar de hacerlo,
mientras que otros lucharán más por ocupar un puesto que les
dé el poder de controlar con hilos invisibles a la gente que los
rodea.
IDENTIFICA LAS TÉCNICAS
DE MANIPULACIÓN
Por favor, vean al animal que hay dentro
de él:
no vean a la persona socialmente
aceptable,
esa imagen que sabe crear de puertas
afuera.
VÍCTIMA DE NORMAN RUSSELL

Son excelentes manipuladores porque necesitan esta capacidad


de persuasión para conseguir lo que desean, lo cual es su
principal objetivo en la vida, cueste lo que cueste y por encima
de quien haga falta. Es por eso por lo que, como la necesidad
les aprieta, desarrollan numerosas y efectivas técnicas para
llevarlo a cabo.

Inculcación silenciosa
En lugar de imponer su forma de pensar directamente a la otra
persona, que también pueden hacerlo, tienen por costumbre
llevar a cabo un cuidadoso trabajo de manipulación con el que
conseguirán que la víctima piense y haga lo que ellos quieren,
pero creyendo firmemente que es algo que surge de ella misma
y no de un adoctrinamiento lento e insidioso por parte del
depredador. Esto les hará sentir poder y control sobre la otra
persona.
Intentarán que la víctima piense y haga lo que ellos desean
también con la intención de manipular la forma en la que la
víctima percibe su entorno para así poder aislarla, haciendo
que desconfíe de todo aquel que pueda parecerles una
amenaza. Los más manipuladores pueden hacerlo con frases
como «he escuchado a tu amiga hablar mal de ti», «en tu
trabajo no te valoran, deberías dejarlo», «¿no te das cuenta de
que tus padres tratan con favoritismo a tu hermana?», etc.
Tratan de sembrar la duda en la víctima.
Esto, además de emplearlo para aislarla, también pueden
usarlo para conseguir algo que desean, como, por ejemplo,
dinero: «Tus padres dejaron dinero a tu hermano, entonces lo
justo es que a ti también, que nunca te dan nada», o un cambio
de conducta en la víctima: «Van diciendo por ahí que tu forma
de vestir es provocativa, no te quería decir nada, pero es que
me han llegado unos comentarios…». Poco a poco van
insertando en la víctima dudas, inseguridades, nuevos motivos
para enfadarse con otras personas, etc., con el fin de
conducirla hacia donde ellos quieren que vaya.
Cuando el psicópata narcisista entra en la vida de alguien se
puede apreciar un cambio notorio, sobre todo en su relación
con los demás. Siempre marcan un antes y un después.
Antes de su llegada, la víctima tiene un entorno
determinado, pero, para cuando el depredador ya lleva tiempo
con ella, se puede observar que la red de apoyo de la víctima
ha disminuido considerablemente y también como ha
empeorado su percepción sobre las personas a las que antes
apreciaba. Parece que ya no confía en nadie. Ha tenido muchas
discusiones con sus amistades. Se ha alejado de seres queridos.
Ahora solo consulta las cosas con el manipulador. Su forma de
pensar ha cambiado a la que a él le interesa. Sus intereses, su
tiempo libre y con quién lo pasa también han cambiado.
Parece ser otra persona hecha a medida para ese nuevo
integrante de su vida. Y, sin embargo, la víctima creerá que es
algo que ha salido de ella, que ha sido una decisión propia. O
que, incluso, gracias a él ha abierto los ojos.
Sin embargo, en víctimas que desde el primer día de su vida
han convivido con estas personas, ya sea porque son sus
padres o parientes muy cercanos, es complicado saber cómo
habrían sido sin ellos porque se han desarrollado con estas
personas influyendo constantemente en su entorno,
personalidad y percepción del mundo desde el primer minuto
de vida. Por eso, desvincularse de ellas supone preguntarse:
«¿Quién soy yo sin ti?».

Mirroring
El mirroring es la técnica empleada por los psicópatas
narcisistas mediante la cual estudian la personalidad, gustos y
necesidades de la persona que tienen delante para así agradarle
y darle la sensación de que son «almas gemelas». Responde al
principio básico de que nos sentimos más atraídos hacia
aquellos que se nos parecen.

Por eso, en muchas ocasiones, lo que en un principio parece


ser interés e implicación en conocer en profundidad a la otra
persona, realmente es el momento en el que están estudiando a
quien tienen delante para así detectar sus fortalezas y
debilidades. Es como cuando los ladrones de guante blanco
estudian un banco o un museo donde planean dar un golpe
para así detectar las posibles entradas, salidas de emergencia,
obstáculos con los que se van a topar, puntos débiles que
deben aprovechar, etc.

Idealización de sí mismos
Los narcisistas tienden a idealizarse a sí mismos para
«contagiar» esa imagen a los demás y que estos los vean como
seres superiores y mejores de lo que realmente son. Esto
funciona, sobre todo, en los primeros contactos con alguien, ya
que, si la persona se presenta a los demás como alguien
«importante» y mantiene una fachada que más o menos lo
respalde, es probable que la vean tal y como se muestra, pero
esto, inevitablemente, se derrumbará cuando la conozcan más
en profundidad. Tarde o temprano se verá que realmente todo
era una farsa.

Por eso, los psicópatas narcisistas acaban provocando en sus


víctimas la sensación de que conocieron a alguien maravilloso
que resulta que no existe, como si hubiesen vivido en una
mentira desde el primer día. Realmente, y por duro que
parezca, así es.
Los psicópatas narcisistas acaban
provocando en sus víctimas la
sensación de que conocieron a
alguien maravilloso que resulta que
no existe, como si hubiesen vivido
en una mentira desde el primer día.
Realmente, y por duro que parezca,
así es.
Creación de ilusiones
Este recurso lo emplean para ilusionar a la víctima creándole
unas maravillosas pero falsas expectativas de futuro. De esta
manera, disminuyen las posibilidades de que esta los abandone
por creer que «se va a perder algo muy bueno». Las víctimas
viven esperando a que eso tan bueno que se les ha prometido
llegue en algún momento y se desesperan porque, por un
motivo o por otro, siempre se va aplazando y aplazando hasta
que parece que no llegará nunca. Aun así, tienen miedo de tirar
la toalla por si, justo después de hacerlo, eso tan bueno por lo
que tanto han esperado y luchado llega y ellas no están para
disfrutarlo. Así es como juegan con su ilusión y con su
esperanza.

Ley del hielo


Mediante esta técnica, el depredador emocional ignora a la
víctima como si no la viese, como si esta no existiese. Esta
táctica destruye la autoestima de la víctima por hacerla sentir
que no vale ni siquiera una mísera palabra. El mensaje que
envía alguien que está haciendo la ley del hielo a su víctima es
«vales tan poco que no me voy ni a molestar en percatarme de
tu existencia» y «puedo ignorarte porque eres tan poco
importante que me es posible omitir tu presencia». Es una
forma muy cruel de maltrato psicológico.

DARVO
Este término, acuñado por Jennifer Freyd (1997), se trata del
acrónimo inglés de deny, attack and reverse victim and
offender, que en español significa «negar, atacar e invertir
víctima y agresor». Consiste en, como indica su nombre, negar
el maltrato, atacar a la víctima cuando esta lo confronta con
pruebas y dar la vuelta a la situación de manera que los roles
de agresor y víctima se invierten, haciendo que el culpable
acabe pareciendo el afectado, y viceversa.
En estas situaciones, la víctima empieza a estar enfadada
(con razón) por una conducta del agresor, pero llega un punto
en el que, sin saber muy bien cómo, se invierten los roles de
víctima y victimario y es ella la que acaba consolándolo a él.

Creación de cómplices
Los depredadores emocionales buscarán crear cómplices en el
entorno de la víctima para que estos colaboren, normalmente
de forma inconsciente, en sostener el abuso. También es una
forma de evitar que las personas más cercanas, que, por ende,
son las que antes se darían cuenta del maltrato, sean un
problema para ellos. De esta manera, lejos de proteger a la
víctima acaban defendiendo y encubriendo al agresor sin
querer.

Victimismo
Como grandes manipuladores que son, adoptan el papel de
persona afectada para así conseguir la compasión de terceros y
perjudicar a la verdadera víctima. Suelen presentarse como
víctimas de aquellas situaciones en las que realmente fueron
agresores, tienden a tergiversar los papeles de «el bueno» y «el
malo» en los relatos. Casualmente, son las víctimas de todas
las historias que cuentan.
Presentarse como víctimas ante personas que sí conectan
emocionalmente con los demás es como llegar con un cartel
que dice: «Me han hecho daño y, por lo tanto, soy del lado de
los buenos», y si, además de ser personas que empatizan y se
compadecen del otro, tienen tendencia a ejercer un «rol de
salvador», ya son el combo perfecto, porque al cartel le
añadiríamos la frase de «y necesito que me ayudes, lo cual te
hará sentir útil e importante».

Tienden a despertar en la víctima intensos y profundos


sentimientos de pena, culpa y responsabilidad hacia ellos.
Como si ella fuese la causante de todos sus males, pero, a la
vez, la única con el poder de «salvarlos». Esto, sin querer,
hace que la víctima se sienta importante y útil al ver que es
imprescindible para alguien y alimenta ese rol de salvadora
que lleva dentro.

Es frecuente que la persona afectada tema abandonar al


manipulador por no saber qué será de él, ya que le ha hecho
creer que sin ella podría llegar incluso a quitarse la vida.

Rol de salvador
Es frecuente que traten de hacer creer a los demás que son los
salvadores de aquellos que se encuentran en situaciones de
vulnerabilidad, pero la realidad es que en ningún momento
pretenden ayudar, sino más bien detectar a una persona que
por el momento que está viviendo es «una presa fácil». Saben
perfectamente que, de una persona en un buen momento vital,
con un entorno saludable, independencia económica y toda su
vida más o menos estructurada, es más complicado
aprovecharse.
Esto puede sonar contradictorio al haber dicho antes que
buscan a alguien con rol de salvador/a para aprovecharse de su
bondad, pero realmente no es incompatible. Depende de la
víctima y de su momento vital.
Te explico… Si su «presa» es una persona empática que
conecta mucho con el dolor ajeno y tiende a ayudar a todo el
mundo, como gran estratega que es, verá más sentido a entrar
en su vida haciendo creer que es él quien necesita ayuda, en
lugar de ir de salvador cuando en ese momento no hay nada
que salvar porque la víctima no está en situación de
vulnerabilidad. La única vulnerabilidad, en este caso, será la
bondad de la víctima.

En cambio, si es la víctima la que está en una situación de


fragilidad, o bien puede adoptar el rol de salvador/a para
convertirse en su héroe y ser imprescindible para ella, o bien
conectar con ella a través del dolor y del sentimiento de «yo sí
te comprendo, soy como tú y el resto del mundo no nos
valora». Todo dependerá de qué entrada considere que puede
dar mejores resultados.
Como se puede observar con sus conductas, todo está más
pensado de lo que parece. Esto no significa que tengan una
pizarrita en sus casas para estructurar todos sus malévolos
planes, sino que esta es su forma natural de proceder y de
relacionarse. Como decía antes, la manipulación y la estrategia
son su modus operandi de interacción con los demás, lo hacen
de forma casi automática.

Uso del sexo


Es frecuente que las víctimas de los depredadores emocionales
digan que las relaciones sexuales con ellos eran muy buenas, y
es normal, ya que estos las usan para captar y mantener a su
presa. Saben que generarle placer es una forma de asegurarse
de que esa persona quiera repetir y, además, son conscientes
de que es muy probable que esto acabe implicando
sentimientos más allá de únicamente los encuentros físicos.

Por otro lado, el sexo también puede ser una forma de


generar dolor a la víctima comparándola con otras personas o
devaluándola, haciendo que ella se implique más o trate de
«superar» a esas otras personas con las que se las compara.
Para ellos, la sexualidad es, una vez más, una forma de control
sobre sus víctimas.

Gaslighting
La técnica del gaslighting o «luz de gas» consiste en
afirmar/negar o tergiversar información con el fin de que la
víctima dude de su propia cordura o memoria. Pueden llegar a
mentir acerca de un hecho incluso teniendo las pruebas
delante, motivo por el cual la víctima llega a desesperarse y a
sentir que se está volviendo loca. No es de extrañar que, con el
tiempo y tras mucho gaslighting, la víctima desconfíe
totalmente de sí misma, de su capacidad para interpretar el
entorno y de su memoria, y delegue todo en los demás, con
frases como «yo es que no me entero de nada», «tengo tan
mala memoria», «soy muy despistada», «apúntatelo tú porque
yo…», etc.

No se consideran a sí mismas lo suficientemente válidas


como para hacerse cargo de lo que les sucede porque no
confían en su memoria y su cordura, ya que, al parecer, estas
no funcionan correctamente. Por este motivo, acaban
delegando todas las decisiones importantes en los demás,
especialmente en el psicópata narcisista. Dejan de llevar la
contraria por pensar que es seguro que el otro tenga razón
porque ellas siempre son las que se equivocan, creen antes a
cualquier persona que a sí mismas, dejan de basarse en sus
sentidos para interpretar el entorno y responder a él, son
fácilmente manipulables, buscan la aprobación constante de
los demás porque dentro de sí mismas no consideran que
vayan a encontrar la respuesta adecuada, etc.

Esto las convierte en personas más dependientes aún y con


más miedo de salir al mundo sin el psicópata narcisista, porque
¿cómo van a estar allí afuera sin él, si ellas por sí mismas no se
valen?

Mentira por omisión


Consiste en ocultar de forma voluntaria una parte relevante de
la información que podría ser perjudicial para el que cuenta la
historia. Suele hacerse bajo la premisa de «no estoy diciendo
ninguna mentira, solo omitiendo parte de la verdad, y eso no
es mentir».
Desconfiar de ti mismo te ata en
corto a los demás.
Romper para reparar
Es frecuente que estos grandes estrategas generen una
situación dolorosa e incluso traumática para la víctima para así
poder ejercer de salvador y generarle un sentimiento de deuda
con él, o bien, únicamente, para quedar como un héroe y de
este modo enganchar más a la víctima.

Hoovering
Esta técnica de manipulación tiene el propósito de tener el
control sobre la víctima y que esta nunca llegue a
desvincularse del todo. Lo hacen apareciendo de repente en la
vida de la víctima tras un tiempo sin contacto y manipulándola
para convencerla de retomar la relación.
La sensación que esto genera en la persona afectada es la de
que no puede rehacer su vida por si el otro vuelve. No
descansa, no apaga el móvil, no da nada por finalizado. Está
en constante vilo por si el otro decide volver. Digamos que
pone su vida en pausa hasta su regreso porque la intermitencia
del psicópata le ha demostrado que siempre vuelve.
MÁS ALLÁ DE LO QUE
MUESTRAN
Puedo imaginar que siento emociones (y
saber qué son),
pero no puedo experimentarlas en
realidad.
JACK ABBOT (ASESINO)

Ahora ya conocemos en rasgos generales cómo son y qué


técnicas de manipulación suelen emplear para atrapar a sus
víctimas, pero nos quedan algunas dudas por resolver…

¿Qué sienten?
Sí sienten emociones agradables como la alegría o
desagradables como la rabia, pero normalmente de forma
autorreferencial y egocéntrica, es decir, como respuesta a algo
que los afecta a ellos y a sus intereses, pero no si lo siente o lo
padece otro. Difícilmente se van a alegrar por los éxitos de
otras personas, ni tampoco van a sentir rabia o tristeza por sus
fracasos. Sentirán estas emociones si son como respuesta a
algo que les repercute a ellos. Además, la intensidad de las
emociones de estas personas suele ser mucho menor como
resultado de su pobre mundo emocional, aunque sean
autorreferenciales. Digamos que viven en una constante
anestesia emocional.
Las emociones más pobres en este perfil de personalidad
son las asociadas a la vinculación con otros, como son la
empatía, la compasión o la alegría compartida. Por ejemplo, si
su pareja, tras mucho esfuerzo, consigue el puesto de trabajo
que tanto ansiaba, lo primero que el narcisista va a pensar no
es en que se alegra por ella, sino en cómo puede afectarle a él
ese cambio. Si le interesa que su pareja tenga ese nuevo
trabajo para que entre más dinero en casa, se alegrará. Si, por
lo contrario, prefería que no lo consiguiese para que así
siguiese dependiendo de él, no se alegrará.

Dentro de la pregunta «¿sienten?» siempre hay implícita la


de «¿aman?», y la respuesta es que, por lo general, no se
llegan a vincular en la profundidad en la que lo hacemos los
demás. Cuando tu prioridad eres tú y el interés que tienes
hacia la otra persona es el de obtener de ella lo que te interesa,
difícilmente va a tratarse de un vínculo profundo.

Es por este motivo por el cual pueden llegar a dañar,


abandonar o desentenderse de personas que se supone que
deberían ser muy importantes para ellos, pudiendo incluso ser,
en los casos más graves, sus propios padres o hijos. «¿Cómo
ha podido hacerle eso a su hermano? ¿Cómo pudo robarles
dinero a sus padres? ¿Cómo ha podido desentenderse de su
hijo de esta forma? ¿Cómo puede haber abandonado a su
familia sin más?». Bien, pues porque priman sus deseos y
preferencias antes que el bienestar o los derechos de los demás
y no les afecta el dolor ajeno como al resto.

Es cierto que ha habido veces en las que hemos conocido a


psicópatas (de esos casos extremos que no son de la gama de
grises, sino un negro) que han mostrado atisbos de haberse
vinculado con otra persona, algo así como si la psicopatía no
hubiese terminado de devorar a toda su persona. Por ejemplo,
Russell Williams, calificado por el juez Robert F. Scott como
«un asesino en serie sadosexual» y que confesó con toda
frialdad sus crímenes, al ser detenido, dijo frases como «estoy
preocupado porque van a desmontar la nueva casa de mi mujer
y ese lugar es su sueño, por eso quiero daros cuanto antes lo
que necesitéis para que podáis dejarla en paz» y «estoy
sufriendo con lo disgustada que tiene que estar mi mujer ahora
mismo, quiero minimizar el impacto en ella». Sin embargo, no
debemos olvidar que, frente a los atroces crímenes que
cometió, estas frases son, únicamente, un diminuto atisbo de
humanidad.

¿Por qué hacen daño?


Realmente, desde nuestra perspectiva esto va a ser muy difícil
de entender. «¿Por qué me trata así, si comportándose bien le
iría mucho mejor conmigo? ¿Qué necesidad hay de ser de esta
manera?», nos preguntamos. La respuesta está en que su
objetivo no es portarse bien con los demás o progresar en sus
relaciones, sino cumplir con sus deseos, conseguir aquello que
quieren, y eso, muchas veces, supone hacer daño.

Su forma de vincularse acostumbra a ser desde el control y


el poder. Cuando aparentemente quieren mucho a alguien,
realmente lo que sucede es que ven a esa persona como una
posesión muy preciada por el beneficio que obtienen de ella,
por el esfuerzo que han hecho para conseguir dominarla o
porque la consideran parte de su imagen, como si fuese de su
propiedad. Y perderla es enfrentarse a la frustración y al
rechazo, emociones que no gestionan nada bien, y, además, un
golpe directo a su ego, el cual es frágil y fácil de herir.
Recordemos que como narcisistas creen ser merecedores de
mucho, por lo que el abandono y el repudio les parecen unas
injusticias intolerables hacia ellos.

Hasta ahora, se ha defendido que los actos más dañinos por


parte de estos perfiles se deben a su necesidad de compensar
un sentimiento de inferioridad asociado a su autoestima. Como
si su tendencia a la dominancia fuese para suplir una carencia.
Sin embargo, las investigaciones más recientes dirían que esto
no debe aplicarse como norma general, ya que es más probable
que tengan una autoestima muy elevada, pero, como hemos
comentado antes, con una tendencia a interpretar los hechos
que suceden a su alrededor como amenazadores cuando no lo
son. Es decir, que se tomarán como un ataque hacia su persona
cualquier conducta del otro que no acabe de gustarles y
saltarán a la defensiva, pero no porque su autoestima sea baja,
sino porque es frágil, ya que alguien con la autoestima baja
tiene predisposición a dejarse maltratar y a adoptar un rol
sumiso en sus relaciones interpersonales, lo cual no representa
la figura del depredador.
Entendiéndolo así, sus explosiones de ira se dan por verse a
sí mismos como superiores y no aceptar que, siéndolo, se
ignoren sus deseos. Un narcisista conoce perfectamente la
diferencia entre el bien y el mal, pero no le influye a la hora de
tomar decisiones porque su objetivo es salir beneficiado y
tener control y poder sobre otros y, al no contar con la carga
emocional con la que cargaría cualquier otra persona al actuar
mal, sus decisiones no se ven influenciadas ni por la culpa ni
por la compasión ni por ningún sentimiento que pueda
disuadirle de hacer daño. Esto los lleva a ser, en la mayor parte
de las ocasiones, nocivos para el resto de las personas.

Los seres humanos, generalmente, no actuamos de forma


dañina con otras personas porque somos capaces de empatizar
con ellas y, además, si lo hacemos, aunque obtengamos un
beneficio de ello es muy probable que carguemos con una gran
culpa que de ninguna manera compense ese provecho que
sacamos en aquel momento.

De hecho, seguro que recuerdas alguna vez en la que has


actuado pensando únicamente en ti, con egoísmo o sin reparar
en el daño que ibas a causar en el otro y, al verlo, te sentiste
tan mal que te prometiste no volver a hacer algo así a nadie
nunca más. Conectaste con el dolor de la otra persona, eso te
dolió, aprendiste la lección y no volverías a repetirlo ni aunque
hacerlo supusiese un beneficio para ti, ¿verdad? Bien, pues
imagínate que no hubieses sentido ningún malestar por aquel
acto egoísta que cometiste y que únicamente hubieses
percibido el beneficio que obtuviste. No encontrarías ningún
motivo para no volver a actuar de esa forma. Si todo fue
bueno, ¿por qué no repetir? Si únicamente tiene parte buena,
no hay parte mala que te disuada de hacerlo, ¿verdad?
Pues eso es lo que sucede con un narcisista: como no siente
la carga emocional que todos los seres humanos sentimos al
cometer un error, toma decisiones que no están influenciadas
por esta. No aprende del daño que hace porque no sufre
causándolo, ya que solo piensa en el beneficio que obtendrá
como resultado.

¿Qué objetivos tienen?


El objetivo principal de un narcisista se resume en sentir que
tiene poder y control sobre los demás y cumplir sus deseos.
Los narcisistas se validan a sí mismos en función de lo mucho
o poco que dominan a su entorno, por lo que viven buscando
una sensación de omnipotencia y se pasan la vida tratando de
acercarse a ella mediante la satisfacción de sus necesidades y
deseos a toda costa. Conseguir todo lo que quieren y dominar
lo que los rodea les hace sentir dioses.

Si en el camino de cumplir con su voluntad es necesario


dañar a otras personas, que siempre lo será porque vivimos en
sociedad y, cuando el deseo es dominar, está claro que esa
acción conlleva hacer daño, los narcisistas no dudarán en
seguir por ese camino y mala suerte para quien se les cruce.
LO QUE SABEMOS DE
ELLOS
Cuando estamos frente a alguien
obsesionado por mantener una imagen
fraudulenta de sí mismo para poder ganar
favores, cuando el aburrimiento le roe los
huesos, cuando lo único que le puede hacer
«sentir vivo» es la velocidad temeraria y la
irresponsabilidad, […] entonces podemos
estar seguros de que estamos ante la
mismísima imagen del fracaso del ser
humano.

VICENTE GARRIDO

El depredador tiene intacto el razonamiento, piensa de forma


adecuada y es consciente de la realidad en la que vive. Lo
«único» de lo que carece es de un mundo emocional
desarrollado, lo cual no justificaría la crueldad de sus actos, ya
que el sujeto sí cuenta con la capacidad de decidir qué hacer y
qué no hacer y diferencia perfectamente entre el bien y el mal.

¿Es una enfermedad?


Si por enfermedad mental entendemos que la persona que la
padece ha perdido el contacto con el mundo real, no es el caso.
La mayor afectación que tienen es que su mundo afectivo es
pobre o, en los peores casos, nulo. Su forma de actuar nos
puede parecer descabellada, y en muchas ocasiones lo es, pero
este no es el resultado de un cerebro desequilibrado, caótico e
irracional, sino de uno con capacidad de planificar, sopesar y
decidir. Tampoco comete sus actos desde la inocencia de no
saber el daño que están causando, porque de ser así no los
repetirían en numerosas ocasiones. Como dijo Robert D. Hare,
se trataría de «una conducta moralmente incomprensible,
exhibida por una persona aparentemente normal».
Decimos que este se delata por su conducta porque todo lo
demás puede fingirlo. Sin embargo, cuando tenga que pensar
en cómo actuar, este proceso de reflexión se verá privado de
algo importantísimo: la carga emocional que tendría para
cualquier otro ser humano. Y, por este motivo, acabará siendo
una decisión que solo contemple su beneficio y, por ende,
actuará con absoluto egoísmo. Por este motivo, por mucho que
finja y por bien que sepa actuar, se acabará delatando.

¿Y por qué explicamos esto cuando la pregunta es si se trata


o no de una enfermedad mental? Porque necesitamos
comprender que su criterio y su razonamiento están intactos,
que, si les preguntas cómo actuarían en determinada situación,
responderán lo que esperas que respondan. Porque razonan
bien y saben lo que tienen que decir. Porque conocen con qué
actos harán daño y con qué actos no. Porque no están
enfermos como podría estarlo una persona con esquizofrenia.
Saben perfectamente lo que hacen y las consecuencias que ello
tendrá, por lo que no se les puede exculpar: pueden elegir. Y
esto se ve claramente con la manipulación, ya que, para
manipular, es necesario pensar en cómo actuar y hablar para
influir en el otro. Esto no es «sin querer», hay una clara
intencionalidad detrás.
Es fundamental tener en cuenta que quitar importancia a sus
actos bajo el pretexto de que «están enfermos» solo hará
empeorar su conducta ya de por sí dañina. Lo último que
necesitan es algo más externo a lo que «echarle la culpa» de
todos aquellos actos de los que nunca se hacen responsables.

En conclusión, diríamos que su conducta no es, en ningún


caso, el resultado de una mente desequilibrada (con
alucinaciones, delirios o paranoias), sino todo lo contrario: es
el fruto de una racionalización y toma de decisiones previa. Si
pensamos que es necesario estar enfermo para actuar así,
puede que estemos en lo cierto desde el punto de vista social,
ya que, sin duda, se salen de lo que entendemos como lo que
debería ser normal, pero no desde un enfoque psicológico,
psiquiátrico o legal.

¿Nacen o se hacen?
El narcisismo y la psicopatía no son rasgos que aparecen de
repente y sin previo aviso, sino que, desde niños, estas
personas ya empiezan a mostrar ciertas actitudes que avisan de
que su personalidad puede estar desarrollándose de forma
problemática: desafían a los adultos y son inmunes a las riñas
y castigos, roban e intimidan a otros niños, sabotean las
victorias de otros compañeros, mienten constantemente, son
muy envidiosos y vengativos, se muestran indiferentes ante el
dolor de los demás si eso les permite salir ganando, etc.

Robert D. Hare, doctor en Psicología, defendió la teoría de


que la personalidad de alguien surge de una complicada y poco
conocida interacción entre los factores biológicos y
contextuales de la persona. Aseguraba que el papel de los
padres en la infancia del niño y las experiencias traumáticas
que acontecieran influirían en el desarrollo del trastorno de
personalidad y en cómo este se manifiesta, pero porque la
persona ya tenía una predisposición genética previa. Es decir,
que el contexto de crianza regularía la intensidad y la forma en
la que se manifiesta lo que ya había de base en ese individuo.

Actualmente, la teoría es un pelín diferente. Se considera


que el contexto tiene un gran peso a la hora de promover o
inhibir los rasgos de personalidad. Un buen ambiente, como un
hogar en el que se eduque desde la empatía, la humildad y los
valores éticos y morales, minimizaría o incluso podría llegar a
inhibir la expresión del rasgo de personalidad predispuesto
genéticamente, mientras que un contexto incongruente,
inestable, conflictivo, desestructurado y en el que se favorece
la desigualdad y la competencia entre hermanos u otros iguales
potenciará que las personas que tengan esa predisposición
acaben manifestándola como conducta.

¿Hay mujeres narcisistas?


Sí, hay mujeres narcisistas y también psicópatas, pero según
los estudios son una minoría en comparación con los hombres.
Estas investigaciones sugieren que los hombres son más
propensos a explotar a los demás y a sentirse merecedores de
mayores privilegios que las mujeres. También hallaron que
muestran más firmeza y deseo de poder, así como mayor
tendencia a ejercer la violencia.

Sin embargo, en esta cuestión no podemos olvidar el factor


del aprendizaje social, ya que interiorizamos los roles de
género desde una edad muy temprana y crecemos en una
sociedad en la que al hombre se le inculca que debe luchar
para obtener poder y control, mientras que a la mujer se le pide
más sensibilidad y sumisión. Por lo general, el hombre
socialmente aceptado es el que muestra fortaleza y supremacía
y nunca sus emociones, mientras que a la mujer sí se le
permite más una expresión emocional, pero nunca una muestra
de dominancia.

Por este motivo, es altamente probable que la gran


diferencia de rasgos de personalidad entre hombres y mujeres
se deba a la educación en los estereotipos de género, pero
también influirán otras tantas variables como las culturales,
personales o biológicas.

Violencia de género, maltrato y


psicopatía
Muchos de los maltratadores de mujeres son psicópatas
narcisistas perfectamente integrados en la sociedad, por lo que
no es de extrañar que sean hombres de clase media-alta y
encantadores de cara a la galería, pero personas horribles en
sus hogares. Y, como hemos comentado anteriormente, su
personalidad no se forja únicamente con la educación recibida,
el entorno en el que han crecido o la cultura en la que se han
desarrollado, sino que también existe un factor genético
importante que tener en cuenta.

Por este motivo, la educación en la igualdad y en la no


violencia a la mujer, aunque es muy necesaria, solventaría una
buena parte de la problemática, pero no toda, porque la
cuestión no está únicamente en el sistema patriarcal en el que
se cría el agresor, sino que, en muchas ocasiones, se encuentra
en la propia e inmodificable personalidad del individuo.
Aunque, evidentemente, cuanto más respetuoso e igualitario
sea el entorno y más castigadora y determinante sea la justicia
con la violencia, menor será el riesgo de que las conductas de
estos sujetos sean criminales. Aquí es donde influye la
educación: en si finalmente se manifiesta el rasgo o no y en
cómo lo hace.

¿El principal problema? Que el sistema judicial contempla


la violencia de género como una grave problemática social (lo
es), pero no hace lo mismo con la psicopatía. Como
comentaba al principio del libro, «psicópata» es un término
empleado en criminología y normalmente para casos
extremos, pero tristemente ignorado en el área de la salud
mental y erráticamente no relacionado con la violencia hacia
las mujeres.

La desigualdad de género no explica todos los crímenes a


mujeres y, si vemos esta desigualdad como la única y
determinante raíz del problema, no llegaremos a comprender
la amplia gravedad del asunto. Ignorando un perfil de
personalidad que claramente existe y tanto daño hace, estamos
contribuyendo a la invisibilización de la existencia de estas
personas y contribuyendo a seguir siendo vulnerables a ellas.
Así es como mueren asesinadas las mujeres que habían
denunciado previamente, pedido protección y sido amenazadas
en numerosas ocasiones: porque no se pensó que el agresor
fuese capaz de llegar hasta semejante punto, pero sí lo fue.
Porque este no era «solo» un machista, sino que también era
un psicópata.
¿Por qué asesinan a sus parejas?
Vicente Garrido defiende que los agresores son dependientes
de sus mujeres y que su autoestima, sea alta o baja, es frágil y
necesitan tener una sensación de control sobre ellas para
fortalecerla.
Su narcisismo les hace interpretar que son personas muy
valiosas e importantes, pero el mundo en general no los ve
como tal y, por lo tanto, buscan esa validación en «disponer
de» su pareja. Por eso, en los peores casos, son capaces de
matarla, pero también de recurrir al suicidio posteriormente
porque han acabado con la vida de su posesión más preciada y
esto les resulta insoportable, además de ser conocedores de las
consecuencias legales que esto les supondrá, claro. Por este
motivo es estúpido pensar que un papel, como una orden de
alejamiento, va a parar a un hombre que ha agredido
físicamente a su pareja en anteriores ocasiones. Si es capaz de
golpearla, acosarla y amenazarla, ¿qué nos hace pensar que un
documento va a detenerlo? La respuesta es evidente.
Existen ciertas señales que nos indican que la víctima está
en peligro y que debemos tomar medidas legales al respecto:
• Tiene un historial de violencia en sus relaciones
anteriores.

• Se trata de una persona muy celosa y controladora.


• Ha sido violento con la víctima en el pasado.
• La ha acosado, vigilado o perseguido.

• Es incapaz de aceptar que la relación ha finalizado y


está convencido de que será para siempre, aunque la
víctima no se muestre predispuesta a ello.
• Implica a familiares y amigos de la víctima en sus
intentos para recuperarla.
• La ha amenazado anteriormente con hacerle daño
físicamente o a través de terceros.
• Es consumidor de alcohol o drogas y las emplea como
excusa para justificar su conducta.

• Tiene fuertes y rápidos cambios de humor; es una


persona impulsiva.
• La víctima le tiene miedo y se siente en peligro porque
tiene la intuición de que su agresor es capaz de hacerle
daño.
Pocas cosas son más importantes que la percepción de
peligro de la víctima. Aunque muchas veces aún están cegadas
por la creencia de que su pareja, la persona que las ama pese al
maltrato, «no les haría eso», es frecuente que haya «algo»
dentro de ellas que les indique que están en peligro. Esa
intuición es muy importante.
Algo que nos preguntamos mucho cuando alguien asesina a
su pareja y después se quita la vida es: «¿Por qué no lo ha
hecho al revés?». Bien, pues esto tiene una «explicación». Los
psicópatas narcisistas se validan a sí mismos en la medida en
la que pueden poseer y dominar a los demás, en este caso a sus
parejas. No se vinculan desde el «te quiero», sino más bien
desde el «eres mía». Convierten a su pareja en un objeto de su
posesión y por ello buscan dominar la totalidad de sus vidas.
Esa sensación les da poder, les hace sentir valiosos. Por lo
tanto, partiendo de la base de que consideran que su pareja es
de su propiedad, que esta les sea «arrebatada» porque los
abandone o porque se vaya con otra persona es el mayor golpe
a su identidad. Por lo que el asesinato se convierte en una, sin
duda delirante, forma de «recuperar su honor». A su manera
de verlo, es «un asesinato en defensa propia».

Por este motivo, la mayor parte de los asesinatos ocurren


cuando la víctima decide huir del agresor y no durante la
relación en una fuerte discusión. Esto es relevante porque
gracias a ello, en parte, podemos afirmar que el homicidio es
un acto premeditado y no el fruto de una pérdida de control o
de cordura.

Digamos que su forma de «vincularse» (muy


entrecomillado) es totalmente patológica.
Alguien que quiere a una flor la
regará para verla crecer y disfrutar
de su proceso. Un psicópata la
arrancará para que sea suya y solo
suya, y esta empezará a
marchitarse, igual que lo hará la
persona que esté a su lado.
Sin embargo, a él le dará igual: «La flor se marchita, pero lo
importante es que sea mía. Si deja de gustarme, ya la cambiaré
por otra». Una vez más: yo, yo, yo y mío, mío, mío.

La seguridad de la víctima en casos


extremos
Las órdenes de alejamiento, irónicamente, son efectivas con
aquellos agresores con menos tendencia a la violencia o con
una imagen o trabajo lo suficientemente importantes para ellos
como para contenerse por mantenerlos. Es decir, son útiles
para aquellos casos en los que menos falta hacen. Es por esto
por lo que recomendar la denuncia a todas las víctimas de
forma indiscriminada y sin conocer bien a su agresor es un
error, ya que, en muchas ocasiones, esto las pone aún más en
peligro.
Los expertos aconsejan que la víctima sea la que decida qué
es lo que más le interesa siguiendo su intuición y siendo
prudente. Para asegurar a la víctima, el sistema judicial tendría
que actuar de forma inmediata y drástica, cosa que no sucede
en la mayor parte de los casos, por lo que, por desgracia, en
muchas ocasiones, tendrá que ser ella la que se refugie y se
asegure de que el agresor no tenga acceso a ella, que esté
siempre acompañada y en un lugar donde el psicópata no la
ubique.

Y, como indica Gavin de Becker, especialista en seguridad


que ha trabajado para gobiernos y figuras públicas en Estados
Unidos: «No negocies. Cualquier contacto después del rechazo
será interpretado por el agresor como una negociación y un
progreso».
Si le dices diez veces a alguien que
no quieres hablar con él, estás
hablando con él nueve veces más
de lo que querías, y lo que hará
será interpretar que, para tener
contacto contigo, lo que tiene que
hacer es insistir. Toda respuesta
será considerada una mejora sobre
la situación anterior.
El «no» tendrá que ser claro, contundente, sin lugar a
tergiversaciones y sin miedo a sonar cortante. La víctima
tampoco deberá explicar los motivos por los cuales se aleja, no
debe justificarse. Ningún argumento será lo suficientemente
bueno para el agresor. En ningún momento conseguirá que
este diga: «Tienes razón, lo entiendo». Al contrario, abrirá la
posibilidad de debatir y discutir.

¿Esta personalidad tiene cura?


Como diría Robert D. Hare: «Prácticamente todos los autores
están de acuerdo en que el capítulo más corto de un libro sobre
este perfil de personalidad es el que corresponde al
tratamiento». El experto dijo esta frase en 1993 y sigue siendo
cierta aún hoy en día. Parece que, hasta ahora, nada funciona
con ellos.
Para que un paciente mejore debe querer recibir ayuda,
colaborar de forma activa con el terapeuta, reconocer que tiene
un problema y querer solucionarlo. Y eso no es el caso de un
narcisista, ya que este ni quiere ni siente que haya nada que
cambiar en él, deposita la culpa de todo en el exterior y,
obviamente, como no está de acuerdo con que deba cumplir
con las normas sociales porque él está por encima de ellas, no
se va a esforzar en adaptarse a ninguna. Está satisfecho con
cómo es, no siente arrepentimiento, culpa o dolor por el daño
que causa, y la realidad es que tampoco se imagina siendo de
otra forma porque el placer lo obtiene gracias a ser así. Un
narcisista está encantado de conocerse.
Estos perfiles solo acceden a realizar un proceso terapéutico
si son obligados por familiares, por la justicia o como forma
de manipular a otra persona («voy a ir a terapia para ser mejor
para ti» = mentira).

De hecho, tienden a ser dominantes también con sus


terapeutas y tratan de llevar la voz cantante de las sesiones, de
mandar ellos. Y no solo eso, sino que en terapia, además,
pueden aprender nuevas formas de manipular y dañar a otras
personas, ya que es habitual que un terapeuta sin
conocimientos sobre el tema les trate de enseñar las normas
sociales, cómo comportarse de una forma socialmente
aceptada, qué necesitan y espera el resto de las personas de
ellos…
Y, pese a la buena fe del profesional, este tipo de paciente,
como gran estratega que es, en lugar de interiorizar esta
información a nivel emocional, lo hará de forma racional, de
manera que obtendrá herramientas y estrategias nuevas para
manipular a la gente y camuflarse mejor en la sociedad.
Además, en terapia aprenderá a manejar términos y conceptos
relacionados con el mundo de la psicología que, aunque para
él no signifiquen nada, usará para hacer creer a los demás que
sí, que conecta con ellos y que «ha cambiado». Atender a una
persona con este perfil de personalidad es muy complicado y
requiere de mucha experiencia y formación para evitar que
consiga engañar al terapeuta. De hecho, recuerdo a una
víctima a la que acompañé durante su proceso decirme: «No
quiero ir a terapia de pareja porque, aunque tenga clarísimo
que el culpable es él, si vamos conseguirá hacer creer a la
terapeuta que soy yo el problema».
Más que «tratar» a alguien que carece de empatía y que
siente que es superior al resto del mundo, se intentaría reducir
la sintomatología y los riesgos de que esta empeore, pero no
consiguiendo cambiarla al cien por cien. El mejor tratamiento
será detectar esta personalidad problemática cuanto antes y
empezar a trabajarla mediante un abordaje a nivel familiar,
individual y contextual donde se le enseñe a canalizar sus
«necesidades» de las formas más adaptativas a nivel social.

Cuanto mayor es la persona, más difícil será cambiarla


porque más se habrá establecido en ella su forma de ser y,
probablemente, la única manera de interceder en su conducta
será haciéndole entender que actuando como lo hace no
conseguirá ningún beneficio porque terminará siendo
rechazada o castigada social o judicialmente.
SEGUNDA PARTE
EL VÍNCULO CON LOS
DEPREDADORES
EMOCIONALES EN LA
PAREJA, LA FAMILIA, LA
AMISTAD Y EL TRABAJO
EL NARCISISTA EN LAS
RELACIONES DE PAREJA
La peor consecuencia de enviar a un
psicópata a terapia es la falsa sensación de
seguridad que eso proporciona a su pareja.
ROBERT D. HARE

Si te has visto envuelto en una relación con una persona


narcisista, lo primero que debes entender es que su forma de
actuar no tiene nada que ver contigo, no es algo personal
contra ti y, por ende, no hay nada que tú puedas hacer para
cambiarlo. No importa cuánto amor quieras darle o cuánto
pretendas ayudarle a ser una mejor persona, porque podrá
fingir un ratito, pero no cambiará. Es así de crudo, y debes ser
consciente de ello.
Es muy difícil creer que alguien a quien has llamado «el
amor de tu vida» y «alma gemela» realmente no existe.
Entender que te enamoraste de una persona inventada para
conquistarte es la parte más complicada y dura del proceso,
junto con la de comprender que realmente no te quiere como
tú lo haces. Lo que quiere es poseerte y controlarte, quiere
dominar tu vida para sentirse bien porque es su forma de
disfrutar, pero no te ama a ti como ser humano.

Aún recuerdo las palabras de una de las


personas a las que acompañé durante su
proceso con un psicópata narcisista:
Yo antes no era así. De verdad, nunca he sido
una persona dependiente, ni celosa, ni
conflictiva. Al contrario, con mi pareja anterior
todo fluía con normalidad, lo dejamos porque
descuidamos la relación y ya no era como
antes, pero estuvimos ocho años juntos y te
juro que no sufrí ni una milésima parte de lo
mal que lo estoy pasando ahora con Gonzalo
y solo llevamos un año. ¡Un mísero año!
Cuando lo conocí era todo maravilloso, me
enamoré perdidamente de él, era todo lo que
podía pedir en un hombre. Pero eso duró
unos meses. Su actitud fue cambiando y se
convirtió en alguien cruel, manipulador, infiel y
mentiroso. Me ha hecho sentir pequeña e
insignificante, como si me estuviese haciendo
un favor por estar conmigo. Me ha hecho
tener unos ataques de celos que en la vida
había tenido y me ha llevado a sacar una
parte de mí que ni yo misma conocía. Yo no
entiendo nada, te lo juro que no entiendo
nada. Conocí a una persona y ahora estoy
con otra. Y sigo aquí por la esperanza de que
aquel hombre al que conocí vuelva. Hay días
en los que pienso que estoy loca, que no es
para tanto, otros en los que tengo claro que
debo dejarlo, pero nunca decido nada firme.
Tengo miedo de morir siendo una infeliz.
Gonzalo, casi seguro, era un psicópata
narcisista. Empezó con lo que llamamos
«bombardeo de amor», que se trata de una
estrategia de manipulación usada para
embaucar a la víctima demostrando de forma
intensa amor y atención. Cuando el
interesado ya ha conseguido su cometido,
que normalmente es conquistar a la víctima,
al ser únicamente una estrategia de
manipulación y no un afecto real, este fuerte
interés e implicación desaparecen, dejando a
la víctima confundida, profundamente triste y
con una enorme necesidad de recuperar el
nivel de intensidad inicial. En este punto, el
psicópata puede sacar su «verdadero yo»
porque sabe que la víctima ha mordido el
anzuelo.

Cómo se siente la víctima


La víctima de un narcisista se siente confundida y ansiosa, está
en una constante disonancia cognitiva como resultado de la
lucha interna que tiene por convivir en incoherencia entre lo
que piensa, siente y hace. No entiende que alguien que
supuestamente la aprecia o le causa una muy buena impresión
sea capaz de actuar de determinadas maneras. Frases como
«no me entra en la cabeza que haya hecho eso» y «si me
quiere, ¿por qué ha actuado así?» son las que la llevan a un
sentimiento de incomprensión tan grande e incómodo que, si
tiene un vínculo estrecho con él, buscará de forma obsesiva
una explicación en su historia vital (como un trauma) para dar
sentido a su conducta.

La víctima suele sufrir mucha sintomatología de ansiedad


porque su cuerpo está en modo supervivencia, pero sin que
este modo tenga ninguna utilidad porque la persona no se está
poniendo a salvo, que es lo que su organismo pretende. Está
detectando un peligro, pero silenciando todas las alarmas que
se lo indican. Está yendo en contra de su naturaleza instintiva
y esto, inevitablemente, le genera mucho malestar.
Un cuerpo en «modo supervivencia» se siente así:

• Se sobresalta y asusta con facilidad.

• Tiene dificultades para descansar y, cuando lo hace,


sufre pesadillas.
• Llora y se enfada con facilidad, está irritable.

• Tiene ataques de ansiedad.

• Le es complicado tomar decisiones.

• Presenta muchos problemas de memoria y de


concentración.

• Sufre una sensación de cansancio y agotamiento físico y


mental constante.
• Está hipervigilante, siempre alerta y sin conectar con la
sensación de «estar en paz».

• Reprime su malestar hasta que no puede más y explota.

Por mucho que la víctima trate de autoconvencerse de que


quiere estar en esa relación y que «no es tan mala», su cuerpo
no sucumbirá al autoengaño y somatizará el malestar de una u
otra forma porque, aunque lo queramos con toda nuestra alma,
nuestro cuerpo nunca nos dejará estar bien al lado de alguien
que nos hace daño.
Si este estado ansioso se prolonga en la víctima, obligando a
su cuerpo a estar en modo supervivencia durante mucho
tiempo, es probable que entre en una fase depresiva. Su cuerpo
ha depositado tanta energía y ha destinado tantos recursos a
sobrevivir a la situación que lleva tiempo percibiendo como un
peligro para sí mismo que, al ver que por mucho que hace,
nada sirve, entra en una especie de estado de indefensión
aprendida. En este punto, la persona creerá que no puede hacer
nada para cambiar su situación, que eso es lo que le ha tocado
y con lo que se tiene que conformar. Tampoco tratará de
cambiar al psicópata como ha hecho hasta ahora porque ya ha
aprendido que, por mucho que lo intente, no consigue nada.
Así que se limitará a vivir en modo automático, como una
muerta en vida y cegada por una visión túnel que no le permite
ver una realidad más allá de la que vive en ese momento. Para
ella, ahora «su vida es así».
Aunque lo queramos con toda
nuestra alma, nuestro cuerpo nunca
nos dejará estar bien al lado de
alguien que nos hace daño.
En esta fase depresiva, la víctima sentirá un profundo
agotamiento, perderá las ganas de hacer aquellas cosas que
antes le llenaban, estará triste, apagada e incluso puede llegar a
plantearse quitarse la vida como única forma de acabar con su
sufrimiento. Pensar en las personas a las que quiere puede
disuadirla de cometer este acto, pero el hecho de que el
agresor la haya aislado de todo su entorno la pone muy en
riesgo.
Por desgracia, hay víctimas que se quedan en esta fase y
permanecen toda la vida al lado de un narcisista, con todo lo
que ello supone. Esto sucede, sobre todo, en relaciones de
pareja. En este punto, lo defenderán tan intensa y ciegamente
que él no necesitará esforzarse en hacerlo. Su mejor abogada
será la víctima, que confrontará a cualquiera que haga el
intento de sacarla de ahí o ponga en duda la benevolencia de
su pareja. Si alguien le muestra pruebas de sus mentiras,
probablemente se rebele contra esa persona y haga caso omiso
a las pruebas, porque romper la imagen que tiene y desea tener
de su relación con él es romper con toda su estructura vital,
que, muy probablemente, se ha construido alrededor del
narcisista, el cual habrá acaparado toda su vida alejándola de
todo aquel que pudiese quitarle la venda de los ojos. La
realidad es demasiado dolorosa como para aceptarla, por lo
que, como mecanismo de protección, la víctima ignora todo
aquello que puede tirar abajo el castillo de naipes que le ha
construido el manipulador.

Muchos especialistas hablan de «la mirada


del depredador», pero yo reconozco con más
dolor la mirada de la víctima, de la víctima
que se ha rendido. Unos ojos tristes, caídos,
apagados. Una voz débil que pocas veces se
alza. Una persona que parece caminar
arrastrando los pies, que sigue viviendo por
inercia y por cumplir con sus obligaciones,
pero no por ganas. Que la felicidad rara vez la
encuentra y que, si lo hace, es por terceros.
Por ver a sus hijos cumplir sus sueños, por
ejemplo. Pero no por sí misma, porque hace
años que ignora que eso existe. Se ha
ignorado durante tantos años que se ha
acostumbrado a vivir enajenada de sí misma.

Es muy frecuente que la que es (con suerte) la expareja de


un psicópata narcisista explique su historia con él de la
siguiente manera:

Cuando lo conocí yo estaba pasando por un momento muy


difícil y él fue como un rayo de luz entre tanta oscuridad. Es
cierto que así de primeras quizá no era mi «prototipo» de
hombre ideal y dudo que me hubiese fijado en él de no ser por
cómo sucedió todo, pero me enamoré locamente de cómo era y
de cómo me trataba.
Era increíble, representaba todo lo que cualquier mujer
podría desear de un hombre. Era como si supiese lo que
necesitaba en cada momento. Siempre sabía qué hacer y qué
decir para que yo me sintiese bien, como si me conociese de
toda la vida. Esto no solo lo veía yo, sino que la gente de mi
entorno también me lo decía: «Qué suerte tienes», «¿de dónde
has sacado a un hombre así?», y la verdad es que yo me
preguntaba lo mismo.
No entendía cómo siendo tan caballeroso, detallista y
atento como era había tenido tan mala suerte con las mujeres
como me contaba. Al parecer, lo habían abandonado sin
motivo y le habían sido infiel en numerosas ocasiones.
«¿Quién en su sano juicio deja a alguien así?», me
preguntaba a mí misma constantemente. También me contó
que su familia lo maltrató desde niño y nunca lo quisieron.
Era como si no hubiese habido nadie normal en su pasado.
Parecía haber sufrido mucho y, aunque al principio me
hubiese dado la imagen de ser un hombre muy seguro de sí
mismo y con las cosas muy claras, al poco tiempo se abrió, me
mostró sus heridas y conecté mucho con él. Me hizo sentir
importante, útil. Como si después de tanto dolor yo fuese la
persona «elegida» para repararlo.
Sí que es verdad que, cuando me contaba la dura historia
vital que acarreaba a sus espaldas llena de malas personas,
engaños y abandonos, mi vocecita interior me decía que algo
debía de haber de malo en él, que no podía ser que todas las
personas con las que se hubiese topado fuesen tan horribles,
pero luego me acordaba de que yo también había sido
desafortunada en el amor y que mi familia tampoco era
perfecta, y, bueno, ¿quién era yo para juzgar? Si él lo decía,
pues así sería. Además, estos traumas me explicaban muchas
de sus conductas.

A medida que fue sintiendo que me tenía «asegurada», que


estaba enamorada de él y que no le dejaría, poco a poco, me
reconoció algún que otro «error» de los que había cometido
en sus relaciones anteriores, aunque sus exparejas seguían
siendo las malas de la historia y «unas locas». Por lo visto,
había sido infiel en varias ocasiones y, además, sus exparejas
se quejaban de cómo las trataba, pero me lo contaba como si
le diese absolutamente igual. Era evidente que no todo era
como me había explicado al principio y que algo no iba bien.
Sus palabras y sus actos no solían ir a juego, pero seguí sin
escuchar a esa vocecita interior que me lo advertía. Preferí
omitirla para poder seguir viviendo mi relación de ensueño,
que no era tanto la que teníamos como la que me había
imaginado que tendríamos algún día.

Con el tiempo, empecé a descubrir mentiras e infidelidades


y con cada engaño del que me enteraba se ponía más
agresivo. Ya no era el caballero del que me había enamorado,
ahora, a días, era un monstruo. Pasaba de ser el mejor novio
del mundo a una persona absolutamente cruel, lo cual me
desconcertaba muchísimo. Me insultaba, me castigaba con el
silencio, me menospreciaba, me hacía sentir que estaba loca y
constantemente trataba de girar la tortilla para que yo fuese
la culpable de todo, incluso de sus «errores», pero, como
siempre he sido una persona con carácter, muchas veces no
sucumbía a sus manipulaciones y no conseguía que yo
acabase disculpándome. Esto hacía que las discusiones
empeorasen muchísimo y llegásemos a puntos en los que yo ya
no sabía quién era el problema de los dos. Sacaba lo peor de
mí. No me reconozco en aquel momento. Otras veces, cuando
pasaban los días y veía que yo no cedía y que podía perderme,
me pedía perdón, lloraba y se culpabilizaba diciendo que «ya
estaba otra vez haciendo daño a la persona a la que más
amaba en el mundo». Por eso siempre volvía. Me daba mucha
pena y me sentía culpable. Me había contado toda su historia,
yo me había convertido en su único pilar y no podía
abandonarlo. Me daba miedo lo que pudiese ser de él sin mí.

Sin darme cuenta, mi vida giraba en torno a la suya, apenas


pasaba tiempo con mis amigos porque él me había hecho ver
que no eran tan buenos como yo pensaba, lo hacíamos todo
juntos y ya no me imaginaba una vida distinta a la que
teníamos. Era totalmente dependiente de él.

Tras discusiones en las que llegaba a pasar miedo estaba


convencida de salir de la relación, pedía ayuda a mis amigos y
aseguraba que no volvería, pero siempre caía otra vez.
Cuando estaba convencida de romper nuestra relación,
aparecía con un regalo que ni siquiera sabía cómo había
podido comprar porque era más de lo que se podía permitir,
una disculpa más elaborada, una promesa que aún no me
había hecho, un discurso diferente o una idea nueva. Lo que
fuese, pero era como si siempre hubiese algo más. Siempre
tenía un as bajo la manga. Y no se rendía, era muy insistente.
No me dejaba dejarlo y yo ya no veía salida, no veía cómo
podría deshacerme de él. Desde fuera, ahora, parece muy
fácil, pero, cuando estaba dentro de la relación, de verdad que
no veía salida. Estaba ciega, o no sé qué me pasaba, de
verdad que no sé cómo pude aguantar tanto.

Es muy frecuente que la víctima, inicialmente, no entienda


el motivo por el cual se fijó en el depredador, y es que hubo un
proceso de seducción del que ella no fue consciente. Además,
suelen conectar con él cuando este les cuenta la dura infancia o
la vida que arrastra a sus espaldas. Estos hechos dramáticos
hacen que la víctima se sienta importante, despiertan una parte
de ella que está destinada a cuidar y a dar cobijo a las personas
que sufren. Sin embargo, con el paso del tiempo, se hace
evidente que estos relatos, aunque puedan tener parte de
verdad (igual que todos tenemos historias tristes que contar),
son confesiones hechas de forma premeditada y con la clara
intención de conectar con la parte más compasiva de su
víctima.

Una vez que pasa todo, la víctima se da cuenta de que ha


estado actuando en contra de su intuición, de esa voz interior
que le avisaba de que algo no iba bien, como si una fuerza
«superior» la estuviese llevando a actuar tal y como el
manipulador quería y no como su cuerpo le pedía que lo
hiciera, aun a sabiendas de que estaba cometiendo un error.

Cuando el camaleón revela su verdadero rostro, el auténtico


rostro de la crueldad y el egoísmo, la víctima se queda
bloqueada ante el brutal contraste; la parte que ella había
conocido era la de la más bella caballerosidad y encanto. Este
bloqueo es como una especie de «cortocircuito psicológico»
para la víctima, que no entiende nada y se paraliza.
En lugar de huir despavorida, se queda bloqueada
intentando comprender qué está sucediendo y agarrándose a la
esperanza de volver a estar con la persona que conoció. No es
consciente de que, realmente, esa persona nunca ha existido y
ha sido única y temporalmente un anzuelo para engatusarla.

Cómo es la relación
Inicialmente, el psicópata narcisista te mostrará su encanto
superficial y eso resultará muy atractivo para ti, sobre todo por
su forma de ser y de tratarte. Te halagará y dará mucha
importancia a tus atributos, exacerbándolos y haciéndote saber
lo mucho que le gustan. Te hará sentir digna de ser amada y
cuidada. Además, como es probable que, sin ser casualidad, el
psicópata haya aparecido en un momento de vulnerabilidad
para ti, su forma de tratarte te hará sentir protegida y
acompañada, cosa que, probablemente, necesitas mucho.

Como resultado de un profundo análisis de tu forma de ser y


de tus necesidades, carencias y preferencias, el camaleón se
mostrará exactamente como necesitas que sea. Esto te hará
sentir que sois almas gemelas y que estáis hechos el uno para
el otro porque no es frecuente encontrar a alguien que es
exactamente lo que quieres al cien por cien o, al menos, al
noventa y cinco por ciento. Por lo que esto generará un
enorme impacto en ti y te dejará embelesada. Encantada e
ilusionada, te preguntarás dónde se ha escondido él todo este
tiempo y cómo puede ser que no tenga a otra persona a su lado
con lo maravilloso que es.
Con el tiempo, te darás cuenta de que no era tan maravilloso
como parecía y que las historias con las que te conquistó no
eran exactamente como las contaba. Te irás topando con
mentiras continuamente, mentiras que defenderá a muerte y
hasta el punto en el que parecerá que se las está creyendo.
Además, poco a poco irá mostrando su arrogancia, orgullo,
falta de humildad, dominancia e incluso rabia y agresividad
cuando no consiga salirse con la suya. Por lo contrario, cuando
tenga que hacer uso de la tristeza, aparecerán las escenas
teatrales. Como él no siente aquello que está fingiendo sentir,
es probable que su representación se vea forzada, poco natural
y exagerada.

Te impactará la capacidad que tiene para no empatizar ni


conectar con tus emociones por mucho que las manifiestes,
aunque sea llorando desconsoladamente. Empezarás a ver que
realmente no le duele tu dolor, aunque intente aparentar que sí,
y te sorprenderás teniendo que explicarle conceptos tan
básicos como el respeto, la honestidad, la sinceridad… Te hará
tanto daño de forma fría y despiadada que te llevará a
preguntarte cosas como: «¿De verdad en ningún momento
pensó: “Pobrecita, no voy a hacerle esto”?». Y la respuesta
será que no, que no lo pensó porque le daba igual. Eso es lo
que más te costará entender.
Pasado un tiempo te darás cuenta de que tiene una doble
cara, como si lo conformasen dos personalidades opuestas y
extremas entre sí. Una buenísima y otra espantosa. Habrá
momentos en los que verás en él o ella una mirada vacía, fría,
sin remordimientos. Algo así como una mirada perdida, como
si detrás de esa mirada no hubiese un alma guiándola.
Te culpará de los errores que comete él y también de cómo
reaccionas al daño que te hace. Sin saber cómo, todo terminará
siendo tu responsabilidad. Sea como sea, él siempre
conseguirá girar las tornas y resultará ser el afectado. Puede
que, en alguna ocasión, cuando ya no le quede más remedio o
piense que de hacerlo sacará un beneficio, pida disculpas, pero
realmente no se arrepentirá y lo demostrará tarde o temprano
porque repetirá el mismo «error» por el que pidió perdón.

La dependencia y la codependencia
emocional
La dependencia emocional es la necesidad excesiva de
contacto y cercanía con otra persona, normalmente la pareja.
Los dependientes emocionales acostumbran a hacer lo posible
por preservar su relación porque tienen terror al abandono. Se
sienten inferiores a su pareja, acostumbran a ser personas
celosas y suelen buscar «fundirse» con el otro: hacerlo todo
juntos, no separarse para ninguna actividad y convertirse en
una única persona.
En cambio, las personas codependientes son las que
desatienden absolutamente todas sus necesidades con tal de
cuidar al otro y responder a sus necesidades porque esta es la
forma en la que se validan a sí mismos: «Cuanto más me
desviva por los demás, más me amarán y, por lo tanto, más
valdré». Su foco principal es conseguir el bienestar del otro.
Son personas que acostumbran a estar muy atentas a lo que
necesitan los demás, anticipándolo todo y tolerando conductas
abusivas hacia ellos. Suelen acabar ejerciendo esta
codependencia porque tienden a vincularse con personas que
necesitan ayuda.
En resumen, podríamos decir que la dependencia emocional
se definiría como un «te necesito» y la codependencia como
un «necesito que me necesites».
En relaciones con depredadores emocionales, pueden darse
ambas. Si el manipulador se ha presentado como tu salvador,
haciéndote sentir que lo necesitas para vivir, tú serás quien
probablemente desarrolle la dependencia emocional. De la
misma manera, pero al revés, si se presentó como alguien que
necesitaba ayuda y por ello despertó en ti ese rol de salvadora,
serás tú quien ahora esté en una situación de codependencia.

Dependencia emocional: ¿cómo la fomentan?


• Tienden a aislar a la víctima hasta que ellos son el único
miembro importante de su vida, lo cual la hace sentir
que, si lo deja con él, no tendrá a nadie más.
• Se presentan como «los salvadores» de la víctima y le
hacen creer que la protegen, llegando incluso a
provocar problemas para solventarlos y quedar así
como héroes.
• Debido a que la hacen dudar de su propia cordura y
capacidades, esta pasa a depender de su pareja para la
toma de decisiones, por lo que siente que sin él no
podrá enfrentarse a la vida.

• Es frecuente que, poco a poco, hayan ido quitando


autonomía a la víctima: «conduzco yo», «voy contigo»,
«yo me encargo»…, de manera que ella acabe por
verse incapaz de hacer cualquier cosa sin él.

• En muchos casos, utilizan el refuerzo intermitente,


dando atención a la víctima a cuentagotas, unos días sí
y otros no. Este patrón de refuerzo intermitente es
altamente adictivo porque, al desconocer cuándo
volverá a recibirse el amor, la atención o aquello que
tanto se añora, la víctima espera en vilo que este
momento llegue de nuevo.
• Anulan a la víctima hasta el punto de hacerla sentir
insignificante, por lo que esta entiende que no merece
nada mejor y que todo a lo que puede aspirar en la vida
es lo que tiene.
Es posible que, aunque nunca te hayas identificado como
alguien dependiente emocionalmente, te sorprendas teniendo
conductas que sí se corresponden a las de alguien con
dependencia emocional. Esto acostumbra a pasar cuando te
ves envuelto en una relación que no te da seguridad, sino todo
lo contrario. Empiezas a sospechar que te miente, te enteras de
engaños, unos días recibes amor y otros no, te aísla de tu
entorno, se convierte en el centro de tu vida y, ¡PUM!, te da
pánico perderlo. Claro, te has enganchado a esa persona como
a una droga y, además, empiezas a sentir que sin ella no
podrías vivir. Es normal temer perder a alguien a quien
consideras fundamental para ti, pero por suerte no lo es. De
hecho, es todo lo contrario: te sobra. Pero en ese momento tu
cabeza no lo sabe.

Codependencia emocional: ¿cómo la fomentan?


• Hacen sentir a su víctima que la necesitan y que ella es
la única persona que puede ayudarlos, consolarlos o
incluso salvarlos. Esto lo hacen con frases como «no sé
qué haría sin ti», «solo tú sabes qué decirme en estos
momentos», «nadie me calma como tú», «te
necesito»…
• Cuentan a su pareja dramáticas historias de las que han
sido víctimas para que estas se compadezcan de ellos.

• Valoran a su pareja en función de cuánto se vuelca en


ellos, fomentando sus conductas de ayuda y
halagándolas con frases como «qué buena eres»,
«siempre estás ahí para mí», «menos mal que me
cuidas tanto», «mi ex nunca me apoyaba», «gracias a ti
salgo adelante»…

• Responsabilizan a su pareja de su bienestar, dándole a


entender que si ellos están bien o están mal es gracias o
por culpa de ella.

• Amenazan con quitarse la vida si la víctima los


abandona. Esto lo pueden hacer directa o
indirectamente, con frases como «no sé qué sería de mí
si no estuvieses», «si me dejas, me muero», «mi vida
sin ti no tiene sentido», etc. También pueden llevarlo a
extremos con frases como «si me dejas, me suicidaré»,
«ya llorarás mi muerte». He llegado a ver el mensaje
del exmarido de una paciente que decía: «Ya te
arrepentirás de dejarme cuando tengas que venir a
visitarme al cementerio».

• Para fomentar la codependencia, buscan dar pena a su


pareja, responsabilizarla de su bienestar y hacerla
sentir culpable por todo aquello que no hacen por ellos.

Implica convertirse únicamente en su anexo. En su


apéndice. En «eso» que viene detrás de él. Y, por supuesto,
tener ansiedad. Mucha ansiedad. Tanta que, tras sostenerla
durante mucho tiempo, esta puede pasar a ser una profunda
depresión.

¿Relación tóxica o de maltrato?


Catalogamos como «relación tóxica» cualquier tipo de
relación que genere malestar a uno o ambos de los miembros
de esta. Sin embargo, una relación con alguien que acaba
haciendo que desarrolles un trauma como resultado de vuestro
vínculo no es una relación tóxica, y emplear este término le
quita el peso y la gravedad que realmente tiene.
En una relación tóxica, podemos encontrarnos
comportamientos que, si bien pueden catalogarse como
maltrato, son bidireccionales y vienen de ambas partes. Estos
pueden ser fruto de la inmadurez de los miembros de la pareja
o de la falta de recursos para mantener una relación sana a
causa de sus traumas e historia vital. En muchas ocasiones,
con trabajo personal y aprendizaje ensayo-error, las personas
que alguna vez han formado parte de una relación tóxica
pueden llegar a establecer relaciones sanas en un futuro. Esto
se debe a que el problema de raíz no es la personalidad de los
miembros de la pareja, sino sus patrones aprendidos, traumas,
inmadurez, etc., y no su personalidad de base. Es decir, que lo
que origina el problema son cosas que se pueden cambiar.
Tener una relación con un
depredador emocional implica dejar
de ser, dejar de existir sin esa
persona. Mirar hacia abajo. Dejar
de hacer ruido. Ser silencio.
En una relación tóxica, un día hace daño uno y otro día lo
hace el otro. Los roles son intercambiables porque cada
miembro de la pareja tiene sus fallos y se hacen daño
mutuamente.
En cambio, la relación con un depredador es una relación de
maltrato, una relación abusiva donde hay un claro agresor y
una víctima. Existe una evidente diferencia de roles porque
uno genera dolor, traumatiza y saca provecho de la situación
de forma totalmente intencionada, y el otro sufre las
consecuencias de dicho maltrato, no entiende nada de lo que
está sucediendo y se siente perdido y solo.

El agresor es el que para conquistar a la víctima fingió ser


una persona que en realidad no era. Es del que se han
descubierto las mentiras, al que se ha destapado y el que ha
generado tanta confusión. El que ha resultado no ser la víctima
de todas las historias que contaba. El que falta al respeto, es
infiel y encubre mentiras con otras mentiras más grandes. Su
papel en la relación, aunque trate de dar la vuelta a la tortilla e
imponérselo a la víctima, es claro: es el malo de la película.
La víctima, en cambio, es la que está confundida, enfadada
y triste dependiendo del día. Es la que quiere salir de la
relación, pero siente que no puede. La que mantiene la
esperanza de que su pareja vuelva a ser aquella maravillosa
persona a la que conoció. La que siente culpa, pena,
responsabilidad, vergüenza y miedo. La que se pregunta si
todo es culpa suya. La víctima es la que se siente perdida,
duda de sí misma y ya no sabe qué pensar. La que sufre y trata
de recordar cómo era su vida antes de que el psicópata llegase
a ella.
Si tú sacas a la víctima de la relación con el psicópata y la
introduces en una relación con una buena persona, aunque el
trauma creado por la relación abusiva afectará (y
probablemente mucho) a cómo se comporte la víctima en esta
nueva relación, no se repetirán los patrones de abuso y
maltrato porque esa persona solo es una víctima si la pones al
lado de un agresor. Sin embargo, pongas al depredador con
quien lo pongas, si puede, lo convertirá en víctima.

La pregunta del millón: «¿Y si el


problema soy yo?»
Es frecuente que después de que un narcisista pase por tu vida
te quedes con preguntas como: «¿Y si el problema soy yo?».
Es normal que como víctima dudes de ti mismo/a, de tu
bondad y de tu cordura. Incluso puedes llegar a pensar que
nunca serás capaz de tener una relación sana con nadie porque
el problema está en ti. Esta creencia, encima, se ve reforzada
cuando recuerdas ciertas conductas que has llevado a cabo
durante la relación. Conductas que te avergüenzan y te hacen
preguntarte cómo has podido llegar a actuar así. Y es que esa
persona ha sacado lo peor de ti. Una parte que ni tú sabías que
existía porque nunca nadie la había despertado, pero todos la
tenemos. Todos tenemos un límite de tolerancia y, cuando
alguien nos lleva en numerosas ocasiones a ese límite, es
normal reventar y comportarnos de formas que no nos
explicamos.
Ahí está la cuestión: que no nos las expliquemos. Que no
formen parte de nuestro patrón de conducta habitual con el
resto de las personas. Que nos extrañen. Que nos avergüencen.
Que las recordemos con dolor y arrepentimiento. Eso es lo que
diferencia la conducta del «no puedo más» de la de un
depredador: la primera es puntual y en respuesta a un suceso
que está sobrepasando a la persona, y la segunda,
simplemente, es un modus operandi.

Nadie sabe lo que es vivir al lado de un psicópata narcisista


hasta que lo sufre. Y quien lo sufre sabe bien que casi
cualquier conducta por parte de la víctima puede ser normal.
Cuando un depredador se lo propone, corrompe lo
incorruptible y rompe lo indestructible. Hasta la persona más
estable puede sentir que se está volviendo loca a su lado.
Imagínate un precioso lago en medio de la naturaleza lleno
de vida y de color. Si ese lago lo contaminas con un tóxico
acabarás con su biodiversidad, dejará de ser un lugar bonito
para contemplar y no podrás bañarte en él. ¿El problema es el
agua del lago? No. El problema claramente es el producto que
se le ha echado. ¿Cómo lo sabemos? Porque, antes de que ese
tóxico se introdujese en el agua, el lago estaba bien. Sin
embargo, pongas donde pongas ese tóxico siempre será lo que
es: un tóxico. Pues un depredador es lo mismo.
Cómo te comportaste cuando estabas en modo
supervivencia no define cómo eres en realidad.

¿Por qué la víctima sigue luchando


por la relación?
Lo primero que se pregunta la gente cuando te ve en una
relación con una persona tan dañina para ti es por qué
permaneces en ella si es evidente que debes dejarla, y es que
desde fuera es muy difícil de comprender todo el proceso por
el que has pasado para llegar hasta ese punto.

Necesidad de comprender la conducta del otro


En primer lugar, sientes que necesitas comprender qué sucede
y por qué el otro actúa como lo hace. Su forma de comportarse
choca bruscamente con tus principios y valores y no te entra
en la cabeza de ninguna manera su manera de actuar. No
concibes que existe la maldad, la frialdad, la falta de empatía.
O sí, pero no en la persona a la que un día llamaste «el amor
de mi vida». No conseguías entenderlo de ninguna de las
maneras y te desesperabas por ello.

Al no entender qué sucede y por qué tu pareja actúa como lo


hace, en lugar de huir despavorida, te quedas en la relación a
tratar de buscarle sentido porque, en tu cabeza, tiene que haber
algo que lo explique todo. Los seres humanos tenemos la
necesidad de entender todo lo que nos rodea para poder dormir
tranquilos, y cuando no lo conseguimos nos obcecamos más
aún con ello.

Normalmente, el error está en buscar comprender la


conducta de otra persona basándonos en que esa persona parte
de los mismos parámetros básicos de ética y moral que
nosotros, cuando en muchas ocasiones esto no es así. Nuestros
propios esquemas mentales (esos esquemas con los que
interpretamos nuestro entorno) no nos explican la conducta de
todas las personas del mundo. Es imposible porque nuestros
esquemas mentales son nuestros y no de los demás, ¡y más
cuando se trata de un narcisista! Nada de lo que tiene sentido
en su mente lo va a tener en la nuestra. Por eso escribimos
libros y libros e investigamos sus cerebros y nos apasionan
tanto, porque no comprendemos esa forma tan «extraña» de
actuar, tan en contra de lo que como sociedad entendemos que
es lo normal.
Es habitual que trates de encontrar puntos de dolor en la
vida de tu pareja que expliquen por qué es como es. Una
infancia dura. Relaciones anteriores traumáticas. Maltrato.
Bullying. Consumo de drogas. Presión laboral. Lo que sea,
cualquier evento doloroso te servirá para dar sentido a la
conducta que tan incomprensible te parece en él. Y sí, quizá
aquello tan terrible que le sucedió es cierto, pero ¿cuántos de
nosotros hemos vivido situaciones traumáticas y no hemos
acabado siendo así? La gran mayoría. Que lo explique no
quiere decir que lo justifique ni que tú tengas que quedarte a
soportarlo.

¿Cómo tirar por la borda todo lo invertido en la


relación?
Todos esos esfuerzos que haces por cambiarlo y por sanar sus
supuestas heridas, por otro lado, están alimentando una nueva
problemática: la sensación de que estás invirtiendo muchísima
energía en la relación, y es que, cuanto más invertimos en
algo, más nos cuesta dejarlo. Y en una relación con un
narcisista esto es una pescadilla que se muerde la cola.

Si por algo se caracterizan los depredadores emocionales es


por sacar todo lo posible de sus víctimas, por lo que no es de
extrañar que tengas la sensación de que has invertido
muchísimo en la relación de pareja. Sientes que has depositado
más energía en esa relación que en todas las que has tenido en
tu vida. Y, efectivamente, esa relación ha sido un desgaste tan
grande para ti que parece que, si le pones fin, estarás tirando tu
enorme lucha a la basura. Por ello, sigues aguantando con la
esperanza de que en algún momento llegue un punto en el que
de repente valga la pena todo el sufrimiento y esfuerzo que has
hecho.
Con el fin de poder seguir luchando por la relación, te
agarras con todas tus fuerzas a los momentos buenos con él,
que, si lo piensas, muchos de ellos fueron compensaciones por
sus «errores» y actos desleales hacia ti.

Es frecuente que cada vez haya menos compensaciones


porque el estratega, a medida que pasa el tiempo y ve que por
muy mal que te trate tú sigues ahí, deja de depositar esfuerzos
en «recuperarte». Sabe que lo hará de todas formas sin
necesidad de esforzarse, entonces ¿para qué desvivirse? Es
muy pragmático.

Llegado a este punto, el nivel de implicación por tu parte ya


es incalculable y suele conllevar un agotamiento absoluto para
ti, un «no puedo más», «no tengo más capacidad de perdón»,
«no sé qué más hacer», porque sigues con la creencia de que
existe una tecla con la que en algún momento darás y cambiará
a tu pareja, pero la realidad es que esto no sucederá. Estas
personas no cambian.

Todo lo que inviertes en la relación con alguien así va a un


pozo sin fondo. Es en vano. Por lo que nunca será una
inversión, sino un gasto a fondo perdido. Nunca llegará un
momento en el que haya valido la pena todo lo depositado en
la relación, siempre será desgastar más y más energía, dinero,
paciencia, tiempo… en algo que no dejará de absorber todo lo
que le des como si fuese un agujero negro.
Por eso, no importan los kilómetros que hayas recorrido; si
es el camino equivocado, tienes que dar la vuelta.

La sensación de que no hay salida


Llega un momento en el que estás tan adentro que es normal
que sientas que no hay otra vida posible, que no hay otra
alternativa a lo que estás viviendo. Te ves secuestrada por una
visión túnel que te hace creer que esa relación es lo que te ha
tocado y punto, como si no pudieses hacer nada por cambiar tu
situación. A esto también ha contribuido el psicópata narcisista
mediante el maltrato psicológico, haciéndote creer que
mereces dicho trato y que fuera no encontrarás nada mejor
porque alguien como tú no lo merece.

Llega un punto de indefensión en el que te conformas con el


alivio y la paz de las «épocas buenas» y te enganchas a la
creencia de que cada daño es el último, como si fuese a
suceder alguno que hiciese un «clic» en su mente y eso fuese a
llevarlo al cambio definitivo.
No importan los kilómetros que
hayas recorrido; si es el camino
equivocado, tienes que dar la
vuelta.
Tristemente, en muchas ocasiones, y sobre todo en
relaciones largas, cuando lo has intentado todo y agotado
todos los cartuchos, pierdes hasta la esperanza de cambio, pero
eso no te hace finalizar con la relación porque la indefensión
aprendida es tan grande, la sensación de no poder hacer nada
por cambiar lo que te rodea es tan abrumadora, que
simplemente permaneces en la relación como por «inercia» y
sin esperar nada bueno de ella. A la deriva.

¿Cómo decide, finalmente, romper la


relación la víctima?
Afortunadamente, hay víctimas que consiguen escapar, pero
este proceso no es algo que suceda de un día para otro. No
acostumbra a tratarse de una decisión impulsiva, sino que
suele venir precedida de un largo, costoso y doloroso proceso
por parte de la víctima.

Empiezan a abrir los ojos y eligen creer la realidad


Lo que sucede en primer lugar es que la víctima empieza a ver
realmente cómo es la persona que tiene al lado, toma
conciencia de su situación y deja de justificar los actos del
psicópata. Por fin, tras mucho tiempo con la venda en los ojos
y haciendo un esfuerzo desmedido por cambiarlo, se rinde.
Entiende que esto no será posible, que nunca volverá a ser la
persona a la que conoció porque se trataba de un engaño y que
lo único que puede hacer es salir de esa relación. A este punto
se llega tras muchas dudas y días de «tengo claro que lo voy a
dejar» con otros de «quizá puede cambiar» de por medio.
La víctima ha ido pendulando entre creer lo que el
manipulador le decía y ver la realidad, hasta que ha acabado
por quedarse en el lado de la verdad. Ahora, por fin, es
consciente de que su pareja no es ese ser que le había hecho
creer que era, sino más bien todo lo contrario: ha visto su
verdadero rostro y sabe que, realmente, es un perdedor y un
cobarde oculto tras una máscara que se ha creado para no
parecerlo.

Cada vez lo aman menos y van planeando la


salida
Una vez abiertos los ojos, la víctima va desvinculándose
silenciosamente. No necesariamente porque quiera, no tiene
por qué ser de forma voluntaria, sino más bien pasa que, poco
a poco, lo desprecia cada vez más e, inevitablemente, se
desvincula. El amor que sentía por él se ha convertido en rabia
y, aunque aún sienta tristeza, pena y culpa en algunas
ocasiones, son mucho menos intensas. Ya no le gusta, ya no se
siente atraída por él, y ahora es consciente de que, para que su
vida mejore, debe romper la relación. Así que, con la fuerza
que le da esa ira, empieza a escalar su camino hacia la salida.

La gotita que colma el vaso


Una vez iniciado ese camino, en algún momento, sucede lo
que yo llamo «el punto clic», que es ese instante en el que pasa
algo, lo que sea, que provoca la gota que colma el vaso y lleva
a la víctima a decir «se acabó, hasta aquí hemos llegado». El
narcisista ha hecho muchas cosas mal, pero esta, aunque no
necesariamente tiene que ser la más grave, ha sido la que ha
conseguido que la víctima haga «clic».
¿Qué le depara a una víctima
después de la ruptura?
Para que la ruptura con un manipulador sea exitosa, lo mejor
es predecir lo que sucederá y prepararse para el proceso.
Anticipar todo lo que se viene es una forma de amortiguar el
dolor de cuando eso llega.

«No me deja dejarlo»


Cuando la víctima quiera salir de esa relación sentirá que no
puede. Que no la deja despegarse y que, de hacerlo, tampoco
sabría adónde ir. Es frecuente que haga muchos intentos de
huida, pero que fracasen cuando el manipulador prometa
nuevas soluciones a los problemas, haciendo a la víctima
recuperar una y otra vez la esperanza de volver a ver en él a
aquella maravillosa persona a la que conoció porque se niega a
pensar que nunca fue real.

La sensación de la víctima es de «es que no me deja


dejarlo» y en parte es verdad, pero una opinión compartida por
la mayoría de las personas que han conseguido salir de
relaciones así es que era más fácil de lo que parecía. Esto
sucede porque cuando estás dentro mantienes una visión túnel
y no ves salida, pero la hay.

Pedir ayuda a familiares, amigos, servicios de apoyo,


profesionales o incluso a las autoridades puede facilitar mucho
el proceso. Parar de callar, dejar de justificar, de tapar, de
defender. Contar en voz alta lo que está sucediendo no es
vergonzoso, no hay que ocultarlo. El que debería querer
esconderse bajo tierra es el maltratador, no la víctima.

El duelo por las expectativas y la ilusión creadas


Parte del proceso de recuperación será abandonar la imagen
falsa e idealizada que se creó sobre su pareja y comprender
que tanto esta como las expectativas de futuro nunca fueron
reales. No iban a suceder. No había una forma adecuada de
hacer las cosas para que esa relación saliese como se esperaba.
Estaba destinada a acabar de esta manera porque las relaciones
con personas así, en los mejores casos, lo que hacen es
terminar. Y cuanto antes, mejor.

«Nunca podré tener con nadie la conexión que


tenía con él»
Cuando una víctima sale de una relación con un narcisista,
además del duelo que tendrá que pasar por la pérdida de la
persona que creyó que era y las expectativas de futuro que con
ella había creado, hay algo que deberá elaborar: su sentir de
que nunca más conocerá a alguien con quien conecte a ese
nivel.

¿Por qué? Porque el mundo está lleno (por suerte) de


personas sanas y normales, personas que no tratan de
convertirse exactamente en aquello que el otro necesita para
así gustarle y poder entrar en su vida. Lo más probable es que
la víctima no vuelva a sentir esa conexión con nadie porque
ninguna persona volverá a hacer el tremendo esfuerzo de
mimetizarse con ella para que piense que es su alma gemela.

La gente normal tiene cosas buenas y malas. No es


maravillosa y perfecta, no cae del cielo. No es exactamente
como tú quieres que sea. No coincidís en todo desde el primer
momento. Esa extrema intensidad y sensación de «¿dónde has
estado toda mi vida?» no es lo normal y, salvo alguna
excepción, no sucede en las relaciones habitualmente.
La víctima deberá aceptar que lo normal es que la persona
que tiene delante no la conozca como si fuesen el mismo ser
humano. Que lo normal no es que parezca que el de enfrente te
lee la mente. Lo normal es conocer a alguien que te guste
mucho, que haya discrepancias y que encontréis un punto en
común, no que sea un doble de ti.

No aceptar esto puede suponer mucha frustración para la


víctima porque la llevará a pensar que el amor de su vida, en
este caso, es el psicópata, y, claro, ¿qué ha hecho tan mal para
que la persona que más encaja con ella sea así de mala? Pero
no, no es su alma gemela. Recordemos que el camaleón es el
alma gemela de la persona que tenga delante. El alma gemela
de nadie.

Echar de menos a una mala persona


Tras una ruptura, que aparezca el síndrome de abstinencia es
totalmente normal, pero se acentúa de forma desmesurada
después de relaciones en las que ha habido maltrato. Es
curioso, ya que debería ser sencillo el desvincularse de una
persona que nos lo hace pasar mal, pero no sucede así. A una
mala persona se la puede echar de menos, igual que se la
puede amar. Además, el vínculo con un psicópata es de tipo
traumático y eso lo complica mucho más.

Todo lo que hace que la persona se mantenga en la relación


(culpa, pena, responsabilidad, el esfuerzo invertido, la
esperanza de cambio…) se tiene que seguir sosteniendo
durante un tiempo tras la ruptura. Poco a poco irá
desapareciendo, pero al principio serán emociones muy
intensas que habrá que sostener. En mi libro Perderte para
encontrarme hablo de cómo superar una ruptura de este tipo,
por si te sirve de ayuda extra.
Conseguir llegar al punto de romper
la relación con un narcisista es un
gran avance, pero lo fundamental
es conseguir sostener esa decisión
y no echar marcha atrás. Lo
importante no es llegar, es
mantenerse.
EL NARCISISTA COMO
MIEMBRO DE LA FAMILIA
Con frecuencia, la familia narcisista se
parece a la proverbial manzana roja que
tiene un gusano dentro. Su aspecto es
perfecto hasta que la muerdes y descubres
el gusano.
STEPHANIE DONALDSON-PRESSMAN Y ROBERT PRESSMAN

Una familia en la que existe la mancha de una o más personas


del perfil narcisista es una familia en la que están
normalizados los conflictos constantes, las peleas fuertes y
desproporcionadas, la competencia absurda, los celos entre los
miembros y el egoísmo absoluto. Son familias en las que hay
muchas mentiras, historias inventadas, disputas por temas
económicos, manipulaciones y recriminaciones continuas con
frases como:
• «Con todo lo que he hecho por ti, eres un
desagradecido» (para hacer sentir a los demás en
deuda).
• «La familia es lo primero» (para que pasen por alto su
maltrato).

• «Lo hice por tu bien y porque te quiero» (para justificar


lo que hizo por su propio beneficio).
• «Vas a romper la familia» (para culpabilizar a quien
pone límites del daño que realmente ha causado el
psicópata narcisista).
• «Estas cosas se quedan en casa» (para que no salgan a la
luz las atrocidades que en ella acontecen y así proteger
su imagen).

Como siempre, en terapia, una de las áreas


que más exploro es la de la familia y las
dinámicas que acontecen dentro de esta.
Cuando abordé este tema con uno de mis
pacientes, recuerdo quedar sorprendida por la
gran admiración que tenía hacia su padre. Mi
paciente era un chico joven de diecinueve
años, estudiante de Medicina, que vivía con
su padre, su madre y sus dos hermanos.

Al hablarme de su madre, mencionó que era


muy buena mujer, aunque excesivamente
preocupadiza. Dedicó un minuto a describirla.
De su hermano pequeño me mencionó que
era un niño muy responsable y estudioso, y
de su hermano mayor que era lo peor que le
había sucedido en la vida. Al parecer, era
envidioso e inteligentemente retorcido.
Parecía que iba a explicarme más sobre él,
cuando, de repente, dijo: «No importa, es
malo y punto, vamos a dejar el tema», y pasó
a describirme a su padre.
Por lo que me comentó ese día, el padre era
un reconocido empresario que había
amasado una gran fortuna gracias a su
incansable trabajo y conocimiento sobre
inversiones. Era inteligente, atractivo y un
gran padre de familia. Dedicó toda la sesión a
explicarme las dos o tres carreras
universitarias que había estudiado, los
numerosos másteres con los que contaba y
también todas las obras benéficas en las que
había participado. Por lo visto, además había
estado involucrado en la política y, aunque
había tenido mucho éxito, decidió dejarla por
no poder con tanto trabajo.
A medida que fueron avanzando las sesiones,
la historia del padre resultó ser una cebolla a
la que se le caía una capa detrás de otra.
Gracias a una demanda que interpusieron a
su padre, mi paciente se enteró de la farsa en
la que tanto él como toda su familia habían
vivido hasta entonces. Resultó que el padre
nunca estudió en la universidad y mucho
menos contaba con los másteres que también
aseguraba tener. Su fortuna la había obtenido
estafando y malversando el dinero de
personas que confiaban en él y si había
participado en obras benéficas era con el fin
de blanquear dinero. Tampoco era verdad su
supuesto triunfo en la política.
Indagando un poco más, mi paciente
consiguió ver la dinámica real que existía en
su familia: su madre era víctima de maltrato,
estaba totalmente sometida a su marido y lo
encubría en todas sus mentiras, su hermano
pequeño era un niño hiperautoexigente que
se desvivía por obtener una palmadita en la
espalda de su padre, un hermano mayor que
copiaba las conductas de este y un progenitor
que era un farsante y, muy probablemente, un
auténtico narcisista.

Cómo saber si perteneces a una


familia de psicópatas narcisistas
A continuación, encontrarás una lista que te ayudará a
identificar si has sido o eres víctima de una familia en la que
hay uno o más depredadores emocionales.

• Creciste añorando que tu familia fuese como la de tus


amigos: unida, cariñosa y cálida. Te sentías una
persona desgraciada en comparación con ellos.

• La invalidación emocional era la protagonista en


vuestras interacciones. Tu dolor, tu ira, tu tristeza no
eran válidas. Más bien, eran un «cállate y espabila» o
«no me molestes con tus tonterías».
• Te has visto involucrado en problemáticas que no te
correspondían para la edad que tenías y esto te ha
llevado a tener que ejercer de mediador, como, por
ejemplo, en conflictos de pareja entre tus padres.

• Idealizaste al miembro de tu familia que más daño te


hacía. Cuanto peor se comportaba, más buscabas su
aprobación. Esto se ha ido repitiendo en tu adultez y te
has vinculado con mucha fuerza a personas altamente
dañinas para ti.

• Eres consciente de que deberías cortar la relación con tu


familia porque todo lo que trae a tu vida es dolor, pero,
por una cosa o por otra, no lo consigues.

• Has sentido que te tocaba cargar con responsabilidades


de adultos, sintiendo todo el peso de la culpa por no
poder solucionar problemas que no te correspondían a
ti.

• Te han forzado a quedarte en la familia mediante el


chantaje emocional o ha sucedido todo lo contrario:
nunca les ha importado si estabas o no con ellos.

• Has sentido que eras irrelevante para ellos, que tu


bienestar no les preocupaba a no ser que tuvieses algo
para aportarles. Es probable que hayan intentado
involucrarte en sus estafas y deudas económicas.

• Has sido tratado de manera diferente en comparación a


tus hermanos. Algunos han sido los hijos predilectos y
otros las ovejas negras.

• Ves que no hay solo una persona cruel en tu familia,


sino que hay más que han adoptado el mismo rol.
Existe una clara diferenciación: algunos son víctimas y
otros son agresores.

• Saltan a la defensiva por cosas que en ningún momento


han sido un ataque. Se ofenden con facilidad y por ello
responden de forma vengativa y cruel, siendo esta
totalmente desproporcionada, pero a sus ojos más que
justificada.

• Te han hecho desarrollar un enorme sentido de deuda


con ellos, como si por haberte traído al mundo les
debieses sumisión eterna e incondicional.

• Has sentido que tu entorno familiar era impredecible,


caótico, no sabías por dónde te iban a salir. Su
respuesta dependía de algo que no sabías muy bien qué
era, pero estaba claro que no dependía de ti. No tenías
ningún control sobre sus reacciones.
• Te has pasado la vida intentando ganarte su aprobación
y cariño, pero hicieras lo que hicieses nunca era
suficiente.
• Has sentido que tu padre o tu madre han tenido celos de
ti y por ello han tratado de sabotearte. Los padres de
este perfil tienden a interpretar a los hijos como una
amenaza para su posición de poder, y las madres, en
cambio, suelen ver a sus hijas como alguien contra
quien tienen que competir para recibir más atención.
En cambio, cuando se trata de la relación madre-hijo,
se convierten en mujeres absorbentes que pretenden
impedir que sus hijos se independicen o, lo que es peor
para ellas, que se enamoren de otra mujer y vuelquen
toda su atención en construir una vida con ella. No
aceptan un segundo plano y, por ello, son suegras muy
complicadas.
• En tu familia hay antecedentes de adicciones, problemas
graves de salud mental, delincuencia, estafas, fraudes,
ruina económica… Y, sin embargo, tratan de aparentar
una normalidad e incluso excelencia totalmente falsa.
• Sientes que en tu familia nunca se respetaron tus
límites. Pudo darse maltrato físico, psicológico o
sexual.
• En casa se gestionaban las situaciones haciendo uso del
miedo y de las amenazas o del victimismo y
dramatismo. También puede haberse dado el abandono
absoluto.

• Las cosas importan en la medida en que son relevantes


para ese miembro en torno al que gira toda la dinámica
familiar, el psicópata narcisista. Lo que este dice dicta
sentencia. Es al que más respeto y miedo se le tiene y,
a la vez, el que más daño hace.
Si en uno de tus familiares predomina el rasgo narcisista, es
probable que actúe con arrogancia y un inmenso sentimiento
de grandiosidad. También es habitual que esa persona mienta
sobre sus logros y situación económica, tratando de dar una
imagen de grandeza y éxito que no se adecúan a la realidad.
Por ese narcisismo, suelen ser personas muy envidiosas que
critican todo lo bueno que les sucede o consiguen otros.
Curiosamente, además de mostrando un enorme sentimiento
de grandiosidad, también es frecuente que traten de obtener la
atención que desean con chantaje emocional. Como, por
ejemplo, obligando a sus hijos a ser sus cuidadores y
dramatizando con el fin de hacerles sentir profundamente
culpables si no responden a sus «necesidades».

Padres y madres narcisistas


Lo natural es que tus padres te quieran, te cuiden y se
preocupen por ti y por tus necesidades. Eso es lo que toca y lo
que mereces. Sin embargo, esto no es lo que sucede cuando
uno de ellos es un narcisista. ¿Por qué? Porque no va a
preocuparse por ti una persona que no conecta con tu dolor y
tampoco va a cuidarte alguien que se antepone a sí mismo y a
sus deseos por encima de cualquier cosa.
Los hijos de padres con este perfil de personalidad aprenden
que no pueden depender de ellos, que estos no pueden ser
pilares en su vida. Crecen con sensación de desamparo, de
tener que valerse por sí mismos mucho más que el resto de los
niños de su edad. A la fuerza, se ven obligados a renunciar a
su propia naturaleza humana de necesitar recibir cariño,
calidez y seguridad. Aun así, como la necesidad de vínculo
prima por encima de todo, siguen buscando el afecto en estos
padres y madres, cosa que acaba haciéndoles más y más daño
cada vez que lo intentan.

Es habitual que los padres, además de mediante maltrato


psicológico, traten de imponerse inculcando miedo e incluso
con violencia física, mientras que en madres es más frecuente
únicamente el maltrato psicológico con chantaje emocional,
victimismo, manipulación, etc. Esto hace que los padres de
este perfil suelan ejercer un rol más dominante y atemorizador
para tener controlados a los demás miembros de la familia, y
que las madres, con el mismo fin, empleen otros medios. Esto
es lo más habitual por las diferencias en la socialización entre
hombres y mujeres, pero también es cierto que he visto
dinámicas contrarias: un padre victimista que empleaba el
dramatismo para ejercer control sobre sus hijos haciéndoles
sentir mucha culpa y pena por él, y también madres violentas y
sin escrúpulos a la hora de causarles dolor físico. Como
siempre: diferencias individuales. Hablaremos de lo más
habitual, pero recordemos que perfectamente puede darse al
revés.

Las personas del perfil narcisista suelen ejercer su


paternidad o maternidad de las siguientes maneras.

Invalidación
Cuando tienes un padre o una madre del perfil narcisista,
tiendes a esforzarte mucho por hacer todo lo que él o ella
espera de ti para así recibir el amor y reconocimiento que tanto
añoras tener por su parte, pero eso no sucede. Ni una mísera
palmadita en la espalda. Parece que nunca nada es suficiente.
Y, realmente, aunque lo fuera, no te lo haría saber porque no
quiere que estés por encima de él, a no ser que sea para
atribuirse tus méritos como «quien ha logrado que los
consigas».

En este perfil victimista predominan los rasgos narcisistas


por la gran necesidad de atención y reconocimiento, y
acostumbra más a darse en madres, pero, tal y como he
mencionado anteriormente, puede perfectamente suceder al
revés.
Acostumbran a ser mujeres encantadoras, simpáticas e
incluso llamativas cuando están fuera de casa, pero que se
convierten en seres crueles cuando cruzan el umbral de su
puerta. Básicamente, lo que le preocupa de ti es cómo la
presentes al mundo. Por eso, presumirá de tus éxitos por lo
bien que la posicionan a ella como «tu creadora», pero es
probable que nunca te haya ayudado a alcanzarlos e incluso
que te haya llegado a desalentar cuando luchabas por
lograrlos. Digamos que es una madre que se cuelga medallas
de carreras en las que nunca te aplaudió. O, incluso, en las que
no tenía ni idea de que habías participado.
El hecho de que una madre solo te valore por lo que
consigues y que, además, nunca sea suficiente, hace que, al ser
adulto, te invada un enorme síndrome del impostor, es decir,
que por muchas cosas que logres y éxito que tengas, te sientas
mal por creer que no lo mereces y que no es gracias a tus
capacidades, sino a factores externos como, por ejemplo, la
suerte.

Victimización
Es habitual que este perfil de madre use las enfermedades y el
dolor para que los demás le presten atención. Busca ser
cuidada y, si no lo consigue, se victimiza hasta lograrlo,
haciendo como que está más enferma, fingiendo «ataques»,
«crisis» o, incluso, amenazando con quitarse la vida. Todo esto
para generar un profundo sentimiento de culpa en aquellos que
no le prestan la atención y los cuidados que ella desea.
También es habitual que utilice estos «problemas de salud»
para dar pena y desviar la atención a sí misma cuando alguien
le destapa una mentira o expone cualquier otra información
que la deja en mala posición.
El perfil de madre narcisista se
preocupa por tu imagen en la
medida en la que esta influye en la
suya, así que trata de moldearte
para que seas lo que ella quiere,
independientemente de si eso te
gusta o no.
¿Y papá? Estas madres se casan con hombres que les
permiten ser el centro de atención y «las aceptan tal y como
son» porque han entendido que confrontarlas no sirve de nada
con ellas, más bien al contrario: acaba derivando en conflictos
y dramas terribles a los que no quieren verse expuestos de
nuevo. Lo que hace el padre para «mantener la paz» en su
matrimonio, y muy probablemente fruto del maltrato
psicológico al que lleva expuesto todos los años de relación, es
que, sin querer, desprotege a los hijos que tienen en común y
los convierte también en víctimas de una madre egocéntrica,
cruel y sin empatía.
Cuando una hija es víctima de una madre así, mira a su
padre con dolor e incomprensión, preguntándose cosas como:
«¿Por qué no me defiendes? ¿Por qué solo proteges a mamá?
¿Y yo qué? ¡Soy tu hija! ¿Dónde estabas cuando ella me hacía
daño?». Estas preguntas duelen en el alma y, además, como
nunca se obtiene una respuesta que «consuele», suelen dejar
mucho resentimiento hacia el progenitor que ha
«desprotegido».
Las víctimas de las madres de este perfil tienden a ser
personas muy complacientes con los demás, pero
extremadamente autoexigentes consigo mismas. Suelen tener
un diálogo interno tremendamente castigador en forma de voz
interior que creen que proviene de sí mismas, pero realmente
es que han interiorizado la voz culpabilizadora e invalidante de
la madre. Esta voz, inconscientemente, afecta a sus acciones
porque les lleva a tomar decisiones basadas en la creencia de
no ser suficiente, como, por ejemplo, no sentirse capaces de
ejercer puestos de trabajo de mucha responsabilidad, pese a
tener la formación y experiencia para realizarlos; sacrificar su
salud por «estar a la altura» de lo que se espera de ellas (que
siempre es menos de lo que ellas creen); conformarse con
relaciones que no les llenan o en las que no son valoradas por
creer que para ellas no hay nada mejor…
Estas personas crecen con la sensación de nunca ser
suficiente.

Negligencia
Un padre o madre negligente es aquel que, voluntaria o
involuntariamente y de forma sostenida en el tiempo, no cubre
las necesidades físicas y emocionales necesarias para el
adecuado desarrollo de su hijo/a.
Ser padre no solo consiste en proveer de alimento y techo a
un hijo, sino que también comprende todos los cuidados a
nivel afectivo, como son la validación, la protección, el cariño,
el cobijo, el sostén emocional… Y, como es evidente, cumplir
con estas «obligaciones» no entra en los planes de alguien que
se tiene a sí mismo como una prioridad y que carece de
empatía.
Entre los padres negligentes encontramos aquellos que
abandonan, los ausentes, los que siempre están fuera de casa
por sus propios proyectos personales sin tener en cuenta cómo
esto puede repercutir en el desarrollo de su hijo, los que llevan
la vida que quieren sin dar importancia a que tienen una
persona a la que cuidar y que trajeron al mundo por voluntad
propia, etc.

Los hijos de padres negligentes son supervivientes, ya que


se ven obligados a realizar tareas que no les corresponden para
su edad porque no tienen unos cuidadores que las lleven a
cabo. Son niños que se ven obligados a ejercer de adultos y a
cocinar, limpiar, prepararse las cosas para el colegio,
estructurarse los horarios… Aprenden a hacer lo que sea
necesario para sobrevivir y seguir el ritmo de vida de sus
iguales, a los que suelen esconderles la situación que viven en
sus casas por la enorme vergüenza que sienten por ella.
También es habitual que sean los cuidadores principales de sus
hermanos pequeños u otros seres más vulnerables e indefensos
que ellos, como el perro de la familia u otras mascotas.

Los hijos de padres negligentes son, en muchas ocasiones,


niños que acaban viendo cosas que no tendrían que ver:
fiestas, consumo de drogas y de alcohol, sexo, prostitución,
entre otras. Sus cuidadores no piensan en ellos, no tienen en
cuenta su salud mental y hacen lo que les viene en gana sin
reparar en el daño que esto puede causarles. También son
niños que pueden estar descuidados física e higiénicamente
porque nadie les compra ropa, ni los lleva al médico, ni les
corta el pelo y las uñas o les enseña a asearse.

Algún ejemplo de este tipo de padres son los que traen a


parejas sexuales de forma indiscriminada a sus casas y
mantienen relaciones en zonas compartidas sin ningún tipo de
preocupación por si son vistos por el menor, progenitores que
constantemente salen de noche y vuelven a casa ebrios o
drogados, que consumen sustancias frente a sus criaturas o que
incluso permiten que sus allegados abusen de ellas. En
conclusión, que llevan la vida que quieren llevar sin
preocuparse por cómo eso puede repercutir en el niño.

Inevitablemente, en estas casas se invierten los roles. La


persona más «madura» y responsable pasa a ser el menor, y la
que necesita ser cuidada y reconducida, el adulto.
Esto lleva a los niños a acabar ejerciendo de cuidadores y
proveedores de sus propios padres, ayudándolos cuando llegan
perjudicados a altas horas de la noche, yendo a comprarles
tabaco o alcohol, cocinando comida para ellos e incluso
dejándosela preparada para cuando vuelvan a casa,
protegiéndolos de desconocidos que ellos mismos han metido
en casa indiscriminadamente, llamando a las autoridades para
pedir ayuda, guardándose para sí mismos lo malo que les
sucede porque saben que sus padres no harán nada por
protegerlos porque «bastante tienen consigo mismos»,
trabajando antes de lo debido para pagar los gastos del hogar o
aportar dinero a sus padres, ocultándoles información para
evitar conflictos, tomando decisiones que corresponden a los
adultos…

Otro tipo de hijo de padre o madre negligente es aquel que


se cría con un tercero (tío, abuelos, amigos de los padres,
cuidador contratado…) porque quien debería cuidarlo no se
hace cargo de él. Si tiene la suerte de que la persona en la que
sus padres delegan sus cuidados es buena y tiene la capacidad
física y mental para hacerse cargo de un menor de su edad, es
probable que se pueda desarrollar de forma sana y segura. Sin
embargo, también puede suceder que no hayan pensado
respecto a quién dejaban a cargo de su hijo y que este niño
crezca en manos de alguien que no lo sepa criar, lo maltrate o
abandone de nuevo.

Los hijos de padres negligentes pueden tener una época muy


complicada en la que el sufrimiento que viven en sus casas
hace que se vean mimetizados con su entorno y se comporten
en respuesta a él: delincuencia, consumo, conflictos en el
instituto, peleas, etc. Pero también pueden encaminarse y
emplear toda esa responsabilidad que desarrollaron de forma
forzada para crear una vida «de aquí en adelante».
Aprendieron a ser autosuficientes y, por desgracia, se valen
por sí mismos desde mucho antes que cualquier otro niño. Esto
«facilita» que puedan independizarse, porque cuidar de sí
mismos es mucho más sencillo que cuidar de su padre o su
madre, de sus hermanos, de la casa, de todos los conflictos que
acontecen en ella y, además, de ellos mismos. Lo más difícil
ya lo pasaron y es probable que por ello hayan desarrollado un
gran sentido de la responsabilidad.

Endiosamiento
El endiosamiento se da cuando uno de los progenitores, por
ejemplo, el padre, crea un personaje sobre sí mismo
inventándose falsos logros y actuando como un ser superior,
consiguiendo que el resto de los miembros lo idealicen y
promuevan que la dinámica familiar gire en torno a él y a sus
decisiones y deseos. Dentro de las casas de estas familias, se
puede ver claramente como hay un miembro que está colocado
en un pedestal, y el resto orbitan a su alrededor. Nadie se
atreve a cuestionar su palabra y, si alguien lo hace, se
convierte en la oveja negra de la familia.

Esto suele iniciar en forma de relación de pareja de


maltrato. Una mujer, normalmente proveniente de una familia
conservadora o en la que ya ha habido dinámicas de maltrato,
conoce a un hombre con un perfil de personalidad
problemático y, tras un gran trabajo de manipulación
silenciosa por su parte, este consigue absorberla hasta el punto
en el que ella pierde su identidad y pasa a ser, únicamente, una
extensión de él. En ese momento, su vida pasa a girar en torno
a su marido, se convierte en alguien absolutamente
dependiente de él y lo idealiza hasta el punto de hacer oídos
sordos a cualquier acusación en contra de la imagen que ella
tiene de él, por evidente que sea la veracidad de dicha
acusación. Apaga su voz interior y se aleja de todo aquello que
la pueda llevar a replantearse mínimamente la imagen que
tiene de su pareja.

¿Qué sucede? Que, cuando esta pareja tenga hijos, estos


crecen con un padre que se considera a sí mismo un ser
superior y con una madre que se lo ha creído. El resultado de
esto es que, sin querer, repiten estos patrones: endiosan a su
padre y ven como alguien inferior a su madre. Ven a su madre
tal y como la trata su padre.

Con el tiempo, estos niños se hacen mayores y se


posicionan en uno de los siguientes tres roles: el de agresor
(comportándose como el padre), el de víctima (tirando más a
imitar a la madre) o el que rompe con la dinámica familiar,
que pudo empezar siendo una víctima hasta que estalló y se
rebeló.

El perfil de hijo agresor puede llegar a ser percibido por el


padre como una amenaza para su posición de poder, ya que se
trata de la «aparición» de una figura dominante nueva en un
entorno en el que, hasta el momento, él era el único. Esto los
puede llevar a graves conflictos o también puede suceder que
mantengan una «distancia de seguridad» entre ellos y que
ninguno se entrometa en el núcleo que domina el otro para
evitar las confrontaciones, pues el hijo, en el momento en el
que empieza a construir su vida, ya tiene un entorno sobre el
que ejercer poder y no necesita hacerlo en su familia de
origen, donde está posicionado su padre.
El hijo o hija con rol de víctima, sin querer, perpetra la
dinámica familiar, pero de una forma diferente al anterior.
Dado que la sumisión y el maltrato forman parte de su vida
desde el inicio de esta, ha normalizado ser tratado de esta
forma y acaba estableciendo relaciones en las que se dan estos
patrones.
En cambio, el hijo o hija que se rebela, por algún detonante,
empieza a cuestionarse lo que para él había sido su normalidad
hasta ahora: ha visto cómo funcionan otras familias, le ha
pillado alguna mentira al «progenitor problema», ha empezado
a ser consciente de cómo sufre su madre, ha detectado en sí
mismo rasgos desadaptativos que le han traído problemas en
sus relaciones y ha identificado que vienen de su padre, etc., y
esto le ha hecho levantar la ceja. Se trata del hijo disyuntor.
Veamos estas dinámicas con más profundidad.

Dinámicas en los hijos de narcisistas


Estas son las dinámicas que suelen darse en familias
encabezadas por padres y madres con este perfil de
personalidad.

El hijo dorado
El hijo dorado hace referencia al niño tratado como «el
favorito». De sus hijos, el narcisista elige a uno como «su
protegido» para emplear la alianza con él como herramienta
para salir beneficiado mediante las comparaciones y chantajes
con los demás hijos. Por ejemplo, «tu hermana sí que obedece,
no como tú» (para conseguir que «moleste» menos), «mira tu
hermano qué pocos problemas da y tú siempre enfermo o con
que te duele esto o lo otro» (para no tener que ocuparse de él)
o «fíjate qué delgada está tu hermana, podrías coger sus
hábitos» (para que adelgace, porque la imagen que da su hija
repercute en la suya propia), entre otros.
Esta actuación por parte del padre o madre con este perfil de
personalidad hará que se den conflictos terribles entre los hijos
por celos y resentimiento. Una dinámica así casi que
imposibilita que dos hermanos se lleven bien, ya que siempre
han sido criados como rivales.

El hijo dorado, aparentemente, lo tiene todo más fácil


porque es tratado como un rey, parece no hacer nada mal, se le
perdona todo y recibe más cariño, regalos y atención que el
resto de los hermanos, pero muy probablemente eso hará que
crezca sintiéndose merecedor de más privilegios que el resto
por el simple hecho de «ser él», no conecte nunca con las
necesidades de los demás porque solo ha contemplado las
suyas y acabe siendo del mismo perfil de personalidad que su
progenitor: otro narcisista.
Sin embargo, ser el hijo dorado no es sinónimo de no sufrir.
Hay casos en los que, como ha crecido asegurado en un
vínculo especial y privilegiado con el narcisista porque ha sido
«el elegido», cualquier castigo o tipo de maltrato por parte de
este progenitor será percibido como algo tremendamente
doloroso para lo que no se le había preparado. No olvidemos
que un narcisista, aunque tenga favoritismos, no deja de ser un
narcisista y por encima de él no va nadie, ni siquiera su hijo
favorito.
Este vínculo de privilegio también dificultará, o incluso
imposibilitará, que pueda quitarse la venda de los ojos, romper
con los patrones familiares y distanciarse. Tal vez sea
consciente de que las dinámicas que se dan en su familia no
son sanas, pero, cuando recibes un trato especial, parece que
no puedes quejarte. Estás en deuda con el narcisista y le debes
sumisión, los favores que te pida y la misma protección e
impunidad con la que él te ha tratado hasta ahora. La
diferencia es que tú no lo pediste y a ti ahora se te exige. Y
negarte te hace quedar como un desagradecido. Con todo lo
que han hecho por ti. «Cría cuervos y te sacarán los ojos»,
decían. Con todo lo que te han dado y así se lo pagas. Si
hubiesen sabido cómo eras, no te hubiesen dado tanto.
Hay familias en las que resulta que
su amor hacia ti no era un regalo,
sino un préstamo.
El chivo expiatorio
El hijo al que etiquetan como «chivo expiatorio» es aquel
sobre el que recaen todas las culpas, frustraciones y
resentimientos para que los verdaderos responsables no tengan
que responsabilizarse de ellos. Este hijo o hija se convierte en
el saco de boxeo del narcisista.
El niño que sufre este maltrato crece sintiendo que es el
culpable de todo lo malo que sucede y por ello no merece
cosas buenas y, además, que es difícil de querer. En principio,
suele ser un niño o niña con mayor sensibilidad, empatía y
vulnerabilidad que el resto de los familiares.
Por el abuso sufrido durante su infancia puede que en un
futuro se vea rodeado de personas que lo valoren, pero aun así
sienta que eso es irreal y llegue a actuar de formas
incomprensibles a ojos de los demás, como apartándose de
quien mejor los trata y «eligiendo» relaciones y personas
dañinas. Son personas que tienden al autosabotaje.

El hijo «disyuntor»
Un disyuntor es un interruptor que corta automáticamente el
flujo de corriente en un circuito eléctrico en caso de
sobrecorriente o cortocircuito para proteger a las personas de
las descargas eléctricas. En una familia, el miembro al que
podríamos llamar disyuntor sería el que rompe con la cadena
de dinámicas familiares disfuncionales para proteger a los
miembros que vengan detrás de él.
Una vez sembrada la duda en el miembro disyuntor, esta no
hace más que engrandecerse y llevar a otras preguntas más y
más complejas. Empieza a ver que su padre no es quien dice
ser, destapa algunas de sus mentiras, lo cuestiona, lo
confronta, etc.

En conclusión, se da cuenta de que ha creado una especie de


burbuja dentro de casa en la que él es un rey, pero que, fuera
de esta, no es nada de lo que dice ser. Es todo una farsa. Se
siente estafado y engañado. Y, tras todo este proceso de «darse
cuenta», salta. Y, cuando el disyuntor salta para destapar al
«jefe» de la familia, este hará lo posible por acallarlo y alejarlo
para que no ponga en peligro toda la estructura familiar, ya
que esta es la que le permite seguir ejerciendo en ese rol de
dominancia que tantos años lleva trabajando y vivir en un
entorno en el que lo tratan como él quiere ser tratado: como
alguien superior.
De hecho, ese es uno de los motivos por los cuales
permanece en familia: por la buena imagen social que esto le
brinda y porque es un entorno sobre el que puede ejercer poder
y control y, en algunos casos, tener más seguridad económica.
No es por amor, ya que suelen ser hombres infieles,
mentirosos e irrespetuosos que en ningún momento se privan
de sus «libertades» ni deseos. Actúan acorde con su
sentimiento de grandeza y por ello priorizan su voluntad por
encima del respeto y los acuerdos con el resto de las personas,
incluidos su pareja y sus hijos.
Si el manipulador se sale con la suya y consigue que el resto
de la familia vea a este hijo que ha alzado la voz en su contra
como el problema, será apartado también por el resto de los
miembros, incluida su propia madre. La cual, mientras tanto,
se verá obligada a mirar a otro lado ante la situación que
acontece en su casa. Su marido es una persona tan persuasiva
y que ha absorbido hasta tal punto su vida y su ser que ha sido
capaz de anular algo tan biológicamente predeterminado como
es el amor a un hijo. Lleva toda la vida tolerando engaños,
manipulaciones, infidelidades, historias que no cuadraban y
puede que incluso violencia física. El maltrato psicológico
llega a tal punto que ella cree «no ser» sin su marido. Por eso,
puede prescindir de cualquiera, incluso de sus hijos, pero no
de él.
Inevitablemente, el hijo se sentirá desprotegido por su
madre, se enfadará con ella y se preguntará por qué no lo ha
protegido nunca de su padre. Sin embargo, tristemente, ella
siempre ha sido una víctima más.
El hijo que se rebela tiene un papel muy complicado porque,
por una parte, es probable que termine por romper con los
patrones familiares y eso lo lleve a tener una vida más plena y
también a dársela a los demás, pero, a cambio de rebelarse,
sufre mucho porque es el único que tiene la carga de luchar
contra su familia, quedar como la persona «problema» y
alejarse de ella. Además, tendrá que lidiar con las secuelas
psicológicas de haberse criado en un entorno así.
El sufrimiento de este hijo o hija suele darse de las
siguientes maneras:

• Hipervigilancia de sí mismo y de todo su entorno para


sentir la seguridad de que va a poder «prevenir»
cuando vuelva a toparse con personas y situaciones
como las vividas.
• Sensación de estar alerta constante y de no poder bajar
la guardia. Dificultad para relajarse y despreocuparse.

• Incapacidad para disfrutar de aquello bueno que le


sucede por una dificultad para conectar con la felicidad
real y por sentir que «siempre hay una nube negra».
Esté donde esté, siente que esta lo acompaña. La
situación traumática duró tanto tiempo y sucedió en un
momento tan determinante de su vida que le es muy
difícil deshacerse de la sensación de que aún forma
parte de aquello.

• Problemas de sueño como insomnio, pesadillas,


sensación de no haber descansado pese a haber
dormido las horas adecuadas…

• Sentimiento de soledad y de desamparo a pesar de haber


construido un entorno sano en la actualidad.

• Miedo al abandono, a ser engañado y a sufrir en sus


relaciones o, por lo contrario, el otro extremo, el
rechazo completo a vincularse.

• Sensación de estar marcado de por vida y de que, a


causa de lo vivido, es imposible que las cosas le vayan
bien. Como si estuviese predestinado a la infelicidad y
a la desgracia eterna.

• Desconfianza de las buenas intenciones de los demás.

• Tendencia a culpabilizarse por situaciones y problemas


que no son de su responsabilidad.

• Ejercer el rol de salvador con sus parejas.

• Tendencia a mirar al futuro con desesperanza, como si


«las cosas buenas» no estuviesen a su alcance y fuese
imposible que le sucediesen a él o ella.

• No querer tener hijos para no causarles el daño que a él


o ella le hicieron o querer tenerlos para reparar el daño
a través del vínculo con ellos.
• Si la infancia de la persona estuvo marcada por las
deudas, negocios que quebraron y una economía
inestable por las malas decisiones que tomó el
psicópata narcisista, que tendía a arriesgarlo todo sin
pensar en la seguridad y tranquilidad de su familia, es
frecuente que tenga mucho miedo a endeudarse y se
preocupe en exceso por su situación económica,
aunque esta sea estable. Sigue viviendo con la
sensación de inseguridad.

• Dificultad en la toma de decisiones mínimamente


arriesgadas por sentir que no tiene una familia que lo
ampare.

¿Alejarse o quedarse para cambiar la situación?


Llegado a este punto, el hijo que se rebela puede tomar dos
caminos: alejarse o quedarse intentando comprender y cambiar
la situación.

Normalmente, cuando el hijo o hija que ha roto con la


dinámica de su familia de origen decide y consigue
desprenderse de ella, siente mucha culpa. Culpa por los
miembros que se quedan y por «abandonar» a los más
vulnerables. Aceptar esa culpa y vivir con ella es un proceso
que termina cuando comprende que ya no puede hacer más,
que lo ha intentado todo y que lo único que le queda por hacer
para poder tener una vida plena y feliz es desvincularse.
Contacto cero y crear su propio entorno. Es habitual que, por
todo el dolor que la familia de la que proviene le ha provocado
a lo largo de su vida, se esfuerce mucho en ser todo lo
contrario a lo que le hicieron. No quiere causar el daño que le
causaron y sufre solo de pensar en parecerse a, en este
ejemplo, su padre. Observa minuciosamente su conducta, su
forma de pensar y sus relaciones, para asegurarse de que nada
tienen que ver con aquello que tanto odia. Esta obsesión por
no parecerse a quien le hirió y por que su familia nuclear (la
que él ha creado) no tenga ni una de las dinámicas de su
familia de origen puede llegar a generarle mucho dolor. No le
permite disfrutar de su vida de forma despreocupada y le
obliga a estar alerta y cuestionándose a sí mismo
constantemente.

El hijo que «elige» quedarse en la familia, aunque sea


manteniendo un mínimo contacto por no cortar del todo el
vínculo con ellos, es habitual que se esfuerce de forma
desmedida en, primero, conocer y analizar profundamente a
todos los miembros y sus historias vitales para así comprender
sus conductas y conseguir cambiar la dinámica familiar y,
segundo (cuando no lo consigue), aprender a soportarla.

El problema de forzarse a sobrellevar una situación


insostenible es que el cuerpo no se lo permite. Intentará no
discutir, aceptar que estas personas son así y no cambiarán,
que no le afecte «tanto», evita temas que puedan acabar en
confrontación…, pero nunca lo consigue. Por un motivo o por
otro, siempre acaba habiendo problemas. Siempre hay un
comentario fuera de lugar, un gesto ofensivo, una palabra
desafortunada… Por mucho que lo intente, no consigue que
haya una relación cordial con la persona narcisista que permita
que la familia pueda comer, tranquilamente, un domingo al
mes. Esto sucede porque en esa dinámica familiar o eres
sumiso o eres cómplice, pero nunca disyuntor.

La figura protectora
La salvación para un hijo de un padre o madre narcisista es
crecer al lado o muy cerca de una figura protectora que le
explique y ayude a interpretar el mundo desde los ojos de una
persona sana que lo aprecie, proteja y vele por su bienestar.
Sucede lo mismo con los hijos de padres o madres con
problemas de salud mental graves, adicciones u otras
enfermedades severas: necesitan a alguien que ejerza de
referente, que les explique lo que está sucediendo y los
acompañe durante su proceso de desarrollo. Esta figura puede
ser un tío, el otro progenitor, una abuela, un hermano, una
amiga de los padres… Quien sea. Lo que importa y marcará la
diferencia es que esta persona logre estar presente en la vida
del niño o niña durante el tiempo suficiente como para influir
en ella.
No puedes buscar tener paz con
una persona que nunca supo dar
otra cosa que guerra.
Siempre y cuando la presencia de esta persona en la vida del
menor haya sido suficiente, será un lugar seguro para él y le
permitirá crecer teniendo un ejemplo de relación y figura sana
y consistente en su vida, lo que le facilitará crear vínculos
saludables el día que tenga que construir su propio entorno.
Gracias a ese buen punto de referencia con el que tuvo la
suerte de crecer, sabrá discernir entre lo que quiere y merece
en su vida y lo que no.
Otros se convierten también en sus propios salvadores y
crean un entorno sano a partir de amigos, parejas y familiares
de estos. Un entorno en el que sanar y crecer con la seguridad
que no tuvieron en su infancia. En muchas ocasiones, son
personas que acaban dedicando su vida a profesiones que les
permiten reparar eso que a ellos les rompieron. Esto es
adaptativo y saludable, es una forma de transformar su dolor
en la sanación de los demás, lo que es, a la vez, para ellos, la
suya.
En cualquier caso, el miembro disyuntor suele ser el que
más sufre. Es quien tiene que arrancarse la venda de los ojos,
romper con la cadena familiar, sanar por su cuenta y repararlo
todo para salvar del dolor heredado a los que vengan después
de él. Esto, evidentemente, conlleva muchas consecuencias en
su salud mental, pero «alguien tenía que hacerlo». Los
disyuntores son el eslabón más importante de la cadena,
aunque ellos, muchas veces, nunca llegan a sentirse como tal.

Hermanos
Los narcisistas no suelen cambiar su comportamiento con los
otros en función de si tienen parentesco con ellos o no. Son así
con sus parejas, con sus padres, con sus amigos, con sus
hermanos, sus hijos… Con cualquiera, porque es algo que está
dentro de ellos: es su forma de ser y su forma de relacionarse.
Tener un hermano de este perfil de personalidad es algo
muy complicado de gestionar, ya que a él no le importa el lazo
sanguíneo ni tampoco la historia vivida compartiendo casa,
familia y crianza, mientras que, para los que tenemos un
mundo afectivo sano y desarrollado, todo esto tiene mucho
peso y nos dificulta enormemente el ponerle límites porque
«es que es nuestro hermano».
Los hermanos de este perfil pueden identificarse porque se
dan de las siguientes maneras:
• Tienden a querer acaparar la atención de los padres, son
muy celosos y siempre quieren ser el hijo dorado.
• No se alegran por los logros de sus hermanos, al
contrario. Los envidian profundamente y, si pueden,
los sabotean.
• No se responsabilizan de sus padres u otros mayores y
no tienen ningún reparo en abandonarlos a su suerte.
Pueden vivir con la conciencia tranquila igualmente.

• Crean conflictos entre los demás miembros de la familia


para fragmentar esos vínculos que, por el motivo que
sea, les interesa que se rompan. Inventan rumores,
malmeten, tergiversan información… Lo que
consideren «necesario» para alcanzar su fin.
• Tratan de apropiarse de todos los bienes materiales y
dinero familiar, por lo que son personas «complicadas»
a la hora de repartir herencias, más que nada porque la
palabra «repartir» no entra en sus planes. Siempre
buscarán salir beneficiados por encima de los demás y,
si para ello tienen que hacer trapicheos a las espaldas
de los demás familiares, los harán.

• Tienden a los conflictos en general. Allá donde van,


generan problemas.

• Es habitual que siempre estén pidiendo favores y dinero


a sus allegados para pagar sus deudas o problemas
económicos. Son un pozo sin fondo y nunca devuelven
lo que piden.

• Mienten, tergiversan e inventan la información


necesaria para obtener beneficios económicos y
materiales, sobre todo. Se trata de personas muy
materialistas e interesadas.

La relación con un hermano o hermana de este perfil suele


ser bastante conflictiva porque se trata de alguien con quien es
imposible llevarse bien y «tener la fiesta en paz». Sin
embargo, pese a todas las discusiones y peleas, es habitual que
la persona sienta que no puede abandonar a su hermano a su
suerte y que ceda ante sus peticiones y exigencias (favores,
dinero, cuidar de sus hijos…), ya que en muchas ocasiones
vienen acompañadas de chantaje y victimismo, como, por
ejemplo, «si no me prestas este dinero para que les pague, van
a venir a por mí y a por tus sobrinos», «si no cuidas de mis
hijos, mi ex me quitará la custodia», «si no haces X, me
quitaré la vida», «no tengo dinero para comer»…
Siempre necesitan más. Y, cuanto más les das, más te piden.
Y, cuando parece que ya se lo has dado todo, vuelven a pedir.
Y, aunque sepan que no pueden sacar más de ti o de vuestros
padres porque os han arruinado, lo hacen igualmente. Y, si
tienen que robaros, os robarán. No les importa la repercusión
que tengan sus actos en la vida económica y personal de su
familia.

Evidentemente, las víctimas de estas personas, aunque sean


sus hermanas, suelen llegar a un punto en el que no pueden
más y, con mucha culpa, dicen «hasta aquí». Ponen límites con
todo el dolor de su alma por la responsabilidad, culpa y pena
con las que los psicópatas las han cargado hasta el momento.
Temen mucho por lo que pueda ser de estos sin la ayuda y
favores que les han prestado hasta ahora, pero lo curioso es
que, una vez que dejan de darles todo lo que piden y se
desvinculan, no sucede nada de aquello que amenazaban con
que sucediese. Normalmente, lo que ocurre es que encuentran
a otra persona a la que parasitar y desaparecen de la vida de
quienes ya no les hacen favores. En este momento se
evidencian sus verdaderas intenciones: solo querían a su
familia para obtener ciertos beneficios.

Hijos
Evidentemente, uno de los motivos por los cuales un niño
puede acabar teniendo este perfil de personalidad es porque ha
pagado las consecuencias de tener un padre o una madre que
es así y su mundo afectivo no se ha desarrollado como el de
otros niños, o bien porque se ha criado aprendiendo e imitando
las conductas de sus figuras de referencia y ha ido viendo que
estas le dan resultados beneficiosos (control, poder,
dominancia…), además de la innegable carga biológica que
también existe en estos casos.
Aunque es cierto que el contexto en el que se cría un niño y
el comportamiento de sus padres tiene mucho que ver con el
desarrollo de una personalidad problemática, hay familias en
las que los padres lo hacen lo mejor que saben y pueden, pero
el resultado no es el que esperan, y es que, aunque estos
influyen y mucho en la forma de ser de sus hijos, no llegan a
tener el poder de moldearlos al cien por cien.

El niño crece en un entorno mejor o peor, en un momento


social determinado, en una cultura, con una carga biológica
innegable, y está expuesto a unas circunstancias vitales que no
están del todo en la mano de sus padres. Y sí, el joven puede
dar señales de que algo no va bien en él desde una edad
bastante temprana, pero los padres pueden no saber detectarlas
o cómo encaminarlas.

Ningún bebé nace con un manual de instrucciones bajo el


brazo y no todos los padres tienen los mismos recursos,
conocimientos y posibilidades. Los padres que hacen todo lo
que pueden ya cargan con una enorme culpa como para que
socialmente se les eche más peso encima. Debemos entender
que no todo está en sus manos y que hay ocasiones en las que
la respuesta a la pregunta de «¿qué hicimos mal?» es «nada».
Hay algunos rasgos que podemos detectar de forma precoz:

• Niños que no superan la etapa de egocentrismo infantil,


sino que esta persiste. Son egoístas e inflexibles y esto
va cada vez a peor.

• Intentarán salirse con la suya hasta el final y cueste lo


que cueste.

• Preferirán conseguir su capricho, aunque esto suponga


arrebatárselo a otro niño o hacerle daño.
• Tienden a burlarse o a molestar constantemente a sus
compañeros.

• No toleran la frustración y no aceptan un «no» por


respuesta, lo cual los lleva a tener muchas explosiones
de ira. Tampoco toleran las correcciones.

• No dudan en atacar físicamente a otros niños o incluso


adultos sin pensar en las consecuencias
• Son muy vengativos y actúan acorde a un sentimiento
de «soy mejor que los demás».

• Culpan a otros de sus errores.

• Es difícil o imposible hacerles entender y sentir que lo


que los demás quieren, sienten o piensan también es
importante. Solo piensan en ellos.

• Cuando piden disculpas siempre lo hacen obligados y


de mala gana, como si leyesen un guion. No sienten lo
que dicen porque no conectan con el dolor que causan.

• Puede darse que traten mal a los animales,


principalmente a los domésticos.

• Tienden mucho a mentir y, si se les pilla una mentira, la


negarán hasta el final sin mostrarse nerviosos, sino más
bien enfadados e indignados por que no se les crea.

• Se inventan historietas para obtener algún beneficio y


actúan realmente bien, excepto cuando tienen que pedir
perdón, ahí son pésimos actores.
• A medida que van creciendo, chantajean, manipulan,
amenazan y roban para conseguir lo que quieren. O
para arrebatárselo a otros y que estos no lo tengan.
• Tendrán excusas para todo y el arrepentimiento brillará
por su ausencia. Para ellos, lo más lógico y normal es
conseguir lo que quieren y no entienden que otras
personas se opongan a esto.

• Diferencian perfectamente el bien del mal, pero no


conectan con la sensación de que ellos también han de
estar sujetos a esas normas. Es como si esas leyes no se
aplicasen para ellos.
• Al entrar en la adolescencia, exigen más y más. Más
dinero, más independencia, más impunidad. No
aceptan límites.
• Cuentan con una sorprendente capacidad para
manipular a los demás, y pueden contener su
agresividad si saben que esto les beneficiará. Aun así,
es imposible que la contengan todo el tiempo.
• Tienden a irse de casa durante días, a desaparecer
(voluntariamente), a romper muebles durante sus
enfados, a meterse en peleas, conflictos por dinero o
drogas… También es habitual que roben o vendan
objetos de valor de sus familiares.
• Suelen acabar formando parte de bandas juveniles
donde poder expresar su agresividad, crueldad e
impulsividad. Para ellos, no hay nada más divertido
que pasar el tiempo cometiendo actos vandálicos a la
vez que gozan de la gran impunidad y del sentido
colectivo de poder e invencibilidad de las bandas.

En estos casos, lo que sucede es que en la familia acaban


adaptando su conducta para evitar las explosiones de ira del
joven y porque aún conservan la esperanza de que, en algún
momento, «coja el buen camino». El problema de esta postura
por parte de la familia es que aceptan lo que creen o quieren
creer de su hijo y desconocen la vida real que este lleva.

Estas familias se ven obligadas a aceptar que sus hijos


abandonen los estudios obligatorios con la esperanza de que,
al menos, hagan un grado formativo en otra cosa o trabajen,
acaban acatando sus compañías y se conforman con «las
menos malas», pasan por alto su consumo de drogas, etc. Se
flexibilizan y adaptan al joven con la esperanza de que, en
algún momento, consigan «dar con la tecla» para que este haga
algo de provecho. Pero la realidad es que no hacen más que
pedir y estirar de sus padres sin dar nada a cambio ni cumplir
con ninguno de los pactos que acordaron («te compramos una
moto si te sacas este curso»), siempre tienen excusas que
«justifican» su irresponsabilidad.
Cuando quieren un nuevo capricho, prometen y perjuran
que esta vez sí cumplirán con el acuerdo, pero tampoco lo
hacen. Y, aun así, se sorprenden y ofenden cuando sus padres
dicen que ya no creen en ellos. No conectan con la decepción
que provocan en sus padres, solo con que ahora no les creen y
eso hace que no les den lo que piden.
La realidad es que, cuando estos niños pasan a ser
adolescentes, un cambio en su conducta se hace más
improbable. Esto se debe a que su comportamiento no es un
caso puntual o pasajero, sino que se trata de la base de su
personalidad, la cual cada vez está más asentada. Podríamos
decir que, cuanta más edad tenga el hijo, menor margen de
maniobra tendrán los padres.
Normalmente, a lo mejor que se puede aspirar es a tener una
convivencia más o menos llevadera. Esto puede conseguirse,
en algunos casos, con asesoramiento profesional y desde una
perspectiva familiar mejor que con un abordaje individual, ya
que pocas veces se consigue un cambio solo interviniendo con
el niño o el adolescente. Hay que tener en cuenta que, a mayor
edad, más dificultad hay de cambio. Por este motivo es
importantísimo detectar las señales a tiempo e intervenir
cuanto antes.

Según los expertos, el objetivo de la intervención será que


su tendencia a la manipulación y al aprovechamiento de los
demás no vaya a más, que no siembre el pánico en casa y que
aprenda a acatar órdenes. ¿Se convertirá en el hijo con el que
cualquier padre sueña? Lo más seguro es que no, pero se
puede conseguir que llegue a tener una vida autónoma y
también reducir significativamente los daños a terceros, lo cual
es imprescindible para que puedan estar integrados
socialmente.
El fin es que den con estudios, un trabajo o un lugar que
encajen con una parte de su ser sin que cambien mil veces de
opinión, esto no puede ser la norma. Debe tenerse en cuenta
que no son personas que se conozcan a sí mismas (de ahí que
siempre estén dando tumbos en la vida) y, además, se aburren
con facilidad de lo que para nosotros es «lo normal», por lo
que tienden a las emociones fuertes (delincuencia, consumo,
etc.). Por eso, es importante canalizar su necesidad de obtener
adrenalina con otras actividades que sean legales y poner en
práctica que toleren una menor activación.
Para conseguir esto hay que conocer al hijo o hija en
profundidad y no únicamente quedarse con la imagen que se
quiere tener de él o ella, se debe ser consciente de la realidad
de su personalidad y no sucumbir a sus engaños y
manipulaciones. Se trata de ser estricto, inflexible y
anticiparse a sus movimientos, pero con asesoramiento
profesional (insisto). Y sí, esto supone mucha implicación y
tiempo, pero no hay muchas alternativas más. Así como los
padres de hijos con determinado tipo de enfermedad saben que
deberán esforzarse más y de una forma diferente que el resto
de los padres en la crianza y educación de sus hijos, con este
perfil de personalidad sucede lo mismo, ya que, si tiran la
toalla o renuncian a implicarse con ellos, llegará un punto tan
extremo en que la única solución será echarlos de casa, lo cual
puede llegar a ser muy traumático, y yo recomiendo que sea el
último recurso.
Soy consciente de que esta manera de abordarlo es
puramente disciplinaria y deja totalmente de lado la parte
emocional, pero la triste realidad es que hasta ahora no se han
conseguido resultados de otra forma. Esto se debe a que ellos
saben perfectamente lo que está bien y lo que está mal, pero
les da igual, de manera que no se trataría de «hacerles
comprender» algo, sino de «implementarles» un mundo
emocional y, hasta el momento, los intentos por conseguir esto
no han dado frutos. Ojalá este capítulo, algún día cercano,
quede obsoleto.
Nos hicieron creer que la oveja
negra era la mala, pero realmente
es la que salva a todas las
generaciones posteriores de seguir
sufriendo las consecuencias de una
familia disfuncional.
EL NARCISISTA EN LAS
RELACIONES DE AMISTAD
La buena gente no suele sospechar de los
demás; no pueden imaginarse al prójimo
haciendo cosas que ellos son incapaces de
hacer; aceptan como explicación lo menos
extraordinarioy ahí se acaba.
WILLIAM MARCH

Los narcisistas suelen disfrutar de una impecable imagen


pública, aparentando ser personas encantadoras, con mucha
seguridad en sí mismas, sociables e inteligentes, por lo que es
habitual que tengan amigos. Son expertos engañando a las
personas. Estas amistades los ayudan también a mantener esa
imagen de normalidad y de buenas personas que quieren
proyectar. Tener amigos es «lo normal», ¿no?

Aunque se diviertan con sus amistades y compartan


momentos juntos, su forma de relacionarse no deja de ser
desde el interés. Por ese motivo, es de esperar que, si nos
paramos a analizar su entorno, nos encontremos a muchas
personas con dinero, buen estatus social, contactos interesantes
u ocupando altos cargos. Saben a quién les vale la pena tener
al lado y, aunque esas personas no sean de su agrado o no
acaben de encajar del todo con su forma de ser, los
depredadores emocionales ya harán por hacerles creer que son
grandes amigos para obtener el beneficio que pretendan sacar
de ellos.
Su manera de hacer amigos no es muy distinta a la de
conquistar a una pareja, ya que sigue siendo su modus
operandi de relacionarse, al fin y al cabo. Pero, en este caso,
cómo se relacionen con cada una de sus amistades dependerá
también de lo que pretendan obtener de ellas.

Los amigos «seguro de vida»


Por un lado, estarán aquellos amigos a los que les interesa
tener cerca porque saben que en algún momento podrán
obtener algo de ellos o incluso porque ya lo están obteniendo
de por sí. Amigos con dinero, contactos, influencia. Amigos
que les pueden sacar de un apuro, prestar dinero o dar la ayuda
que necesiten porque tienen recursos para hacerlo. A estos
amigos los tratarán bien, adularán y cuidarán. Serán,
probablemente, las relaciones de amistad que más tiempo les
duren y se esfuercen en no perder. Por eso, quizá, los
acompañan toda la vida y nunca se dan cuenta del motivo real
de su supuesta amistad.

De esta manera, a veces se acaban convirtiendo (sin querer)


en sus cómplices, ya que solo verán «su parte buena» y por
ello serán los primeros en protegerlos y cubrirles las espaldas
ante acusaciones de terceros. Creerán firmemente que la forma
en la que son tratados por ellos es la misma en la que estos
tratan al resto del mundo, pero no. De hecho, son personas a
las que, de no tener esos «beneficios», el interesado jamás se
hubiese acercado, por lo que es probable que se pueda ver a
simple vista que son «amigos» que no pegan ni con cola. El
único pegamento que los adhiere es el beneficio que el
depredador pretende obtener de ellos.
Los amigos «alma gemela»
Por otro lado, estarán aquellos amigos que, por su forma de ser
comprensiva, empática y sensible, atraerán a los depredadores
emocionales, como pasa en el ámbito de la pareja. Para ellos,
son las víctimas perfectas y los amigos ideales.

La bondad de estas personas las convertirá en vulnerables y,


lamentablemente, vivirán todo el ciclo del abuso como si de
una pareja se tratase. Al principio todo será maravilloso y la
víctima creerá que ha conocido a su alma gemela. El amor de
su vida, pero en amigo/a. Pasarán mucho tiempo juntos, lo
harán todo unidos y no irán a ningún sitio el uno sin el otro.
Serán como Chip y Chop, pero solo durante un tiempo.

El inicio será intenso y la víctima lo vivirá con ilusión, ya


que sentirá que ha conocido a alguien con quien parece encajar
a la perfección y que, además, valora mucho su amistad
porque desea pasar todo su tiempo con ella.

Desde fuera, la gente se acostumbrará a verlos siempre


juntos. Hasta tal punto que los amigos que la víctima tenía
antes de la llegada del depredador o depredadora emocional a
su vida pasarán a ser amigos en común. El narcisista
interpretará las amistades de su «mejor amigo» de dos formas:
aquellas que ponen en peligro su relación con la víctima y
aquellas que le interesan. A las amistades que considere un
peligro, ya sea porque la víctima tiene muy buen vínculo con
ellas, y eso hace que sean «competencia», o porque cree que
son astutas y pueden delatarlo, tratará de apartarlas. Poco a
poco irá alejando a la víctima de esos amigos «potencialmente
peligrosos» para él. Este aislamiento hará sentir a la víctima
que no tiene a nadie más que a ese «nuevo» amigo del alma, lo
cual alimentará más su vínculo y dependencia hacia él.

Con respecto a las amistades que no consideran un peligro,


pero que están presentes en la vida de la víctima sobre todo a
nivel «grupo de amigos», es de esperar que a los narcisistas les
parezcan un plato muy suculento. Pocas cosas les gustan más
que formar parte de un grupo de gente en el que destacan y son
admirados y, al conocer a la víctima, ya cuentan con
información relevante que les será muy útil para encajar
rápidamente. Entrarán en el grupo de amigos de la víctima y
tratarán de ser uno más. En poco tiempo, pasarán a formar
parte de él y ocuparán un lugar que no pasará desapercibido.
El grupo los percibirá como un gran descubrimiento, un
miembro más que encaja a la perfección. Llegados a este
punto, si el depredador emocional lo considera necesario o le
apetece, terminará poniendo al grupo en contra de la víctima,
haciendo que la aparten y quedándose en el lugar que ella
ocupaba. Con esto, la víctima acabará totalmente descolocada.
Su mejor amigo del alma se ha introducido en su grupo de
amigos porque ella misma fue quien lo presentó, y ahora
resulta que es quien la ha desplazado del mismo.

Sin embargo, poco a poco y desde la llegada del depredador


emocional al grupo, es probable que este se vaya
fragmentando. Los miembros irán teniendo conflictos entre
ellos y se irán dando discusiones, creando bandos y subgrupos
que harán que cada uno se vaya por su lado. El estratega se
quedará con aquellos que le interesen o con los que hayan
sucumbido a sus manipulaciones.

Con el tiempo y la perspectiva, es probable que los


miembros del grupo inicial consigan ser conscientes de que
toda la problemática empezó con la llegada de esa persona a
sus vidas y que, de no ser por ella, aún seguirían unidos. Es
habitual que se den cuenta de que quien pareció ser el
problema en un inicio (la víctima a la que apartaron) no lo era
realmente.

Personas a las que repele


Hay dos tipos de personas a las que no les interesa nada tener
cerca: a quienes tienen un carácter que no solo no se dejará
dominar, sino que además pueden plantarles cara y delatarlos,
y a los que son como ellos.

Las personas alarma


Aquellos a los que vean capaces de destaparlos e incluso de
acusarlos en voz alta de lo que son serán precisamente las
personas a las que más «respeto» parecerán tenerles.
Realmente no será respeto, sino miedo. Evitarán a toda costa
tener contacto con ellas y también que lo tengan sus víctimas,
pero si no pueden porque, por el motivo que sea, deben
coincidir con ellas en ciertos momentos, cuando lo hagan,
serán amables, discretos e intentarán pasar desapercibidos.
Tratarán de agradarles de forma sutil y sin hacer mucho ruido,
pero, si no lo consiguen, se limitarán a comportarse de la
manera más discreta posible frente a estas personas para no
darles ni un solo motivo para confrontarlos. Son ese tipo de
gente a la que no quieren tener en contra porque sienten que
los miran diciendo: «Sé qué clase de persona eres, te tengo
calado, a mí no me engañas».
El otro, sin embargo, puede que no lo perciba así. Quizá sí
ve que el depredador no se esfuerza en vincularse con él o ella
como con otras personas y que no saca todas sus artimañas de
encantador, pero tampoco es algo a lo que le preste mucha
atención porque, como no le hace ningún daño, no le molesta.
Aun así, sí que es cierto que normalmente los perciben como
personas que no acaban de encajarles. No confían en ellos y no
se interesarían en ser sus amigos. Ven algo que no identifican
muy bien qué es, pero que les hace sentir que «con esta
persona, mejor no». A veces se preguntan qué les encuentran
los demás. No lo entienden porque no sucumben a sus
encantos.

Esta persona a la que el narcisista tiene miedo puede ser


cualquiera, desde un amigo cercano del mejor amigo (nueva
alma gemela y víctima) hasta un amigo común o incluso un
familiar de la pareja del depredador emocional, cosa que lo
complica mucho. De hecho, no hay nada que ponga más
nervioso a un psicópata que sentir que es «pillado» por un
familiar cercano a su víctima del que no puede alejarla por el
estrecho vínculo que tiene con ella (padre, madre, hermano…).

Los compañeros de profesión


Depredadores emocionales no hay tres ni cuatro. Hay muchos.
Muchísimos. Por eso, es probable que también se encuentren
entre ellos a lo largo de la vida y más de una vez.
Siguiendo el ejemplo anterior de la persona que siente que
lo miran, juzgan y piensan de él: «Te tengo calado», en este
caso se trataría de personas con las que sienten que, en
silencio, se dicen: «Tú sabes quién soy y yo sé quién eres tú».
Están cortados por el mismo patrón y lo saben. Esto los puede
llevar a ser cómplices en algunos casos, ya que si pillan a uno
los pillan a todos porque son «iguales» (parecidos). Se trata de
algo así como «te protejo porque actúo como tú y, si a ti te
pillan y te tachan, el siguiente en caer seré yo». Otra opción
también habitual es que tienden a evitarse como el agua y el
aceite porque no tienen nada que aportarse si su intención es
absorber a los demás y saben que mutuamente no podrán
hacerlo.
¿Hacen todo esto de forma consciente y planificada? No
necesariamente. ¿Los demás actuamos de forma planificada
con todo lo que hacemos en un día? No, para nada.
Planificamos algunas cosas, pero, en general, en el día a día,
actuamos tal y como nuestros esquemas mentales, valores,
intereses, experiencias, etc., nos llevan a actuar. Vivimos
improvisando la mayor parte del tiempo. Pues ellos hacen lo
mismo. No siempre es algo que planifiquen, sino que a veces
les sale «natural», sus conductas son la consecuencia de actuar
acorde a su forma de ser.
EL PSICÓPATA NARCISISTA
EN EL ÁMBITO LABORAL
La capacidad de un líder para que la
gente haga cosas es de mayor importancia
que la habilidad técnica que tenga para
hacer su tarea en particular.

PAUL BABIAK

El ámbito laboral y empresarial constituye el medio perfecto


para que el narcisista saque toda la artillería pesada y dé rienda
suelta a sus «habilidades»: obtener poder, control,
reconocimiento y beneficios económicos.

En este contexto es frecuente que roben el trabajo de otros


compañeros para hacerlo pasar como suyo, se lleven los
méritos que corresponden a otras personas, se apropien de
ideas de los demás, trabajen bajo la ley del mínimo esfuerzo,
estafen, etc. Juegan sucio. Pero cómo lo hagan y los recursos
que tengan para ello dependerá mucho del rol que desempeñen
en su puesto de trabajo.

Leire, una joven de treinta y un años que se


dedicaba a la psicología, trabajaba en una
clínica desde hacía casi diez años, es decir,
desde que finalizó sus estudios. Al parecer,
uno de sus tutores de prácticas le prometió
contratarla con la condición de que «se
dejase formar por él» y «trabajase a su
manera». Leire, inmensamente agradecida e
ilusionada por la oportunidad, dijo que sí de
forma rotunda y, nada más acabar sus
estudios, se incorporó al trabajo que su ahora
jefe le había prometido.
Lo que empezó siendo una ilusión terminó por
ser una pesadilla. Se veía obligada a atender
a más de diez pacientes al día (lo cual es
inhumano) y, además, debía asistir de forma
obligatoria todos los fines de semana a
formaciones impartidas por su jefe que se
descontaban de su sueldo a final de mes.
Curiosamente, a esas supuestas formaciones
solo acudía ella, y lo que empezaron siendo
clases terminó por ser el entorno en el que él
aprovechaba para acercarse indebidamente a
Leire, momento en el que a ella le saltaron
todas las alarmas y decidió pedir ayuda.

«Sé que contado por mí parece una locura,


pero te prometo que viviéndolo desde dentro
todo tenía sentido…», explicaba con mucha
pena. «Cuando él me argumentaba el motivo
por el cual yo debía trabajar tantas horas y
seguir formándome los fines de semana,
parecía ser lo más lógico y evidente dado que
yo era una recién graduada sin ningún tipo de
experiencia, bastante hacía él dándome la
oportunidad de trabajar en una clínica tan
prestigiosa como la suya».
En esta situación, el hombre, que muy
probablemente era un psicópata,
aprovechaba su situación de poder para
ejercer control sobre ella y así obtener el
beneficio que deseaba: una profesional, a la
que le pagaba lo mínimo, trabajando sin
descanso para generarle muchos ingresos y,
además, de la que podía abusar por hacerla
sentir «en deuda» con él.

Cuando es tu jefe
El rol de jefe de alto cargo es muy suculento para un psicópata
narcisista por los beneficios económicos, el poder y el margen
para actuar a su antojo que de este puesto obtiene, pero…
¿cómo llega hasta ahí?

Es evidente que nadie contrata a una persona con una


personalidad así a sabiendas de que la tiene, pero el problema
es que en un inicio no lo parece; de hecho, da la sensación de
ser una persona segura de sí misma, con capacidad de
liderazgo, inteligente y responsable; puntos a favor para un
puesto que tenga que ver con el mundo empresarial o la
dirección.

Muchos son percibidos como «tiburones» en las entrevistas


de trabajo y acaban entrando en la empresa ya directamente
para ocupar puestos de responsabilidad. Esto también se debe
a que, normalmente, las personas encargadas de la selección
de personal no están preparadas específicamente para detectar
a este perfil de personas, por lo que las valoran positivamente
y las contratan.

Una vez dentro, casi de forma automática e involuntaria,


estudia la estructura empresarial para ver dónde están las
personas clave a las que deben acercarse o, por el contrario,
eliminar para ascender. Con estos datos y sus indiscutibles
dotes de seducción, tejerá una red de seguidores y empezará a
interferir en las relaciones entre otros compañeros. De esta
manera, cuando alguien lo acuse de actuar con maldad, tendrá
dos tipos de personas dispuestas a defenderlo. Algunos de
estos serán altos cargos de la empresa, mientras que otros
serán empleados que, posicionados en niveles inferiores, serán
manipulados para actuar como peones que sustenten el
pedestal sobre el que está el psicópata y contribuyan a
defenderlo y a hablar bien de él entre el resto de las personas
que pueden unirse a sujetar dicho pedestal.

Llega un punto en el que el manipulador logra sembrar el


caos: ha descartado a las personas que ya no le son útiles, ha
establecido las relaciones que necesita para asegurar su puesto
de trabajo y, de forma silenciosa, ha generado conflictos entre
el resto de los miembros de la empresa.
La violencia psicológica que ejerce el psicópata narcisista
sobre el resto de los compañeros es evidente y muchos
empiezan a darse cuenta de que es un farsante y una mala
persona, pero en el momento en el que el depredador se ha
ganado a las personas adecuadas, estos ya no tienen voz.
El estratega seguirá usando sus dotes para ascender y
deshacerse de aquellas personas que considera peligrosas para
su posición y esto acaba funcionando porque, aunque puede
que no tenga una buena imagen para la mayoría de las
personas que conforman la empresa, en general es considerado
bueno en su trabajo. No es percibido como competente por sus
conocimientos y cantidad de horas trabajadas, sino por su
capacidad para moverse en el mundo empresarial como una
serpiente. De esta manera consigue ascender: apropiándose del
trabajo y méritos de otros, maltratando psicológicamente a los
demás, mintiendo y difamando, estableciendo relaciones con
quienes sabe que debe establecerlas y haciendo que algunas
personas dimitan en sus trabajos para, por fin, estar lejos de
ellos.

Así es como logran ocupar su puesto de responsabilidad:

• Tienen «secuaces» en posiciones que están por debajo


de la suya para obtener poder en la sombra y tener ojos
en todas partes. Esto alimenta su ansiada necesidad de
control, poder y omnisciencia.

• No son los que más conocimiento tienen, sino los que


«mejor» saben moverse.

• Humillan, faltan al respeto y explotan a sus


subordinados. Con ellos desahogan todas sus
frustraciones y los emplean de saco de boxeo.

• Culpan a sus trabajadores de fallos que eran de su


responsabilidad.

• Incumplen los acuerdos con los empleados haciéndoles


trabajar más de lo pactado en el contrato.
• Su objetivo siempre será lograr más poder y dinero,
aunque eso suponga decisiones poco éticas o
inmorales.

• Suelen incurrir en delitos de cuello blanco: infracciones


llevadas a cabo por personas de buena posición
económica que abusan del privilegio obtenido en su
puesto de trabajo.

Por la triste costumbre que tenemos de asociar la actitud


dominante, la frialdad y la inteligencia estratégica al buen
liderazgo, muchos de los altos cargos de empresas importantes
son terribles narcisistas. Incluso es frecuente que a estas
personas se les lleguen a tolerar humillaciones y agresiones
bajo el pretexto de que «son así» y que gracias a eso ocupan el
puesto laboral que ocupan y son tan buenos en lo suyo. Sin
embargo, lo que hacen bien realmente no es su trabajo, sino el
manipular a los demás para que estos, con el sudor de su frente
y «tras las cortinas», los dejen en una buena posición. Ese es
su verdadero talento.

Si solo miramos las cifras, es probable que posicionar a un


ser ambiciosamente despiadado como gerente nos parezca una
buena idea. El problema viene cuando somos nosotros quienes
pagamos con nuestra salud mental y física las consecuencias
de que el sujeto que parecía ser «solo» un prepotente idiota es
realmente un psicópata narcisista.

Compañeros y mobbing
En ocasiones, el narcisista no es un superior, sino un
compañero. Un igual que empieza fingiendo ser encantador y
querer entablar una relación de amistad con nosotros para
acabar haciéndonos el vacío y difamándonos incluso con
información que obtuvieron cuando confiábamos en él.
También son personas que tratan de involucrarnos en
proyectos que terminan siendo un fracaso, estafándonos,
engañándonos, etc.
El narcisista puede no estar mal visto por todos los
compañeros, incluso algunos creerán ser sus amigos. Este
sujeto tiende a tener como «personas enchufe» a aquellas con
las que relacionarse puede ofrecerle algo de lo que
beneficiarse (adaptación de los horarios de trabajo, subida de
sueldo, buena relación con un jefe, etc.) y a tratar de aplastar a
las que, por el motivo que sea, considera una posible
competencia. Además, también hay algunos miembros de la
empresa que, tengan o no relación con él, deciden hacer voto
de silencio ante sus agresiones por miedo a que la violencia se
les torne en contra. Así es como empieza a surgir el mobbing.
El mobbing hace referencia al maltrato en el ámbito laboral
y la víctima sufre algunas de las siguientes situaciones:
• Desprecios y gestos desagradables por parte de uno o
varios compañeros.

• Aislamiento. El agresor le hace el vacío e intenta que


los demás también se lo hagan: no la saludan, no se
despiden de ella, la ignoran, no la invitan a quedadas
fuera del ámbito laboral…
• Difamación e invención de bulos con el fin de
desacreditar a la víctima y ensuciar su imagen.

• El agresor trata de poner al resto de los compañeros en


su contra con mentiras, tergiversaciones y
manipulación.
• Ejercen tanta presión y maltrato sobre la víctima que
hacen que cometa errores sin querer y de esta manera
quede mal.

• Insultos y otras faltas de respeto.


En estas situaciones, lo mejor que puede hacer una víctima
es recoger todas las pruebas posibles para tomar medidas al
respecto, ya sea mediante una denuncia ante la Inspección de
Trabajo, o hablando con la empresa, denunciando por daños y
perjuicios… En cualquier caso, se recomienda reaccionar lo
menos posible al abuso, buscar personas de apoyo externas al
trabajo para sobrellevar el proceso y el contacto cero.
Dejar un trabajo por sufrir maltrato
en él no es un acto de cobardía,
sino un derecho.
Psicópatas y narcisistas a gran
escala
Si hay un trabajo que por excelencia atrae mucho a los
narcisistas es la política y el ser la autoridad suprema de un
Estado. Poder. Control. Dinero. Reconocimiento. ¿Qué más
puede pedir un narcisista?
Esta profesión le permite gozar de todo el reconocimiento
social que desea y tanto cree que merece y contar con el poder
que necesita para llevar a cabo su principal objetivo: dominar.
Además, las técnicas de manipulación, la seducción y la men-
tira son el pan de cada día en la política, por lo que quedarían
hasta bonitas al entenderse como parte de su trabajo. Está en
su salsa. Incluso, en situaciones de guerra, pueden ser los
responsables de crímenes atroces de forma impune. Sigue
siendo «su trabajo».
Cuando la mayor o una de las mayores autoridades de un
país es un psicópata, las posibilidades de ejercer la violencia
son ilimitadas. Es el puesto de trabajo perfecto para dar rienda
suelta a sus malas ideas. Haga lo que haga siempre conseguirá
tener personas que le aplaudan. Siempre habrá quienes apoyen
a un jefe de Estado por despiadado que sea. Siempre habrá
personas a las que manipulará y que verán en él un referente
que creen que puede sacarles de la miseria o, al menos,
mejorar su situación. Es un experto manipulando, por lo que
no es de extrañar que tenga a una buena parte de la población a
su favor, por atroces que sean sus ideas. Estos aplausos
acentuarán más y más su narcisismo y lo llevarán a actuar de
forma incluso delirante.
El psicópata narcisista necesita a los manipulados, pero
también necesita una estructura de Estado psicopática detrás,
ya que, si la figura de máxima autoridad es despiadada, pero el
resto de las personas que la rodean son todo lo contrario,
durará muy poco en el poder.
Necesita a gente que participe con él. Así es como afloran
muchos «psicópatas de menor rango» que se prestan a formar
parte de su «séquito» y llegan a cometer atrocidades en su
nombre. El «psicópata grande» fomenta y promueve la
crueldad ya presente en estas personas y ellas la canalizan a
través de él y de sus órdenes, como, por ejemplo, en la
tragedia del nazismo. Asesinan y torturan a sangre fría
amparados por una autoridad que les da permiso para ejercer
lo que son: psicópatas criminales.

¿Cómo son los psicópatas como jefes de Estado?


• El narcisista tiene un extraño sentido de
invulnerabilidad, es decir, siente que es intocable y que
nunca será detenido por sus delitos. Esto hace que
cometa atrocidades inimaginables y tome decisiones
estúpidas que acaben suponiendo su encarcelamiento o
derrota.
• No aprenden de la experiencia y priorizan, por encima
de todo, su bienestar, poder y dominio. Por ello,
cuando sus actos tienen terribles consecuencias en el
pueblo, les es indiferente porque ellos siguen viviendo
estupendamente.

• Tienen una impecable capacidad para llegar y


mantenerse en el poder porque cuentan con el poder de
fascinar y atemorizar a la vez. Este es uno de los
grandes enigmas de los psicópatas narcisistas:
encandilan a las personas y consiguen su ciega lealtad
cuando ellos no conocen ni lo que es esa palabra. Esto
se ve en los casos en los que, pese a matar de hambre a
un pueblo entero, los ciudadanos siguen alabándolo.

Cuando un psicópata narcisista es jefe de Estado, comete


atrocidades que por su impunidad pasan desapercibidas, pero
que si fuesen llevadas a cabo por ciudadanos de a pie serían
consideradas masacres e incluso terrorismo. Los castigos
serían cadenas perpetuas y, en algunos países, pena de muerte.
¿Por qué cuando alguien comete un acto tan atroz como un
asesinato nos echamos las manos a la cabeza, pero cuando este
viene de la mano de un jefe de Estado y las víctimas ya no son
una ni dos, sino miles, se considera «parte de su trabajo» y
este sigue disfrutando de su impunidad y libertad? Da para
pensar.
¿CÓMO SON LAS VÍCTIMAS
DEL ABUSO NARCISISTA?
Ninguna violencia carece de sentido.
Toda violencia tiene sentido para quien
la ejerce.
HENNING MANKELL

Si lo que has leído hasta ahora te resuena y sientes que forma o


ha formado parte de tu vida, es posible que te estés
preguntando: «¿Por qué yo? ¿Por qué me eligió a mí? ¿Qué
hice para caer? ¿Cómo no pude ver sus intenciones desde el
principio?».
Es normal que te hagas estas preguntas, pero ponlas en
pausa un momento porque ahora te voy a explicar por qué
motivo no es tu culpa, que no hay nada malo en ti y que podría
haberle sucedido a prácticamente cualquiera. Confía en mí.

¿Qué tiene que ver la infancia con


ser víctima de abuso narcisista?
Lo natural es que nos criemos rodeados de personas que nos
amen, protejan y cubran nuestras necesidades. De esta manera,
entendemos que somos valiosos y merecedores de ese amor,
ya que este trato que recibimos por parte de nuestros
cuidadores es lo que nos ayuda a construir nuestra autoestima
y autoconcepto. Aprendemos a vernos a través de los ojos de
las personas que primero nos miraron.
Se trataría de algo tan sencillo como esto: «Si las personas
que más me quieren me hacen sentir valioso será porque lo
soy. Pero, si quien más debe cuidarme, amarme y protegerme,
me desprecia y trata mal, será que es lo que merezco». De esta
manera, es probable que el niño que ha sido criado en un
entorno sano y querido, protegido y cuidado por sus padres
reaccione con extrañeza ante la aparición de alguien cruel, ya
que este será todo lo contrario a aquello a lo que está
acostumbrado. Por lo contrario, si nos criamos en una familia
con conductas crueles y en nuestra adultez aparece un malvado
más, es posible que, al tenerlo normalizado, sigamos
repitiendo las dinámicas que hasta ahora hemos llevado a
cabo.
Aprendemos a vernos a través de
los ojos de las personas que
primero nos miraron.
Cuando somos niños, necesitamos que nuestras figuras de
apego, normalmente nuestros padres, nos protejan, cuiden y
quieran. Si nos desprotegen o, incluso, se convierten en
nuestros agresores, nos adaptaremos a ese maltrato y, sin
querer, interpretaremos que es lo normal y lo que debemos
esperar de las relaciones. Además, pondremos en marcha una
serie de mecanismos para mantenernos igualmente unidos a
nuestras figuras de apego, pues las necesitamos para sobrevivir
y desarrollarnos y esto hará que, aunque nos traten mal,
busquemos su aprobación, acudamos a ellas con la esperanza
de recibir una gotita de amor y agradezcamos hasta el más
mínimo gesto de humanidad por su parte. Aquí empieza a
desarrollarse lo que llamamos el vínculo traumático, que
explica la devoción y lealtad ciega de la víctima hacia alguien
que le hace daño. Por este motivo, lo encubre, protege y
defiende a toda costa.

El vínculo traumático es un lazo complejo, intenso e


incoherente que se desarrolla entre el maltratador y la víctima,
y tiene mucho que ver con cómo nos quisieron cuando éramos
niños.
Hay ciertas señales de vinculación traumática:
• Te cuesta mucho desvincularte por completo de las
personas que te hicieron daño. Sientes que nunca llegas
a expulsarlas del todo de tu vida, siempre queda un
«hilo» que os une y que hace que, si vuelven a tu vida,
las dejes entrar porque «te olvidas» de todo lo malo.
Incluso puede que seas tú quien les pida que regresen.

• Aunque alguien se portase fatal contigo y te hiciera


mucho daño demostrándote una y otra vez que no es
una buena persona, si necesita ayuda, tú estarás ahí
para prestársela y acudir en su rescate.

• Permites a personas dañinas para ti, y que han


demostrado no ser de confianza, volver a entrar en tu
vida una y otra vez. Vuelves a confiar en ellas y
vuelves a intentar, obsesivamente, que cambien.
• Te esfuerzas mucho en ser comprendido y validado por
personas que te han tratado mal. Parece que, por el
hecho de tratarte con desprecio, sea importante para ti
demostrarles «que vales».
De esta manera, tiene sentido que, si hemos sido víctimas de
conductas psicopáticas durante la infancia, repitamos el mismo
patrón en la adultez. No hemos tenido la oportunidad de
construir de una forma sana nuestra forma de vincularnos y,
cuando aparece alguien malvado que debería hacer que nos
saltasen todas las alarmas, nos suena familiar y por eso no nos
saltan.

Sin embargo, aunque es cierto que nos atrae lo familiar


porque es lo que hemos normalizado, no por habernos criado
en una familia disfuncional estamos condenados a vincularnos
a malas personas por el resto de nuestras vidas. Se trata de
hacer consciente lo inconsciente, de detectar nuestros patrones,
encontrar sus raíces y trabajarnos. Nos atrae lo que tenemos
normalizado, pero todos estaremos de acuerdo con que a nadie
le atraen las faltas de respeto, la violencia, los engaños y las
manipulaciones.

¿Quién es más susceptible de ser


víctima de un narcisista?
La persona más susceptible de ser víctima de un psicópata es
aquella que ignora la existencia de este perfil de personalidad
y justifica las injustificables conductas dañinas de los demás
por negarse a aceptar que existen personas capaces de actuar
con maldad.
Nos atrae lo familiar hasta que nos
damos cuenta de que lo que hemos
normalizado no es lo normal.
Negar la existencia de los psicópatas narcisistas no los hará
desaparecer a ellos, nos hará desaparecer a nosotros.

Cometemos cinco errores fundamentales que nos hacen más


vulnerables ante este perfil de personalidad:

1. Pensar que la gente es buena y actúa según nuestros


mismos parámetros éticos y morales.

2. Creer que alguien no es capaz de llevar a cabo


determinada conducta solo porque nosotros no
podríamos.
3. Interpretar la conducta de los demás como si fuésemos
nosotros quienes la estamos llevando a cabo y, por
ende, justificarla con aquello que pensamos que podría
explicar que nosotros actuásemos de esa forma.

4. Creer que con ayuda, empatía y amor incondicional se


puede cambiar a cualquiera.

5. Necesitar entender la conducta de alguien para decidir


si irnos o no del lado de esa persona. No necesitamos
entenderlo todo.
Cuando alguien nos hace daño actuando de una manera que
nos parece incomprensible, tendemos a sentir la necesidad de
quedarnos con esa persona para llegar a comprender los
motivos por los cuales ha actuado de esa forma. La necesidad
de entenderlo todo nos hace permanecer al lado de gente de la
que tendríamos que haber huido hace tiempo, pero con la que
elegimos quedarnos para encontrar una explicación coherente
a su conducta y, ya de paso, ayudarla a cambiar, reparar sus
heridas, ser sus salvadores, y así sentirnos útiles. Como si
hubiésemos reparado lo que nadie antes consiguió arreglar. Sin
embargo, estamos muy equivocados si pensamos que esto
siempre es posible. Hay gente con la que no.

Nuestra cabecita está construida con unos esquemas


mentales que perciben, interpretan y responden al entorno de
una forma determinada en función de nuestra historia de vida,
educación, cultura, valores… Por eso no podemos pretender
encontrar una explicación a la forma de actuar de todo el
mundo dando por hecho que funcionan de la misma forma que
nosotros, y menos si el otro es un psicópata.
Por autoprotección, tenemos que aprender a vivir con la
sensación de que «no me entra en la cabeza que haya actuado
así». Hay cosas que no vamos a entender nunca y está bien, no
necesitamos entenderlo todo. De hecho, no entender la
conducta dañina de alguien por mucho que lo intentemos es
motivo para alejarse de esa persona. Sobre todo, porque lo que
acabará sucediendo es que tendremos que alejarnos igual, pero
con muchísimas secuelas más.

Rasgos que atraen a este tipo de perfil


Nadie debería alardear de su inmunidad ante un psicópata o un
narcisista, sobre todo si tenemos en cuenta que hay gente que
se pasa la vida al lado de uno y muere sin saber cómo era esa
persona en realidad. Es como mínimo presuntuoso asegurar
que nunca serías víctima de un narcisista cuando hay personas
que no se han percatado de que convivían con un psicópata
que descuartizaba a sus víctimas en el sótano de la casa, como
el caso de Jeffrey Dahmer.
A veces vale más quedarse con la
curiosidad que con el trauma.
Hay que tener en cuenta que el psicópata narcisista no
convierte en víctima a todo el mundo, de manera que habrá
personas que pasen por su vida sin sufrir las consecuencias
que otros sí sufrieron porque, por el motivo que sea, este no
vio a la persona como a alguien a quien depredar.

No es culpa de la víctima acabar vinculada a un narcisista o


el formar parte de la vida de uno, no hay algo malo en ella. Al
contrario, la víctima favorita de un depredador emocional,
además de aquellas personas con buena posición social,
económica y contactos que puedan interesarles, es aquella que
destaca por ser sensible, comprensiva, empática y con
capacidad de perdón. Lo que vienen a ser los rasgos de una
buena persona. Por lo que no es un problema de la víctima,
sino de las intenciones del agresor. La víctima lo único que
puede hacer es aprender a detectarlos y alejarse de ellos.
TERCERA PARTE
ENTIÉNDETE Y SANA TRAS
EL VÍNCULO CON UN
NARCISISTA
LO QUE TE IMPIDE SALIR
DEL VÍNCULO CON UN
NARCISISTA
En cierto sentido, los psicópatas juegan
con ventaja.
Presumen (muchas veces correctamente)
de que no vamos a creer que en realidad
«ellos son así».
Que buscaremos alguna lógica, algo que
pueda ayudarnos a caminar por ese
sendero de la sinrazón.

VICENTE GARRIDO

Si el perfil de personalidad y el vínculo descritos hasta ahora


resuenan con tu experiencia personal, los capítulos anteriores
te habrán ayudado a identificar y a dar sentido a lo que has
vivido, lo cual calma y consuela porque te ayuda a entender
que el problema no está en ti. Ahora, con esta tercera parte
espero que puedas acabar de desvincularte de estas personas y,
sobre todo, que te ayude a sanar. Allá vamos.

El autoengaño
El primer paso que vas a tener que dar para recuperarte del
vínculo con un psicópata es aceptar la realidad y dejar de lado
el autoengaño. Es frecuente intentar ver la realidad como si
fuese menos cruel de lo que es, pero se trata de un
contraproducente mecanismo de defensa ante el dolor.

Es muy doloroso aceptar que una persona a la que has


querido y con la que has compartido parte de tu vida realmente
no se ha vinculado a ti como tú lo has hecho con ella, pero más
doloroso será continuar cerca de alguien así. Mira todo el daño
que has sufrido hasta ahora e imagínate lo que puede ser que el
resto de tu vida siga por ese camino. No te lo mereces. Tú no
eres así. Tú sientes, empatizas, conectas. Disfrutas, ríes, lloras.
Respetas, sientes culpa, sigues tus principios y tienes claros tus
valores. Esa persona no tiene nada que ver contigo. Está muy
lejos de encajar con alguien como tú.
Puede que en el momento te calme un poquito pensar que
«no era tan malo», «es así porque ha sufrido mucho», «me
quería, a su manera, pero me quería», pero tarde o temprano
tendrás que verlo como realmente es: un depredador
emocional. Y no pasa nada, no es tu culpa. Lo bonito que tú
viviste con esa persona fue real para ti en el momento en el
que sucedió, hubo un momento del tiempo en el que aquello
fue real para ti. Y está bien, allí se quedó y nadie te lo va a
quitar, pero no es sano que te aferres a aquellos recuerdos y
por ellos sigas soportando todo el maltrato de después. Hubo
momentos de felicidad y esos momentos son tuyos, para ti,
para siempre. Pero venían acompañados de una crueldad
desmedida que no mereces y que nunca te hará feliz.

Es imposible que llegue el día en el que tú sientas plenitud


al lado de alguien que te absorbe la vida. Nunca estarás en paz,
nunca sentirás tranquilidad. No bajarás la guardia porque una
persona cruel nunca podrá hacerte sentir en casa. Te obligará a
estar siempre alerta. Atento a sus mentiras, sus artimañas, sus
manipulaciones. Y tú no mereces vivir así.
La única verdad en la historia con un depredador es la
inocencia de la víctima.

Las emociones que te bloquean


Como resultado de la manipulación y el maltrato psicológico,
es normal que se desarrollen lo que llamamos «emociones
bloqueantes». Son emociones que dificultan o imposibilitan
desvincularse de él.
Estas emociones, como siempre, tienen la intención de
protegernos y lo hacen tratando de disminuir el dolor por la
situación que estamos viviendo. El problema con el que nos
encontramos es que, al pretender disminuir nuestro malestar,
las emociones interfieren en que podamos ver lo que está
sucediendo realmente.

Estas emociones son la culpa, el miedo, la pena, la


vergüenza…
La verdad duele, pero cura.
Siento que todo es mi culpa
Es normal que, como víctima, tiendas a culpabilizarte de todo
lo que has sufrido. Esto sucede por dos motivos: te parece
imposible que haya alguien capaz de hacer lo que te ha hecho
el psicópata y, por lo tanto, buscas la respuesta a su conducta
en ti, y, por otro lado, es una forma de proteger la imagen que
tienes de él. Culparte a ti es menos doloroso que afrontar la
realidad de verlo como es. También debes tener en cuenta que
la manipulación psicológica que ha ejercido sobre ti ha sido,
en parte, haciéndote sentir responsable de todo lo malo que
sucedía, incluso de los errores que cometía él.

Con todo el proceso que has vivido, es normal que la culpa


te acompañe, y no es algo que se vaya a ir de tu vida de un
plumazo porque se trata de un sentimiento que te ha sido
inculcado insidiosamente durante mucho tiempo.
Normalmente, la culpa va desapareciendo con el tiempo
porque tú sabes perfectamente que no es tuya, racionalmente
sabes dónde tienes que colocarla, pero emocionalmente te es
difícil después de todo el maltrato. Es decir, que con la
cabecita sabes que no te corresponde a ti, pero con el corazón
la sientes igual. Está bien, no pasa nada. Permite que la culpa
te acompañe hasta que se vaya disipando ella solita. Tu parte
racional y yo te prometemos que no es tu culpa, pero necesitas
transitarla.

Siento mucha pena por abandonarlo


Puede que el sentimiento de pena sea una de las emociones
que más dificulte el alejarte del manipulador y es que quizá te
haya hecho interiorizar la creencia de que eres la única
persona que puede ayudarlo, una especie de «salvador/a» de su
desgracia. Y, claro, si además ha «justificado» su conducta
victimizándose, explicándote que es una persona insegura, que
ha sufrido mucho, que ha tenido una vida difícil, que esta se
debe a un problema de adicciones o que tiene algún problema
de salud mental, sentir pena es la respuesta más humana que
puedes tener.
Después de lo mucho que se ha victimizado el psicópata
contigo, es normal que al decidir desvincularte de él sientas
que «lo abandonas», que sin ti lo perderá todo y que lo que le
suceda será tu responsabilidad. Incluso puede que temas por su
vida.
Sin embargo, la verdad es que sin ti puede vivir. Antes de ti
vivía y, como bien sabrás, es una persona que sabe mejor que
nadie cómo buscarse la vida: por qué agujeros meterse, con
quién relacionarse y por qué ambientes moverse para obtener
beneficios. No te necesita para vivir y te darás cuenta en
cuanto te alejes de él y veas que todo lo malo que creías que
iba a suceder por «abandonarlo» no sucede. Al contrario, sigue
con su vida y busca a nuevas víctimas. Si no te puede depredar
a ti, lo hará con otros.

Me da miedo pensar en qué será de mí sin él


No solo es habitual temer qué será de él sin ti en su vida, sino
que también es de esperar que sufras por qué será de ti sin él
en la tuya.

Una de las formas en las que te ha maltratado


psicológicamente ha sido haciéndote dudar de tu cordura y de
tu capacidad para decidir por ti mismo/a, por lo que enfrentarte
a la vida sin esta persona puede parecerte una montaña
altísima que escalar.
La buena noticia es que, aunque sea un miedo normal tras lo
que has vivido, no es real. Puedes vivir perfectamente de
forma autónoma y no necesitas a nadie a tu lado para ello. El
resto del mundo lo hace y tú no eres menos que nadie. A no
ser que el depredador sea uno de tus padres o llevéis
prácticamente toda la vida juntos, habrás tenido un pasado en
el que no estuvo presente y pudiste vivir con normalidad.
Trabajabas, estudiabas, hacías la compra, cumplías con tus
obligaciones, cuidabas de ti y de tu entorno… Tenías una vida
que sabías mantener porque eres una persona funcional,
aunque te hayan hecho creer que no. No te falta nada de lo que
tenemos el resto.

Hasta ahora no has estado bien y mereces ser feliz y


rodearte de personas sanas y buenas que te permitan bajar la
guardia. Que no te obliguen a vivir siempre en tensión y
desconfianza.
Si has vivido tantos años con el
narcisista que no recuerdas una
vida sin él, es momento de
empezarla.
Ve dando pasitos, de menor a mayor, de lo que menos
miedo te dé a lo que más. Y avanza despacito, como te permita
tu cuerpo, pero sin pausa. Verás que, a medida que vas
consiguiendo hacer cosas que pensabas que no podrías hacer
por ti mismo/a, te invade una sensación de felicidad y de
empoderamiento. Esa sensación te reforzará de cara a cumplir
con la siguiente meta y cada vez te irás sintiendo más capaz.
Porque lo eres, todos lo somos.
Si te da miedo, hazlo con miedo, pero hazlo.

Me da mucha vergüenza verme como una víctima


Si no es fácil aceptar que has estado vinculado/a con una mala
persona, menos lo es decirlo en voz alta frente a otras
personas. Seguramente recuerdes momentos en los que
callaste cómo te trataba esa persona porque en el fondo sabías
que los demás verían que no era normal, y a ti te daba
vergüenza admitir la situación que vivías. No querías y sigues
sin querer que los otros te vean como alguien débil que ha sido
sometido por otra persona, y menos si, además, te preocupa
también la imagen de la otra persona porque es un familiar
cercano o tu pareja.
Quizá te suena el pensamiento de «sé que lo que estoy
viviendo y aguantando no es normal, pero como siento que no
puedo salir de la situación, me avergüenza que los demás
piensen que permanezco en ella de forma voluntaria y digan
que soy tonto/a». Sin embargo, déjame contarte algo de lo que
me he dado cuenta tras acompañar a muchas personas
invadidas por ese pensamiento: al final, lo que suele suceder es
que la gente juzga al malo y no a la víctima. Y, de hecho, cada
vez más, gracias a que estamos haciendo una gran labor a
nivel social para concienciar sobre cómo acontecen las
dinámicas de maltrato. Sí, siempre puede haber algún que otro
ignorante que atribuya la culpa a quien no debe, pero no es la
norma general y no por esa persona tienes que callar lo que
has vivido. Mereces poder contar tu historia en voz alta.
Puede suceder que te duela mucho recordar lo que viviste y
el preguntarte cómo pudiste aguantar tanto, y también es
normal que te preocupe lo que pensarán los demás de ti si se
enteran de que tu pareja o un miembro de tu familia es una
persona cruel. Pero la verdad es que en tu situación puede
estar cualquiera, créeme.
He conocido a personas con muchos estudios, buenos
puestos de trabajo, un maravilloso entorno en el que apoyarse
y privilegiadas situaciones económicas ser víctimas de un
narcisista. Aparentemente, tenían todo lo necesario para cortar
el vínculo con el depredador, pero se veían incapaces de
hacerlo. ¿Por qué? Porque nada de lo mencionado
anteriormente te salva de ser víctima si eres una persona que
conecta emocionalmente con los demás y confía en que estos
tengan buen corazón. La única persona que menos
posibilidades tiene de ser víctima de este perfil de
personalidad es aquella que lo conoce en profundidad, lo
detecta al vuelo y se aleja de él antes de caer en sus redes.

¿Y si la estabilidad me aburre?
Tiene todo el sentido del mundo que, si te has acostumbrado a
las subidas y bajadas, la estabilidad te parezca aburrida, pero
no es aburrimiento, sino paz y normalidad. Esto sucede porque
te has acostumbrado a la montaña rusa emocional y ahora la
calma la percibes como insípida.
No solemos tenerlo en cuenta, pero existe un punto
intermedio entre aquellas personas o situaciones que nos
mantienen al límite y aquellas que nos adormecen. No hemos
de conformarnos con el aburrimiento para no pasarlo mal o
con el dolor para no aburrirnos, nada es o blanco o negro. Hay
personas que nos permitirán ese punto intermedio, que habrá
días en los que nos den calma, otros en los que nos aporten
alegría y otros, inevitablemente, malestar. Pero siempre dentro
de unos márgenes de normalidad. Porque así son las
relaciones: fluctuantes, pero no inestables.

Ahora bien, para que esos momentos de estabilidad no te


parezcan aburridos e insoportables, tienes que permitir a tu
sistema nervioso que se regule para que vuelva a moverse en
unos parámetros de normalidad. En otras palabras: debes dar
tiempo a tu cuerpo a que se acostumbre a la nueva normalidad
y se asiente. Pasando tiempo contigo, disfrutando de las
pequeñas cosas, prestando atención a la parte bonita de tu día,
valorando hasta lo más chiquitito y practicando mucho el
autocuidado conseguirás que tu cuerpo se estabilice y conecte
con aquellas actividades más tranquilas como algo agradable.

Desidealiza a quien te hace daño


Ni es el amor de tu vida, ni porque sea de tu familia significa
que es imprescindible para ti, ni es tu mejor amigo. Porque, si
así fuera, no tendrías que estar pasando por este momento. Y
créeme, esto no es lo que quieres, ni lo que soñaste, ni lo que
le desearías a alguien a quien aprecias.
Tu vida no va a ser peor sin esa persona en ella. Es
imposible. ¿La añorarás? Sí, un tiempo. Pero hasta cuando
estés en el punto más álgido de dolor por lo mucho que la
echas de menos, incluso en ese extremo, tu vida será mejor
que cuando el psicópata estaba en ella.

Escúchame bien: no hay nada, NADA, peor que tener cerca


a alguien que te quita las ganas de vivir. Ni aunque esa persona
«tenga una parte muy buena». Los días buenos jamás te
devolverán todo lo que te quita el resto del tiempo. Una
relación con un depredador emocional es insostenible, no
podrás aguantarla toda la vida. Es incompatible con la
felicidad. Y no va a cambiar.

Una persona sana, que te quiera y que se mueva en unos


parámetros normales de ética y moral no te tendrá leyendo un
libro sobre psicopatía y tratando de encontrar similitudes con
su conducta. Alguien que te tiene en esta situación no puede
formar parte de tu vida de ninguna manera. Mereces vivir con
tranquilidad, sin preguntarte si la persona que tienes al lado
siente empatía por ti o no. Tienes derecho a vivir una vida
libre de crueldad, de mentiras, de manipulaciones y de caos.

Es normal echar de menos a alguien a quien expulsamos de


nuestra vida, también cuando ese alguien es una mala persona.
Está bien, es válido. Se puede querer a una mala persona y
también podemos echarla de menos. Gracias a Dios, nosotros
tenemos ese privilegio. El privilegio de amar, de vincularnos y
de conectar profundamente con los demás.
Escúchame bien: no hay nada,
NADA, peor que tener cerca a
alguien que te quita las ganas de
vivir.
Así que permítete el dolor. Es normal y forma parte del
proceso, pero recuerda que echar de menos no significa volver
y que lo importante no es llegar, sino mantenerse. Ni un paso
atrás, sigue tu caminito hacia la felicidad y la libertad de
rodearte solo de buenas personas. Que es lo que mereces.
¿CÓMO NO VOLVER A
CAER?
Tienen facilidad de palabra, encanto,
seguridad, no les asusta la posibilidad de
que los pillen y no tienen piedad.
ROBERT D. HARE

Ya sabemos la forma de actuar de los narcisistas, las técnicas


de manipulación que emplean, cómo detectarlos y por qué nos
atrapan, pero ¿qué podemos hacer para no caer nunca más?

Confía en ti
Para que nadie más consiga hacerte dudar de tu cordura y de tu
criterio, tienes que crear un eje (casi) inamovible dentro ti.
Si siempre buscas la validación en el exterior y te fías más
de lo que dicen otros que de lo que tú percibes, es muy
probable que quien quiera manipularte pueda hacerlo. Te vas a
encontrar en muchas ocasiones en las que haya personas que
traten de girarte la tortilla.
En estos momentos, tienes que aprender a parar y a tomar
distancia de lo que está sucediendo para poder mirar hacia
dentro y pensar: «Independientemente de lo que me cuenta
esta persona, ¿yo qué estoy percibiendo y qué entiendo de la
situación?». Y, a partir de aquí, «¿cuál va a ser mi
interpretación de ella?».
Si buscas la validación externa en una buena persona,
genial, pero si, sin querer, la buscas en la persona equivocada,
puede aprovecharlo para hacerte daño. A lo largo de la vida te
encontrarás de todos los tipos, por lo que lo que interpretas del
entorno no puede depender siempre de lo que te dicen los
demás. Es importante tener un eje dentro de ti inamovible que
esté construido desde tus principios y tus valores, un pilar que
te diga: «Esto sí, pero esto no».
Un ejemplo de la necesidad de tener un eje inamovible
dentro de nosotros mismos son esas situaciones en las que
sabemos claramente que algo ha sucedido y el otro nos lo
niega con tanta intensidad y convencimiento que hace que nos
cuestionemos nuestra propia percepción de lo sucedido. Si nos
validamos a través de lo que nos dicen los demás y no tenemos
esa confianza plena en nuestra cordura, corremos el riesgo de
sucumbir a este tipo de manipulaciones.

De esta forma, nuestro discurso interior debe ser: «Tengo un


pilar firme dentro de mí del que me fío porque soy una
persona coherente y, por eso, lo que veo, siento y percibo me
lo creo. Creo en mí porque tengo la capacidad de interpretar
mi entorno adecuadamente y mi criterio para hacerlo es válido.
Por supuesto, estoy abierto/a a cambiar de opinión y a
modificar mi forma de ver las cosas porque entiendo que
aprender de los demás es parte de la vida, pero no a que
alguien me haga creer algo que yo sé perfectamente que no es
cierto».

La importancia de la intuición
Muchas personas emplean la palabra «intuición», pero a mí
me gusta hablar de la «vibra» o «sensación» que nos dan las
personas, y es que esta es muy importante. Escuchar lo que
nuestro cuerpo nos dice sobre alguien, en lugar de centrarnos
únicamente en la parte de esa persona que queremos ver,
puede salvarnos de mucho dolor. Y es que, cuando una
persona no nos da buena sensación, no tenemos por qué
quedarnos a indagar más. O sí, pero desde fuera, desde una
posición en la que estemos protegidos, no sucumbamos a los
«encantos» de esa persona y que nos permita verlo todo con
perspectiva.

Las emociones y las sensaciones que experimentamos al


estar en contacto con alguien son realmente reveladoras. Si lo
llevamos a un ejemplo cotidiano, podríamos relacionarlo con
imaginar que ponemos la mano sobre un fogón encendido y,
como es evidente, nos quemamos. En este momento, no vamos
a dejar la mano ahí y a pensar: «Voy a ver si realmente me
estoy quemando», «quizá lo estoy interpretando de una manera
que no es», «igual no es para tanto y estoy exagerando». No.
Lo que haríamos sería apartar la mano de forma inmediata y,
después, valorar qué es lo que puede haber sucedido.
Pues de la misma manera funciona con la sensación que nos
transmiten las personas: si alguien nos genera malestar, no
tenemos que quedarnos dentro de esa relación hasta que
encontremos todas las respuestas.
Cuando te suceda, escucha tu cuerpo y localiza ese punto
dentro de ti, ese pilar en el que confías: tu criterio, tu
coherencia. Y hazle caso. Toma distancia para analizar la
situación y, con perspectiva, después, decide. Si has
malinterpretado la situación porque tenías un mal día o,
efectivamente, tiene que ver con la otra persona, ya lo
averiguarás. Pero desde un lugar seguro para ti.

Acepta que hay cosas que no vas a


entender nunca
Las buenas personas no pueden imaginarse a los demás
haciendo cosas que ellas nunca harían y cuando esto sucede,
cuando alguien actúa de una forma incomprensiblemente
cruel, las buenas personas aceptan la justificación más
sencilla, aunque sea inverosímil, porque no suelen sospechar
de los demás. Porque no se imaginan a otros haciendo lo que
ellos serían incapaces de hacer, y es que eso es lo más normal
del mundo.
Si una persona te hace sentir mal,
algo pasa. No tienes que esperar a
que te destroce para tener pruebas
fehacientes de que, efectivamente,
algo iba mal con ella y debías
alejarte.
Damos por hecho que la gente es parecida a nosotros porque
lo raro es mentir, manipular, maltratar, estafar, engañar,
agredir… Por suerte, son la excepción. Lo normal es ser una
persona con pros y contras, pero no alguien que va dejando la
huella del trauma allá por donde pisa. Nuestra lógica está bien:
lo normal es ser una buena persona. Pero que sea lo normal no
quiere decir que sea lo único que existe en el mundo. Y ahí
está lo que debemos aprender.
Hay personas que actúan con maldad, por interés, sin
escrúpulos, por venganza… Esas personas existen. Y duermen
tranquilas por las noches. Es cierto que no son la mayoría,
pero existen, y su conducta no es justificable. Que te hayan
hecho daño no te da derecho a arruinar la vida a los demás y,
encima, pedirles que te entiendan.

No tienes que hacer esfuerzos sobrehumanos para


comprender la conducta de alguien. No conseguir entender por
qué alguien es como es o actúa como actúa no es un indicador
de que haya una explicación profunda que aún no hayamos
encontrado y que lo justifique todo. No. A veces, la respuesta
es, sencillamente, la maldad.

La cruda realidad es que existen personas malas, y pensar


que esto no es así y que todo el mundo es como es por algún
dramático motivo te desprotege. Te desprotege porque, cuando
te encuentres a una mala persona, te sentarás a su lado a tratar
de comprender de mil formas por qué es como es. Aceptarás
cualquier excusa, te creerás cualquier mentira e intentarás
ayudarla sea como sea. Y el resultado de eso es que te
quedarás a su lado mientras averiguas el motivo que crees que
hay detrás de su forma de actuar. Con todo lo que eso supone y
las secuelas que puede conllevarte.
Que te hayan hecho daño no te da
derecho a arruinar la vida a los
demás y, encima, pedirles que te
entiendan.
Debes aceptar que existen personas que no son como tú y a
las que no entenderás nunca porque la crueldad no entra en tus
esquemas. La frialdad no forma parte de tu ser. El absorber al
otro no forma parte tampoco de tu manera de relacionarte. Por
eso no te entra en la cabeza la conducta de alguien sin
escrúpulos, porque tú sí los tienes y no puedes deshacerte de
ellos para comprender cómo es vivir sin tenerlos. No puedes
quitarte eso. Es algo que está en ti, afortunadamente.
Por eso, renuncia a la necesidad de entenderlo todo. No
necesitas comprenderlo todo para irte.

Se acabó buscar la aprobación de


las personas que peor te tratan
Imagínate que te presentas a dos exámenes: uno fácil que
sabes perfectamente que aprobarás porque lo hace todo el
mundo y otro muy difícil que han suspendido la mayoría que
lo han intentado. Si sacas buena nota en el primero, te
alegrarás, pero tendrá poco impacto en ti. En cambio, si sacas
buena nota en el segundo, te alegrarás muchísimo y afectará
muy positivamente en tu autoconcepto. «Soy más capaz que el
resto», «tengo algo que los demás no», te dirás
inconscientemente.
Bien, pues resulta que cometemos este error al extrapolarlo
a las personas. Nos esforzamos muchísimo más en ser
aceptados y en agradar a aquellos que más duros son con
nosotros porque, sin querer, pensamos que, como recibir su
aprobación es difícil, vale más que recibir la de cualquier otra
persona.
Quien actúa con superioridad y dureza con los demás nos
suele generar fascinación. Es como si nos contagiasen la
admiración que ellos se tienen a sí mismos y nos provocasen la
necesidad de ser de su agrado al creer que recibir una
palmadita en la espalda de alguien que no se las da a nadie
tiene más valor.
Pero esto es una trampa. No vales más porque una persona
que suela ser dura con todo el mundo, a ti, un día, te guiñe el
ojo. Eso no te hace especial. Al contrario, esa persona, de
forma voluntaria o involuntaria lo que está haciendo es que
veas como un privilegio ser aprobada por ella y, como
consecuencia, te esfuerces sobremanera en agradarle, de forma
que solo está saliendo beneficiada ella.

Establece nuevos límites


Es momento de reflexionar sobre lo que has vivido, entenderlo
y establecer nuevas normas en tu vida para protegerte de
situaciones similares en el futuro.

Respóndete estas preguntas:

• ¿Qué señales de peligro pasaste por alto que ahora eres


capaz de ver?
• ¿Qué justificaciones empleaste para encubrirlas?

• ¿Qué te dificultaba distanciarte del psicópata?


• ¿Cuáles son tus nuevos límites infranqueables tras esta
experiencia?
• ¿Qué es lo que vas a exigir, como mínimo, a las
personas que formen parte de tu vida de aquí en
adelante?
Desvivirte por comprender la
conducta de alguien y no
conseguirlo es una enorme bandera
roja. La transparencia no genera
tantas dudas. Lo normal es fácil de
entender. La verdad no suele ser
difícil de explicar. Lo que va bien no
duele tanto.
Normalmente, un narcisista suele marcar un antes y un
después en la vida de las personas a las que convierte en sus
víctimas, y con esto no me refiero a que todos necesitemos que
pase semejante huracán por nuestras vidas para tener un punto
de inflexión que nos haga cambiar a mejor. Al contrario,
normalmente se va (o lo echamos) dejándolo todo peor de lo
que lo encontró. Pero, ya que ha pasado y nos ha dado la
vuelta a la vida en general, qué menos que aprender sobre este
perfil, establecer nuevos límites en nuestra vida y no permitir
que nadie parecido a él vuelva a entrar en ella.

No te frustres por la falta de


intensidad
Si te has enamorado de un gran seductor, hay algo que tienes
que tener claro de aquí en adelante: lo normal no es encontrar
a alguien exactamente como tú, lo normal es que de quien te
enamores tenga cosas que te gusten más y cosas que te gusten
menos, pero no que sientas desde el primer día que es el amor
de tu vida y todo lo que necesitas.
Vas a conocer a otras personas, algunas te encajarán y otras
no, pero cuando te enamores de una probablemente no será
como cuando te enamoraste del camaleón. Esa persona no
parecerá estar hecha a medida para ti y eso es lo habitual, lo
normal no es que alguien omita su forma de ser para adaptarse
a la tuya y así engatusarte para luego explotarte. Si esperas que
las próximas personas a las que conozcas te den esa intensidad
que en un inicio te aportó él, te frustrarás y pensarás que
«como él no había nadie». Y bueno, quizá es así, pero eso es
una suerte. Ojalá nunca vuelvas a encontrarte a alguien a quien
no le importa tu bienestar. Ojalá todo lo que te encuentres de
aquí en adelante sea lo mismo que tú das a las personas de tu
entorno.
Quien actúa con superioridad y
dureza con los demás nos suele
generar fascinación. Es como si
nos contagiasen la admiración que
ellos se tienen a sí mismos y nos
provocasen la necesidad de ser de
su agrado.
Es importante que ajustes tus expectativas para no frustrarte
y caer en el error de pensar que el amor de tu vida es una mala
persona y que no tienes nada más que hacer que resignarte.

Algún día, tras un tiempo de relación y muchas experiencias


juntos, sentirás que tu pareja es tu hogar, la persona que más te
conoce en el mundo y, probablemente, a la que más quieres y
más te quiere, pero esto será el resultado de un trabajo
conjunto y no de un «de repente» ser el amor de tu vida. Será
un proceso que tendrá épocas mejores y épocas peores, pero te
dará algo que el psicópata nunca podrá darte: paz.
RECUPÉRATE BIEN
[Los narcisistas] presentan una imagen
virtuosa más convincente que la verdad
misma, de igual manera que una rosa de
cera o un melocotón de plástico parecen
más perfectos al ojo que el original que les
ha servido de modelo.

WILLIAM MARCH

Si has estado mucho tiempo cerca de un narcisista, lo más


probable es que lleves todo este tiempo ignorando las señales
que tu cuerpo te ha estado mandando (somatizando la ansiedad
con dolores de barriga, tics nerviosos, problemas de
concentración y memoria, erupciones en la piel, bruxismo,
etc.). Piénsalo: ¿de qué formas te ha gritado tu cuerpo que algo
no iba bien?
Hasta ahora, has aprendido a ignorarte, a silenciarte y a
hacer como que tus sensaciones corporales no existían, pero
ahí estaban y, además, para ayudarte. Ahora es momento de
reconectar contigo. Con lo que te apetece, con lo que te llena,
con lo que te hace feliz. Es momento de escucharte, de
prestarte atención y de hacer caso a aquello que tu cuerpo te
dice. Es momento de autocuidado, de mirar por ti.
Piénsalo: ¿de qué formas te ha
gritado tu cuerpo que algo no iba
bien?
Tu cuerpo, al igual que te ha dado señales para avisarte de
que algo no iba bien, también te las dará cuando aprendas a
cuidarlo. Te sentirás en paz, respirarás la tranquilidad de estar
a salvo y disfrutarás de esos momentos de conexión contigo.
Serás feliz estando a solas y, cuando algo te inquiete, lo
detectarás casi de forma inmediata porque tu normalidad será
la tranquilidad. Y, cuando tu normalidad es estar bien y, de
repente, algo te hace sentir mal, enseguida te das cuenta y
puedes cambiarlo. Sin embargo, si lo normal en ti es estar
alerta, preocupada, nerviosa y en tensión, difícilmente
detectarás aquello que te hace daño porque el sufrimiento se
estará convirtiendo en tu normalidad.

Consigue que dentro de ti haya tanta paz que, cuando llegue


algo externo que te genere malestar, identifiques muy rápido
dónde está el problema.

Si el narcisista es un miembro de tu
familia
Cuando el psicópata forma parte de tu infancia y ha sido
partícipe en cómo te has construido como persona, deshacerte
de él no es nada fácil.
En este caso, puedes elegir dos caminos.
El primero es permanecer a su lado, y eso supone entender
que:
• Tiene unas limitaciones que nunca entenderás, ni
compartirás, ni te gustarán, ni te harán feliz.
• Probablemente os mantengáis siempre en silencioso
conflicto o en una falsa y tensa estabilidad.
• Es válido llorar y estar triste porque esa persona no sea
lo que merecías tener de ella.

• Si no interpones distancia física con el narcisista, como


mínimo la distancia debe ser psicológica. Por tu
bienestar, deberás aprender a no interpretar sus actos
como si viniesen de una persona cualquiera y, por
supuesto, a no depositar expectativas de que algún día
se convierta en aquello que tanto añoras que sea.

• No va a cambiar nunca.
• Debes aprender a observar las dinámicas familiares
desde fuera porque tú no formas parte de ellas. No
tienen nada que ver contigo. Obsérvalos de una manera
objetiva y de lejos, pero no te lo lleves hacia dentro.
No están en ti, tú eres otra persona diferente. Tener un
mínimo contacto con ellos no te convierte en uno más.
• Debes poner límites y establecer líneas que no les
permitas cruzar.
• Tu misión es poder tener una relación civilizada, no te
desvivas por conseguir más allá porque sufrirás al ver
que no es posible.

• Puedes tomarte descansos en el contacto con este


familiar.

• Siempre vas a tener la libertad de irte. No tienes por qué


quedarte donde te hacen daño.

El segundo camino es optar por el contacto cero y


reconstruirte de aquí en adelante rompiendo con todos los
patrones que aprendiste. Eso supone tirar abajo el edificio y
empezar a construirlo de nuevo. Distínguete de tu familia,
¿quién eres tú? Sé consciente de ti. De tus valores, de lo que tú
prefieres, de lo que a ti te gusta y de lo que quieres de aquí en
adelante. Es difícil, muy difícil, lo sé. Tendrás que aprender a
discernir entre aquello que aprendiste «por culpa de» y aquello
que realmente quieras que te defina como persona. Es un gran
trabajo personal, algo así como «hacerse a uno mismo», pero,
tras haber vivido lo que has vivido, seguramente tengas claro
que eso no es lo que quieres para la gente cercana a ti.

No quieres ser esa persona para tus hijos ni para tu pareja ni


para tus amigos. Y eso dice mucho de ti, ser «la oveja negra»,
la persona que rompe con todo y dice «hasta aquí», marca una
diferencia que quizá ahora mismo no ves, pero piensa que,
gracias a tu decisión, todas las personas que vengan detrás de
ti (tus hijos, parejas de tus hijos, hijos de tus hijos, tu propia
pareja, amigos, compañeros de trabajo etc.) no sufrirán las
consecuencias de tu dolor porque has tenido el valor de
plantarte y decir «este dolor, de mí, no pasa». Ahora sientes
que solo cortas una rama, pero no: cortas todas las posibles
ramificaciones que saldrían de ella de no ser por ti. Si tú no
cortas con esa cadena, ¿cuántas personas sufrirán las
consecuencias?
La realidad es que cada día, cada santo día, sufrimos las
consecuencias de personas que no han hecho ese trabajo
consigo mismas. Es difícil culparlas porque en ningún
momento eligieron crecer en el contexto en el que crecieron,
pero la realidad es que en el mundo, cada segundo, alguien
paga las consecuencias de que otra persona no se haya parado
a mirar hacia dentro y a dar la importancia que tiene el ser una
buena persona para los demás. Como ves, no solo se trata de
salvarte tú, sino de cortar con la transmisión del daño, del daño
que nos vamos haciendo unos a otros por no pararnos a reparar
el que nos hicieron a nosotros.

Decidas lo que decidas, dedica tiempo a conocerte,


pregúntate tus valores. Tus creencias. Tus gustos. Dónde
quieres estar. Con quién. A qué te quieres dedicar. Qué
aficiones tienes. Que música te gusta. Qué te gustaría hacer y
aún no has hecho. Todo. Conócete para construirte lejos de
donde te han construido al gusto de otros.

Y, sobre todo, permítete llorar por echar de menos todo


aquello que merecías y no tuviste. Puedes llorar por el niño
que no pudiste ser. Está bien, la vida no ha sido justa contigo y
tienes derecho a decirlo, a que te moleste, a sentirlo y a
llorarlo. Nadie tendría que verse obligado a renunciar a
alguien de su familia, es un golpe muy duro y te hace sentir
muy solo en la vida. Nuestra familia nos debería acoger y
arropar, no obligarnos a cortar lazos con ellos. Es injusto y
mereces poder expresarlo.
No importa cómo fuese la cadena
antes de ti, tú la has roto y a partir
de este momento empieza una
nueva.
Si el narcisista ha sido tu pareja o un
amigo
Si has sido víctima de este perfil de personalidad es probable
que, durante este tiempo, hayas sido un sujeto pasivo en tu
propia vida. Otra persona ha tomado las riendas de cómo te
sentías, de lo que hacías e incluso de cómo te percibías a ti
mismo.
Hasta ahora, el control de tu vida no lo has tenido tú, porque
de haberlo tenido las cosas no hubiesen salido así. Las buenas
personas no dejamos la huella del trauma cuando pasamos por
la vida de los demás. Debes ser consciente del punto en el que
estás ahora mismo para que comprendas que ha llegado el
momento de que recuperes el volante de tu vida y te salves.
Salvarte a ti mismo de las manos de un narcisista será el
mayor acto de amor propio de tu vida, porque no es nada fácil.
Permítete llorar, sentir el dolor y desahogarte. Infórmate en
profundidad sobre lo que has vivido porque ponerle nombre te
ayudará a ubicarlo fuera de ti y a depositar la culpa donde
realmente va colocada: en el psicópata.
Ahora, cambia el foco de atención y muévelo a tu persona.
Tu centro sois tú y tu recuperación, proceso durante el cual
deberás tratarte con compasión y cariño. No te castigues más,
ya has sufrido bastante. Es momento de tratar de sacar un
aprendizaje de lo vivido para que no vuelva a repetirse y hacer
una buena limpieza de todo tu entorno para asegurarte de que
solo lo conforman situaciones y personas que tú quieres que
formen parte de él.
Tus personas salvavidas
En este punto, te recomiendo que crees tu equipo salvavidas,
que son un grupo de personas de tu entorno con buen corazón,
que te quieren y cuya opinión decides tener en cuenta porque
sabes que será por tu bien.

Serán las personas en las que te apoyes y a las que pidas


consejo. Serán tu base segura, porque el psicópata ya no lo es
(nunca lo fue, realmente). Ahora mismo, deben ser ellas tu red
de sustento externa, las personas a las que les puedes consultar
las decisiones que tomes y en las que te apoyarás cuando lo
necesites. Por este motivo y para entender la importancia de su
papel en tu vida, deben estar bien informadas de todo lo que te
ha sucedido.
Salvarte a ti mismo de las manos
de un narcisista será el mayor acto
de amor propio de tu vida.
APRENDIZAJES
OBLIGATORIOS TRAS LA
EXPERIENCIA CON UN
NARCISISTA
Muchas veces, las víctimas no consiguen
expresar a los demás cuál es la situación
por la que están pasando. Son muy buenos
a la hora de hacer que las víctimas
parezcan los culpables.

ROBERT D. HARE

Para protegerte de forma eficaz del resto de las personas del


mundo que pueden tener este perfil de personalidad, debes
aprender los siguientes puntos:

• El mundo está lleno de narcisistas que viven


perfectamente en la sociedad, por lo que no es de
extrañar que te vayas a cruzar a más de uno a lo largo
de tu vida.
• Cuando impones el contacto cero con un manipulador,
este pierde el control que tenía sobre ti y, por ende, tú
lo recuperas.
• Que alguien te haya mostrado su «parte buena», por
muy buena que sea, no implica que eso sea la totalidad
de su ser. Todos podemos fingir.
• Que tú no seas capaz de cometer un acto cruel no
implica que el otro tampoco sea capaz de llevarlo a
cabo. No juzgues lo que crees que harán los demás
pensando solo en lo que harías tú.

• No importa cómo fuese vuestra relación al principio,


importa cómo te hace sentir ahora.
• Si tú recuerdas perfectamente que algo sucedió, eso
sucedió. La otra persona puede estar engañándote.
• Olvídate de la idea de que cualquiera puede ser salvado
con amor, paciencia y comprensión.
• Si sientes la necesidad de esconder cómo te trata una
persona, algo malo está pasando.
• Que tras muchos esfuerzos no te entre en la cabeza la
cruel forma de actuar de alguien es motivo para alejarte
de esa persona.

• Si alguien te demuestra con actos que no está


cambiando, da igual lo que diga; no está cambiando.

• Confía en tu criterio y presta atención a tus sensaciones


corporales. Si tu cuerpo no te permite estar tranquilo al
lado de alguien es por algo.
• A una mala persona no se le dan segundas
oportunidades.
• Obligarte a reparar la relación con alguien que te
maltrata es maltratarte tú.

• Si una persona vuelve a cometer un error por el que ya


pidió perdón y juró no repetir, aquello no era una
disculpa, sino una manipulación.

• Si te preguntas si alguien te maltrata, lo más probable es


que la respuesta sea que sí. Cuando te tratan bien no
andas haciéndote esas preguntas. ¿Te pasa con todo el
mundo o solo con esa persona?
• Fíate de tu intuición. Si alguien te da «mala vibra»,
escúchate. Siempre.
Sobre todo, el aprendizaje más importante que debes sacar
es:

No

fue
tu

culpa.
La culpa la queremos siempre en su sitio: colocadita en la
persona que hace daño y nunca en la que lo recibe.
Epílogo. De mí para ti
Querido lector/a:
Por desgracia, las malas personas existen. Sí, tienen un
hueco en el mundo y ojalá no lo tuviesen. Pero ¿sabes qué?
Que no son la mayoría.

Es normal que ahora salgas al mundo con miedo y


expectación. A ver a quién te encuentras. A ver qué
intenciones reales tiene la siguiente persona con la que te
cruces. A ver cuándo le pillas una mentira. Interpretarás los
actos de los demás como si, por buenos que parezcan, siempre
oculten algo malo detrás. Lo bueno te parecerá mentira y lo
malo te sonará familiar. Es normal, pero quiero que recuerdes
mis siguientes palabras: el mundo está lleno de personas
preciosas.

Afortunadamente, el mundo está lleno de personas


maravillosas que te allanarán el camino siempre que puedan y
te ayudarán a avanzar. Que te querrán y te cuidarán. Personas
con las que discutirás porque no os pondréis de acuerdo o por
un malentendido, pero no porque quieran hacerte daño de
forma intencionada. Personas con las que podrás bajar la
guardia y que no ocultarán segundas intenciones. Con las que
no tendrás que hacer peripecias para enterarte de si lo que
dicen es verdad o no. Con las que sentirás que ser tú está bien.
Que te escucharán porque realmente les importa lo que tienes
que decir.
El mundo está lleno de gente
normal.
Porque lo normal es ser buena
persona.
Créeme.
Agradecimientos
Qué bonita es la capacidad de sentir las emociones del otro.
Qué bonito poder echar de menos. O estar feliz porque hace
sol. Por el olor a tierra mojada. Por pisar el césped. Por
enamorarse. Qué bonito poder conectar con otros. Salir
corriendo cuando alguien necesita tu ayuda. Poder sentir la
tristeza. La añoranza. La necesidad de compartir una buena
noticia. De ver a tus amigos. Cuánto lo lamento por aquellos
que sienten en blanco y negro, con lo bonita que es la vida de
colores.

Quiero dar las gracias a las personas que conectan con el


dolor ajeno, incluso aunque no conozcan a la otra persona. A
las que eligen el camino de evitar hacer daño. A las personas
amables. A las que quieren mucho. A las que hacen su trabajo
con vocación. A las que piden disculpas. Gracias a las
personas que lloran, que ríen, que sienten. A las que se paran a
pensar en la repercusión de sus actos. Gracias a las personas
que te sonríen por la calle sin conocerte. Que recogen un
plástico en la playa. Que dan una vuelta para no pisar lo que
un trabajador ha fregado. A las que te ceden el paso en un
cruce. A las que deciden no criticar. A las que hacen muecas a
los niños en la cola del supermercado. Gracias a quienes se
acercan al nuevo para ayudarlo a incluirse. A las personas que
tienen paciencia con quienes están aprendiendo. A las
personas que actúan con bondad también cuando nadie las
mira.
Gracias a las personas que hacen del mundo un lugar bonito
en el que estar.

Gracias a las personas normales, sois extraordinarias.


Y gracias a ti, cariño.
Mi padre amaría ver que estoy con una persona como tú.
Te quiero, David.
Bibliografía
Libros
Bouchoux, Jean-Charles, Los perversos narcisistas, Arpa,
2019.
Castelló, Montse, Jaque al narcisista, Kindle, 2021.
Dutton, Kevin, La sabiduría de los psicópatas, Ariel, 2020.

Favela, Ángeles, Perfil del psicópata narcisista integrado,


Urano, 2023.
Fernández Txasko, Olga, Sobrevivir a una madre narcisista,
Independently published, 2018.
Garrido, Vicente, El psicópata, Algar, 2000.

Garrido, Vicente, Amores que matan, Algar, 2001.


Garrido, Vicente, Cara a cara con el psicópata, Ariel, 2004.
Garrido, Vicente, Los hijos tiranos, Ariel, 2011.

Hare, Robert D., Sin conciencia, Paidós, 2023.


McBride Karyl, Mi mamá no me mima, Books4pocket, 2018.
Perlado, Miguel, ¡Captados!, Ariel, 2020.
Piñuel, Iñaki, Familia Zero, La Esfera de los Libros, 2020.
Pitillo, Carlos, El daño que se hereda, Desclée De Brouwer,
2021.
Tarnowski Belén C., La estafa emocional, Tinta de Luz, 2022.
Trevor, Allan, La triada oscura al extremo, Kindle, 2022.
Walker, Lenore E. A., El síndrome de la mujer maltratada,
Desclée De Brouwer, 2012.

Páginas web
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violador y asesino», La Vanguardia, 5 de junio de 2020,
<https://www.lavanguardia.com/sucesos/20200605/4815800
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Díez, Beatriz, «Ted Bundy en Netflix: la extraña fascinación
por uno de los asesinos en serie más letales de la historia de
EE. UU.», BBC News Mundo, 11 de febrero de 2019,
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«Los hombres son más narcisistas que las mujeres, según un


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Martínez, Luis, «El misterio del encantador Ted Bundy, el


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n%20al%20apartamento%20del%20hombre,humano%20y
%20unos%20genitales%20masculinos>.
Identificar a un narcisista no es tarea
fácil. Una guía para comprender sus
mecanismos de manipulación, protegerte
de ellos y sanar, por la psicóloga
Elizabeth Clapés.

¿Cómo vas a llamar narcisista a tu propia madre? ¿Al «amor


de tu vida»? ¿A tu mejor amigo? ¿Cómo es posible que
alguien que diga quererte te haga tanto daño?
Si tienes un vínculo con un narcisista, es normal que necesites
entender su conducta y, al no conseguirlo, te preguntes: «¿Será
mi culpa? ¿Lo estaré provocando yo? ¿Estoy volviéndome
loca?». No.
NI ES TU CULPA, NI HAY NADA MALO EN TI.
Las personas de este perfil te manipularán para hacerte creer
que tú eres el problema. Y, por mucho que lo intentes, no
cambiarán. Entender lo que has vivido, ponerle nombre y
alejarte es la única forma de empezar a sanar.

NECESITAS SALIR DE AHÍ Y RECUPERAR EL


CONTROL DE TU VIDA.
«Desvivirte por comprender la conducta de alguien es una
enorme bandera roja. Quien te quiera de forma sana no te
tendrá leyendo un libro sobre depredadores emocionales y
tratando de encontrar similitudes con él.»
Así actúa un narcisista:

- Te hace creer que es tu alma gemela y que estáis hechos el


uno para el otro.
- Es camaleónico: se convierte en lo que tú quieres ver en él o
en ella.

- Se siente superior a los demás y te hace admirarle.


- Te miente, te manipula y consigue que dudes hasta de tu
cordura.
- Te convierte en una persona dependiente.

- Si intentas alejarte, te manipula y chantajea emocionalmente


para que vuelvas.
- Se victimiza y adopta el rol de salvador.

- Te apaga y absorbe completamente.

- Recuerdas cómo eras antes de que llegase a tu vida y echas


de menos esa versión de ti.
- Sabes que tienes que salir de ahí porque no eres feliz, pero no
lo consigues.
- O, quizá, lleva tanto tiempo en tu vida que sientes que
alejarte es dar un salto al vacío.
Este libro puede ayudarte a identificarlos, entender sus
mecanismos de manipulación, alejarte y sanar.
Elizabeth Clapés es psicóloga, escritora y docente. Acompaña
a las personas en su proceso terapéutico, divulga sobre salud
mental en redes sociales (@esmipsicologa), donde tiene una
gran comunidad de seguidores, y coordina el Máster en
Terapia de Pareja y Sexología Clínica de la Academia AMIR y
de la Universidad a Distancia de Madrid. Es autora de Querida
yo: tenemos que hablar (Montena, 2022), Hasta que te caigas
bien (Montena, 2023) y Perderte para encontrarme (Montena,
2023).
Primera edición: mayo de 2024

© 2024, Elizabeth Clapés


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respetar las leyes de propiedad intelectual al no reproducir ni distribuir ninguna
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Índice
Tú no eres el problema

Prólogo

Presentación

Introducción

Primera parte. ¿Cómo son las personas narcisistas? Aprende a

detectarlas

¿Quién es el narcisista?

¿Cómo es un narcisista?

Identifica las técnicas de manipulación

Más allá de lo que muestran

¿Qué sienten?

¿Por qué hacen daño?

¿Qué objetivos tienen?

Lo que sabemos de ellos

¿Es una enfermedad?

¿Nacen o se hacen?

¿Hay mujeres narcisistas?

Violencia de género, maltrato y psicopatía

¿Por qué asesinan a sus parejas?

La seguridad de la víctima en casos extremos

¿Esta personalidad tiene cura?

Segunda parte. El vínculo con los depredadores emocionales en la

pareja, la familia, la amistad y el trabajo

El narcisista en las relaciones de pareja

Cómo se siente la víctima


Cómo es la relación

La dependencia y la codependencia emocional

La pregunta del millón: «¿Y si el problema soy yo?»

¿Por qué la víctima sigue luchando por la relación?

¿Cómo decide, finalmente, romper la relación la víctima?

¿Qué le depara a una víctima después de la ruptura?

El narcisista como miembro de la familia

Cómo saber si perteneces a una familia de psicópatas

narcisistas

Padres y madres narcisistas

Dinámicas en los hijos de narcisistas

Hermanos

Hijos

El narcisista en las relaciones de amistad

Los amigos «seguro de vida»

Los amigos «alma gemela»

Personas a las que repele

Los compañeros de profesión

El psicópata narcisista en el ámbito laboral

Cuando es tu jefe

Compañeros y mobbing

Psicópatas y narcisistas a gran escala

¿Cómo son las víctimas del abuso narcisista?

¿Qué tiene que ver la infancia con ser víctima de abuso

narcisista?

¿Quién es más susceptible de ser víctima de un

narcisista?

Tercera parte. Entiéndete y sana tras el vínculo con un narcisista

Lo que te impide salir del vínculo con un narcisista


El autoengaño

Las emociones que te bloquean

¿Y si la estabilidad me aburre?

Desidealiza a quien te hace daño

¿Cómo no volver a caer?

Confía en ti

La importancia de la intuición

Acepta que hay cosas que no vas a entender nunca

Se acabó buscar la aprobación de las personas que peor

te tratan

Establece nuevos límites

No te frustres por la falta de intensidad

Recupérate bien

Si el narcisista es un miembro de tu familia

Si el narcisista ha sido tu pareja o un amigo

Tus personas salvavidas

Aprendizajes obligatorios tras la experiencia con un narcisista

Epílogo. De mí para ti

Agradecimientos

Bibliografía

Sobre este libro

Sobre Elizabeth Clapés

Créditos

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