Y Te Llamé Piedra Cúbica Manuel Marin Oconitrillo
Y Te Llamé Piedra Cúbica Manuel Marin Oconitrillo
Y Te Llamé Piedra Cúbica Manuel Marin Oconitrillo
2
Manuel Marín Oconitrillo
Y TE LLAMÉ
PIEDRA CÚBICA
Versos masónicos
SERIE AMARILLA
[LITERATURA]
3
Piedra cúbica. Versos masónicos
Manuel Marín Oconitrillo
editorial masonica.es®
SERIE AM ARILLA (Literatura)
www.masonica.es
© 2015 Manuel Marín Oconitrillo
© 2015 EntreAcacias, S.L.
EntreAcacias, S.L.
Apdo. de Correos 32
33010 Oviedo - Asturias (España)
Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92
[email protected]
1ª edición: mayo 2015
ISBN (edición impresa): 978-84-943587-7-7
ISBN (edición digital): 978-84-944115-0-2
Edición digital
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la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La
infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de
delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código
Penal).
4
PRÓLOGO
El «método masónico» y lo que justifica que una
persona decida formar parte de esta organización,
consiste en un aprendizaje a través de «signos y no
palabras, porque estas limitan», según afirman los
iniciados de esta Obediencia universal.
Pero el costarricense Manuel Marín Oconitrillo,
dedicado desde hace años al cultivo de la canción
culta (lied) y de la literatura en casi todos sus
géneros, y radicado en Colonia, Alemania, desde el
año 2000, ha debido pensar todo lo contrario al
disponerse a verbalizar con esfuerzo y buen gusto
los símbolos más reconocibles de esa institución
filantrópica de carácter iniciático, todavía rodeada
de un halo de misterio del que no ha podido
despojarse a pesar de sus esfuerzos recientes por
divulgar sus creencias y sus prácticas.
No sé si Manuel Marín Oconitrillo ensaya el
desciframiento de esos símbolos desde la
militancia de tal causa, pero nosotros hemos
querido leer las páginas de su poemario Y te llamé
piedra cúbica. Versos masónicos, sin entrar ni salir
en su condición de masón o de persona ajena a ese
rito, pues los emblemas masónicos revisitados por
el lenguaje de Marín Oconitrillo cobran nuevas
significaciones y se abren a una lectura pública,
más allá de cualquier vinculación con la Sociedad
5
secreta en la que han nacido.
Dijo el escritor, profesor y crítico
angloestadounidense W. H. Auden que el impulso que
lleva al poeta a escribir un poema brota de los
encuentros de su imaginación con lo sagrado.
Gracias al lenguaje —continúa Auden—, no necesita
nombrar ese hallazgo de manera directa, a menos
de que así lo desee: puede describir un objeto en
función de otro y traducir aquellos que son
estrictamente privados, irracionales o socialmente
inaceptables en otros que resulten aceptables para
la razón y la sociedad.
¿Ha hecho tal esfuerzo Marín Oconitrillo al
enfrentarse a los símbolos de la masonería,
apropiárselos y facilitarnos, a través del recorrido
por ellos efectuado, una nueva interpretación de la
existencia humana?
Y te llamé piedra cúbica es el camino de un
aprendizaje, una pedagogía de la vida donde
prevalecen los grandes valores respetados por
generaciones y generaciones de seres humanos. Una
poesía panteísta, donde todo parece ordenado desde
el principio al fin de los tiempos por el Gran
Arquitecto tantas veces convocado por Marín
Oconitrillo en sus cuidados versos.
La luz que ansía la verdad y repugna lo falso; la
calavera que nos da pistas sobre lo efímero y lo
ilusorio de nuestro mundo; el equívoco tiempo
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medido por el reloj de arena; el compás que traza
nuestro camino de hermandad: la igualdad entre los
hombres; el martillo, como el mazo o el cincel, que
desbastan la piedra bruta y esculpen la ruta de la
perfección; el collar de la necesaria recíproca
protección; los guantes que nos preservan de las
impurezas; el mandil que protege al aprendiz en su
jornada iniciática; la cadena que denuncia la
esclavitud como oscuridad del mundo; las gradas
que incitan al poeta a regresar al país natal donde
el gallo canta en la lejanía y la memoria nos
fortalece; la escuadra y el nivel que vigilan que la
igualdad impere entre los hombres y que la
sabiduría no se corrompa; la luna que nos enseña
su modestia frente al imperio del sol, las estrellas
que contienen nuestro destino; la logia como la
casa del mundo donde la tolerancia reina; la
palanca como la fuerza del raciocinio y de la lógica
que aparta la mezquindad; la identificación del
poeta con la piedra cúbica que ha de ser pulida sin
descanso hasta desembocar en la verdad
anhelada…
Marín Oconitrillo ha ido de frente con los
materiales poéticos puestos en su fragua y los ha
moldeado a su antojo, casi descubriéndolos por
primera vez en la aventura verbal que se ha
impuesto. No se ha preguntado si existe o no existe
una literatura masónica, como la crítica se empeña
7
en desentrañar sin descanso, ha arriesgado un
subtítulo algo provocador, por la declaración de
principios que contiene: Versos masónicos. Y a
partir de ahí nos ha dado su diccionario particular
de esos símbolos compartidos por tantos millones
de seres en el mundo. Las acepciones que Marín
Oconitrillo les adjudica a esos conceptos nos
obligan a mirarlos bajo una luz distinta, la del
poeta que reconstruye «las palabras de la tribu» y
les da nuevos significados, la del poeta que nos
obliga a leer el mundo desde su particular punto de
vista. En ese sentido, Y te llamé piedra cúbica,
guarda una exquisita unidad, una armonía interna
que nunca abandona el tono casi sagrado asumido
desde el principio.
Toda poesía trascendente tangentea la
religiosidad, el eco solemne de las catedrales
góticas, los repertorios renacentistas de la música
culta, tan frecuentados por Marín Oconitrillo en sus
andanzas profesionales paralelas.
Y te llamé piedra cúbica parece ansiar esa
filiación de «sagrada escritura» facturada desde lo
personal e intransferible: la personalidad de
Manuel Marín Oconitrillo dispuesta a revisar los
viejos sentidos de las palabras respetadas y a
darnos su versión desnuda del nuevo
descubrimiento semántico, contaminado de tanta
pasión como de afán de esclarecimiento urgido
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desde no sabemos qué instancias.
No sé si existe una literatura masónica, aunque sí
sé de tantos escritores que estuvieron bajo esa
doctrina y nos legaron obras hoy indispensables
para entender el devenir de la imaginación y la
inteligencia humanas.
Quizá no sea necesario hacernos esa pregunta.
Pero lo que sí nos demuestra Marín Oconitrillo en
su Y te llamé piedra cúbica es que los grandes
valores defendidos por la orden masónica forman
parte de lo que constituiría un catálogo básico de
lecciones para alcanzar la perfección humana en un
mundo al que llegamos y del que nos vamos sin
entender el sentido último de nuestra presencia.
A pesar de esa parte del enigma que nunca será
despejada, los seres humanos, terrenales y
celestiales por regla general, afilan las armas de su
conocimiento y de su sensibilidad para pasar por su
aventura existencial con la nobleza, el respeto a los
demás, y el afán de hacer el bien y apartarse del
mal; con toda la grandeza que han sido capaces de
arbitrar desde el grado de civilización que les fue
concedido.
Esas preocupaciones se las reparten los
miembros de la Masonería y los versos de Marín
Oconitrillo, que, como dijimos por medio de
Auden, han echado mano del lenguaje para
facilitarnos una versión original y valiente de las
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viejas y solemnes verdades.
JUAN-MANUEL GARCÍA RAMOS
Catedrático de Filología Española
Universidad de La Laguna
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Prefacio
¿Qué son realmente una rosa, un martillo o un cincel?
La física cuántica afirma que el universo mismo es un
holograma, mostrándonos cómo a nivel de partículas
elementales, las de una rosa, las de un martillo y las
de un cincel son equivalentes a las nuestras, y así lo
que percibimos es una interpretación que nosotros
mismos creamos, una manera de entender lo creado,
de reducirlo a conceptos. La rosa entonces se
transforma en un símbolo. Todas las cosas asumen
múltiples rostros cuando dejan de ser signos y pasan
a ser símbolos, Umberto Eco bien nos lo señala. O
quizá siempre han sido símbolos y nuestro anhelo de
entender lo infinito ha cercenado su plural naturaleza.
¿Y los conceptos, las ideas en su forma pura, no ya la
rosa sino la misericordia o la severidad, cómo se
crean? Esto nos lleva a pensar en la verdad tras lo
creado, en aquello que todo lo crea y controla,
aunque nos resulte inaprensible. Mediante la ciencia
nos hemos esforzado por entender el mundo, por
explicarlo, pero sabemos que es insuficiente, basta
con recordar que los números irracionales nos
impiden decir la última palabra, y es allí, en la
palabra, en donde surge otra vía para acercarnos a
los secretos del universo. Borges numerosas veces
hace referencias a esta quintaesencia de las cosas
reflejada en las palabras, incluso en las letras. Su
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poema «El Golem» nos recuerda este engendro sin
alma, que en el cuento original muere cuando le
borran una letra a la palabra que tenía escrita en la
frente, es decir cuando a Emet (verdad en hebreo) le
quitan la letra Alef, queda Met (muere). Una letra
hace una enorme diferencia. También el Zohar, uno
de los principales libros de los cabalistas, nos cuenta
el relato de Rabí Amnon Saba, en donde el Creador
elige la letra con la que dará inicio a la Creación.
Precisamente cuando llega la letra Tav, surge de
nuevo la palabra Emet: «Todas las letras del alfabeto
se acercaron al Creador en orden inverso. La última
letra del alfabeto, Tav, entró primero y dijo, “¡Señor
del mundo! Sería bueno y muy propio de ti, crear al
mundo conmigo, con mis atributos, pues la palabra
Emet (verdad), que es tu atributo, termina con la letra
Tav. Por eso es conveniente dar principio al universo
conmigo.” Pero, el Creador respondió que también
con Tav termina la palabra Mavet (muerte), pues
antes del fin de la corrección, el mundo no puede
sostenerse sólo en la verdad, sino en su conexión con
otros atributos». En este bello relato las letras
simbolizan las fuerzas que gobiernan el mundo desde
su esencia, es decir, no apela al mundo físico, sino a
esa verdad que está allí afuera e interpretamos como
materia y relaciones entre las cosas. De allí la rosa
de la niñez y la verdad como una rosa, o la rosa, el
martillo y el cincel como símbolos; y las letras, en
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tanto símbolos, se combinan formando palabras, y las
palabras forman el mundo. Así el agua es la
misericordia y las espinas de la rosa las naciones del
mundo, sin dejar de ser agua y espinas. Con todo esto
desembocamos, como algunos habrán notado, en una
antiquísima sabiduría, la Cábala, de la que se nutren
innumerables escuelas y tradiciones, entre ellas la
masonería, y que mucho antes que la física cuántica,
advertía que el universo es un holograma. Grandes
científicos, como Isaac Newton, eran asimismo
cabalistas. De esa manera, la Cábala y la física
cuántica parecen darse la mano, y la poesía, como las
rosas, es parte fundamental de su engranaje puesto
que es el esfuerzo más depurado del lenguaje para
acercarse a su origen. He tomado aquí, con esta
formidable herramienta que es la poesía, los
símbolos masónicos, para que pierdan sus ropajes y
se acerquen entonces a su esencia, sin abandonar lo
que son en la masonería. Abro con ello también una
puerta para todos, pues estos símbolos pertenecen
también a la humanidad entera.
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Luz y sombra
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sino una forma del ego
atada a mi alma?
Y mi alma, ¿qué era?
¿Qué era ese pequeño cardo
que borraba mis pensamientos?
Y la luz innombrable
no ardía sobre la vela,
no quemaba la materia imaginada.
Era una luz que miraba
con los ojos cerrados,
olvidando lo que he sido.
Era la esencia de lo que es,
finísimas chispas
entre las sombras del mundo.
No puede ser de otra manera,
como criaturas de barro,
como habitantes de las sombras,
es así como anhelamos.
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La calavera
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la hoja que cae
se transfigura:
brizna,
materia orgánica, polvo,
y asciende al árbol
hasta que vuelve a ser hoja,
o fruto, o el bramido de un cachorro
que llama a su madre,
que acaso son hojas transfiguradas.
Se transfigura la música
de una melodía en el aire,
que también se transfigura
en el eterno abrazo
del clavel y la rosa.
Y son puertas todos los espejos,
caminos todas las muertes,
monedas hacia el laberinto
que va del mar al cielo y viceversa.
Eres como la torre que la niñez
construyó sobre la arena,
torre de fértil barro,
torre de aire,
de agua, torre frágil,
amiga que en mí habitas.
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A ti asciendo cada noche
y caigo con la luz del alba
hasta la muerte. Y luego,
de nuevo te asciendo,
fragilidad que me incitas
a probar la llama
insaciable de mi ego.
Sea tu memoria
una puerta hacia la luz.
Sean tus huesos peldaños
para ascender hacia ella.
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El reloj de arena
De la llenura al vacío
y viceversa, tus arenas,
ministro del tiempo,
repartes, como huesos
diminutos de su invisible
cuerpo. Pura ilusión
del sucederse de las cosas,
del caminar que sigue
al primer paso, a la chispa
inicial del universo,
es la trampa de los relojes.
¡Quién dijera, que tan pequeña
casa con arena pudiera doblegar
la voluntad del hombre!
¡Cómo cuenta tus granos,
reloj de arena,
la impaciencia humana!
Y cada grano,
como una diminuta calavera
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parece mirarnos,
mudo e implacable,
desde la nada.
21
El libro sagrado
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El ara
Como un átomo
que refleja el universo,
o las fuerzas esenciales
de lo que existe,
eco de nuestras intenciones elevadas,
el ara es el corazón
de nuestros corazones unidos.
23
El compás
Maestro de la geometría,
giras en tu danza de un pie,
y luego otro pie colocas,
solidario y perfecto en su deseo.
Un círculo no es un círculo,
es tu camino de hermandad.
Un triángulo no es un triángulo,
es la equidistancia entre hermanos.
La luz de la verdad repartes,
equitativa desde tu centro,
corazón que nos une.
Así todos somos iguales,
así todos somos hermanos,
una humanidad que se abraza
virtuosa y franca,
y danza en tu armonía.
24
El martillo
25
El mazo
Es tu deseo,
la ilusión y la fuerza
contra la roca.
26
El cincel
Inteligencia humana,
roes la piedra bruta,
esculpes la materia
que a ti se opone;
formas al hombre
que del hombre nace
siguiendo el plan desde lo alto.
Cincel solo es el nombre
de la voluntad humana,
del deseo por saltar
sobre el mundo que nos ata.
Te empuño, cincel,
contra mi roca,
contra el mineral deseo
de lo humano,
para esculpir
el hombre venidero,
y forjar entre todos
27
el abrazo.
28
La piedra bruta
29
30
El tapete
Yo os invoco,
inseparables luces en mi senda.
Ilumináis la vía por donde cargo
esta roca que soy
y sin cesar cincelo.
Me guiáis hasta el hermano
para fundirme en su abrazo
y juntos construir
la gran colmena.
Te miro, como me miras,
incansable ojo de vigilia eterna,
tú que moras en la Estrella de David
como entre cielo y tierra.
Mira como camino
sobre este universo en miniatura
—luz y sombra en su cuadratura, sol y luna—
que sustenta mis pasos en el templo.
Sean pues,
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la palabra divina,
igualdad y rectitud en la materia,
inteligencia creadora
hacia la sabiduría suprema,
inseparables luces en mi senda.
Mi mano te sostiene
sino cuelgas de mi cuello,
emblema de la confianza
que me acoge.
Siento tu peso
como dos columnas que no pesan,
y me levantan
frente al pórtico del templo.
Perdonad que no os nombre a todos,
amigos,
legión inseparable,
acacia en mi corazón, ardiente,
rosa purísima que en la luz estalla.
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33
La confianza
Te vi cruzar el fuego,
caminar sobre la tierra,
vi tu corazón desnudo
flotar sobre las aguas.
Por eso te di
las llaves de mi casa.
Ya lo sabes:
si avanzo,
es porque tú avanzas.
Ya no somos extraños,
entre nosotros hay un pacto:
si lo rompes,
es a ti mismo a quien traicionas.
34
El collar
35
Los guantes
36
El mandil
37
La rosa
38
39
La cadena
40
Las gradas
41
Ese prado era la sangre
de la jornada diaria,
las risas y las lágrimas
de nuestra unión
jurada sobre las diferencias.
Era un pequeño prado,
visto contra la inmensidad
de las estrellas,
y era un laberinto
interminable de flores
en el que los deseos crecían
como pámpanos.
Pero en aquel milagro
llego el día
de emprender el viaje.
Era como si todo
ya no fuera
lo que había sido.
Mi paladar ya no degustaba
el elíxir de las mandarinas
o el pan de la mañana.
Todo se desvanecía,
en el aire,
como un sueño de la memoria
42
o la memoria de un sueño.
Miré mi pueblo y dije:
«Te doy de mi niñez
las amapolas,
el azul purísimo
de los cerros,
los remansos del río,
los volcanes
y el canto del gallo
en la lejanía».
Y partí con la esencia
de las rosas,
hacia mí mismo.
Mas no recordaba las rosas.
¿Qué recordamos
de un diamante,
si al tenerlo entre las manos,
pensamos en la fortuna
sin ver su belleza?
¿Qué recordamos
de una rosa,
si solo nos quejamos
de las espinas?
Regresé de nuevo a mi pueblo,
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sabiendo que nunca me había ido.
El zumo de las mandarinas
me hablaba de la cosecha,
de la esperanza de los labradores…
Y vi que yo era el niño entre
las faldas de la madre,
la juventud que jugueteaba
entre los mandarineros,
el padre que amasaba la harina
en la madrugada,
y llegaba hasta mí
en el pan de la mañana.
Mi pueblo me decía:
«Mira tu niñez
y las amapolas,
el azul purísimo
de los cerros,
los remansos del río,
los volcanes
y el canto del gallo
en la lejanía».
Y al hacerlo,
me vi al inicio del camino
que ascendía
44
desde nuestro valle.
Vi que las rosas regresaban,
como un océano,
hasta la última gota.
45
La escuadra
46
El nivel
Iguales,
todos somos iguales.
Hermanos,
todos somos hermanos.
¡Que de corazón
a corazón
no haya distancia!
47
EL pavimento
48
que nada nos separe.
49
El sol
Nada me falta.
Si tu plena luz,
—arcano del ego,
reflejo de lo verdadero—
engaña mi anhelo,
caigo entre las sombras,
mi corazón será de piedra.
50
La luna
51
Las estrellas
52
La columna de la fuerza
53
La letra B
54
La logia
55
Los tres puntos
56
La columna de la belleza
57
La letra J
58
La espátula
59
La regla
60
La plomada
Elévate, asciende,
corrígete;
recta esté tu mirada
hacia lo alto.
Una palabra, un acto,
sean siempre de justicia,
los guíe tu deseo
depurado.
61
La palanca
62
63
El espejo
Como el silencio,
el espejo te mira
desde ti mismo.
Fuego y agua es,
tierra, metal pulido,
llave del pacto.
Como luciérnaga
entre las sombras,
es un sol la esperanza.
Como una gota,
como una esfera, así
soñaba el mundo.
Deshojé la luz,
la sombra entre mis manos
era una espada.
64
La muerte
Toda la fuerza
concentrada en un dedo,
la muerte es un anillo;
el dedo es una letra,
la letra es una mano
–totalidad unida,
ciclo que se repite
y se repite,
una serpiente
que se muerde la cola–.
No creas en la muerte,
que no te engañe
la ilusión de tu ego.
La muerte es una puerta.
Solo camina,
emerge, crece,
cruza el umbral sin miedo.
65
66
La acacia
67
Aparte de ti no hay nada,
Señor, todo lo llenas.
68
La columna de la
sabiduría
69
La cuerda de doce nudos
70
La colmena
71
La letra G
Grande eres,
Arquitecto del Universo,
Directriz prístina y última,
Omnipresencia verdadera,
Luz única que en chispas te revelas.
72
El nombre inefable
No es un murmullo
que imperceptiblemente
por doquiera se escucha;
no es un desconocido
aroma que emana
de toda las cosas;
no es nada
que mis sentidos perciban.
Es la esencia
de tu rostro y el mío,
es todos los rostros
y ninguno.
Es todas las cosas,
en su verdad última,
que es decir,
la verdad tras lo creado:
un punto inimaginable
de infinita dulzura derramada.
73
Pero su nombre está oculto,
como una vela
frente al sol es oscura.
«Yo soy el que soy»,
está escrito.
74
El ojo que todo lo ve
Sé que dormía,
o quizá solo soñaba
que estaba despierto.
Una suave luz
llegaba hasta mis ojos,
una claridad llena de algas,
de rosas flotantes
sobre las olas.
Dormía en el agua,
como un feto
en el vientre materno.
Luego escuché la voz,
desde lo alto
decir mi nombre;
y al instante,
el tiempo necesario para iniciar una galaxia,
saqué mi rostro del agua.
No dormía, ni soñaba.
75
Estaba en mi habitación
de siempre,
pero yo era otro.
Nada en mí era ya lo mismo.
La voz ahora era un recuerdo,
que en mi memoria
seguía diciendo mi nombre.
Miré las cosas,
miré mi cuerpo.
Nada era lo mismo.
La luz desde lo alto
creaba un nuevo principio.
76
El pentagrama
77
y cuyo nivel más bajo
sostiene los mundos inferiores.
Y por último, que es decir, al principio,
está el mundo del hombre primordial,
metáfora de la emanación prístina,
unida a la luz sin fin.
Así rota el alma
sus cinco aspectos, como una mano,
desciende desde lo alto, cae,
aprende, se perfecciona,
supera las cinco etapas del deseo,
y regresa a la casa del Gran Arquitecto.
78
La Estrella de David
Dice la profecía:
«Resplandecerá una estrella de David,
proveniente de Jacobo,
aparecerá una estrella
y deslumbrará en el firmamento».
Y la luz de la misericordia
brilló en el entendimiento,
e iluminó a la severidad,
que abrazó a la belleza.
Y la belleza iluminó a la victoria,
y la victoria brilló así en el esplendor,
que su luz donó al fundamento.
Por el camino de los mundos,
las almas ascienden y descienden
bajo el gobierno supremo.
Así brilló la estrella de David sobre el reino.
79
80
El templo de Salomón
81
La piedra cúbica
En un sueño te vi,
y te llamé piedra cúbica.
Eras lo mejor de mis deseos:
ya no eras piedra,
simple mineral inamovible,
torpe necedad de mi insaciable ego.
Eras carne y más que carne,
este animal que soy
y arrastro día a día.
En ti había un nuevo deseo,
algo distinto a los reflejos de la tierra.
un pequeño punto en el corazón,
un deseo que trascendía la carne,
suma fatua de sombras
que llamamos universo.
No tenías nombre en mi sueño,
pero supe del trabajo
incansable de pulirte,
82
supe del deseo continuo
de buscar esa senda
que nos lleva
hacia el Gran Arquitecto.
Por eso te llamé piedra cúbica,
por eso y por otros secretos.
83
Este libro terminó de componerse en letra de tipo
masónico Acacia 3 dentro de la Serie Amarilla
de las colecciones de MASONICA.ES
a Medianoche en Punto del
día 20 de marzo del 2015,
Equinoccio de Primavera
84
Índice
PRÓLOGO 5
Prefacio 11
Luz y sombra 14
(Sin título) 16
La calavera 17
El reloj de arena 20
El libro sagrado 22
El ara 23
El compás 24
El martillo 25
El mazo 26
El cincel 27
La piedra bruta 29
El tapete 31
(Sin título) 33
La confianza 34
(Sin título) 34
El collar 35
Los guantes 36
El mandil 37
La rosa 38
La cadena 40
85
Las gradas 41
La escuadra 46
El nivel 47
EL pavimento 48
El sol 50
La luna 51
Las estrellas 52
La columna de la fuerza 53
La letra B 54
La logia 55
Los tres puntos 56
La columna de la belleza 57
La letra J 58
La espátula 59
La regla 60
La plomada 61
La palanca 62
El espejo 64
(Sin título) 64
La muerte 65
La acacia 67
La columna de la sabiduría 69
La cuerda de doce nudos 70
La colmena 71
86
La letra G 72
El nombre inefable 73
El ojo que todo lo ve 75
El pentagrama 77
La Estrella de David 79
El templo de Salomón 81
La piedra cúbica 82
87