Lectura 12 Absolutismo y Crisis. Siglo XVII
Lectura 12 Absolutismo y Crisis. Siglo XVII
Lectura 12 Absolutismo y Crisis. Siglo XVII
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El siglo XVII es un siglo de crisis. Crisis económicas (hambres y revueltas campesinas).
Crisis políticas y guerra: guerra de los Treinta Años (1618-1648), Fronda (1648-1653),
ejecución de Carlos I (1649), substitución de Jacobo II por Guillermo de Orange (1688),
desórdenes en los Países Bajos. Crisis religiosas: jansenismo, revocación del Edicto de
Nantes (1685), quietismo. Crisis intelectuales: los libertinos, el preciosismo, el barroco.
El siglo XVII se nos muestra así como el apogeo del absolutismo; pero es un
absolutismo precario, híbrido y en vías de ser rebasado. Precario, ya que las causas
que favorecen temporalmente el absolutismo tienen que provocar, a más o menos largo
plazo, su disolución. Híbrido, porque el absolutismo del siglo XVII hace descansar la
noción de soberanía simultáneamente sobre elementos tradicionales (los deberes del
monarca, el contrato, la costumbre, las leyes fundamentales del reino) y sobre
elementos nuevos (mercantilismo y utilitarismo). Anacrónico, por último, ya que,
aunque el absolutismo reine, no sin luchas, en la mayor parte de Europa, se derrumba
en el país más ampliamente abierto al capitalismo moderno: Inglaterra.
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Holandesa de las Grandes Indias, Compañía Inglesa de Indias, Compañías francesas
de las Indias occidentales y de las Indias orientales. Los mercantilistas, aunque
idealicen el Estado, no son partidarios de las empresas del Estado en el campo
económico.
4. Causas políticas:
a) Los movimientos revolucionarios contribuyen a reforzar el Poder, a hacer sentir la
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necesidad del orden y de la paz no sólo en los círculos gobernantes, sino en los medios
populares.
b) Las guerras, sin embargo, se suceden a lo largo del siglo, exigiendo una
concentración y un reforzamiento del Poder. En lo inmediato consolidan el absolutismo,
pero a la larga contribuyen a destruirlo. Las guerras de finales de siglo precipitaron el
ocaso del absolutismo francés y el nacimiento del liberalismo europeo.
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siglo XVII se crean numerosas cátedras de derecho natural en Alemania, Suiza y los
Países Bajos.
3) La principal causa de esta evolución del derecho es de orden económico. El
desarrollo del capitalismo favorece a la escuela del derecho natural, que en
recompensa le proporciona una justificación doctrinal. Las leyes del comercio serán así
leyes naturales; y el derecho más natural consistirá en gozar del bienestar y de la paz.
4) Los nuevos teóricos del derecho natural invocan la utilidad general, los derechos del
individuo y el estado de naturaleza. Justifican de esta forma las ambiciones nacionales
y proporcionan a los soberanos armas utilísimas en su lucha contra las pretensiones de
la nobleza, que reivindica sus privilegios para oponerse a la centralización. Pero son
armas de doble filo, ya que, si la teoría del derecho natural puede permitir la
justificación del absolutismo, también puede ayudar a incorporar su proceso. Por eso,
el derecho natural es utilizado para apoyar las más opuestas tesis. Burlamaqui y
Barbeyrac invocarán el derecho natural como apoyo de un gobierno moderado.
Grocio afirma que “la libertad de comerciar es, por tanto, de derecho de gentes
primario”. Quiere humanizar, legalizar la guerra, pero no piensa en suprimirla. Piensa
en un Estado universal, en una sociedad internacional formada por todos los Estados
que tengan relaciones entre sí. Pero no posee una noción precisa del derecho
internacional, no siendo para él el "derecho de gentes” más que un aspecto del derecho
natural. El derecho natural es, según Grocio, “un decreto de la recta razón indicando
que un acto, en virtud de su conveniencia o disconveniencia con la naturaleza racional
y social, está afectado moralmente de necesidad o de ignominia, y que tal acto está
prescrito o proscrito por Dios, autor de esa naturaleza”. El derecho natural garantiza la
propiedad: ”La propiedad, tal y como existe actualmente, ha sido introducida por la
voluntad humana; pero desde el momento en que es introducida es el mismo derecho
natural el que me enseña que es para mi un crimen apoderarme contra tu voluntad de
lo que es objeto de tu propiedad”. Posee una concepción mercantilista de la libertad:
ésta es “una cosa que puede ser el objeto de un tráfico, de un contrato, de la conquista,
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de la prescripción” (Paul Janet). Desea un poder fuerte, capaz de favorecer la
expansión comercial y de hacer reinar el orden, y la paz. El alemán Samuel Pufendorf
es el verdadero teórico del derecho natural considerado como un derecho necesario e
inmutable, deducido por la razón de la naturaleza de las cosas. Toda ley, según él,
consiste en el mandato de una autoridad superior, sea la de Dios o la de un hombre. El
derecho positivo adquiere así un valor eminentemente racional, consistiendo la función
de la autoridad en hacer leyes que tengan por objetivo la observación del derecho
natural. Preocupado por liberar de la teología a la filosofía del derecho, no vacila en
afirmar que “las leyes de la naturaleza tendrían pleno poder para obligar a los hombres
incluso si Dios no las hubiera proclamado de añadidura mediante el verbo revelado". La
doctrina del derecho natural permitía justificar cualquier poder, a condición de que
apareciera como razonable y útil a la sociedad. Por eso a medida de que el
absolutismo pierde terreno, las teorías del derecho natural poseen un contenido político
totalmente diferente al que tenían en Grocio y Pufendorf. Los dos hechos más notables
en la Inglaterra anterior a 1649 son:
1) Las vinculaciones entre religión y política, la mezcla de puritanismo y utilitarismo.
2) La ausencia de una doctrina revolucionaria, la mezcla de oportunismo y
conservadurismo.
La evolución experimentada en la caracterización del siglo XVII refleja perfectamente la
intensidad del debate historiográfico que se ha planteado en torno a la centuria. Sus
orígenes se insertan en la polémica sostenida por la historiografía sobre la transición
del feudalismo al capitalismo. No obstante, el problema desbordó rápidamente este
ámbito para extenderse al conjunto de la historiografía europea y abarcar también el
análisis de las revueltas políticas que se produjeron a mediados de la centuria. El
debate se polarizó inicialmente, por tanto, entre los que defendían que la crisis tenía un
origen fundamentalmente económico y los que ponían el acento en la responsabilidad
de los problemas de naturaleza política. De todas formas, existía un cierto acuerdo en
que las dificultades habían tenido un carácter general, y se tendía a recurrir a
explicaciones monocausales para determinar su origen. Estas simplificaciones son las
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que se han ido abandonando progresivamente en favor de una interpretación más
compleja de la realidad, que niega, como ha podido apreciarse, el carácter general de
las dificultades y plantea una visión integradora de sus diversas manifestaciones.
Aunque la historiografía marxista británica ya había caracterizado al siglo XVII como
una época de crisis, insertándolo en la polémica sobre la transición del feudalismo al
capitalismo, se suele considerar el artículo publicado por E. Hobsbawm en 1954 como
el verdadero desencadenante del debate. En él defendía que la crisis del siglo XVII fue
la "última fase" de la transición entre aquellos dos sistemas económicos. No se podía
contemplar, por tanto, como una mera crisis coyuntural, sino que tenía un carácter
estructural. Sostenía, en concreto, que la crisis fue provocada por las barreras puestas
por la sociedad feudal al desarrollo del capitalismo, ya que su estructura económica
dificultaba el crecimiento del mercado. De ahí que, aunque incidió en todos los sectores
económicos, la principal manifestación de la crisis tuvo lugar en el ámbito comercial.
Las contradicciones del sistema feudal bloquearon la expansión que se había
producido en el siglo XVI y provocaron una reducción del mercado tanto en el interior
de Europa occidental como en las relaciones que ésta mantenía con la Europa oriental
y el mundo ultramarino. Sin embargo, la crisis tuvo unos efectos muy positivos de cara
a la evolución posterior, ya que destruyó los obstáculos que se oponían al desarrollo
del capitalismo, creando las condiciones que hicieron posible la revolución industrial;
puesto que la crisis provocó una considerable concentración de poder económico en
favor de los sectores y de las economías más avanzadas, como la francesa, la
holandesa o la inglesa. No obstante, sólo esta última protagonizó la ulterior
industrialización al haber experimentado un drástico cambio político (la revolución de
1640) que permitió el desarrollo del capitalismo. D. Parker considera que la crisis del
siglo XVII se derivó de las propias contradicciones del sistema feudal, considerando
que la principal de ellas era la divergencia existente entre el bajo nivel de productividad
y las demandas de una sociedad esencialmente militarista. Por su parte, N.
Steensgaard otorga un papel fundamental al estado tanto en el desencadenamiento de
la crisis como en su dispar incidencia sobre los diversos sectores económicos. Ya que,
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en contra de lo que se ha sostenido habitualmente, considera que lo que se
experimentó entonces no fue una crisis de producción, sino de distribución de la renta a
través del sector público. El incremento de la presión fiscal, requerido por las
necesidades militares y el desarrollo del aparato del estado, provocó la reducción del
consumo y la inversión privada. Pero en algunos sectores esta reducción fue
compensada por el incremento de la demanda pública. Fue esta circunstancia lo que
determinó que no se produjese una "regresión general", y que las dificultades afectasen
de forma tan distinta a los diversos sectores económicos. En la introducción realizada
por G. Parker y L. Smith a la recopilación de trabajos sobre la materia que publicaron
en 1978, se ha destacado la dimensión planetaria del fenómeno, vinculándolo
estrechamente con el empeoramiento de las condiciones climáticas que se produjo
durante la denominada "pequeña edad glaciar". Ésta se caracterizó por la existencia de
inviernos largos y fríos y veranos frescos y húmedos, lo que perjudicaba el desarrollo
de las cosechas y provocaba frecuentes carestías. El cielo se inició en la década de
1560, pero las condiciones climáticas no se mantuvieron estables durante todo el
periodo, experimentándose diversas oscilaciones. Y las fases más agudas se
produjeron en el tránsito entre los siglos XVI y XVII, entre 1640 y 1665, y entre 1690 y
1710, coincidiendo con las épocas de mayores dificultades. El empeoramiento climático
habría agudizado los desequilibrios que se produjeron como consecuencia de un
crecimiento excesivo de la población durante el siglo XVI, cuyas necesidades
alimenticias no podían ser cubiertas por una agricultura con una productividad limitada
por las condiciones socioeconómicas imperantes en el mundo rural. Según P. Deyon,
tres son los temas básicos del mercantilismo: el incremento del poder por parte del
estado; la apología del trabajo y de los intercambios; y la extrema atención concedida a
la balanza comercial. Como la intervención en la actividad económica se convirtió en un
instrumento adicional para acrecentar el poder de la monarquía, su estímulo se realizó
con una gran agresividad. Al igual que ocurría con los territorios susceptibles de ser
conquistados, se consideraba que el mercado mundial tenía unas dimensiones
limitadas, por lo que la expansión del tráfico de un país sólo podía realizarse a costa de
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la reducción de las oportunidades de negocio de los rivales. De ahí la creación de
grandes compañías comerciales a las que se dotaba de privilegios para comerciar de
forma exclusiva con determinadas áreas geográficas, siendo sus facultades protegidas
por la fuerza del estado. El objetivo era convertir el comercio internacional en un medio
de adquisición de nuevos mercados para favorecer la expansión de la producción
nacional, lo cual acrecentaría la riqueza y el poder del soberano. Colbert expresó
perfectamente esta concepción al afirmar que "las compañías de comercio son los
ejércitos del rey, y las manufacturas de Francia sus reservas". De ahí que los conflictos
internacionales adquiriesen una notable connotación económica, produciéndose
auténticas guerras comerciales como las que enfrentaron a Inglaterra y Francia con la
hegemonía mercantil holandesa. La agresividad exterior se apoyaba, no obstante, en el
fomento de la producción nacional. Pero no todos los sectores económicos tenían la
misma trascendencia, marginándose, en gran medida, la actividad agraria. Los
mayores esfuerzos se concentraron en el estímulo de la producción industrial,
otorgándole privilegios y monopolios a los talleres y empresas privadas, y creándose
manufacturas estatales para el desarrollo de sectores que se consideraban
estratégicos, como la minería, la metalurgia o la elaboración de artículos de lujo. Se
pretendía evitar la salida de numerario que implicaba la adquisición en el exterior de
unas mercancías cuya elaboración había generado un valor añadido al de las materias
primas utilizadas. La alternativa era impulsar su desarrollo en el interior del territorio, lo
cual estimulaba, además, el trabajo, la actividad y la riqueza de los súbditos. Con este
objetivo, se adoptaron medidas políticas que favorecieron el crecimiento de la
población, y, por tanto, de la mano de obra productiva: se realizaron esfuerzos para
atraer la inmigración de artesanos extranjeros especializados en los sectores
industriales que se deseaba potenciar: y se castigó severamente la emigración que
contribuyese a difundir los "secretos de producción" existentes en el interior del país.
Se combatió también la concepción tradicional de la caridad basada en la distribución
de limosnas individuales, al considerar que favorecía el desarrollo de la mendicidad y
ociosidad. Como alternativa, se crearon talleres y establecimientos correccionales en
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los que se recluía a los pobres y se trataba de reconvertirles en súbditos disciplinados y
laboriosos. Y se trató de desterrar los prejuicios sociales que ensalzaban el rentismo y
menospreciaban el trabajo y la inversión productiva, lo que comenzó a cuestionar el
sistema de valores imperante en el Antiguo Régimen. Teniendo en cuenta la escasa
sistematización de las ideas mercantilistas, su aplicación dependió de la orientación
política que le confirió la monarquía, y de la capacidad de los comerciantes y
empresarios para hacer valer sus intereses y responder a las iniciativas del poder. El
mercantilismo francés tuvo a Colbert como principal impulsor, y adquirió un carácter
fundamentalmente industrialista. Los estímulos que recibieron las empresas fueron muy
diversos, encontrándose entre ellos la concesión de exenciones fiscales, monopolios
temporales de fabricación o venta, préstamos subvencionados, contratos de
aprovisionamiento del estado, privilegios honoríficos, etc. En ocasiones, algunos de
estos privilegios se otorgaban al conjunto de talleres artesanales de una zona
determinada. También podían recaer sobre manufacturas concentradas de titularidad
privada. La propia monarquía creó empresas estatales, como la fábrica de muebles y
tapices de los Gobelinos. Pero la contrapartida de estos estímulos fue la imposición de
una intensa reglamentación que trataba de preservar la calidad de la producción, lo que
acentuó su carácter tradicional. Aunque se crearon también diversas compañías
privilegiadas para favorecer el comercio extraeuropeo, su excesiva dependencia del
apoyo real les restó dinamismo, confiriéndoles un carácter muy efímero. La hegemonía
comercial holandesa dio lugar a que los holandeses se caracterizaran por la defensa de
la libertad comercial y la eliminación de todo tipo de trabas o prohibiciones que
entorpeciesen el tráfico. Las mayores realizaciones del mercantilismo inglés tuvieron
lugar en el ámbito comercial. Sus compañías privilegiadas, muy vinculadas también a
los intereses de los grupos mercantiles, alcanzaron un éxito similar a las holandesas.
Las medidas más trascendentales fueron las destinadas al fomento de su marina
nacional, materializándose en las famosas Actas de Navegación. El Acta de 1651 se
dirigía claramente en contra de la intermediación holandesa, al disponer que las
mercancías que se introdujesen en Inglaterra sólo pudiesen ser transportadas por
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barcos ingleses o del país de origen de dichos productos. Y el Acta de 1663 trataba de
fomentar el comercio de depósito en las relaciones de Inglaterra con sus colonias y de
estimular el tráfico de reexportación, La promulgación de las Actas provocó el estallido
de las tres guerras anglo-holandesas que tuvieron lugar entre 1652 y 1672. Y sus
efectos minaron gravemente la hegemonía holandesa, contribuyendo a establecer el
ulterior liderazgo de Inglaterra en el comercio internacional.
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