Pizarro Primeras
Pizarro Primeras
Pizarro Primeras
Pizarro
y la conquista del Imperio Inca
La increíble historia de los hombres
que dominaron un continente
* * *
*
Se desconoce cuál fue exactamente el número de integrantes de la
expedición de Pedrarias a América. Los cronistas e historiadores ofrecen cifras
que oscilan entre los mil quinientos y los tres mil.
**
El Darién es una pequeña región selvática ubicada en el punto en el
que se encuentran América Central y América del Sur. Actualmente, se repar-
te entre Panamá y Colombia.
10
11
12
*
El espacio oceánico entre Cádiz y las islas Canarias. Se lo conocía así
porque las aguas suelen estar habitualmente revueltas y el ganado que las na-
ves pudieran llevar a bordo se mareaba irremediablemente.
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
* * *
Aquel día, Almagro comenzó a ser capitán. A actuar como tal. Porque
así funcionaban, y funcionarían, las cosas en el Darién y, por exten-
sión, en la América entera. Se disponían a inaugurar un modo espe-
cial de comportarse, de conducirse. Ellos no eran conscientes de tan-
to, cómo iban a serlo, pero sucede que quien da el primer paso en un
entorno endemoniado suele dar el segundo, y el tercero, y hasta to-
dos los demás. El demonio ayuda a que quien se signifique, perdure;
y que a quien muestre remilgos, se lo traguen los pozos de sangre y
desconcierto.
De regreso en la playa, la noticia no podía ser otra: ya tenían
al muerto de la expedición de Pedrarias. En su bendita ingenuidad,
aquellos pobres diablos pensaron que a Gregorio Miño se lo había
llevado la mala suerte. Y eso que Diego de Almagro insistió en que
no le arrancaran la flecha caribe del pecho: «Que la vea todo el mun-
do», sentenció antes de, con un golpe de cabeza, indicar al grupo que
volvían con los demás.
La vieron, claro. El propio Pedrarias en persona se encargó de
que casi la totalidad de su expedición pasara frente al cadáver de Mi-
ño. «Mostrémosle nuestros respetos», dijo donde, en realidad, quería
decir: «¿Veis de lo que son capaces los hijos de puta de los indios?
Que se os grabe en la puta sesera». Y es que a Pedrarias no le cabía
la menor duda de que el de Miño no era un caso aislado, sino el pri-
mero de muchos más. Como gobernador de Castilla del Oro, cons-
tituía su deber espabilar cuanto antes a aquellos que, en cuanto
desembarcaran en Santa María de la Antigua, se convertirían en sus
gobernados. «Esto no resultará sencillo y me venís todos muy tier-
nos, me cago en la puta», gruñía por lo bajo.
30
31
32
33
34