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Descubrimiento y conquista en la novela histrica de los siglos xix y xx

Escribir la historia:

Rosa Maria Grillo

Descubrimiento y conquista en la novela histrica de los siglos xix y xx

Escribir la historia:

Prlogo de Beatriz Aracil Varn

Cuadernos de Amrica sin nombre

Cuadernos de Amrica sin nombre


dirigidos por Jos Carlos Rovira N 27

Comit CientfiCo: Carmen Alemany Bay Miguel ngel Auladell Prez Beatriz Aracil Varn Eduardo Becerra Grande Helena Establier Prez Teodosio Fernndez Rodrguez Jos Mara Ferri Coll Virginia Gil Amate Aurelio Gonzlez Prez Rosa M Grillo Ramn Llorns Garca Francisco Jos Lpez Alfonso

Remedios Mataix Azuar Sonia Mattalia Ramiro Muoz Haedo Mara gueda Mndez Pedro Mendiola Oate Francisco Javier Mora Contreras Nelson Osorio Tejeda ngel Luis Prieto de Paula Jos Rovira Collado Enrique Rubio Cremades Francisco Tovar Blanco Eva M Valero Juan Abel Villaverde Prez

El trabajo est integrado en las actividades de la Unidad de Investigacin de la Universidad de Alicante Recuperaciones del mundo precolombino y colonial en el siglo XX hispanoamericanos y en los proyectos Desarrollo y consolidacin de las investigaciones sobre creacin de un corpus textual de recuperaciones del mundo precolombino y colonial en la literatura hispanoamericana (MEC/HUM 2005-04177/ FILO) y La formacin de la tradicin hispanoamericana: historiografa, documentos y recuperaciones textuales (MCI FFI2008-03271/FILO). Los cuadernos de Amrica sin nombre estn asociados al Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti.

Ilustracin de cubierta:

Corts ante los nobles tlaxcaltecas, Lienzo de Tlaxcala, lmina 7 (detalle).

Rosa Maria Grillo I.S.B.N.: 978-84-9717-139-7 Depsito Legal: MU 2069-2010 Fotocomposicin e impresin: Compobell, S.L. Murcia

Apena leer trabajos de historia en que se llaman glorias a nuestras mayores vergenzas, a las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesin de un examen de conciencia no servir para despojarnos del pueblo viejo, y no habr salvacin para nosotros (Miguel de Unamuno, En torno al casticismo)

ndice

Prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Beatriz Aracil Varn Advertencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. Contar la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.1. A modo de introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.2. Amrica Latina, posmodernidad y poscolonialismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3. Historiografa vieja y nueva. . . . . . . . . . . . . . . 1.4. Historiografa y Literatura . . . . . . . . . . . . . . . 1.5. Novela histrica tradicional. . . . . . . . . . . . . . . 1.6. Nueva novela histrica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.7. La voz de la mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.8. El Descubrimiento y la Conquista . . . . . . . . . II. El descubrimiento: el Ro de la Plata . . . . . . . . . . . 2.1. Coln y la metacrnica . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2.2. 2.3. 2.4. 2.5.

Francisco del Puerto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Maluco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las ciudades quimricas. . . . . . . . . . . . . . . . . . Luca Miranda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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III. La conquista: Mxico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.1. Xicotncatl / Corts . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.2. Malinche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.3 Aguilar y Guerrero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Apostilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bibliografa de la autora (Publicaciones que estn en el origen de la escritura del presente trabajo): . . . . . . . . . Bibliografa citada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Prlogo

Si bien la narrativa histrica ha gozado de un significativo desarrollo en Amrica Latina desde los procesos mismos de Independencia, ha habido que esperar sobre todo a las dos ltimas dcadas para encontrar una bibliografa crtica que d cuenta de la especificidad de este controvertido gnero en el continente. Fue, en efecto, a principios de los aos 90 cuando investigadores como Fernando Ansa, Seymour Menton o Alexis Mrquez llamaron la atencin no slo sobre un nuevo auge de la novela histrica desde los 70 sino tambin (y esto result ser lo ms relevante) sobre las peculiaridades de muchas de estas nuevas obras que implicaban a su vez una nueva forma de abordar el pasado, la que ellos mismos acuaran bajo el trmino nueva novela histrica. Desde aquellos trabajos que podramos calificar como pioneros en el intento de delimitacin de la evolucin del gnero hasta la actualidad, los estudios sobre narrativa histrica latinoamericana se han incrementado de manera casi progresiva, aportando interesantes perspectivas de anlisis, pero tambin reiterando muy a menudo dos propuestas que

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casi nos resultan ya indiscutibles: en primer lugar, el deslinde (e incluso la contraposicin) entre la nueva novela histrica y la novela histrica del siglo XIX y buena parte del XX; y, estrechamente vinculado con lo anterior, el intento de presentar toda la narrativa histrica de las ltimas dcadas como perteneciente a esa nueva tendencia tan vinculada a las preocupaciones y tcnicas narrativas propias de la posmodernidad, a pesar de que autores como Celia Fernndez hayan llamado la atencin sobre la evidente continuidad en paralelo del modelo genrico tradicional. En medio de este panorama crtico, resulta gratificante encontrar un trabajo en el que, en lugar de intentar aplicar conceptos acuados con mayor o menor fortuna (aunque sin eludir tampoco la reflexin sobre stos), lo que se busca es una visin abarcadora de la narrativa histrica latinoamericana (desde sus inicios hasta la actualidad) planteada desde la consideracin de dicha narrativa como problema. Este es el objetivo del cuaderno de Amrica sin nombre que el lector tiene en sus manos, con el que Rosa Maria Grillo, aun abordando una temtica concreta dentro de la materia histrica, contribuye, en mi opinin, de manera decisiva a una cada vez ms necesaria comprensin global de los problemas que rodean a esta sugerente forma narrativa en el mbito latinoamericano. Plantear ese corpus diverso que constituye la novela histrica desde su condicin problemtica supone, en primer lugar, contextualizar esa produccin literaria, no tanto para establecer un marco de explicacin de las obras como para determinar un espacio de interaccin entre la realidad (poltica, ideolgica, cultural) y la literatura. Grillo establece esta necesaria contextualizacin para proponer y resolver con gran acierto algunos de los aspectos esenciales en el estudio de la narrativa histrica desde su surgimiento en el siglo XIX como

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un instrumento (poltico y cultural) al servicio de los procesos de Independencia y de creacin de las nuevas naciones hasta los textos ms recientes, marcados sobre todo por una necesidad de dar voz a los personajes marginados de la Historia (la mujer, el indgena, el nufrago aculturado). Lo hace a travs del estudio de obras concretas, pero no como calas al azar en una vasta produccin. Porque, si bien la propia autora advierte que este libro es fruto de una reflexin desarrollada durante ms de una dcada y reflejada a su vez en casi una veintena de artculos, nos encontramos ante un trabajo que, ms que como volumen recopilatorio, debe entenderse como texto unitario, concebido desde una clara visin de conjunto que es la que lleva a su necesaria divisin en tres grandes bloques. La primera parte del libro es una reflexin terica sobre los principales problemas que implica la relacin historia/literatura en Amrica Latina y sobre la evolucin de la novela histrica en el continente, evolucin que la investigadora italiana no propone como discontinuidad sino como el reconocimiento a posteriori de una serie narrativa caracterizada por algunos elementos recurrentes durante dos siglos. Son precisamente dichos elementos los que permiten a Grillo abordar adems, desde una perspectiva distinta, la posible adscripcin de la nueva narrativa a conceptos tan controvertidos como el de posmodernidad, trmino acuado desde Occidente cuya aplicacin a la literatura latinoamericana supondra una nueva forma de observar dicha literatura desde posturas eurocntricas. Destacar, en cambio, estos elementos como parte de una trayectoria hacia la conquista de su propia voz y su palabra libera a Amrica Latina de estas etiquetas que, para la autora, no slo resultan incmodas sino tambin inapropiadas. Una vez establecidas las premisas tericas del trabajo, ste aborda en dos grandes captulos dos temas que han sido

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cruciales en la narrativa histrica latinoamericana en la medida en que sta se ha propuesto crear, refutar o reescribir un discurso sobre los orgenes: el Descubrimiento y la Conquista. Grillo justifica plenamente desde esa relevancia histrica los motivos de eleccin de esta temtica, pero tambin el hecho de que ambos acontecimientos histricos hayan sido abordados con diverso inters en distintas latitudes del continente: sern las propias exigencias de creacin del modelo de nacin las que hagan del Descubrimiento un tpico fundamental en el Ro de la Plata mientras que la Conquista, como encuentro o desencuentro de culturas, es eje central en el mbito mesoamericano, donde la presencia indgena ha sido mucho ms significativa. El captulo dedicado al Descubrimiento se abre con un estudio sobre la figura del Almirante y las que probablemente sean las cuatro novelas principales en el intento de reescritura de los Diarios colombinos llevado a cabo por la nueva narrativa histrica: El arpa y la sombra (1979), Crnica del descubrimiento (1980), Los perros del paraso (1983) y Vigilia del Almirante (1992), ofreciendo, a continuacin en buena medida como contrapunto un anlisis de novelas dedicadas a figuras comunes o incluso marginales (frente a los grandes protagonistas de la Historia) como son el nufrago Francisco del Puerto en El mar dulce, de Payr (1927), El entenado, de Saer (1983) y El grumete Francisco del Puerto (2003), de Gonzalo Enrique Mar; el bufn que asume una voz marginal y pardica en Maluco. La novela de los descubridores (premio Casa de las Amricas 1989), de Napolen Baccino Ponce de Len; y la mujer blanca cautiva citada en las crnicas del Ro de la Plata, Luca Miranda, convertida en mito fundacional gracias a la escritura de dos mujeres del XIX, Rosa Guerra y Eduarda Mansilla, que continuar siendo

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objeto de una escritura femenina hasta las narraciones ms recientes de Mara Rosa Lojo. El captulo incluye asimismo un lcido estudio sobre la presencia de las ciudades quimricas en la narrativa histrica desde un original enfoque: la indagacin sobre la funcin de dichos espacios mticos en la construccin del modelo de nacin que se forja en el Ro de la Plata; un estudio que, de paso, permite contemplar de forma unitaria las distintas novelas histricas de Roberto Payr a partir precisamente de la presencia en ellas de dichas ciudades quimricas. El estudio de Rosa Maria Grillo sobre la presencia de la Conquista en la narrativa histrica latinoamericana nos lleva, como ya he adelantado, al mbito geogrfico mesoamericano para analizar, en primer lugar, la relacin Xicotncatl-Corts en diversas obras del XIX, y muy especialmente en la Xicotncatl annima, que puede entenderse, para la autora, como indicio de una ocasin perdida en la medida en que incorpora, de manera casi excepcional, esa voz indgena que ser excluida de los procesos de Independencia y creacin de las nuevas naciones. Porque no ser la voz propiamente indgena, a pesar de su origen, la que defina a la que ha sido uno de los personajes ms novelados de la Crnica, la Malinche, traductora y amante de Corts cuya ambigua y controvertida figura es analizada en un recorrido que va desde su presencia en la citada Xicotncatl hasta re-escrituras de marcado signo feminista realizadas en las ltimas dcadas (un recorrido que, desde mi punto de vista, muy acertadamente, no prescinde completamente, como reconoce la propia autora, del juicio sobre el valor literario de algunas de las obras tratadas). La voz marginal del aculturado europeo, que haba sido analizada con gran acierto al plantear la presencia de Francisco del Puerto en las novelas del Descubrimiento,

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reaparece respecto a la conquista de Mxico y Guatemala a travs de ese otro nufrago que es Gonzalo Guerrero. Si su compaero Jernimo de Aguilar tiene un papel destacado en la crnica pero secundario en las novelas, Guerrero, casi olvidado por los cronistas, adquiere un protagonismo en diversas nuevas novelas histricas estudiadas por Grillo en este ltimo epgrafe. En l, la autora llama la atencin sobre cmo dichas novelas desarrollan formas distintas de abordar el tema del nufrago y sus posibles opciones en la dicotoma civilizacin/barbarie, al tiempo que ejemplifican las posturas diversas de los novelistas de las ltimas dcadas frente a la versin oficial de la Historia (aceptarla, rellenar sus huecos o incluso imaginar una historia paralela). En definitiva, el mosaico de personajes analizados en el presente trabajo viene a demostrar que, tal como explica la autora en su Apostilla final, el ciclo del Descubrimiento y la Conquista resulta ser un terreno sumamente propicio para observar la evolucin de esa novela histrica que en Amrica Latina ha buscado desde sus inicios una voz propia y que, gracias a esa bsqueda, ha logrado en su ltima etapa dar voz asimismo como propona Carlos Fuentes a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. Es, pues, a travs de esos personajes, de las motivaciones y propsitos que han llevado a los escritores latinoamericanos a elegirlos y de los recursos puestos en juego para re-escribir sus historias que Rosa Maria Grillo logra trazar con maestra un recorrido a lo largo de dos siglos de narrativa histrica sobre una temtica an hoy conflictiva para la reflexin identitaria del continente que no podr dejar de suscitar el inters de quien se acerque a las siguientes pginas. Beatriz Aracil Varn

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Advertencia

Este libro es el resultado de una investigacin decenal, cuyos resultados parciales fueron publicados en revistas, actas de congresos y libros colectivos (cfr. Bibliografa personal) pero han sido reelaborados y adaptados a la arquitectura de este libro. Para facilitar su consulta en el marco de investigaciones especficas, decidimos conservarles una relativa autonoma interna, exceptuando naturalmente la introduccin que ofrece las consideraciones tericas generales y claves de lectura para los ensayos sucesivos. Los lectores encontrarn por lo tanto algunas repeticiones, inevitables a partir de esta opcin. Quiero agradecer a amigos y colegas con quienes he debatido acerca de la Historia y las historias, y que me han facilitado algunos de los textos examinados: Fernando Ainsa, Maria Gabriella Dionisi, Manuel Fuentes, Mara Rosa Lojo, Rosa Pellicer, Susanna Regazzoni, Paco Tovar y un largo etctera. Y a Beatriz Aracil Varn que no ha sido slo prologuista, sino lectora atenta y advertida...

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I. Contar la historia

1.1. A modo de introduccin De acuerdo con Tijanov, podemos decir que slo en los tiempos largos es posible individuar la trayectoria de un gnero literario, discernir lo que es moda pasajera de lo que es profunda y fructfera modalidad innovativa que se afirmar y cambiar la historia del gnero mismo: son siempre aportes individuales que, si bien no advertidos o comprendidos en su momento, luego se pueden imponer como modelos imprescindibles. Es decir, el gnero es una convencin que prev un pacto de lectura estipulado entre autor y lector sobre la base de una tradicin que ha mantenido durante cierto tiempo algunas invariantes que nos permiten reconocerlo, aunque la introduccin de significativas variantes nos lleve tambin a cuestionar la continuidad del gnero y a individuar nuevas modalidades: como todo cdigo subyace constantemente a dos fuerzas opuestas, la tradicin y la libertad ilimitada de experimentacin y progreso, la predictibilidad y la impredictibilidad, provocando constantemente un desafo al cdigo de

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base y por lo tanto una explosin, un cambio ms o menos profundo. Es esta perspectiva la que nos permite hablar de novela histrica y de nueva novela histrica. No sera este todava el momento para intentar un estudio sistemtico de la ltima produccin del gnero de la novela histrica en Hispanoamrica, que sin duda ha provocado un viraje significativo en la trayectoria de aquellos textos que, a partir de las primeras dcadas del siglo XIX, rotulamos como novela histrica: lo hacemos, por supuesto, sin ningn intento normativo apriorstico sino como reconocimiento a posteriori de una serie narrativa caracterizada por algunos elementos recurrentes durante dos siglos y que hoy pueden parecer obsoletos. Pensamos de inmediato en elementos histricos conocidos y averiguables generalmente anteriores a la poca del escritor que conforman y moldean la vida de los protagonistas, sean ellos personajes reales (segn las pautas indicadas por Alfred de Vigny en el prlogo Sur la Verit dans lart a su Cinqs mars, 18261) o entes de ficcin (segn el modelo cannico de Walter Scott). Esta distincin entre el modelo scottiano y el de Vigny constituye una diferencia concreta en la manera de relacionarse con la Historia2:
La mayor o menor precisin histrica esperable y, por ende, el mayor o menor margen de ficcin tolerable en una novela histrica depende del tipo de Historia al que aluda la novela
1 Protagonista de esta obra es el joven marqus de Cinq-Mars que en 1639 organiz una conspiracin en contra de Richelieu. 2 Es evidente la multiplicidad semntica del trmino, del cual el uso de la letra mayscula o de adjetivos slo en parte puede dar cuenta: acontecimiento, idea que se tiene de aquel acontecimiento, carcter narrativo de lo que se cuenta, disciplina acadmica, gran acontecimiento comn o pequeo hecho individual, invento, etc. (el Diccionario de la Real Academia tiene 10 entradas a la palabra historia).

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histrica (por ejemplo aludir a un amplio perodo histrico admite mayor margen de invencin; por el contrario, en la recuperacin de un episodio histrico concreto se espera mayor precisin histrica y un margen de invencin ms restringido (Pons 1996: 39).

Naturalmente para escribir sobre Coln o Bolvar hay que buscar facetas marginales o desconocidas (sus ltimos das, por ejemplo, como hacen Carpentier y Garca Mrquez, y aun as hay que tener en cuenta un montn de datos ya detenidos por la Historia) mientras que si se eligen como protagonistas a entes ficticios hay ms libertad de movimiento y de invencin. Alexis Mrquez Rodrguez quizs ha sido el primero en reconocer que la novela histrica latinoamericana ha privilegiado siempre el modelo de Vigny, mientras que Menton adjudica este carcter slo a la nueva novela. Un recuento de la historia del gnero nos hace confirmar la tesis de Mrquez Rodrguez ya que desde el principio prevalecen como protagonistas personajes histricos (por ejemplo el primer texto publicado en espaol en territorio americano, el annimo Xicotncatl3, Filadelfia, 1826). A estos elementos textuales relativos al referente externo, para enmarcar el objeto de nuestra investigacin hay que aadir dos consideraciones extratextuales: podemos decir, en lneas muy generales, que es histrica aquella novela en la que sea evidente la intencin del autor de dar su contribucin a una versin de la Historia e insertarse en la tradicin del gnero aunque violentndolo, y que el lector la reconozca como tal. Creo firmemente que debe coincidir, aunque con muchas atenuantes y variantes, la incidencia de
3 La grafa de los nombres indgenas es muy irregular: en la edicin de Filadelfia era Jicotencatl, pero en la edicin de Castro Leal de 1964, que es la que yo manejo, es Xicotncatl.

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la Historia en las tres etapas del proceso literario, la emisin, el texto, y la recepcin; de otra forma, toda narrativa podra ser considerada histrica. Hasta ahora, la intencin del autor (prlogos, declaraciones de veridicidad, apelacin al manuscrito retrovado o a la memoria popular) y el anlisis del texto (elementos referenciales, presencia de nombres y fechas notas etc.) han sido los elementos ms tenidos en cuenta por los crticos, pero, en esta poca de justa consideracin del papel del lector, podemos afirmar que un gnero es sobre todo un modelo mental, que rene una pluralidad de obras (Guilln 1988: 207), modelo por supuesto histricamente variable, al que apelan tanto el autor como el lector: cada gnero despierta en el lector un horizonte de expectativas y le ofrece algunos elementos fcilmente reconocibles. No creo en cambio que sea necesario seccionar el gnero en variantes y subgneros, como lo hace Joseph Turner en Hibrid, invented y disguised historical novels (Turner 1979: 333-355), ni que sea determinante la distancia cronolgica entre el tiempo de la narracin y el momento de la escritura (las propuestas ms rgidas proponen que hayan transcurrido por lo menos cincuenta aos, o dos generaciones). Creo en cambio que es suficiente que el papel del hombre-escritor en los acontecimientos contados sea irrelevante y que trate a sus personajes como histricos (con la necesaria lejana de perspectiva, y no con la ptica del testigo implicado) y que el lector, contemporneo o posterior, los reconozca como tales. Aunque es evidente que algo que puede parecer histrico en el momento en que acontece puede perder importancia y no tener ninguna influencia en el futuro desarrollo de la Historia y, al contrario, algo aparentemente insignificante podr adquirir en el tiempo trascendencia histrica: es la estrecha relacin entre vida privada e Historia y

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entre Historia y ficcin, y la manera de tratar estas relaciones, que hace reconocible una novela como histrica. Despus del auge de la novela histrica de signo romntico en la primera mitad del siglo XIX, el gnero parece sufrir crticas y rechazos en la poca realista: ya Alejandro Manzoni, autor en Italia de una de las novelas histricas ms conocidas, Los novios, hasta rechaza el gnero por la inadmisible conmistin de Verdad y Fantasa: Manzoni siente, plantea y resuelve el conflicto con admirable conciencia intelectual y moral; y l, autor de la novela histrica ms potica, se ve compelido a una solucin bien insperada: la imposibilidad del gnero (Alonso 1984: 50)4. Manzoni, autor de una de las novelas histricas ms poticas y universalmente conocidas, es al mismo tiempo su crtico ms feroz:
La contraddizione drammatica che il Manzoni coglie nel romanzo storico come componimento misto di storia e di invenzione [] nellambiguit che suggerisce al lettore la possibilit che qui e ora, nella letteratura, e non nella fiducia in Dio o nella figura del Dio che affanna e che consola, possa darsi il riscatto dal dolore e dalle persecuzioni della storia e della societ, cio si possa avere giustizia a questo modo (Barberi Squarotti 1995: 20).
4 En 1845 Manzoni publica el ensayo Del romanzo storico e in genere de componimenti misti di storia e dinvenzione sobre la relacin entre literatura e historia desde la Antigedad a la poca moderna: all expresa la condena del gnero misto di storia e dinvenzione, un gnero en el que riesce impossibile ci che necessario; nel quale non si possono conciliare due condizioni essenziali, e non si pu nemmeno adempirne una, essendo inevitabile in esso e una confusione repugnante alla materia, e una distinzione repugnante alla forma; un componimento, nel quale deve entrare e la storia e la favola, senza che si possa n stabilire, n indicare in qual proporzione, in quali relazioni ci devono entrare; un componimento insomma che non c il verso giusto di farlo perch il suo assunto intimamente contraddittorio (Manzoni 1845: web).

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El suyo por lo tanto es un problema tico y no esttico, pero desata polmicas en toda Europa, lo que contribuye a la agona del gnero. Lo que a nosotros nos interesa ms es su moderna afirmacin de la imposibilidad de una Historia nica e inapelable:
[La storia] si propone appunto di raccontare de fatti reali, e di produrre per questo mezzo un assentimento omogeneo, quello che si d al vero positivo. Ma, potr forse opporre qualcheduno, sottiene egli codesto dalla storia? Produce essa una serie dassentimenti risoluti e ragionevoli? O non lascia spesso ingannati quelli che sono facili a credere, e dubbiosi quelli che sono inclinati a riflettere? E indipendentemente dalla volont dingannare, quali sono le storie composte da uomini, dove si possa essere certi di non trovare altro che la verit netta e distinta? [] certo, ugualmente, che anche lo storico pi coscienzioso, pi diligente, non savr, a gran pezzo, tutta la verit che si pu desiderare, n cos netta come si pu desiderare. Ma anche qui non colpa dellarte: difetto della materia (Manzoni 1845: web).

Lo que a Manzoni pareci un obstculo invencible, llegar a ser el punto de fuerza de la nueva novela histrica. Entresiglos, con el decadentismo y las vanguardias, el rechazo de la Historia y del compromiso en literatura determina la agona del gnero, que sobrevive bajo el signo del exotismo para resurgir, ya en la segunda mitad del XX, con nuevas seas de identidad. Finalmente, en las ltimas dcadas del siglo XX la novela histrica, sea en Europa sea en Amrica Latina, ha reconquistado una visibilidad y un inters, tanto en el pblico lector como en la literatura crtica, impensables slo unos aos antes, en cuanto manifestacin ms destacada de la recuperacin de la narratividad y de la accin contra lo que ha sido llamado autofaga experi24

mentalista, vertiente literaria del estructuralismo: una obra precursora y revolucionaria, como Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, de 1951, pasada desapercibida en los aos cercanos a su publicacin, ha sido reconocida como obra maestra slo recientemente, y El reino de este mundo de Alejo Carpentier, de 1949, considerada ejemplo de lo real maravilloso, slo en los ltimos aos se ha estudiado como novela histrica (Grillo 2010a). Y lo que llama la atencin es que la novela histrica se ha desarrollado en su doble vertiente: de gnero de consumo altamente codificado (las series sobre el antiguo Egipto, la antigua Roma o los Aztecas) y de gnero de gran nivel literario, en el que se experimentan tcnicas y modalidades de gran envergadura que luego se repercuten en todos los gneros narrativos. A partir de estas mnimas premisas, vamos a esbozar una posible historia de la novela histrica hispanoamericana, intentando captar caracteres comunes y redondear a personajes histricos que han sido protagonistas de diversas novelas, a menudo con presupuestos y xitos diferentes. 1.2. Amrica Latina, posmodernidad5 y poscolonialismo Antes de acercarnos al objeto novela histrica, creemos necesario aclarar lo que entendemos por Modernidad, Posmodernidad o Poscolonialismo, para discernir mejor el cambio que hemos anotado precedentemente, entre novela histrica y nueva novela histrica.
5 Prefiero utilizar el trmino posmodernidad y no posmodernismo para no crear ambigedades con la poca posterior al modernismo latinoamericano, siendo este trmino utilizado por Federico de Ons en 1934 en su Antologa de la poesa espaola e hispanoamericana.

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Hay que decir que los elementos significativos de desviacin respecto a la trayectoria recorrida durante el siglo XIX y principios del XX, comunes a una notable cantidad de novelas histricas latinoamericanas de las ltimas dcadas, se parecen extraordinariamente a los elementos destacados como propios de las ficciones histricas europeas etiquetadas como posmodernas, lo cual llevara directamente a la superposicin y asimilacin de ambos fenmenos. Tentacin muy fuerte, que se inserta en la larga tradicin eurocntrica de juzgar y catalogar obras de cualquier lugar y procedencia con metros crticos y hermenuticos acuados en Europa, tradicin afirmada en la Modernidad y que ha encontrado su mxima expansin en la poltica colonialista e imperialista europea. El caso que nos interesa es muy evidente: Amrica Latina, ya desde el nombre, nace como creacin, ilusin y utopa europeas y slo en poca muy reciente la crisis de la Modernidad ha empezado a reivindicar su propia Historia y su propia autonoma crtica y cognitiva. Efectivamente,
Colonialismo y neocolonialismo fueron las primeras formas de expansin globalizantes que transformaron la lengua y la cultura de las llamadas periferias en forma profunda e irreversible, a ello le sigui el menosprecio de la cultura colonizada imponiendo la colonizante como norma (Toro 1999: 60).

Esto es la Modernidad: los 500 aos que van de la invencin de la imprenta y del descubrimiento de Amrica a la poca de la comunicacin electrnica, del derrumbe del Muro de Berln y de la disolucin de la URSS, 500 aos caracterizados por la fe en el progreso cientfico y tecnolgico y en el proyecto histrico-poltico de la emancipacin humana (Loyola 1999: 23). Esto significaba la afirmacin
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de la burguesa como clase dominante en Europa y la certeza acerca de la superioridad absoluta del modelo cultural de Occidente segn la dialctica hegeliana amo-esclavo: el sujeto hombre heterosexual, blanco, occidental, alfabetizado ha impuesto al objeto etnias, gneros sexuales, culturas diferentes etc. su poder y su cosmovisin. Con el Descubrimiento, como escribe Walter Mignolo, empieza
la colonizacin de la memoria, el lenguaje y el territorio de los pueblos amerindios [...] la ciencia moderna produjo objetos de conocimiento tales como Amrica, Indias Occidentales, Amrica Latina o Tercer Mundo, que funcionaron en realidad como estrategias colonialistas de subalternizacin [...]; la modernidad fue un proyecto intrnsecamente colonialista y genocida (Castro Gmez 1999: 87).

Durante la Modernidad, el Centro o no tena en cuenta la periferia, o la asimilaba a su discurso, o bien la etiquetaba como primitiva, en el mejor de los casos como extica, siempre reclamando su propia superioridad. Pero, ya en la segunda mitad del Ochocientos se pueden rastrear los primeros indicios de la crisis del Occidente capitalista, que irn profundizndose con la primera guerra mundial hasta explotar con los fenmenos de nazifascismo y la segunda guerra mundial; la cada del Muro de Berln y el fin del sistema binario de la Modernidad (Oriente/ Occidente, centro/periferia, capitalismo/marxismo etc.) y la expansin omnvora y absorbente de la globalizacin, del neoliberalismo, de las comunicaciones virtuales, etc. provocan un imponente despliegue de estudios y anlisis de los cambios epocales que van transformando el Occidente y su relacin con el resto del mundo: es lo que en Estados Unidos
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y Europa se ha llamado Posmodernidad. Es un proceso que se da paralelamente en diversas ciencias y artes concurriendo a modificar profundamente toda la cosmovisin occidental: antropologa, sociologa, psicologa, mitologa, literatura, etnografa, historiografa. Importante a los efectos de nuestra investigacin es el proceso de la historiografa a partir de la Nouvelle Histoire francesa y del nacimiento de la revista Les Annales (1929) dirigida por L. Febvre, M. Bloch y J. Le Goff, con sus historias parciales (de la mentalidad, de la religin, de la cultura material, de las mujeres, de los usos alimenticios y sexuales), micro-historias (de ciudades, comunidades, etnias), autobiografas excntricas, etc. En estos aos la propia historia se ha visto obligada a aceptar la disidencia en su seno: las otras historias posibles, el revisionismo histrico como alternativa a la historia dominante, la versin individual frente a la oficial (Ansa 2003: 48-49). Consecuentemente, ha entrado en crisis el concepto de objetividad y verdad indiscutible del documento, cuya verdad depende del contexto en que viene presentado y de su interpretacin y no de una calidad intrnseca (pensemos en la fotografa considerada documento fidedigno hasta hace muy poco y que en cambio ha revelado su naturaleza deformante cuando no concientemente falsificadora). En la base de lo posmoderno estara la crisis del capitalismo propio de la Modernidad: segn Jean-Franois Lyotard, es posmoderna la cultura de las sociedades en la era postindustrial, y estara caracterizada por la heterogeneidad e interculturalidad y por el rechazo de la razn totalizante y del pensamiento nico. Aunque con variantes, los mayores crticos concordan en definir la Posmodernidad como el fin de una ilusin: de las Ciencias y las Creencias con maysculas, de la Historia como progreso, de la perfectibilidad de las

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sociedades humanas, etc. La Posmodernidad, por lo tanto, estara caracterizada por el ms completo y radical divorcio entre el progreso cientfico-tecnolgico y el proyecto histrico-poltico de la emancipacin, de la dignificacin y de la exaltacin de la vida de los hombres (Loyola 1999: 28). Rota la compleja red construida alrededor de la primaca del sujeto burgus occidental, en cuanto cultura dominante y en cuanto individuo, amparada por un capitalismo cada vez ms excluyente, se ha derrumbado tambin el sistema binario amo-esclavo6: de aqu la revolucin del objeto dominado y su tentativa de ponerse no como anttesis al sujeto que sera simplemente invertir los polos pero no la relacin de poder sino como proponente de otros esquemas y otros sistemas. Por supuesto, si la Modernidad ha tardado por lo menos dos siglos para imponerse si tomamos como inicio el cannico 1492 y como su auge la Ilustracin, es todava demasiado temprano para preguntarnos adnde nos puede llevar la Posmodernidad: se ha empezado a cuestionar las certidumbres, los principios y la visin de la Historia progresiva y lineal en la que hemos credo hasta ahora y a proponer otras perspectivas y otras prcticas hermenuticas. Pero es demasiado pronto para afirmar otros principios y verdades, estamos en el momento de la deconstruccin y de las hiptesis: caracteres dominantes de este perodo no pueden ser sino la conciencia de la prdida del centro, la fragmentacin, la pluralidad, la ruptura de lmites, la infraccin del canon en todos los niveles, que desestabilizan los cno6 Muchos son los campos en los que se manifiesta esa ruptura del sistema binario con la introduccin de un tercer elemento marginado por la modernidad: el tercer sexo y el fenmeno de los travestis, el tercer mundo antes comprimido entre el capitalismo occidental y el socialismo del este, nuevas formas de arte y de cultura que anulan la tradicional dicotomia entre nivel alto y bajo etc. (cfr. Garber 1994 e Irigaray 1994).

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nes de la Modernidad. As Franois Barre sintetiza, hablando de arquitectura y del proyecto del Parc de la Villette de Pars, las propuestas posmodernas:
La ciudad de hoy no se organiza ms alrededor de un centro, lugar neurlgico de su historia y de sus instituciones, polo de su resplandor y clave de su organizacin [...]. Los centros se multiplican (luego entonces, dnde queda el centro?), la periferia productiva y multiforme se desarrolla ms rpidamente que la antigua ciudad. Lo perifrico se transforma en mayoritario, las minoras se activan y las redes se forman. Los grandes discursos ideolgicos se fisuran. Los modos y los estilos de vida se diversifican, prdida de unidad, prdida de poder (o del poder). Mestizaje de las culturas. La ciudad ya no celebra la unidad central sino la pluralidad y la periferia (Gmez Snchez 1990: 15)7.

Como siempre, se han utilizado los mismos criterios y categoras para hablar de similares manifestaciones en otras partes del mundo, in primis en Amrica Latina. Es verdad que, contemporneamente, algo similar pasaba en Amrica Latina, pero el asunto es ms complejo. En efecto, mientras que en Europa se ha gritado el fin de la Historia, el fin de las Utopas que significa slo fin de su propia Historia y de su propia Utopa los pueblos y los grupos marginados y otros, hasta ahora objeto, han intentado aduearse de aquel pasado que les haba sido negado por la invasin del sujeto europeo, para reconstruir otras Historias y otras Utopas. Papel incmodo el de Amrica Latina, naturalmente, y que obliga a continuos reajustes e intentos de asimilacin e
7 Es suficiente pensar en la tipologa y la funcin de la Plaza Mayor, en Espaa e Hispanoamrica, para confirmar lo dicho.

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imitacin, como reconocen prestigiosos crticos que rechazan el eterno papel de subordinacin y pasividad frente a Europa & Company:
Y nosotros, moradores de regiones perifricas, espectadores de segunda fila ante una representacin en la que muy pocas veces participamos, vemos de pronto cambiado el libreto. No terminamos an de ser modernos tanto esfuerzo que nos ha costado y ya debemos ser posmodernos [...] Si Amrica Latina no ha alcanzado an un nivel de industrializacin mnimamente decoroso, cmo hacerse eco de un fenmeno que se ha caracterizado como propio de la llamada sociedad posindustrial en la fase del denominado por Frederic Jameson capitalismo tardo? (Mateo 1995: 5-7).

Dicho de otro modo, en palabras de Jacqueline Kaye, ninguna sociedad puede tener una economa subdesarrollada y una cultura desarrollada (Benedetti 1974: 164). Es esto, en cambio, lo que pretenden los que aplican a la literatura latinoamericana el canon occidental y su dominante histrico-cultural, y que ven la ltima y no tan ltima literatura hispanoamericana como anticipacin de la literatura posmoderna. Esto significara simplemente ser una vez ms objeto, extico y cautivador, de anlisis y teoras nacidas en y para otros contextos:
Muchos de estos anlisis son realizados al margen de la propia dinmica a que responden estos textos, y de su peculiarsimo devenir, lo cual deja la sensacin de que se ha producido, en relacin con ellos, una apropiacin superficial que desconoce su funcin y significado mayor en su contexto preciso, para subordinarlos a categoras ya existentes en un discurso crtico ajeno (Mateo 1995: 9).

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Efectivamente, ya en la primera mitad del siglo XX en la Amrica hispnica haban surgido corrientes o modalidades narrativas, como el indigenismo literario o el realismo mgico, escuelas etnoantropolgicas e historiogrficas, que dieron versiones de los vencidos crticas hacia la Historia oficial y los procesos identitarios impuestos por la cultura dominante, versiones que hasta aquel momento se haban transmitido slo oral, pictogrfica y poticamente, a travs de leyendas, mitos, creencias, cuentos, inscripciones, etc., o haban sido recogidas con objetividad muy relativa por copistas, estudiosos o religiosos occidentales, o se haban infiltrado en la alta literatura. Historias de los vencidos que venan traducidas de un idioma a otro, de la oralidad (o de otras formas de escritura y representacin ajenas a la cultura dominante) a la escritura con actitud de historiador, de narrador o de artista. Incorporar textos latinoamericanos al corpus literario posmoderno, segn las categoras acuadas en Europa y Estados Unidos, negndoles un contexto propio, especfico y significante, sera entonces como perpetuar esta otra sutil forma de colonialismo cultural, lo que no sera sino otro disfraz del principio de la Modernidad: negar lo diferente, vaciarlo de contenido, fagocitarlo. Definir como posmodernos o adelantados hispanoamericanos de la Posmodernidad a Borges, Vargas Llosa, Cortzar, Puig, Lezama Lima, significara solamente decontestualizarlos y re-venderlos con una etiqueta que, sin mayores mediaciones, no nos corresponda o nos corresponda slo parcialmente (Mateo 1995: 10): Para Douwe Fokkema, por ejemplo, postmodernism es el primer cdigo literario originado en Amrica y que influye sobre la literatura europea, y su escritor ms importante ha sido Borges (Rincn 1989: 61). John Barth,

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por su parte, ve en Cien aos de soledad la obra maestra de la Posmodernidad, y en su autor, Gabriel Garca Mrquez, un postmoderno ejemplar y un maestro del arte de narrar historia (Barth) (Binns 1996: 159). Es sobre todo Borges quien atrae la atencin de los crticos en este sentido, ya que con l comenzara la Posmodernidad (Toro 1991: 455), lo que me parece an ms grotesco: con tal de incluir al mundo entero en sus propias estructuras e ideologas, se admite que en la periferia se manifiesten problemticas y se den respuestas que todava no se han explicitado en el Centro. Como sus colegas europeos y norteamericanos, y a menudo adelantndose a ellos, esos escritores recurren a prcticas rupturistas y desestabilizantes del canon occidental, como la irona, la parodia, el pastiche, la estructura polifnica, la fragmentacin de la narracin y/o del personaje, y/o de la cronologa, el planteamiento metaficcional, la escritura y estructura literarias que no anhelan la transparencia del grado cero8. Todo eso es verdad y gratificante para la literatura latinoamericana ser vanguardia de la europea, pero hay que recordar que la cultura latinoamericana, con sus variedades internas, con su hibridizacin y su historia nica e incomparable tanto con la de los pases occidentales como con la de los pases coloniales de reciente independencia y de Estados

8 Podemos enumerar muchos elementos desestabilizantes, seguramente no nuevos en la prctica de la escritura narrativa de Occidente: pero lo que es nuevo, y que nos permite hablar de nueva novela histrica como subgnero caracterizado por estos elementos, es su compresencia en el mismo texto y en textos del mismo gnero, y an ms la conciencia con que se les utiliza y la falta de disfraces: visibilidad de los mecanismos narrativos y del carcter ideolgico de la interpretacin de la Historia.

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Unidos9, ha presentado desde su inicio esos caracteres que la Posmodernidad reconoce, ahora, como propios: el Cdice Florentino y Bernardino de Sahagn, no seran un ejemplo de hibridizacin y transliteracin, de confluencia e intercambiabilidad de cdigos y niveles de escritura/lectura? Alfonso de Toro, uno de los ms atentos estudiosos del fenmeno, incorpora la literatura latinoamericana al complejo de la Posmodernidad, si bien aclarando su diversidad: pertenece a dos o ms tipos de culturas ya que est constituida por un desgarrado sincretismo, se caracteriza por una gran disociacin a todo nivel. [Aunque] el nivel cultural no tiene correspondencia con el econmico, puede competir con el nivel europeo (Toro 1991: 453). Demasiadas rectificaciones y distinguos para constituir una hermenutica convincente. Rechazando la incorporacin de las manifestaciones superestructurales latinoamericanas al mundo de la Posmodernidad, se ha propuesto entonces la incorporacin de Latinoamrica al mundo poscolonial, pero tampoco esta incorporacin parece libre de equivocaciones y ambigedades. En efecto no se le puede considerar un pas poscolonial porque su historia es muy diferente a la de los pases africanos, asiticos y antillanos, para los cuales se ha acuado el trmino poscolonial, porque su colonizacin ha acaecido mucho antes de la colonizacin de Francia e Inglaterra en Asia, Africa y en el Caribe, y tambin su descolonizacin poltica y militar ha sido muy
9 Igualmente atpica es la posicin de Estados Unidos, pas poscolonial y al mismo tiempo lder de la Posmodernidad. Desde una misma situacin de poscolonialismo, en efecto, las Amricas anglosajona y latina han desarrollado Historias diferentes con xitos opuestos: la primera, punta de diamante del Primer Mundo, la segunda an ahora pedazo de un Tercer Mundo que se interroga sobre su identidad e intenta descolonizarse econmica y culturalmente.

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anterior respecto a las independencias de estos pases. La descolonizacin de Amrica Latina datara a principios del siglo XIX la Independencia, pero sabemos que fue slo parcial, en realidad una lucha de clases burguesa criolla10 contra aristocracia espaola y slo recientemente los descendientes de los colonizados estn recuperando dignidad y visibilidad: quien se independiz entonces no fue la poblacin indgena o afroamericana, sino los mismos descendientes de los colonizadores, mientras los antiguos colonizados siguieron siendo marginalizados y subyugados por una clase blanca o mestiza, que a su vez representaba un anillo intermedio en la cadena de la relacin centroperiferia11 (despus de la independencia, esta cadena es de tipo econmico, tcnico, cultural, y no directamente poltico y militar). Contadas son las voces disidentes, que van ms all de la oposicin aristocracia-burguesa; pensamos en Simn Rodrguez, un Mart ante litteram, quien en 1828 reconoca el carcter manco de las guerras de Independencia tanto en el mbito econmico-social (entre tantos... patriotas!... [...] no hay uno que ponga los ojos en los nios pobres [...] Y con quin se harn las Repblicas? Con Doctores!? Con Literatos!? Con Escritores!?) como en el tnico (En lugar de pensar en Medos, en Persas, en Egipcios, pensemos en los Indios, Rodrguez 1990: 36 y

10 El sujeto criollo se ha identificado en su conciencia con los modelos externos, a partir del reconocimiento de que ste era y la formacin cultural naturalizaba ese reconocimiento parte integrante de ese modelo. Dicha conciencia era tan firme que impregnaba a la nacin deseada hasta envolverla en su imagen (Lasarte Valcrcel 2003: 62). 11 Se puede hablar de centro para la cultura hegemnica a nivel mundial, subcentro para la cultura hegemnica local, y periferia para quien es slo objeto de investigacin, anlisis o creacin (Lienhard 1999: 291).

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38): naturalmente es, entre los intelectuales de la Independencia, entre los ms olvidados o ledos slo parcialmente. Por eso, a pesar del desfase cronolgico del proceso descolonizador, podemos aplicar a la situacin latinoamericana la denominacin y las consecuentes categoras crticas de poscolonial. Es decir, sufre todos los problemas de quien, despus de haberse liberado del poder poltico, ha seguido siendo objeto del poder econmico y cultural ajeno, del Occidente Europa o Estados Unidos, pero tiene algunos elementos y una tradicin cultural bsicamente de tipo europeo: otro Occidente es la afortunada definicin que Carmagnani da del continente latinoamericano. Por lo tanto, Amrica Latina, ms que las culturas no occidentales (donde una colonizacin ms reciente y breve no ha producido fenmenos de mestizajes y sincretismos tan profundos como en las Amricas), en esta crisis global de la Modernidad sufre un doble choque, o mejor sufre la crisis de la Modernidad desde una doble perspectiva: en cuanto pas poscolonial, desde las historias y herencias coloniales, y en cuanto parte perifrica de Occidente, desde los lmites de la hegemona de la historia occidental. La independencia latinoamericana
no es considerada como un proceso prematuro de descolonizacin y su posicin como un grupo de pases del tercer mundo no siempre es aceptada. Esta es otra de las razones por las cuales el concepto de postcolonialidad slo comenz recientemente a ser discutido en los crculos acadmicos latinoamericanos de los Estados Unidos, y se mantiene mayormente ignorado en los pases de Latinoamrica, mientras que los conceptos de modernidad y postmodernidad gozan ya de una extensa bibliografa, tanto en la academia de los Estados Unidos como en Latinoamrica, particularmente en aquellos pases con una gran poblacin de descendencia europea (p. ej., Brasil y el Cono Sur) (Mignolo 1997: 54). 36

Suerte de conflicto entre el ser y el querer ser, y confirmacin de su doble alma y de la compresin histrica que ha sido desde siempre su destino. Como se le mire, Amrica Latina parece predestinada a sufrir de forma radical y a manifestarla literaria y artsticamente la crisis de la Modernidad ya que participa de las dos instancias que rigen el concepto de Modernidad: centro y periferia, Europa y no Europa. Por lo tanto, en cuanto margen del Centro, y al mismo tiempo su vctima, no puede escaparse del destino de ser parte del afn de globalidad de nuestra poca, en su doble vertiente, posmoderna (en cuanto cultura latina, y por lo tanto occidental, y desde casi dos siglos en vas de industrializacin, es decir cercana al Paraso del capitalismo) y poscolonial (en cuanto ex-colonia que, a pesar de casi dos siglos de independencia, no se ha descolonizado y, en cambio, ha ido marcando cada vez ms sus connotaciones nooccidentales: indianidad, negritud, subdesarrollo, abandono del sueo de occidentalizacin). Por eso hay que buscar una tercera va para nuestra Amrica mestiza:
Mientras las teoras postmodernas expresan la crisis del proyecto moderno en el corazn mismo de Europa (Foucault, Lyotard, Derrida) y de los Estados Unidos (Jameson), las teoras postcoloniales hacen lo mismo, pero desde la perspectiva de las colonias que recin lograron su independencia despus de la segunda guerra mundial, como es el caso de la India (Guha, Bhabba, Spivak) y el Medio Oriente (Said). Por su parte, las teoras postoccidentales tienen su lugar natural en Amrica Latina12, con su ya larga tradicin de
12 El asunto naturalmente es muy complicado porque la historia de la descolonizacin de Amrica es muy variada y larga: por ejemplo, en la misma regin geo-cultural Antillas cuyo nexo ms vinculante y unificante sera el elemento afro, el proceso de descolonizacin se cumple durante casi dos siglos, y con resultados muy dispares.

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fracasados proyectos modernizadores. Comn a estos tres tipos de construccin terica es su malestar frente al nuevo despliegue tecnolgico de la globalizacin a partir de 1945, y su profundo escepticismo frente a lo que Habermas llamase el proyecto inconcluso de la modernidad (Castro Gmez 1999: 87).

Por lo tanto, por su misma participacin marginal en el Occidente, o por ser un Occidente desterrado, extraterritorial, con mala conciencia hacia los aborgenes, con una descolonizacin llevada a cabo por los descendientes de los mismos conquistadores y no por los indgenas, no se puede encasillar ni en el Posmoderno ni en el Poscolonial, es decir que pertenece al Primer y al Tercer Mundo a la vez: por eso se ha hablado de Postoccidentalismo, de Modernidad inconclusa, pero yo preferira apostar por una historia diferente, por una tercera realidad que con su mestizaje profundo hibridacin prefiere llamarla Garca Canclini (2001) desde su mismo nacimiento ha interrumpido el sistema binario de la Modernidad. A pesar de la poltica hegemnica de los criollos tambin despus de la independencia, no se ha podido callar nunca la componente indgena que ahora, gracias tambin a la coincidencia con los postulados de los movimientos culturales de la Posmodernidad europea (con importantes adelantos ya desde finales del siglo XIX) han adquirido visibilidad y fuerza: ahora se puede hablar de conciencia madura de la hibridizacin, no como resultado sino como proceso de apropiacin, recodificacin y reflexin sobre los 500 aos de historia americana, como proceso de interseccin y transacciones, para que la multiculturalidad evite lo que tiene de segregacin y pueda convertirse en interculturalidad. Hibridizacin no es fusin, que nunca puede ser paritaria y total,
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sino que reconoce contradicciones y decentramientos, culturas fragmentarias tanto dentro del propio sistema cultural latinoamericano, como en relacin con el mundo externo. Esta hibridacin est presente en todos los niveles, desde el ms interiorizado que es el de la cosmogona o visin del mundo, que est relacionado tanto con la racionalidad que se mueve dentro de los paradigmas europeo-occidentales como con otro tipo de racionalidad, la de las culturas indgenas y negras. Lienhard individualiza algunas etapas significativas de este proceso l habla de factores de perturbacin estructural elementos de las culturas indgenas o mestizas arcaicas sobre un sector de las culturas oficiales respectivas que encuentran su mxima expresin hacia 1600 en algunas crnicas de Mxico y Per, luego parecen extinguirse pero vuelven a manifestarse en las luchas por la Independencia y, ya en el siglo XX, en el marco del indigenismo y neoindigenismo andino, del indigenismo mexicano y centroamericano y en ciertas obras de clasificacin ms compleja (Rulfo, Roa Bastos) (Lienhard 1997: 4). As, siglos antes de que en Europa se hablara de Posmodernidad y se buscaran en la literatura caracteres comunes para construir esa nueva categora narratolgica y cultural, en Amrica ya proliferaba cierta literatura alternativa, que diera voz y visibilidad a los vencidos (los marginales desde el punto de vista tnico, econmico, social, geogrfico, sexual etc.) aun simplemente rompiendo y tergiversando normas, tendencias, gneros europeos asumidos por las capas dominantes (el subcentro) como su propia cultura, y adoptando recursos desestabilizantes como la fragmentacin, la yuxtaposicin, la parodia, la irona, la transliteracin, la alteracin de sentido etc. Si en el caso de las crnicas de

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Durn, Tezozmoc, Sahagn, Ixtlilxchitl, se intent inaugurar una real convivencia de hombres, lenguas, culturas, y al mismo tiempo no sofocar la voz del indgena con la mediacin de la cultura europea, ms a menudo, y sobre todo durante el imperio de Felipe II, se imponen relaciones de dominacin que hoy diramos global, desde la lengua a la religin, a las costumbres cotidianas, relegando prcticamente la vivencia indgena a la oralidad clandestina y a formas disfrazadas de autorepresentacin. Antonio Cornejo Polar, para el rea andina, habla de una corriente literaria escrita heterognea, presente ya desde los comienzos de la colonia, cuyos textos se caracterizaran por la duplicidad o pluralidad de los signos socio-culturales de su proceso productivo (Lienhard 1990: 12); las decoraciones escultreas de las iglesias, por ejemplo, a veces son resultado de procesos sincrticos, mas a menudo son elementos primarios originarios ni siquiera disfrazados por elementos catlicos. Ollantay es el ejemplo ms esclarecedor. Pieza teatral en tres actos, escrita en quechua, fue representada por primera vez en 1780 ante Tupac Amaru, el mismo ao en que ste se rebel, y fue prohibida su representacin en 1781, ao en que fue capturado y matado (es difcil averiguar si y cmo la tragedia pudo influir en la rebelin). Trata de la rebelin de Ollantay contra el Inca Pachacutec, quien no quiso darle a su hija en esposa, aunque Ollantay se hubiera distinguido en batalla. El hijo del Inca permite las bodas y recibe a Ollantay como hermano. Tanto en la arquitectura como en la construccin de los caracteres de los personajes es evidente la filiacin del teatro clsico griego (Metastasio) y del teatro del Siglo de Oro espaol, aunque otro rasgo igualmente evidente sea la nostalgia de la grandeza incaica y de sus valores ya perdidos.

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Ms recientemente, podemos pensar en El Reino de este mundo (1949), donde estn presentes tanto la visin de los blancos como la visin de los negros de Hait la muerte de Mackandal, por ejemplo, vista de manera diferente por los negros y por los blancos, as como en el motivo del sol esculpido en los portales de varias iglesias de Huancavelica o de las orillas del Titicaca; como afirma Lienhard,
cada parte del pblico compuesto de espaoles, por una parte, y de indios y mestizos, por otra, atribuir un significado propio al motivo del sol mestizo. En trminos semiolgicos, un mismo signo (el motivo del sol) pertenece a dos cdigos distintos [] La lectura indgena o mestiza de la imaginera catlica, basada en el fenmeno de los signos superpuestos no puede sino calificarse de subversiva: bajo una aparente sumisin ideolgica se oculta una resistencia paciente y gil (Lienhard 1997: 10-11).

Empresa difcil pero no imposible, ya que Amrica Latina haba defendido desde siempre una alternativa a la Modernidad en formas diversificadas de resistencia: desde su inicio la literatura latinoamericana ha presentado caracteres rupturistas y desestabilizantes de resistencia al canon europeo desde esta periferia implicada, anticipando de varios siglos esas proposiciones posmodernas, a travs no slo de la literatura oral u otras formas de comunicacin artstica alternativa el tatuaje en el Caribe, por ejemplo, luego asimilado y vaciado de sentido en la cultura occidental (Mateo 1995) sino insertndose tambin en la literatura escrita y en las formas artsticas ortodoxas de la tradicin occidental. Desde siempre a travs del collage y del pastiche, de la hibridizacin, ha configurado un mapa nuevo, que el centro ha vivido en cambio slo en poca posmoder-

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na, despus de la puesta en discusin del sistema bipolar y de las nuevas inmigraciones desde los pases pobres: no debemos seguir pensando en una etnicidad arquelgica sino en la supervivencia de las etnias como parte integrada a la estructura del capitalismo pero productora a su vez de una verdad cultural que no se agota en l. De otra forma, caeramos en la trampa de atribuirle a la lgica capitalista la capacidad de agotar la realidad de lo actual (Martn Barbero 1989: 33). Hay, por ltimo, una motivacin ideolgica que impide la asimilacin entre la gran literatura latinoamericana del boom y sus alrededores a la posmoderna: como muy bien anota Niall Binns, si la novela postmoderna europea y norteamericana surge en un ambiente ms bien post-utpico [...] sobre el derrumbe de los grandes relatos totalizadores y progresistas de la modernidad (Binns 1996: 162), las novelas del boom en cambio presentan como carcter dominante una inflacin ideolgica que se manifest, segn Donoso, sobre todo y en forma compacta, en la fe en la causa de la revolucin cubana (Binns 1996: 162), y al fin de la Historia y de la Utopa oponen la fe en un renacimiento latinoamericano, esta tercera va que llevar a un lenguaje, a una identidad, a una poltica, a una crtica, a una literatura, autnticamente hispanoamericanas: hay que inventar nuevamente un continente, en oposicin a aquella invencin de Amrica (O Gorman 1958) que la Historia oficial europea construy alrededor de Coln y sus seguidores:
La nueva novela hispanoamericana se presenta como una nueva fundacin del lenguaje contra los prolongamientos calcificados de nuestra falsa y feudal fundacin de origen y su lenguaje igualmente falso y anacrnico (Fuentes 1972: 31). 42

En este sentido, la nueva novela histrica latinoamericana se asemeja ms a la orientacin pica de la novela histrica tradicional, la ltima posibilidad para un pueblo de escribir su epopeya, enalteciendo sus hazaas pasadas y preocupndose por el destino de toda una sociedad ms que por la de un individuo. Reconociendo algunas coincidencias superficiales entre estas obras y las que consideramos posmodernas (por contagio, por imitacin, o ms bien porque responden a una misma exigencia de rebelin contra los principios de la Modernidad), en el anlisis de algunas novelas histricas latinoamericanas, utilizar y har referencia a similares experiencias europeas y a sus estatutos crticos (no olvidando, por ejemplo, que una similar coincidencia se dio en las formas superficiales entre surrealismo europeo y realismo mgico latinoamericano, como bien descubri Carpentier en su introduccin a El reino de este mundo). Pero cuidado: se habla mucho de la visin de los vencidos como respuesta poscolonial a la visin occidental tradicional: sta, segn mi parecer, no sera sino una etapa intermedia hacia la disolucin de cualquiera visin unvoca del sistema binario de la Modernidad. Con la crisis de esta ltima a lo largo de todo el siglo XX surgen y se imponen las vertientes hasta ahora dominadas (mujeres, neros, homosexuales, indgenas etc.) que de alguna forma todava se insertan en el sistema de la modernidad, slo invirtiendo los trminos de centro/periferia. Es una etapa necesaria para llegar al rechazo de cualquier Verdad, de cualquier interpretacin unitaria del Mundo y de la Historia. Lo Poscolonial sera exactamente esta etapa, de subversin y sustitucin de un episteme por otro: Xicotncatl, La Araucana, El Reino de este mundo, y Garca Mrquez,

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Asturias, Arguedas y un largo etctera representan esta etapa de 500 y ms aos, que es tambin el largo viaje de Latinoamrica hacia su propia Modernidad, obstaculizado por el imperialismo yanquee y ahora global que ha sustituido el tradicional colonialismo europeo. As, mientras que confirmo mi indisponibilidad para considerar la literatura latinoamericana como posmoderna, s estoy convencida, y mi estudio apunta a esto, de que la literatura latinoamericana desde la Independencia hasta ahora ha trazado su trayectoria hacia la independizacin, hacia la conquista de su propia voz y su palabra, desde la condicin colonial a la independencia no slo poltica. Las grandes obras a partir del boom expresan la etapa madura de este proceso, pero no todava la entrada de Amrica Latina en su Posmodernidad. Y si algunas dudas nos vienen de Borges, Puig u Osvaldo Soriano, es slo porque all, donde no ha permanecido viva ninguna gran cultura no-hispnica y donde hubo el gran aluvin migratorio, el mundo urbano ha asimilado ms el modelo yanquee-occidental. Sin duda Argentina y en medida menor Uruguay sus capitales, sus culturas urbanas desde principio del siglo hasta la dcada de los 60 han constituido la vanguardia de una ilusoria Modernidad latinoamericana bienestar, fe en el progreso, primaca del sujeto hombre blanco alfabetizado etc. slo marginalmente manchada por lo americano, es decir por la emergencia del otro: pero era una Modernidad inconclusa, impuesta y perifrica, y por eso ha sentido en su piel antes que Europa la crisis de la Modernidad y por eso un Borges pudo adelantarse a la misma Europa con su Babel, su Laberinto, su desautorizacin de la Verdad y del Texto escrito.

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Ahora el otro toma la palabra, pero no puede simplemente destruir o invertir los polos de la dialctica. Debe ser radical y creativo:
El pasado se deconstruye y no se elimina. No se trata de recuperar, de emplear partes del pasado, sino de elaborar y perlaborar ciertos proyectos que el colonialismo y el neocolonialismo reclamaban como suyos, por ejemplo, la emancipacin de los colonizados a travs de premisas de los colonizadores y sin un dilogo. Re-escribir el colonialismo significa haberlo digerido de tal modo que desaparece como categora determinante y abre una proyeccin al futuro haciendo posible el presente (Toro 1999: 34).

Siendo la novela histrica un gnero que habla del pasado para conocer el presente, un gnero en el cual no se puede prescindir del contexto, es evidente que refleja ms que otras obras problemticas e idiosincrasias del tiempo del escritor; es tambin el gnero en el que el escritor no puede aislarse en la neutralidad de su torre de marfil: tiene que tomar partido y elegir sus hroes y antihroes. Es en las novelas histricas de los siglos XIX y XX, gnero fuertemente marcado por la cultura occidental dominante, por lo tanto, que buscaremos indicios de esa resistencia del mundo indgena resaltando tambin elementos que esclarezcan las etapas de la evolucin del pensamiento americano, de una etapa tradicional y ortodoxa, fiel a la Modernidad occidental, a otra de rebelin y de apuesta por una independencia postoccidental. 1.3. Historiografa vieja y nueva Esos cambios hermenuticos e ideolgicos no han tocado por supuesto slo la literatura, sino que se hicieron evidentes

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en principio en la historiografa, cuyo estatuto naturalmente vara en el tiempo como cualquier expresin del pensamiento humano13. Con las primeras crnicas estamos en plena historiografa medieval en la que las marcas de historicidad son todava las de los sentidos: la particularidad de la Conquista, su lejana del centro, su carcter primerizo, la falta de fuentes y documentos precedentes (por el rechazo y la destruccin de
13 Muy sumariamente, podemos resumir la evolucin de la historiografa en el mundo occidental: en la antigua Grecia la Historia da noticias de lo visto o aprendido por medio de preguntas: vista y odo, sentidos completamente subjetivos; en el Imperio Romano, se racionalizan y se sistematizan los conocimientos de los griegos, en obras enciclopdicas de tipo histrico-geogrfico.Los siglos siguientes fueron testigos del inexorable ocaso del imperio [romano], extinguindose con l el espritu racional [] En la nueva Europa, ahora cristiana, se acceda a la sabidura intuyendo los designios divinos. La Biblia irrumpi en todas las disciplinas del saber, y sus preceptos eran considerados fuente y expresin mxima del conocimiento (Magasich-de Beer 2001: 13). Durante esos siglos oscuros se olvidan los conocimientos geogrficos y la concepcin racional del mundo propios de las pocas clsicas e impera la visin teocntrica, confesional y acrtica. En Italia, en el siglo XV, se empieza a afirmar la historiografa textual, basada en el estudio y la confrontacin de las fuentes (Lozano 1987), vienen recuperados los conocimientos de la Antigedad y confrontados con los nuevos conocimientos geogrficos. Respecto a la Conquista, la nueva historiografa se impone entre los historiadores y los cronistas mayores a partir de Fernndez de Oviedo quien, en sus numerosos viajes a Italia, tiene la oportunidad de acercarse a las tendencias del humanismo del tiempo y de confrontarse con Giambattista Ramusio, el cual ya aplicaba el mtodo del contraste crtico. Con el Siglo de las Luces desde el punto de vista metodolgico se afirma la necesidad de someter a juicio cualquier informacin, tradicin, discurso historiogrfico anterior, y desde el punto de vista ideolgico se impone la supremaca de la cultura y del hombre occidental, siendo este siglo el pice de la poca de la Modernidad. Tambin en el siglo XIX el romanticismo y el positivismo siguieron reconociendo a la historiografa un papel importantsimo en las ciencias humanas como instrumento objetivo para el conocimiento de la Verdad.

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los documentos indgenas) radicalizan an ms la importancia de la vista y del odo14 como fuentes de conocimiento y de Verdad, junto con los textos sagrados, considerados referenciales y depositarios de la Verdad, lo que justifica tantos equvocos visuales, tantos espejismos y tantos perjuros.
La Sacra Escriptura testifica que Nuestro Seor hizo al Paraso Terrenal y en l puso el rbol de la vida [] San Isidro y Beda y Estrabn y el maestro de la historia escolstica y San Ambrosio y Scoto y todos los santos telogos conciertan que el Paraso Terrenal es en el Oriente [] Grandes indicios son stos del Paraso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinin de estos santos y sacros telogos, y asimismo las seales son muy conformes, que yo jams le ni o que tanta cantidad de agua dulce fuese as dentro y vecina con la salada; y en ello ayuda asimismo la suavsima temperancia. Y si de all del Paraso no sale, parece an mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de ro tan grande y tan hondo (Coln 1990: 216-218),

escribe Coln durante el tercer viaje. Sin duda en las crnicas emerge la realidad que corresponde al modelo cultural de la poca o, como se dira hoy en da, al imaginario colectivo de aquel momento muy delicado de transicin entre la cosmovisin medieval homognea y hondamente condicionada por las Sacras Escripturas, la mitologa y las mirabilia medievales, y las nuevas propuestas del pensamiento laico y racional del Renacimiento. Resulta un dudoso limen entre realidad y fantasa, que encontrar fecundo alimento precisamente en los hallazgos del Nuevo Mundo, que parecen convertir en realidad mitos y leyendas del Viejo Mundo y hasta las his14 Naturalmente el odo, ms que la vista, es fuente de un sinnmero de equvocos en la comunicacin entre conquistadores y nativos.

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torias mentirosas de las novelas de caballera. Ms que como textos historiogrficos, hoy podemos leer las crnicas como novelas, como gnero mixto de verdad y fantasa, o como muestrario de las ideas y del imaginario colectivo de la poca. Aun cambiando metodologas y teoras hermenuticas en el paso de la Edad Media a la Modernidad, la historiografa sigue ocupando un lugar cntrico en el conjunto de las ciencias humanas15 y siendo absolutamente eurocntrica tambin cuando interpreta y juzga otros mundos y otras culturas: la suya es la nica Verdad. Slo en el siglo XX16 se desmorona el imperio de la historiografa, que hasta entonces haba tenido en sujecin a las dems ciencias, tanto las ya existentes como las recin nacidas: antropologa, sociologa, economa, mitologa, psicologa, etnografa, ciencias polticas. Por lo tanto, se vuelve necesario un proceso de re-lectura de la Historia, como lo vino afirmando la escuela de los Annales de Pars, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre: el campo de la Historia, desde el mbito cerrado de la Oficialidad y de la Poltica, del Documento y de la Verdad unvoca, se ampla a la vida cotidiana, al imaginario colectivo, a la periferia, a la oralidad, a la pluralidad y relatividad, al estudio de las histo15 La Historiografa ha ocupado siempre un lugar liminal entre las disciplinas nomotticas capaces de formular leyes generales y disciplinas ideogrficas restringidas a anlisis descriptivos: el positivismo la acerc a las primeras, el idealismo y la crisis de la Modernidad la ponen en el mismo nivel de todas las disciplinas que estudian la sociedad humana, diacrnica y sincrnicamente. 16 No faltan por supuesto raros casos de adelanto, como el de Ercilla que quiere y lo declara en su texto rescatar del olvido precisamente lo que la historia oficial haba relegado al olvido: No pongo su proceso en esta historia que dl la general har memoria (La Araucana, canto XIII). Igualmente, no podemos atribuir a este texto una conciencia historiogrfica impropia inexistente en los siglos coloniales.

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rias parciales (de la mentalidad, de la religin, del derecho, de la cultura material, de las mujeres, de los usos alimenticios y las costumbres sexuales), de las micro-historias (de ciudades, comunidades, etnias), de los escritos autorreferenciales y testimoniales, etc. Si bien con un parntesis en los aos 60 (el auge del estructuralismo que ambicionaba a una ciencia objetiva y sistemtica en todos los campos, desde la lingstica a la historiografa: la estructura antes y encima de los hombres) ya a partir de los 80 la historiografa ha recompuesto su mbito de investigacin confiando nuevamente y con mayor fuerza un papel a lo humano en el acontecer histrico: poner al hombre en el centro, a todo hombre, destronizar a los protagonistas los vencedores y recuperar, con ms libertad y creatividad, todo lo que la Historia oficial y la novela histrica clsica, y tambin las ambiciones de objetividad del estructuralismo, haban borrado y marginalizado. Se ha hecho cada vez ms narrativa y menos estrictamente documental; ha reconocido que la Historia es accesible slo a travs de un texto narrativo que permita contar la historia y se ha puesto casi en competencia con la narrativa histrica. Hayde White en su Metahistory (1973) y Jacques Le Goff17 son, entre los historiadores, los que afirman ms decididamente que la escritura de la historia, bajo cualquier forma,
17 Muy interesante es su discurso de aceptacin de la Laurea honoris causa otorgada por la Universidad La Sapienza de Roma en 2000, en el que resume la historia de los Annales y la apuesta por una antropologia storica raggruppante storia, sociologia e antropologia animate dalla ricerca e la spiegazione del cambiamento delle societ nel tempo su tutti i piani. [...] La storia deve ritrovare un oggetto sintetico e spezzare la catastrofica frammentazione in storia politica, sociale, economica, culturale, storia dellarte, del diritto, eccetera (Le Goff 2000). Es cierto que esto, ahora, parece una utopa: estamos en el momento de la necesaria deconstruccin de la Historia monoltica e imperialista, luego vendr la reconstruccin.

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necesita s referentes concretos, pero tambin su narracin y su explicacin, lo que hace que el discurso historiogrfico tenga mucho parecido con la narrativa histrica. Hoy todos estamos convencidos, aunque no olvidemos que es conquista cultural muy reciente, de que no existe la Verdad, que hay (casi) tantas verdades como hombres, y que la vista transmite al cerebro no la escueta imagen fsica, sino su elaboracin e interpretacin cultural; adems, cualquier acaecimiento al volverse discurso se ficcionaliza, es decir que viene narrado a travs del filtro de la cosmovisin del sujeto que ve e interpreta: el concepto de verdad ha perdido su valor ontolgico y absoluto y se entiende como una categora pragmtica y relativa a los marcos culturales, a los tipos de discursos y a los sistemas de creencias vigentes (Fernndez Prieto 1998: 34). Por otra parte, en estos aos La propia historia se ha visto obligada a aceptar la disidencia en su seno: las otras historias posibles, el revisionismo histrico como alternativa a la historia dominante, la versin individual frente a la oficial (Ansa 2003: 48-49). Se impone definitivamente la idea de que la Historiografa no reproduce la realidad, sino que la construye, y que siendo una operacin cultural es decididamente producto de un sujeto y de su contexto, es decir, va modificando la interpretacin a medida que cambian perjuicios y tabes, reglas sociales y mentalidades (Riccio 1985: 480). De un extremo a otro hay un sinfn de matices que otorgan mayor o menor relevancia al hecho o al documento que lo atestigua: es decir, existe el hecho antes de que alguien lo cuente?, el hecho histrico es previo o consecuencia de la construccin narrativa que lo relata?, hay diferencias sustanciales entre el discurso historiogrfico y el narrativo que partan de los mismos documentos? Deja-

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mos naturalmente estas disquisiciones de filosofa de la historia porque nos tocan slo parcialmente, y es suficiente haberlas indicado. Lo que nos interesa subrayar ahora es que la historia nunca es inocente y que cualquier construccin narrativa basada sobre documentos y hechos averiguables nace de y lleva a un proyecto poltico y a un modelo de nacin y de identidad. Como afirma Foucault, el documento es tambin monumento: expresa el poder social del pasado al constituir una memoria de los hechos y as expandir ese poder hacia el futuro (Calabrese 1994: 55-56). 1.4. Historiografa y Literatura Podemos decir que en Amrica Latina textos ficcionales y textos referenciales han nacido conjuntamente, siendo las primeras crnicas textos hbridos, de funcin y recepcin historiogrfica y vocacin y realizacin literaria (los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, los Naufragios de Nez Cabeza de Vaca) (Pupo Walker 1982). Si entonces esta transdisciplinaridad pas desatendida, o fue interpretada como consecuencia inevitable de la nueva condicin que vivan los cronistas la nueva familia textual (Mignolo 1982: 58) de las crnicas y relaciones de Indias en las ltimas dcadas del siglo XX ha sido reconocida como propia de cualquier discurso: la escritura de la Historia se basa s sobre referentes concretos, pero los narra y explica, segn las mismas prcticas narrativas de los dems discursos (delimitacin de un objeto, [...] establecimiento de un principio y un final, [...] diseo de una secuencia de casualidad, [...] eleccin de una perspectiva y de un narrador, [...] seleccin, ordenamiento y jerarquizacin de los materiales, [...] modalizacin

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lingstica, [...] manejo de recursos como la intriga, la elipsis, la dosificacin de informacin, la ambigedad (Pacheco 1997: 75), lo que hace que el discurso historiogrfico tenga mucho parecido con la narrativa histrica. En caso contrario, sin estas intervenciones del narrador, no habra narracin, sino episodios y retratos sueltos sin ninguna relacin entre s, mientras que tanto el discurso historiogrfico como el literario narrativo dan un sentido coherente y consecuencial a lo que narran: lo interpretan. Con estas adquisiciones hermenuticas nuevas, ha sido posible releer los textos historiogrficos del Descubrimiento como textos que inventaron Amrica encontrando en ella lo que Europa estaba buscando: Beatriz Pastor habla expresamente de
ficcionalizacin para calificar la suma de los procesos de deformacin a que se ve sometida la realidad americana en el contexto del discurso narrativo de Cristbal Coln [] puesto que la caracterizacin de la realidad americana [] tiene como resultado una creacin verbal mucho ms prxima a la ficcin que a la realidad que pretende fielmente representar (Pastor 1983: 105).

Las mentiras de la historia del Descubrimiento y de la Conquista se haban expresado antes en las crnicas y luego en las novelas histricas clsicas, que generalmente haban sido una verdadera epopeya del colonialismo europeo, o una crtica a aspectos parciales del mismo: ahora, en la segunda mitad del XX, para descolonizarse, se necesita subvertir aquel discurso desde sus mismas entraas utilizando, si es necesario, adems de su propia voz y su propia tradicin alternativa, hbrida, los recursos y las adquisiciones de las nuevas historiografas y literaturas europeas: re-escribir
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la historia de la Conquista y la Colonia desmantelando el discurso que los vencedores haban construido a travs de crnicas, textos historiogrficos y novelas histricas tradicionales, que hoy diramos orgnicas al sistema. Adems,
si nos atenemos a la ndole discursiva y no sustancial, de ambas categoras (historia y ficcin) el enfoque sufre un giro radical, por cuanto ambos modos discursivos tienen en comn el hecho de ser relatos constituyendo una estructura significante narrativa... En tanto relato, el discurso histrico es una elaboracin de los datos que provee la mera crnica18. Es decir, que no se limita a enhebrar hechos sucesivos sino que los organiza, selecciona e interpreta, efectuando un recorte metodolgico sobre una masa contextual de datos... As consideradas, tanto la ficcin narrativa cuanto la historia se nos aparecen como discursos que sustentan una ilusin de referencialidad, ya que toda construccin simblica producida en y por el lenguaje apunta a aquello que interpretamos a partir de nuestra experiencia codificada... Esta comparacin no pretende negar a la historia su carcter verdico, pero pone de manifiesto su ndole interpretativa e ideolgica (Calabrese 1994: 53-54).

Podemos afirmar que historiografa y narrativa histrica utilizan la misma materia (hechos acaecidos y los textos del pasado que los cuentan) y el mismo medio (el discurso), naturalmente con modalidades diferentes: los historiadores establecen con el lector un pacto referencial, es decir le
18 Mientras las crnicas son abiertas en los extremos, es decir que empiezan simplemente cuando el cronista comienza a registrar los hechos, los relatos se estructuran en secuencias que marcan motivos inaugurales, otras que definen hechos de transicin y, finalmente, aqullas que indican los sucesos finales. El relato tiene, entonces, una organizacin, una ordenacin de los hechos que se premedita para darle esa categora de proceso (Bueno 1994: 82).

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reconocen el derecho de verificacin de lo dicho y se obligan a la puntualidad de los datos histricos y a la exactitud de los documentos citados, mientras que el pacto del escritor con su lector es de tipo mixto referencial-ficcional (casipragmtico lo llama Stierle: 1987) y, por lo menos en la novela histrica tradicional, el autor respetar el pacto referencial cuando se trate de personajes histricos en la vida pblica, mientras que tendr total libertad con los personajes de ficcin y con la vida privada de los histricos, siempre sin contradecir la Historia conocida y documentada19. Lo que determina la diferencia es, por una parte, la intencin del autor y el pacto que estipula con el lector al cual debera mantenerse fiel a lo largo del texto y que hace manifiesto a travs de una serie de recursos, como el paratexto, el uso de la primera o tercera persona, la mayor o menor distancia temporal y emotiva que instaura, el margen de dudas o casualidades que insina en el lector, la presencia y la veracidad documentable de aquellos efectos de realidad que jalonan la novela, y son constitutivos de la Historia (documentos, citas textuales, nombres y datos etc.). Lo que vara en este continuum desde el hecho a su ficcionalizacin declarada es la cantidad y la calidad de intervenciones de quien narra, y de cmo lo narra: desde una hipottica neutralidad que reduce al mnimo las intervenciones tampo19 Es un equvoco pensar que la novela histrica sea una forma de divulgacin historiogrfica. Esto puede valer en parte con la novela histrica tradicional, que divulga una u otra versin (docere et delectare) presentndola como objetiva mientras que la nueva novela histrica, al contrario, problematiza los conocimientos consolidados, destruye prejuicios, insina dudas y perplejidades, no repite sino crea. En la actualidad siguen escribindose, y con mucho xito, novelas histricas tradicionales que banalizan las problemticas presentadas, repiten esquemas sentimentales y romnticos: es ya un gnero de consumo, con alta codificacin.

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co el escribano medieval era sin pecado que se traduce en el grado cero de la escritura, hasta la declarada y explcita manipulacin del escritor contemporneo: El material histrico de la novela histrica es un material previamente discursivizado o textualizado en el discurso historiogrfico o en documentos. En este sentido, las novelas histricas, al trabajar con las Historia documentada o textualizada, no se constituyen en una representacin discursiva de los hechos histricos sino de las versiones de los mismos (Pons 1996: 66). La novela histrica nace y tiene sus momentos de difusin y xito en la contingencia de grandes cambios sociohistricos: los historiadores piden ayuda a los escritores y se alan con ellos para dar una interpretacin de esos cambios, construir la Historia oficial e imprimir la huella de los vencedores en la formacin o modificacin de la identidad nacional, dirigir la opinin pblica en vista de posibles cambios futuros. Para los latinoamericanos de la primera mitad del siglo XIX es evidente que haberse liberado del juego poltico y militar de la metrpolis no signific haberse liberado de todo el ropaje colonial y del discurso que con enfoques y cnones eurocntricos haba construido la imagen y la historia del continente, y por lo tanto su tarea ser la de inventar las identidades nacionales, contribuir a transformar la mentalidad colonial en conciencia nacional: el escritor puede, a travs de las novelas histricas (gnero recin nacido en Europa) dar su importante contribucin a imponer uno u otro modelo de nacin, eligiendo los momentos fundacionales de la[s] identidad[es] americana[s], hroes y antihroes etc. La nueva historiografa, nacida en Europa en los aos 20, y re-nacida en las ltimas dcadas del siglo XX bajo los aus-

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picios de la Posmodernidad, coincidiendo con el trayecto descolonizador latinoamericano, ha dado sus mejores frutos en Amrica Latina, alindose con la nueva novela histrica, al punto que, con un discurso una vez ms eurocntrico, se han aplicado tambin a la nueva novela histrica latinoamericana los mismos parmetros crticos y hermenuticos de la Posmodernidad europea:
Esta es la caracterstica ms importante de la nueva novela histrica latinoamericana: buscar entre las ruinas de una historia desmantelada al individuo perdido detrs de los acontecimientos, descubrir y ensalzar al ser humano en su dimensin ms autntica, aunque parezca inventado, aunque en definitiva lo sea (Ainsa 1991: 82-85).

La nueva historiografa y, sobre todo, la nueva novela histrica, tienen un papel neo-fundacional: El arte da vida a lo que la historia ha asesinado. El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia (Fuentes 1976: 82). Los mbitos en los que se puede desarrollar satisfactoriamente esta tarea son varios: la imagen de las poblaciones indgenas que en la historiografa oficial se haba detenido en la etapa arqueolgica de lo precolombino, y slo la moderna literatura etnogrfica ha logrado, a travs de un trabajo paciente e imaginativo, reducir esa zona [de oscuridad de siglos] y reconstruir, para algunas subsociedades y unos perodos relativamente largos, esa otra historia (Lienhard 1990: 15), y los que hemos elegido como temas de nuestros estudios: el Descubrimiento (del Ro de la Plata) y la Conquista (de Mxico), eventos y modalidades cuyas interpretaciones desde siempre han sido condicionadas por un marcado signo ideolgico.
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En el momento de la emergencia del pueblo y de la afirmacin de la clase burguesa en los siglos XVIII y XIX, historiadores y escritores haban coincidido en la creacin de las identidades nacionales e del concepto de nacin; en el momento del desmoronamiento del sistema capitalista burgus y del mundo de la Modernidad, vuelven a coincidir, pero en este caso en la de-construccin de aquella Historia que ellos mismos haban creado y en la re-construccin de una nueva Historia. 1.5. Novela histrica tradicional Ms que otros gneros, la novela histrica refleja la conciencia histrica del tiempo del escritor y, por lo tanto, propone una lectura de la Historia Oficial interpretada desde el presente. Adems,
las relaciones entre historia y ficcin son histricas en s: cambian con el tiempo y con los distintos paradigmas, gneros y/o modalidades discursivas dominantes [...] Los discursos de la nacin, la literatura y la historia estn entrelazados por medio de mltiples conexiones que adquieren caractersticas especficas y temporalmente determinadas: la historia usa modelos literarios y una de las principales preocupaciones de la historiografa es la formacin de la nacin; la nacin se concibe en los trminos ideolgicos e histricos del proyecto liberal y se imagina, sobre todo, a travs de la literatura; y la literatura, a su vez, se vuelve tanto histrica (e historicista) como nacional (Unzueta 1996: 13).

As nace el gnero en Europa, por una serie de motivaciones convergentes relacionadas con este proyecto liberal: la Revolucin Francesa, las guerras napolenicas y antinapolenicas haban confirmado la fuerza econmica y poltica
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de la burguesa que se haba adueado del Poder20 y al mismo tiempo haban favorecido un sentido de participacin del pueblo a la idea de nacin provocando el surgimiento de un sentimiento nacional o incipiente nacionalismo. Es decir, el gnero nace para responder a una necesidad de la clase burguesa, en el momento de grandes cambios, y las novelas histricas se convierten en
campos de batalla donde se enfrentan lo nuevo y lo viejo, lo emergente y lo caduco, lo dominado y lo dominante, lo nacional y lo extranjero, lo utpico y lo atvico [...] no es la contienda csmica entre el Bien y el Mal es decir, el enfrentamiento entre esencias atemporales lo que la novela histrica representa, sino el drama del cambio social y la temporalidad humana (Elmore 1997: 30).

Algo similar pasa en Amrica Latina con las Guerras de Independencia y el desmoronamiento del Imperio: tambin la novela histrica latinoamericana sera, por lo tanto, expresin del proyecto poltico de la burguesa segn la lnea trazada por Lukacs, a quien responde como un eco No Jitrik afirmando que, en el siglo XIX como en el XX, la novela histrica nace, se modifica y reubica en consecuencia de grandes cambios sociohistricos por los cuales puede pasar de forma residual a emergente o viceversa. Fenmeno aun ms radical en Amrica, donde se tuvo que inventar hasta los nombres de las naciones, antes partes indistintas de los virreinatos, lo cual por un lado hace problemtico el concepto de nacin como se entenda en Europa, y por otra parte con ms urgencia pide a sus intelec20 De estas conquistas, naturalmente, quedaban fuera tanto el Cuarto estado francs como los indios y marginados americanos, y generalmente quedaron fuera tambin de la novela histrica, excepto, como veremos, muy pocos casos.

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tuales que concurran a la formacin casi desde cero del sentimiento nacional. Muy tempranamente, Bolvar en el Discurso de Angostura haba sintetizado esta indita condicin:
No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborgenes y los espaoles. Americanos por nacimiento, y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los ttulos de posesin y de mantenernos en el pas que nos vio nacer, contra la invasin de los invasores (Bolvar 1819: web).

Como consecuencia de esta doble identidad que equivale a falta de identidad y de las contradictorias modalidades del proceso de independizacin, encontramos el rechazo del pasado colonial espaol, pero no de la herencia europea: en teora han sido guerras descolonizadoras, es decir que su objetivo era el de rechazar la dependencia de la metrpolis y afirmar la autonoma y la autogestin americana, pero se hicieron no en nombre del elemento autctono sino de la burguesa criolla, que buscaba la independencia econmica y poltica pero al mismo tiempo se senta parte de Europa y nunca quiso renunciar a su occidentalidad; como ha escrito Miguel Rojas Mix, el hispanoamericano de la Independencia
de paso descubre al indio, al mulato y al negro. Rehace su historia y se descubre l mismo en cuanto criollo. Pues esta literatura es la literatura de una clase. Es ella la que escribe, ella la que habla de Hispanoamrica. El primer hispanoamericanismo es una identidad criolla (Rojas Mix 1993: 62).

Esa misma clase burguesa necesita escribir ahora su propia historia, buscando en el pasado los mitos, los hroes, las razones de una identidad nacional todava en cierne. Una
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burguesa criolla que goza del mismo clima histrico-cultural de la burguesa europea: fe en el progreso cientfico y tecnolgico, en el proyecto histrico poltico de la emancipacin humana y en la certidumbre acerca de la superioridad absoluta del modelo cultural de Occidente. A pesar de la reciente independencia y del sentimento de rencor hacia la ex-madre patria, sigue sintindose parte del Occidente y confa en que sus propios males sean consecuencia de la mala administracin borbnica que se podrn subsanar gracias a la fuerza de las jvenes repblicas. Y si en Europa, la nueva clase en el poder busc en la Edad Media el origen de las nuevas naciones que iban surgiendo, naturalmente los criollos americanos no pudieron ir ms all del Descubrimiento y la Conquista, la poca flgida del imperio espaol, aunque reconociendo violencias y usurpaciones, cuando no genocidios, pero confiando siempre en un sano y glorioso porvenir occidental. Esto determina en mxima parte el rechazo del pasado prehispnico, pero no falta, sobre todo en contextos de fuerte presencia indgena o mestiza, la exaltacin de personajes histricos nativos (Xicotncatl) en contraposicin a la crueldad de la conquista y a la ineficiencia y corrupcin de la colonia. En otros contextos, al Mal la colonia se le puede oponer un Bien constituido por criollos buenos, y hasta por enemigos tradicionales de Espaa, como los piratas ingleses (La novia del hereje de Vicente Fidel Lpez, 1854). Cualquiera que sea la identificacin del Bien y del Mal, con la Independencia no desaparece la visin eurocntrica, en sus diversas variantes pero todas con aspiraciones totalizadoras y omnicomprensivas:
La concepcin positivista, la concepcin romntico-nacionalista y la concepcin marxista surgen como teoras omnicomprensivas de la sociedad, vinculadas a una visin particular 60

del proceso histrico, a una filosofa de la historia, la cual se convierte en fundamento de la consideracin cientfica de los procesos histrico-sociales (Yturbe 1993: 218).

Con estos presupuestos las novelas histricas hispanoamericanas, aun de escritores liberales y progresistas, no pudieron sino recalcar este esquema: la colonizacin y la evangelizacin como necesidades de la Historia y de la Divina Providencia para imponer la nica Civilizacin y la nica Religin, y las Guerras de Independencia como necesaria lucha contra los desvos injusticias, violencias, abusos del Poder civil, militar y religioso de la poca de la Colonia, y afirmacin de la mayora de edad de los criollos pertenecientes a la cultura dominante, occidental que tienen que emanciparse de la lejana y atrasada madre-patria, sin nunca desconocer el papel civilizador de la Conquista. Esta idea de nacin proyectada hacia el futuro, desprendida de la historia colonial sentida como negativa, va construyndose gracias a la produccin textual (peridicos, historiografa, literatura, msica, himnos nacionales etc.) (Unzueta 1996: 20) y por eso se puede entender el gran afn de intelectuales criollos comprometidos en esta tarea. Realizada la Independencia poltica, hay que realizar una cultura, una literatura, una gramtica y una filosofa americanas (Zea 1949: 35) que seleccionen del pasado el legado positivo y borren el negativo:
Las gestas libertadoras y algunos hechos del pasado colonial que las anticiparon, comenzaron a ser rescatados y ordenados en relacin con un proyecto que implicaba, inevitablemente, el repudio de ciertos elementos valorativos que haban constituido el esquema axiolgico de la colonia espaola, pero que no fue y no pudo ser nunca un rechazo total de los mismos (Roig 1981: 62-63). 61

Naturalmente no se puede indicar una nica episteme para toda la clase dirigente criolla latinoamericana: demasiadas son las diferencias entre las diversas regiones americanas (bastara pensar en la reparticin de Darcy Ribeiro en Pueblos testimonio, nuevos y trasplantados) para teorizar un nico modelo de origen de la nacin y de nacin, una solucin unvoca a los enfrentamientos entre Bien y Mal, Civilizacin y Barbarie, que sustentan la trama de cualquier mito fundacional, romance o novela histrica, oponiendo al hroe su contrario, idealizndolo y consignndole las ltimas posibilidades de sentido pico en cuanto representante no de un destino individual sino de la sociedad entera21. Sera ste uno de los caracteres del romance en la terminologa anglosajona y que podemos trasladar a la novela histrica: en estos textos la sociedad se representa en trminos antinmicos cuyos ejes estn determinados por los valores ticos de un grupo o sociedad, valores ticos que no son sino la forma aparentemente universal y ahistrica que asume la ideologa dominante, que en el momento en que configura a sus hroes necesita tambin fijar al enemigo como radicalmente diferente (otro)22. Por otra parte Andrs Bello, uno de los Padres de la identidad americana, en El repertorio americano (1826), confa al intelectual una tarea difcil y de gran responsabilidad: establecer el culto de la moral; conservar los nombres y las condiciones que figuran en nuestra historia; asignndoles un lugar en la memoria del tiempo (Franco 1975: 57).
21 As se dirigir a Xicotncatl, el hroe de las novelas que analizaremos ms adelante, un antiguo enemigo suyo: Tu patria no es ya Tlaxcala: la humanidad reclama tus servicios y un mundo entero te seala como a su libertador (Annimo 1964: 138). 22 Cfr. las interesantes consideraciones sobre el romance, la historia, las fbulas fundacionales y la novela histrica de Unzueta 1996: 75-76 y 82-85.

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Se puede decir que es el discurso historiogrfico que hace la Historia23, y la alianza entre ste y la novela histrica24 (por lo menos hasta cuando el intelectual estuvo involucrado, si bien en forma crtica, en la ideologa dominante) ha dado buenos frutos, es decir que el discurso ficcional ha legitimado una situacin de hegemona/sumisin, o a menudo ha criticado una situacin dada, sin por eso cuestionar el poder hegemnico que aquella situacin representa (en el caso de latinoamrica, muchos discursos disidentes sobre la Conquista cabran en esta casilla, desde Garcilaso el Inca y Guaman Poma de Ayala a Simn Bolvar):
Ninguno de aquellos intentos de liberacin de Amrica de la soberana espaola contempla la liberacin del indgena de la explotacin a la que se vea sometido. Las rebeliones del siglo XV, desde Gonzalo Pizarro hasta Lope de Aguirre, expresaban una defensa de los intereses de la clase de los encomenderos, que pasaba por un proyecto de emancipacin americana (Pastor 1983: 465).

23 En Amrica esto es an ms evidente, ya que las crnicas hacen una Historia a la europea: la revelacin [de la realidad americana] en los relatos y descripciones de Coln fue con demasiada frecuencia una ficcionalizacin que se ajustaba a los trminos de las formulaciones de modelos anteriores y ajenos a ella [...] desde el momento mismo del descubrimiento, Coln no dedic sus facultades a ver y conocer la realidad concreta del Nuevo Mundo sino a seleccionar e interpretar cada uno de sus elementos de modo que le fuera posible identificar las tierras recin descubiertas con el modelo imaginario de las que l estaba destinado a descubrir [...] Coln no est informando sino ficcionalizando (Pastor 1983: 47). 24 Podemos recordar otros elementos que concurren a la formacin de las identidades nacionales, lo que las ciencias polticas llaman nation-building: proliferacin de estatuas y monumentos, la musealizacin de ciertos objetos y no otros, las fiestas patriticas, los programas y los libros escolares, etc. (Bors 2010: 226-231).

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Pero tambin es verdad que, desde sus mismos inicios, en la literatura latinoamericana se insina lo otro, esta faceta de lo americano que estorba la idea de progreso y de nacionalidad propia de la ideologa burguesa. Ya desde el nacimiento de Amrica Latina el nombre, aunque sucesivo, estigmatiza esta hibridizacin el tradicional objeto de la investigacin que hoy llamaramos antropolgica ha tendido a transformarse en sujeto gracias al lugar cntrico dejado a los informantes y a la relativa baja manipulacin del discurso por parte de algunos editores: Si bien numerosos testimonios antropolgicos antiguos o modernos no pasan de manipulaciones polticas ms o menos evidentes de las voces nativas, otros se distinguen por el papel verdaderamente central que logran desempear los informantes a lo largo del proceso de produccin de los textos (Lienhard 1999: 291). Pero aun as, aun reconociendo esas formas de resistencia y autenticidad indgenas, no podemos caer en la trampa de ver su voz y su mensaje en cualquier obra que defienda sus intereses concretos: como veremos en Xicotncatl, a menudo es el escritor europeo quien se aduea de su voz para lanzar sus ataques al sistema colonial espaol, feudal e inquisitorial. Los criollos la clase que impulsa el movimiento emancipador de la Independencia son parte integrante del sistema y de la cultura occidental a la cual no pueden ni quieren renunciar: se encuentran en la difcil situacin que, si quieren afirmarse a s mismos, tienen que matar al padre-Espaa lo que equivaldra a matarse a s mismos, o reconocerse parte de una otredad indgena que los aterroriza: esto explica el amplio abanico de soluciones narrativas y de matices ideolgicos con los que cada autor intenta dar su contribucin a la edificacin de su nacin.

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Por las razones ya enunciadas, esa produccin narrativa se inserta en la tradicin occidental
con su juego de oposiciones entre los opresores y los oprimidos, los poderosos y los desposedos, el centro y la periferia, la civilizacin y la barbarie [...] reforza[ndo] el sistema binario de categorizaciones vigente en los aparatos metropolitanos de produccin del saber (Castro Gmez 1999: 87).

Es decir, aun cuando se pusieran en escena indios buenos y blancos malos, era siempre la mirada europea la que focalizaba la situacin, si bien con su mala conciencia de colonizador, que simplemente daba vuelta al sistema binario, intercambiando los roles. En muchas ocasiones, como en las mejores denuncias contemporneas a los hechos, desde Bartolom de las Casas hasta Guaman Poma de Ayala, se condena no la empresa colonizadora en s, empresa inscrita en los designios de la Divina Providencia, sino la mediacin espaola, que los ha hecho herederos de los mismos males que asolan la Pennsula, el atraso con respecto a la Modernidad industrializada, laica y empresarial:
Bello, Sarmiento, Bolvar, Alberdi, Jurez representan el surgimiento de un pensamiento fundador de las nacionalidades y observan crticamente el pasado colonial. Los pensadores independentistas ven el pasado colonial, bajo el imperio espaol, como el dominio de un imperio enemigo de la Modernidad, opuesto a ella. Para Sarmiento, Espaa representaba a las fuerzas culturales movilizadas en el Medioevo: el poder de la monarqua catlica absolutista. Espaa era antimoderna, una parte brbara de Europa (Prez 1999: 201).

La mayora de las novelas histricas del siglo XIX hispanoamericano se ajustan a esta ideologa y la legitiman pero,
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segn la nacin de origen, su condicin tnica y su microhistoria, proponen modelos diferentes de nacin, de hroes y antihroes. Varios ejemplos apuntan en contra del poder inquisitorial, verdadero enemigo de cualquier modernidad y de la libertad (de religin, pensamiento, comercio etc.). Arquetipo de este subgnero25 es La novia del hereje o La Inquisicin en Lima (1846-1854) del argentino Vicente Fidel Lpez, un alegato en contra de la Espaa inquisitorial ficcionalizado a travs de una historia de amor entre una pareja de distinta religin relatada por un narrador claramente liberal y anticlerical, gran admirador de Inglaterra, que utiliza en gran medida la historiografa inglesa y adopta su punto de vista. Quizs sean una ya fuerte influencia anglosajona en la regin del Plata y la misma conformacin tnica de Argentina, sin un pasado prehispnico fuerte al cual inspirarse para elegir hroes alternativos, los que empujan a buscar el Bien fuera del mbito regional: en este caso la historia se localiza en la Lima colonial, en 1578, que entonces era no slo la capital de gran parte de la Amrica Meridional, sino tambin el centro donde ms activo era el Santo Oficio y por lo tanto ms fuerte la opresin inquisitorial, y los hroes son el pirata Francis Drake y sus aclitos, que oponen a la rgida jerarqua, al conservadurismo, a la necedad e ineptitud de la colonia espaola, los principios liberales de procedencia anglosajona en el mbito econmico, poltico, social y religioso. Para conde25 Manuel Bilbao (Chile, 1829-1895) en Lima escribe y publica El Inquisidor Mayor. Historia de unos amores (1852) donde novela los horrores de los tribunales inquisitoriales en la Lima colonial. Tambin en Mxico el tribunal inquisitorial ha hecho muchas vctimas, y esto llega a ser uno de los elementos negativos de la colonia, por ejemplo, en La hija del hereje, de Justo Sierra OReilly (1814-1861) publicada por entregas en el folletn de El Fnix (1848-1850).

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nar a la Espaa imperial, inquisitorial y antimoderna, a falta de hroes autctonos, se puede acudir a un antiguo enemigo ensalzndolo como defensor de la libertad de comercio y de religin en oposicin a la Inquisicin que persigue a la catlica Mara por sus relacin con el hereje Henderson: el pirata violento y despiadado de la historiografa espaola es, en la historiografa inglesa y en la obra del argentino, autor de gigantescas hazaas, como gloriosos pasos de la humanidad en el camino de la civilizacin y del conocimiento del globo (Lpez 1917: 299). En una importante Carta-Prlogo, el autor expresa la estrecha relacin entre discurso ideolgico y discurso narrativo ya que, para narrar la lucha que la raza espaola sostena en el tiempo de la conquista, contra las novedades que agitaban al mundo cristiano y preparaban los nuevos rasgos de la civilizacin actual (Lpez 1917: 17), hay que escribir novelas histricas con extremo respeto de los hechos histricos y de la vida pblica de los personajes ficcionalizados, y fantasa en la narracin de la vida familiar, que debe confirmar los principios ideolgicos proclamados en pblico:
Como la verdad es que al lado de la vida histrica ha existido la vida familiar, as como todo hombre que ha dejado recuerdos ha tenido un rostro, el novelista hbil puede reproducir con su imaginacin la parte perdida creando libremente la vida familiar y sujetndose estrictamente a la vida histrica en las combinaciones que haga de una y otra para reproducir la verdad completa (Lpez 1917: 19).

Sera esto de la piratera un metagnero novelstico (Varela Jcome 1993: 91-133) surgido del imaginario romntico (los piratas de Lord Byron y Espronceda), pero que bien encaja con la situacin histrica hispanoamericana: si
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los corsarios franceses, ingleses y holandeses en los siglos XVI y XVII eran los enemigos principales del imperio espaol y de sus ganancias, ahora en la reformulacin de un modelo de nacin moderna y liberal pueden asumir el rol de hroes positivos. Es el caso de Inglaterra la enemiga histrica de la Espaa imperial, que adems haba intervenido diplomtica y militarmente en la subdivisin territorial del Ro de la Plata. En Soledad (1847), del tambin argentino Bartolom Mitre, hay otra posibilidad, sta toda interna a la colonia: la oposicin entre criollos conservadores y contrarios a cualquier cambio, dispuestos a todas las maldades para conservar el status quo y sus privilegios, y la nueva generacin de liberales, generosos y leales. Soledad, casada con un viejo espaol del ancient regime, tentada por un joven vividor sin escrpulos, a punto de caer viene salvada por un primo suyo recin regresado de las guerras de independencia y smbolo de las fuerzas nuevas y del progreso. Si bien no aparecen en primer trmino acontecimientos histricos, sino slo alusiones a las batallas del Alto Per que llevaran a la independencia de Bolivia (1826), la vida de los protagonistas est condicionada por estos eventos, cuyos marcos histricos estn bien determinados. Adems, la actuacin de los personajes, tambin en la vida privada, es consecuente siempre a su postura poltica. En el prlogo, el autor sintetiza la misin que confa al gnero narrativo que, si bien no llama histrico, tiene todos los caracteres que hemos indicado arriba:
La novela populariza nuestra historia echando mano de los sucesos de la conquista, de la poca colonial y de los recuerdos de la guerra de Independencia. Como Cooper en su Puritano y el Espa, pintara las costumbres originales y desconocidas de los diversos pueblos de este continente, que tanto se prestan a ser poetizadas, y hara conocer nues-

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tras sociedades tan profundamente agitadas por la desgracia, con tantos vicios y tan grandes virtudes, representndolas en el momento de su transformacin, cuando la crislida se transforma en brillante mariposa (Mitre 1847: 3).

En el cercano Uruguay pasa algo ligeramente diferente en la superficie, no en el discurso de base. Abayub. Novela histrica (1873) de Florencio Escard y Tabar (1886) de Juan Zorrilla de San Martn son obras de la literatura uruguaya del siglo XIX precozmente indigenistas, caso excepcional en el Ro de la Plata aunque no en las regiones de pueblos testimonio. En estas ltimas, la presencia del indio era inevitable y apremiante, mientras que, en las blancas regiones rioplatenses, el indio o era el enemigo confinado en las reservas (y, por lo tanto, despreciable) o, supuestamente desaparecido, poda ser invocado nostlgicamente como raz y modelo. Esto es lo que hace Escard, en una postura revisionista de gran modernidad que no trata al indio como buen salvaje, vctima de la violencia blanca, visin maniquea y de matriz europea, sino que asume el punto de vista y el enfoque historiogrfico indgenas y condena rotundamente no slo algunos episodios sino la conquista en s: Conozco esa historia: he aqu lo que nos trae el estrangero, sangre, ruina, desgracia (Rossiello 1996: 24). En un prrafo metanarrativo muy sugerente, invierte la dicotoma sarmientina lanzando una terrible autoacusacin:
El dictado de salvajes y brbaros, perros infieles, etc., con que algunos historiadores los han clasificado, es injusto si se mira con raciocinio, pues muchos han lanzado el epteto sin conocer sus costumbres. [En cambio, en] la defensa de la patria indjena el herosmo de sus hijos no ha alcanzado ese ttulo [grabar en letras de oro en la historia el nombre de los hroes]; cuantos ms hroes y patriotas fueron, mas brbaros y salvajes los juzg el mundo! (Rossiello 1996: 22). 69

Llaman la atencin los diferentes papeles asignados al indio26 en la construccin de las identidades uruguaya y argentina: hroe injusta y trgicamente destinado a la derrota en Uruguay, brbaro salvaje o vaco histrico en las novelas argentinas. Es suficiente confrontar algunas declaraciones de los padres de las respectivas naciones, para darse cuenta del proyecto de nacin que con sus actos y declaraciones queran imponer: Artigas, el hroe nacional uruguayo, ya en 1815, en la Carta al Gobernador de Corrientes, deseaba que
los indios, en sus pueblos, se gobiernen por s, para que cuiden de sus intereses como nosotros de los nuestros. As experimentarn la felicidad prctica y saldrn de aquel estado de aniquilamiento a que los sujeta la desgracia. Recordemos que ellos tienen el principal derecho, y que sera una desgracia vergonzosa, para nosotros, mantenerlos en aquella exclusin vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser Indianos (Artigas 1970: 109).

Es verdad que con la derrota de Artigas termina tambin la poltica filoindianista del joven Uruguay: en efecto sus primeros presidentes lanzan las campaas de exterminio (Fructuoso y Bernab Rivera, 1831-1835), consiguiendo casi totalmente sus propsitos, as que el indio, una vez desaparecido, como el gaucho, puede imponerse como hroe de papel, como nostalgia de un posible pasado mtico, como contracanto a la falta de pasado y al caos e indeterminacin
26 Las condiciones etno-socio-histricas entre Argentina y Uruguay en este mbito difieren notablemente ya que los indgenas, desaparecidos del Uruguay, en Argentina siguieron siendo una presencia marginal geogrfica y numricamente pero acuciante, por lo menos hasta la Campaa del Desierto de 1879.

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del presente. Es la ausencia en tiempos recientes, hasta se ha puesto en el Prado montevideano la estatua a los ltimos cuatro charras llevados a Pars para la Exposicin Universal y luego desaparecidos en la civilizada Europa la que permite la mitificacin, acrecentada quizs por cierto sentimiento de culpabilidad y de vergenza en un pas donde los indios ya no estn, pero que viven en tanto memoria constitutiva de la identidad uruguaya, en tanto contenido ideal, mtico, a travs de lo que ellos representaron (Rodrguez Villamil 1996: 212). Muchas voces uruguayas an hoy aconsejan no olvidar el origen indio:
Amrica Latina es un crisol de culturas y etnias autctonas, europeas y africanas, aunque entre nosotros, localmente, Bernab y sus pares hayan buscado a su manera la solucin final con el genocidio indgena [...] Siempre vivimos, es obvio, la historia de los triunfadores de la historia, pero otra la acompaa, como la sombra al cuerpo, y conviene, cuando se puede, no ignorarla (Viar 1992: 39)27.

Las recuperaciones del indio y de Artigas operadas por la historiografa oriental aparecen ntimamente conexas precisamente en funcin anti-argentina: Artigas, que haba defendido la marginalidad del indio en la nueva sociedad criolla para que pudiera conservar su cultura y sus tradiciones, fue a su vez marginalizado y criticado por quien, junto al indio, quera que desaparecieran la autonoma y la identidad uruguayas. Nuevo tila y caudillo nefasto son los apodos que Artigas mereci por parte de la historiografa argentina
27 Recordamos que Bernab, Bernab (1988) del uruguayo Toms de Mattos es una novela histrica de gran xito, sobre las figuras del coronel Bernab Rivera, el cacique Sep y la campaa contra los charras (18311835).

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por lo menos durante toda la poca rosista y el Sitio Grande. Hasta Bartolom Mitre28 no pudo sustraerse a los prejuicios antiartiguistas identificndolo como caudillo a secas y por lo tanto equiparable a Rosas y hay que esperar por lo menos hasta 1860 para asistir a la rehabilitacin de Artigas a partir del ya clsico Vida del Brigadier general Jos Gervasio Artigas fundador de la nacionalidad oriental, de Isidoro de Mara al que se asocia la labor sucesiva, historiogrfica y literaria, de Acevedo Daz29. En cambio, Sarmiento, en 1840, afirmando que los indios eran individuos asquerosos a quienes habramos hecho colgar ahora, no haca sino expresar un convencimiento homogneo y continuativo ya que las tribus que vivan en tierra argentina30 no dejaron de constituir una amenaza, hasta por lo menos la derrota impuesta por el general Roca en 1879 (alrededor de 50 aos despus de las campaas antiindios en Uruguay). De todas formas no cambia la actitud de los gobernantes e intelectuales argentinos ya que el mismo Sarmiento en 1883 publica Conflicto
28 Por supuesto el antiartiguismo de Mitre es parte de su proyecto poltico basado en el centralismo porteo: como Buenos Aires era un centro de vida orgnica [...] la federacin que en el Paraguay se converta en tirana, en las provincias orientales en semibarbarie o bandolerismo, y en otras en aislamiento inerte o descomposicin social, en Buenos Aires se transformaba en principio de vida fecunda (Mitre 1940-1941, VIII: 368). 29 Tambin en Argentina Juan Bautista Alberdi desminti la leyenda negra y habl de Artigas como de un hroe. Acevedo Daz escribi la biografa y defensa de Artigas en 1909, Jos Artigas. Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres. Alegato histrico. Recientemente numerosas novelas histricas uruguayas se han ocupado de Artigas y de su fiel compaero el negro Ansina, entre ellas Artigas Blues Band (1994) de Amir Hamed y Memorias de Ansina (1993) de Diego Bracco, ambos uruguayos. 30 Tambin los Charras, considerados generalmente uruguayos, durante buena parte de la Colonia vivan en la otra orilla, haciendo frecuentes incursiones en la Banda Oriental.

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y armona de las razas en Amrica en el que reitera el principio del nefasto mestizaje espaol-negro-indio y auspicia una integracin con la sangre anglosajona. Todava en 1908, Jos Ingenieros poda describir como blanca y pura la identidad argentina: De las razas indgenas (ajenas en todo tiempo a nuestra nacionalidad poltica y social) quedan restos exiguos: estn localizados en esos mismos territorios que, por sus condiciones fsicas, no son propicios a la adaptacin de las razas europeas. Los negros se han extinguido; los mulatos de la zona templada son cada vez ms blancos. En Buenos Aires, un negro argentino constituye un objeto de curiosidad (Ingenieros 1961: 262). Tambin es verdad que siempre, despus de la cada de Rosas, se ha identificado la identidad argentina con la identidad portea porque en Buenos Aires, la ciudad-puerto, se concentraba el poder poltico, econmico y cultural que tildaba de brbara, no-civil, toda periferia: la pampa, la zona andina, el desierto... Esto es lo que nos ha legado la Historia oficial argentina, manteniendo la blancura como sea de identidad, y dejando que Uruguay y Paraguay recuperaran a indgenas y africanos. Con las nuevas historiografa y narrativa histrica se est reescribiendo la Historia del Plata y recuperando las vertientes hasta ahora borradas u olvidadas. As que Mara Rosa Lojo puede reconocer que
Los aborgenes han sido en la Historia argentina una presencia continua y multiforme, ya fuere como pueblos conquistados, cristianizados e incorporados a una sociedad mestiza, o bien como etnias resistentes que se negaron a la asimilacin cultural y a la subordinacin e invadieron recurrentemente el territorio ocupado por los blancos; tambin lucharon en las invasiones inglesas, apoyaron la Indepen-

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dencia, o participaron en uno y otro bando de las guerras civiles (Lojo 2004a: 311)31.

Ser necesario, por lo tanto, re-escribir la Historia y las historias, recuperando y dando su justo lugar a aquellos intectuales que fueron voces disidentes en su poca, entre ellos, en Argentina, a Lucio V. Mansilla con su Una excursin a los indios ranqueles (1870), entonces leda como fruto de una vida excntrica, y las voces marginales de las escritoras (Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Rosa Guerra), no incorporadas a la gran corriente cannica, atentas a la fascinacin del otro y a las tensiones del mestizaje, que supieron vincular la condicin de los aborgenes y la condicin de las mujeres (aun dentro de la sociedad civilizada) en lo que tenan de comn: la subalternidad y la exclusin disvalorativa con respecto a los parmetros de la ratio occidental32 (Lojo 2004a: 311).

31 Para la participacin histrica de los indgenas en los mencionados procesos y acontecimientos, Mara Rosa Lojo remite a: Busaniche 1986: 212-213 (llegada de los caciques pampas al Cabildo de Buenos Aires, donde se los agasaj y se agradeci su actitud frente a las invasiones inglesas); Hernndez 1995: 201; Martnez Sarasola 1992; Galasso 2000. 32 Los brbaros de etnia y de clase (indios, gauchos, sectores populares en general) los nios y adolescentes y las mujeres (brbaros etarios y brbaras por naturaleza), sern el objeto preferido de domesticacin, control y vigilancia en el nuevo orden instaurado por el proceso modernizador en el Ro de la Plata. Vase Barrn, Pedro, Historia de la sensibilidad en el Uruguay. La cultura brbara (1800-1860). Tomo I, Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias, 1990, y El disciplinamiento (1860-1920). Tomo 2, Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias, 1991. Desde esta razn masculina lo femenino (como los pueblos primitivos, hijos de la Naturaleza) es percibido entonces, con ms fuerza que nunca, como peligroso, misterioso, secreto, y tambin como impuro, en sus vnculos materiales y viscerales con el cuerpo y la fecundidad (Lojo 2004a: 311).

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En regiones de pueblos testimonio, donde, como sealbamos, el indio nunca ha desaparecido y es testimonio de antiguas civilizaciones, emerge cierta forma de nostalgia hacia un pasado desconocido, y por eso mtico, como contraparte del sistema colonial, segn el ejemplo europeo de las teoras del buen salvaje presentes en obras, que pronto se vuelven modlicas, como Atala (1801) de Chateaubriand y Les Incas de Marmontel (prontamente traducidas en Amrica Latina). Se puede hasta soar con una nacin pacificada, sin conflictos raciales, como en Yngermina (1844) del caudillo liberal colombiano Juan Jos Nieto: el amor entre Yngermina, hija del cacique de los Calamares Ostarn, y Alonso de Heredia, hermano del gobernador, est continuamente amenazado por las convenciones sociales y la maldad humana. En el enfrentamiento entre conquistadores e indios en la fundacin de Cartagena en el territorio de los indios Calamares, triunfa el impulso civilizador de los espaoles as como el carcter del buen salvaje, al mismo tiempo que se condena la actuacin de algunos espaoles vidos y violentos. El Bien y el Mal estn presentes en ambas sociedades, y el proyecto liberal del autor apunta a un mestizaje idlico, a un difcil equilibrio entre las diversas almas de la regin sin renunciar, por supuesto, a una visin y a pre-juicios de matiz europeo (la protagonista india tiene una tez casi blanca i sonrosada): la civilizacin occidental que se regenera en el contacto con la naturaleza y con la inocencia indgena. Otro caso similar es el de Netzula (1839), del mexicano Jos Mara Lafragua: narrando un episodio cruento de la Conquista, el autor no opone el Bien al Mal sino que centra toda su atencin en los hroes del bando indgena, ejemplos de rectitud familiar, civil y guerrera, que intilmente intentan oponerse a un destino trgicamente pre-determi-

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nado. El enemigo presente slo como desencadenante de la accin no se identifica con el Mal; al contrario, como en la tragedia clsica y en la romntica el hroe valiente y desafortunado es derrotado por el hado o la Providencia Divina, de acuerdo con la historiografa espaola que haba propuesto la conquista como una Cruzada evangelizadora; adems, alabar al enemigo derrotado otorga ms honra al vencedor y al mismo tiempo exalta el origen mestizo del Mxico independiente. A pesar de su aparente diversidad, por lo tanto, tambin esta obra se encuentra en la trayectoria indicada como proceso de construccin de la idea de nacin latinoamericana en los aos sucesivos a las guerras de Independencia: en todas, a pesar de matices diferentes y de enemigos y aliados diferentes, salen ganando siempre los valores altos de la Conquista y es posible hasta ensalzar a los enemigos de la Espaa imperial los corsarios ingleses o los mismos indgenas para condenar la colonia espaola pero no el principio de la supremaca de la Europa Occidental y su derecho de conquista en tierra americana. Con la novela de la Revolucin mexicana nos encontramos con otra singularsima situacin: relatar un pasado muy prximo casi contemporneo para influir directamente sobre la interpretacin de aquel evento fundacional de la modernidad mexicana y concurrir a la composicin de una identidad nueva, autnticamente americana. Epopeya descalza llama Carlos Fuentes la obra cumbre de esta modalidad, Los de abajo (1915) de Mariano Azuela, relato de un evento y retrato de un pueblo en un momento de incertidumbres, grandes ilusiones y profundas decepciones, y puesta en discusin de viejos valores, hroes y mitos. Ms que otras obras, Los de abajo revela la estrecha relacin entre idea de nacin y narracin histrica, ya que,

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aun narrando hechos contemporneos al autor, remonta a las causas primigenias los males de la colonia que no son sino consecuencia de los males de Espaa: Mariano Azuela [...] levanta la pesada piedra de la historia para ver qu hay all abajo. Lo que encuentra es la historia de la colonia que nadie antes haba realmente narrado imaginativamente [...] somos lo que somos porque somos lo que fuimos (Fuentes 1990: 178-179). En el momento en que se est construyendo una nueva nocin de patria la bsqueda de los orgenes es indispensable, pero en el caos y degradacin de la Revolucin no es posible ninguna pica o exaltacin de los orgenes, como pudo ser en las novelas del siglo XIX o en las de Roberto Payr (cfr. infra, 2.2 y 2.4), escritas en una Argentina en expansin que confiaba en un futuro de progreso y bienestar. Lo que sobrevive de una posible pica exaltacin del o de los personajes positivos como encarnacin del Bien son algunos caracteres y los apodos de los hroes Pancho Villa es el Napolen mexicano y el guila azteca, y por cierto no es casual la referencia a ambas tradiciones pero prontamente desmentidos por sus actos, demasiado humanos para construir un perfil pico. En el fracaso de los ideales de la Revolucin, Azuela ve el fracaso de la poltica colonial espaola y del proyecto de nacin surgido despus de la Independencia. La urgencia de la circunstancia permite o, mejor, exige, un inicio de revisionismo histrico no slo de la colonia, sino del proceso mismo de una descolonizacin fallida, desembocada fatal y trgicamente en la Revolucin. Dignas de inters desde nuestro punto de vista son tambin otras obras de aquel perodo, como las Memorias de Pancho Villa (5 vols., 1936-1951) de Martn Luis Guzmn, muy modernas porque, a partir de documentos, archivos,

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notas y entrevistas con el hroe, el mismo autor reconstruye e interpreta la psicologa y la ideologa de un personaje tan controvertido. De alguna forma se rehabilita la figura de Pancho Villa que en la novela testimonio del mismo Guzmn El guila y la serpiente (1928) haba quedado bastante malparada. Y estas Memorias anticipan una de las modalidades de la nueva novela histrica latinoamericana, con la introduccin de un yo autobiogrfico ficticio que desafa abiertamente la supuesta objetividad de la tercera persona del relato historiogrfico y de la novela histrica tradicional. Otras innovaciones, formales y sustanciales, estrenadas en obras de aquel perodo sobre la Revolucin y que encontraremos en la novela histrica posterior, son la estructura fragmentada en diversos niveles espaciotemporales, una gran libertad de movimiento, casi con tcnica cinematogrfica, la contraposicin de puntos de vistas, un moderno escepticismo histrico, la conciencia de la imposibilidad del sentimiento pico y de una utpica imparcialidad. Al afrontar un anlisis ms profundo de algunas novelas histricas del siglo XIX, ser necesario tener en cuenta un entramado de relaciones en varias direcciones: con las fuentes historiogrficas y las consideradas hasta ahora parahistoriogrficas documentos pero tambin mitos, leyendas, tradiciones orales, repertos arqueolgicos etc.; con otras novelas histricas, ya que podemos entrever a veces casi una relacin de botta e risposta entre textos de diferente ideologa (ver Xicotncatl); con otros subgneros o modalidades narrativas en las que se puede enmarcar una misma novela: indianismo o indigenismo, realmaravilloso o realismo mgico etc. (por ejemplo Concha Melndez, 1934, considera Xicotncatl una anticipacin de la novela indigenista, por

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la conflictividad tnica, por los juicios negativos sobre los conquistadores, hombres crueles, violadores de las normas de convivencia, Varela Jacome 1992: 92). Y si no tenemos dudas hablo del lector medianamente advertido acerca de lo que era una novela histrica clsica romntica y realista gracias al preconcepto del gnero y al horizonte de expectativas que una larga tradicin y un gnero con alta codificacin nos haban preparado, al insinuarse los primeros elementos desestabilizantes se vuelve necesario repensar y redisear el gnero e individuar los elementos emergentes de un cambio que revolucionar el gnero mismo. Porque tambin para la novela histrica, como para otros gneros, podemos hablar junto con Grard Genette de reactivacin genrica, fenmeno que consiste en la resurreccin cclica de un gnero desaparecido durante un tiempo, y que renace transformado tanto en la forma como en el significado (Genette 1982: 233). 1.6. Nueva novela histrica El renacimiento actual de la novela histrica coincide cronolgicamente, no por casualidad, con el intenso debate sobre la identidad y la indagacin en los mitos fundacionales prehispnicos: todo con el fin de reescribir todas las historias en sentido amplio fuera, o en contra, de las historias oficiales:
La insistencia en desmitificar conos patriticos o reconsiderar perodos cruciales es, en s misma, reveladora de una crisis de consenso: las novelas histricas contemporneas delatan con su propia existencia que las mitologas nacionales latinoamericanas han perdido su poder de persuasin, su capacidad de convocatoria (Elmore 1997:12).

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Para insertar el amplio abanico de las mitologas autctonas, hasta ahora marginadas por pertenecer a las culturas dominadas, para dar nueva linfa a estas mitologas nacionales, se ha abandonado el registro de presunta objetividad de la novela histrica tradicional, y se han incorporado registros otros, anulando certidumbres sobre los lmites entre real/no real, verosmil/no verosmil: otras concepciones del tiempo, otras cosmogonas, otras relaciones con la naturaleza, lo divino, los sueos y la esfera sensorial. Lo que podemos preguntarnos ahora es si, y en qu medida y en qu condiciones, la nueva novela histrica latinoamericana responde a este pre-concepto que tenemos del gnero y si es posible mantener el mismo pacto de lectura con la nueva produccin, sabiendo que nuestra respuesta depende en buena parte de nuestra circunstancia. Para contestar a esto, debemos recordar tambin lo que decamos al principio sobre la variabilidad de la percepcin de lo histrico, es decir, sobre cmo el concepto de Historia es muy mudable: lo que era historiogrfico en la Edad Media ahora no lo es, y viceversa, lo que en el 1800 era considerado ciencia-ficcin ahora es considerado real o por lo menos verosmil. Y han cambiado tambin los atributos del documento del que se parte: refirindose al pasado, se trata siempre de interpretaciones no de hechos presenciados por el autor, sino de otros textos que han interpretado aquellos hechos dentro de un discurso ms amplio, por lo que se vuelve fundamental el problema de las fuentes: la vista en la antigedad, los textos sacros en la Edad Media, los documentos oficiales en la Edad Moderna, los documentos alternativos, la historia oral, los mitos etc. a partir de la segunda mitad del siglo XX. Carlos Fuentes, Abel Posse, Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos, Mario Vargas Llosa,

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Homero Aridjis, entre otros, han escrito novelas dando su interpretacin de determinados acontecimientos fundacionales, otorgando la palabra y el papel principal a quienes nunca fueron protagonistas de la Historia con maysculas, a menudo adoptando la visin de los vencidos, de los marginados, de los silenciados: historias fingidas o ignoradas en un marco histrico pormenorizado y estrictamente referencial, segn las pautas impuestas por Walter Scott. O, siguiendo el modelo de De Vigny, se ha re-escrito la historia de un continente a travs de sus hombres ms significativos: personajes reales como protagonistas de las novelas histricas, enriquecidos, redelineados, o reinventados gracias a enfoques inditos, acontecimientos privados, palabras y pensamientos jams recogidos por la Historia. La nueva novela histrica abandona los perfiles marmreos de los hroes [...], los juicios implacables sobre los antihroes [...], las desavenencias de los descubridores [...]. la intocabilidad de los reyes (Larios 1997: 135): sera el caso del Coln de Carpentier, Roa Bastos y Abel Posse (El arpa y la sombra, Vigilia del Almirante y Los perros del Paraso respectivamente) y del Bolvar de Garca Mrquez (El General en su laberinto), personajes oficiales, consagrados, mostrados desde la otra historia, la otra cara, o sea una versin si bien no siempre opuesta, s al menos crtica y no coincidente con la oficial. Son textos que relatan los ltimos pensamientos y los ltimos actos casi in articulo mortis de quienes en su propia vida haban impuesto en textos oficiales la versin acreditada de los acontecimientos; en ellos por lo tanto la desacralizacin de la Historia aparece tanto ms cruel y radical en cuanto los personajes, viejos y vencidos, pero ya mticos, son los mismos que haban hecho la Historia con sus hazaas pero tambin con

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sus textos (el Diario y las Cartas de Coln son verdaderos textos fundacionales del descubrimiento y de la invencin de Amrica, Bolvar fue redactor de constituciones, proclamas, epstolas como la Carta proftica de Jamaica, expresin de su proyecto poltico). Opuesto es el caso de Lope de Aguirre, indicado en las crnicas como traidor y rebelde, descubierto por Bolvar como personaje positivo hasta volverse primer hroe de la independencia latinoamericana en manos de Uslar Pietri (El camino de El Dorado, 1947), Miguel Otero Silva (Lope de Aguirre, Prncipe de la Libertad, 1979) y Abel Posse (Daimon, 1978). De gran importancia son las novelas de Carpentier tanto por su indudable papel de precursor y de gran cultivador del gnero como por la notoriedad y profundidad de sus notas crticas en El Reino de este mundo (1949) y El arpa y la sombra (1979) que subrayan el diverso nivel de historicidad al que remiten las dos novelas: en efecto, mientras, para narrar la historia de las sublevaciones negras de Hait (protagonizadas por personajes reales pero ya mticos para la poblacin indgena), Carpentier se basa en una documentacin extremadamente rigurosa [...] y un minucioso cotejo de fechas y de cronologas (Carpentier 1984: 10), para presentar al otro Coln, y por ende a la otra historia, Carpentier se aleja de la estricta fidelidad a los textos historiogrficos para asumir el papel de poeta, cuyo oficio, segn Aristteles, no es contar las cosas como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido. De esta ltima obra y de estas palabras arranca la serie de novelas que hemos denominado del ciclo del descubrimiento de los aos 80, el descubrimiento como deba o poda haber sucedido, el descubrimiento de la otra cara de la historia, visto y narrado por alguien que no est presente en la his-

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toria oficial o por quien, como el Coln carpenteriano, descubre slo ahora, en la ficcin, su verdadera faz. En el vasto panorama de la nueva novela histrica latinoamericana hay tambin relatos que se remontan al esquema de Walter Scott: protagonistas y acontecimientos ficticios encajados en una estructura y en una poca histrica fielmente descrita; en efecto, a sus protagonistas no los vamos a encontrar en ninguna historiografa: son personajes oscuros, que ofrecen, en el gnero de la crnica o de la memoria, versiones alternativas de hechos histricos reales, produciendo novelas pardicas de unos textos cannicos del descubrimiento, dando del mismo acontecimiento una versin carnavalesca, deformada, cmica o grotesca, en cualquier caso siempre crtica hacia la historia oficial de los descubridores. Como todo relato pardico, a los evidentes efectos cmicos se asocia el intento de resucitar aquellas voces silenciadas y de desacralizar los gneros heroicos y su visin del mundo fijado de antemano por reglas y tradiciones. No otro fue el origen de la parodia en la antigua Grecia ya que la literatura heroica y hagiogrfica coexisti siempre con obras pardicas que ridiculizaban a sus personajes y valores: stos reafirmaban, por oposicin, aquel mismo cdigo, pero con una mirada oblicua, invirtiendo roles y descubriendo verdades de otras formas indecibles. Los cronistas embarcados con los navegadores, y los que, desde Espaa, reordenaban las noticias llegadas de Amrica, no podan dejar de respetar reglas formales y modelos arquetpicos por su papel oficial de transmisores de noticias a sus contemporneos y a la posteridad, mientras que los nuevos cronistas y sus personajes pueden tomarse libertades y arbitrios. Como ha escrito Abel Posse, En Los perros del Paraso retom la clave humorstica exarcerbndola hasta lo grotesco porque senta que era

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mi nico recurso para desacralizar la narracin convencional escrita por curas y acadmicos (Posse 1988). Otras notas comunes a las nuevas novelas histricas latinoamericanas son el uso dominante de la primera persona que opone la subjetividad del yo a la supuesta objetividad de la tercera persona tradicional del discurso historiogrfico y la meta-narracin, la reflexin sobre la relacin entre lo histrico y lo ficcional, y sobre la supuesta objetividad del discurso historiogrfico, que, siendo discurso y no accin, conlleva por definicin cierta dosis de ficcionalidad o, por lo menos, de subjetivismo. A este propsito, ejemplar es el fragmento metanarrativo que aparece en Vigilia del Almirante de Augusto Roa Bastos:
las historias documentadas y las historias fingidas que no se apoyan en otros documentos que no sean los smbolos [...] son gneros de ficcin mixta; slo difieren en los principios y en los mtodos. Las primeras buscan instaurar el orden, anular la anarqua, abolir el azar en el pasado, armar rompecabezas perfectos, sin hiatos, sin fisuras, lograr conjuntos tranquilizadores sobre la base de la probanza documental, de la verificacin de las fuentes, del texto establecido, inmutable, irrefutable, en el que hasta el riesgo calculado de error est previsto e incluido. El historiador cientfico siempre debe hablar de otro y en tercera persona. El yo le est vedado. Los historiadores son de hecho restauradores de hechos [...] Las historias fingidas, en cambio, abren la imaginacin al espectro incalculable del azar tanto en el pasado como en el futuro; abren la realidad al tejido de sus oscuras leyes [Sus inventores] siempre hablan de s mismos aunque hablen de otros y se dirijan a otros s mismos. El yo de ellos es el yo del otro. Se limitan a elegir los smbolos que les convienen para hacer verosmil la representacin fingida de la realidad (Roa Bastos 1992: 80).

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En Terra nostra Carlos Fuentes afronta directamente la cuestin epistemolgica basilar y expresa sin ambages el principio de la relatividad:
t nunca dudas, Guzmn, a ti nunca se te acerca un demonio que te dice, no fue as, no fue slo as, pudo ser as pero tambin de mil maneras diferentes, depende de quin lo cuenta, depende de quin lo vio y cmo lo vio; imagina por un instante, Guzmn, que todos pudiesen ofrecer sus plurales y contradictorias versiones de lo ocurrido y aun de lo no ocurrido: todos, te digo, as los seores como los siervos, los cuerdos como los locos, los doctores como los herejes... (Fuentes 1985: 194).

En otros casos se subraya frecuentemente cmo, si existe una verdad, sta no reside en los textos historiogrficos oficiales, sino en la contrahistoria de los silenciados que finalmente, en la ficcin, toman la palabra. Con estos textos, los narradores latinoamericanos responden a una doble exigencia: por un lado, son parte del proyecto de revisionismo que quiere reescribir la historia a travs de clases, gneros, etnias, grupos y aspectos marginales segn las teoras de la Histoire Nouvelle o Histoire des Mentalits que quiere comprender todas las manifestaciones de un perodo determinado; por otro se insertan en el movimiento literario y artstico que hemos llamado postoccidental, poscolonial o posmoderno, que no rechaza la tradicin o los arquetipos de su propia cultura, sino que los reutiliza desmontndolos y reconstruyndolos con plena libertad. Como ha escrito Umberto Eco glosando su afortunada novela El nombre de la rosa, La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse su destruccin conduce al silencio lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con irona, sin ingenuidad (Eco 1987: 74).

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Al contrario de las novelas histricas tradicionales, cuyo intento era el de construir una historia y una identidad nacionales que se identificaran con el proyecto poltico de la nueva clase en el poder y que siempre reflejaban el enfoque de los vencedores aun cuando los protagonistas buenos eran los vencidos, esos textos modernos tienden a desarmar aquella imagen superpuesta y parcial, y a restituir visibilidad y derecho de palabra a los vencidos. Ejemplos evidentes referidos a nuestra contemporaneidad son el ciclo de La guerra callada de Manuel Scorza contrahistoria de las guerras oficiales o la huelga de los obreros campesinos en Cien aos de soledad, sofocada por el ejrcito y borrada de la historia: Haban soado, en Macondo no pas nada. Quizs sea todava intempestivo analizar ahora la gran cantidad de novelas histricas publicadas principalmente a partir de la dcada de los 80, con anticipaciones significativas ya en los aos 40, pero por un lado la verdadera abundancia y calidad de estas obras, abrumadora si se piensa en la agona del gnero en las dcadas anteriores (que volva este gnero en forma de expresin cultural residua, segn la terminologa de Williams 1977: 122-123), por otra la presencia de elementos significativos comunes de desviacin respecto a la trayectoria recorrida hasta entonces, permiten hablar de las modalidades de la nueva novela histrica como una forma de expresin cultural dominante en la serie de la novela histrica latinoamericana contempornea, y hasta en la serie narrativa tout court. Nuestro discurso sobre la nueva novela histrica se mueve en la lnea indicada ms arriba: si, por un lado, tanto las razones profundas de oposicin a la Modernidad europea como las formas y las tcnicas de esta subserie coinciden con

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las expresiones literarias de la Posmodernidad, no podemos olvidar que estos elementos, aunque de forma menos compacta y eclatante, estaban presentes en la literatura americana desde el principio, y que corresponden a estructuras socioeconmicas muy distintas. Uno de los primeros seales posmodernos/poscoloniales recientemente reconocido como tal por la crtica viene desde la lejana Cuba: El Reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier, hombre culto y cosmopolita, que en el Pars de los aos 20 y 30 junto con Arturo Uslar Pietri y Miguel Angel Asturias pone los cimientos de la gran literatura latinoamericana del siglo XX, empezando con ellos simultneamente el realismo mgico o real maravilloso, los estudios etnolgicos americanos, el indigenismo, la nueva novela histrica. El Reino de este mundo, por su ambigedad genrica y su fuerza de ruptura hacia toda la tradicin literaria del continente, se escapa a cualquier definicin, y por eso mismo su inclusin en el gnero de la novela histrica es fruto de eleccin subjetiva o de exigencias expositivas y didcticas, as que Pons la considera
residual respecto de la tendencia dominante en la produccin literaria latinoamericana [de su poca]. Slo con el surgimiento de la novela histrica en las dcadas de los setenta, ochenta y noventa se considera la novela histrica de Carpentier como una innovacin del gnero. O, como dira Borges, cada obra crea a sus precursores (Pons 1996: 104-105).

El prlogo de El Reino de este mundo pide claramente que se le considere una novela histrica, y nada en el texto contradice los hechos y la verdad de los episodios histricos narrados. Por qu, entonces, tanta reticencia? Simplemente
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porque lo que se cuenta es s la historia de las sublevaciones de los negros de Hait, pero contadas desde otras perspectivas y segn otros discursos respecto a la Historia oficial, y a las preguntas qu historia, sobre qu fuentes, para quin, Carpentier da respuestas nuevas. Muchos de los caracteres presentes en El Reino de este mundo los encontraremos en novelas histricas latinoamericanas sucesivas: yuxtaposicin de enfoques, discrona, anacrona y tratamiento extrahistrico del tiempo (falsificacin del cronotopo realista tpico de la novela tradicional), respecto de las fuentes orales, intertextualidad, parodia. Por lo tanto, si es lcito hablar de Carpentier como uno de los iniciadores en mbito continental, podemos ampliar esta perspectiva a todo el mundo occidental y afirmar que desde la ms remota periferia del imperio de la Modernidad puede levantarse una voz que se adelanta a las expresiones ms exasperadas que dar unas dcadas ms tarde la Posmodernidad? O no ser ms correcto considerar a Carpentier como una de las primeras voces maduras de la bsqueda que se haba iniciado con la Conquista misma, con Bartolom de las Casas o Bernardino de Sahagn, con Garcilaso de la Vega o Guaman Poma de Ayala, para dar voz a un continente vctima del colonialismo europeo y condenado a la afasa? No ser posible leer la trayectoria de la narrativa histrica latinoamericana como la indigenista de Asturias y Arguedas, la novela-testimonio o el realismo mgico como el camino ms consciente para llegar a esto: que la dominante ideolgica y cultural del texto sea la de los vencidos, de los otros? En los casos en que el autor se aleja demasiado del canon de la novela histrica tradicional, la misma que haba dado

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algunos frutos maduros tambin en Amrica Latina, debemos investigar en qu direccin se ha movido. La respuesta es precisamente sta: el acercamiento al mundo indgena o afroamericano con todo lo que ese trayecto conlleva, es decir la superacin de la Historia occidental por el Mito o por lo menos por una historia circular, modlica, y del enfoque racional y moderno (de la Modernidad europea) por una perspectiva no-racional y naturalista, hasta llegar a la asuncin del punto de vista otro, no necesariamente indgena, en la lnea ya trazada por Mart que haba no slo exaltado la Amrica mestiza sino que haba tambin alertado en contra de lo extico europeo (Mart 1977: 28). Tambin Paul Valery haba hablado de elisir tropical a propsito de Leyendas de Guatemala de Asturias, y Carpentier haba tomado las distancias del surrealismo francs para juzgar con mtodos y metros endgenos la realidad mgico-maravillosa americana y la literatura que la expresa:
Ya no se trata de guiar al lector, mediante el ejemplo espantoso de la propia Historia a seguir el camino racional de la civilizacin europea, sino de consolidar en los latinoamericanos la conciencia del propio valor en vista de un mundo histrico europeo que puede ser fascinante, extico, pero que permanece siempre objeto (incluso objeto inferior) y nunca se puede convertir en modelo (Rssner 1997: 171).

Regresando al tema central que nos interesa, podemos anotar que para subvertir la prctica historiogrfica tradicional que apuntaba al grado cero supuestas objetividad y ausencia de autor, en estas ltimas dcadas parece que se acenta an ms su carcter de politizacin y de parcialidad: reconociendo que no es posible la imparcialidad y la objetividad, ms vale declarar abiertamente un rechazo
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hacia la Historia oficial y un compromiso dar la palabra a los vencidos y a todos los sin voz. Esto es, ofrecer otra posible versin de la Historia, con la conciencia expresada explcitamente de que se trata slo de una versin y no de la Verdad. Al mismo tiempo que aboga por una identidad heterognea de Amrica Latina, la novela histrica de fines del siglo XX responde a la bsqueda de una redefinicin de una identidad pero ya no una identidad nacional e impuesta desde una posicin hegemnica de poder, como lo hizo la novela histrica tradicional, sino que se trata de una bsqueda de una identidad de la diferencia y/o de identidad regional de resistencia al efecto homogeneizador del proceso de globalizacin en el que se enclavan (Pons 1996: 264). Como el autor de novelas histricas tradicionales, tampoco el de nuevas novelas histricas opera selecciones ingenuas: tanto el tema como
la transgresin, aunque tambin la recuperacin y la refuncionalizacin de las convenciones de la novela histrica tradicional, estn en funcin de una lectura crtica de la Historia y de la novela histrica tradicional en su funcin legitimadora de un poder hegemnico (Pons 1996: 256).

Naturalmente la eleccin de episodios del Descubrimiento y de la Conquista ofrece mltiples motivos de inters en cuanto fundadores de lo latinoamericano a travs de un genocidio tnico y cultural. No por azar este renacimiento de la novela histrica hispanoamericana toca su acm al acercarse la fecha del Quinto Centenario, cuando se eleva un coro de voces crticas hacia la empresa de la Conquista. Reescribir aquella Historia significa entonces reformular las bases de su
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propia identidad y rescatar la Historia de los vencidos desenmascarando la parcialidad de la Historia de los vencedores:
La perspectiva del presente desde el cual se ficcionaliza el pasado histrico se manifiesta en la seleccin e interpretacin del momento histrico a ser ficcionalizado, as como en el modo de su representacin. Adems [...] esta perspectiva desde la cual se recupera el pasado es definitivamente ideolgica, un aspecto que la novela histrica ms tradicional, por supuesto, quiz no reconocera en la medida en que asume una posicin de neutralidad en la representacin del pasado en cuanto realidad objetivamente validada extratextualmente (Pons 1996: 64-65).

Si la escritura realista, casi exclusivamente en tercera persona, muy cercana al grado cero de la escritura del documento y del discurso historiogrfico y cientfico, esconda detrs de una aparente escritura objetivante su toma de posicin y su interpretacin de la Historia, las tcnicas desestabilizadoras y el uso conspicuo de la primera persona subrayan en cambio la subjetividad y parcialidad de cualquier discurso, a menudo explicitndolo en prrafos metanarrativos de gran impacto sobre el lector. Eligiendo unos cuantos temas o personajes histricos, y siguiendo la evolucin de su interpretacin por parte de intelectuales y escritores de las diversas pocas y diferentes ideologas, resalta la utilizacin del hecho histrico que crea en el lector un horizonte de expectativas de verdad, y no slo de verosimilitud para vehicular una ideologa y una determinada interpretacin de la Historia americana. Cambiando el tiempo histrico del autor, su nivel de toma de conciencia y la dominante cultural de su poca, cambiar tambin la perspectiva y el nivel de postoccidentalismo en la interpretacin de los hechos.

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A medida que nos acercamos a nuestra contemporaneidad, se van desmoronando hroes y prceres, pero sobre todo la ilusin de la credibilidad de la Historia y de la intocabilidad de los hroes, ya no hombres de mrmol para el mito fundacional de la nacin o del continente sino hombres de carne y hueso. 1.7. La voz de la mujer No es slo por casualidad que hasta ahora no hayamos mencionado ninguna mujer, ni entre los personajes histricos ni entre los autores: el campo de la historiografa y de la narrativa histrica han sido, en la poca de la Modernidad, coto vedado del mundo varonil y las pocas excepciones se refieren generalmente a mujeres que escriben sobre otras mujeres, como el caso ejemplar y coincidente de las argentinas Eduarda Mansilla de Garca y Rosa Guerra quienes, en el mismo ao 1860, publican sus Luca Miranda, casos aislados pero fundamentales en la historia del gnero narrativo y de la escritura femenina. Hay que esperar al boom de la nueva novela histrica, entrelazado con el boom de la narrativa de mujeres en Latinoamrica, para leer nuevamente obras que descubren la otra cara de la Historia hablando de mujeres que, si bien tuvieron cierta importancia en su poca, haban pasado desapercibidas en la historiografa y en la narrativa tradicionales, aventurndose en complejos juegos de identidades y marginalidades, de re-escrituras y re-fundaciones de roles y mitos. Aunque no pensemos que sea necesario un apartado especfico sobre narrativa histrica de escritoras latinoamericanas33, el lector encontrar en este libro dos apartados
33 Consideramos un acierto un texto que aborde este tema (Cunha 2004), con afn de traer a la luz y catalogar, precisamente para llenar un

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marcadamente femeninos frente a la casi total ausencia de mujeres en los otros y no por una preventiva seleccin sino como consecuencia de una praxis consolidada que ha mantenido fuera de la Historia en todas sus representaciones a la mujer: pudo intervenir, como escritora, para narrar no los grandes hechos pblicos, batallas y conquistas, sino slo historias menores protagonizadas por mujeres, no heronas por eleccin sino vctimas de las violencias masculinas. Esto significa que la no escritura de novelas histricas por mujeres ejemplifica no slo la invisibilidad de la mujer en general, sino [...] la ausencia de las mujeres como sujetos histricos y productoras de signos por la consabida separacin entre el espacio pblico y el privado (Perkowska 2008: 226). Si en la narrativa histrica lo femenino ha sido an ms raro que en otros tipos de narrativa, la revolucin de gnero que ha investido tanto las disciplinas historiogrficas como las praxis literarias ha permitido la recuperacin, a veces abrumavaco e intentar un primer recuento de publicaciones hasta ahora olvidadas y que permita establecer una genealoga de escritoras que muestre que la cumbre actual ha sido producto de una paciente y constante construccin a travs del tiempo (Cunha 2004: 12-13). En cambio no estoy de acuerdo con algunas premisas generales, por ejemplo la que individa las diferencias entre modelo literario tradicional (del nacimiento: mantenerse apegado a la narracin realista) y moderno (del renacimiento: juegos tcnicos brillantes que imparten grandiosidad a ciertas obras) en relacin no a la postura y a la potica del autor, sino al grado de historicidad de los personajes: el primero, segn Cunha, se emplea para recuperar figuras histricas ignoradas o sucesos histricos olvidados desde perspectivas nuevas, el segundo, cuando el objetivo de las obras es el cuestionamiento de la historia oficial [...] mediante la inclusin de detallada documentacin histrica real o inventada o por la utilizacin de innumerables artificios para desacralizar el pasado o para degradar ciertas figuras pretritas (Cunha 2004: 15-16). Esto llevara a otra clasificacin, entre obras [...] de narrativa histrica, las que afirman la versin oficial, y las de narrativa intrahistrica, las que la cuestionan (da Cunha 2004: 25).

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dora, en ambos mbitos as que paulatinamente nos estamos acercando a la posibilidad de una literatura sin sexo que no necesite captulos a parte o distinguos metodolgicos. Al momento actual, aunque sin proponer captulos autnomos, y sin querer entrar en el debate terico sobre la literatura de gnero (sexual)34, no se puede no resaltar cmo la voz autorial femenina, muy marginal al tratarse de personajes histricos varones, se impone en calidad y cantidad en el caso de personajes histricos hembras: bien sabemos que son las dos caras de la misma moneda, que historiografa y literatura pertenecen al mismo campo de construccin de identidades e imaginarios, y la ausencia de la mujer en un campo (o su programtica emarginacin) se refleja en el otro y, al contrario, los intentos de reintegrar unos cuantos nombres femeninos en el mbito pblico de la Historia pasa necesariamente a travs de la recuperacin de tales personajes en la literatura35. Esto confirmara las palabras de Carmen Alemany Bay, quien infiere que son muy pocas las [mujeres] que se cen34 No creo en el llamado feminismo de la diferencia segn el cual habra elementos esenciales, independientes de las circunstancias histrico-culturales, que rigen el comportamiento y la escritura de individuos de gnero sexual diverso. En cambio, la especificidad de la literatura femenina lo universal es siempre masculino es un factor cultural e histrico, no gentico o genrico: las supuestas homogeneidades de lo femenino y lo masculino en un perodo histrico y cultural, dependen del contexto de produccin de esos discursos, es decir del rol y del imaginario que cada sociedad, en un momento dado, atribuye a los individuos segn el gnero sexual. 35 Para el tema que nos interesa, recordamos la labor pionera de Josefina Pl quien, en 1985, hizo una primera recopilacin de mujeres, espaolas e indgenas, presentes en la Conquista de la regin del Plata, presentando de cada una un retrato o mini cuento, todos rigurosamente documentados. Documentada es tambin la presencia de mujeres casadas, registradas oficialmente, y hasta de polisonas o enamoradas, aunque clandestinas (Pla 1985:13).

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tran en la historia colonial [y] cuando as lo hacen prescinden de los grandes nombres histricos [...] e incluso derivan sus argumentos hacia historias mnimas de la Historia (Alemany Bay 2007: 8), lo que significara un mayor apego a la tradicin scottiana, es decir al protagonismo de entes de ficcin mientras que la Historia nombres, fechas, datos averiguables queda como teln de fondo. Quizs se pueda dar una explicacin a esta inversin respecto al canon masculino hispanoamericano, que sin duda ha privilegiado el modelo de Alfred de Vigny: siendo muy pocas las mujeres presentes en la Historia oficial y queriendo las escritoras proponer personajes femeninos, no queda otra posibilidad que crear a sus vctimas y heronas, o como entes de ficcin o inventando, salvndolas del olvido, unas cuantas otra mitad del cielo (hija, hermana, esposa, amante de...) que slo muy recientemente han logrado ocupar el centro de la escena, precisamente en estas novelas histricas. Manuela Senz amante de Bolvar, Rosario Puga y Vidaurrede amante de Bernardo OHiggins, Manuela hija de Juan Manuel de Rosas, Ins Surez amante de Pedro de Valdivia, Ins Villegas y Solrzano, prima y esposa de Alejandro Martnez de Villegas son slo algunos ejemplos de estos nuevos descubrimientos. Si diferencia hay, por lo tanto, no es slo de cantidad, sino de eleccin de personajes y de discurso, o sea del punto de vista del autor que pasa a travs del texto, que lo conforma y hace de l un mensaje. Podemos arriesgar algunas reflexiones sobre estas diferencias que, naturalmente, no excluyen excepciones y distinguos36.
36 No faltan, por supuesto, excepciones, como Gertrudis Gmez de Avellaneda: los protagonistas de sus novelas histricas Guatimotzn, ltimo emperador de Mxico (1846), Espatolino (1856) y El artista barquero o los cuatro cinco de junio (1861) son hombres.

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Podemos, resumiendo, confirmar que los primeros nombres de escritoras autoras de novelas histricas aparecen en relacin a un personaje femenino y que an hoy, si bien el nmero de escritoras ha aumentado enormemente, sigue muy alto el porcentaje relativo a la eleccin de una protagonista: en la escritura femenina de las ltimas dcadas, la deconstruccin de los hroes va paralela a la invencin de las heronas (Lojo 2006b: 70). Podemos insinuar tambin una mayor frecuencia de protagonistas no blancos (indgenas, negros etc.) casi equiparando la marginalidad femenina a otras marginalidades. Otra especificidad que podemos sealar es que los valores en campo no son generalmente valores picos tradicionales ni presentan una oposicin neta entre el Bien y el Mal, Civilizacin y Barbarie, sino que se insinan discursos ms matizados, y a menudo a la contraposicin clsica, en nuestro caso, entre el punto de vista del nativo y el del extranjero conquistador, se agrega la tercera mirada, de una mujer casi siempre tnicamente perteneciente a la cultura dominante pero afectiva e ideolgicamente cercana al mundo indgena o, generalmente, marginado. Una modalidad muy frecuente, casi un subgnero, es la metanarracin, o mejor an la ficcin metahistrica, es decir textos en los que se narran las dificultades de escritoras e historiadoras para llevar adelante los procesos de escritura: podemos hablar junto con Corina Mathieu de bsqueda de identidad por medio de la escritura (Mathieu 2004: 59) que las autoras proyectan sobre sus personajes. La morada de los cuatro vientos (1992) de la argentina Rosa Baldori es un buen ejemplo, ya que para contar la verdadera historia de la conquista del imperio incaico por los espaoles de Pizarro una voz femenina revisa un manuscrito masculino, oponiendo

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su visin posmoderna (cmo vivan, quines eran los hroes olvidados, las mujeres borradas etc.) a la visin machista y creadora de hroes. Esa voz que recrimina duramente la labor del historiador define las diferencias: T: la historia. Yo: la novela (Mathieu 2004: 60): sea historia o novela, la voz femenina invoca una escritura totalizadora de la Historia, la invocada desde los Annales a principios del siglo XX, y al mismo tiempo reconoce que la bsqueda de identidad femenina individual y colectiva tiene que superar la etapa de la subordinacin ser la voz crtica y revisionista de la historia oficial escrita por hombres y reformular su propia historia. Especular es la situacin expresada en La casa de la laguna (1995) de la puertorriquea Rosario Ferr: Isabel Monfort empieza a escribir sus memorias para reconstruir los sucesos de su familia y de la de su esposo, pero ste las lee secretamente y, en cuanto profesor de Historia, quiere corregir los cuentos de su mujer. Tambin aqu, el hombre parece ser el poseedor de la Verdad histrica, la mujer puede slo contar su historia personal. Al hombre la esfera pblica la Historia, a la mujer la esfera privada la novela, como apuntaba Rosa Baldori. Y si las mujeres se aventuran en la Historia, lo hacen con mtodos e inquietudes nuevas: historiadora en busca de verdades es Zulay Montero, la protagonista de Solitaria Solidaria (1990) de la venezolana Laura Antillano, quien investigando textos y documentos decimonnicos se encuentra con su casi alter ego, la editora del siglo XIX Leonora Armundeloy, periodista bajo pseudnimo masculino, quien haba combatido contra el gobierno del dspota ilustrado Antonio Guzmn Blanco. Investigaciones historiogrficas y periodsticas se cruzan en La nia blanca y los pjaros

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sin pies (1992) de la nicaragense Rosario Aguilar, sobre las dificultades de una periodista para reconstruir a travs de documentos del pasado y del presente una saga de diversas generaciones de mujeres, indgenas y espaolas. Periodista es tambin la protagonista de La luna, el viento, el ao, el da (1993) de la chilena Ana Pizarro: despus de un largo exilio en Europa, regresa a Chile para redactar una historia de la conquista para el pblico europeo. En el avin, en un continuo vaivn entre pasado y presente, va reflexionando sobre las praxis del historiador y del periodista y sus implicaciones morales, intercalando prrafos y fichas de sus investigaciones histricas sobre la conquista con pasajes autobiogrficos y crnicas del presente. Sus palabras son un manual de la nueva historiografa:
Qu es escribir una historia? [...] Quines escriben la historia? [...] cada uno de los que escriben est realizando una seleccin de los datos que ha encontrado, de los acontecimientos que observa, est llevando al escribirlos su propia reflexin; pone as de relieve lo que le parece ms importante, calla aquello que le parece poco relevante para su perspectiva. Los problemas que plantean las fichas [...] te van mostrando que la relatividad de la informacin es bastante grande. La historia, finalmente, no es una [...] La historia que recibimos est de alguna manera siempre escrita desde una posicin de poder. El que escribe lo hace porque puede hacerlo. Lo hace desde alguna forma de autorizacin que se enmarca en ese mbito. Hay tambin formas que toman su espacio en terrenos otros, alternativos, marginales [...] Escribir la historia exige leer tambin otros textos: [...] la arquitectura, la alimentacin, la agricultura, la minera, el dato presente y el dato silenciado por la palabra que logr enunciarse. La historia va apareciendo entonces como un texto mltiple (Pizarro 1993: 66-69).

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Todos estos textos estn mancomunados por un elemento comn: confrontando recursos y documentos de la historiografa tradicional con otros que slo la nueva historiografa ha empezado a tener en cuenta (cartas, diario, recortes de peridicos, etc.) y enriqueciendo la Historia con puros aportes de la fantasa, va delinendose otra Historia posible y, sobre todo, una reflexin sobre la relacin entre mujer e Historia, tanto en el siglo XIX como en el XX. Paralelas a las preguntas sobre la Historia y la historiografa van las preguntas sobre la escritura ficcional presentes en Llanto. Novelas imposibles (1992) de Carmen Boullosa. Moctezuma, resucitado en pleno siglo XX, es el puente como el viaje en avin de la novela anterior que posibilita la reflexin sobre el pasado y el presente y permite las reflexiones metanarrativas complementarias de las metahistricas de Ana Pizarro en Laura, que est escribiendo la novela imposible sobre Moctezuma:
la cancha para el escritor est libre, no hay ms regla del juego que la fantasa, no hay mrgenes. Se puede decir que Moctezuma es lo que a uno le d la gana: de todos modos no ser como sera de ser cierto, de no estar condenado, por la demolicin de su ciudad, a ser visto como por miopes, amn. Consolacin! Pgina escrita para mi consolacin: escribir una novela en la que el personaje principal sea Moctezuma es imposible, de todo punto, imposible (Boullosa 1992: 91).

Boullosa se refiere continuamente a la necesaria miopa del escritor, y no podemos no recordar al periodista miope que pierde las gafas en La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa. Una vez ms, las diferentes escrituras ficcional, periodiststica, historiogrfica tienen muchos puntos de contacto:

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El mundo del miope es ms afn con el mundo literario que el de quien tiene la vista perfecta[El] miope necesita sentir si hay alegra, peligro, amenaza, y, sobre todo, necesita de la imaginacin que tan grcilmente se mueve en la espesura del aire que rodea al miope, la imaginacin en su tiempo improbable y azaroso, a veces veloz, a veces interminablemente lento, pocas veces al ritmo de los dems y nunca en el que se necesita para atacar o defenderse, nunca un tiempo gil y oportuno, nunca la inteligencia encarnada en el tiempo del cuerpo sano y fuerte. Esta otra visin del miope es a la que debe confinarse un escritor, aunque en ella no sea posible ni conducir un automvil ni asistir al cinematgrafo y con gran dificultad usar el transporte pblico. Aunque corra, el miope es cauto; aunque camine lento no consigue pisar con precisin. Esta manera absurda de comportarse es la que debe imitar un escritor: es visto antes de ver, para que cuando el otro se le aproxime (y esto si no quiere rehuirlo, porque es muy fcil hacerlo) el miope vea en la cara que l sabe le ser vista, que el otro quiere le sea vista (Boullosa 1992: 90-91).

Si tempranamente es claro el fracaso de la narradora (La novela que yo quiero escribir es una mentira, est llena de paja en lugar de estar llena de vsceras! La novela que he de escribir es una novela imposible!, Boullosa 1992: 40), el conocimiento de las causas llegar mucho ms tarde:
Desert del primer Moctezuma que vi, el hombre que recibi anuncios o presagios de lo que iba a ocurrir (algunos hermossimos, otros divertidos o asombrosos, en todos los casos antojo, golosina para el narrador); desert del hombre que muri de una pedrada en la frente; desert del supersticioso; desert del que me convoc a escribir Llanto. Buscando una verdad en la cual fundar a mi personaje, perd mi novela (Boullosa 1992: 96). 100

Y Laura no puede sino llorar delante de su doble derrota, como mexicana viendo a Moctezuma con su traje de Tlatoani recostado en el pasto del parque, y como narradora delante de la imposibilidad de escribir su novela. Siempre en el mbito de la metanarracin con implicaciones claramente autobiogrficas, en las ltimas dcadas se encuentran numerosas novelas con escritoras y poetas reales como protagonistas. Juanamanuela, mucha mujer (1980) de la argentina Martha Mercader es la presunta autobiografa de Juana Manuela Gorriti, as como Agona de una irreverente (1996) de la chilena Mnica Echeverra Yez es la biografa de Ins Echeverra Bello Iris, escrita por su sobrina: las dos novelas utilizan fragmentos reales de diarios, cartas etc. de las protagonistas como intertexto referencial. Una mujer de fin de siglo (1999) y Las libres del Sur (2000) de Mara Rosa Lojo, sobre Eduarda Mansilla y Victoria Ocampo, utilizan los mismos recursos y, sobre todo para la segunda, se podra hablar de novela-ensayo. Cmo se atreve (2005) de la argentina Silvia Miguens, investiga la intensa actividad de educadora de Juana Paula Manso. En In the name of Salom (2000) de la dominicana nacida en Nueva York Julia Alvarez, se confrontan la poeta Salom Urea y su hija Camila Henrquez Urea, dos modos diversos de ser protagonistas de tiempos revolucionarios. En el Descubrimiento del Ro de la Plata y en la Conquista de Mxico dos son las mujeres que han tenido larga vida, desde las crnicas hasta la narrativa contempornea. Son dos heronas muy diferentes entre s, aparentemente smbolos de opuestos modelos de comportamiento, pero asimiladas en el mismo proyecto de recuperacin de lo femenino en los procesos histricos de occidentalizacin de Amrica: Luca Miranda, la mrtir espaola que muere por mantenerse fiel

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a su esposo, y Malinche, la india que con su traicin ayuda a Corts en la Conquista de Mxico. Estos escuetos datos biogrficos, o etiquetas, parecen suficientes para enaltecer dos modelos de nacin la blanca Argentina y el Mxico mestizo pero, como veremos, muchos son los matices y las tonalidades que permiten a estos dos conos enriquecerse y humanizarse, dejar de ser estereotipos para adquirir vida y llegar a ser mujeres a tutto tondo. 1.8. El Descubrimiento y la Conquista Como se ha sealado, el nacimiento de la novela histrica americana coincide con la conquista de la independencia y con la necesidad de construir sendas identidades nacionales en contraposicin a la identidad colonial marcada por la hispanidad imperialista. La eleccin de los momentos histricos del Descubrimiento y de la Conquista como temas privilegiados responden a la exigencia propia de la novela histrica ya que el comienzo de la experiencia colonial en los siglos XV y XVI y la fundacin de estados autnomos en el XIX pueden ser vistos como momentos de fisura, procesos dramticos en los cuales se condensan las contradicciones que marcan a las sociedades latinoamericanas (Elmore 1997: 11). Es el momento del choque violento entre dos mundos, entre tiempos y culturas diferentes, y por lo tanto el carcter dramtico de la Historia se impone con mayor evidencia: los hroes representativos de una poca es decir, esos individuos universales que marcan el trnsito hacia un nuevo orden son figuras esencialmente trgicas (Elmore 1997: 28), an ms en los casos que vamos a analizar, donde el hroe a menudo pertenece al mundo de los vencidos, y

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por lo tanto fatal y trgicamente predestinado al fracaso. En buena parte de las novelas histricas latinoamericanas sobre todo en las regiones donde la presencia indgena es numrica y cualitativamente relevante, al contrario de lo que pasa generalmente en las europeas,
el impulso retrospectivo no aspira a convertir al principio en el lugar del sentido pleno, en el sitio donde los enigmas de la Comunidad y el Estado se esclarecen; por lo contrario, lo que caracteriza a los ejemplos ms notables del gnero es la crtica a los orgenes de la nacionalidad, el desmantelamiento de los mitos patriticos. En el espacio de los relatos, la duda trgica y el distanciamiento irnico corroen e interrogan a los tpicos consagrados por la tradicin y los aparatos del Estado; al mismo tiempo, el ejercicio de la relectura pone en relieve el carcter textual, ideolgico, de las imgenes hegemnicas del pasado colectivo (Elmore 1997: 39-40)37.

Si bien la literatura latinoamericana es una expresin de la cultura europea trasplantada y luego aclimatada en territorio latinoamericano (otras eran las formas de expresin artstica de los indgenas) y refleja s la nueva situacin pero con ptica y segn modelos europeos, tambin es verdad que en Amrica siempre ha existido una forma de revisionismo histrico el cual tiene su fundamento en la posibilidad de hallar an hoy documentos contradictorios, ambiguos, ocultados, falsificados 38, que han permitido la transmisin de otras verdades.
37 Este carcter, ya presente en numerosas novelas histricas latinoamericanas desde sus orgenes, en las literaturas europeas del siglo XX se ha interpretado como propio de la Posmodernidad. 38 El discutido caso de los Documentos Miccinelli, presuntamente de Juan Valera, puede ser ejemplar (Cant 2001 y Laurencich Minelli 2007).

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Como se ver en los dos captulos siguientes, la eleccin dominante de uno u otro evento Descubrimiento o Conquista responde a exigencias diversificadas de construccin del modelo de nacin: el Ro de la Plata pueblo trasplantado y sin culturas prehispnicas fuertes elige como momento fundacional el tema del viaje y del Descubrimiento; Mesoamrica en cambio pueblo testimonio en el cual la presencia indgena es an fuerte y emergente elige la fase de la conquista, haciendo del encuentro o desencuentro de culturas el eje significativo de su nacimiento. Es decir, se construye una historiografa a medida de la imagen de nacin que se quiere imponer: todo sujeto social letrado o iletrado, artista o poltico, activista social o no al proponer su relato sobre la nacin y sobre su comunidad o al legitimar un determinado discurso como perteneciente a la nacin, construye relatos, propone comienzos, disea fundaciones, establece orgenes, elige representaciones, opta por idiomas. Como sostiene Geoffrey Bennington, en el origen de una nacin encontramos la historia ficcional acerca del origen de la nacin (Achugar 1995: 23). Lo que no es muy diferente de lo que haba dicho Acevedo Daz en Sin pasin y sin divisa, prlogo a Lanza y sable (1914), reclamando un uso didctico de la insercin de la Historia en la novela:
Todos saben que la verdadera literatura de un pueblo est en sus orgenes, en la reproduccin exacta de los tipos, hbitos y costumbres ya casi extinguidos por completo, en el estudio de los instintos primitivos, cmo se adobaron esos instintos y a qu extremos los condujo el arranque inicial del cambio hasta llegar a la primera etapa del progreso (Acevedo Daz 1914).

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En el origen de Amrica est inequvocamente el Descubrimiento, con el que empieza la Modernidad: un descubrimiento que, como se ha dicho constantemente en las ltimas dcadas, ha sido ms bien un encubrimiento cuando no, definitivamente, una invencin. Coln naturalmente es el gran protagonista de esta epopeya, y como hroe en su faceta civil de navegante como en la religiosa de evangelizador y gracias tambin al misterio que acompaa sus orgenes y sus aos juveniles, ha sido protagonista de numerossimas novelas, monografas, estudios biogrficos e historiogrficos. Pero el misterio persiste, como persiste el misterio de la verdadera ndole de Coln: comerciante, navegante, evangelizador, santo o impostor, y an, residuo medieval o precoz renacentista etc. etc. etc. En poca de revisionismo histrico, naturalmente Coln es el primer blanco para reinterpretar la Historia de Amrica, y sus diarios y cartas se vuelven los principales pre-textos sobre los cuales ejercitar la pluma. Ya se ha escrito demasiado sobre Coln y las novelas a l dedicadas: aqu tentaremos slo un enfoque muy especfico y parcial, apostando por un nuevo subgnero, la metacrnica, que acompaara a otras formas de escribir novelas histricas en esa poca de indecifrables pos... y meta.... Luego, en la imposibilidad de abarcar toda la produccin de narrativa histrica en el continente, con sus dinmicas especficas, nos ceiremos, separadamente, a los dos momentos del Descubrimiento y de la Conquista en dos subregiones, el Ro de la Plata y Mesoamrica, que nos parecen particularmente adecuadas para representar los diversos discursos que, a travs tanto de la novela histrica tradicional como de la nueva, concurren a la formacin de las identidades americanas en el primero como en el segundo

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proceso descolonizador: en el perodo postindependista en el siglo XIX (novela histrica tradicional o clsica), as como en nuestra contemporaneidad de crisis de la Modernidad y redefinicin de perfiles identitarios (nueva novela histrica).

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II. El descubrimiento: el Ro de la Plata

2.1. Coln y la metacrnica Inmensa es la literatura tanto historiogrfica como ficcional inspirada en la figura misteriosa y fabulosa de Cristbal Coln, e introduciendo un captulo dedicado al Descubrimiento no podamos dejar de dedicarle aunque sea un breve prrafo, pero desde una ptica especfica: la re-escritura de sus diarios. A un discurso revisionista general oponer la Historia de los vencidos o de los marginales a la Historia oficial se une el deseo de meditar sobre los documentos a partir de los cuales se ha escrito la Historia, y sobre la definicin misma de documento y de veridicidad: es por lo tanto inevitable el discurso metatextual junto a la reflexin historiogrfica. Es una de las posibilidades, esto es, para responder al pedido de Carlos Fuentes:
La gigantesca tarea de la literatura latinoamericana contempornea ha consistido en darle voz a los silencios de nuestra historia, en contestar con la verdad a las mentiras de nuestra 107

historia, en apropiarnos con palabras nuevas de un antiguo pasado que nos pertenece e invitarlo a sentarse a la mesa de un presente que sin l sera la del ayuno (Fuentes 1978: 14).

Como ya hemos anotado, caracteres comunes a las nuevas novelas histricas latinoamericanas son el uso prevalente de la primera persona (que opone la subjetividad del yo a la supuesta objetividad de la tercera persona tradicional del discurso historiogrfico) y la meta-narracin (la reflexin sobre el proceso de escritura, y, en este caso especfico, la relacin entre la esfera historiogrfica y la esfera ficcional, as como sobre la supuesta objetividad del discurso historiogrfico, que en cambio, siendo discurso y no accin, conlleva por definicin cierta dosis de ficcionalidad o, por lo menos, de subjetivismo). Estos caracteres no slo estn presentes en las metacrnicas que he seleccionado sino que permiten caracterizarlas precisamente como subgnero; adems, aunque no se trate de la historia y de la palabra de un vencido, sino de un vencedor por antonomasia, Cristbal Coln, es evidente el mismo discurso revisionista que, precisamente por ser generado desde el interior de la Historia oficial de los vencedores, parece an ms perturbador. Los textos que analizar son parodias en el sentido etimolgico del trmino, o sea textos paralelos a textos conocidos, con los que establecen una relacin de identidad y distanciamento, de reconocimiento del cdigo y exigencia de quebrantarlo, lo que significa tambin romper los lmites entre gneros altos y bajos, referenciales y ficcionales. Los textos originarios pre-textos, codificados en la forma y en su significado profundo (responder a las espectativas de quien reciba las cartas y las relaciones) eran en realidad altamente ambiguos en lo que concierne la referencialidad histrica, aunque fueran recibidos entonces como obras
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historiogrficas: son ellos mismos textos intermedios entre historia y ficcin, en los que la verdadera historia del descubrimiento se mezcla con las utopas y los mitos europeos, las aventuras de los libros de caballera, etc. Es decir, estas crnicas de la verdadera historia del descubrimiento ya son palimpsestos complejos y liminales entre la historia, la utopa, el mito y la ficcin, y confirman una vez ms cmo las categoras verdadero/falso, realidad/ficcin, ciencia/magia, son conceptos histricos que varan segn el tipo de cultura de una determinada sociedad en un determinado momento. Varios son los ejemplos que podramos citar, a partir precisamente de Coln y de sus Diarios: el ejercicio metanarrativo, metatextual y revisionista aplicado a sus Diarios ha producido textos de gran xito y de profundas consecuencias en la posibilidad de nuevas lecturas historiogrficas de la aventura colombina. Ser suficiente recordar que el famoso Primer Diario as como el Tercero, que todos citamos con gran soltura, ya por s mismo es una re-escritura no del todo transparente e inocente, ya que nosotros conocemos slo un compendio realizado por fray Bartolom de las Casas (del Segundo, conocemos la relacin del mdico Diego lvarez Chanca, del Cuarto, tenemos el testimonio directo del primer bigrafo colombino, su hijo Hernando, quien viaj con el padre). En diversas ocasiones, adems, se ha hablado de un Diario secreto, misteriosamente desaparecido, que en la nueva novela histrica a menudo viene presentado como pre-texto virtual. Diario secreto al que parece aludir el mismo Coln, en un prrafo metacronaqustico del primer Diario (25 de setiembre), cuando confiesa haber alterado algunos datos las millas que haban navegado para placar a los marineros que ya no crean en sus clculos:

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Habran andado aquel da al Oeste, cuatro leguas, porque siempre fingan a la gente que hacan poco camino, porque no les pareciese largo, por manera que escribi por dos caminos aquel viaje: el menor fue el fingido y el mayor el verdadero (Coln 1990: 163).

Paradjicamente, parece que el Almirante mismo nos invite a re-escribir su historia, a descubrir otras verdades escondidas, invitacin aceptada por algunos de los mayores escritores latinoamericanos contemporneos, quienes han re-escrito a su manera los Diarios y la entera Historia del Descubrimiento: Alejo Carpentier en El arpa y la sombra (1979), Abel Posse en Los perros del Paraso (1983), Augusto Roa Bastos en Vigilia del Almirante (1992), Alejandro Paternin en Crnica del descubrimiento (1980), Homero Aridjis en Memorias del Nuevo Mundo (1988), Manuel GutirrezSousa en El rey de la quimera (1990), Herminio Martnez en Una autobiografa hipcrita del Almirante (1992). En esta ocasin, nos detendremos nicamente en los cuatro primeros por ser obras maestras de sus respectivos autores y presentar diferentes modalidades de re-lectura de un mismo corpus utilizado como pre-texto. En el primero, la historia conocida, la que leemos en los textos cannicos del Descubrimiento, se sustituye por una posible historia latente, subterrnea, sin posibilidad de averiguacin. Es referencial en los datos concretos pero alternativa en la representacin y en las motivaciones, en suma, en el discurso, que incluso anula aquel proyecto con el que Coln se haba presentado al mundo y en el que se identificaba: la evangelizacin de nuevas tierras. Insinuando otras posibilidades no contempladas por la Historia oficial santo, esclavista, comerciante, perdiosero, espaol/italiano/portugus o quin sabe qu la obra car110

penteriana nos presenta a Coln, al gran Hroe del Descubrimiento, ya viejo, cansado, decepcionado, moribundo, que se confiesa rellenando las fisuras de aquella Historia que l mismo haba escrito, con un discurso irreverente e irnico en el que admite verdades apenas vislumbradas por la Historia, e inmediatamente borradas. A este ncleo central no por casualidad central tambin en la economa estructural del libro se suman otros discursos, tambin alternativos: el de Giovanni Maria Mastai-Ferretti, joven prelado en Amrica y futuro Papa Po IX primer papa americano quien recuerda su aventura de ultramar y proyecta proclamar santo, primer santo universal, a Coln; y luego una escena superreal en la que el Invisible el mismo Coln est presente en el proceso de beatificacin, en el que intervienen, entre otros, Bartolom de las Casas, Jules Verne, Alfonso Lamartine. La parte que nos interesa es la segunda, La mano, que ms que una confesin de Coln es una desaprobacin de su voz y su imagen oficiales. Presenta diversos niveles de intertextualidad y metatextualidad no slo con respecto al pretexto sus diarios y sus cartas sino tambin con respecto a aquellos autores y textos escritos la Biblia, Virgilio, Sneca, Marco Polo o Pierre dAilly hacia los que el navegante se haba siempre declarado fiel, y que aqu aparecen en cambio como biombos que esconden al nico gua de quien se fa, oral y por lo tanto no fiable por definicin, el Maestro Jacobo, que le descubre el primer descubrimiento de los vikingos y la existencia de Vinlandia o de la Tierra Verde: escuchando sus cuentos,
Todo lo aprendido a lo largo de mis viajes, toda mi Imago Mundi, todo mi Speculum Mundi, se me viene abajo [] Se me barajan, se me revuelven, se me trastuecan, desdibujan y redibujan, todos los mapas conocidos. Mejor olvi111

dar los mapas, pues se me hacen, de pronto, petulantes y engredos con su jactanciosa pretensin de abarcarlo todo. Mejor me vuelvo hacia los poetas que, a veces, en bien medidos versos, pronuncian verdaderas profecas (Carpentier 1998: 67-68).

Se trata de una decidida subversin del canon historiogrfico medieval: a la tradicin clsica escrita, sacra y profana, Coln sustituye la oralidad, vocero de otras Verdades que se demonstrarn ms verdaderas que las transmitidas por la Historia. Pero la relacin ms intrigante es naturalmente entre el Diario y los diversos niveles de confesin que en La mano Coln ofrece al lector, en un juego muy sutil de desdoblamiento de la personalidad no en el sentido psicolgico, sino en relacin al destinatario, s mismo o el mundo, y la condicin en vida o in articulo mortis. En este sentido La mano presenta una estructura circular, perfecta: Coln est esperando al confesor, para
decir cosas que sern de escndalo, desconciertos, trastrueque de evidencias y revelacin de engaos para el fraile oidor. Aun en secreto de confesin. Pero, en este momento, cuando vivo an vivo en espera del oidor postrero, somos dos en uno. El yacente, de manos ya puestas en estampa de oracin, resignado no tanto! a que la muerte le entre por esa puerta, y el otro, el de adentro, que trata de librarse de m, el m que lo envuelve y encarcela, y trata de ahogarlo (Carpentier 1998: 50).

En la espera hojea las pginas amarillentas de su Diario y, leyndolas para s mismo, desmiente lo escrito revelando motivaciones, artimaas, intrigas de sus azaas. Estas meditaciones suyas costituyen una metacrnica, la re-escritura y
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comentario de su Voz oficial para desvelar descubrir las trampas en las que el Demonio lo haba hecho caer:
Y las constancia de tales trampas est aqu, en estos borradores de mis relaciones de viajes, que tengo bajo la almohada, y que ahora saco con mano temblorosa asustada de s misma para releer lo que, en estos postreros momentos, tengo por un vasto Repertorio de Embustes y as lo dir a mi confesor que tanto tarda en aparecer (Carpentier 1998: 101-102).

No faltan re-visitaciones de los ms famosos prrafos colombinos las descripciones de los primeros indios, de las sirenas, del eclipse de luna que no se alejan mucho del texto originario pero, una vez cambiado el discurso, nos hacen mirar bajo nuevas perspectivas aquellos hechos y aquellas descripciones gracias al uso no ingenuo de la escritura extraada. Ms interesantes y subversivos son aquellos prrafos relacionados al tema ms candente y movedizo, oro versus evangelizacin, y revelan la naturaleza parcial y ambigua de sus escritos, un
Repertorio de embustes que se abre en la fecha del 13 de Octubre, con la palabra ORO [] Viendo tal maravilla, sent como un arrebato interior. Una codicia, jams conocida, me germinaba en las entraas [] Y a partir de ese da, la palabra ORO ser la ms repetida, como endemoniada obsesin, en mis Diarios, Relaciones y Cartas (Carpentier 1998: 102).

Y si confirma tan explcitamente la obsesin por el oro, igualmente explcita es su falta de inters por la misin evangelizadora: en lo que se refiere al adotrinamiento de los
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indios, que de ello se ocupen varones ms capaces que yo para desempear tamaa misin! Ganar almas no es mi tarea. Y no se pida vocacin de apstol a quien tiene agallas de banquero (Carpentier 1998: 128). Pero es una ilusin, el delirio de un moribundo, una verdad de palabra que no puede competir con la verdad del texto escrito, y no llega ni al odo del confesor, porque es inconfesable: consciente de la imposibilidad de decir la Verdad,
me pongo la mscara de quien quise ser y no fui: la mscara que habr de hacerse una con la que me pondr la muerte ltima de las incontables que he llevado a lo largo de [mi] existencia [] Hora de la verdad, que es hora de recuento. Pero no habr recuento. Slo dir lo que, acerca de m, pueda quedar escrito en pietra mrmol. De la boca me sale la voz de otro que a menudo me habita. l sabr lo que dice Haya misericordia agora el cielo y llore por m la tierra (Carpentier 1998: 148-150).

Estas son las palabras finales. Carpentier deja al lector una posible historia, contada por un poeta y no por un historiador pero no por eso menos creble que la tramandada por la Historia oficial porque una vez ms Historia y ficcin se funden y con-funden: como ha escrito, en un texto ensaystico, el mismo Carpentier,
Bernal Daz de Castillo es mucho ms novelista que los autores de muy famosos romances de caballera [...] No hay ms camino para el novelista [hispanoamericano] en este umbral del siglo XXI que aceptar la muy honrosa condicin de cronista mayor, cronista de Indias. Nunca he podido establecer distingos muy vlidos entre la condicin del cronista y la del novelista (Carpentier 2003: 197).

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El juego de la re-escritura es an ms evidente en los dems textos que, aunque sea rpidamente, analizamos, ya que parten del presupuesto que existe un Diario secreto y que por lo tanto la Historia y la ficcin hay que re-escribirlas a partir de aquel texto. Proceso historiogrfico, ste, perfectamente legtimo y legitimado an ms por la historia colombina: si, como comentbamos, desaparecido el Diario del primer viaje, conocemos las transcripciones de Hernando Coln y Bartolom de las Casas, desaparecido el Diario secreto, conocemos las trascripciones y los ejercicios de re-escritura de Abel Posse y Augusto Roa Bastos. Ambas novelas se pueden considerar parodias en niveles diferentes y con respecto a diversos pre-textos, casi en una mise en abme sin fin: el Diario y sus re-escrituras oficiales, pero tambin el Diario secreto, en el que Coln puede finalmente decir las verdades calladas o rpidamente mencionadas en los textos oficiales (Hernando Coln y Las Casas), puede llenar los huecos de la Historia y contestar a dudas e interrogaciones o corregir ilaciones y suposiciones. En una palabra, re-hacer la Historia del Descubrimiento. Hernando Coln y Las Casas, Posse y Roa Bastos, con sus textos respectivos quedan [] equiparados en este complejo proceso de escritura que delata[n] la[s] novela[s] (Pulgarn 1995: 93-94)39. Muchos comentarios sirven para ambos, aunque con una diferencia de base: Vigilia del Almirante es una novela verosmil, mientras que Los perros del Paraso es declaradamente fantstica: condensa en un nico viaje de diez aos los cuatro viajes del Almirante e inserta en l, anacrnicamente, otros viajes realizados con sus lenguajes diversificados en una compresencia que otorga a las navegaciones colombinas el
39 Pulgarn habla de Los perros del Paraso, pero el mismo discurso vale tambin para Vigilia del Almirante.

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papel de lugar, literario e ideolgico, en el que y desde el que se desparrama toda la historia de Amrica y el proceso de americanizacin:
La Santa Mara quiebra con su proa el horizonte espacialhistrico y, abierta as la Caja de Pandora de la realidad, se deslizan ante el protagonista en ilgica presencia simultnea seres, naves, escenas humanas que el almirante tuvo, como buen visionario que era, que aceptar sin tratar de buscar explicaciones (Aracil Varn 2004: 145).

Es la misma tcnica de condensacin y superposicin temporal usada en Daimn, la novela sobre Lope de Aguirre; tcnica que el autor utiliza para subrayar la perversa reiteracin de errores, posturas, idiosincrasias y sentimientos, que, presentados hiperblicamente, y por lo tanto grotescamente, en virtud de ese mismo mecanismo repetitivo, desvelan lo que la Historia ha velado. De este modo,
Posse reivindica su derecho a inventar la historia en un discurso que puede ser tan verdadero como el histrico, un discurso capaz de des-cubrir la versin justa gracias, como dira el propio autor, a la capacidad para moverse en las entrelneas de la crnica (Aracil Varn 2004: 118).

Aunque la forma no es la del diario o la crnica, sino la del cuento de un narrador extradiegtico y recordemos que, en la re-escritura de Bartolom de las Casas, tambin el Coln oficial habla en tercera persona es evidente a lo largo de todo el texto el carcter metacronstico junto a la voluntad de desacralizar la Historia oficial, sobre todo lo que concierne a la figura de Coln, metfora ambigua, contradictoria, podramos decir omnicomprensiva de todas las

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ambigedades y contradicciones histricas, ticas, ideolgicas de aquel perodo suspendido entre Edad Media y Renacimiento, entre tradicin e innovacin, entre fe y mercantilismo. Posse no da respuestas e interpretaciones netas, pero ofrece la posibilidad de soar con otra Amrica, otra Historia, en las que las Ordenanzas dictadas bajo el Arbol de la Vida del Paraso Terrenal hubieran podido construir un mundo mejor. Es un sueo que se desvanece rpidamente, como si al hombre no le fuera permitida esa huida hacia el sueo y la utopa:
Despus de dos semanas empezaron a sentir que sin el Mal las cosas carecan de sentido. Se les destea el mundo, las horas eran nadera. En realidad el tan elogiado Paraso era un antimundo soso, demasiado desnudo, diurno porque la noche ya no era la noche. Andar desnudos y sin Mal era como presentarse de frac a la fiesta que ya acab [] Los curas vagabundeaban por la playa con malhumor [] Se aburran, nadie se confesaba [] la mquina del hacer, pieza esencial de la desdicha y diversin de los hombres de Occidente, continuaba su accin con disimulo y nocturnidad [] Los mismos Colones (hermanos, hijos, sobrinos y primos de Coln) andaban alzados maldiciendo la evidencia paradisaca (Posse 1987: 192-194).

Pero es Vigilia del Almirante, de Augusto Roa Bastos, la novela que se propone como suma y modelo de re-escritura, como palimpsesto en el que se esconden y se revelan pretextos reales e imaginados, no slo de la pica colombina sino tambin de la literatura hispanoamericana reciente y del intenso debate nacido en vsperas del Quinto Centenario. En la mejor tradicin a la que nos ha acostumbrado Roa Bastos, la novela est constituida por el entramado de muchas voces y documentos que se integran o se desmienten, y que
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estn sealados indirectamente ya en el ndice: Cuenta el Almirante, Cuentan los cronistas, Cuenta el narrador, Cuenta el ermitao y an: Fragmentos de una biografa apcrifa, Memorias desmemoriadas, etc. De acuerdo con estas secciones que se alternan en el libro, encontramos ahora la primera, ahora la tercera persona, y el punto de vista es ahora contemporneo a los hechos diario, crnica, ahora sucesivo memorias, biografas, glosas. Lo que es cierto es que estas mltiples voces hablan todas para desmentir los textos colombinos y la Historia que a partir de ellos se ha construido, y se presentan como el Texto por antonomasia, desaparecido no se sabr nunca si por fatalidad o dolo. El discurso que est debajo de esta operacin de re-escritura est explicitado en un prrafo metanarrativo presente en el captulo Existi el Piloto desconocido?, evidente fruto de la pluma del Narrador40 (ya citado anteriormente, pero que juzgamos necesario proponer nuevamente):
Las historias documentadas y las historias fingidas que no se apoyan en otros documentos que no sean los smbolos [...] son gneros de ficcin mixta; slo difieren en los principios y en los mtodos. Las primeras buscan instaurar el orden, anular la anarqua, abolir el azar en el pasado, armar rompecabezas perfectos, sin hiatos, sin fisuras, lograr conjuntos tranquilizadores sobre la base de la probanza documental, de la verificacin de las fuentes, del texto establecido, inmutable, irrefutable, en el que hasta el riesgo calculado de error est previsto e incluido. El historiador cientfico siempre debe hablar de otro y en tercera persona. El yo le est vedado. Los historiadores son de hecho restauradores de hechos [...] Las historias fingidas, en cambio, abren la ima40 As empieza este captulo: A un historiador de Indias, partidario de la verdad cientfica en libertad, amigo muy querido, le consult sobre la posible autenticidad del Piloto incgnito (Roa Bastos 1992: 67).

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ginacin al espectro incalculable del azar tanto en el pasado como en el futuro; abren la realidad al tejido de sus oscuras leyes [Sus inventores] siempre hablan de s mismos aunque hablen de otros y se dirijan a otros s mismos. El yo de ellos es el yo del otro. Se limitan a elegir los smbolos que les convienen para hacer verosmil la representacin fingida de la realidad (Roa Bastos 1992: 80).

Si el misterio del Piloto suscita una discusin tan profunda sobre la esencia de la Historia, es porque efectivamente es uno de los nudos sin resolver de la empresa colombina41 y es nudo emblemtico de toda la construccin narrativa y estructural de la novela de Roa Bastos. Efectivamente, de l hablan repetidamente Coln (en sus textos diversos y contradictorios), los cronistas, el narrador extradiegtico, permitiendo as la confrontacin entre historia y leyenda. En el primer captulo, Cuenta el Almirante, importantsimo porque se dan las coordenadas y las indicaciones de lectura de todo el texto, Coln a punto de morir (Con la cabeza sobre mi almohada de agonizante, en la desconchada habitacin de mi eremitorio en Valladolid, contemplo con ojos de ahogado este viaje al infinito que resume todos mis viajes, Roa Bastos 1992: 18) confiesa la verdad sobre la leyenda del Piloto que no pudo mentir[me] cuando ya se mora. Se establece inmediatamente esta correspondencia entre los dos descubridores, el Piloto y Coln, y entre sus confesiones ltimas ya que Los moribundos no mienten. Pero enseguida el autor subraya las diferencias, siempre en palabras de Coln, esta vez desde su Libro de Navegacin,
41 Juan Manzano en varios textos pone de manifiesto el conocimiento por parte de Coln de la existencia de algunas islas a 750 leguas a oeste, informacin obtenida por un marinero en su lecho de muerte (Manzano y Manzano 1989).

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uno de los textos colombinos perdidos: En esas islas [...] me inform el Piloto, naufrag su barco. No se puede decir que l las descubriera puesto que no dio pblica noticia dello, salvo la confidencia que me hizo en secreto, cuando ya se mora. Las descubrir yo (Roa Bastos 1992: 37). No es la accin que hace la Historia, sino la Palabra Escrita, y por lo tanto, en este caso, las Crnicas, Diarios de viaje, Relaciones, etc. Y los escritores de nuevas novelas histricas, si quieren re-escribir la Historia, no pueden eludir aquellos textos fundantes; al contrario, tienen que partir exactamente de all, como Roa Bastos que, re-escribiendo los textos desaparecidos del Almirante, sin nunca alejarse de la verosimilitud histrica, nos cuenta una posible verdadera historia del descubrimiento, fruto del encuentro de varias voces: la polifona y yuxtaposicin de voces y textos nunca contradictorios parecen serenar al lector que en el gnero de la novela histrica (por lo menos en la tradicional) busca confirmaciones y enriquecimiento de sus conocimientos de la historia. Slo ahora, a travs de la escritura ltima del Almirante (a menudo etiquetado como grafmane) conocemos la verdadera historia del Piloto (Slo al principio, cuando todava le salan el aliento y la voz, me hizo un relato completo de su peregrinacin, Roa Bastos 1992: 46), alrededor del cual Roa Bastos teje una historia similar a la de Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, los dos nufragos en tierra maya objeto de mucha literatura, ya que el primero fue rescatado por Corts y fue su intrprete, mientras que el segundo decidi quedarse y rechazar el regreso a la Civilizacin. Anlogamente, Roa pone al lado del Piloto a otro nufrago, Pedro Gentil, que lo deja empezar el viaje de regreso a casa solo, prefiriendo ser el primer indiano que no vuel-

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ve (Roa Bastos 1992: 46), anticipando por lo tanto esta bofetada a la Civilizacin, la decisin de quedarse en la Barbarie. Como decamos, sobre el Piloto, adems del Coln roabastiano, habla tambin el narrador extradiegtico que aprovecha esta leyenda para otro sermn metanarrativo y metahistoriogrfico:
En la fantasmagora de la empresa descubridora, la velada y misteriosa presencia del Piloto annimo precursor, es otro fantasma ms. Su existencia real ha sido desvanecida por el halo de su leyenda y sta, a su vez, fue dando paso a una historia no menos nebulosa pero acaso no menos real que la del propio Almirante, que los ha pegado espalda contra espalda como dos hermanos siameses [...]. La historia de ste no se puede entender sin la leyenda del Piloto. El debate contina hasta nuestros das y probablemente no cesar jams. Las dos grandes tentaciones de los hombres de todos los tiempos han sido la utopa y los mitos; la fantasa convertida en realidad o a la inversa [...]. Algunos de los cronistas antiguos y modernos ms confiables aseguran, incluso, que la historia del piloto precursor y su relato mtico fueron los elementos decisivos en la gnesis de la empresa descubridora del Almirante. Y los indicios que se han ido acumulando lejos de desautorizar han confirmado la historia como leyenda y la leyenda como historia (Roa Bastos 1992: 63-65).

Porque, como ya sabemos, la tradicin oral es la nica fuente de comunicacin que no se puede saquear, robar ni borrar (Roa Bastos 1992: 79). Pero, al faltar los documentos, los hombres de ciencia sienten un pudor paralizante a pesar de que este fantasma o mito ya se ha instalado en la tradicin oral, en la memoria colectiva y hasta en los anales de ciencia histrica (Roa Bastos 1992: 66). El narrador Roa Bastos se interroga sobre la naturaleza de los acontecimien-

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tos, pero no duda acerca de la opcin falsamente disyuntiva entre hechos imaginados y hechos documentados, haciendo hincapi tambin en la moderna teora de la recepcin:
Se excluyen y anulan el rigor cientfico y la imaginacin simblica o alegrica? No, sino que son dos caminos diferentes, dos maneras distintas de concebir el mundo y de expresarlo. Ambas polinizan y fecundan a su modo para decirlo en lenguaje botnico la mente y la sensibilidad del lector, verdadero autor de una obra que l la reescribe leyendo, en el supuesto de que lectura y escritura, ciencia e intuicin, realidad e imaginacin se valen inversamente de los mismos signos (Roa Bastos 1992: 65-66).

Siempre el narrador extradiegtico, un nuevo historiador curioso e impertinente, si por un lado se remonta a Fernndez de Oviedo y a los dems historiadores del 500, por otro se mueve al comps de los nuevos novelistas histricos, tejendo un dilogo intertextual muy sugerente, como por ejemplo el juego lxico ya utilizado por Posse y por otros escritores sobre encubrir-descubrir, afirmando que
si existi ese piloto, l fue sin duda el precursor del Descubrimiento [...] El otro, el Almirante, no es ms que el precursor del Encubrimiento, puesto que a las tierras recin descubiertas superpuso sin ms las del Oriente asitico [...] el Almirante es sin duda el precursor preclaro de conquistadores, inquisidores y encomenderos que descubrieron y expoliaron para Europa el Orbe Nuevo (Roa Bastos 1992: 68-69).

Juego ste que encuentra su escritura paralela en numerosos textos ensaysticos, como por ejemplo los de Beatriz Pastor cuando afirma que,
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en su constante afn por identificar las nuevas tierras descubiertas con toda una serie de fuentes y modelos previos, llev a cabo una indagacin que oscilaba entre la invencin, la deformacin y el encubrimiento (Pastor 1983: 20-21).

An ms evidente es el discurso metanarrativo y de meditacin sobre la relacin historia-ficcin cuando los diversos narradores aluden a las fuentes, declaradas o implcitas, reales o inventadas. In primis, naturalmente, el Diario de a bordo, que el narrador define ficcin embaucadora tejida por el Almirante: No es otra la funcin de la palabra escrita [...]. El nico que va mintiendo es el Almirante porque a veces la verdad central en este caso la llegada a las Indias orientales hay que defenderla y revelarla con mentiras parciales (Roa Bastos 1992: 270-271). Naturalmente, se refiere a la doble contabilidad de las millas que haban navegado, que aqu es slo una mentira parcial entre las muchas presentes en el Diario y reveladas en otros textos: Escribe el Almirante, alternadamente, el Diario de a bordo, sus Memorias ntimas y el Libro de las Profecas. Al zarpar de la Isla de Hierro ha comenzado tambin a escribir la introduccin al Libro del Descubrimiento (Roa Bastos 1992: 269); y, por si no fuera suficiente, una multitud de cartas con alabanzas, informes, protestas y quejas elevadas a Sus Majestades (Roa Bastos 1992: 97), casi todas, empero, devueltas al remitente y ninguna llegada a destinacin, es decir a las manos de los reyes en Espaa. El texto-fuente ficticio ms citado es sin duda el Libro de las Memorias,
libro inconcluso y tambin desaparecido, del cual slo han quedado apuntes ilegibles y crpticos en los escritos despus desautorizados por el propio Almirante [que] Bartolom de las Casas, exgeta del Almirante, hombre justo y apa-

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sionado, y Hernando, albacea y bigrafo filialmente celoso de la memoria y buen nombre de su padre, se abstienen por completo de mencionar (Roa Bastos 1992: 337)

y que no se sabe si alguna vez ha sido enviado a Isabel y Hernando desde la isla de San Salvador, como el Almirante ha siempre declarado. Es precisamente a este Libro de las Memorias que el Caballero Navegante confa sus verdades ms secretas, y donde, leyendo en el futuro, puede afirmar que
El dominico Las Casas y mi hijo Hernando reescribirn a su modo todos estos papeles borroneados de sudor y de mar. Pondrn en ellos cosas que no han sucedido o que han sucedido de otra manera, muchas otras que no conozco y las ms dellas slo para indisponerme con mis amigos portugueses, malquistarme con los Soberanos que me han otorgado su ms plena confianza y daar mi reputacin y prestigio de primer descubridor de las Yndias [...] Luego acudirn cronistas, nautas sapientes de los archivos, cosmgrafos, doctores de la Santa Iglesia, novelistas de segundo orden, a deshacer con sus trujamaneras lo por m no hecho, lo por m no escrito; a inventarme fechos y fechas por los que nunca he pasado. Un documento prueba lo bueno y lo malo, y todo lo contrario. Con el mismo documento se pueden fabricar historias diferentes y hasta opuestas (Roa Bastos 1992: 219).

Como se ve, Roa Bastos con Vigilia del Almirante concretiza exactamente lo que su Coln haba previsto, y su texto, sin renunciar a ser una novela cautivadora con su Caballero Navegante siempre quijotescamente combatido entre sueo y realidad, entre fe y razn, podramos decir entre oralidad y escritura, obliga al lector a reflexionar sobre los grandes temas epistemolgicos y ticos que acompaan siempre al proceso de escritura, tanto de la oficial como de la

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secreta, enviada a Espaa o confiada a un barril hermtico, transcrita por fieles (?) exgetas (Las Casas, Hernn Coln, Fernndez de Oviedo) o por infieles (?) novelistas. Las fuentes, sin embargo, no son slo las crnicas o los libros sagrados. El autor se divierte sembrando el texto de citaciones y alusiones a obras narrativas, in primis Don Quijote y Pedro Pramo, que con Vigilia del Almirante tienen en comn la centralidad del viaje: Juan Preciado, hijo bastardo de Pedro Pramo, autor del Manual del perfecto Inquisidor, cumple un viaje a las Indias buscando por esas trridas regiones del Mal el alma de su padre (Roa Bastos 1992: 100). Obsesiva casi es la identificacin con don Quijote, del cual Coln sera antepasado y mulo (Roa Bastos 1992: 178-179) hasta imaginar la presencia, junto a un Coln moribundo, de el ama y la sobrina. Por lo menos cuatro captulos hacen explcita referencia al Don Quijote, subrayando una intertextualidad marcada, desde la Biografia apcrifa del Almirante (En un lugar de la Liguria de cuyo nombre ... Roa Bastos 1992: 167) a un captulo ensaystico en el que las vidas, las aspiraciones, deseos y frustraciones de Cervantes, Coln y Don Quijote, se confunden y se sobreponen, en un lcido cuadro entre historia y ficcin, entretejidas en coordinadas histricas dignas del mejor ensayo filosfico e historiogrfico: un siglo de Historia, glosado por el pensamiento de Juan Luis Vives y Francisco de Vitoria (Roa Bastos 1992: 205-207). Caballero navegante, Coln
tanto se enfresc en estas lecturas [libros de navegadores y exploradores], pasando las noches de claro en claro y los das de turbio en turbio trajinando esas miles de pginas con los ojos y los dedos en la lengua, que no lograba saciar su curiosidad y ms y ms creca su desatino. As, del 125

poco dormir y del mucho leer se le sec el cerebro con el que celebraba esas maravillas. Llensele la fantasa de todo aquello que lea en los libros, sergas y monsergas de encantamientos como de pendencias, batallas y desafos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates en los que toda imposibilidad hace su nido. Asentsele de tal modo en la imaginacin que era verdad todo el aparato de aquellas soadas invenciones, que para l no haba otra historia ms cierta en el mundo (Roa Bastos 1992: 177-178).

Otro mundo de papel, sin otra referencia externa que no sea el mundo de la literatura colombina, es el que relata el uruguayo Alejandro Paternin en Crnica del descubrimiento (1980), inteligente re-escritura pardica y al revs del Diario. Definir Crnica del descubrimiento como una novela histrica es sin duda un desafo al patrn tradicional del gnero porque todo el argumento desmiente la Historia conocida que nos ha enseado que la trayectoria del encuentro entre viejo y nuevo mundo fue desde Europa hacia Amrica y no al revs. Pero si nos fijamos en la esmerada reconstruccin de ambientes, costumbres y acontecimientos de la Espaa de finales del siglo XV y en las caractersticas del viaje de descubrimiento del texto de Paternin, sin duda podemos incluir esta obra en el subgnero de la nueva novela histrica, como lo hace tambin Elzbieta Sklodowska en el captulo La novela histrica revisitada de su libro La parodia en la nueva novela hispanoamericana. En este caso especfico, el dato fantstico no niega la construccin de una correcta arqueologa42, pero al revs: tan
42 Amado Alonso opera una distincin entre arqueologa e historia: Vamos a llamar historia a la sucesin de acciones que en su eslabonamiento forman una figura mvil con unidad de sentido; y vamos a llamar arqueo-

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es as que en Crnica del descubrimiento es posible recorrer hacia atrs el mtico viaje de Coln con personajes y situaciones perfectamente reconocibles. En el mundo de los mitones todo acaece exactamente al revs del mundo occidental y los esfuerzos del cronista por conocer, aprender, comprender, constituyen la primera sutil inversin de la actitud de los conquistadores espaoles, quienes, sobre todo en las primeras fases, no tenan deseo alguno de penetrar la otredad para una confrontacin paritaria: quien inici este despojo cultural, que tanto iba a influir en la sucesiva evolucin de Amrica Latina, fue el mismo Coln, como hemos visto, el primer encubridor del Nuevo Mundo. De esta inversin y no creacin ex novo deriva una carga pardica enorme tanto en la trama en su totalidad como en los detalles. En 1492 un grupo de la tribu de los mitones (asimilable a los guaranes ya que los nombres de los personajes suenan lejanamente como si fuesen de este idioma) atraves el ocano a bordo de tres piraguas para buscar la fuente del sol y llegaron a Uropei, un continente desconocido y de nivel de civilizacin muy diferente, incomprensible y, por lo tanto, inferior; los hermanos Pinzones de la Historia tienen sus correspondientes ficcionales en los hermanos Ombo y Orombo; el sentimiento de asombro de los indgenas frente a las carabelas espaolas est documentado en la carta del doctor Chanca que recoge el Diario del segundo viaje:
loga al estudio de uno estado social y cultural con todos sus particularismos de poca y de pas, y cuyo sentido y coherencia no est en la sucesin sino en la coexistencia y en la recproca condicionalidad de sus elementos: instituciones, costumbres, tcnicas, viviendas, indumentaria, alimentacin, instrumental, etc. [] Se le suele llamar el espritu de una poca (Alonso 1984: 9).

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por la costa vena una canoa en que venan cuatro hombres y dos mujeres y un muchacho, y desde que vieron la flota maravillados se embebecieron tanto que por una grande hora estuvieron que no se movieron de un lugar casi dos tiros de lombarda de los navos (Coln 1990: 187).

Unos dibujos y unas lneas trazadas sin arte en las velas corresponden a la descripcin hecha por el mismo Coln en su Diario el da 9 de octubre: Sac el Almirante la bandera real, y los capitanes con dos banderas de la cruz verde, que llevaba el Almirante en todos los navos por sea, con una F y una Y, encima de cada letra su corona, una de un cabo de la y otra de otro (Coln 1990: 168); Yasubir, el jefe de la expedicin tiene al igual que Coln orgenes oscuros y personalidad entre tradicional y porvenirista; Tebich cre a la mujer y sac al hombre de un bostezo de ella (Paternin 1980: 38); lo que para unos es natural, para los otros es oficio: los mitones todos [...] somos [poetas], aunque sin tener conciencia [...] pero aqu viven con tanto atraso, sumidos en tal salvajismo, que necesitan profesionales de la emocin, del arte de poner coberturas hermosas y del mentir con elegancia (Paternin 1980: 72); hay tambin varias referencias que ponen en marcha complejos mecanismos de transcodificacin y reinterpretacin: Casiodora la Finojosa, a quien encuentran vieja y sola en la montaa, cuenta su historia desde su perspectiva la historia de un vencido desmintiendo la versin dada por la tradicin (cuando fui joven y hermosa, quisieron violarme; cuando vieja, asarme, Paternin 1980: 71); la fama debida a los versos famosos de Santillana le causaron envidias y celos:
Llamndome la Finojosa y burlndose, me hicieron perder el trabajo, me excluyeron de todas partes y me obligaron

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a refugiarme en las montaas. Siendo mujer y por lo tanto dbil, no me qued otra va que la de los conjuros, los hechizos, las prcticas ocultas [...] Me acusaron de bruja [...] Fui perdiendo hermosura y ganando un saber terrible (Paternin 1980: 72-73).

Cuando Maamed, el hechicero mitn, le cuenta que, en cambio, l cumpli su oficio sin sufrir jams contratiempos, que ha sido y es uno de los ms poderosos entre su gente, que lo respetan, lo admiran y le obedecen [...] la vieja se agarra la cabeza [...] sacude los hombros y comenta: Soy como [...] Maamed. Hice y hago lo mismo que l. Por eso me persiguen (Paternin 1980: 69-70). Siguiendo el esquema histrico del primer viaje de Coln, naturalmente invirtiendo el punto de vista, la novela diario del cronista oficial relata el viaje, el desembarco, las desgraciadas peregrinaciones en el nuevo mundo. De ellos y de sus aventuras, quedar slo la palabra escrita, que les ha permitido entrar en la historia lineal de la cultura occidental al precio altsimo de renunciar a la cclica repeticin propia de la cultura indgena:
Hasta ahora se ha desconocido la historia [advierte Yasubir/Coln a su cronista] pero se ha conocido la felicidad. Nunca precis cacique alguno cronistas que recordasen sus hazaas, porque siempre se trat de una sola y misma hazaa repetida como una leyenda. Pero la empresa en que estamos embarcados ha empezado por trastornar las cosas de tal modo que se ha metido el pie, sin querer, en el terreno de la historia [...] Aqu comienza la gran era para los mitones y la dicha suprema de que los infieles salvajes de esos mundos que descubrir abjuren de sus dolos y abracen la verdad [...] recurdalo, muchacho. La expedicin que ests viviendo no es leyenda, no habr de repetirse. Es irrepetible y nica. Es

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historia, y por serlo, habrs de transmitirla a tus hijos y a los hijos de tus hijos, para que sepan de dnde vienen, y adnde van (Paternin 1980: 17).

Pero esta aventura dentro de la Historia durar poco, al fallir la empresa conquistadora sern otra vez silenciados por la Historia, que es la historia de Occidente y permite slo intrusiones controladas por la metrpolis. Para permanecer en la historia de la ficcin y no en la ficcin de la Historia, sobreviven dos mujeres y el cronista, ltimo tesorero de la sabidura mitona, que nos regala su diario para que la memoria de su tribu no sea borrada por el agua que lamiendo las arenas hmedas, borra nuestras huellas (Paternin 1980: 114). Las etapas del Descubrimiento y de la fracasada conquista se hallan dispuestas en cuatro captulos: el viaje, en el cual con magistral imaginacin y pocas pinceladas se dibuja toda la cosmogona mitona (animismo, respeto hacia la naturaleza etc.); la exploracin de la costa, todava alegre y optimista; la incursin en la ciudad definida necio sistema para fomentar muertes atroces e irremediables pobrezas (Paternin 1980: 77); la derrota. En las dos primeras partes prevalecen la irona, el juego, la inacabable cadena de invenciones en anttesis con lo occidental y los primeros desencantos todava vividos con la sabidura inocente del mundo (Paternin 1980: 106). En las ltimas dos, en cambio, la descripcin de la ciudad provoca momentos cumbres de inesperado humorismo pero tambin prrafos de stira y moralismo demasiado evidentes. La alegra, la sana vitalidad y la inocencia india se ven sustituidas por una amarga toma de conciencia acompaada por aquella tristeza que el annimo cronista en seguida haba descubierto en los nativos. Es como si se hubiera agotada la creatividad extraada del cronista y del autor: en efecto el cronista, que va cuidadosamente anotando palabras,
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modismos y costumbres espaolas, a medida que aprende a nombrar el mundo nuevo segn el cdigo de los nativos, va perdiendo la sabidura imaginativa mitona as como la irnica y brillante escritura extraada, y renunciando a su propio vocabulario y a su propio punto de vista renuncia tambin a dominar el Nuevo Mundo, a inventarlo con la palabra, segn la brillante formulacin de OGorman. A veces, cuando el autor y el cronista pierde aquella asombrosa capacidad de describir y al mismo tiempo de alejarse de las cosas descritas, la ficcin y su mpetu eversivo pierden fuerza. Lo que poda haber sido una fbula estupenda, irnica y sutil parodia de la Historia y de su texto fundacional, el Diario colombino, se transforma a ratos en aplogo, novela picaresca de iniciacin forzada de un pueblo nio en su choque con una sociedad adulta que l no puede entender. Es como si el autor, renunciando a la inventiva que haba reinado en la narracin del viaje y en las primeras exploraciones, encerrado en la niebla43 (la misma niebla que no permiti que mitones y espaoles se
43 En sus peregrinaciones por tierras y campos de Espaa, los mitones van protegidos por una densa niebla: es este un elemento que podra definirse fantstico y extrao respecto a las crnicas conocidas; podra, por lo tanto, contribuir a excluir este texto del gnero de la nueva novela histrica hispanoamericana del ciclo del descubrimiento, porque parecera demasiado alejada de un nivel aceptable de interaccin entre realidad y ficcin segn los cnones historiogrficos de los siglos XV y XVI; pero, investigando entre textos menos conocidos, pertenecientes a un contexto lingstico diverso, he constatado que en 1572 Henry Hawks asegur que haba encontrado finalmente la Ciudad de los Csares, pero no haba podido verla porque estaba protegida por las nieblas mgicas creadas por los hechiceros indgenas (Surdich 1991: 167) y hasta parece que la niebla es una caracterstica constante de esa Ciudad (Ainsa 1998: 183). Nada nuevo, por lo tanto, en la novela del uruguayo, que podemos considerar en el mismo nivel de historicidad de las crnicas, y podemos recordar que la niebla como elemento mgico que protege a los indios est presente tambin en otras novelas contemporneas, como Garabombo el invisible de Manuel Scorza.

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reconocieran en el ocano) se dejase arrastrar por su condicin de escritor y periodista y a la vez por su deseo de evidenciar los males de la Espaa de los conquistadores44. La escritura extraada tiene varias funciones en la novela: la de imitar parodindola la escritura de los cronistas europeos, que utilizaron inconscientemente esa forma de relatar cosas desconocidas y para ellos sin nombre; la de dar una imagen distorsionada de objetos, costumbres, funciones de la sociedad en este caso espaola para que nos percatemos de lo ridculo e inmotivado de nuestros actos fuera de un contexto conocido y aceptado; la de proponer una posible visin de los vencidos ante los milagros de los hombres plidos (el hombre-caballo, el can, los perros, etc.); la de demostrar el error de la ecuacin otredad = inferioridad, ecuacin que justifica la conquista y la explotacin. Ser otro no significa slo ser diferente, sino diferente porque menos: menos fuerte, menos inteligente... menos humano (Campra 1991: 82). Muchos seran los ejemplos, con efecto cmico o satrico, que se pueden mencionar. Sin duda la descripcin de las carabelas de Coln que los mitones entrevn en el ocano entre la niebla contiene rasgos de las varias funciones:
Eran tres embarcaciones muy grandes y panzonas, como porongos del trpico. No sobrepasaran lo largo de la Limboy, pero ganaban en altura. Quienes las tripulaban deban ser criaturas primitivas que aborrecan el mar, pues haban
44 En una carta a m dirigida, Paternin reconoce este brusco viraje: hacia el final la novela adquiere un tono semipattico [] Subyace una visin atormentada de la historia, un padecimiento por el hecho del descubrimiento y la conquista hispnicos, una sensacin de desarraigo y una problemtica de identidad, explicable todo ello por nuestra condicin de hispanoamericanos y, en nuestro caso rioplatense, sin races aborgenes, sino como productos del aluvin migratorio, especialmente espaol e italiano (Paternin 1990).

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derrochado madera para hacer unas especies de mangrullos en donde viajaban sin salpicarse [...] Tenan unas telas enormes atadas a unos palos, como si fuesen inmensas alas de gaviota, en las telas unos dibujos y unas lneas trazadas sin arte [...] y se hallaban an en esa etapa imitativa que la tribu mitona ya haba superado por lo menos veinte generaciones atrs. Usan todava la fuerza del viento, me dijo Yasubir, no sin emocin, pero el viento es la fuerza ms pobre para navegar [...] Pobre gente, no han de llegar muy lejos [...] Empezbamos a distinguir a los salvajes que viajaban en esas mquinas. Llevaban sus cuerpos enteramente tapados por trapos multicolores y dejaban slo al aire caras y manos [...] Eran de una palidez inusitada, como la de los enfermos [...] Los altos navos iban plagados de objetos que usaran para ensalmos y hechiceras, y los hombres se movan sin parar, de un lado a otro, trabajando ms y peor que los esclavos, hablando en idioma spero, percutiente y enftico, que acompaaban con ademanes vivos, sin dejar de trabajar. Uno solo vimos que no trabajaba. Pareca el ms plido de todos, y tena una expresin ansiosa y, a la vez, hondamente triste (Paternin 1980: 43-44).

Otros pasajes expresan una sola de las funciones posibles de la escritura extraada: el intento crtico al poner en relacin significante y significado segn las apariencias, lo que les hace dudar, por ejemplo, si el nombre del animal que sigue fielmente al hombre que, en cambio, lo maltrata, es moro, judo o perro (Paternin 1980: 60); el intento cmico lo encontramos en la descripcin de la lucha de Orombo con un toro, que no es otra cosa que la descripcin extraada de una corrida (Paternin 1980: 64), o en la simple parodia de fragmentos extrados de las crnicas: Excepto el caballo, sus animales son de apariencia msera, sin belleza ni gracia, buenos nicamente para comer. No hay

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aves como en la tierra mitona, los gatos son caricaturas del yaguaret, los perros, tristes remedos del puma (Paternin 1980: 63). Que la visin extraada del otro sea una necesidad histrica ineludible, una postura necesaria frente a la otredad, est demostrado tambin por los pocos textos de los vencidos, voces llegadas hasta nosotros como
attutite da vari isolanti [...] Durante la conquista c, di fronte alla tecnica del vincitore, la reazione stupita [...] che vede questa tecnica come miracolosa: le memorie dei vinti sono piene di montagne e torri che navigano, con la pioggia di fuoco del cannone e la folgore e il tuono degli archibugi (Terracini 1979: 286).

Y en la novela de Paternin existen precisamente rasgos de la visin de los vencidos ante los milagros de los hombres plidos, visin expresada con la tcnica de la escritura extraada. Valga como nico ejemplo la descripcin del hombre-caballo:
yo dira que son animales, o ms claramente, medio animales: la otra mitad suya es un animal muy alto, de largas patas, cabeza alargada, pieles que van del blanco al negro pero sin salir de la gama de castao o del gris. No tienen plumas y por lo tanto no tienen colores bonitos, pero les ha brotado en el lomo una rara excreciencia [...] donde va montado el nativo45, y juntos forman el animal ms extraordinario que se pueda pedir (Paternin 1980: 56).

45 Que el nativo sea el occidental y el conquistador sea el otro ya es una perspectiva al revs que nos hace reflexionar sobre las connotaciones que se han ido sobreponiendo al primitivo vocablo neutro.

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La escritura extraada es exactamente el elemento que une, en la novela de Paternin, la imitacin de las crnicas a la stira ya que, como escribe Jean Starobinskij, rien ne motive mieux le trait de satire que lhipothse dun regard naif, port sur les choses dOccident par des hommes dOrient (Starobinskij 1973: 10). Adems de recordar ciertos ttulos arquetpicos de la utilizacin de la escritura extraada con un fin satrico (El asno de oro de Apuleyo, las Cartas persas de Montesquieu, Cholstomer, historia de un caballo de Tolstoj) creo interesante insinuar una lectura paralela con textos modernos, esto es, tres textos breves de Umberto Eco. En Industria e repressione sessuale in una societ pagana, Frammenti y La scoperta dellAmerica, el tema bsico y fundamental del encuentro de dos mundos se presenta como algo alejado, fuera de toda categora espacio-temporal que, despus, nuevamente se reubica pero en otros contextos y pocas, con un sutil juego de ironas, desplazamientos y anacronismos. Nunca se pierde de vista el problema de la otredad y de la superioridad, en cualquier contexto, de los que poseen la palabra y la escritura: los vencidos, los muertos, o simplemente los hombres objeto del descubrimiento o del anlisis sociolgico, no tienen posibilidad alguna de reivindicar su propia visin de la Historia. Los nativos en La scoperta dellAmerica, transmitida en directo por televisin, tutti incolonnati in modo civile e ordinato mentre i marinai si avviano verso le navi coi pesanti sacchi pieni del minerale locale (Eco 1983: 137), los uomini incolori de la regin padana que, segn la visin de los socilogos de la Tasmania, van nelle festivit collettive [...] in costruzioni immense di forma elissoidale para dedicarse con il consenso dei capi, a riti di cannibalismo, divorando

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esseri umani acquistati presso altre trib (Eco 1983: 72) (en realidad simples partidos de ftbol), los europeos, borrados de la Historia por la Gran explosin de 1980 que convierte a las poblaciones rticas en dueas del universo, no tienen derecho de palabra, no pueden desmentir esas interpretaciones a la fuerza exteriores y superficiales porque estn alimentadas exclusivamente por un conocimiento desde fuera de la superficie visible: en todos estos textos de Eco la escritura extraada que se refiere a nuestra misma civilizacin adquiere tonos de comicidad satrica impresionante. Tampoco en la novela de Paternin los descubiertos tienen derecho de palabra, la crnica pertenece a los descubridores que, ellos s, nos descubren el sentido de sus costumbres y mitos:
Quienes quiera que sean los habitantes de estas regiones, son gente brutal y salvaje [...] Desprecian al enemigo o a la vctima, hasta un grado increble [...] y nada les importa el cuerpo de sus vencidos. No se dignan palparlos, no se inquietan por averiguar qu virtudes han tenido y no manifiestan la menor intencin de apropirselas mediante una ingestin ritual. Ignoran la magia de los cuerpos y pretenden tener en un puo la fuerza de la naturaleza (Paternin 1980: 47-48).

La stira por lo tanto es total, dirigida sea a la concepcin eurocntrica que desde siempre haba equiparado lo diferente a lo inferior sea a lo absurdo de los hechos, costumbres, ideas y ritos que adquieren su valor slo en el interior de un sistema, de un cdigo compartido, pero lo pierden en cuanto desposedos de sus nombres que evocan un mundo conceptual que aqu est ausente y de los lazos que, atndolos a esferas superiores, los sacralizan confirindoles dignidad y sentido.

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Otro invento satrico que encierra en s mltiples connotaciones es que los espaoles no tienen nombre propio; los individuos existen y actan slo en cuanto partcipes de una clase, de un grupo, de una sociedad: el poeta, el caballero, el soldado; slo la Finojosa tiene nombre y apodo, quizs por ser un ente de ficcin, un personaje de papel, y por lo tanto equiparada a la gente mitona. En cambio, cada uno de los mitones con nombre y funcin individual descubre su doble en la sociedad espaola y la condicin y los atributos de su propio estado (Perera San Martn 1985: 92): la tristeza que invade a los mitones al pisar tierra espaola depende, quizs, del miedo a confundirse con su doble nativo (es decir, espaol) ya que las enfermedades del Nuevo Mundo, vergenza y arrepentimiento, parecen contagiosas. La reflexin sobre la Historia y sobre la funcin de los cronistas es continua, lo que nos permite hablar de metacrnica: son los dueos de la memoria (Recuerde, cronista [...] para eso lo llevamos, para que recuerde. Las generaciones venideras se admirarn del viaje del guerrero Semanc y del navegante Yasubir, Paternin 1980: 9) e indispensables en el paso desde el status de Naturaleza al de la Historia, porque nada perdura en el Tiempo fuera del mbito de la Palabra escrita. Pero, si es verdad que el nivel de las culturas est determinado por la ausencia/ presencia de la escritura, segn la mejor tradicin historiogrfica del perodo, aqu es la ausencia la marca positiva: Hace muchas, muchsimas lunas, que los mitones renunciamos a la escritura. Nuestro lenguaje se inscribe en el aire, en los rboles, en las piedras, en las aguas, y en las nubes. Nuestras palabras no constituyen enigmas, vuelan como los pjaros, son los pjaros mismos y son las semillas de las flores esparcidas por el viento (Paternin 1980: 38). Los

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otros, en cambio, han hecho del signo escrito su fetiche, y de la escritura, una supersticin (Paternin 1980: 86), y eso es lo que hace insuperable el abismo que los separa. La comunicacin es imposible, a pesar de los esfuerzos hechos por el cronista mitn que, apenas llegado al Nuevo Mundo, profticamente haba anotado: Aprenderemos rpidamente dos cosas: el vocabulario de los salvajes y el tono de la tristeza (Paternin 1980: 51). Aprender el vocabulario sin entrar en las entraas de la cultura ajena no les ha servido para nada; en cambio, contagiados por la tristeza y la vergenza de los nativos, los mitones pierden a sus dioses y sus certidumbres. Efectivamente numerosos son los prrafos en los que el cronista duda y se interroga, escribiendo de alguna forma la Historia pero tambin la contrahistoria de aquella hazaa: como honrado cronista debe dejar constancia de la verdad, aunque sea algo triste (Paternin 1980: 11) pero, al mismo tiempo, como le recuerda Yasubir, debe contentar[se] con ser cronista eligiendo bien las palabras y purgndolas de las contaminaciones idlatras y fetichistas que de vez en cuando inquinan sus relaciones de viaje (Paternin 1980: 18). Pero su ingenuidad de cronista novato (hasta entonces no haba existido esta figura entre los felices e ignaros mitones: estaban fuera de la Historia y de la Escritura) le impide construir un discurso oficial como nos ha acostumbrado la cronaqustica espaola, de exaltacin de la empresa conquistadora. Podemos suponer que stas y muchas novelas similares constituyen un subgnero dentro de la nueva novela histrica: responden a las mismas exigencias y preguntas y, como dato comn y caracterizante, tienen el mismo discurso intertextual y metatextual. Subrayan adems el papel que han tenido las crnicas en la construccin de la Historia latinoa-

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mericana y el papel que pueden tener hoy estas novelas en la formulacin de nuevas perspectivas y verdades historiogrficas:
Hay un punto extremo [...] en que las lneas paralelas de la ficcin llamada historia y de la historia llamada ficcin se tocan. El lenguaje simblico siempre habla de una cosa para decir otra [...] O finge escribir una historia para contar otra, oculta crepuscularmente en ella, como las escrituras superpuestas de los palimpsestos (Roa Bastos 1992: 81).

2.2. Francisco del Puerto Desde finales del siglo XIX el debate sobre el origen de la[s] identidad[es] rioplatense[s] ha sido ininterrumpido y variado, en la bsqueda incesante de un modelo, un punto inicial, y en este debate el papel de los escritores ha sido fundamental: Toda estrategia identitaria en el plano cultural implica una reconstruccin imaginaria del pasado [] Forjar una identidad significa tambin inventar sus orgenes (Chanady 1996: 312). Se trata de regiones herederas del pasado colonial y proyectadas hacia un futuro todo europeo gracias a la construccin de una imagen de nacin blanca sin contaminaciones de poblacin afro y de etnias indgenas autctonas (despus de las guerras de limpieza tnica reducidas en el Desierto y borradas del imaginario colectivo): los criollos quisieron rellenar este vaco con el aluvin migratorio (son pueblos trasplantados segn la definicin de Darcy Ribeiro) de la segunda mitad del siglo XIX, pero ha sido un proceso controvertido que, entre otras consecuencias, ha favorecido la recuperacin mtica del gaucho como smbolo de lo rioplatense, y, en Argentina ms que en Uruguay, el surgimiento de posiciones xenfobas y racistas en la generacin del 80 (Anto139

nio Argerich, Eugenio Cambaceres) o, como en el movimiento modernista, la reivindicacin del origen griego, latino y mediterrneo (Manuel Glvez) en oposicin tanto al elemento indgena como a las nuevas inmigraciones. Ya entrado el siglo XX, se hace necesario volver sobre estos temas para proponer una reformulacin ms amplia de los mitos de los orgenes, que pueda fcilmente incorporar a los recin llegados en un proyecto civilizador de signo europeo, latino y occidental. Aunque el Ro de la Plata tenga una Historia colonial compartida, a partir de la independencia emergen proyectos de construccin de identidad diferentes, evidenciados en las novelas histricas, sobre todo en las ambientadas en el perodo de las guerras de independencia (Grillo 2006a y 2010b), mientras que en lo que concierne las novelas del ciclo del Descubrimiento, como veremos, el discurso es similar: en una regin casi despoblada, de clima y geografa templados, los descubridores no tuvieron que luchar ni contra una foresta virgen e inhspita o cimas inalcanzables, ni contra sociedades de alta civilizacin, y por lo tanto sus cronistas, los de entonces y los de ahora, han privilegiado siempre el ciclo del descubrimiento y no el de la conquista, y an ms el viaje por mar y no las incursiones terrestres. El descubridor del Ro de la Plata fue Juan Daz de Sols que, buscando el estrecho que permitiera llegar al otro mar, encontr la muerte en el estuario del Paranaguar (Grande Acqua) que l llam el Mar Dulce, a manos de una tribu indgena46 en 1516, pero dej una huella: Francisco del Puerto, cuya existencia histrica es apenas comprobada (Grandis 1994: 425), nico superviviente rescatado 10 aos ms tarde por la expedicin de Sebastin Caboto. As que, en sentido
46 Sobre la etnia artfice del ataque Guaranes, Chandules, Charras cfr. Vidart 1999 y Pi Hugarte 1999.

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amplio, lo podemos considerar un superviviente integrante de una larga lista de nufragos47 en sentido estricto marinero, pero tambin metafrico o de tierra, cuyo arquetipo es sin duda Alvar Nez Cabeza de Vaca con sus Naufragios (1555). Mucho se ha escrito sobre este ltimo y su testimonio: pensamos por ejemplo en la novela de Abel Posse El largo atardecer del caminante que imagina al viejo caminante escribiendo sus memorias verdaderas, contradicindose a s mismo y a cuanto tuvo que escribir y callar para no desagradar al Consejo de Indias y a la Santa Inquisicin. Interesante, pues, para hablar de los nufragos en el Ro de la Plata Francisco del Puerto y en Mxico Aguilar y Guerrero, es recordar la trayectoria de Cabeza de Vaca quien, despus de diez aos movindose como chamn y/o comerciante entre diversas tribus, en el momento de reintegrarse a su mundo ya extrao en sentido geogrfico y cultural escribi: Dimos a los cristianos muchas mantas de vaca y otras cosas que traamos; vmonos con los indios en mucho trabajo porque se volviesen a sus casas (Nez Cabeza de Vaca 1962: 124)48. Pero si en la realidad de la Espaa del siglo
47 Los relatos de los nufragos de las expediciones ocenicas constituyen casi un subgnero dentro de la gran familia textual de las crnicas del descubrimiento: en Portugal, por ejemplo, entre 1735 y 1736 Bernardo Gomes de Brito publica con grandsimo xito los dos volmenes de Histria Trgico-Martima que recoge 12 textos escritos entre la segunda mitad del XVI y la mitad del XVII. 48 Caso raro entre espaoles, era en cambio comn entre los indgenas, como explica un informante de Fray Diego Durn hablando de nepantlismo, palabra nahuatl que significa estar en el medio e indica un espacio psicolgico, social y poltico, individual y colectivo, en cuyo seno se generan nuevos significados culturales: Me dijo que, como no estn an bien arraigados en la fe, que no me espantase la manera que an estaban neutros que ni bien acudan a la una ley ni a la otra o por mejor decir, que crean en Dios y que juntamente acudan a sus costumbres antiguas y ritos del demonio. Y esto quiso decir aqul en su abominable excusa de que an

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XVI Nez Cabeza de Vaca tuvo que olvidar, que borrar de su memoria y de su escritura elementos del contagio para que no se le cerraran las puertas del Paraso, dejando slo indicios y silencios llenos de interrogantes (Martinetto 2001: 90), en la ficcin de este fin de siglo precisamente aquel contagio se vuelve nudo emblemtico y llave de lectura de todo el texto: un contagio que llega hasta el presente ya que, como afirma Posse, no se reconstruye ningn pasado sino que se construye una visin del pasado, cierta imagen del pasado que es propia del observador y que no corresponde a ningn hecho histrico preciso (Ainsa 1991b: 29). Pero no es ste el caso que me interesa aqu, sino lo que se ha escrito a partir del silencio de aquellos nufragos que, por diferentes razones, han desaparecido de la Historia, empezando por Francisco del Puerto, quizs el nufrago ms desconocido en la literatura historiogrfica y el ms visitado en la literatura ficcional. En realidad los cronistas-historiadores contemporneos de la expedicin de Sols (Fernndez de Oviedo, Pedro Mrtir de Anglera, Lpez de Gmara) afirman que no sobrevivi nadie y slo Sebastin Caboto en 1530, en la Informacin hecha por los Oficiales de la Casa de Contratacin de Sevilla luego que lleg la armada de Sebastin Caboto, acerca de lo que le ocurri en el viaje, da noticia de este nufrago y de su hallazgo:
Preguntado que donde fue a parar con la dicha armada; dijo que a Pernambuco, ques en la costa del Brasil, con tiempo contrario, y de all ficieron vela cuando fizo tiempo y fueron al Ro de Sols, donde este declarante [Caboto] fall un Francisco del Puerto, que haban prendido los indios cuando
permanecan en medio y estaban neutros (Durn 1967: I, 237; vanse Len Portilla 1976b y Rovira Collado 2001). Para un uso similar de los pronombres en La Araucana de Ercilla, cfr. Pastor 1983: 553-558.

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mataron a Sols, el cual le dio grandsimas nuevas de la riqueza de la tierra; y con acuerdo de los capitanes e oficiales de Su Majestad acord de entrar en el Ro Paran fasta otro Ro que se llama Caracara, ques donde aquel Francisco del Puerto les haba dicho que descenda de las sierras donde comenzaban las minas del oro e plata (Caboto 1530a: 260).

Apenas llegada a los umbrales de la Historia, la figura de Francisco del Puerto sin embargo se difumina y las noticias se vuelven ambiguas y contradictorias. Demasiado incmoda es en efecto la continuacin de la historia, que slo muy pocos investigadores recientes han descubierto: en el mismo juicio Caboto y varios testigos afirman que Francisco tuvo un enfrentamiento con el tesorero Gonzalo Nez y por esto cree este declarante [Caboto] quel dicho Francisco los vendi a los dichos indios; e queste declarante, viendo este desbarato e toda la tierra revuelta, se torn a donde haba fecho la casa (Caboto 1530b: 160). Medina, en su monumental El veneciano Sebastin Caboto al servicio de Espaa, intenta resumir y explicar el intrincado suceso: el 10 de abril de 1528, a la boca del Ro Paraguay, Francisco del Puerto fue a hablar con los indgenas, asegurando que aquellos espaoles iban en sn de amigos. Los indios los invitaron a un banquete al que acudieron entre 16 y 20 espaoles, entre ellos el tesorero Nez y el mismo Francisco. Pero era una emboscada sobre cuyas motivaciones hay dos versiones:
la de Ramrez49 que asegura fu causa de que se hallaban temerosos de que los espaoles fuesen a vengar la muerte de los compaeros de Daz de Sols [] y la de Caboto,
49 Luis Ramrez, embarcado con Caboto, es autor de una Carta a su padre repetidamente citada por los estudiosos del descubrimiento del Ro de la Plata.

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que la atribua venganza de Francisco del Puerto por el odio que haba cobrado Nez despus del desagrado que entre ellos medi. Esta ltima nos parece que es mucho ms aceptable que la primera []. Segn Caboto la invitacin de los indios se verific despus que Francisco del Puerto estuvo con ellos [] y por fin porque Francisco del Puerto no regres a bordo. Quedara slo por saber si causa de haber perecido tambin, o si despus de vengado ya, volvi a su antigua vida con los salvajes. Todo induce creer que fu esto ltimo lo que ocurri (Medina 1908: I, 168-169).

Efectivamente Nez y los dems espaoles murieron, pero nadie ms habla de Francisco del Puerto y su nombre no aparece ni entre los que volvieron a Espaa, ni entre los que murieron. Parece lgico pensar que se haya quedado entre los indios, y una confirmacin en este sentido parece venir de una investigacin reciente: Eduardo Bueno, hablando de la marcha por tierra que Alvar Nez Cabeza de Vaca, cuando era gobernador del Ro de la Plata, cumpli en 1541 desde la costa atlntica (Porto dos Patos, cerca de la actual ciudad de Florianpolis) hasta Asuncin del Paraguay por un difcil camino trazado por los indgenas (llamado Peabiru), anota que, en la regin brasilea de Paran, Cabeza de Vaca se encontr con un misterioso hombre blanco que dijo llamarse Francisco (Bueno 1999: 128-129). Siendo el territorio del Alto Paran el mismo donde lleg Caboto y tuvo lugar la traicin, es posible pensar que se trate del mismo Francisco, an vivo en 1541 (recurdese que cuando se embarc, en 1515, era un grumete, con alrededor de 13 o 14 aos). La primera parte de la aventura de Francisco del Puerto es un caso excepcional pero no nico, ya que el mismo Caboto haba recogido precedentemente tambin a otros dos

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nafragos de una de las naves de Sols, Enrique Montes y Melchor Ramrez (Avonto 1995: 255). Y otros casos similares los conocemos por los textos de Bernal Daz del Castillo y Diego de Landa a propsito de Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero a los que nos referiremos ms adelante, ambos nufragos entre los indios de Yucatn, uno volviendo luego al mundo civil y otro quedndose totalmente indianizado y consecuentemente borrado por la Historia; pensemos tambin en lo que nos cuentan sobre sus cautiverios o sus viajes el citado Alvar Nez Cabeza de Vaca en los Naufragios, Hans Ver Staden en Die wahrhaftige Histoire der wilden, nachten, grimmigen Menschfresser-Leute 1548-1555, Ulrico Schmidel en Wahrhaftige Histoiren einer wunderbaren Schiffart, Jean de Lry en el Journal de bord en la terre de Brsil. Estos textos inauguran una nueva poca y nuevas modalidades de escritura que los hacen punto de arranque para muchas novelas histricas contemporneas: esos nufragos, excepto Cabeza de Vaca, son simples soldados y marineros, por lo tanto sus historias representan otras tantas infracciones al canon que pretenda que se narrara la historia protagonizada por los pudientes y los hroes, y aunque partan de los cnones historiogrficos impuestos a los cronistas oficiales (prlogo, justificacin, afirmaciones de estricta referencialidad) los quebrantan en nombre de la singularidad de sus experiencias (en todos ellos, se pasa de un nosotros que indica la comunidad de los descubridores y conquistadores, al yo que impone un ritmo y un nivel totalmente subjetivos, oponindose tanto al l de las crnicas como al nosotros de los testimonios colectivos); y gracias a sus relatos, La conoscenza dei territori e dei loro abitanti comincia a uscire dalla fase bellica della conquista per entrare in quella del contatto di popoli e persone [...] Il rivelarsi di una realt

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sconosciuta comincia ad avere valore in se stessa, e non solo in quanto spazio di terra che pu essere assimilato e gestito dallautorit istituzionale (Benso 1981: 33). De esos nufragos no ha quedado ninguna memoria u obra escrita, y lo muy poco que sabemos de ellos viene de cronistas e historiadores: a partir de escasos datos, a menudo contradictorios, es muy alentador el proceso de reconstruccin de la escritura ficcional. Si por mucho tiempo se ha credo que Francisco del Puerto haba regresado a Espaa como buen hijo prdigo (si no se le menciona ms, el ser recogido por Caboto presupone el regreso), una mayor atencin a la otra historia, la de los vencidos y los silenciados, ha permitido investigar ms sobre el sino de Francisco del Puerto y sobre el silencio que lo ha acompaado: si hubiera regresado, su relato de los diez aos entre los indios, contado por l mismo o por algn solcito cronista, bien hubiera podido competir con el de Cabeza de Vaca y dems nufragos-viajeros. Pero esto hubiera sido posible slo renunciando a aquella otredad que sin duda lo haba marcado en los aos de convivencia con los indios; en cambio Francisco del Puerto cae en el olvido y en el silencio porque, como Guerrero, probablemente renuncia a la civilizacin para quedarse en la barbarie. Guerrero simplemente rechaza el regreso, y por lo tanto renuncia a entrar en la Historia de los vencedores: los cronistas para justificar su conducta deben necesariamente describirlo como un brbaro, alguien que ya ha perdido su condicin de hombre y por eso renuncia a reincorporarse a la vida civil. Pero Francisco del Puerto va ms all: intenta volver, la integracin no se cumple, reprocha a los espaoles sus mtodos de guerra y de conquista, los traiciona, provoca la muerte de sus compaeros y decide quedarse.

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Esto no slo no estaba previsto en el imaginario de los cronistas, sino que era inadmisible e inexplicable, y adems dar a conocer esta noticia poda ser muy peligroso porque era una infraccin al Orden, a la Verdad, a la Civilizacin. Si antes de la deposicin de Caboto y de sus oficiales en Sevilla en 1530, se deca que no haba ningn superviviente de la expedicin de Sols, despus se corrige esta versin pero eludiendo la conclusin: slo el silencio y el vaco de la nohistoria, la historia de los vencidos. La indefinicin del destino de Francisco del Puerto y su inexplicable silencio (cmo poda callarse quien haba vivido tal experiencia!) empujan a antroplogos e historiadores (Daniel Vidart, Renzo Pi Hugarte, Jos Toribio Medina, Eduardo Acosta y Lara, Francisco A. Bauz), ya en el siglo XX, a investigar y narrar su historia. En el afn de reivindicaciones y progenituras, ahora Francisco del Puerto ha salido de la nada, es un personaje discutido y estudiado, y en el Prado montevideano hasta se le ha dedicado una calle. Tambin tres escritores argentinos, Roberto R. Payr, Juan Jos Saer y Gonzalo Enrique Mar, han contado esa historia: no sabemos si conocan las diversas versiones todo deja pensar que no, pero es interesante notar que han elegido tres finales diferentes, que representan formas y sentidos diferentes de mirar al pasado, a la conquista, a Espaa y a Amrica. Una vez ms, el gnero de la novela histrica es un instrumento al servicio de la ideologa del escritor, quien elige y moldea segn su necesidad acontecimientos histricos que, en cuanto averiguables, confieren a la novela cierto aire de objetividad y de realidad. El periodista, dramaturgo, novelista, fundador del Partido socialista argentino, viajero profundamente enraizado

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en su tierra, Roberto Payr (1867-1928), busca el origen de la nacionalidad argentina, el menos latinoamericano de los pases al sur del Ro Grande, en los primeros descubridores espaoles, podramos decir en el momento pico del primer encuentro, del primer intento fallido slo en un sentido superficial de exportar e imponer en el Ro de la Plata la civilizacin occidental y la religin cristiana, recuperando el rol positivo de la Espaa imperial exportadora de civilizacin, recuperacin empezada por Rod y el modernismo. En las novelas histricas50 cuenta el Descubrimiento, la Conquista y las bsquedas de las ciudades utpicas, mientras que en otras obras suyas, los cuentos de Pago Chico y Pago Grande, narra la transformacin de Buenos Aires entre los siglos XIX y XX, de gran aldea a metrpolis europeizante: esa ciudad imaginaria que mucho antes de la Yoknapatawpha de Faulkner, de la Santa Mara de Onetti y de la Macondo de Garca Mrquez, se ha impuesto como la ciudad arquetipo y sntesis de una regin. As que la totalidad de sus textos puede considerarse un macrotexto en el que el lector puede reconocer su propio pas, los 500 aos de su Historia: un modelo de nacin que comprendiera a los conquistadores as como a los criollos y a los que haban llegado a Argentina ms recientemente, para buscar las ciudades quimricas o poblar la pampa, un pueblo en movimiento, que se enriquece, crece, sufre, se pierde, asimila y rechaza al ritmo de sus utopas. La Historia de Argentina no poda empezar sino con el viaje y el naufragio de Francisco del Puerto, protagonista de la novela El Mar dulce. La novela, en 1927, bien poda pro50 Antes de El Mar dulce, Payr ya haba escrito dos novelas histricas, El falso Inca (1905) y El Capitn Vergara: crnica de la conquista del Ro de la Plata (1925), y otras escribir despus (cfr. ms adelante, 2.4).

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poner una visin positiva y civilizadora del Descubrimiento muy similar a la de las crnicas e indicar en Francisco del Puerto la raz y el principio de la identidad rioplatense: orgullosa afirmacin de la identidad criolla, blanca, que ya prefigura la diversidad rioplatense frente a la Amrica mestiza. El subttulo, Crnica novelada del descubrimiento del Ro de la Plata un oxmoron, como novela histrica, pero otorgando posicin significante al primer trmino, crnica, perteneciente al campo semntico de la historiografa, el uso de la tercera persona neutra caracterstica del discurso objetivante y cientfico, el absoluto respeto hacia la Historia, inscriben el texto en el nivel referencial de la recepcin casipragmtica (Stierle 1987), propio de las novelas histricas de tipo realista: el texto adquiere as gran credibilidad y consecuentemente constituye un canal fuerte de transmisin del mensaje. Payr se hace portavoz de una exigencia generalizada de su tiempo, equivalente a las motivaciones que empujaron, en Europa, casi un siglo antes, al nacimiento de la novela histrica romntica: buscar en la antigedad que para Europa es la Edad Media y para el Ro de la Plata el Descubrimiento la genealoga que la clase en el poder quiere darse para construirse una identidad y escribir su propia historia. En esta ptica la frase tantas veces repetida en el Ro de la Plata, descendemos de los barcos, se despoja de las connotaciones despectivas para reivindicar el origen ultramarino, latino, europeo y mediterrneo, y para indicar la falta de races en aquellas tierras ya que la mayora de sus antiguos pobladores nmadas fueron exterminados o relegados en el interior de Argentina y Paraguay (lo cual, segn la ptica eurocntrica de la poca, no era ningn pecado): tpico ejemplo de pueblo trasplantado ya que la

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lite criolla [] adopt como proyecto nacional la sustitucin de su propio pueblo por europeos [] En este proceso, la poblacin ladina y gaucha surgida del mestizaje de los pobladores ibricos con los indgenas que era el contingente bsico de la nacin, fue aplastada y sustituida por el alud de inmigrantes europeos (Ribeiro 1972: 51).

Es por esa doble procedencia marinera que toda la literatura latinoamericana, y la rioplatense en particular, estara condicionada por el tema del viaje como bsqueda de los orgenes, bsqueda siempre problemtica porque stos son imaginarios (Chanady 1996: 311). En este sentido aquel descendemos de los barcos no es slo metfora: es el principio de la futura grandeza de Argentina, fundada y aqu reconocemos al Payr socialista no sobre las riquezas del subsuelo o de una naturaleza generosa, sino sobre el trabajo, la tenacidad y la fe (Payr 1974: 219). El socialista Payr se salva de lo que podra parecer un conservadurismo elitista y nacionalista, propio de los criollos celosos de su antigua americanidad, poniendo el nfasis sobre la humildad de este primer poblador, un pcaro aventurero y voluntarioso, y sobre la importancia del trabajo ms que de las riquezas naturales o heredadas: es decir, la fuerzatrabajo ms que la propiedad. Para que as se pueda leer la aventura de Francisco del Puerto, Payr omite tambin el encuentro con Caboto, y la ltima imagen es la del grumete que, impotente, ve pasar las expediciones siguientes:
Pero smbolo o vaticinio, el adolescente, el tierno vstago de la estirpe secular, Francisco del Puerto, cautivo de los indios, quedaba a orillas del Mar Dulce donde reverdecera y crecera, como tronco apenas recordado de la primera annima

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rama de criollos del Ro de la Plata. Realizacin de un sueo en forma no soada, sus descendientes haban de ver que las pobres tierras de desengao escondan en realidad tesoros inagotables, ms perennes que el oro y que la plata. Vinieron aos de olvido y abandono. Despus, en el noble ro penetraron otros navegantes en otras carabelas, y Paquillo les vio llegar; les vio llegar y les vio marcharse, burlados tambin, pese a su intrepidez y su esperanza. Y las tentativas, trgicas a veces, repitironse y fracasaron de nuevo en estas regiones hostiles mientras no se encontr su llave, hecha de trabajo, de tenacidad y de fe (Payr 1974: 219)51.

En realidad, en la primera parte del texto el hroe es Sols, y slo al morir ste el grumete adquiere papel de protagonista, casi tomando el testigo del capitn, como por otra parte indica el ttulo que se refiere al lugar y no al personaje; pero numerosas prolepsis lo proponen como centro significante y afirmativo de una tesis o como fin al cual tiende todo lo dems. De otra forma no se entendera cmo, en una novela histrica de tipo tradicional, centrada en Juan Daz de Sols, un personaje afamado y sobre el cual se han escrito numerosas biografas y monografas, se deja tanto espacio a un personaje apenas nombrado en las crnicas, un pcaro que se embarca en la expedicin como grumete: es que a l, a su viaje y a su particularsima aventura, Payr confa su mensaje y alrededor suyo construye el mito de los orgenes, en aquel momento histrico necesario para coagular, en el signo de la hispanidad y del catolicismo, las diversas almas de Argentina.
51 Hay pequeas variaciones entre las diversas ediciones, todas pstumas: por ejemplo en una edicin de 1951 (Buenos Aires, Gleizer) falta el inciso cautivo de los indios lo que, en un estudio sistemtico de las variantes, podra llevar a conclusiones interesantes, siempre que sea posible averiguar que sean variantes de autor.

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A lo largo de toda la novela, Payr siembra indicios de la microhistoria de Francisco insertada en la macrohistoria de la epopeya del Descubrimiento: el autor no inventa nada, queda anclado en los documentos, pero resalta la figura y la formacin durante el viaje de aquel que ser el primer habitante blanco del Ro de la Plata, FranciscoPaquillo:
All estaban ya Sols, sus oficiales, la tripulacin de las tres carabelas, muchos notables [...], Paquillo, orgulloso con su traje de marinero, aunque cupiesen en l dos de su porte, Monts el portugus, enganchado como gaviero y futuro lengua, y otros de quienes la historia slo ha conservado el nombre (Payr 1974: 124).

Los preparativos del viaje, que ocupan una tercera parte del texto, ya son un viaje en s en los meandros de la Corona y de la Casa de Contratacin, del Tratado de Tordesillas y de la relaciones entre Espaa y Portugal: embajadores y capitanes que van y vienen, que llevan y traen mensajes, que programan viajes, alianzas y traiciones. Los personajes son todos histricos y documentados, y el punto de vista del narrador omnisciente que elige, juzga, busca explicaciones y relaciones de causa-efecto en la mejor tradicin de la novela realista del XIX, refleja indudablemente el del mismo Payr, criollo argentino, que no reniega el papel civilizador de la Conquista. Los Reyes Catlicos, y sobre todo Isabel, muerta al empezar la historia, estn dibujados con respeto y admiracin como creadores de la grandeza de Espaa y, en consecuencia, de Argentina. En esta configuracin, hasta para el cura, un dominicano ya compaero de Bartolom de las Casas, hay palabras elogiosas, ya que de l se afirma que cifrbalo todo en lograr que los espaoles de
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las Indias trataran a los naturales como hermanos menores y no como a bestias salvajes (Payr 1974: 175). En cambio salen muy malparados cuantos intermediarios, gobernadores, administradores se quedan en Espaa queriendo desde all gestionar las cosas del Nuevo Mundo: nunca se pone en duda el derecho a la Conquista, pero se critica la distorsin de las rdenes reales y de los principios cristianos de la evangelizacin. Al acercarse el momento de la partida, desde el mundo alto de las intrigas de la Corte, Payr nos lleva al bullicioso clima del puerto de Sevilla, donde se asoma perentoriamente un personaje marginal, un desharrapado chicuelo que se haba deslizado hasta la primera fila del grupo (Payr 1974: 83) para llamar la atencin y pedir informaciones sobre el viaje. Sus palabras no dejan lugar a dudas, es un chico listo, crecido en los puertos, y l mismo nos adelanta la llave de lectura de su presencia all y de su rol futuro a pesar de su joven edad: Ya crecera en el viaje, a poco que durara; y para la buena voluntad no se necesitan barbas de cabrn (Payr 1974: 98). Eso es: un viaje de formacin hacia su naufragio que, despojndolo del pasado, dejndolo solo en una tierra inhspita, ser el principio de una gran aventura fundacional. Durante el viaje van emergiendo su voluntad activa, su curiosidad, su hambre de aventuras, su buena disposicin al trabajo. Los marineros ms viejos, cobrndole en la moneda de su credulidad el barato del aprendizaje (Payr 1974: 129-130), repiten lo que era ya mito, las mirabilia del Nuevo Mundo entre sirenas, fuentes de la eterna juventud, oro y metales preciosos a profusin: el viaje del que eran protagonistas, ya inscrito en la epopeya del Descubrimiento, estaba predestinado a un xito cierto.

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Si Juan Daz de Sols haba sido un hroe de tierra firme, que sale ganando sobre sus enemigos y detractores con las armas no siempre limpias de la intriga y la diplomacia, al desanclar los barcos y emprender el viaje se transforma en el hroe total, sin miedo y sin mancha:
Desde que zarp [...], desde que sinti bajo su planta el suave balanceo del navo, Juan Daz de Sols apareci transformado. Brillaba en sus ojos el mismo fuego, pero atenuado por una gran serenidad [...], su aire de tranquila seguridad inspiraba respeto y confianza a la tripulacin, que nunca le haba visto as antes de la partida [...]. Ya era el amo, independiente de toda influencia, dueo y seor de su barco y de su gente [...]. De all en adelante iba a ser el capitn impvido y silencioso que guarda toda su autoridad celosamente en razn de la responsabilidad con que ha cargado (Payr 1974: 117-118).

Contemporneamente, crece el clima pico de toda la aventura gracias a varios comentarios del narrador (Llegaban as, con toda felicidad, sin el ms leve contratiempo casi, despus de un viaje, para aquella poca y aquellas alturas, rapidsimo, y como llevados de la mano por la misma Fortuna, a las tierras y a las aguas que buscaba el gran Juan Daz de Sols, zahor descubridor de tesoros, Payr 1974: 187) y a la exaltacin del poder evangelizador de la Iglesia: Sonaron trompetas, tronaron las lombardas desde a bordo, puso Juan Daz de Sols la rodilla en tierra, imitronle los dems y el dominico, ayudado por dos marineros, plant la cruz en el segundo hoyo, y bendijo con el mismo amplio ademn a la nueva tierra y a sus conquistadores que humillaban la cabeza ante el smbolo cristiano (Payr 1974: 189). Estamos todava en la lnea de la ideologa independentista (Amrica para

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quien la habita) lejana de cualquier reivindicacin indigenista52 y de una visin de la Conquista de marco catlico, la misma que se desprende en general de las crnicas, que vea el Descubrimiento como parte del designio providencial. De forma imprevista, la muerte de Sols hace fracasar ese tipo de lectura que junta el tono pico con el providencial, pero Payr sabe inmediatamente recuperarlos trasvasndolos en el mito fundacional y obligando al lector a un cambio de perspectiva: la epicidad y la inscripcin en el providencialismo de aquel viaje no residan en la meta el descubrimiento de la puerta hacia el Pacfico y de las fabulosas Malucas sino en el acto fundacional del sacrificio humano, tanto la muerte de Sols como la muerte civil de Francisco del Puerto, nufrago entre salvajes supuestamente antropfagos. El naufragio, tambin en este caso, constituye el punto de ruptura entre una cultura conocida, por lo tanto coherente para quien la comparte, y una cultura desconocida, misteriosa y perturbadora, pero no es esto lo que puede interesar a Payr. La conciencia de la otredad y de un encuentro fecundo con los nativos no cabe en el imaginario argentino de aquellos aos ni en el proyecto de configuracin de la propia identidad, y por lo tanto el naufragio no poda ser una oportunidad de conocimiento e intercambio, de espejo o de cuestionamiento de s mismo y de su propia cultura: los Naufragios de Nez Cabeza de Vaca y otros textos similares no eran conocidos ni, sindolo, hubieran podido constituir modelos narrativos ni ser reconocidos como reveladores de otras posibilidades hermenuticas e historiogrficas.
52 En aquellos mismos aos estaba naciendo, en Per, el socialismo indigenista mariateguiano, y el cubano Alejo Carpentier, el guatemalteco Miguel Angel Asturias y el venezolano Artuto Uslar Pietri, en la lejana Pars, estaban descubriendo la raz indgena de sus pueblos.

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Si es verdad que El Mar dulce es una novela histrica tradicional, que no se opone ni tergiversa la historia oficial ni sus interpretaciones consolidadas, igualmente tiene una nota de modernidad en la accin de modificacin de las jerarquas: este viaje es el puente entre la cultura jerarquizada de la Espaa del XV y una cultura nueva y desconocida, puente que, a medida de que el barco se aleja del centro hacia la periferia, hace vacilar roles y papeles predeterminados. En una extremidad del puente, en el umbral del viaje el puerto, lugar donde ha nacido y crecido Francisco, por antonomasia lugar abierto, aparece el futuro grumete que a lo largo del viaje relevar el testimonio del protagonista oficial, Sols, imponindose, ya en la otra extremidad, como el protagonista moral, hasta quedarse l solo en la Nueva Tierra, fecundndola. El Francisco del Puerto de las crnicas se perdi en la nohistoria de los marginados ya que Su traumtica salida de las huestes y su soledad en el territorio inhspito lo circunscriben en una zona de silencio historiogrfico (Crovetto Crisafio Franco 1986: 31), un silencio, aadira yo a la luz de lo arriba dicho, tanto ms tupido en cuanto probablemente no se trata slo de traumtica salida sino tambin de lcida decisin de traicionar. En cambio, el Paquillo de Payr se queda en una actitud de espera, incierto sobre su futuro, mirando los barcos pero sin sumarse a ellos: podra elegir entre la reincorporacin al mundo civilizado (como Jernimo de Aguilar que, llegando a ser el intrprete de Corts, tendr un papel y un reconocimiento oficial) y el rechazo de su identidad anterior y la asuncin de la identidad del otro (como Gonzalo Guerrero, compaero de Aguilar que, quedndose entre los indgenas, fue expulsado de la Historia)53.
53 Podemos pensar que ser lengua fue un destino obligado para quien vivi aquellas experiencias: Francisco resume en s los dos destinos contra-

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Ni las crnicas, como hemos visto, ni esta novela nos dan a conocer su eleccin: en las primeras, lo vemos perdido en el silencio, mudo como toda la gente annima de su rango; en la segunda, lo vemos por ltima vez como el nufrago que era, en el aislamiento y la incomunicacin total, incapaz de elegir su destino. Pero Payr no tiene dudas: cualquiera sea la eleccin de Francisco, y sin traicionar la Historia, con un final abierto, muy moderno y ambiguo, su figura puede prestarse al mito fundacional y ser funcional al designio argentino de aquellos aos. As todo el viaje es el duro aprendizaje, de Francisco del Puerto y de todos los rioplatenses, para hacer de las pobres tierras de desengao [...], estas regiones hostiles [...], grandes pueblos que en sus riberas han sabido infundir perdurable realidad a los tesoros quimricos del descubridor (Payr 1974: 219-220). La postura de Payr es clara e inequvoca: el Descubrimiento y la Conquista, a pesar de la violencia y la destruccin que llevaron al Nuevo Mundo, fueron empresas positivas que permitieron el nacimiento de grandes naciones: Enrgicos y atrevidos, los ms enrgicos y atrevidos de Espaa y Portugal, iban, generalmente, como horda invasora, animada por un espritu destructor, a cometer en las Indias atrocidades sin cuento, pero tambin, sin pensarlo, a dejar en ellas la simiente del herosmo y del instintivo empuje hacia un porvenir mejor (Payr 1974: 96). Una vez ms, narrar una historia del pasado significa escribir sobre el presente, y el presente de Roberto Payr prefiguraba un gran porvenir para Argentina. Por el contrario, la Argentina de los aos 80 del siglo XX, durante una crisis econmica y poltica de gran intensidad,
puestos de Aguilar y Guerrero, fue lengua de Caboto pero lo traicion para quedarse con los indgenas.

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se interroga sobre su pasado y sobre su identidad: El entenado (1983) de Juan Jos Saer es una novela de formacin en primera persona, que pone en tela de juicio toda la conquista, la poltica y la tica espaola de la poca del Descubrimiento. El annimo narrador, bien reconocible en Francisco del Puerto, ya viejo y establecido en Espaa, cuenta su viaje de ida al Nuevo Mundo y de regreso al mundo civilizado como pautas que cierran la experiencia entre los indios, que reconoce como fundamental de su vida. No hay indicaciones paratextuales o extratextuales que indiquen la voluntad de Saer de tergiversar o cambiar la Historia para fundamentar su tesis (quizs hasta le hubiera servido ms la otra versin, la de la traicin a Caboto) y por lo tanto podemos presumir que Saer conoca la versin ms difundida, la que ve a Francisco recogido por los espaoles, y que a partir de all construy su historia conforme con la Historia54. No hay tampoco indicadores geo-cronolgicos precisos ni nombres, pero hay indicios y alusiones que ayudan al lector a reconocer el hecho y al mismo tiempo a interrogarse sobre la Verdad, profunda, epistemiolgica, filosfica, de aquel hecho y de toda la historiografa de los vencedores: la del grumete viene a ser una traicin ideolgica y sentimental a la Weltanschauung europea, no menos grave y acusadora que la traicin efectiva de Francisco del Puerto (que presumiblemente Saer no conoca). En estos 50 aos que separan la novela de Saer de la de Payr, el revisionismo historiogrfico ha hecho estragos
54 Como nota Juan Villoro, a Saer no le interesa la historicidad [...] sino ubicarse con precisin en esa circunstancia para explorar sus significados y todo el texto sera una interrogacin sobre el problema de conocer lo radicalmente distinto. A este mismo tema Saer haba dedicado tambin un cuento, El intrprete: aunque habla los dos idiomas, el intrprete no est seguro de ser un mediador hbil (Villoro 2008: 52-53).

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de las certezas histricas e ideolgicas de la Modernidad: la civilizacin por antonomasia ya no es la occidental, se persigue una nueva estructuracin de la Historia a travs de la recuperacin de las historias, hasta entonces olvidadas, de los vencidos, los marginales, los silenciados. Si la novela de Payr participaba del discurso sobre la construccin de una nacionalidad o una identidad colectiva, ahora la de Saer participa de su deconstruccin. Y si los triunfadores del hecho histrico de la Conquista cronistas y novelistas escriben en tercera persona para otorgar mayor veracidad a lo que afirman, o en primera del plural para indicar la pertenencia a un mismo destino histrico, quien quiere dar su versin alternativa de la Historia, ya modernamente consciente de que el discurso historiogrfico, siendo discurso y no accin, conlleva por definicin cierta dosis de subjetivismo, habla en primera del singular, acentuando an ms su perspectiva y su cosmovisin personales. Hemos visto que en la novela de Payr hay un narrador omnisciente, dueo de la historia que est contando y conforme con la Historia de los vencedores; en la novela de Saer, el yo pseudoautobiogrfico narra un trayecto de dudas y de difcil maduracin, con continuas alternancias de tiempos verbales, pronombres personales, elementos referenciales de pronombres posesivos o decticos. Por ejemplo, durante el viaje de ida es dominante un nosotros que abarca no slo la tripulacin del barco sino todo aquel mundo del que cada marinero o soldado se senta partcipe (La alegra fue grande; aliviados, llegbamos a orillas desconocidas que atestiguaban la diversidad, Saer 1983: 16), pero, a partir de la muerte del capitn, se impone un yo individual y totalmente subjetivo (En pocos segundos, mi situacin singular se mostr a la luz del da: con la muerte de esos hombres

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que haban participado en la expedicin, la certidumbre de una experiencia comn desaparece y yo me quedaba solo en el mundo, Saer 1983: 27): solo y desnudo como cuando naci, desprendido de lo anterior madre, patria, familia, grupo y necesitado de encontrar otras certidumbres, acaba por aceptar la nueva realidad como natural. Paulatinamente se asimila al grupo indgena, superando tabes y preconceptos europeos (yo, el eterno extranjero, no quera quedar afuera, Saer 1983: 45) hasta llegar a un nosotros que delata la salida de la incomunicabilidad y del aislamiento y la asimilacin a un nuevo grupo (proceso tpico de la novela de formacin): Daba gusto ver cmo salamos al mundo, en las maanas cada vez ms tibias y ms soleadas, despus de meses de repliegue y de somnolencia [...] Entrbamos, como en una casa de fuego, en el verano, girando atontados y perdidos en la luz blanca (Saer 1983: 80-81). Por supuesto esa trayectoria no es lineal, sino que el yo reaparece frecuentemente para deslindar, analizar, oponer las diversas interpretaciones que da de los hechos segn el grado de asimilacin en que se encontraba en aquel momento, y el nosotros puede aludir alternativamente a uno u otro grupo. Esa confusin es posible porque el viaje de Francisco en la interpretacin de Saer no es slo desplazamiento en el espacio, sino que ejemplifica el movimiento alternado de alejamiento-acercamiento a otro mundo y otra cultura, con todo lo que esto conlleva de necesidad de despojarse de los hbitos de la cultura que se deja y conquistar los de la nueva. En esta ocasin hablamos de viajes y naufragios en sentido amplio, cuando no metafrico: viaje como desplazamiento no slo en el espacio y en el tiempo desde el Mare nostrum al Mar dulce, desde la edad juvenil a la adulta, sino tambin desde lo conocido a lo ignoto, desde una condicin protegi-

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da a una desamparada, y naufragio como prdida de ropaje y de identidad, aislamiento, enfrentamiento a privaciones e infortunios, o sea la desnudez como naufragio (Glantz 2005: 67-100). Nos invita a este tipo de lectura referencial en lo fundamental y en muchos indicios, pero simblica a nivel ms profundo una serie de referencias a las nociones de nacimiento y desnudez como momentos insoslayables en el trayecto que cumple el protagonista desde la inconsciencia inicial juvenil y cultural al mismo tiempo hasta la reconstruccin en su conciencia y en el papel de su aventura desde una perspectiva madura de quien ha vivido y asimilado acontecimientos, culturas, mundos diferentes: de quien mucho ha viajado. Viene a ser por lo tanto una novela de formacin individual en lo anecdtico, y colectiva y epocal en sentido metafrico bsqueda de identidad, re-fundacin de lo latinoamericano sobre el conocimiento y no sobre la conquista adems que expresin de la postura historiogrfica y hermenutica de la poca del post-: uno de los caminos posibles para despojarse de la cosmovisin moderna, eurocntrica y basada en la racionalidad y fe en el progreso tcnico y cientfico. As, podemos leer las diferencias entre la novela de Payr y la de Saer como el viaje de Francisco del Puerto desde la Modernidad a la Posmodernidad/ Poscolonialismo, desde la participacin a un proyecto de edificacin de la identidad y de la nacionalidad a uno de cuestionamiento y deconstruccin de lo ya adquirido: el noregreso haba dejado al protagonista de Payr en la etapa de la Modernidad, como el arquetipo del hombre moderno, un Robinson exportador de experiencia y fundador de civilizacin, mientras que el regreso en la novela de Saer otorga la

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posibilidad de alejarse para poder ver mejor y comprender, de meditar y reinventar el sentido de la Historia desde el punto de vista poscolonial de reivindicacin de otras races y otros orgenes. Hijo de padre desconocido como Francisco del Puerto y tantos pcaros y marineros el narrador de esta aventura cuenta sus mltiples nacimientos, entendidos siempre como bsqueda de aquel padre a quien nunca haba conocido: Todos eran hijos de muchos padres, lo que equivale a decir, como yo, de ninguno (Saer 1983: 111). Mltiples nacimientos como los que marcan tambin
la historia del Plata, varios nacimientos, varios padres optativos y una memoria colectiva donde conviven, junto a un nacimiento oscuro, el genocidio de las razas primigenias y la imposicin de la ley (de Dios, del Rey) a sangre y fuego (Luzzani 1991: 344).

Sin padre, en la novela no tiene tampoco nombre, y slo podemos llamarlo con el nombre que le dan los indios, ese Def-ghi sin traduccin posible al castellano: en busca de paternidad, slo poda convertirse en un entenado, tan extrao en su mundo original, que le haba arrojado de s, como lo fue en su mundo adoptivo, que an intenta comprender (Perera San Martn 1996: 106). Nace por primera vez en Espaa, en el puerto, que es por definicin un nacimiento antipico (La orfandad me empuj a los puertos [...] Yo quera llegar a esas regiones paradisacas: pas, por lo tanto, de mano en mano y debo decir que, gracias a mi ambigedad de imberbe, en ciertas ocasiones el comercio con esos marinos que tenan algo de padre tambin, para el hurfano que yo era, me depar algn placer, Saer 1983: 11 y 16); luego, en Amrica, al despertarse en el campamento indio:
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Tierra, cielo vaco, carne degradada y delirio, con el sol arriba, pasando, desdeoso y peridico, por los siglos de los siglos; as se presentaba, ante mis ojos recin nacidos, esa maana, la realidad [...], esa criatura que llora en un mundo desconocido, asiste, sin saberlo, a su propio nacimiento [...]. Entenado y todo, yo naca sin saberlo y como el nio que sale, ensangrentado y atnito, de esa noche oscura que es el vientre de su madre, no poda hacer otra cosa que echarme a llorar (Saer 1983: 43).

Otros nacimientos desprendimiento de lo anterior y abertura hacia el futuro los encontramos en el barco que lo lleva a Europa (da tras da el idioma de mi infancia [...] fue volviendo, ntimo y entero, a mi memoria primero, y despus poco a poco a la costumbre misma de mi sangre, Saer 1983: 96), y cuando, ya en Espaa, gracias al padre Quesada, empieza su viaje ms profundo, viaje sedentario pero proficuo, hacia dentro de s mismo y de su extraordinaria experiencia en el mundo indgena:
Tuve, por fin, un padre, que me fue sacando, despacio, de mi abismo gris [...] Despus, mucho ms tarde, cuando ya haba muerto desde haca aos, comprend que si el padre Quesada no me hubiese enseado a leer y escribir, el nico acto que poda justificar mi vida hubiese estado fuera de mi alcance (Saer 1983: 99).

Muerto el padre Quesada, otra vez sin gua ni rumbo, parte para otra aventura, otro nacimiento, que le permitir, protagonizando en el escenario una comedia por l escrita sobre su experiencia americana, descubrir una verdad hasta entonces no sospechada, una verdad de signo barroco y posmoderno:

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Todos ramos los personajes de una comedia en la que la ma no era ms que un detalle oscuro y cuya trama se nos escapaba, una trama lo bastante misteriosa como para que en ella nuestras falsedades vulgares y nuestros actos sin contenido fuesen en realidad verdades esenciales [...]; el vigor de los aplausos que festejaban mis versos insensatos demostraba la vaciedad absoluta de esos hombres, y la impresin de que eran una muchedumbre de vestidos deslavados rellenos de paja, o formas sin substancia infladas por el aire indiferente del planeta (Saer 1983: 139-141).

Slo despus de ese nacimiento en el teatro, de salir de s mismo para verse actuando, de empezar a reconstruir en su memoria los acontecimientos y confrontarlos con la realidad de Espaa y con la visin que en Espaa se tena de la Conquista y de los indios, puede cumplir aquel nico acto que poda justificar su vida entera, escribir sus memorias. Pero, alejado del mundo indgena, no puede volver atrs y desindianizarse: sus memorias por lo tanto no definen el cierre del ciclo, el regreso despus del viaje como fue para los nufragos de la Historia en la modernidad, empezando por Cabeza de Vaca sino la imposibilidad del regreso mismo y la plena asuncin de la visin de los vencidos. Con la toma de conciencia de la distancia que ahora lo separa de este mundo, va paralelo el camino inverso con respecto a los indios: para m no haba ms hombres sobre esta tierra que esos indios y que, desde el da en que me haban mandado de vuelta yo no haba encontrado, aparte del padre Quesada, otra cosa que seres extraos y problemticos a los cuales nicamente por costumbre y convencin la palabra hombres poda aplicrsele (Saer 1983: 104-105)55.
55 Lo subrayado es nuestro: en este caso el dectico esos, por la lejana del mundo indgena, indica proximidad existencial y sentimental.

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Como escribi Carpentier en Los pasos perdidos, no se da dos veces la misma oportunidad, no se puede desandar lo andado, creyendo que lo excepcional pueda serlo dos veces (Carpentier 1985: 325): el proceso de alejamientoacercamiento no es reversible y el narrador no experimenta otra vez aquella sensacin que haba tenido al despertarse entre los indios. Es como si el acercamiento a aquel mundo hubiera sido posible por la mayor cercana de aquel mundo al estadio natural, y por ende a su mismo estadio de recin nacido:
Un da despus de haberlos visto por primera vez, ya estaba tan habituado a ellos que mis compaeros, el capitn y los barcos, me parecan los restos inconexos de un sueo mal recordado [...] En pocas palabras, dos o tres aos despus de haber llegado era como si nunca hubiese estado en otra parte (Saer 1983: 32 y 86).

Al contrario, con toda su experiencia a cuestas, es imposible reintegrarse en el mundo civilizado tan lejano del estadio natural en el que haba vivido entre los indios. Aquella alusin a una vaciedad absoluta cubierta por vestidos deslavados, en el teatro como en la vida, alude a la desnudez que acompaa cada nacimiento: slo un hombre desnudo, fsica y metafricamente, puede nacer a una nueva vida. Su desnudez, en la infancia, es connatural al ser hurfano y pobre, pero luego asume otras connotaciones, relacionadas siempre con el punto de vista europeo y catlico que vea en la desnudez un sntoma de salvajismo y pecado: regresado a la civilizacin, lo primero que hacen los espaoles es darle ropa [...] para ocultar [los] genitales. Pero la moral occidental no corresponde con las exigencias de un recin nacido: La ropa me raspaba la piel, me haca sentir
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extrao (Saer 1983: 94)56; ms tarde, ser el mismo padre Quesada a reincidir en esta imagen, dicindole que acababa de entrar en el mundo y haba llegado desnudo como si estuviese saliendo del vientre de [su] madre (Saer 1983: 106). Siempre, la desnudez total del viajero occidental corresponde al sentimiento de extraeza y de vaco de identidad, de comprensin, de reconocibilidad. Pero es tambin la desnudez de la muerte que iguala a ricos y pobres (cuando mir con ms atencin pude comprobar que el aire ausente de ese cuerpo desnudo [...] era el del capitn, Saer 1983: 37) y sobre todo la de los indios, que atrae inevitablemente la atencin del cautivo como sinnimo junto al canibalismo de barbarie; pero paulatinamente esta desnudez se transforma en confirmacin del mito bblico del Edn y de la inocencia, interrumpido slo por los peridicos e irrefrenables ritos de la caza al enemigo con la consiguiente orga canibalesca, cuando los cuerpos parecan ostentar su desnudez (Saer 1983: 55), como una inevitable cada en el pecado del cual, sin embargo, haba posibilidad de rescate. Es precisamente a propsito de esos ritos que podemos comprobar cmo el viaje se vuelve metfora del proceso de alejamiento-acercamiento entre dos mundos, dos culturas, dos lenguas, que significa, como hemos visto, despojarse, dejar atrs los hbitos viejos y adquirir los nuevos. Es muy interesante, por ejemplo, confrontar la escritura extraada, el asombro y el rechazo presentes en sus primeras impresiones frente al rito del canibalismo smbolo mximo de la otredad y por ende de la barbarie y del demonismo, justo ttulo tantas veces evocado por los conquistadores
56 Lo mismo haban hecho con Cabeza de Vaca: el Gobernador nos recibi muy bien, y de lo que tena nos dio de vestir, lo cual yo por muchos das no pude traer (Nez Cabeza de Vaca 1962: 130).

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con la interpretacin que de ste puede dar el narrador una vez conocidos usos y costumbres de los nativos57. Respetando el orden cronolgico del conocimiento, las primeras descripciones estn dictadas por el punto de vista europeo basado en el concepto de culpa y pecado58: En todos esos indios poda verse el mismo frenes por devorar que pareca impedirles el goce, como si la culpa, tomando la apariencia del deseo, hubiese sido en ellos contempornea del pecado (Saer 1983: 48); en cambio, cuando la escritura vuelve a los mismos recuerdos pero con la ptica ltima y global del narrador, el punto de vista tico y cognoscitivo es el de los indios cuya Weltanschauung haba sido asimilada por el narrador; la insercin del canibalismo en el cdigo de lo sagrado justifica lo que a sus ojos extraos haba parecido inconfundible signo de barbarie, y significa un momento importante en este viaje de acercamiento y de asimilacin de la otredad: Todo acto, por mnimo que fuese, entraba en un orden preestablecido. Algunas acciones, que al principio me parecan absurdas, fueron revelando su estricta necesidad (Saer 1983: 131). Emprender el viaje a la inversa le provocar otras tantas rupturas: el no encontrar, en el fondo de [su] ser, un lenguaje que expresara (Saer 1983: 93) sentidos y sentimientos, acenta la distancia que lo separa de los espaoles:
57 Para la descripcin del rito se bas sin duda en las descripciones hechas por Hans Staden en el captulo XXVII de su Wahrhaftige Histoire, mientras que la descripcin sucesiva, tras comer carne, y la posterior ebriedad de los mismos no procede de ninguna fuente textual pero igualmente crea un universo verosmil, desde la antropologa especulativa, desde la pura ficcin (Fuentes Vzquez 2009: 172). 58 Comida, alcohol y sexo aparecen fuertemente conectados entre s, como lo estaban en la mentalidad medieval y en la primera Modernidad como base del pecado de intemperancia (Jara 1996: 24).

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la curiosidad que despertaban mi aventura y mi persona vena mezclada de sospecha y de rechazo, como si mi contacto con esa zona salvaje me hubiese dado una enfermedad contagiosa, y, por el hecho de haber sido substrado durante tanto tiempo a la zona a la que esos hombres pertenecan, yo hubiese vuelto a ellos contaminado por el exterior (Saer 1983: 93)59.

El encuentro con el padre Quesada es el primer eslabn de la salida de la nada en que haba cado al volver a su mundo: De esa miseria me fue arrancando, con su sola presencia, el padre Quesada [...] Padre es, para m, el nombre exacto que podra aplicrsele para m, que vengo de la nada, y que, por nacimientos sucesivos, estoy volviendo, poco a poco, y sin temblores, al lugar de origen (Saer 1983: 98 y 101). Pero no es el principio de la reinsercin, sino, al revs, el inicio de la toma de conciencia de la imposibilidad del regreso porque le permite valorar intelectualmente su aventura: aprender a leer y escribir le permite interiorizar y analizar la experiencia que luego describe en sus memorias, donde toda la atencin est dirigida a reconstruir y a dar un significado a su trayectoria vital y a la cosmogona indgena. Desde su punto de vista privilegiado el del narrador ltimo que ya lo ha vivido todo, puede trazar la evolucin de sus sentimientos y sentidos segn la cuadriparticin sealada por Todorov descubrir, conquistar (en este caso, ser conquistado), amar, conocer (Todorov 1982). La ltima fase, a la que accede el narrador ya viejo y en Espaa, es la que permite la escritura de sus memorias. Ya nunca ser como antes, o como los dems, por su doble otredad, por la unicidad de su condicin de extrao respecto a los indios como a
59 El nfasis es nuestro: aqu el dectico ese es sntoma de alejamiento espiritual referido a los espaoles que estaban cerca.

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los europeos. Esta contaminacin y esta extraeza, lo acompaarn siempre, dando un sentido a su vida pero dejndole el sello de la nostalgia. Nostalgia de un lugar, un tiempo, una condicin feliz el Paraso terrenal, el limbo del no-conocimiento expresada en las pginas finales, al recordar una experiencia compartida con los indgenas que no es otra cosa que una lectura al revs de un acaecimiento similar del que se vali astutamente Coln: un eclipse que el entenado vivi no con el escepticismo occidental frente a lo ya sabido sino con la maravilla y la aceptacin natural de lo mgico propia de los indios y expresada en una escritura extraada, por una vez no pardica sino altamente potica:
Casi al mismo tiempo en que [la luna] alcanzaba, diseminndose, su mxima intensidad, se empez a velar [...]. Un tinte azul, avanzando lento, se superpona al brillo desmedido y poco a poco la atenuaba. Por contraste, la parte no recubierta pareca incluso ms brillante. Pero la penumbra azul la iba ganando. Una lnea ntida, vertical, divida en dos la luna; la parte azul que, aunque despacio, no dejaba de crecer, era como un arco que iba hacindose ms ancho a medida que la parte brillante disminua (Saer 1983: 153).

Todo el fragmento merecera una lectura detenida por su poeticidad y densidad; pero lleguemos a su sentido hermenutico y epifnico:
Por venir de los puertos, en los que hay tantos hombres que dependen del cielo, yo saba lo que era un eclipse. Pero saber no basta. El nico justo, es el saber que reconoce que sabemos nicamente lo que condesciende a mostrarse. Desde aquella noche, las ciudades me cobijan. No es por miedo. Por esa vez, cuando la negrura alcanz su extremo, la luna, poco a poco, empez de nuevo a brillar [...]. A lo que

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vino despus, lo llamo aos o mi vida rumor de mares, de ciudades, de latidos humanos cuya corriente, como un ro arcaico que arrastrara los trastos de lo visible, me dej en una pieza blanca, a la luz de las velas ya casi consumidas, balbuceando sobre un encuentro casual entre, y con, tambin, a ciencia cierta, las estrellas (Saer 1983: 155).

El narrador se sita en una frontera imprecisa, ms all de los dos mundos entre los cuales no hubo posibilidad de comunicacin y de dilogo, en la frontera entre poesa y conocimiento, entre magia y cultura. Mensaje positivo utpico y nostlgico a la vez que tiene su texto paralelo en los Naufragios, en aquel nosotros utilizado por Nez Cabeza de Vaca en el momento de reintegrarse a su mundo, metfora de la condicin de extrao en sentido geogrfico y cultural. Hay tambin una tercera posibilidad: en una novela reciente del argentino Gonzalo Enrique Mar, El grumete Francisco del Puerto (2003), Francisco del Puerto se queda, totalmente indianizado, y cumple la traicin, asumiendo por lo tanto la versin integral de Caboto. Con respecto a la lectura de Saer, que abstraa al personaje quitndole toda referencialidad, Mar lo reconstruye y devuelve a un imaginario carente de conflictos y hasta construye la estirpe del personaje, hijo de una mora que trabaja en la posada de Isaac, un viejo judo, fundamentando el discurso del linaje de la bastarda original enfrentada al mito del estatuto de la limpieza de sangre (Fuentes Vzquez 2009: 172). Y an: llena el silencio de la Historia entre la muerte de Sols y la llegada de Caboto utilizando varios modelos narrativos, desde los Naufragios de Cabeza de Vaca para describir el canibalismo (tristes y taciturnos como eran [los indios], no se jactaron de la ceremonia, degustaron la carne de sus
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enemigos sin alegra. Por venganza, por odio, sin duda no por hambre, ms bien por poseer las virtudes del otro y reafirmar las propias, Mar 2003: 137), a mitos, leyendas y poemas guaranes para la construccin del mito del dios blanco enviado por el Kara Jeupie para conducir a los guaranes hacia la Tierra sin Mal. En una nota aclara la procedencia de estos textos (recopilados por antroplogos de reconocida trayectoria) y en numerosas ocasiones explica nombres y caracteres de plantas, animales, ritos, creencias... Parece que Mar quiera anclar al personaje en la Historia y salvar todas las posibilidades interpretativas de su aventura, lo que no le permite profundizar ningn discurso y al mismo tiempo enlaza la novela con el subgnero de las novelas de aventuras: por una parte, lo indica como fundador de la identidad rioplatense parafraseando a Payr y dando muy modernamente nfasis sobre el rol fundacional del lenguaje (Juntos [l y la india Jasyrendy] inventaron una nueva lengua, o al menos la lengua castellana adquiri otra musicalidad en las costas del Paran, Mar 2003: 172); por otra, le confiere el papel de enviado divino y portador de la palabra de Kara Jeupie, Kara Pitagu o Sacerdote Extranjero (Mar 2003: 234). El encuentro con Caboto es simplemente descriptivo y el autor deja entre lneas cualquier comentario o juicio sobre los proyectos reales del grumete, que se ofrece para acompaar a los espaoles como lengua y gua; en cambio es bien explcito en ensear las intenciones de Caboto: Los buenos oficios de Francisco le estaban rindiendo sus frutos, por lo que se mostr animado y afable con l. Ya llegara el momento oportuno para cortarle el pescuezo de un sablazo (Mar 2003: 239). Pero luego Francisco traiciona y hace que un grupo de espaoles, al mando de Miguel de Rifos, caiga en

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una emboscada y sea destruida una de las carabelas, aunque no puede impedir que los espaoles destruyan el pueblo donde haba vivido. No falta un final feliz: al reencontrarse con Jasyrendy descubre que ya ha nacido su hijo mestizo, solucin que confirma la adhesin a la versin de Payr de un Francisco del Puerto como fundador de la Argentina futura, pero subrayando las races autctonas ms que las espaolas, y acercndose ms a la eleccin voluntaria de Gonzalo Guerrero de quedarse en su nueva patria. Mar por lo tanto asume totalmente la versin de la traicin de Francisco, y aunque sea una novela formalmente tradicional tercera persona, narrador omnisciente, explicaciones e historias entrelazadas pero ordenadas nos da una versin otra, poscolonial, de la Historia. Resumiendo, podemos decir que en estas novelas hay diferencias notables en el tratamiento de la Historia, correspondientes a las diversas dominantes culturales de la Modernidad y del pensamiento poscolonial: discurso positivista, eurocntrico, conforme con la versin tradicional de la Historia, invisibilidad de la escritura que se acerca al patrn de grado cero del nivel cientfico-referencial, en Payr. Al contrario, discurso revisionista y deconstructivista, crtico hacia la Historia y la cultura eurocntricas y respetuoso de la alteridad, introspectivo y consciente de que no es posible detectar la verdad fuera del discurso que la enuncia, en Saer. En Mar, aunque la forma sea tradicional, nos encontramos con la versin de los vencidos, que en este caso seran tanto Francisco como los indios, borrados por la historiografa oficial. Sin duda podemos tambin afirmar que las tres responden a un mismo dictado: escribir sobre el pasado para hablar del presente dando, en cualquier caso, una interpretacin

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ideolgica del suceso narrado. Por lo tanto constituyen, ms que la ficcionalizacin de la Historia una de las definiciones posibles de novela histrica la politizacin de la misma, casi una declaracin de la no-neutralidad de cualquier interpretacin y discurso de y sobre la Historia. Como veremos, estas tres lecturas de la historia de Francisco del Puerto hechas por Payr, Saer y Mar se pueden referir tambin a Aguilar y Guerrero, los dos nufragos de la carabela capitaneada por el capitn Valdivia quien en 1511 en el desbarato del Darien por las revueltas entre Diego de Nicuesa y Vasco Nez de Balboa [...] vena a Santo Domingo, a dar cuenta al Almirante y al Gobernador de lo que pasaba [...] esta carabela, llegando a Jamaica, dio en los bajos que llaman de Vvoras donde se perdi (Landa 2000: 26). Llegaron a la costa de Yucatn alrededor de veinte nufragos, pero slo Guerrero y Aguilar sobrevivieron a varias peripecias: de ellos Corts oy hablar al pisar tierra mexicana y de ellos hablaremos en un prximo captulo. 2.3. Maluco Otra novela del ciclo del descubrimiento que, a diferencia de las anteriores, sigue el modelo scottiano y no el de De Vigny, es Maluco. La novela de los descubridores, premio Casa de las Amricas 1989, de Napolen Baccino Ponce de Len. Se trata del memorial escrito por el bufn embarcado en la expedicin de Magallanes en 1519, cuyos textos oficiales son la crnica de Antonio Pigafetta, el diario del espaol Francisco Albo embarcado en la Santiago, y el de un piloto genovs de la Trinidad, la nave capitana que qued en mano de los portugueses en las islas Malucas, identificado ahora bien con Giovanni Battista da Poncevera o Juan Bautista

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Poncero (Crovetto 1991: 345-353), o bien con Len Pancaldo (Avonto 1992: 257-284 y 1994: 35)60. Siendo el narrador un bufn, y no un cronista o historiador oficial, el texto se presenta de inmediato como una parodia en el sentido etimolgico del trmino, o sea texto paralelo a textos conocidos, con los que establece una relacin a la par de identidad y distanciamiento, de reconocimiento del cdigo y exigencia de quebrantarlo, lo que significa tambin quebrantar los lmites entre gneros altos y bajos tanto en las formas como en los contenidos es decir afirmar una subversin no slo literaria sino social e ideolgica. En este caso, podemos hablar de subversin social en su sentido estricto, ya que quien escribe no es un vencido tnico (indgena) sino un espaol de clase baja, un bufn que desmiente y corrige la versin de los cronistas oficiales: Maluco es a Pigafetta lo que Bernal Daz del Castillo es a Corts. Juanillo Ponce, el bufn cuyo nombre no figura ni en la lista oficial de la tripulacin ni en la de los dieciocho sobrevivientes pero existi realmente un Juan Ponce de Len en las crnicas, y ste es tambin el apellido del autor escribe sus memorias para dar cuenta a Su Alteza de los muchos prodigios y privaciones que en aquel viaje vimos y pasamos, y el mucho dolor y la gran hambre que sufrimos, junto a las muchas maravillas y placeres que tuvimos y pedirle que se le restituya la pensin que por andar por pueblos y plazas indagando nada ms que la verdad se me quit (Ponce de Len 1989: 8-9).

60 Magdalena Perkowska, adems de unos cuantos hipotextos historiogrficos declarados, indica numerosos hipotextos literarios, desde El Cid hasta Vallejo y Cien aos de soledad (Perkowska 2008: 156).

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El Rey podr creer sus palabras slo reconociendo que el discurso historiogrfico oficial no es fidedigno, como afirma Juanillo para avalar la veracidad de su relato y la justeza de sus pedidos:
Y si el relato puntual y verdadero de nuestras miserias, relato que en todo false su cronista Pedro Martyr de Anglera para mayor gloria de Su Alteza Imperial, as como de las muchas cosas que aquel sagaz caballero vicentino don Antonio de Pigafetta call y enmend por la misma razn, llegara al corazn de Vuestra Merced, tenga en cuenta que en Bustillo del Pramo, mi pueblo natal, sufre grande pobreza este Juanillo, bufn de la Armada, que hizo con sus gracias tanto por la empresa como el mismo Capitn General con su obstinacin61 (Ponce de Len 1989: 8).

Con estas palabras quedan esclarecidas las fuentes historiogrficas y el intento epistemolgico de la escritura. El Apndice el informe firmado por nada menos que Juan Gins Seplveda a quien el rey ha pedido que averiguara la veracidad de lo contado por Juanillo constituye un elemento paratextual de notable inteligencia narrativa; da, adems, un primer y acertado juicio sobre el texto mismo: En cualquier caso debo admitir, Majestad, que el autor, quienquiera que sea, ha pasado grandes trabajos para escribir su crnica y, si se me permite una opinin personal, grande placer me ha causado con ella y bien merece la pensin que solicita (Ponce de Len 1989: 335).

61 Cabra sealar que desmentir la veracidad de otras crnicas era recurso adoptado por muchos cronistas: por ejemplo, las crticas que hace Fernndez de Oviedo al mismo Pedro Mrtir de Anglera en relacin al reino de las Amazonas.

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En todas las sociedades y en todas las ficciones, el bufn, ser marginal por su condicin social y por su oficio deleitar y jugar, no buscar la verdad ni comunicarla a los dems constituye el alter ego, la parodia, cmica o grotesca, de la voz oficial. Por ello, desde siempre, le ha sido permitido escuchar y decir muchas verdades que, de otra forma, quedaran silenciadas:
Un bufn debe saber guardar secretos. Porque un bufn es como un amigo alquilado [...]. Con nosotros puede la gente solazarse y sincerarse sin consecuencias, porque, quin toma en serio lo que dice un bufn? A nosotros pueden decirnos cosas que no diran a sus mejores amigos, y tratarnos como no trataran a sus enemigos; sin problemas de conciencia, que para eso nos pagan (Ponce de Len 1989: 221-222).

Como le recuerda el mismo Magallanes, su oficio es el de ser el parlanchn de la flota (Ponce de Len 1989: 109). La ptica del bufn nunca es horizontal de igual a igual sino vertical, de abajo hacia arriba; como l mismo nos explica, es la mejor perspectiva para entender el mundo:
Dime, Majestad Cesrea, habis estado alguna vez en tu vida debajo de una mesa observando los pies de los comensales y siguiendo su conversacin? Pues habis hecho muy mal, que no es bueno para un prncipe ver el mundo desde el trono solamente, y a la caterva de aduladores de tu Corte a la cara, empolvada y compuesta para la hipocresa. En cambio, debajo de una mesa las cosas se ven de manera diferente [...]. Te lo digo yo que he atisbado la vida desde todos los rincones y lo poco que he aprendido ha sido siempre abajo de una cama, escondido en un armario, por el ojo de una cerradura, detrs de un silln, o debajo de una mesa (Ponce de Len 1989: 133).

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Sigue toda una teora de la perspectiva y de la relatividad, que parece escrita expresamente para corroborar la lectura de esta novela como expresin de una ptica diferente, ms humana y ms verdadera que la ofrecida por la ptica del cronista y del historiador, horizontal y directa pero distorsionada por las exigencias de la oficialidad. El papel de bufn al que le corresponde una estructura fsica nada imponente o de peso conlleva tambin tareas no previstas por leyes y estatutos de la navegacin, lo que le permite percatarse de cosas escondidas o prohibidas: por lo tanto su escritura puede afirmarse como la nica creble. Para subrayar an ms esa ptica, en momentos cruciales de la accin, Ponce de Len utiliza la tercera persona, que, no lo olvidemos, es usual en las crnicas empezando por la de Coln, pero aqu sirve para que el bufn aparezca an ms extrao a aquella empresa y a aquella microsociedad:
Aprovechando su corta estatura y poco peso, le colocan en un frgil andamio y le cuelgan por fuera de la nave, justo a la altura de la lnea de flotacin [...]. All, en el bajo vientre de la nave, oculto a los ojos del Contramaestre por su propia concavidad, tuve ocasin de descubrir aspectos de nuestra aventura, prolijamente escamoteados por los cronistas de tus reinos en su petulante ignorancia del oficio de descubridor (Ponce de Len 1989: 84).

Se refiere al descubrimiento de la presencia de un buen nmero de mujeres en la expedicin, elemento que no aparece en las crnicas oficiales pero que se encuentra confirmado en numerosos documentos indirectos o de historia alternativa, como veremos ms adelante. Aunque parezca cierto que ya desde el primer viaje de Coln hubo mujeres embarcadas (Langa Pizarro 2007: 109), hasta hace poco

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fue tema tab en las investigaciones y en la narrativa, ya que era opinin comn que la conquista espaola fuera llevada a cabo por hombres solos, elemento que adems iba a constituir carcter distintivo de esta epopeya frente, por ejemplo, a la anglosajona, que fue obra de familias enteras. Descubrir en el barco un mundo subterrneo y clandestino es una ocasin que el autor no desperdicia para resaltar las equivocaciones y errores de las crnicas oficiales y tambin para obtener efectos cmicos producidos por el encuentro de dos mundos y miradas marginados y borrados por la Historia: el del bufn, por definicin sin atributos sexuales, y el de las mujeres, ambos extraos a aquel evento todo masculino que fue la Conquista. Otro efecto cmico relacionado con la ptica marginal del bufn, que tiene como punto de referencia un mundo de hambre, de pobreza, de pcaros, es dado por la re-escritura pardica de la clebre descripcin del Paraso Terrenal hecha por Coln:
En efecto, debe Su Alteza saber que segn aquel ilustre navegante, el mundo tiene la forma de una teta de mujer, con el pezn en alto, cerca del cielo [donde] colocaba el Paraso. Lo que no s decirte es si se trataba del pezn de la teta de su madre o de la ma, aunque pienso que sera de la suya, ya que menguados bienes deparara el Paraso de estar ubicado en la magra teta de mi madre (Ponce de Len 1989: 77-78).

Cmico es tambin el bautismo de los monos y de los pjaros hecho por Juanillo: en ste, como en otros episodios, son posibles diversos niveles de lectura, desde el ms inmediato captando slo el efecto cmico, la riqueza de las descripciones, el lirismo de algunos prrafos o los toques de

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esgrima en los dilogos entre Juanillo y Magallanes, hasta el ms celado, entresacando rasgos de crtica social, revindicacin indgena, parodia de los pre-textos, metforas de la historia de Espaa, etc. Podemos, por lo tanto, considerar este texto como una re-escritura del diario de a bordo de Pigafetta y dems cronistas, la tentativa de decir lo que, por pertinencia o necesidad, no poda entrar en una relacin oficial que tena que transmitir a la posteridad la gran empresa de los descubridores: parodia, pues, en la mejor tradicin clsica, autoreferencial y metanarrativa ya que el objeto real es otro texto que viene reescrito con otra ptica y con finalidad tanto cmica como crtica. Pero, cmo concordar con la historia oficial, si ningn bufn ni ningn hombre con tal nombre figura en la lista de la tripulacin? Para todo hay una explicacin, como afirma el mismo Juanillo y de alguna forma confirma el Apndice: la historia oficial no admite otras verdades que las suyas propias, y ya que Juanillo iba contando su verdad no haba ms remedio que borrarlo, privndolo de su pensin y de su identidad, devolvindolo definitivamente a su mundo de ensueos y de falsedades; negar su existencia para negar su verdad. Slo por eso, llega a convencernos Juanillo, su nombre y sus memorias han quedado fuera de la Historia. El lector no puede sino quedarse con la duda sobre cul es la verdadera historia del viaje de Magallanes, una duda que ni el paratexto elemento clave para dirigir la lectura en un sentido pragmtico-referencial (historiografa) o ficcional (novela) consigue esclarecer. El Apndice el informe firmado Juan Gins Seplveda reconoce la verosimilitud de lo contado por Maluco y deja al Rey al lector la responsabilidad de cualquier interpretacin:

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ni el puntual cronista Gonzalo Fernndez de Oviedo, quien tuvo ocasin de entrevistarse con los sobrevivientes de la citada expedicin, ni Juan Bautista Ramusio que escribi sobre ello, ni ninguno de los historigrafos que trataron el asunto, mencionan la presencia en las naves de bufn alguno [...] tampoco aparece mencionado en la lista oficial de los citados diez y ocho sobrevivientes [...]. No obstante, es posible que haya sido de la partida alguien con ese nombre pues existen varias listas de quienes integraron la expedicin y en casi todas ellas difieren los nombres y lugares de origen adjudicados a cada uno, habiendo gran confusin sobre el punto [...]; tanto las fechas y los nombres, as como el itinerario y la mayora de los hechos que incluye en su crnica, coinciden con lo que sabemos de la citada expedicin; aunque bien pudo inventarlo todo basndose en alguna de esas crnicas o, en el testimonio directo de algn sobreviviente que pudiera conocer (Ponce de Len 1989: 334-335).

Discurso historiogrfico y discurso ficcional se enriquecen mutuamente y ofrecen al lector nuevas pautas de interpretacin y reflexin; el ciclo, histrico y novelesco, del Descubrimiento es, sobre todo hoy por su significado poltico y fundacional de la identidad latinoamericana, terreno frtil y asombrosamente atractivo. Y la nueva novela histrica hispanoamericana deja ver nuevos matices en la relacin texto-referente: el referente no es slo el suceso, cuya reinterpretacin y ficcionalizacin es el eje de toda novela histrica, sino tambin el texto que aquel hecho relata y del que ha dado la versin oficial, a menudo la nica conocida. A nuestros ojos modernos y posmodernos o poscoloniales aquellas crnicas aparecen tan parciales como fantsticas: la lectura paralela con sus parodias, igualmente parciales, puede ampliar nuestra comprensin de la Historia y, por una vez, permitir la confrontacin entre la voz oficial y la de los sin voz.
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2.4. Las ciudades quimricas Es cierto que despus de los numerosos congresos organizados y los numerosos libros escritos sobre este tema, en especial los de Fernando Ainsa, tanto los ms tericos (como Necesidad de la Utopa, 1990) como los centrados sobre textos y utopas especficas (Historia, utopa y ficcin de la Ciudad de los Csares. Metamorfosis de un mito, 1992) parece que ya se haya dicho todo. Pero intentaremos presentar otro enfoque, destinado a averiguar la funcin de estos mitos en la construccin del modelo de Nacin invocado en el Ro de la Plata, especialmente en Argentina, y ficcionalizado en novelas histricas. Sin duda como fundador de este ciclo podemos considerar a Roberto Payr (1867-1928) que, como hemos visto, ha descubierto con su novela El Mar dulce al nufrago Francisco del Puerto, otorgndole el honor de ser el primer poblador blanco del Ro de la Plata: de este modo, fija el origen de la nacionalidad argentina en los primeros descubridores espaoles. Otras actividades suyas teatro y periodismo tratan otros problemas de la Argentina de entresiglos: los artculos de Los italianos en Argentina (1895) y el drama Marco Severi (1905) se refieren a la inmigracin italiana, La Australia Argentina (1898) e Las Tierras del Inti (1909) son una invitacin a que los argentinos conozcan su propia inmensa tierra. Pero no se le considera suficientemente por otro mrito suyo: haber reescrito en seis novelas la historia del nacimiento de Argentina, desde el Descubrimiento del Mar Dulce por Sols hasta la conquista de la regin del Plata, las fundaciones y refundaciones de Buenos Aires y su competencia con Asuncin, las bsquedas de las utpicas ciuda-

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des encantadas que tanto han influido en la expansin del poder espaol en Amrica. A este propsito, hasta la mera enunciacin de sus novelas histricas en manuales y textos especficos es incompleta, y nadie se ha percatado que, si disponemos las novelas en el orden cronolgico de los acontecimientos narrados, se pueden leer como un macrotexto, con frecuentes y ponderosos reenvos intertextuales, que propone una Historia de Argentina segn el episteme de regin europea, blanca, etc. En el orden de publicacin, encontramos: El falso Inca (1905), El capitn Vergara (1925), El Mar dulce (1927), Chamijo y Los tesoros del Rey Blanco seguido de Por que no fue descubierta la ciudad de los Csares (los dos publicados pstumos, 1930 y 1934). De estas seis obras, generalmente vienen nombradas tres o cuatro, quedando fuera siempre Chamijo y Por que no fue descubierta..., a veces tambin Los tesoros del Rey Blanco, mientras que slo una lectura completa de los textos, en orden argumental y no de publicacin, puede dar al lector la visin inteligentemente estructurada de la Historia argentina propuesta por Payr. Podemos leer estas novelas como un continuum, con un centro, el Ro de la Plata, y una lnea secuencial descubrimiento, conquista, colonizacin que cubre casi tres siglos. Son todas novelas histricas muy fieles al documento y a la tradicin de las crnicas y que intentar ordenar segn el proyecto que presumiblemente inspir a nuestro autor: hacer la Historia con las novelas histricas. Pero no debemos olvidar el trabajo de investigacin que est detrs de estos textos, y que el mismo Payr ilustra en un interesante artculo, Novelas de la Historia. Las ciudades quimricas, acompaado por una otros interesante nota dirigida a la redaccin de Nosotros, la revista en la que fue publicado el artculo:

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Ah van las notas prometidas que no son, por cierto, el boceto de las novelas histricas que he emprendido bajo el nombre de Crnicas romancescas [...]. Mis bocetos, en general, tienen desde un principio la misma [...] amplitud de la obra ejecutada, de manera que son impublicables [...]. Lo prometido [...] eran estas notas. Reuniendo materiales y estudiando aquella poca heroica y brbara, me encontr, a lo mejor, con un sinnmero de apuntes, y resolv redactarlos al correr de la pluma [...]. Como es natural, dado su origen y sus fines de uso exclusivamente personal, el trabajo es apresurado e incompleto, y ofrece bien poco que sea de mi cosecha propia si no es hacer cosecha propia espigar en libros y documentos antiguos y modernos (Payr 1927).

El artculo, para presentarse con todas las seas del tratado historiogrfico, termina con una tupida y larga lista (4 pginas, 72 entradas) de expediciones a las ciudades quimricas con renvos a pie de pgina a sus obras de creacin. Aqu nos percatamos de la estrechsima relacin que en Payr une la Historia documentada a sus creaciones histricas; aqu encontramos las referencias concretas de lo que recuenta en sus novelas: si no podemos imaginar a Payr como un Borges ante literam que crea sus mismas fuentes histricas para poder escribir sus ficciones, debemos reconocer que la realidad supera la fantasa... Y no debemos olvidar que Payr fue sobre todo periodista, como l mismo recuerda en la dedicatoria de su Falso Inca:
Dedico estas cuartillas que no son de historia ni de novela, aunque de ambas tengan lo bastante para no ser ni fruto solamente de fantasa, ni rida reproduccin de antiguos hechos. Diremos que es una crnica, escrita por un reprter que suele olvidarse de la actualidad para averiguar el pasado (Payr 1905: 83).

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Podremos ver que todas las novelas histricas de Payr (excepto El Mar dulce, perteneciente al ciclo del Descubrimiento) estn relacionadas con la bsqueda de las ciudades quimricas, quizs recordando que, donde no se puede soar con la realidad (la tierra sin riquezas propias, como concluye El Mar dulce) se puede soar con la utopa62. La Historia del Ro de la Plata y de Buenos Aires se puede reescribir precisamente re-escribiendo la Historia de la bsqueda de las ciudades utpicas del Sur de Amrica:
El Dorado, Parima, el gran Quiviri, en tierra de la Amazonas, el gran Paitit, Enim, el gran Moxo, el gran Par, Trapalanda, Jungulo, Manoa, Omagua, Guayp, la Ciudad Encantada, la Ciudad de los Csares, y otras, otras ms, cuyos nombres llegaban sin precisin a odos de los conquistadores (Payr 1927: 457).

Pero, sin adelantarnos demasiado, vayamos siguiendo el orden cronolgico de los acontecimientos contados. Evidentemente la historia suspendida de Francisco del Puerto atraa a Payr, que pensaba escribir la continuacin con el encuentro con Caboto, y lo hace en Los tesoros del Rey Blanco, que narra la expedicin de Caboto quien, diez aos despus del desafortunado viaje de Sols, siguiendo su derrotero se deja ilusionar por las noticias de fabulosos tesoros, segn le indican Montes y Ramrez, otros nufragos del grupo de Sols. Sube por el Ro Paran y aqu reaparece Paquillo, atezado y desnudo, que cuenta a Caboto sus largos diez aos entre los indios hasta hacerse hombre:

62 De forma muy apropiada, un captulo de El Capitn Vergara se titula calderonianamente Y los sueos, sueos son.

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de repente desemboc de entre los matorrales, corriendo hacia ellos y gritando como loco, un mocetn que a Csar [el capitn Francisco Csar] pareci indio, tanto por el paraje en que se hallaba cuanto por lo atezado y desnudo, pero lo sera de paz, pues no llevaba armas y sus ademanes eran ms bien de regocijo que de amenaza o de espanto. Mayor fue su sorpresa al or que gritaba palabras que le sonaban a espaolas, y que resultaron tales cuando pudo escucharlas de ms cerca: Cristiano! Espaol! Norabuena! deca el desnudo mozo que, sin dejar de correr y gritar, volva a cada paso la cabeza, como si temiera verse perseguido [...] Difcilmente, con extraos acentos guturales, haciendo esfuerzos para encontrar la palabra olvidada, el interrogado cont su historia (Payr 1935: 26-29).

Historia que en parte conocemos, y a cuyos interrogantes sin respuestas en El Mar dulce, ahora Payr da respuestas convincentes:
los salvajes le haban dejado con vida vindole nio, y tratado desde entonces como si perteneciera a su linaje. Con ellos haba pasado largo, muy largo tiempo... hasta hacerse hombre. Pero no le permitiran gustosos que se marchara, y l tema que lo hubieran perseguido (Payr 1935: 27).

En esta novela no es Paquillo el protagonista, no interesan sus diez aos de cautiverio, y prontamente el capitn Csar interrumpe su relato y lo interroga sobre el Rey Blanco: las palabras de Francisco son al mismo tiempo puntuales y lacnicas, como las de los indgenas recopiladas en las crnicas: Lejos...all mucho oro, mucha plata, mucho metal... Tengo hambre! [...]. Y, entre bocado y bocado, cont tambin maravillas: no slo exista el pas del Rey Blanco, no slo abundaban all las minas ms ricas, sino que tena

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montaas enteras de metal pursimo, vistas y visitadas mil veces por los indios de su linaje. A la invitacin a quedarse con los espaoles por lengua de la armada [...], del Puerto acept regocijado, seguro de que su nueva vida sera la gloria comparada con el largo parntesis de barbarie que se haba abierto para l diez aos atrs. Pero quizs en otra crnica se relate cmo estaba muy equivocado (Payr 1935: 26-29). Crnica que Payr nunca escribi, dejando otra vez suspendido el destino de Francisco: el capitn Csar se fue con Ramrez como lengua en busca de los tesoros del Rey Blanco, mientras que nuestro hroe se qued con Caboto... y aquel muy equivocado deja pensar que probablemente Payr conoca y aceptaba la versin segn la cual Paquillo haba traicionado a Caboto porque no poda aceptar la conducta espaola hacia los indgenas: sera la primera quiebra dentro de un juicio totalmente positivo de la conquista como lo haba expresado en El Mar dulce, donde tanto en la figura del descubridor Sols, como del fecundador Paquillo, estaba confiada la misin evangelizadora y civilizadora de la Conquista. De todas formas, esta aparicin de Paquillo sirve a Payr como eslabn entre una y otra novela, para que se puedan leer como una nica y sola Historia, la historia del Descubrimiento del Ro de la Plata y de sus ciudades quimricas. Las palabras de Montes y Ramrez, junto con las de Paquillo, hacen que Caboto renuncie a seguir la ruta de Magallanes y entre en el Mar dulce, ya que el llamado de la quimrica ciudad del Rey Blanco no se puede desor:
Abundan la caza y la pesca. All en tierra firme [...] las ramas se quiebran al peso del fruto, y una hamaca de red al modo indiano, y algunas hojas mal entretejidas para defenderse del sol, de la lluvia y del roco, valen por un palacio en otras tierras (Payr 1935: 18). 186

Pero el tono ya no es el mismo: es como si, dejando la costa y siguiendo el llamado del oro y de las riquezas y no el de la conquista civilizadora, se perdiera el tono pico y el carcter positivo de la empresa espaola. Las descripciones de los indios varan entre ignorantes, astutos y solapados pero es posible entrever una sutil irona sobre temas tan candentes como la comunicacin entre indios y espaoles:
En cuanto al Rey Blanco, los informes eran tan nebulosos como si aquellos pobres indios no estuvieran seguros de su existencia, o como si no osasen hablar, enmudecidos por alguna terrible consigna. Csar se inclin a creer ms bien esto que lo otro, aferrado con potencia y sentidos a su gran sueo de conquista [...] Slo a fuerza de insistir, casi de imponer el sentido de la respuesta, el capitn acab de arrancar al cacique la no muy afirmativa confesin de que [...] all lejos, pero muy lejos, tras de altsimas montaas, haba un pas belicoso y riqusimo, gobernado por un cacique dueo de inmensos tesoros, y tan deslumbrante como el sol (Payr 1935: 48).

Los pocos aflatos aparentemente picos (Muerte por muerte preferible es, a mi entender, morir en la brega que en este marasmo. Aunque sea solo, estoy dispuesto a entrar ahora hasta las tierras del Rey Blanco... No llegar, no lograr entrar, perecer en la demanda poco importa! No he de hacer huesos viejos convertido en lagarto de estas ruinas, Payr 1935: 61) pierden su registro alto por la insercin de dichos y refranes populares o se diluyen en apreciaciones sobre el objeto de tanta bsqueda (el oro) o en parodias de supuestas interferencias del Diablo en persona bajo la figura de un fiersimo tigre que aconsej a los indios:
como lo que ms codician es el oro, poned a buen recaudo el que est en los templos y en las huacas, pues en vindolo 187

creern que hay ms, y no os dejarn con vida ni aun cuando ya de veras no le haya. Son hidrpicos que no saciarn nunca su sed, y yo mismo he infundido esa sed en ellos y sus hijos, durante largas generaciones (Payr 1935: 76).

Al afn descubridor, que puede transformar al ms simple marinero en hroe y fundador de grandes naciones, ya lo han sustituido la avidez y el inters personal hasta convertir a esos hombres en seres desprovistos de voluntad y de carcter, tteres en mano de diablos que ya no tienen nada de la grandeza mefistoflica. Pero tambin esta novela termina con una nota de esperanza:
si no encontr a su Rey Blanco, el animoso capitn Francisco Csar vi en mucha parte realizados sus ensueos, y slo muri cuando ya crea en su prxima y completa realizacin. Y morir soando no es la peor de las muertes (Payr 1935: 76-78).

De este capitn, como de tantos exploradores, se perdieron las huellas regres o no?, se encontr otra vez con Caboto? pero sin duda su empresa concurre al nacimiento de otro mito: el de la Ciudad de los Csares63, que llega a
63 Tres son las hiptesis principales sobre la gnesis y la localizacin de esta ciudad utpica: 1) que el mismo capitn Csar, enviado por Caboto a buscar al Rey Blanco, haya cado en otra ciudad igualmente rica y feraz, y que haya terminado ah su vida (los Csares Blancos): atraves este Csar toda esta tierra, de cuyo nombre comnmente le llaman la conquista de los Csares (Daz de Guzmn 1836: 107). Pero nada cierto se sabe sobre la expedicin de Csar ya que no ha quedado nada escrito; 2) Daz de Guzmn termina fundiendo al Rey Blanco con la ciudad donde se haban refugiado los ltimos Incas: a su rey, por estar cubierto con planchas de plata (Ganda 1946: 91) se le llamaba Blanco. Sera la Ciudad de los Csares Indios, fundada por la tribu de los Csares huidos a lugares inaccesibles despus de la llegada de los espaoles (segn Pinuer en cambio se llamaban Csares

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fundirse con la Ciudad del Rey Blanco, segn, por ejemplo, otro texto publicado por Payr, Por que no fue descubierta la maravillosa ciudad de los Csares, una re-escritura de un texto de Don Ignacio Pinuer de 1774, Relacin de las noticias adquiridas sobre una ciudad grande de espaoles, que hay entre los indios al Sud de Valdivia, e incgnita hasta el presente, una curiosa crnica de las investigaciones geogrficas, periodsticas, librescas etc. del capitn Ignacio Pinuer. Justamente Fernando Ainsa juzga esta obra de Pinuer un punto nodal entre historiografa y ficcin: citando las relaciones de las bsquedas y hallazgos supuestamente testimoniales, es un primer intento de historiografiar y poner en orden el material sobre las expediciones, pero tambin la prosa asume explcitamente la forma de la ficcin narrativa (Ainsa 1992: 60). Y persiste el mito, ya transformado en narracin utpica: Eran inmortales, pues en aquellas tierras no moran los espaoles.
Indios aquellos indgenas que vivan alrededor de la Ciudad de los Csares). Esta ciudad estara en una zona subandina del norte, entre Argentina y Per; 3) Muchas naves naufragaron en el Estrecho de Magallanes (las cuatro del Obispo de Plasencia, por ejemplo) y sus nufragos reinaron sobre los indios patagnicos. A estas hiptesis se aade otra, tarda: una expedicin al mando de Jernimo Luis de Cabrera, en 1622, se encontr en un valle donde crecan numerosos rboles de origen europeo: aunque pensaron que fuera la Ciudad de los Csares, en realidad era la antigua ciudad de Osorno, destruida por los indios (Ciudad de los Csares Osornienses). Sin duda algo de tan dispares corrientes corresponda a hechos reales: Tanto los rumores de espaoles perdidos en la Patagonia, como de Incas ocultos en los valles andinos, no eran fantasas, sino hechos con fundamentos completamente ciertos (Ganda 1946: 263), pero igualmente cierto es que el mito nace de la con-fusin de estas voces, hasta formar los eternos sueos de oro que dieron forma a aquel espejismo del Per llamado Paitit, revolotearon igualmente en torno de la Ciudad de los Csares, hacindola imaginar grande, populosa y rica, como si ella tambin fuese un reflejo desconocido del maravilloso Cuzco (Ganda 1946: 264).

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Una vez ms, un mito americano, reinterpretado segn coordenadas europeas, adquiere la connotacin de la utopa y al mismo tiempo de la antiutopa: en las antpodas todo es posible, y la Patagonia hospeda monstruos y ngeles, la perfecta ciudad renacentista, la Ciudad encantada pero tambin la ciudad donde los nativos sacrifican los corazones de extranjeros para alimentar a sus dioses (Ainsa 1992: 81-84). La obra de Payr se presenta por lo tanto como tercer nivel de escritura, teniendo Pinuer como fuente principal, a su vez, a los cronistas y descubridores de aquellas ciudades. Es interesante cotejar los dos textos (por ejemplo la descripcin de los habitantes de esta ciudad, corpulentos, blancos y rubios segn Pinuer 1836: 34, de estatura ms que mediana, giles, robustos y muy blancos, y llevan la barba cerrada segn Payr 1935: 137) pero nos llevara demasiado lejos: quiero slo anotar que aqu el juego entre discurso historiogrfico y discurso ficcional se hace ms sutil, ya que el paratexto parece aludir ms a aquel artculo publicado en Nosotros (resultado de un proceso de espigar en libros y documentos antiguos y modernos para ficharlos y ordenarlos) que a una novela histrica o crnica romancesca, como l las llama. En efecto, este texto de Payr, publicado junto con la novela Los tesoros del Rey Blanco, presenta un paratexto de registro referencial: Relacin fielmente trasladada del texto autntico del Capitn D. Ignacio Pinuer (Payr 1935: 79) en el que estas declaraciones de fidelidad (fielmente, autntico) inducen al lector a una lectura pragmtica, mientras que se trata de una novelita histrica tal como hemos ido marcando los caracteres del gnero en su etapa tradicional, que requiere por lo tanto una lectura casi-pragmtica (Stierle 1987). Es la re-escritura pero presentada como copia autntica de las Memorias de dicho capitn que cuenta no slo sus

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aventuras, sino todos los tentativos fallidos de encontrar aquel territorio hasta finales del 700. Aqu, quizs por la fecha tarda en que imagina escritas las memorias, falta toda inspiracin pica pero faltan tambin los tonos ms crudos y negativos de la rapia y la violencia. El sentimiento que prevalece parece ser la conciencia de la imposibilidad de alcanzar el espejismo. Si el capitn Csar, en el siglo XVI, poda morir contento porque morir soando no es la peor de las muertes (Payr 1935: 78), en el XVIII los presuntos conquistadores [de la Ciudad de los Csares] no eran ya ms que un puado de hombres sin fuerzas y sin nimo, que se moran de hambre [...]. As se malogr la expedicin organizada por el depravado gobernador de Valdivia, don Juan Gartn (Payr 1935: 176). Esta Ciudad encantada ya no dejar de atraer la atencin de Payr, y ser casi un leitmotiv que acompaar su actividad creadora hasta sus ltimas publicaciones. Hasta los intricados episodios del perodo de 1830-1840 relatados en El Capitn Vergara que ve las luchas por el poder en la Provincia del Ro de la Plata entre Martnez de Irala, Cabeza de Vaca, Francisco Ruiz Galn y Alonso de Cabrera, parecen guiados por este espejismo que enloquece a jefes y tropas, en nombre del cual se pueden pedir y hacer los mayores sacrificios. Esta Historia es muy compleja, con mltiples traiciones y alianzas, huidas y destrucciones, pero en los momentos tpicos, para calmar o estimular a los soldados, aparece siempre como un faro o una quimera la posibilidad de ponerse en marcha para buscar la Utopa:
All, quizs muy cerca de la Asuncin, hacia el noroeste, el norte o puede que el sur, se hallaba ese misterioso Paitit, pas del Rey Blanco, que deba darles con la opulencia la felicidad y que caera en sus manos con slo tenderlas; pero ni Ruiz Galn ni Cabrera eran capaces de conducirlos hasta all (Payr 1925: 34).

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Irala, en cambio, s parece el hombre fuerte y con l inicia la verdadera conquista con la consecuente ocupacin del territorio:
El Capitn Vergara [...] era uno de los que, con el Adelantado don Pedro de Mendoza, haban partido de Sanlcar de Barrameda, en 1535, para conquistar y poblar las tierras descubiertas veinte aos antes por Juan Daz de Sols (Payr 1925: 11).

Es ms: en el macrotexto de esas crnicas romancescas, el mvil de todas las acciones que llevan a las fundaciones de nuevas ciudades en el Ro de la Plata parece ser siempre la exploracin del interior en busca de esas ciudades quimricas: tambin la primera fundacin de Santa Mara de Buenos Aires se debe a la expedicin enviada por Carlos V en 1532 a la Sierra del Plata para buscar los tesoros del Rey Blanco. Participaron 1200 hombres y entre ellos algunos personajes que sern protagonistas de las novelas de Payr: Pedro de Mendoza, Martnez de Irala, Gonzalo de Mendoza, Francisco Ruiz Galn, Alonso de Cabrera y Juan de Ayolas. En el enfrentamiento para ocupar el cargo dejado libre por Pedro de Mendoza, muerto en el viaje de regreso a Espaa, se enfrentan Cabrera portavoz de Irala y Ruiz Galn, e Irala sale ganando por haber prometido ir en busca de las indescifrables ciudades encantadas, el nico proyecto que atrae consenso entre toda la tropa: S! S! Al Reino del gran Moxo!, a los Csares!, al Paititi! clamaron diversas voces simpticas al Capitn Vergara (Payr 1925: 155). Irala parece haber ganado la batalla, pero la noticia de la llegada de Cabeza de Vaca como Gobernador le impide tomar el poder... y los sueos, sueos son... el ms reacio a morir es el sueo de encontrar una de estas ciudades. En otro captu192

lo Tierras encantadas, los ms viejos exploradores hacen alarde de haber visto las ms grandes maravillas sirenas, serpientes con manos, peces que hablan: verdadero repertorio de mirabilia como los cuentos que los marineros ms viejos hacan a Francisco del Puerto en El Mar dulce pero
Ms extraordinario es an lo que nos aguarda en la Ciudad de los Csares y en el Gran Paitit... Y mecidos por estos sueos que mantenan siempre vivos su sed de riquezas, su empuje varonil, su ambicin insaciable, sentanse grandes y poderosos en medio de tanta miseria real, y seguan navegando lentamente hacia la Asuncin, seguros de encontrar all, o ms lejos poco importa! el vellocino de oro o la varita de virtud que les dara la felicidad en la omnipotencia (Payr 1925: 186).

Tesoros materiales o espirituales no importa: ms all de lo conocido, no poda faltar la Utopa... Pginas importantes en El Capitn Vergara las ocupa el viaje de Hernando de Ribera hacia el Gran Paititi o Rey Blanco utopa dentro de otra utopa, viaje en el que particip Ulrico Schmidel, y curiosamente asistimos a una operacin de sincretismo y de transfiguracin, posible precisamente porque nos encontramos en el momento en el que se encuentran mitos de diversa procedencia, bblica, medieval, indgena: a la pregunta de Ribera a un cacique amigo sobre Qu clase de hombres son los amazones? la respuesta es
Es gente muy rara, que vive en tierra firme formando una poderosa Nacin, gobernada por un jefe que se llama el gran Paitit o Padre Blanco. Pero esta nacin no es como las otras, pues los hombres viven completamente aparte de las mujeres y slo se renen con ellas tres o cuatro veces al ao (Payr 1925: 317). 193

Encajando por lo tanto varias teselas de su mosaico, en un entramado en el que la intertextualidad entre sus novelas es un recurso cautivador que invita al lector a pesquisas casi policacas, recordando continuamente los artfices del Descubrimiento64, Payr sigue construyendo su historia, en la que tiene un lugar destacado el paso desde la fase heroica y colectiva de la conquista a la fase organizativa e individual que inevitablemente desemboca en intrigas, traiciones, conjuraciones. Domingo Martnez de Irala, el Capitn Vergara, hombre de transicin, parece contener las dos vertientes: valiente y honrado en el campo de batalla (rodeado por todas partes, di pruebas de su intrepidez y sangre fra, y en pocos segundos su espada le desembaraz de numerosos agresores, hiriendo y matando a varios de ellos, Payr 1925: 86), cruel e implacable con el enemigo (Tom cuatro tablillas, las coloc a los lados de cada pierna del indio, desde la planta del pie hasta mucho ms arriba de los tobillos, cuidando de que estuviesen bien parejas y de tal modo que quedaran juntas las dos de la parte interior, y luego las at reciamente, con multiplicadas vueltas del cabo del que tiraba con tanto esfuerzo a cada una, que las venas de su frente amenazaban saltar sin que de sus labios desapareciese la sonrisa, Payr 1925: 100), astuto y sin prejuicios (Aunque cristiano viejo el capitn Vergara no se coma los santos como Cabeza de Vaca, ni andaba colgando del hbito o la sotana de frailes y
64 Durante una misa, fray Juan de Salazar desbord de elocuencia, hablando ms de dos horas [...]. Record que tres grandes jefes, conquistadores del Ro de la Plata, dorman el sueo eterno en inaccesibles tumbas que los espaoles no podran regar con sus lgrimas ni vivificar con sus oraciones: el adelantado don Pedro de Mendoza, sepultado en el mar, el capitn general don Juan Daz de Sols, despedazado por los indios, y el capitn don Juan de Ayolas, desaparecido entre las hordas de tierra adentro (Payr 1925: 107).

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clrigos, ni haba pretendido nunca hacer obligatoria la virtud y reglamentaria la castidad, Payr 1925: 329). Como escribe Alberto Gerchunoff, Vergara es
un prototipo de esa epopeya [...] en que el trasiego de un continente a otro continente se agregaba al drama individual de los que se sentan vencidos en la sociedad arcaica y a quienes el destino eligi para ser los vencedores en regiones quimricas, los fundadores de una sociedad inimaginable entonces, los trasmutadores de una civilizacin que no tardara en concentrar las esperanzas humanas (Gerchunoff 1925: XXI).

Es importante, para la genealoga de Argentina, recordar a Vergara como un hroe, ya que fue l quien se opuso al abandono total de Buenos Aires a favor de Asuncin en 1538:
La dura realidad viene luego a desvanecer ilusiones y as sucede hoy con Buenos Aires, que es preciso despoblar en bien del nico verdadero centro de la conquista, la Asuncin, dejando en aqulla solamente un presidio de pocos soldados para defender la casa de Mendoza, aunque esto no sea til, pero tambin lo que es ms prudente y provechoso para dar noticia a las naos que con socorros nos lleguen de Espaa y que de otra manera nos buscaran en vano (Payr 1925: 112).

Y no es por azar, que el texto de Payr termine, una vez ms, en un momento intermedio, dejando abierta toda posibilidad65 y sobre todo evitando relatar la segunda parte de la
65 Despus del enfrentamiento entre Cabeza de Vaca e Irala, el texto termina con el regreso de Cabeza de Vaca a Asuncin, enfermo, en un clima de incertidumbre: Ese desaliento general acrecentaba la sorda pero profunda irritacin contra el Adelantado, a quien se atribuan todos los desastres. Y las circunstancias conspiraban al par de los comuneros... (Payr 1925: 334).

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vida de Irala, sus violencias contra los indgenas Guaranes y Subayas, su poder desptico como gobernador de Asuncin, etc.66. Lo que interesaba a Payr era disear la fase heroica de la fundacin y defensa de Buenos Aires y su supervivencia como fortn gracias a la intervencin de Irala, y no la decadencia brutal de un hombre y del sistema que representaba. Retomando el tono de las palabras finales de El Mar dulce, Payr subraya una vez ms el poder germinal de las muertes y de los sacrificios de los primeros descubridores y conquistadores:
Muchas vidas haban sido segadas, muchos audaces conquistadores dorman para siempre en tierra de Indias [...] fertilizaban con sus despojos estas codiciadas tierras, vencidos por el hambre, los trabajos, las enfermedades, la flecha o la maza de los indios... Pero este recuerdo no turbaba el sueo de los sobrevivientes ni haca palidecer sus esperanzas (Payr 1925: 253-254).

Se pueden citar todava las dos novelas del ciclo inca, Chamijo y El falso Inca, sin que cambien mucho los trminos de la cuestin: la aventura de este verdadero falso inca, Pedro Chamijo/Pedro Bohrquez Girn, se desarrolla entre Per, Argentina, Chile y Bolivia en la primera mitad del siglo XVII, y ensea cmo, terminado el momento pico de la conquista, todo se reduce a intereses personales, intrigas, etc. A pesar de la aparente lejana cronolgica y geogrfica de estos textos respecto a los otros examinados hasta aqu, resalta el mismo tema: la bsqueda de las ciudades quimricas. En toda la larga aventura de Chamijo contada en los dos textos (Chamijo, publicado pstumo, contiene la prehisto66 Cfr. por ejemplo Schmidel 1986.

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ria de El falso Inca) la realidad supera la fantasa67: se mueve por todo el virreinato del Per haciendo y deshaciendo su fortuna, falsificando documentos y mapas, conociendo crceles y palacios principescos, tomando falsas identidades (de Pedro Chamijo pasa a llamarse Pedro Bohrquez Girn y se presenta a los indios Calchaqu como hijo del sol) y tramando un sinnmero de traiciones y falsedades. Terminado el ciclo de los conquistadores de los cuales Irala es quizs el ltimo epgono, pero en sus ltimos aos ya degradado por la ambicin y crueldad, en estas dos novelas barrocas todo parece fingido, falso, hasta los sueos se han reducido a quimeras personales y mezquinas, hacia las cuales se apunta la irona de nuestro autor: para un charlatn, no hacer gracia es estar en desgracia (Payr 1905: 150). La degradacin del hroe se ha consumado, el conquistador ya es slo un impostor que se mueve en el sistema colonial corrupto para alcanzar los mximos beneficios engaando a criollos y a indgenas, las connotaciones mismas de Bien y Mal parecen diluidas en personajes secundarios como si, a los ojos desencantados del intelectual de principio de siglo, la colonia no pudiera ofrecer ningn modelo y la nica posibilidad estuviera en el origen: el Descubrimiento. Las novelas sobre estas ciudades y sus buscadores no terminan naturalmente con Payr, aunque nadie haya intentado tejer como l un tapiz de tamaa dimensin. Unos aos despus, el argentino Enrique Larreta autor de una novela histrica modernista muy citada, La gloria de Don Ramiro (1908) sobre la Espaa de Felipe II escribe un curioso libreto, Las dos fundaciones de Buenos Aires (1936), comn67 Noticias historiogrficas sobre este increble personaje se encuentran en Lozano 1873-75.

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mente calificado de libro de ensayos, que en realidad es una serie de bocetos y ancdotas que dejan bucear una visin del Descubrimiento y de la creacin de Argentina segn una perspectiva hondamente catlica e hispanfila reivindicando, en la lnea de El Mar dulce, un destino de trabajo y de diversidad con respecto al resto de Amrica Latina: encontrar mayor belleza en la quijotesca desgracia de ese cuadro nuestro, con su fondo de horizonte salvaje, que en las aventuras esplndidas del Per y de Mjico, al empezar la conquista (Larreta 1944: 142). Puede resultar interesante notar en esas pocas pginas algunos elementos e indicios de modelo de nacin que no aparecen en los dems textos analizados: vuelve insistentemente el nombre de don Quijote al hablar de la expedicin de Pedro de Mendoza (Que en caso de conquistar algn imperio opulento..., Larreta 1944: 143) y es insistente el llamado al espritu de cruzada, al recordar la presencia en la fundacin de Buenos Aires de Rodrigo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Avila: En esos das la Santa se hallaba en Castellanos de la Caada, harto acongojada y enferma. Pensara ms que nunca en su hermano. Le seguira con su presentimiento (Larreta 1944: 151). Y, otra particularidad de esta crnica, es la alusin a la gran excepcin en la expedicin de Mendoza, [el hecho que] vinieron muchas mujeres. Estaba prohibido68 [...]. Una de ellas, Isabel de Guevara, escribi una carta a la princesa doa Juana, gobernadora de Espaa en ausencia de su hermano Felipe II (Larreta 1944: 152) que es uno de los testimonios ms estremecedores y fidedignos de aquel perodo comprensivo del episodio de canibalismo entre blancos.

68 Hecho recogido, como hemos visto, en Maluco, provocando una situacin narrativa de gran hilaridad.

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Este particular, olvidado por las crnicas y recuperado por las novelas, quiere sugerir muchas cosas: gracias tambin a la presencia de buen nmero de mujeres, el Ro de la Plata se mantuvo blanco, sin casi fenmenos de mestizaje, lo que justifica y ampara el proyecto de una Argentina blanca y europea. Ni una palabra de la limpieza tnica de las campaas de finales del siglo XIX, del exterminio de los indios: lo que hay que recordar est todo en la lnea de la ortodoxia latino-cristiana, con pequeas concesiones al mundo rabe, ya totalmente interiorizado. Ms crtico hacia la construccin de la Nacin argentina es Ezequiel Martnez Estada con su Radiografa de la Pampa (1933) cuya primera parte se titula Trapalanda, uno de los nombres con que fue llamada la tierra de los Csares, aunque a este nombre no corresponda ningn territorio real. Como comenta Fernando Ainsa,
Se trata de una ficcin pero de una ficcin que incide en la historia real, porque Martnez Estrada cree que la comprobacin de la inexistencia de ese territorio defini para siempre la historia argentina. La frustrada meta de la rica ciudad marc con el sello del engao el destino de un pas que podra haberse estructurado desde el origen con un proyecto de poblamiento paulatino y colonizador de designio menos ambicioso, pero ms realista (Ainsa 1992: 113).

Es decir, Martnez Estrada optara por el destino vislumbrado por Payr en El Mar dulce y no en Los tesoros del Rey Blanco: una nacin fundada en el trabajo, la tenacidad y la fe (Payr 1974 [1927]: 219) y no en el espejismo del pas del Rey Blanco [con] las minas ms ricas [], montaas enteras de metal pursimo (Payr 1935: 26).

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En los mismos aos, toman el testimonio de esta pesquisa sobre las ciudades utpicas dos escritores chilenos: Manuel Rojas (chileno-argentino) con La Ciudad de los Csares (1936) y Hugo Silva con Pacha Pulai (1938), a menudo presentados como libros de aventuras para jvenes. El primero, ambientado en la actualidad, en un prembulo cuenta la historia de los nufragos de dos naves en el Estrecho, de la fundacin de la Ciudad de los Espaoles Perdidos que luego se llam de los Csares, de las expediciones frustradas... lo dems es cuento conocido, pero un comentario irnico deja ver una mirada desencantada y moderna: Muertos o aburridos esos exploradores, la Ciudad de los Csares qued abandonada a su suerte. Era lo mejor que poda sucederle. Slo as pudo desarrollarse y prosperar normalmente (Rojas 1972: 72). Es muy poco lo que queda en esta ciudad de antiguas utopas: el oro principalmente que, por ser mucho, ha perdido su valor de intercambio, y una natural bondad e ingenuidad de sus habitantes. Parece escrito para responder a las cuestiones sobre el destino de cualquier ciudad utpica y tambin de las naciones americanas: aislamiento o apertura al mundo externo? El dilema alude slo al contacto de los Csares blancos con los extranjeros (inmigracin?, imperialismo yanquee?) y no con las poblaciones autctonas (con quienes conviven fraternalmente):
Para la tranquilidad y conservacin de este pueblo conviene que as sea. Un solo hombre que salga de aqu llevando la noticia de nuestra existencia y nuestra riqueza, sera motivo para que una infinidad de hombres se arrojaran sobre nosotros y nos dispersaran (Rojas 1972: 107),

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pero termina con una nota de optimismo sobre el futuro multitnico:


Cada extranjero trae algo nuevo, palabras, consejos, experiencias, elementos que no conocemos y que pueden servirnos de mucho: En cambio de ello les damos comodidades, casi opulencia, tranquilidad, seguridad (Rojas 1972: 110).

Este optimismo permite tambin la doble opcin que se ofrece al extranjero: quedarse en la Arcadia utpica o volver al mundo otro, pero con la certidumbre de que las puertas del Paraso no se van a cerrar para siempre. En el mundo utpico de Rojas se da una segunda oportunidad para reandar los pasos perdidos, para retroceder en el tiempo y en el espacio y recuperar una identidad que sepa armonizar la sencilla vida de la Ciudad de los Csares con los tiles de trabajo y otras mirabilia del mundo exterior, excepto las armas, como ingenuamente se especifica. Pacha Pulai (1938) de Hugo Silva, en cambio, desemboca en el gnero fantstico o de ciencia-ficcin. El paratexto advierte que esta narracin tiene un punto de arranque real: el teniente Alejandro Bello sufre con su biplano un accidente de avin en 1914 y desaparece; veinte aos despus se publica en un diario chileno una relacin que cuenta cmo en realidad Alejandro Bello haba aterrizado en una zona impenetrable en el norte de Chile donde haba encontrado la famosa Ciudad de los Csares. Una ciudad inmvil desde el momento en el que unos nufragos espaoles, despus de mucho vagar en aquella rica regin, llamada por leyenda la Ciudad de los Csares y por los nativos Pacha Pulai (Silva 1984: 58), la descubrieron y la conquistaron, imponiendo su cultura y sus utensilios salvados del naufragio: pero todo cubierto de oro, el nico metal de que disponemos en Pacha Pulai (Silva 1984: 58).
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Bello cumple por lo tanto un viaje en el tiempo, sin necesidad ni de mquinas prodigiosas ni de eventos mgicos, gracias slo al azar y a la vitalidad del mito. Naturalmente, como en la mejor tradicin del gnero, los conocimientos modernos le sirven al piloto para adquirir la funcin de gobernante, pero nota muy moderna en una novela por otros versos tradicional y previsible puede discernir entre elementos utpicos y distpicos, ya que, parece decirnos, el oro no garantiza la felicidad y la justicia. Su conciencia de hombre moderno le obliga por ejemplo a interrogarse sobre la pena de muerte, natural en el mundo colonial del siglo XVI, pero inaceptable en la poca del narrador y del protagonista. En esta novela, para resolver la cuestin de la imposible presencia de una ciudad utpica en el mundo moderno, Silva adopta una solucin drstica, muy diferente a la de la contempornea obra de Rojas: la ciudad queda sepultada en el fondo del lago por una explosin y Bello, milagrosamente salvo, regresa al mundo normal pero, despus de contar su historia a un periodista, desaparece nuevamente: quin creera los horrorosos sucesos de los que ha sido testigo y tambin protagonista?, quin creera sus cuentos sobre la Ciudad de los Csares, recin descubierta y prontamente destruida por la antigua profeca indgena de que la llegada de un extranjero marcar el fin de Pacha Pulai. Es preciso darle muerte; si no, toda la poblacin perecer (Silva 1984: 58). l se haba salvado, como tantos nufragos, histricos y ficticios, por sus artes mgicas pero ahora, para que pueda contar su historia, es necesario matar a la ciudad. El tema de la Ciudad de los Csares en novelas histricas que se entrecruzan con los subgneros de la narrativa utpica/distpica, sigue vigente hasta nuestros das, saliendo del

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marco geogrfico en el que haba nacido Argentina-Chile y llegando hasta la Repblica Dominicana con El oro y la Paz de Juan Bosch, pasando por Camino abierto de Guillermo Rojas, El Trillo del Diablo de Daniel Moyano, la Crnica XVII de Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Linez, Zama de Antonio Di Benedetto y un largo etctera. 2.5. Luca Miranda Luca Miranda es un personaje liminal entre historia y mito: aparece en el captulo VII de la crnica de Ruy Daz de Guzmn La Argentina Manuscrita de 1612 que, aunque fuera publicada por primera vez en 1836 en la Coleccin de obras y documentos del Ro de la Plata de don Pedro de Angelis, era muy conocida en la poca colonial en su versin manuscrita (de ah el ttulo). La historia es conocida: Sebastin Caboto funda el primer asentamiento (el Fuerte Sancti Spiritus) en el Ro de la Plata y se establece una convivencia pacfica con el grupo indgena local (los Timbes), especialmente entre Luca Miranda69, esposa del soldado Sebastin Hurtado, y el cacique de los nativos, Mangor70, que se enamora, con desordenado amor, de ella. Persuade a su hermano Siripo para que hagan la guerra a los espaoles, con el secreto objetivo de apoderarse de Luca. Atacan a traicin el Fuerte mientras muchos espaoles han salido a buscar alimentos, matan a todos los hombres pero Mangor muere, y Siripo, tambin enamorado de Luca, se la lleva como esclava. sta le pide que perdone la vida a Sebastin (que, salido
69 Ya hemos comentado cmo en las listas oficiales de los barcos no figuraban mujeres, pero es cierto que hubo numerosas mujeres que llegaron a Amrica clandestinamente (Langa Pizarro 2007: 110). 70 Hay discordancias alrededor del nombre: Mangora, Marangor, Mangor, etc.

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en busca de vveres, haba vuelto luego de la destruccin del Fuerte) a cambio de convertirse en su mujer. Siripo acepta y le da a Sebastin una nueva esposa. Pero Luca y Sebastin siguen encontrndose clandestinamente hasta que la primera esposa de Siripo los denuncia, celosa. Siripo los condena a muerte: Sebastin es ejecutado a flechazos y Luca muere en la hoguera. Luca es la mrtir que defiende su honor y se deja arrastrar por una pasin ortodoxa hacia su legtimo esposo, defendiendo los principios civiles y religiosos de su cultura, pero nunca la voz narradora de la crnica condena explcitamente la barbarie de los indios, al contrario, les adjudica parlamentos y sentimientos muy racionales y occidentales: sin duda en esto influye el ser Ruy Daz nieto de Domingo de Irala y de una de sus siete concubinas guaranes, y por lo tanto partcipe de ambos mundos, el de los conquistadores y el de los conquistados. Con esta Luca manuscrita empieza el topos de la cautiva blanca71, que tanta importancia va a tener en la literatura rioplatense72, aunque con muchas variantes muerte, regreso
71 Naturalmente la cautiva blanca constituye un caso mucho ms raro que la cautiva india pero tiene, narrativa e ideolgicamente, el valor aadido de transformacin de la vctima en mrtir segn la tradicin cristiana, o en esposa-cautiva del cacique vencedor, que es un topos de todos los procesos de conquista, esencial para reconocer valor y civilizacin al sujeto cautivado. La transformacin en mrtir viene subrayada por el nombre y la muerte de Luca (en el santoral Santa Luca defiende el sacramento del matrimonio y es quemada viva. Ntese que tambin San Sebastin muere asaetado). 72 Otras historias de cautivas blancas las encontramos en Historia de nuestra frontera interior (1822) de Vicente Lpez y Planes, La cautiva (1837) de Esteban Echeverra, La vuelta de Martn Fierro (1879) de Jos Hernndez, Tabar (1888) de Juan Zorrilla de San Martn, Peregrinaciones de un alma triste (1876) de Juana Manuela Gorriti, Santos Vega (1872) de Hilario Ascasubi, las obras de Eduarda Mansilla y Mara Rosa Lojo de las que hablaremos ms adelante, El guerrero y la cautiva de Borges, Ema

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o rechazo del regreso: una vez ms la solucin narrativa tiene mucho que ver con la dicotoma civilizacin-barbarie y con los referentes histricos de cada perodo. Casi nunca la cautiva tiene nombre al contrario de Francisco del Puerto y de los otros nufragos de Sols, de Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero en el Golfo de Mxico, etc. por ser mujer y destinada a desaparecer, siendo manchada por el contacto con el indgena (salvo excepciones como, por ejemplo, Mara de La cautiva de Esteban Echeverra, quien mata a los indios que intentan violarla). Pero Luca Miranda s lo tiene porque se rescata en el martirio y porque nunca Ruy Daz habla de violacin y contacto carnal. Y va a ser protagonista de muchas re-escrituras, tambin fuera de los confines americanos73, que, si bien no cambian la trama de Ruy Daz y el desenlace, juegan con las connotaciones del personaje y con detalles menores.
la cautiva de Csar Aira etc. (en esta ltima se opera la inversin poscolonial: a su regreso, conquista su libertad total y el respeto de su comunidad). Cautiva india en cambio es Lokom (1898) del modernista Leopoldo Lugones. Una variante en el macrotema de la cautiva la constituye La Pincheira (1939) de la chilena Magdalena Petit Morfan: Lucila Guerrero, hija del hacendado Miguel Guerrero, es capturada por un grupo de bandoleros y all vive con otras mujeres, variamente vinculadas al mundo machista de los bandidos de la frontera argentino-chilena. 73 Podemos recordar Mangora, King of Timbusians (1718) de Thomas Moore y Westward Ho! (1855) de Charles Kingsley, pero tambin The Tempest (1616) de Shakespeare por las numerosas y significativas coincidencias, desde el nombre de Miranda, al rapto e intento de violacin, a la presencia de una trada (Prspero-Miranda-Calibn como Sebastn-Luca MirandaMangor/Siripo) (Mataix 2006: 213 y Lojo 2007a: 44-50). Ms recientemente, el escritor anglo-argentino William Henry Hudson ha publicado Marta Riquelme (1902), historia de una cautiva argentina que, despus de violada y torturada durante aos por un cacique, consigue huir con sus tres hijos mestizos, pero su marido la rechaza por estar contaminada por el otro; enloquecida, se queda en el bosque transformada segn la leyenda popular en un kaku, un ave que emite horribles gritos.

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Es superfluo subrayar la moral implcita en los relatos de las narraciones jesuticas (Historia de la Provincia de Paraguay de Nicols del Techo, 1673, Historia de la Conquista de Paraguay de Pedro Lozano, 1755, etc.) que exaltan la virtud de Luca, y retratan a los timbes como sujetos buenos por naturaleza, ideales para la conversin. En la historiografa laica, ya de la independencia, podemos encontrar otros matices, como en el Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumn (1816), del den Gregorio Funes, quien introduce una anotacin de reproche hacia las modalidades del gobierno colonial espaol, imputndole una crnica falta de espritu ilustrado:
el camino que para dominar hubiesen tomado con buen xito los espaoles, si la experiencia y la razn ms ilustrada de nuestros tiempos hubiera podido socorrerlos. En su falta, juzgaron estos indios que deban sacrificar su seguridad unos hombres, cuyos pasos llevaban delante por lo comn el terror y la codicia (Funes 1910: 58).

Es en obras de ficcin donde encontramos, siempre en el marco de la exaltacin de la civilizacin occidental, matices ms variados. De 1789 es la obra teatral Siripo de Manuel Jos de Lavardn, perdida en el incendio del Teatro de la Ranchera74; pero el verdadero nacimiento de la Luca herona de papel acontece en 1860 cuando dos escritoras argentinas, Rosa Guerra y Eduarda Mansilla75, crean a sus Luca
74 Parece que el jesuita valenciano Manuel Lassala, exiliado en Bolonia despus de la expulsin de la Compaa de Jess, public una edicin de Siripo con el ttulo de Luca Miranda (Bologna, 1784); otras versiones parciales, actos o guiones, han sido descubiertos por Juan Mara Gutirrez y Mariano Bosch (cfr. Langa Pizarro 2007: 111 y Lojo 2009). 75 Firm sus dos primeras novelas (El mdico de San Luis y Luca Miranda) con el seudnimo de Daniel. Luca Miranda fue publicada como

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Miranda, con algunas variantes significativas, aunque coincidan en la atenuacin de la disyuntiva civilizacin-barbarie, en la presentacin de una Luca educadora y mediadora cultural y en el rol que puede desarrollar la mujer, europea e india, para una real integracin de los dos mundos (naturalmente con la aculturacin de las indgenas). Luca Miranda atraviesa todos los gneros: hay obras de teatro Luca Miranda (1864) de Miguel Ortega y Luca (1879) de Malaquas Mndez, algunas obras en verso como Mangor (1864) de Alejandro Magarios Cervantes, Luca Miranda. Episodio Nacional de Celestina Funes, Siripo. Poema heroico en tres actos (1914) de Luis Bayn Herrera, la pera Siripo (1937), basada en el texto de Luis Bayn Herrera y con msica de Felipe Boero, las novelas ya citadas de Guerra y Mansilla, Luca de Miranda o La conquista trgica. Novela histrica americana (1907)76 de Alejandro Cnepa, Luca Miranda (1929) de Hugo Wast (Gustavo Martnez Zuvira), obras de las que se ha ocupado Mara Rosa Lojo (2007 y 2009) que as resume la importancia del personaje y del tema:
El episodio de Luca Miranda pone sobre el tapete demasiadas cuestiones inquietantes: los mviles de la Conquista y la composicin de la sociedad hispanoamericana que de ella resulta, la funcin de las mujeres, blancas o indias: inerme botn de guerra o lderes sociales, cuerpos en cuyo seno se decide la perpetuacin de un linaje, de una cultura, de una lengua-madre o una lengua-padre. Segn las versiones, ellas son virtuosas matronas, esposas sacrificadas y sumisas o
folletn en La Tribuna, entre mayo y julio de 1860, y slo en 1882 en libro, con su nombre y el subttulo novela histrica. 76 Un ejemplar de la Biblioteca Baldomero Fernndez Moreno de Buenos Aires lleva la fecha de 1907, otros indican la fecha de 1916 o 1917.

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valientes reinas guerreras (Hugo Wast), protointelectuales, educadoras y formadoras de opinin, que modelan hbitos y costumbres (Eduarda Mansilla); apasionadas, vacilantes entre la lealtad al marido legtimo y la atraccin por un hombre rendido y extico (Rosa Guerra), conos de belleza y gracia acaso culpables que no deben ser exhibidas fuera del gineceo domstico, pero en todos los casos resultan intermediarias entre dos mundos, entre Naturaleza y Cultura, que pagan con la vida esas negociaciones peligrosas (Lojo 2009).

El papel de intermediarias en esas negociaciones peligrosas parece ser el dato fijo sobre el cual se insertan todas las modificaciones de las narraciones que vamos a analizar: la escritura femenina parece insistir siempre en la misma variante, ofrecer una posibilidad de rescate y de correccin no ya a travs de guerras de exterminio, las campaas de limpieza tnica(que culminan en 1879 con el exterminio del General Roca), sino a travs de virtudes esencialmente femeninas, incruentas, como los proyectos educativos y de inclusin de lo brbaro en el recinto de las relaciones privadas como primer ncleo de una futura convivencia social. Si en las versiones masculinas de las crnicas, Luca Miranda haba asumido la desesperada defensa de su estatus de mujer blanca, casada etc., con su doble reaparicin en 1860 se vuelve mito fundacional, ya que responde a las exigencias del momento histrico, cuando, despus de la cada de Rosas, se hace necesario un proyecto de inclusin de la barbarie en el proyecto civilizador. Tambin Remedios Mataix reconoce esta funcin a las dos novelas de 1860, considerndolas textos muy significativos
desde el punto de vista histrico-literario, fundamentalmente porque, ledos en el marco del debate intelectual de su tiempo, los aos inmediatamente posteriores a la cada de 208

la dictadura de Juan Manuel de Rosas en 1852, funcionan como el puente o la transicin entre los textos antidictatoriales de la llamada Generacin del 37 Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, El matadero de Esteban Echeverra (escrito hacia 1839), Los misterios del Plata (1846) de Juana Manso o Amalia (1851-1855) de Jos Mrmol muy determinados por la hostilidad hacia el rgimen rosista, y los de la Generacin del 80, el grupo responsable del surgimiento de la modernidad en Argentina, que tendrn ya intereses ms amplios. Y adems, porque rinden testimonio de otro proceso cultural tambin muy relevante: ledos as, en su contexto, esos textos se revelan como un desacato a los aspectos institucionalizados de la relacin entre gneros, que traducan una rgida separacin entre las esferas de actividad el dominio masculino se identificaba con la esfera pblica y el femenino se limitaba a la privada, incluso entre los portadores del discurso progresista de la poca (Mataix 2006: 210).

Dentro de lo privado caben la instruccin y la evangelizacin, y es precisamente a partir de esta premisa que las dos escritoras pueden proponer a sus Luca Miranda como portadoras de procesos civilizadores all donde no llega la civilizacin masculina de las armas. Pero no faltan diferencias. La Luca de Rosa Guerra viene presentada inmediatamente como mujer anti-romntica, segn el estereotipo forjado por los hombres, y hasta la blancura de su rostro viene a ser un elemento poco significativo (cuando, en cambio, se operan procesos de blanqueamiento para personajes indgenas o mestizos):
Era la Miranda, no una de esas heronas pertenecientes a todos los poetas y novelistas, herencia comn de cuantos plagian la belleza, molde donde todo el que escribe novelas o hace versos vaca sus divinidades. No tena quince aos, 209

no era linda ni blanqusima, ni tena color de rosa, ni labios de coral, ni dientes de perlas, ni ojos color de cielo, ni cabellos de ngel, ni sus divinos ojos estaban siempre contemplando el firmamento, ni menos se alimentaba de suspiros y lgrimas (Guerra 1860: cap. II).

Si no corresponda al estereotipo femenino de la poca, tampoco se puede decir que fuera una mujer varonil; al contrario, Rosa Guerra subraya que, a los treinta aos, se encontraba En todo el brillo y fuerza de la edad, en toda la plenitud de la hermosura, en toda la elegancia de las formas (Guerra 1860: cap. II). En su rol de educadora y evangelizadora haba promovido una condicin ednica, donde reinaban la paz y la concordia, cautivando a espaoles e indios, entre ellos el cacique Mangora, indio civilizado que
reuna en su persona toda la arrogancia de su raza, las bellas prendas de un caballero y un corazn educado, y, cultivado su espritu por el trato con los espaoles, haba adquirido casi todas sus maneras y fino arte de agradar [...] En todo su continente se conoca que era dominado por pasiones fuertes y tiernas a la vez (Guerra 1860: cap. I).

Civilizado, pero no hasta el punto de saber reconocer los mensajes subliminales que Luca transmite, porque siempre hay un desnivel en el proceso comunicativo: mensajes altos llegan al nivel inferior transfigurados. As su pasin fuerte y tierna parece legitimada por una ambigedad de fondo porque interpreta el amor fraterno, solidario, implcito en la misin evangelizadora y educadora, como amor terrenal:
Su andar, su hablar, el menor de sus movimientos, sus miradas tiernas y expresivas a la vez, atraan todos los corazones, tanto espaoles como indios. Tanta bondad y afabilidad 210

haba contribuido en gran manera a atraer a la colonia Espritu Santo la buena fe y amistad de los Timbes [...] y, sin percibirlo Luca, iba encendiendo una llama en el apasionado corazn del cacique, que sera causa de espantosos infortunios (Guerra 1860: cap. II).

En el texto se insina la posibilidad de una no total ingenuidad e inocencia de la mujer, confirmadas por una confesin final, hecha con una voz firme y llena de sublime conmocin. Si Sebastin no hubiera sido mi marido, yo habra sido la esposa de Mangora. Es decir, el rechazo de Luca renuncia al amor/pasin hace an ms trgico el desenlace, porque es un sacrificio en aras del amor conyugal, de la honra, lo que subraya una vez ms la separacin entre esfera pblica y privada: Luca es una mujer moderna, que sale del hogar para hacer actividad pblica (educar al indgena, evangelizarlo, conquistarlo, Langa Pizarro 2007: 111), pero es modelo de esposa fiel. A esta ambigedad de los sentimientos de Luca se puede sobreponer otra lectura, desde un punto de vista actual, de teora de las comunicaciones: Luca se arriesga demasiado en su papel de evangelizadora (papel masculino) y de intermediaria duea de la palabra77, hasta perder el control sobre sus palabras y los sentimientos que stas suscitan (el amor de Mangor), con las consecuencias que conocemos. Es decir, para volver a la ptica del tiempo, que cualquier salida de la mujer en espacios pblicos, conlleva cierta dosis de peligro porque ella, elemento de la naturaleza aunque civilizado, no puede competir con el hombre en el control social (la convivencia entre espaoles y nativos): ella y Mangor, ambos elementos inferiores en la escala de la civilizacin, se dejan arrastrar por la pasin, de la palabra ella, del amor l.
77 Como veremos, es sta tambin la situacin de la Malinche, subrayada por todos los ltimos escritores.

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La singularidad de la obra de Mansilla reside en la construccin del personaje ya que, al proporcionarle un pasado y una genealoga, crea una novela de formacin femenina en la que la lectura y los libros tienen un rol prominente: la primera parte de la novela se desarrolla en Espaa para dar cuenta de la historia trgica de su familia (Luca es hija ilegtima de un noble y una morisca, lo que la predispone a la diversidad, a la comprensin del otro). Ya casada con Sebastin, viaja a Amrica, con su equipaje de libros y cultura, lo que le permite una postura antropolgicamente ms correcta y ms atenta a las exigencias del otro: pronto aprende la lengua de los timbes, se confronta con el brujo Gachama junto con Siripo, los antihroes de la novela, prototipos de la maldad e intenta convertir a los indgenas, pero respeta costumbres y ritos de los nativos y se refleja en la hermosa Ant, su ahijada, que despus de la destruccin del Fuerte se casa con el espaol Alejo, cumpliendo as aquel mestizaje que no pudo actuarse entre Luca y Mangora/Siripo: esto significa que la autora y el discurso que ella propone condenan la pasin no por intertnica, sino por adltera. Respecto a la Luca de Guerra bastantes son las diferencias en la caracterizacin del personaje: su fidelidad a Sebastin es dictada por el amor y no por el deber; es mujer activa e independiente, mientras que la de Guerra, a pesar de la actuacin pblica, aparece como sumisa, mrtir predestinada; la voz autorial parece aventurarse ms en disquisiciones sobre una presunta superioridad femenina, con una equvoca inversin de una ecuacin considerada axiomtica (mujer = naturaleza; hombre = cultura):
sa es la superioridad infinita de la mujer sobre el hombre: la mujer no se engaa jams, en cuestiones del corazn, mientras que el hombre es ciego las ms veces y necesita que la mujer le inicie, le conduzca, le lleve, le arrebate, a pesar 212

suyo, de las tinieblas en que se halla sepultado su corazn, para darle en cambio luz, vida, armona, amor (Mansilla 1882: Segunda Parte, cap. XVIII)78.

La modernidad del personaje, trazada aunque con matices diversos, por las dos escritoras ambas comprometidas con su tiempo, Rosa Guerra como autora de artculos sobre la importancia de la educacin y Eduarda Mansilla con sus novelas Pablo, o la vida en la Pampa y El mdico de San Luis, atenta a reivindicar el mestizaje y las culturas otras como valores positivos va perdiendo fuerza en obras sucesivas escritas por hombres, casi como si la mirada masculina quisiera borrar las propuestas modernas y conciliadoras de las dos mujeres. Es el caso de la novela Luca de Miranda de Alejandro Cnepa, que ya en la dedicatoria explicita su discurso: A S.A.R. la Infanta Isabel de Borbn, prototipo de la mujer espaola, esclarecida princesa y amante de las letras, dedcale
78 El tema de la cautiva vuelve una y otra vez en la escritura de Eduarda Mansilla: en Pablo o la vida en las pampas (publicada en francs en 1869, y en traduccin de Lucio Mansilla en 1870) hay dos casos opuestos: en el cap. XIV la nodriza negra Rosa prefiere matar a la nia Dolores antes de que los indios ranqueles por naturaleza ladrones [cuya] lgica infernal [es] el saqueo (Mansilla 2007: 267-268) se la lleven como cautiva; en otro captulo la situacin se invierte: Melchor Peralta va a las tolderas con el dinero para rescatar a su mujer, pero sta le dice sin titubeos: Guarda tu dinero, Melchor, me gusta ms el indio que t (Mansilla 2007: 236). La palabra, una vez ms, pertenece a la mujer; al hombre queda el remordimiento por no haber encontrado la palabra justa: me pareci soar; me qued en el sitio mudo, sin pensar en nada [...]. Por el camino, me hicieron cargos, me insultaron, hasta se burlaron de m, pretendiendo que era un cobarde y que por lo menos deb matar a los dos, a ella y a su indio (Mansilla 2007: 236-237). En El mdico de San Luis se encuentran el mundo gaucho y el indgena, dos mundos marginados por la cultura dominante: el gaucho Pascual Bentez, perseguido por la justicia, se refugia entre los ranqueles y su hija, que haba cado cautiva, se casa con un cacique.

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este modesto libro que habla de la grandeza de Espaa y del noble esfuerzo de sus hijos, el Autor (Cnepa 1916: 5). Dividida en tres jornadas, como en Eduarda Mansilla, la primera parte se desarrolla en Espaa; la segunda en el Ocano, la tercera en el Nuevo Mundo. La mirada masculina y tradicionalista no puede ser ms explcita: Luca es hermosa e inteligente, pero no deja de ser mujer y, por ende, vanidosa, ligera, imprudente, mientras que los nativos pertenecen a una raza inferior, calificados como bestias o criaturas diablicas:
movida tan slo por el afn de procurarse un medio de seguridad personal en un pas desconocido donde sta faltaba en absoluto, y, a ese efecto, trat de congraciarse en primer termino la buena voluntad del cacique, como soberano nico en aquellas regiones, pero nunca con el propsito de encender, por vanidad femenina, las pasiones, de un salvaje, de un ser abyecto desde el punto de vista de la moral, que no poda causarle como hombre sino profunda repugnancia, honda sensacin de terror (Cnepa 1916: 177).

Para cerrar dignamente el discurso, y confirmar la ideologa de la hispanidad y el eurocentrismo del autor, la novela termina con el regreso a Espaa de Caboto y con el reconocimiento, por parte de la madre-patria que as reconquista a sus ms dignos hijos, de la excelsa virtud de una mujer heroica:
Cuentan algunos cronistas de aquellas remotas pocas que el rey de Espaa, en conocimiento del trgico fin de Luca de Miranda y del hidalgo don Sebastin de Hurtado, mand levantar en el cementerio de la Corte un modesto mausoleo, que perpetuara a travs de los siglos la memoria de aquellos mrtires de la conquista de America; pero el tiempo y los hombres, que todo lo destruyen, hicieron desaparecer

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el simblico mrmol que un soberano grande y justiciero orden de esculpir, para proclamar la pujanza del brazo espaol y glorificar la excelsa virtud de una mujer heroica (Cnepa 1916: 293-294).

Ms complejo es el discurso de Hugo Wast, escritor argentino conservador, catlico y tradicionalista, pero feminista ante litteram, que crea una serie de nuevos personajes contrafiguras o antagonistas de los personajes tradicionales que se mueven en tramas secundarias, cruzadas con la principal: Ruy Orgaz, espaol violento y traidor, ama a Urraca, prima y confidente de Luca, cuyo novio ha sido injustamente desterrado por un Caboto cruel y dbil. Parece que el escritor haya querido transmitir la imagen de una sociedad en decadencia, en la que slo las mujeres son guardianas de los antiguos valores: entre ellas, destaca naturalmente Luca, generosa y honrada, que sabe unir en s valores del mundo masculino (ella es quien mata a Mangora y hiere a Siripo) con la piedad femenina (perdonando y bautizando al mismo Mangora). Hay un eplogo que va ms all de la muerte de los protagonistas y que indica los caminos posibles para el nacimiento de la nueva raza del porvenir, fruto de la unin (voluntaria?) de los conquistadores con indias hijas o esposas de los caciques vencidos, y de los indios con cautivas que haban elegido la barbarie: otra expedicin espaola vencer a los timbes y rescatar a Urraca, mientras que otras dos mujeres espaolas decidirn quedarse en el mundo indgena79. Mirada femenina es la de la paraguaya Concepcin Leyes de Chaves que en Luca Miranda, cuento incluido en Ro Lunado: Mitos y Leyendas del Paraguay (1951) da su propia
79 De acuerdo con la ideologa nacionalista e integralista de Wast, se puede leer esta novela como una defensa de la argentinidad contra el fenmeno migratorio que llevara a nuevos mestizajes (Cattarulla 2006: 101-102).

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lectura del episodio, aunque lo incluya decididamente entre los gneros ficcionales. La obra a la que se acerca ms es sin duda la de Rosa Guerra, por la posibilidad de un amor intertnico recproco, capaz de superar todas las diferencias y los obstculos. Pero lo que en Guerra pareca todava ambigua e inconsciente ligereza femenina, aqu es madura asuncin de responsabilidad y eleccin consciente de un destino. Es cierto que casi un siglo no ha pasado en vano y la mujer si bien no tan elevada culturalmente como lo eran las Lucas de Guerra y de Mansilla, duea de sus palabras y de sus actos, controla todos los canales de comunicacin. La confrontacin entre la descripcin de Marangor (soberbio ejemplar de su raza, amo altivo de la selva) y de Sebastin (como todos sus compatriotas, malhumorado, enfermo, Leyes de Chaves 2007: 141-149) no deja lugar a dudas acerca de los sentimientos de la protagonista (y de la autora). Esta moderna Luca Miranda consigue, hasta el final, eximirse del rol de vctima al que pareca predestinada ya que, aun sin que cambie el final trgico, cambian los pasajes que llevan al desenlace: atrada por Marangor, est caracterizada por dos sentimientos opuestos, temor y anhelo (hechos que teme y desea al mismo tiempo en secreta tensin), pero nunca cede a la atraccin y al deseo; muerto el indio en un extremo intento de aduearse de su amada, capturada por Sirip quien la respeta porque la considera viuda de su hermano, decide no volver con su marido que ya no ama, aunque cargar hasta la hoguera con la culpa de su traicin espiritual tanto ms grave cuanto es volitiva y consciente. Por otra parte, Concepcin Leyes de Chaves no slo ha sido una protofeminista reconocida en toda Amrica (entre 1953 y 1957 fue Presidenta de la Comisin Interamericana de Mujeres) sino que sus intereses antropolgicos e histricos la han

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llevado a estudiar las culturas autctonas y a valorizar sus artes y artesanas: las descripciones del mundo indgena, por lo tanto, no son simples adaptaciones de miradas extranjeras (el buen salvaje o el brbaro valioso) sino sapientes recreaciones de condiciones y costumbres que todava sobrevivan en la Tierra Adentro paraguaya. No poda faltar tampoco la voz de Josefina Pl, quien en 1985 publica, en Algunas mujeres de la Conquista, un breve retrato de Luca Miranda con una mirada decididamente feminista, de reivindicacin del papel de las mujeres en la conquista: reconociendo que las historias ms explcitas y concretas [...] de la actuacin primigenia femenina y espaola [...] nos han llegado en forma que pudiera llamarse fabulosa, comenta: Quiz haya sido una compensacin del olvido de los historiadores al respecto (Pla 1985: 15). Despus de resumir el relato de Ruy Daz, pero con rasgos de irona que dejan entrever su pensamiento sobre las historias de mujeres escritas por hombres, reconoce el importante papel de la creacin literaria en la construccin de identidadades e imaginarios colectivos:
leyenda o historia (y sobre todo si es leyenda) el relato es una exaltacin, significativa, del matrimonio cristiano; una revalorizacin del amor mongamo; del significado sacramental del vnculo, que surge precisamente en los momentos en que se hallaba en pleno auge la mestizacin masiva, mediante la unin mltiple extrasacramental de mujeres [indgenas] con los espaoles (Pla 1985: 15).

Y a quien repite que era leyenda, porque en la Armada de Caboto no vinieron mujeres, responde: aunque la historia se apoya en papeles, historia no es slo lo que los papeles dicen (Pla 1985: 17). Para eso est la narrativa histrica.
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Sigue la larga historia de papel de Luca Miranda con un cuento de otra mujer, La historia que Ruy Daz no escribi de Mara Rosa Lojo quien se interesa por el tema, adems que como narradora, como crtica literaria y de las ideas80. Contina decididamente la lnea de Josefina Pl: para contar esta historia que acaso es una fbula, imagina a un Ruy Daz ya anciano que escribe sus Anales, basados en la memoria de su padre, e imagina una mujer blanca [...]. Nunca dice que Luca es bella, pero s que es buena, y le adjudica la virtud de ser amada no slo por su marido y quizs por otros espaoles, sino tambin por dos caciques hermanos. Nada cambia con respecto a la crnica de Ruy Daz, la mirada es totalmente europea, pero tambin en este relato la irona hace la diferencia: Ambos, si bien brbaros, estn dotados de fuertes sentimientos humanos, aunque los sentimientos de los brbaros siempre parezcan conducirlos, irresistiblemente, a la traicin y a la rapia (Lojo 2006a: 63). Pero, contina Mara Rosa Lojo, sa no es la Historia. Y hay otra historia que Ruy Daz de Guzmn no escribir nunca (Lojo 2006a: 66). En realidad las historias negadas, que aqu un poco confusamente Mara Rosa Lojo rememora, son tres, y giran alrededor de cruces tnicos que han creado la nacin argentina: el amor entre Domingo de Irala y Coya Tupamanbe, abuelos
80 Podemos recordar la edicin crtica de la Luca Miranda de Eduarda Mansilla y varios ensayos sobre el tema de la cautiva, indicados en la bibliografa, donde analiza tambin dos episodios de cautivas blancas en Peregrinaciones de un alma triste de Juana Manuela Gorriti (Lojo 2004c: 45, 55-57). La eleccin de las obras de Lojo como apndice a este captulo sobre Luca Miranda se justifica por este inters suyo y tambin por el gran nmero de textos ensaysticos auto-referenciales, que facilitan al estudioso as como al simple lector una serie de indicios o claves para el anlisis de las novelas histricas.

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de Ruy Daz (Ruy Daz [...] no recordara nunca en sus Anales ese otro linaje, ni tampoco el nombre brbaro de su abuela materna, Coya Tupamanbe, y ni siquiera su nombre cristiano de Leonor, porque la mujer que Domingo de Irala mand bautizar as no slo era una ms de sus amantes, sino ante todo, como las otras madres indias de sus vstagos, apenas su criada, Lojo 2006a: 70-71); el que se da entre el padre de Ruy Daz, Don Alonso Riquelme de Guzmn, y una jovencsima Ursula, hija de Irala, amor que se impone a las divergencias polticas entre los dos hombres; y finalmente la otra historia de Luca Miranda, a la cual aluden las ltimas palabras delirantes de Ruy Daz: Vete a los indios, Luca! No seas imbcil, mujer, vete a los indios! Qudate con Sirip, que te ha hecho reina! (Lojo 2006a: 74). En la produccin narrativa de Mara Rosa Lojo hay otros cuentos de cautivas en un juego de intertextualidad muy denso: escritos siempre desde las perspectivas femenina e indgena81 y marcados por la violencia, ya que los cruces tnicos no fueron, las ms de las veces, fruto del amor o la atraccin sexual, sino de la violencia [con] una rica variedad [...] de ambigedades y matices (Lojo 2006b: 73). Hay un joven Borges que relata su historia familiar (contada por su abuela) de la cautiva en Las libres del Sur (2004), novela sobre Victoria Ocampo, con las mismas palabras que usara en el cuento El guerrero y la cautiva:
Era una inglesa, cautivada por un maln cuando chica. No quiso saber nada de volver con los cristianos, aunque la abuela le ofreci todas las seguridades, para ella y para los hijos que tena con un cacique. Tiempo despus, volvi a
81 Abundante es la produccin crtica de Mara Rosa Lojo sobre la posible identificacin de las dos perspectivas y de las dos historias, como se puede ver en la bibliografa.

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encontrrsela. Estaban en un baado, degollando una oveja, y la india inglesa cruz a caballo, y se tir al suelo y bebi la sangre caliente... (Lojo 2004b: 181).

Y hay Otra historia del guerrero y de la cautiva de la misma Lojo, en la coleccin Amores inslitos..., que cuenta dos cautiverios opuestos y complementarios: el de Dorotea Cabral, raptada en un maln cuando tena 14 aos, y el de Lisandro Cceres, cautivo en la milicia. Las vidas paralelas de los dos cautivos van por sendas distintas, bajo el signo de civilizaciones diferentes. Lisandro
tuvo amores ocasionales que le dejaron recuerdos fragmentarios. Y ni aun con todos ellos llegaba a dibujar el cuerpo o la cara de una mujer completa. La frontera, que saltaba adelante o hacia atrs, al ritmo de las derrotas o las victorias, tena tambin el mismo cuerpo impreciso y oscilante [...]. Lisandro Cceres, a quien no le era permitido pensar ni dudar, encajaba como un engranaje que an no se ha gastado en la mquina ofensiva. Pero tema, a veces, el desborde o el vaco de un mundo al que le faltara su frontera (Lojo 2006a: 267-268).

La transculturacin de Dorotea es total una Gonzalo Guerrero hembra: convertida en Lucero Rojo se casa con el cacique Caumil (no slo por [su] belleza, sino por el don de la lectura y de la escritura, que ella haba aprendido en el libro de oraciones, Lojo 2006a: 266), tiene hijos mestizos y vive plenamente la cultura indgena; su rescate durante la Campaa del Desierto ser para ella un segundo y ms traumtico cautiverio. Otra vez la instruccin, la letra escrita, cautivan al indio y dan dignidad a la mujer. Ser la Campaa del Desierto del General Roca la que unifique trgicamente las vidas del guerrero y de la cautiva: despus de un falli220

do intento de violacin y una tormentosa historia de amor, punidos no por haber sido amantes ocasionales [sino por haberse] sustrado a la Autoridad (Lojo 2006a: 285), vuelven cada uno a su destino de soledad, Dorotea cargando la pesada culpa de tener tres hijos mestizos y haber rechazado el regreso a su ciudad natal, a la que ya nada la una. Este cuento, como toda la obra de Mara Rosa Lojo, tiende lazos intertextuales que invitan a lecturas cruzadas. As, en su vida militar, Lisandro Cceres
lleg a conocer al extravagante coronel Mansilla, que hablaba de los indios como si slo fueran otros tantos cristianos a los que hubiese tocado la suerte de nacer en otro lugar y con distintas costumbres [y] al coronel Baigorria, que haba vivido veinte aos como un ranquel entre los ranqueles de Yanquetruz, que haba tenido mando de guerreros y se haba casado con hijas de caciques (Lojo 2006a: 267).

Lucio V. Mansilla y Manuel Baigorria, militares y autores de importantsimos libros sobre el Desierto y sus habitantes como son Una expedicin a los indios ranqueles del primero y las Memorias del segundo, no por casualidad sern protagonistas en dos novelas de Lojo donde se proponen nuevamente temas de cautivas, guerreros, vctimas y carnfices. Una excursin de los indios ranqueles (1870) contiene varias historias de cautivas del cacique Epumer, casi todas conformes con su nueva vida en las tolderas, y esta excursin es el pre-texto de una novela de Mara Rosa Lojo, La pasin de los nmades, una historia mgica de hadas y reencarnaciones. En Finisterre (2005) aparecen dos cautivas espaolas, Ana y Rosalind. Esta ltima, en largas cartas enviadas a Elisabeth Armstrong, cuenta sus viajes entre dos Finis Terrae (Gali221

cia y el Desierto, lmite del mundo familiar, de la realidad que creemos conocer, por dentro y por fuera de nosotros mismos) como viajes de formacin, como lo fueron para el entenado de Saer: Yo tuve que cruzar el ocano, adquirir otra lengua, cambiar de trajes como si fueran los disfraces de un teatro o las caras desconocidas que aparecen en las transformaciones del sueo, para completar el camino (Lojo 2005b: 11). Sobre todo cuenta sus peripecias entre los indios ranqueles como Rosalind/Pregunta siempre, cautiva/machi, junto a otros tres occidentales, Oliver Armstrong, hombre de negocios ingls (como Rosalind, ente de ficcin), Ana de Cceres, actriz espaola, y Manuel Baigorria, militar unitario exiliado entre los indios ranqueles, cuyas Memorias han inspirado la novela misma. Esta historia epistolar tiene una particularidad: sera la primera voz de una cautiva, ya que
no se conservan [...] testimonios directos del cautiverio femenino en las tolderas [...] La deshonra sexual, la vergenza, probablemente inhibiran a las mujeres (en una poca en la que por otra parte no abundaban las escritoras) en cuanto a la posibilidad de tomar la iniciativa en este sentido. Las cartas de Rosalind se sitan, pues, en el lugar de lo ausente, del silencio y de lo silenciado, de lo que no se ha querido escuchar (Lojo 2006c: 148).

La historia de amor entre Oliver Armstrong y Rosalind durante el cautiverio, sera el doble ficcional de una historia verdadera, la de los dos personajes histricos Baigorria y la actriz espaola, sin nombre conocido, que los protagonistas haban borrado de su memoria y sus Memorias. A propsito de este sutil juego de disfraces, y del papel de las Memorias de Baigorria en la gnesis de la novela, Lojo afirma:

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Finisterre incorpora un personaje y una historia que el texto de las Memorias acalla cuidadosamente, y de los que tenemos noticia por autores como Zeballos82: la actriz dramtica capturada, que parece haber sido el gran amor del coronel, y que sin embargo, o por eso mismo, jams es mencionada en sus escritos autobiogrficos. De este personaje hay muy pocos datos histricos o testimoniales: la belleza, la melancola, la muerte en el desierto, luego de diez aos en que Baigorria, dentro de sus medios, la rodeaba de atenciones. Se trata de un personaje annimo, pues, segn Zeballos, muri sin revelar a nadie quin era, quizs porque el presente afrentaba demasiado la persona que haba sido o querido ser, alguna vez, en otro mundo. Finisterre se propuso darle un nombre, una psicologa, una historia (Lojo 2006c: 146).

Como decamos, darle un nombre, una psicologa, una historia a tantas mujeres que de la Historia haban desaparecido, es la tarea difcil y no inocente de la doblemente nueva narrativa histrica femenina.

82 Estanislao Zeballos, Presidente del Instituto Geogrfico Argentino, escribi numeros ensayos y libros sobre las fronteras y la conquista del desierto (cfr. Andermann 2003: 127-133).

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III. La conquista: Mxico

3.1. Xicotncatl / Corts En los territorios de los pueblos testimonio (Ribeiro 1972), la atencin de cronistas, historiadores y novelistas se concentra en el encuentro-desencuentro entre dos mundos y dos culturas y los hroes y antihroes no son criollos buenos o malos o indios sin identidad individual tribus o grupos sino blancos o indios cada cual con su personalidad y rol especficos. En estas regiones, por lo tanto, podemos hablar de ciclo de la Conquista y no del Descubrimiento, y analizaremos el encuentro entre la civilizacin azteca y los conquistadores de Hernn Corts a travs de sus protagonistas. Un buen ejemplo es el enfrentamiento XicotncatlCorts que ha suscitado en numerosos autores (Gertrudis Gmez de Avellaneda, Vicente Riva Palacio, Eligio Ancona, Carlos Fuentes, para citar slo los ms significativos) senti-

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mientos de simpata y solidaridad hacia el hroe indgena83 aunque con matices y grados diferentes de bondad y maldad, civilizacin y barbarie: hecho fundacional de la historia mexicana, y por eso tantas veces puesto en el centro de debates crticos y obras de creacin. Mientras que la figura de Moctezuma el Joven constituye un enigma histrico al cual se han dedicado mltiples ensayos y monografas, de exaltacin o de reproche, en el Mxico independiente el general tlaxcalteca Xicotncatl apareci como el hroe sin mancha, el hroe pico que va hacia su destino sin titubeos: lo que el nuevo Mxico mestizo y antiespaol estaba buscando para fundamentar su propia identidad en el mito de la nobleza precolombina. Por otra parte, Corts es el medio providencial que hace posible la conquista, la civilizacin y la conversin de los indgenas; pero es tambin el iniciador y el representante de aquel sistema colonial cuyo nico fin fue el de depredar, saquear, oprimir la colonia en nombre de la metrpolis. A pesar de diferentes interpretaciones de hechos especficos, los cronistas e historiadores espaoles coincidieron en indicar a los tlaxcaltecas como muy capitales enemigos de Mutezuma [] y que tenan con l muy continuas guerras (Corts 1988: 114), y en reconocer el coraje de Xicotncatl el Joven, el nico que opone una visin realista y pragmtica a la fatalista y regida por los presagios y tradiciones de su mismo padre y de Moctezuma. Caracteres negativos le atribuye slo Bernal Daz del Castillo, que lo define de mala condicin, porfiado y soberbio (Daz del Castillo 1939: 245).
83 Tambin en Espaa, con una mirada opuesta, se escribe sobre estos hroes: pensamos en Xicotncal, prncipe americano de Salvador Garca Bahamonde (1831) y El nigromntico mexicano de Ignacio Pusalgas y Guerris (1838).

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La historia es conocida: los cuatro jefes de Tlaxcala, entre ellos Xicotncatl el Viejo, deciden dejar pasar por sus tierras al invasor, camino hacia Tenochtitlan; slo Xicotncatl el Joven se opone, lucha, ataca a los espaoles:
y Xicotenga [...] siempre nos segua, y faltaban ya sobre cuarenta y cinco soldados que se haban muerto en las batallas []. Era ese Xicotenga alto de cuerpo y grande de espalda y bien hecho, y la cara tena larga y como hoyosa y robusta: y era de hasta treinta y cinco aos, y en el parecer mostraba en su persona gravedad (Daz del Castillo 1939: 233 y 253).

No pudiendo por la fuerza, Corts recurre a la palabra y a la astucia, enva mensajeros convenciendo a los viejos sabios tlaxcaltecas de que los espaoles son enemigos de Moctezuma, y que los liberarn para siempre de impuestos y servidumbres al gran emperador: con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradeca el aviso que me daba, y le daba crdito de ms amistad que al otro (Corts 1988: 124). Se firma la paz y Xicotncatl el Joven acepta las decisiones del Senado: en su calidad de jefe militar gua al ejrcito que acompaa a Corts en su viaje hacia Tenochtitlan, pero por causas dudosas84 se ausent secretamente del ejrcito y tom en compaa de algunos otros el camino de su patria (Clavijero 1982: 396). Capturado por los espaoles, fue ahorcado pblicamente por haberse desertado y haber procurado conmover a los tlaxcaltecas contra los espaoles []. Se hall en l porfiada resistencia (Clavijero 1982: 396).
84 Clavijero propone tres interpretaciones: por la herida hecha por un soldado espaol a un primo suyo, o bien por apoderarse, en la ausencia de Chichimcatl, de sus estados; pero esto es del todo inverosmil. No falta quien diga que lo llev a Tlaxcala el amor a una dama (Clavijero 1982: 396).

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Es muy til cotejar esa Historia antigua de Mxico (1779) del jesuita Francisco Javier Clavijero con las novelas histricas sobre el tema porque, con su moderna tcnica historiogrfica y los muchos textos que tuvo a su alcance, pudo escribir la primera historia de Mxico confrontando diferentes versiones e interpretaciones, aadiendo a la simple descripcin de un hecho notas a pie de pgina, versiones contrastadas, interrogaciones y dudas. Adems la estima que tena a los indgenas, el haber nacido y vivido en Veracruz en contacto fecundo con los indgenas sbditos de su padre aprendiendo sus lenguas (nhuatl, otom y mixteca), el conocer el terreno (corrige a menudo errores geogrficos, sobre todo de Sols) y por fin, el haber vivido exiliado en Ferrara y Bolonia y haber podido frecuentar bibliotecas de intelectuales italianos, fueron concausas felices para que escribiera esta Historia antigua de Mxico: ms que autor de la historia de Mxico, debe llamarse su creador. Haba miles de fragmentos utilizables para esa gigantesca construccin, pero obra de consunto, de partes bien trabadas y unidas, no haba ninguna (Cuevas 1944: XII). Ya en este texto historiogrfico del siglo XVIII, creado por su autor en cuanto discurso colonial coherente y dirigido a la edificacin de una identidad, encontramos in nuce muchos elementos que sern desarrollados en las novelas posteriores; adems, por su oferta al lector de diversas interpretaciones y posibilidades, se coloca como texto historiogrfico moderno e intrigante. A continuacin analizaremos tres textos publicados en un arco de tiempo restringido (1826-1870) que proponen discursos diferentes y diferentes modelos de nacin y de identidad nacional, utilizando las mismas fuentes y no tergiversndolas, entramando vida histrica y vida familiar.

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La re-creacin ficcional de este episodio empez con la novela Xicotncatl, publicada annima en 1826 en Filadelfia85, atribuida ahora al espaol Salvador Garca Bahamonde, ahora al cubano Flix Varela, ahora al cubano-mexicano Jos Mara de Heredia86. Como subraya Antonio Castro Leal, parece improbable que sea obra de un espaol, ya que adems de que revela una sincera simpata hacia la causa de los indios, los juicios que contiene sobre Espaa y los conquistadores espaoles son denigrantes y francamente hostiles (Castro Leal 1964a: 83)87. Considerndola sin duda de autor hispanoamericano, Nelson Osorio afirma que, si bien obra aislada, el hecho es ilustrativo de la creciente autonoma de las letras hispa85 Imprenta Guillermo Stavely, en dos volmenes de pequeo tamao de 224 y 247 pginas. En aquella poca Filadelfia, que haba sido en 1778 sede de las Convenciones de la Independencia, era un importante centro cultural progresista y haba sido lugar de encuentros para muchos patriotas hispanoamericanos (cfr. Castro Leal 1964a: 79). 86 En realidad hay dos obras distintas, publicada una en Filadelfia (Jicotncal, 1826) y otra en Valencia de Espaa (Xicotencal, prncipe americano, 1831). Esta ltima es de Salvador Garca Bahamonde (cfr. Brown 1953: 81). La primera ha sido atribuida a Varela por Luis Leal, y a Heredia por Gonzlez Acosta (cfr. Gonzlez Acosta 1997, y mis estudios especficos sobre el tema: Grillo 2004a, 2006c, 2007a y c). En esta ocasin lo que me interesa no es confrontar una visin americana con una espaola confrontacin sin duda iluminadora ya que se trata de dos textos voceros de bandos opuestos, sino algunas interpretaciones americanas sobre el mismo tema que expresan lecturas diferentes de la Conquista. Hay que decir que en Espaa Corts haba asumido los caracteres positivos de la conquista desde que la Real Academia haba convocado, en 1777, un certamen sobre el tema obligado de la destruccin de las naves ordenada por Corts para cortar a sus hombres toda posibilidad de volver atrs, episodio que se juzgaba representativo de las virtudes del espritu hispnico (Fernndez 2004: 69). 87 Manejamos la edicin de Castro Leal, en dos volmenes, que contiene un prlogo general, pgs. 11-28, y uno especfico, para cada novela (Xicotncatl, pgs. 83-86).

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noamericanas con respecto a las espaolas (Osorio 2000: 35) mientras que Jean Franco no toma en consideracin esta novela ya que afirma que entre 1810 y 1830 en Amrica no aparece ninguna figura de novelista, excepto Fernndez de Lizardi88. Si bien sin seguridad alguna, podemos pensar verosmilmente en un mexicano exiliado o emigrado en Estados Unidos, lo que explicara tambin la carga anti-catlica de posible procedencia protestante y la exaltacin de un sistema de gobierno republicano confederado, como eran precisamente los Estados Unidos de Amrica. De todas formas, es un caso interesante de paternidad controvertida para un personaje trgico y honrado, sin mancha ni titubeos, que se impone sobre las ambiguas y discutibles figuras de Moctezuma y Corts. Siendo asimismo la primera novela indigenista e histrica (ya que pertenece con pleno derecho a las dos modalidades) escrita en castellano, tanto en Espaa como en Hispanoamrica, y anterior a la primera novela histrica de Walter Scott traducida y publicada en Amrica Latina (Waverley, 1933, traducida por Jos Mara de Heredia), constituye sin duda una primicia que diera honor y fama a la literatura a la que pertenece. Adems, siendo del mismo ao de Cinq-mars y del Prlogo Sur la Verit dans lart de Alfred de Vigny, podra aduearse de la primaca tambin de la tipologa de novela histrica que pone en el centro de la accin a un personaje real, y no a entes de ficcin segn la moda impuesta por Walter Scott. Por lo tanto se configura realmente como obra capital y fundacional de las literaturas romnticas y de la modalidad de la novela histrica e indigenista en espaol.

88 Esta afirmacin se encuentra en la edicin italiana (Franco 1972: 54-55) pero falta en las ediciones sucesivas, a partir de la de 1983.

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Por otra parte, ni siquiera un anlisis lingstico ayudara a una ms certera adjudicacin, ya que el autor no se adhiere a la reforma del espaol de Amrica propugnada en aquellos aos por Sarmiento, sino que utiliza una lengua estndar con muy pocos localismos lexicales entrados en el uso comn del tiempo, por lo menos en el rea mexicana y centroamericana. Sin entrar, pues, en este debate, y asumindola como de autor americano, probablemente un mexicano exiliado en Estados Unidos, considero esta novela una muestra de un posible discurso poscolonial polticamente correcto, aunque escrito desde la cultura dominante: el hroe positivo, Xicotncatl, tanto en la vida familiar como en la vida histrica, es la summa de valores humanos, civiles y guerreros, y se impone como testimonio de un pas, de una poca, de una ideologa, en contraposicin a Corts, a su vez summa de todos los anti-valores correspondientes. Hablo de postura poscolonial con muchos distingos: lo es sin duda en sentido cronolgico (escrito inmediatamente despus de la Independencia) e histrico-poltico (condena totalmente la Conquista y la Colonia) pero no en el sentido cultural profundo: quien escribe es un intelectual de cultura europea que critica radicalmente la colonizacin espaola y, romnticamente, idealiza el mundo indgena atribuyndole sensibilidades, sentimientos y comportamientos occidentales. El annimo autor exalta los ideales republicanos que parecen concretarse en Tlaxcala que lucha contra el tirano:
por todas partes se dejaba ver la igualdad que formaba el espritu pblico del pas []. Su gobierno era una repblica confederada; el poder soberano resida en un congreso o senado, compuesto de miembros elegidos uno por cada partido de los que contena la repblica []. El espritu 231

nacional de los tlaxcaltecas era tan decidido que [] se sostuvieron siempre en guerra contra aquel emperador poderoso, y siempre invencibles89 (Annimo 1964: 88).

An ms explcito es Xicotncatl que se opone a cualquier poder unipersonal, tanto azteca como espaol: El poder de uno solo no me parece soportable porque cuando el poder de uno solo domina, no hay ms leyes que su voluntad. As Tlaxcala se configura como lugar utpico, incontaminado, cerrado al comercio del oro y de la plata (Benso 2000: 146), que sucumbir slo delante de la traicin y el engao. Entre todos los tlaxcaltecas, sobresale el joven general Xicotncatl [que] por sus talentos militares, sus buenas prendas y su puro y desinteresado patriotismo, obtuvo, aunque tan joven, la preferencia sobre los dems candidatos (Annimo 1964: 88). Hasta un antiguo enemigo le reconoce esos mritos, ampliando su misin de resistencia a Corts a nivel continental: T tienes un ejrcito que te respeta y te ama por tus virtudes y por tu valor: Tu patria no es ya Tlaxcala; la humanidad reclama tus servicios y un mundo entero te seala como a su libertador (Annimo 1964: 138).

89 Los tlaxcaltecas despiertan el respeto de Corts, aunque podemos recordar que elogiar a unos enemigos invictos ensalza an ms los mritos del conquistador: siempre se haban defendido contra el gran poder de Mutezuma y de su padre y abuelos, que toda la tierra tenan sojuzgada y a ellos jams haban podido traer a sujecin, tenindolos como los tenan cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir [] y que todo lo sufran y haban por bueno por ser exentos y no sujetos a nadie [...]. La orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi como las seoras de Venecia y Genova o Pisa, porque no hay seor general de todos (Corts 1988: 120-121).

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Me parecen esas palabras muy datadas: estos aos, ya conquistada la Independencia, ven la lucha entre federativos y unitarios, y precisamente en 1826 los estados americanos recientemente formados se reunieron en Panam, convocados por Bolvar, para intentar fomentar la unidad continental: no podra ser esta descripcin de Tlaxcala un modelo de confederacin en el cual inspirarse los americanos en el momento de decidir el futuro de las jvenes repblicas, inciertos entre confederaciones ms amplias o naciones independientes, y siempre acosadas por soluciones fuertes e individualistas? Intentando defenderse de los conatos dictatoriales post-independencia buscan en Xicotncatl el smbolo de un alma republicana [que] cual otro Bruto, jur la muerte del tirano (Annimo 1964: 159). Estas comparaciones con el mundo europeo antiguo, en un contexto profundamente eurocntrico como era la sociedad americana, confirman la voluntad del autor de subrayar las altas cualidades humanas y civiles universales del hroe, y de alguna forma borrar la diferencia entre las dos culturas, sentida siempre como relacin inferioridad /superioridad. Al modelo republicano y al hroe Xicotncatl el annimo autor opone el sistema piramidal del Imperio espaol y el astuto Corts, quien no supo jams lo que era miedo ni temor (Annimo 1964: 108) pero utilizaba estas virtudes para su insaciable ambicin. Con gran habilidad, desde el principio el autor insina las capacidades diplomticas de Corts (le dio la mano con apariencias de grande amistad, Annimo 1964: 112), luego subraya su crueldad y su doblez, su capacidad maquiavlica para volver en su provecho cualquier circunstancia. En esto respeta la imagen ya consagrada de Corts de hombre renacentista que elige la razn como eje de conocimiento y comportamiento, separando la tica

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de la poltica: como ha escrito Henry R. Wagner, aunque Corts no imitase a Csar Borgia, estaba inconscientemente duplicando su trayectoria (Pastor 1983: 190). En este texto encontramos la misma problemtica de tanta narrativa romntica europea de choque entre las razones del corazn90 y las del Estado otra manera de borrar las diferencias entre Europa y Amrica, que lleva casi a un desdoblamiento de la personalidad: en los dilogos entre Corts y Xicotncatl ambos modifican su postura frente al otro, segn se trate de asuntos pblicos o privados. Gana siempre el deber cvico, con tanta fuerza que se puede ver a Xicotncatl como uno de los precursores del sentimiento de nacionalidad mexicana (Castro Leal 1964a: 85). El joven americano, si bien distinguiendo abiertamente entre la obediencia a las decisiones del Senado que lo obligan a la paz y el abierto desprecio hacia el hombre Corts, sigue portndose rectamente sin variar nada en su noble franqueza (Annimo 1964: 113), en cambio Corts, apenas estuvieron solos, cambi de repente su expresivo y afectuoso semblante en un continente fro y seco hasta llegar al conflicto directo que ocasiona la terrible amenaza del hroe indgena: despus que la paz est ratificada, el general de Tlaxcala respetar al capitn de los extranjeros y Xicotncatl te buscar y pedir razn (Annimo 1964: 113). Hay tambin otro carcter que nos permite hablar de discurso poscolonial que rechaza de la Conquista hasta la misin evangelizadora: una postura anticatlica y no slo
90 En la ficcin Xicotncatl y Corts se enfrentan tambin en la vida familiar: Corts aprisiona a Teutila, amada de Xicotncatl, e intenta seducirla. Quizs la parte ms dbil de la obra sea precisamente el juego de pasiones y equivocaciones amorosas alrededor de esta cadena: el espaol Ordaz ama a Teutila y es amado por Marina, quien a su vez intenta seducir a Xicotncatl.

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anticlerical91 como ser en tanta narrativa posterior (La novia del hereje, de Vicente Fidel Lpez), evidente ya en los primeros dilogos entre Fray Bartolom de Olmedo y Teutila, la novia de Xicotncatl atrada con el engao en el campo de Corts:
Hipcritas! Estis llenos de vicios abominables, y osis suponeros los ministros de un Dios! No s si el vuestro ser algn ser tan malfico y malvado que merezca semejantes adoradores; pero estoy segura que sois los verdaderos enemigos del que gobierna el mundo, porque ste es bueno por su naturaleza (Annimo 1964: 106).

A la afirmacin de fray Bartolom de que Dios le enva aflicciones para probar [su] paciencia y [su] sumisin a sus inmutables decretos, la respuesta es inmediata y no se refiere slo a la prctica religiosa sino a la esencia misma del catolicismo:
Un Dios complacerse en mi mortificacin slo por la curiosidad de saber si soy yo sufrida! Si es el que gobierna el mundo, qu necesidad tiene de pruebas para conocer una de sus nfimas partes? Ni qu le importa a su grandeza que yo me conforme o no con sus decretos, que t mismo llamas inmutables? Yo recurro a Dios en mi afliccin, s, y recurro con fervor; pero es para bendecir su justicia y para consolarme contemplando sus justas venganzas porque, si
91 Este aspecto me impide estar totalmente de acuerdo con la tesis de Gonzlez Acosta sobre la paternidad de la obra: Jos Mara Heredia era catlico observante y siempre defendi la misin evangelizadora de la Conquista. Tambin es verdad que este rechazo se puede leer como consecuente con el rechazo del Antiguo Rgimen, porque en la arbitrariedad de su poder [del incomprensible Dios cristiano] se vislumbra el origen y el modelo de la arbitrariedad del tirano (Lpez Alfonso 2004: 128).

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hay monstruos como vosotros, preciso es que haya quien castigue vuestros crmenes (Annimo 1964: 107)92.

Esta novela se revela un texto de mucho inters porque pone de manifiesto, de forma inusual y, dira, concentrada, una serie de problemticas que reencontramos en mucha literatura de la poca, no slo en la novela histrica. Para empezar, podemos decir que Xicotncatl aparece como un hroe pico, con el presentimiento del inevitable fracaso, casi la ltima posibilidad que ha dado la Historia antes de la degradacin del hroe de la poca moderna. Adems, esta literatura es la prueba ms contundente de que en aquellas tierras el pasado no puede ser simplemente ni el pasado europeo ni el americano precolombino, sino que hay que crearlo a la medida de la poblacin y de su imaginario, y que en su creacin a menudo es difcil separar un precoz pro-indigenismo del rencor antiespaol que exige la bsqueda del hroe entre los enemigos de Espaa. Es verdad que muchos prrafos de Xicotncatl estn tomados al pie de la letra de la Historia de la Conquista de Mxico de Sols, entrecomillados como testimonio de fidelidad a la Historia (y en menor medida de Bartolom de las Casas y Clavijero), pero es en la eleccin y concatenacin de los hechos y en la interpretacin de sus motivaciones, adems que en la vida familiar que se desarrolla paralelamente a la vida histrica, que se explicita el discurso interpretativo del entero acontecimiento. Muestra de gran modernidad y diversidad es la puesta en discusin de la Verdad de la Historia y de la necesidad de re-escribirla segn la visin de los vencidos, cosa que parece adelantar de ms de un siglo las propuestas historiogrficas del poscolonialismo:
92 Cfr. tambin, ms adelante, el apartado sobre la Malinche.

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En vano los historiadores intentan encubrir la negra infamia con que se carg para siempre aquel insolente y astuto cuanto afortunado capitn; en vano el vrtigo monrquico que ha embrutecido por tantos tiempos a Europa nos ha privado de los documentos histricos ms preciosos sobre la repblica de Tlaxcala. El ojo perspicaz del filsofo sabe distinguir, entre el fango y basura que ensucian el papel de las historias, algunas chispas de verdad que no han podido apagar ni el fanatismo ni la servil adulacin (Annimo 1964: 169).

Este prrafo tiene tanta ms fuerza en cuanto en una nota a pie de pgina de la edicin de Filadelfia desaparecida en la de Castro Leal y sustituida por notas repetidas que indican directamente la fuente se lea: Todo lo que en el discurso de esta obra ir escrito con letra cursiva, ser copiado literalmente de la Historia de la Conquista de Mxico por don Antonio Sols, que es el escritor ms entusiasta de las prendas y mritos de Hernn Corts. Esta nota nos da muchas claves de lectura: tiene por objeto destacar cmo, a pesar de este entusiasmo, la figura del conquistador resulta condenada de manera inapelable por los mismos hechos, al margen de la objetividad del autor-narrador, implcita en la declaracin de literalidad (Lpez Alfonso 2004: 126). Hay algo ms: cada vez y pasa a menudo que el autor hace un comentario sobre las falsedades de la Historia oficial, podemos pensar que est aludiendo a Sols y que por lo tanto son falsas tambin todas las virtudes que el historiador atribuye a Corts. Y, para terminar, no deja de maravillar el hecho de que, a pesar de esta fidelidad textual, se invierten puntualmente los juicios polticos y morales de Sols as como sus incipientes retratos o deducciones psicolgicas, de los que su texto abunda.

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Es verdad que este planteamiento no es exclusivo del autor de Xicotncatl, ms bien ser comn a muchos escritores de novelas histricas en los aos siguientes, pero me parece que aqu con ms claridad se impone una visin realmente alternativa a la Historia oficial adoptando el punto de vista poltico de los indgenas: en otros casos, ms bien podemos hablar de alternativas en el interior de la visin de los vencedores, como podra ser la versin criolla versus la versin metropolitana o la versin de los patriotas liberales versus la versin hispanfila de los conservadores (como sera el caso de Soledad de Bartolom Mitre)93. El annimo texto de Xicotncatl, quizs por la proximidad cronolgica a la Independencia que haca ms violento el sentimiento antiespaol, por la influencia del protestantismo anglosajn94, por la situacin de un Mxico mestizo orgulloso de su procedencia indgena, seguramente por una particular circunstancia vital e histrica de su autor que el anonimato nos esconde pero que de algn modo indirectamente nos deja imaginar, queda como un eslabn indispensable en el proceso descolonizador emprendido por la novela histrica en el siglo XIX: pero no por casualidad es casi des93 A estos casos parece referirse Vicente Fidel Lpez: As nacen las diversas escuelas de la historia social, es decir, la diversa inclinacin que muestra cada poca o cada grupo de escritores, a hacer que tales o cuales impulsos especiales de la humanidad dominen la narracin y expliquen todos los acontecimientos que entran en ella, olvidando necesariamente otros no menos importantes, por cierto, y que, adoptados por otro grupo de escritores, incompletos tambin, son, a su vez, ofrecidos como la sola luz que aclara el abismo donde moran y se enredan las causas de nuestras acciones y el secreto completo de los trastornos sociales [...]. En la manera de explicarlos, asignndoles causas y efectos, es donde estn el misterio, las dificultades, las variedades y contradicciones de la historia (Lpez 1917: 114). 94 La publicacin en Filadelfia deja suponer que su autor viviera algn tiempo en Estados Unidos.

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conocido y slo muy recientemente ha sido estudiado con detenimiento, precisamente porque enturbia y estorba el proceso de construccin de una identidad mexicana perseguida a travs de la aceptacin de la Conquista como obra de civilizacin, y de crtica a sus modalidades violentas y a las consecuencias en la poca colonial. Esta identidad se ha impuesto en la literatura y en la historiografa gracias tambin a los otros textos sobre los mismos acontecimientos que vamos a analizar. Me refiero, siempre quedando ceida a la literatura americana del siglo XIX sobre la relacin Xicotncatl-Corts, al breve relato Xicotncatl de Vicente Riva Palacio (1832-1896), y a la novela Los mrtires del Anhuac de Eligio Ancona (1835-1893), ambos mexicanos, militares y de probada fe republicana y liberal. El primero, considerado el iniciador del cuento mexicano moderno, autor de novelas que recrean el clima y los sucesos de la poca virreinal, presenta en este cuento la sntesis del proyecto integracionista de la identidad mexicana enalteciendo el doble origen de la poblacin y reservando para las dos partes igual dosis de admiracin. Pero analizando ms atentamente el texto, nos damos cuenta del profundo eurocentrismo que lo anima tanto por el reconocimiento de la superioridad cultural espaola y de la ineluctable fuerza del progreso, como por la utilizacin lxica que reserva el campo semntico de la fuerza fsica y del coraje al campo tlaxcalteca (soberbio, indmito, invencible, indomable, belicoso), y el campo semntico de lo racional y de la voluntad al ejrcito invasor (creer, fingir, comprender). No se trata de una novela histrica sino, como hemos dicho, de un relato ceido alrededor de las relaciones Corts-Xicotncatl, en el que falta totalmente la vida familiar a

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la que aluda Vicente Fidel Lpez como llave para resaltar una u otra interpretacin de la Historia. Y falta tambin la contraposicin tpica de la novela histrica entre el Bien y el Mal, el hroe y el antihroe, como sealando la fatalidad de la Historia y una dignidad y un valor equivalentes en ambos bandos. Pero igualmente, y a pesar de una escritura cercana al grado cero del discurso historiogrfico, aparentemente inocente y objetiva, se insina el discurso hegemnico claro ya en el hecho mismo que no se mencionan nunca a los espaoles como invasores y a los tlaxcaltecas como vctimas inculpables de la ocupacin violenta de su territorio. Otros datos dignos de inters son la presencia de un traidor en las huestes tlaxcaltecas, indicado como la causa principal de la derrota, y la total aceptacin y acentuacin de los caracteres positivos de Corts, juzgando muchos de sus actos como expresin de generosidad y no de clculos estratgicos: Sin embargo, el general espaol quiso probar an la benignidad y los medios de conciliacin, enviando nuevos embajadores a proponer a Xicotncatl un armisticio (Riva Palacio 1947: 12). A la generosidad de Corts se atribuye tambin su intervencin en el Senado de Tlaxcala: el espritu grande de Hernn Corts sinti lo profundamente ingrato de la conducta del senado, e interpuso su valimiento para que Xicotncatl fuese restituido a sus honores (Riva Palacio 1947: 15-16). Pero la desaparicin o traicin de Xicotncatl (segn la opinin general, aquella separacin era provenida del mal trato que los espaoles daban a sus aliados, y sobre todo del odio que Xicotncatl profesaba a esta alianza, Riva Palacio 1947: 16) no puede quedar impunida, el hroe que no saba temblar ante la muerte (Riva Palacio 1947: 16) acaba condenado a muerte y ajusticiado.

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Las frases finales, que podran aparecer como un tributo pstumo a una vctima inocente, revelan, segn me parece, simplemente una afirmacin del mito del buen salvaje a la vez que un grito de dolor por la realidad contempornea mexicana, muy lejana de cualquier solucin pacfica y liberal: El caudillo de Tlaxcala, el hroe de la independencia de aquella Repblica, espiraba suspendido de una horca, al pie de la cual los soldados de Corts le contemplaban con admiracin. A lo lejos, algunos Tlaxcaltecas huan espantados, porque aquel era el patbulo de la libertad de una nacin (Riva Palacio 1947: 17). En Los mrtires del Anhuac de Eligio Ancona, que abarca toda la conquista de Mxico con un eplogo que da cuenta de la desgracia poltica en la que incurri Corts por su arrogancia y ambicin, el hroe protagonista no es Xicotncatl sino Tzoc, un joven azteca de origen misterioso, amante de la hija de Moctezuma, que tiene el papel narrativo de hacer de puente entre las diversas realidades indgenas y los diversos momentos de la conquista: decidido a combatir a los extranjeros, abandona el templo donde estaba educndose a la vida religiosa y ofrece su brazo a Xicotncatl; firmada la paz entre Tlaxcala y Corts, vuelve a Tenochtitlan incitando a Cuauhtemoctzin a la guerra y finalmente se bate con l hasta la derrota final. Eligiendo a un hroe ficcional, Eligio Ancona con mucha libertad puede entramar una historia familiar95 llena de intrigas, y siguiendo los movimientos de su hroe puede moverse en los diversos campos y situaciones: como indica el ttulo, al hroe individual de los otros textos examinados le ha sustituido, ms que una etnia, una entera categora histrica que por lo tanto no poda encarnarse en un personaje fuertemen95 Corts apresa y viola a la amada del hroe, Gelitzi, hija de Moctezuma, segn las pautas presentes en la novela de 1826.

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te connotado tnicamente, sino en alguien que por su misma vida como la Malinche, Tzoc era hijo de un prncipe derrotado por Moctezuma y fue educado en el Colegio Mayor de Tenochtitlan poda representar a todos los mrtires del valle de Mxico. Y como explica Antonio Castro Leal, los mrtires a los que alude el ttulo son todos los que sufrieron el ataque y la dominacin de los espaoles [...] pero lo son principalmente todos los que fueron vctimas de crueldades innecesarias, de injusticias sin nombre, de violencias injustificadas, que vieron destruido algo ms precioso que la vida, los sentimientos que son la base misma de la existencia humana (Castro Leal 1964b: 410). Este comentario de Castro Leal nos revela el discurso que rige la novela: mrtires a priori de una injusticia histrica la invasin pero sobre todo de las modalidades violentas innecesarias, injustificadas con las que fue actuada. El narrador se mueve con gran agilidad mostrndonos ambas perspectivas ya desde el incipit, pero las diferencias no vienen registradas segn las categoras usuales superior/ inferior, civilizacin/barbarie: los indgenas agolpados en la playa vieron
las naves cuya quilla cortaba tan fcilmente las inquietas aguas del golfo [y] les parecan de dimensiones extraordinarias; aquellas grandes mantas desplegadas al viento eran para ellos de un uso desconocido y la falta de remos les haca suponer que esos inmensos monstruos marinos eran impelidos por alguna fuerza sobrenatural (Ancona 1964: 411-412).

Corts viene dibujado ya con sus caracteres sobresalientes, sin maniquesmos: hombre extraordinario, energa
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y firmeza de voluntad, lo mucho que codiciaba el oro, ambicin, astucia, envidia (Ancona 1964: 412-413). En el desarrollo de las acciones, al contrario de Riva Palacio que pareca alabar a todo el mundo y juzgar la Conquista una guerra impuesta a inocentes y heroicos contendientes por el hado y la ley del progreso, Ancona dispensa juicios negativos a jefes y simples soldados de uno y otro bando: Moctezuma es el rey modesto [que] no tard en convertirse en soberbio, el valiente guerrero en dbil y fantico sacerdote y el monarca justiciero en dspota y tirano (Ancona 1964: 442); Hernn Corts no slo haca comedias para los incultos americanos, sino que las preparaba tambin para los semicivilizados europeos [...]. Hasta aqu, no haba empleado ms que la astucia. Ms tarde le veremos emplear los grillos, la picota y la horca (Ancona 1964: 465); los totonacas haban sacudido el yugo de Motecuzoma para caer en el yugo ms ominoso todava de los europeos (Ancona 1964: 468). Lo nico que parece salvar son los conceptos abstractos: por un lado, afirma, hubo algo que no pudo perecer entonces..., que no perecer jams: la sed de sangre de los conquistadores, la villana del rey, el herosmo de las vctimas (Ancona 1964: 525); Los aztecas se defendan con herosmo. La historia de la defensa de Tenochtitlan es una epopeya en que se encuentran hazaas dignas de ser cantadas por Homero (Ancona 1964: 615); por el otro, no hay dudas acerca de la misin evangelizadora de los espaoles (Cmo no haba de creer Hernn Corts en un milagro de la Providencia cuando vea sus filas aumentadas por los que deban diezmarlas?, Ancona 1964: 483), tanto ms necesaria en aquellas tierras donde se perpetraban sacrificios humanos:

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Entonces cuatro de aquellos infames ministros de Satans sujetaron al nio por los brazos y las piernas; el quinto apret su garganta con el crculo sagrado, y Tayatzn, el inmundo pontfice, levant en alto su cuchilla de obsidiana (Ancona 1964: 613).

Xicotncatl, si bien no es el hroe designado por Ancona para asumir en s el papel de hroe a tutto tondo a travs de los elementos de su vida familiar e histrica, es el mismo hroe sin mancha que conocemos, as como el pueblo de Tlaxcala [...] sobrio, laborioso, indmito y amante, sobre todo, de su independencia y sus instituciones (Ancona 1964: 473), es el modelo de nacin que hay que oponer al sistema colonial y al Mxico independiente, ambos corruptos y violentos. Las dotes de Xicotncatl se limitan al valor guerrero (indomable) y al respeto hacia las decisiones del Senado, pero esto ya es suficiente para oponerlo, en cuanto personaje histrico, a su maquiavlico enemigo Corts: el general tlaxcalteca detenido por orden del senado no tena otro delito que amar demasiado a su patria y leer con ms acierto en el porvenir que aquellos prceres, dbiles y gastados; la intercesin de Corts para que le restituyeran el mando del ejrcito no responde, como en el cuento de Riva Palacio, a pura generosidad sino a un bien calculado proyecto:
Pronto saldr conmigo a la guerra y yo encontrar entonces una ocasin para castigarle mejor que esos dbiles senadores. Meterle en una jaula cuando deba ya haber pagado en la horca sus imprudentes palabras! (Ancona 1964: 598-599).

El narrador propone un modelo mestizo condenando los excesos de ambos lados: una entidad el valle del An-

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huac audaz y valerosa, mal gobernada por su jefe y por los inmundos sacerdotes, tuvo que ser sacrificada para que se salvaran sus almas y pudiera nacer el nuevo Mxico independiente, mestizo y catlico, proyectado hacia un futuro finalmente libre de los excesos tanto de la barbarie pagana de los aztecas como de las violencias innecesarias y de la codicia de los espaoles y de sus sacerdotes. En un paso central de la novela despus de una batalla con los tlaxcaltecas y antes de que Corts se enfrentara con Narvez se puede leer este mensaje esclarecedor:
De sbito una exclamacin de alegra sali de los labios de todos. Acababan de descubrir en un claro del bosque una cruz rstica de madera que ellos mismos haban plantado all despus de la destruccin de los dolos de Cempoala. Amigos mos, dijo Hernn Corts, el cielo sin duda protege nuestra empresa puesto que hace salir a nuestro encuentro el signo santo de la redencin. Y corriendo donde estaba la cruz se postr de hinojos ante su base de piedra. Todos los soldados se creyeron obligados a imitarle y se arrodillaron tambin. [...]. El padre Olmedo, capelln del ejrcito, con voz robusta y sonora comenz a recitar una oracin que todos los circunstantes repitieron en coro. Entonces el sacerdote levant el brazo y bendijo al ejrcito, invocando el santo nombre de Dios. Al ver a aquellos hombres arrodillados ante dos toscos pedazos de madera atados con mimbres, al ver a aquel sacerdote de venerable aspecto [...], un espectador cualquiera se hubiera credo transportado a los primitivos tiempos de la Iglesia en que los monasterios se elevaban en medio de los pramos. Y, sin embargo, aquellos hombres que oraban as, aquellos hombres que eran absueltos por un sacerdote cristiano, haban saqueado pocos meses antes los tesoros de Motecuzoma, haban violado a las vrgenes del Anhuac y haban manchado sus manos con la sangre de las vctimas indefensas en Cholula (Ancona 1964: 562). 245

Con repetidas invocaciones al valor de cruzada de la Conquista, pero condenando las violencias innecesarias y reconociendo la tarea justiciera de la Historia (Pero la historia no ha perdido todava de vista esa aldehuela de Izancnac, donde el conquistador ech un sello a sus maldades con el atentado de este triple suplicio, Ancona 1964: 623), se llega al final de la novela, que ensea a un Corts envejecido, lleno de tedio y de amargura: Lo haban matado los remordimientos, la contrariedad y el despecho [...]. La ingratitud proverbial de los reyes vengaba hacia cierto punto la sangre de tantos mrtires sacrificados a su ambicin y crueldad (Ancona 1964: 624). Esta frase final cierra el discurso de las reivindicaciones de los criollos contra la corona: en 1547 ao de la muerte de Corts como durante todo el perodo colonial, la ingratitud proverbial de los reyes hacia sus hijos mejores haba marcado negativamente las relaciones entre madrepatria y sus tierras ultramarinas, motivando la justa rebelin de los patriotas americanos. Terminada la epopeya de la Independencia, fracasado el sueo de una trayectoria burguesa-liberal segn el designio que haba guiado a los criollos en el enfrentamiento con la madre Espaa junto al sueo de la Revolucin integral y radical, no queda sino la nostalgia de un mundo sepultado por ms de cuatro siglos de Historia. El tema de la Conquista de Mxico parece perder inters; ms bien se desarrolla la denominada literatura colonialista interesada, ahora, en la recuperacin de la tradicin colonial ms que en la ruptura con el pasado, que haba caracterizado el perodo postindependentista: Sor Juana Ins de la Cruz y ancdotas del Mxico virreinal son los temas preferidos, antes de que explote la novela de la Revolucin. Luego, los primeros intentos de resuscitar la sensibilidad y la cosmovisin indgenas produ-

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cen novelas histricas como Canek: historia y leyenda de un hroes maya (1940) de Ermilo Abreu Gmez, sobre la insurreccin maya de 1761, y Moctezuma, el de la silla de oro (1945) de Francisco Monterde: novelas poticas, las llama Teodosio Fernndez, en las que es evidente la melanclica poesa de lo pretrito que pareca inseparable del triste recuerdo de las razas vencidas (Fernndez 2007: 74). Tambin la eleccin, en el mbito de la Conquista, del desdichado Moctezuma como ltima estrella de un mundo en vas de desaparecer, magnnimo pero dbil, y no de Xicotncatl o Cuauhtmoc, ltimos guerreros valerosos e indmitos, da cuenta de un diverso uso y significado del gnero de la novela histrica:
El esteticismo colonialista se haba apoyado precisamente en el culto de un pasado caracterizado por alguna forma de brillante ostentacin, evidente en el prestigio de los objetos y monumentos antiguos o en la rareza de personajes que exhiben con frecuencia ttulos cuya significacin social se ha perdido, y que les confiere en el presente un carcter inslito (Fernndez 2007: 74).

Slo la nueva novela histrica podr, de alguna forma, resucitar aquel mundo restituyndole profundidad y vida. Efectivamente, si descolonizarse nos lo ensea la historia reciente de la Amrica central francfona y anglfona y de los pases de Asia y frica significa antes que nada oponer a la voz de los colonizadores la voz de los colonizados que se aduean finalmente de su pasado y de su Historia, en Latinoamrica este proceso inicia slo ya avanzado el siglo XX como fruto no de una lucha de Independencia sino de la crisis de la Modernidad europea y de la toma de conciencia de la americanidad.
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La excentricidad de la historia de Amrica, y por lo tanto de su literatura, como hemos visto, consiste en que las luchas de Independencia han sido una cuestin interna al sistema colonial entre centro y subcentro, entre europeos y colonos, sin tocar la periferia indgena una lucha de clase y no una guerra tnica, y por lo tanto un texto como el Xicotncatl annimo que condena la Conquista en s y deja entrever la voz de los vencidos, si bien filtrada por la cultura europea, queda como indicio de una ocasin perdida: en efecto, la reescritura de la Historia hecha por la mayora de las novelas histricas del siglo XIX confirman la exclusin de la voz indgena en el proceso de la independencia y de la formacin de la nacin y de la identidad. Son los criollos los que han hecho la Historia y en el siglo XIX la re-escriben oponiendo su versin siempre eurocntrica, crtica hacia las modalidades degenerativas de la gestin espaola y no hacia el hecho en s a la oficialista del Imperio como lo confirman, aunque con matices diferentes, el Xicotncatl de Riva Palacio y Los mrtires del Anhuac de Eligio Ancona96. Paradjicamente, el annimo Xicotncatl, el texto ms fiel a las fuentes hasta reproducir, entre comillas, prrafos enteros de Sols, es el que ms revoluciona el discurso historiogrfico oficial, proponindose como interesante anticipacin del discurso poscolonial, del cual Hispanoamrica por las peculiaridades de su Historia parecera haberse autoexcluido.

96 En las dos novelas analizadas tambin la confrontacin de otros personajes la Malinche, Moctezuma, los dems jefes indgenas y espaoles y la interpretacin de otros episodios la Noche Triste, la batalla entre Corts y Narvez confirmaran la misma tesis que he intentado demostrar cindome slo al enfrentamiento Xicontecatl-Corts (en el relato de Riva Palacio por su brevedad quedan excluidos otros episodios de la Conquista de Mxico as como la vida familiar de los protagonistas).

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3.2. Malinche La Malinche es la nica mujer que en las crnicas de la Conquista de Mxico adquiere papel de primer plano, hasta sobreponerse, en algunas ocasiones, al mismo Corts, como ensea la lmina n. 7 del Lienzo de Tlaxcala, en la que aparece, adelantndose al Gran Capitn, ms alta y hasta ms imponente que l; ambigua y controvertida figura, es personaje novelable por excelencia, objeto tambin, en las ltimas dcadas, de re-escrituras de marcado signo feminista. Ya que fue muchas mujeres y perteneci a muchos mundos, tuvo tambin muchos nombres, lo que encaja estupendamente en su rol de lengua, de intrprete y mediadora cultural, como se dira hoy, mujer de muchas caras pero jams la suya (Nez Becerra 2002: 9). En cuanto mujer y en cuanto lengua, parece no tener autonoma, sino hacer slo de puente, de receptora-transmisora de mensajes ajenos: ya que no dej en ningn momento su propio testimonio directo, vive segn la vida que quieren inflarle los dos polos de la comunicacin en la cual hizo de puente, de traductora. Progresivamente adquiere importancia en la historiografa americana no slo por las circunstancias histricas, sino tambin por las iniciativas que toma anticipando al mismo Corts y hablando en su nombre; aun as no deja de ser un objeto visto, descrito, juzgado, mirado, deseado por ojos varoniles, un objeto de intercambio en manos de indgenas y conquistadores: esto hace que Malintzin y tantas otras mujeres puedan ser descritas y juzgadas, con la mayor soltura, y ya a partir de Coln, segn estereotipos positivos (santa, sirena, mujer esclava del hombre) o negativos (endemoniada, bruja, equiparada a las fuerzas de la naturaleza, a nios y animales).

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De acuerdo con estos estereotipos opuestos, la Malinche, segn la voz narradora y el momento histrico, puede pasar de uno a otro extremo, ser exaltada o vituperada, ser santa y encarnacin de la Providencia divina o demonio y traidora adelantando quizs la ecuacin traduccin-traicin, tan en boga en estas ltimas dcadas. Y esas diferencias no dependen exclusivamente del origen tnico del emisor blanco o indgena, espaol o americano sino tambin de la poca, de la ideologa del autor y de su circunstancia. A estas mltiples posibilidades colabora tambin la oscuridad de sus orgenes que si, por una parte, recuerda el origen oscuro de los hroes caballerescos y hasta de la tragedia griega, por otra justifica cualquier comportamiento excntrico o abiertamente reprochable, en cuanto aptrida, objeto sin dueo: como veremos, es su fuerza hablar dos idiomas y pertenecer a dos culturas, la maya y la nhuatl y tambin su desgracia pasar de mano en mano, sin pertenecer a nadie. Lo que es cierto, repetido por todos los cronistas con muy pocas variantes, cualquiera sea el juicio y la imagen que se quieran transmitir, es que fue ofrecida a Corts junto con varios objetos de oro y otras mujeres 8 o 20, poco importa en Tabasco. Cierta es tambin su importancia como duea de la palabra. Tanto las Crnicas como estudios recientes, nos han enseado que la Conquista de Amrica pas a travs de la palabra: nombrar en espaol al nuevo mundo signific bautizarlo, aduearse de l, imponer otra lengua, otra religin y otra cultura que borraran las anteriores; signific inventar un mundo (OGorman) o encubrirlo y no descubrirlo (Abel Posse). De la misma manera, el nombre ms utilizado hoy para la intrprete y amante de Corts, Malinche, con las connotaciones que se le han adherido, es otra forma de encubrir

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la Historia y sus protagonistas, ya que sus contemporneos nunca la llamaron as: era Malinalli para los indios, doa Marina para los espaoles. Qu hay en un nombre?, se preguntaba Julieta en la obra shakesperiana y, como detrs del nombre de Romeo haba todo un mundo enemigo para Julieta, as detrs de los diversos nombres de esta mujer hay diversos mundos, diversos juicios y discursos. Quin fue Malinalli, Marina, Malinche, Malintzn? Una mujer que existe slo a partir del encuentro con los espaoles y hasta el repudio de Corts ya que, como todo aquel continente, empieza a vivir en el momento del Descubrimiento: la que era antes no importa, son el encuentro y el consecuente bautismo los que, nombrndola, le dan visibilidad e identidad. Nacida a nueva vida despus del bautismo, con su nuevo nombre Marina y con su nueva palabra el castellano rpida y milagrosamente aprendido ser el puente entre dos pocas, dos culturas, dos mundos, pero pasando por el limbo de la Nada, de la cosificacin, esclava entre esclavas, doblemente inferior porque india y mujer, que conquista un lugar en la Historia gracias al poder de la lengua, que la equipara y hasta la superpone a los espaoles (destronando a Jernimo de Aguilar, el lengua espaol), y a su fuerza y coraje que la equiparan a los hombres, como reconocen todos los cronistas e historiadores de la poca: de toda la serie de personajes femeninos de la conquista, ella es la nica que merece el titulo respetadsimo de doa. Pero nunca se olvidarn sus otros nombres, cada uno relacionado con los mltiples roles que asumi y a los contrastantes sentimientos que suscit: en la eleccin de uno u otro se puede leer entrelneas la ideologa y la perspectiva de

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quien ve, interpreta y escribe, porque, vale repetirlo, el nombre es mucho ms que una etiqueta neutral. Malinalli en nahuatl, significa hierba torcida y es el octavo signo del ciclo de 260 das (tonalpohualli)97, da funesto; Malinal Xochtil o Malintzin era la diosa lunar, nica hembra entre los hombres-estrella: tambin nuestra Malinalli era siempre nica mujer entre hombres. Fue llamada tambin Tenpal, hecha de cal, es decir de piel clara como la luna, y as la describen todos los cronistas espaoles, elemento importante en el proceso de blanqueamiento ideolgico al que fue sometida98. Con el bautismo se llam Marina, quizs por una curiosa combinacin de los nombres de los padres de Corts, Martn y Cristina, o por venida del mar. Los indios siguieron llamndola Malinalli, y a Corts el seor de Malinalli: ya que seor, dueo, en nhuatl se indica con el sufijo tzin de respeto, Corts pas a ser Malinalli-tzin. A su vez, los espaoles reconvirtieron este nombre en Malinche, cambiando el sonido dulce tzin en che: es decir, en un principio Malinche fue Corts el Malinche y no la Malinche. Otra versin cuenta que Malinche fuera la traduccin exacta del espaol doa Marina: Marina ms tzin (doa), pero ya que el sistema lingstico del nhuatl no contena la r, pas a Malinatzin y, por el mismo proceso, Malintzin-Malinche. El proceso de identificacin entre Corts y Malinalli en el mando de las operaciones el gesto y la voz, podramos decir permiti llamar a los dos con el mismo nombre. Esto
97 Gonzlez Torres habla de duodcimo signo en un abstracto elenco de nombres de das (Gonzlez Torres 2005: 112), pero es ms correcto decir que Malinalli en el Tonalpohualli o ciclo de 260 das, es el octavo signo. 98 Hay tambin otra etimologa: tlatole, que habla mucho y con animacin, de lengua suelta, de tene, afilado, puntiagudo. Tambin ste es otro atributo filolgicamente correcto y conceptualmente adecuado.

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no debe extraarnos ya que la dualidad o identificacin hombre-mujer era propio de la cultura religiosa mexica: Ometecuhtli/Omechuatl, la divinidad mxima del Olimpo mexica, era hombre y mujer al mismo tiempo, Seor y Seora de la Dualidad. Y as comenta Margo Glantz, en perspectiva feminista, esa identificacin entre Corts y su lengua:
El cuerpo del conquistador ha sufrido una transformacin radical, ha sido transferido al cuerpo de Malinche o se ha confundido con l [...] Marina, la intrprete por antonomasia, acorta las distancias, esas distancias irreductibles que separan a partir de sus funciones sociales a las mujeres de los hombres [...] Para los indgenas ella es definitivamente la duea del discurso, y l, Corts, el Capitn Malinche, jefe de los espaoles, un hombre despojado de repente de su virilidad; carece de lengua porque sus palabras carecen de fuerza, es decir, de inteligibilidad, slo las palabras que emite una mujer que cumple con excelencia su oficio de lengua [...] alcanzan a su destinatario (Glantz 2001: 10).

De todas formas, ambas versiones del origen de Malinche dan cuenta de un hecho incontrovertible: la conquista de Mxico fue posible gracias a esa alianza, a esa comunin de miras, de ambiciones, de proyectos. Y hay ms: ser mexicano, ser hijo de la Malinche, significa exactamente esto, ser hijo de ambos, de los Malinches, el capitn espaol Corts y la india Malinalli, unidos contra el enemigo comn, Moctezuma. Y que se haya perpetuado hasta nosotros la versin femenina del nombre es una venganza de la historia, casi un patronmico al revs, que reconoce el rol activo de esta mujer en la conquista. Sera intil repeticin enumerar las mltiples variantes del personaje Malinche descritas en las crnicas. Podemos slo recordar cmo la primera referencia es anodina, por
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razones polticas y ciertamente no porque el autor no valorara su actuacin: Corts en las Cartas de Relacin impone su propio rol central y menosprecia todo lo que podra menguar su xito personal. A Marina por lo tanto casi no la nombra con su nombre y con su efectiva importancia, limitndose a indicarla como la lengua [...] que es una india de esta tierra. Ser en cambio Bernal Daz del Castillo quien, de acuerdo con su proyecto de escribir una Historia alternativa de la Conquista de Mxico, restituya a Marina lo que le es debido, ya desde el momento en que viene ofrecida a Corts; luego le dedica unos cuantos prrafos cuando, en Cholula, delata a su propia gente informando a Corts de la emboscada99 y cuando, en otras ocasiones, da rdenes a indios y espaoles o combate como un hombre: verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques; moza y de buen parecer y rica; jams vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer; y como doa Marina en todas las guerras de la nueva Espaa, y Tlaxcala y Mxico fue tan excelente mujer y buena lengua [...] a esta causa la traa siempre Corts consigo; tom un caballo y una lanza y adarga y fue pedir al Marques licencia para salir los indios y probar el valor de su persona; cosas tocantes a nuestra santa fe [...] fueron muy bien declaradas, porque doa Marina y Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan experto en ello, que se lo daban a
99 Hubo un caso similar en el Ro de la Plata, en 1539, que no ha tenido la misma resonancia, excepto en Paraguay (Hugo Rodrguez Alcal le ha dedicado dos romances y Helio Vera un cuento), donde se desarrolla la historia: la amante india de Juan de Salazar y Espinosa, fundador del Fuerte Nuestra Seora de la Asuncin, le avis de que se estaba organizando una conjura durante la procesin del Viernes de Semana Santa en la que los espaoles estaran sin armas (Pla 1985: 64-66, Langa Pizarro 2007: 116-117).

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entender muy bien; en todos los pueblos por donde pasamos y en otros donde tenan noticia de nosotros, llamaban a Corts Malinche, y as lo nombrar de aqu a adelante, Malinche, en todas las plticas que tuviramos con cualesquier indios [...] y no le nombrar Corts sino en partes que convenga. Y la causa de haberle puesto este nombre es que como Doa Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compaa, especialmente cuando venan embajadores o plticas de caciques, y ella lo declaraba en la lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Corts el Capitn de Marina y para ms breve le llamaron Malinche (cap. XXXVII y ss., passim). Ya todo parece dicho. Aqu estn las bases de la futura fortuna del personaje de la Malinche, siendo la Verdadera Historia de Bernal Daz del Castillo el primer intento de escribir no slo la Historia de los grandes, de los Hombres pblicos y potentes, sino tambin de los menores, de todos los que, aunque hubieran tenido un papel significativo, por motivos polticos fueron silenciados: quien por ser mujer, quien por indio o pobre o simplemente disidente respecto a la lnea oficial. As, de la Malinche, adems de su funcin primaria intrprete Daz del Castillo menciona otras funciones y capacidades, a partir de las cuales cada cronista, historiador y novelista sucesivo construir su propio personaje: de origen noble, mujer fascinante, valiente, astuta, traidora, aventurera, fiel, sometida, buena cristiana y hasta evangelizadora. Como cualquier mito, muy poco se sabe de su origen y de su muerte, as que cada uno ha podido inventar una familia y las circunstancias de su cautiverio y de sus ltimos aos segn su propia idea de Malinche, sin tener que tergiversar la Historia, sino simplemente profundizando y matizando los

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datos presentes en la Verdadera Historia. Ya en el siglo XVI, resume esas versiones Diego Muoz Camargo, historiador de Tlaxcala:
En lo que toca al origen de Malintzin, hay ms grandes variedades sobre su nacimiento y de qu tierra era [...]. Notoria cosa es y muy sabida, cmo Malitzin fue una india de mucho ser y valor, y buen entendimiento y natural mexicana, la cual fue hurtada de entre sus padres, siendo de buena gracia y parecer, y entregada a unos mercaderes que trataban en toda costa del Norte [...]. Otros quieren decir que fue hija de un mercader que la llev consigo por aquellas tierras, lo cual no satisface a un buen entendimiento, sino que siendo hermosa fue llevada para ser mujer de algn cacique de aquella costa, y que fue presentada por algunos mercaderes para tener entrada con los caciques de Acosamilco y seguridad; y ans fue que en efecto la tena un cacique de aquella tierra cuando la hall Corts [...]; otros quieren decir que Marina fue natural de la provincia de Xalisco, de un lugar llamado Huilotla; que fue hija de ricos padres y muy notables y parientes del seor de aquella tierra [...]. Dicen asimismo que Marina fue presentada antes en Potonchan con otras veinte mujeres que all se dieron a Corts; que la trajeron a vender a unos mercaderes mexicanos a Xicalanco (Muoz Camargo 2003: 185-186).

Podemos an notar que generalmente los cronistas e historiadores de profesin clerical son muy parcos, limitndose casi siempre a pocas y concisas noticias para no tener que opinar sobre el discutido tema de la relacin extramatrimonial con Corts y del hijo ilegtimo, reconocido por Corts gracias a una dispensa papal. No faltan tampoco otras suposiciones, hasta de un posible origen cubano, que encontramos por ejemplo en la

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Historia de la Conquista de Mxico de Antonio de Sols, mientras recientemente Anna Lanyon propone el origen maya: LIstmo fu la culla della civilt messicana e fu anche il luogo dove ebbe inizio la vita della Malinche: veniva da qualche localit dellIstmo e non era come dicono molte guide turistiche una principessa azteca (Lanyon 2000: 36). Muy poco se sabe tambin de los ltimos aos de su vida cuando, casada por voluntad de Corts con Juan Jaramillo, su hombre de confianza, desaparece de la Historia oficial: en un principio, reciben honores y prebendas y, siempre,
las atenciones de Corts [quien] le dio como dote los pueblos de Jilotepec en Mxico y los de Oluta y Tequipaque en Coatzacoalcos [...] y un terreno situado cerca de Chapultepec [...] una huerta y un solar en la calzada de San Cosme y tambin [...] la parte del Valle comprendida en las tierras de Sumidero, hacia el N.E. de Orizaba (Rodrguez 1935: 39-40).

Demasiados datos para que surjan dudas, pero en realidad nada parece cierto: Somonte habla de la existencia de unos documentos guardados en el Archivo de Notaras en Mxico D.F. que atestiguan que los terrenos de Chapultepec fueron dados por Carlos V a Corts en 1529, cuando Marina ya haba muerto. Somonte adems indica y al mismo tiempo rechaza otra posibilidad, la recogida por Manuel Orozco y Berra: que Marina se fue con su esposo a vivir a Espaa, en cuya corte la trataron como a una seora de distincin, pues el soberano la colm de honores en justa retribucin a sus importantes servicios durante la conquista (Somonte 1969: 136). Podramos seguir aadiendo datos y fechas y suposiciones, pero no estamos aqu en papel de historiador, sino de investigador de la gnesis
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de las versiones ficcionalizadas de la vida de la Malinche: los datos hasta aqu elencados sirven simplemente para ofrecer al lector un abanico de variantes presentes en la historiografa para que el narrador, casi sin inventar nada ex novo, pueda inventar nuevas Malinches. Pero volvamos al tema de los nombres utilizados para esta mujer por cronistas, historiadores, narradores. Es significativo que Corts en sus Cartas no la nombre nunca: tener nombre significa tener historia, y las Cartas de Corts son un claro ejemplo de autocelebracin y ninguneo de los dems. Su mentor, como se ha dicho, ser Bernal Daz del Castillo, que la llama respetuosamente Doa Marina y afirma rotundamente que sin ir doa Marina no podamos entender la lengua de la Nueva Espaa y Mxico (Daz del Castillo 1939: 148). Y Corts no renunciar a ella tampoco cuando ya est casada con Jaramillo, como recuerda Bernal en el viaje hacia Hibueras, porque, repite, Corts, sin ella, no poda entender a los indios. Doa Marina ser el nombre usado mayormente por los cronistas oficiales, que ven en ella a la enviada por la Divina Providencia para favorecer la conquista cristiana. An ms convencidos de su naturaleza divina son los indios que padecieron sus artimaas y hechizos:
Los indios que informaron por primera vez a Moctezuma, le hicieron saber que los espaoles traan consigo una Mujer como Diosa por cuyo medio les entendan etc.; que no poda ser, sino que fuesen Dioses, porque iban en Animales Extraos, y nunca vistos, y espantabanse que no llevasen Mujeres (sino solo Marina) que ellos llamaron Malintzin y que era por arte de los Dioses el saber la lengua Mexicana, pues siendo Extranjera, no la poda saber de otra manera etc. (Torquemada) (Somonte 1969: 17).

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Lo confirma tambin un mestizo, Fernando de Alva Ixtlilxchitl, quien propondr la versin milagrosa de Marina en la lnea del Providencialismo cristiano medieval:
Y no entendiendo Aguilar aquella lengua, fue Dios servido de remediar este inconveniente, con que se hall una de las mujeres que el seor de Potonchn haba dado a Corts, que saba muy bien la lengua [...] en breves das aprendi la [lengua] castellana, con que excus mucho trabajo a Corts, que parece haber sido milagroso y muy importante para la conversin de los naturales y fundacin de nuestra santa fe catlica. Marina andando el tiempo se cas con Aguilar100 (Alva Ixtlilxchitl 1977: 198).

Tambin en las crnicas indgenas, aunque casi siempre con tonos menos entusiastas, Malintzin aparece como personaje central. Se prefiere casi siempre describir sin juzgar, como en el Cdice Florentino: Y se dijo, se indic, se relat, se puso en el corazn de Motecuhzoma, que una mujer de aqu, de los nuestros, los guiaba, les serva de intrprete hablando nhuatl. Ella se llamaba Malintzin, su hogar estaba en Tetcpac. All, en la costa, de entrada la haban prendido (Sahagn 1969: 79).
100 La misma versin de las bodas con Aguilar la encontramos en Muoz Camargo, pero parece inverosmil ya que Aguilar haba recibido rdenes menores y siempre ha sido connotado como fraile muy devoto. Germn Vzquez Chamorro, en una nota a la edicin de la Historia de Tlaxcala, afirma que la versin [...] de la historia de los intrpretes cortesianos, adems de estar plagada de errores, no concuerda con los hechos verdaderos: el matrimonio de Malintzin y Aguilar no puede atribuirse a una informacin errnea, ya que era cosa sabida que Aguilar careca de libertad para contraer nupcias. A mi entender, esta fbula procede de los vencidos y, quiz, se relaciona con la visin providencialista de la Conquista. Aunque podra aducir varias pruebas, baste con sealar que el falso enlace slo se encuentra en autores que manejan fuentes indgenas [...] por ejemplo, Alva Ixtlilxchitl (Muoz Camargo 2003: 188).

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Durante la colonia, fue personaje positivo aunque siempre pasivo en todas las obras hagiogrficas de la conquista, tanto desde una visin laica objeto complaciente y dcil del maquiavelismo de Corts como confesional don de la Providencia para cristianizar al Nuevo Mundo. En el siglo XIX la efigie de la Malinche se llena de significado poltico, de acuerdo con la nueva circunstancia de Amrica despus de la Independencia: para forjar una identidad nueva basada en el sentimiento nacionalista se buscan o se crean los Padres, los mitos fundacionales. Y Marina bien poda ser la Madre, perfecta para el Mxico mestizo aunque indios y mestizos no entraran en el modelo de nacin que se estaba creando donde no poda faltar un intento de resucitar el origen indio de la nacin. Un juicio sobre Marina totalmente positivo, que parecera mancomunar tanto al mundo blanco como al mestizo y al indio pero que en realidad refleja totalmente el pensamiento occidental, lo da el historiador William H. Prescott (1843):
Desde [las bodas con Jaramillo] el nombre de Marina ya no aparece ms en las pginas de la historia pero siempre ser recordada con gratitud tanto por los espaoles, por los importantes servicios que les hizo ayudndolos en la Conquista, como por los mexicanos tambin por su benevolencia y la simpata que les mostr, mitigndoles sus infortunios (Prescott 1977: 554).

Ms diversificado es el juicio expresado en las novelas. Algo hemos ya dicho refirindonos a Xicotncatl-Corts. En Xicotncatl (Filadelfia, 1826) nace el mito negativo de la Malinche: en la intrigada historia personal de Xicotncatl as como en la historia pblica de la conquista de Mxico, doa Marina ste es su nombre dominante en esta novela es la
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traidora por antonomasia, ya que el punto de vista poltico, si no el cultural, es el de los indgenas (astuta y falsa [] supo emplear con ms efecto la corrupcin y la intriga, en que hizo grandes progresos, Annimo 1964: 107, 110), pero le viene reservada la posibilidad del arrepentimiento. Recobrada la razn y la palabra, lanza la ms grave acusacin a la religin catlica y a sus representantes:
Cuando yo segua mi culto sencillo y puro, pues que sala de mi corazn: cuando yo era una idlatra [...] yo fui una mujer virtuosa [...], pero desde que fui cristiana, mis progresos en la carrera del crimen fueron ms grandes que las hermosas virtudes de Teutila. Abjuro para siempre de una religin que me habis enseado con mentira, con la intriga, con la codicia, con la destemplanza y, sobre todo, con la indiferencia a los crmenes ms atroces (Annimo 1964: 161).

Es ese ataque a la religin por boca de la Malinche, entre otros muchos elementos, que nos hace hablar para esta novela de rasgos de resistencia india, aunque escrita por un autor de evidente cultura europea que asume un presunto punto de vista indgena. Parece que Justo Sierra Mndez haya pensado en esta novela al escribir: Singular mujer la hermosa Marina, la india, a quien los adoradores retrospectivos de los aztecas han llamado traidora, y que los aztecas adoraban casi como una deidad (Somonte 1969: 125). La doa Marina de Eligio Ancona, en cambio, es un personaje totalmente positivo: en Los mrtires del Anhuac (1870) doa Marina siempre as se le llama es la vctima de un destino cruel favorecido por las costumbres brbaras de aquella gente, rescatada por el amor hacia el hroe espaol y por la conversin que le otorga un papel evangelizador. La historia de sus orgenes cabe perfectamente en

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el repertorio clsico occidental: una familia principesca, un crescendo de situaciones trgicas hasta la providencial llegada de los espaoles que permite su insercin en un contexto civil y la expresin plena de todas sus virtudes hasta ahora reprimidas. Hay tres buenas razones que disculpan completamente a la Malinche de cualquier acusacin: ser predestinada a obrar el milagro (Marina no deba ser ms que el instrumento de que el cielo se haba valido para librar a los soldados de la Cruz de las acechanzas de los paganos, Ancona 1964: 483); obedecer a los impulsos del amor y ser fiel a Corts hasta aceptar con resignacin ser repudiada y casada con otro (Porque Marina amaba y, como mujer de corazn y de talento, puso todos sus esfuerzos en comprender hasta donde le fuese posible al hombre a quien haba entregado su albedro, Ancona 1964: 482); vengarse de los aztecas que haban conquistado y destruido su patria, y la haban vendido como esclava. Es este modelo el que se impone en el siglo XIX, subrayando ora una motivacin, ora otra la fe, el amor, el reconocimiento de la superioridad de la civilizacin occidental, pero dibujndola siempre con caracteres blancos, hasta casi borrar sus rasgos indios en el fsico, adems de en la cultura. Su nombre ser Doa Marina, para subrayar que aquella mujer tiene nombre e historia slo a partir del bautismo. En la novela de Ireneo Paz, Doa Marina (1883), el amor es el impulso de toda accin humana y la relacin superiorinferior la admiracin y la sumisin del indio hacia los espaoles es el leitmotiv del libro, como si todos los personajes creyeran en la versin providencialista de la llegada de los europeos. Naturalmente estos caracteres se encuentran sublimados en doa Marina, que se vuelve modelo de con-

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ducta en cualquier relacin entre mujer y hombre (Preferira morir a no verlo, Corts era su amo, su seor, su dueo, Paz 1883: 9), y an ms por ser ella india: Debes tenerme siempre mucha estimacin as como compadecer mi debilidad, no soy culta ni civilizada, sino oscura y sencilla (Paz 1883: 117). Al llegar Catalina Jurez, la esposa de Corts, mujer pero espaola, la india no puede sino reconocer su propia inferioridad, profesndose dispuesta a un ltimo valiente acto de amor: Dime que me quede y sabr ser india [...], la esclava sumisa de tu esposa (Paz 1883: 276). Esta es la Marina herona de los criollos: a pesar de ser india, posee la cualidad ms apreciada en las mujeres espaolas, la aceptacin de su propia inferioridad. Si algo hay que reprocharle, es que ese amor la lleve al pecado, a una relacin condenada por la Iglesia y por la Institucin, pero redimida por sus declaraciones de fe en la nica religin, la catlica. La novela Guatimozn, ltimo emperador de Mxico: novela histrica (1846) de Gertrudis Gmez de Avellaneda constituye un caso muy especial en cuanto la autora no la incluy en sus Obras literarias, dramticas y poticas, publicadas entre 1869-1871101 donde en cambio aparece Una ancdota de Corts, acompaada por esta nota, en tercera persona, pero claramente autoral: Esta ancdota, tomada de su novela Guatimozn, es lo nico que la
101 En vida de la autora hubo una sola edicin en Espaa y numerosas en Mxico, probablemente porque en aquel entonces fue leda como obra pro-americanista y sta puede ser una de las causas de su exclusin de la recopilacin de sus obras. Curiosamente, no fue incluida tampoco en los volmenes de La novela del Mxico colonial (1964), publicados al cuidado de Antonio Castro Leal, quien, en la Introduccin, en el apartado Mxico en las novelas histricas espaolas, la juzg una novela romntica de amores, espaola e hispanfila.

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autora ha querido conservar de dicha obra, suprimida de la presente Coleccin a causa de no haberle permitido su falta de salud revisarla y corregirla, segn juzg necesario (Gmez de Avellaneda 1981: 207). Sobre las motivaciones del rechazo (la ms probable sera el creciente conservadurismo de Avellaneda, que la lleva a introducir en la Ancdota los cambios necesarios para mostrar una imagen netamente positiva del conquistador, Fernndez 2004: 75), se puede leer el excelente trabajo de Mara Teresa Gonzlez de Garay (2007: 84-97) que da cuenta de los muchos interrogantes sobre la conducta de la escritora hispano-cubana en relacin con la conquista espaola. Pero lo que nos importa aqu es el rol de la Malinche y los cambios que conciernen su conducta y provocan una variacin en el eterno dilema santa-demonio. Aunque en la novela tenga un papel muy marginal, y concentrado en el Eplogo, Gertrudis Gmez de Avellaneda subraya en las primeras pginas para luego olvidarla a lo largo de todo el texto sus capacidades de intermediacin que van ms all del papel aparentemente neutral de intrprete:
El intrprete que traduca al emperador lo que deca Corts, era una joven indiana, que bautizada con el nombre de Marina, segua al caudillo con el carcter de intrprete en pblico, y con otro ms ntimo en secreto. Notando sta la poca apariencia de docilidad que tena Moctezuma: Seor, le dijo en voz baja, soy una sbdita tuya que no puede desearte mal, y una confidenta de ellos que sabe sus intenciones. Cede, te ruego, por amor a tu vida y para evitar grandes males a tus vasallos (Gmez de Avellaneda 1853: 32).

Luego desaparece del escenario blico que ve las victorias del espaol, para reaparecer en el eplogo, donde a ella

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y a una mujer espaola102 la autora deja la tarea de comentar un ltimo acontecimiento, tres aos despus de la cada de la capital azteca: el suplicio infligido a Guatimozn y a dos prncipes aztecas ms. Marina intenta justificar la innegable crueldad de este episodio subrayando la insercin de la Conquista en un designio divino:
comprendo la necesidad en que se ve nuestro dueo de quitar del mundo a esos infelices que bien quisiera perdonar su benignidad si no lo desaprobase su prudencia. Marina acababa de dar con estas palabras la nica explicacin probable [...] la nica excusa verosmil de un acto de crueldad que inmotivado sera horroroso y que en vano quisiramos justificar apoyndolo en la sospechosa acusacin de un sbdito traidor (Gmez de Avellaneda 1853: 176).

De acuerdo con su actuacin ecunime entre los dos bandos, acoge y protege a la viuda de Cuauhtmoc que, de noche, intenta apualar a Corts que huye horrorizado: Marina llega a tiempo para salvarlo y ahoga a la mujer. Y de acuerdo con esta actuacin, la autora resalta flaquezas y virtudes de ambos bandos (la osada y la ambicin de
102 Podra tratarse de la esposa de Corts, Catalina Jurez, aunque no haya marcas referenciales que lo indiquen: se dice que estaba casado, lo cual es una invencin de la autora (los hechos acaecen en 1525: la primera mujer de Corts haba muerto en el 1522, y las segundas nupcias son de 1528) que autoriza a pensar que esta mujer sea la esposa. Segn Gonzlez de Garay sera simplemente la mujer de alguno de los expedicionarios espaoles (Gonzlez de Garay 2007: 91), pero no me parece descabellado que en este eplogo bastante inverosmil Avellaneda haya querido representar precisamente las dos mujeres vctimas de Corts que lo acompaan en una campaa difcil y peligrosa. Este binomio espaola-india, esposa-amante, parece aludir al rol de puente de la mujer entre dos mundos y dos culturas, para asegurar la paz tanto en el hogar como en la Historia, reconociendo ambas al hombre espaol Corts una superioridad indiscutida.

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Corts, su misin evangelizadora as como la crueldad de sus acciones represivas; el herosmo, la lealtad, la sumisin de los mexicanos a los principios religiosos y civiles) porque, al fin y al cabo, al escribir esta novela en 1845-1846 la Avellaneda, nacida en la Cuba todava colonial pero residente en Espaa, entre Sevilla y Madrid, desde 1836, como la Malinche estaba viviendo entre dos mundos, doblemente marginada siempre en cuanto mujer y en cuanto sujeto colonial. Las dos hicieron de la palabra su fuerza para vencer y convencer y as, detrs de las palabras de Marina se lee muy bien la orientacin de la autora, como comenta Mara Louise Pratt:
Como sujeto colonial y femenino, pareca no sentir conflicto entre su cubanidad y su lealtad a Espaa. El ser una famosa escritora espaola no amenazaba la identidad permanentemente cubana que permeaba su produccin literaria; no senta contradiccin entre sus vnculos con la corte y su compromiso profundo con el futuro de Cuba. Ella no se incomodaba, y por esa misma razn, incomodaba a los independentistas (Pratt 2003: 30).

Pero con los aos algo cambia; despus de varias peripecias y viajes y de una larga estada en Cuba entre 1859 y 1864, elige volver Espaa y preparar la edicin completa de su obra: por conveniencia o conviccin103, decide excluir de sus Obras Literarias, dramticas y poticas (1869-1871) las tres novelas que, por diversos motivos, juzga ahora polti-

103 Ahora, el escrpulo religioso y la llamada de la conciencia moral son mucho ms perentorios, porque se une a ellos la enfermedad crnica y porque pesa sobre la autora el vendaval del olvido, argumenta Gonzlez de Garay (2007: 85).

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camente incorrectas: Sab por abolicionista, Dos mujeres por feminista ante litteram, Guatimozn por anticortesiana. Pero, mientras de las dos primeras no queda ningn indicio en las Obras, de Guatimozn queda la Ancdota que delata, como comenta Gonzlez de Garay, que contrariamente a los otros dos casos, Guatimozn no est olvidada, aunque necesite una re-orientacin profunda para estar en la lnea del conservadurismo en sentido hispanfilo de la Avellaneda madura. Y lo que nos interesa ms, es que Marina, que en Guatimozn era personaje absolutamente marginal que ganaba protagonismo slo en el Eplogo, en la Ancdota es en cambio protagonista, juez benvola de la empresa cortesiana y su aliada ms firme. Lo que en Guatimozn eran luces y sombras, ahora resplende sin restricciones:
Nunca se ejerce impunemente la superioridad del genio [...] Al levantarse las grandes individualidades de todos los siglos, de todos los pases, siempre encuentran hostiles a las numerosas medianas [...] De este modo toda vida eminente, de iniciativa vigorosa, viene a ser continuado combate empeado con la resistencia del orgullo colectivo [...] Hernn Corts, una de las mayores figuras que puede presentar la historia [...] deba tener y tuvo la suerte comn a todos los genios superiores. Persiguilo la envidia, afanse por denigrarlo la calumnia, acechronlo la deslealtad y la perfidia (Gmez de Avellaneda 1981: 208).

En este proyecto de exaltacin de la Conquista y de sus hroes no tienen cabidas la elucubraciones de doa Marina sobre el imperscrutable designio de la Divina Providencia y el dilogo entre las dos mujeres la andaluza ahora se llama Doa Guiomar y no tiene relacin alguna con Corts se limita a comentarios banales. Es en el final donde hay los

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cambios ms sustanciales104 que se refieren a doa Marina que ahora aparece no en el rol de lengua, consejera y juez un rol pblico, sino en el de amante posesiva y celosa frente al inters de Corts hacia Gualcazintla, hija de Montezuma y viuda de Guatimozn:
Las crueldades que la conveniencia haca cometer o consentir al jefe del ejrcito espaol, hallaban en su propio noble corazn secreto pero inmediato castigo, y bajo la influencia del sentimiento que le oprima desde que crey necesidad inevitable el sacrificio de sus dos ms ilustres prisoneros, no pudo menos de demostrar a Gualcazintla como para acallar un tanto su conciencia un afecto tan expresivo y tierno, que lleg a alarmar a la enamorada y celosa Marina (Gmez de Avellaneda 1981: 212).

Marina ahoga a Gualcazintla no para defender al jefe de los espaoles, sino para vengarse de la atencin que el hombre Corts haba demostrado a la enemiga, aquella hermosura infortunada (Gmez de Avellaneda 1981: 212) de cuya desdicha y locura el propio Corts haba sido inculpable autor. Es evidente la metamorfosis de Corts entre el Eplogo y la Ancdota (de un Corts astuto, fro, ambicioso y despuesto a sacrificar vidas ajenas, si ello conviene a sus intereses polticos y militares [] a un Corts modelo de fidelidad a su rey, heroico en sus acciones, excepcional en su audacia, y personaje universal de primera magnitud [], de un Corts sin corazn, a un Corts que se arrepiente de sus errores y que lamenta las consecuencias de algunos de sus actos
104 Para otros cambios en la trama, muy importantes pero no significativos para nuestro discurso sobre la Malinche, cfr. Gonzlez de Garay 2007: 90-97.

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(Gonzlez de Garay 2007: 95) pero no podemos dejar de subrayar la importante metamorfosis de Marina que refleja directamente la metamorfosis de Avellaneda. Si en 1846 a travs de la Malinche suspendida entre dos destinos, dos mundos, dos fidelidades, hablaba la misma autora que intentaba conciliar a travs de su personaje su doble identidad de americana y de espaola, de escritor colonial y escritor metropolitano, ahora, anciana y residente estable en Espaa, no puede sino rechazar su identidad americana y lo hace precisamente marginalizando el rol poltico y positivo de la indgena y subrayando en cambio su loco amor que le ha hecho aceptar hasta el destino que Corts ha elegido para ella: harto tambin he torturado y envilecido mi alma recibiendo porque as lo exigisteis marido de vuestra mano y harto he sufrido ahorrando quejas a la dichosa mujer que lleva vuestro nombre (Gmez de Avellaneda 1981: 213)105.
105 No podemos dejar de mencionar por lo menos dos novelas escritas y publicadas en Espaa en el siglo XIX, en las que el rol de Marina es totalmente positivo. En Xicotncal, prncipe americano de Salvador Garca Bahamonde, Corts es el hroe total capitn valoroso y hombre virtuoso que se enamora inmediatamente de su nueva esclava, quien se distingue entre las veinte indias que le dona el cacique de Tabasco: un vnculo indisoluble le una aquella belleza quien amaba ciegamente. Ella conoca muy bien lo que pasaba en el alma de Cortes, y sus ojos declaraban los sentimientos de su corazon ya que la lengua no podia espresarlos. Este lenguage mudo, que es el del verdadero amor, egerce sobre las almas sensibles un poder que en vano procuran resistirse (Garca Bahamonde 1831: 37). Este sentimiento de amor no excluye, obviamente, otros sentimientos ms utilitaristas, ya que Corts necesita las cualidades de Marina para conseguir su objetivo, el de conquistar al emperador Moctezuma y al Mxico todo: y era necesaria toda la prudencia de Cortes y la sagacidad de Guacoalca, que uniendo su belleza la discrecion, estaba ya ilustrada en la fe y podia ayudar Cortes en la conquista del corazon de Motezuma (Garca Bahamonde 1831: 105). En El nigromntico mexicano de

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En el siglo XX el movimiento indigenista maneja tambin la imagen de la Malinche: quien est interesado en fundamentar la patria en el mestizaje, la elogia por haber sido la madre de un mestizo y por haber facilitado la conquista y las subsiguientes culturas y etnias mestizas y catlicas, pero quien se reconoce en una identidad india le reprocha su traicin. Sigue siendo el amor el motor de todas las acciones de la mujer, pero a veces es una pasin loca que la lleva a traicionar a su pueblo:
arrastrndose a sus pies subyugada por el deslumbramiento que su hermosa figura [de Corts] le produca y contemplando sin cesar el exterminio de sus hermanos [...]; el papel de Marina fue importantsimo porque fue el alma de todas las maquinaciones de Corts para engaar y avasallar a los pueblos descubiertos, su destreza en el habla fue indispensable (Wright de Kleinhans 1910: 20 y 25).

Sobre todo en Mxico106, despus de la Revolucin, hay una necesaria pesquisa en el pasado para re-fundar la nacin
Ignacio Pusalgas y Guerris, Marina toma la palabra para contar a su primo Magicasquin su historia, y sobre todo su papel en la conquista al lado de Corts: Nunca he tendido el arco contra ningn indio; slo sirvo de intrprete y gua a Hernn Corts. Qu objeto es el tuyo, conservndote a su lado? El de procurar un justo equilibrio entre el poder del rey y el derecho del pueblo mexicano. As me ha prometido lo hara Hernn Corts, luego que estuviera en su poder el imperio de Mxico (Pusalgas y Guerris 1988: 78). 106 No hablamos de las muchas obras de teatro en que aparece la Malinche ya que nuestra investigacin se limita al anlisis de la narrativa: recordamos, por ejemplo, Cuauhtmoc de Salvador Novo, Corona de fuego de Rodolfo Usigli, El sueo de la Malinche de Marcela del Ro Reyes, El eterno femenino de Rosario Castellanos. A la Malinche en el teatro est dedicado un extenso trabajo de Beatriz Aracil, de prxima publicacin.

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y la identidad nacional, y la Malinche vuelve insistentemente a atraer la atencin de idelogos e intelectuales, sin perder nunca su doble cara, sus opuestas connotaciones:
En la poca populista de Lzaro Crdenas, el retrato de la Malinche alcanz una altura nacional, tanto en su aspecto positivo, de hroe nacional, de madre de la patria, de mestiza mexicana, como en el negativo, dando origen al malinchismo, malinchista, etctera, y remplazando el antiguo discurso sobre si la Malinche haba o no traicionado a su pueblo (Nez Becerra 2002: 11).

Son casi siempre obras histrico-antropolgicas con pocas y poco significativas pruebas narrativas, pero que, con sus textos ms innovadores, empiezan a sugerir o sealar nuevos derroteros alterando y denunciando el burdo maniquesmo anterior. En el principio, el malinchismo tiene connotaciones exclusivamente polticas y se aplica a la burguesa desnacionalizada surgida en ese perodo; para la izquierda, era entonces el signo de antipatriotismo (Glantz 1994: 4) pero luego su campo referencial se ampla hasta englobar una idiosincrasia mexicana. Esta nueva era de revisionismo historiogrfico tiene su mxima expresin en El laberinto de la soledad (1950 y 1959) de Octavio Paz, obra que es considerada texto fundacional de la identidad mexicana posrevolucionaria, bsqueda de los orgenes sin olvidar contaminaciones e influjos modernos, principalmente de los vecinos del norte; con l el malinchismo adquiere ms espesor y se ratifica como rasgo esencial de la identidad nacional y la Malinche se vuelve smbolo de la tierra americana, la Madre-Tierra, violada como sus mujeres por los conquistadores ya que
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toda la conquista de Amrica fue escenario de violacin de mujeres e historia de estupros (Chiappini 2002: 212):
Por contraposicin a Guadalupe, que es la Madre virgen, la Chingada es la Madre violada [...] Pierde su nombre, no es nadie ya, se confunde con la nada, es la Nada. Y sin embargo, es la atroz encarnacin de la condicin femenina. Si la Chingada es una representacin de la madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue tambin una violacin, no solamente en el sentido histrico, sino en la carne misma de las indias. El smbolo de la entrega es doa Malinche, la amante de Corts. Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero ste, apenas deja de serle til, la olvida. Doa Malinche se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los espaoles. Y del mismo modo que el nio no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traicin a la Malinche (Paz 1959: 77-78).

As que malinchismo adquiere nuevos y contradictorios matices: sumisin y violencia, entrega y violacin, fertilidad y exterminio, y la Malinche ya no es santa o demonio, ejemplo de fidelidad o de traicin, sino una mujer protagonista y vctima de una Historia compleja y contradictoria, de fidelidad y traicin, de violacin y entrega. Unos aos ms tarde, Mariano Somonte aparentemente sigue las pautas de Octavio Paz, pero no se atreve a profundizar el tema tan complejo de la identidad mexicana. Traza su perfil desde una ptica enraizadamente machista y, no por casualidad, titula su libro Doa Marina, la Malinche subrayando la abnegacin amorosa de doa Marina y su dependencia fsica, sentimental y sexual respeto al hom-

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bre, lo que equivale, simplificndolo, a lo que deca Paz a propsito de la correspondencia entre la Malinche y la Chingada:
Doa Marina ama por primera vez a un hombre, y, como es lgico, se supedita a su voluntad; es una ley biolgica. En el ayuntamiento sexual de un macho y una hembra, se impone el ms fuerte, el macho, y la hembra se doblega a su voluntad a travs del imperioso deseo sexual con miras a conservar la especie. Ella era una esclava, un objeto que se vende o se regala; l, un hombre poderoso; respeta a la mujer y predica que en el hogar slo debe de haber una [...]. A l, los suyos le tienen por un dios, le obedecen y veneran. Es para ella un ser casi sobrenatural, que vence ejrcitos numerosos porque dispone del rayo que escinde y resquebraja los grandes encinos. Un hombre a quien los caciques halagan, los soldados respetan y sus propios sacerdotes tratan con veneracin (Somonte 1968: 131).

Opuesto es el juicio de Torruco Saravia que ya en el ttulo, Doa Marina, Malintzn, y apelndose a las palabras de Len Portilla, rechaza el malinchismo:
Es tiempo ya de quitar a Doa Marina el estigma de traidora, de seguirla tomando como chivo expiatorio de la conquista. Leamos y releamos nuestra historia para convencernos de que ella no tiene porque cargar con esa culpa. Dejemos ya de creer canalizar nuestra sangre azteca, totonaca, zapoteca, tarasca, etc., y espaola por conductos separados en nuestro cuerpo. Ya basta, somos producto de un hecho irreversible: Quermoslo o no, en la doble herencia, indgena e hispnica, estn las races ms profundas de la realidad histrica de Mxico. Slo en funcin del propio ser con cultura mestiza, y no de algo hipottico o imaginario, se torna significativo el presente y se abre la atalaya para avizorar los

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tiempos que estn por venir (Len-Portilla). Reivindiquemos a Malintzin quitando de nuestro lxico el adjetivo que la denigra, que ofende su memoria. Evoqumosla como lo merece: MALINTZIN (Torruco Saravia 1987: 52).

Esta mujer moderna se presta egregiamente a ser protagonista de obras de ficcin en la segunda mitad del siglo XX, cuando el tema de la Conquista vuelve a ser central tambin en la narrativa retomando, a menudo, la lnea trazada por aquel primer Xicotncatl: ficcionalizar la otra cara de la Conquista, escribir una historia alternativa, invertir los roles y los caracteres tradicionales en la relacin hroe-antihroe. Hay ciertamente, sobre todo cuando no es protagonista, juicios tajantes y perentorios o irnicos y pardicos (por ejemplo en Concierto barroco de Alejo Carpentier: La Malinche esa fue una cabrona traidora y el pblico no gusta de traidoras, Carpentier 1997: 69107), pero en los autores contemporneos generalmente es mujer problemtica, en la que es posible concentrar y debatir mltiples temticas. Ejemplar es el tratamiento que le reserva Carlos Fuentes, narrador obsesionado por la historia profunda e inaccesible de Mxico, que ha logrado una plenitud de comunicacin gracias al continuo trasvase entre la obra crtica y la literaria que as se enriquecen mutuamente. Pienso principalmente en dos operaciones paralelas: en 1993 publica simultneamente un volumen de ensayos, Geografa de la novela, y uno de cuentos, El naranjo; con un pequeo desfase temporal repite la operacin con El espejo enterrado (1997), recopilacin y
107 Este es el juicio de un personaje, en absoluto podemos adjudicarlo al autor. Carpentier ha escrito tambin una breve obra de teatro sobre la Malinche, La aprendiz de bruja (1956), cuyos protagonistas son Corts, Aguilar, Sandoval y doa Marina: la irona es la nota dominante que consigue edulcorar la presentacin de un Corts maquiavlico y sin escrpulos.

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reajuste de artculos y ensayos historiogrficos, y Los cinco soles de Mxico (2000), antologa de cuentos y captulos de novelas. Juntos, los cuatro volmenes escriben una sola gran Historia de Mxico y justifican las diversas modalidades de representacin: el texto historiogrfico y la ficcin histrica. Confrontando los unos y los otros, es posible afirmar que la Malinche constituye para Fuentes el smbolo mismo de Mxico, y que en las obras de creacin el mismo autor habla a travs de su voz: por haber sido madre del primer mestizo mexicano, por haber sufrido y gozado esa condicin de vencida y vencedora, por haber sido lengua de Corts y Montezuma, es la madre y la voz de todo mexicano. Y como lengua, posee el poder de la palabra, poder supremo ante el cual el escritor Fuentes se inclina, ya que es la palabra que ha hecho la Historia y ha impuesto el discurso historiogrfico de los vencedores, al cual hoy hay que responder con otro discurso, igualmente parcial y marcado ideolgicamente:
Cmo recuperar ese pasado sino mediante un esfuerzo de imaginacin? No tenemos documentos, no podemos ir por la calle a entrevistar al hombre del siglo XVII o al indio exterminado en el XVI. Tenemos que apelar a nuestra imaginacin ms profunda, no se puede hacer ms: de otra forma este pasado nunca ms podremos recuperarlo (Fuentes en Reyzbal 1988: 28).

Y la imaginacin puede ayudar a


crear en el Nuevo Mundo hispnico, un mundo nuevo, una realidad mejor, en contra del capricho del ms fuerte, que se sustenta en la fatalidad; a favor del dilogo y de la coexistencia, que se sustentan en la libertad, y otorgndole un valor especfico al arte de nombrar y al arte de dar voz (Fuentes 1994: 40). 275

La Malinche est aludida en casi todas las obras de Fuentes y, aunque rara vez tome la palabra, de ella hablan los dems. En el cuento Las dos orillas (El naranjo, 1993), el yo dueo de la palabra pertenece a Jernimo de Aguilar quien comparti con ella el privilegio de la lengua: es un punto de vista, como acaece a menudo en las novelas histricas de la segunda mitad del siglo XX, alternativo y disidente, que hasta presenta una posibilidad histrica desconocida que adelantara a la llegada misma de Corts en el golfo de Veracruz la fecha del primer proyecto de rebelin antiespaola en tierra americana. Como ya veamos, las fuentes historiogrficas separan decididamente las vidas de los dos nufragos Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero por sus opuestas decisiones frente a la llegada de los espaoles: el primero elige reincorporarse a la civilizacin, el segundo permanecer en la barbarie. Fuentes en cambio une el destino de los dos nufragos en la eleccin de matar a Corts:
si yo me fui con Corts y Guerrero se qued en Yucatn, fue por comn acuerdo. Queramos asegurarnos, yo cerca de los extranjeros, Guerrero cerca de los naturales, que el mundo indio triunfase sobre el mundo europeo (Fuentes 2000: 72).

Pero el plan fracas (la culpable fue una mujer, Fuentes 2000: 50) no slo porque, al ser la amante de Corts, la Malinche tuvo un poder mayor, sino porque impuso su palabra:
Una vez ms, fue la intrprete doa Marina la que decidi la contienda, aconsejndole con fuerza al rey [...]; los extranjeros, pero tambin esta tabasquea traidora, eran dueos de un vocabulario vedado por Moctezuma (Fuentes 2000: 55).

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No es suficiente que Aguilar diera a Moctezuma el secreto de la debilidad de Corts, como doa Marina le haba dado a Corts el secreto de la debilidad azteca: la divisin, la discordia, la envidia (Fuentes 2000: 56), porque Aguilar nunca pudo competir con Malinche y Corts en las artes del disimulo, la treta y la pausa (Fuentes 2000: 55). Como si eso no fuera suficiente, la Malinche gana definitivamente la competicin con Aguilar aprendiendo espaol:
ya no haca falta, la hembra diablica lo estaba traduciendo todo, la tal Marina hideputa y puta ella misma haba aprendido a hablar el espaol, la malandrina, la mohatrera [...], la coima del conquistador, me haba arrebatado mi singularidad profesional, mi insustituible funcin, vamos, por acuar un vocablo, mi monopolio de la lengua castellana [...]; la lengua era ms que la dignidad, era el poder; y ms que el poder, era la vida misma que animaba mis propsitos (Fuentes 2000: 60-62).

Las dos orillas, si bien mira a la Malinche con el ojo indgena, y por lo tanto como traidora y partidaria de Corts, le reconoce en positivo la paternidad del Mxico actual en su doble funcin de madre y de lengua, y todo el cuento es un himno al poder de la palabra: si Jernimo fue amo transitorio de las palabras y las perdi en desigual combate con una mujer (Fuentes 2000: 75), fue gracias a la Malinche que la lengua y las palabras triunfaron en las dos orillas. El cuento de Aguilar, vencido y humillado, es una
cuenta al revs [...] partiendo de diez para llegar a cero, a fin de indicar un perpetuo reinicio de historias perpetuamente inacabadas, pero slo a condicin de que las presida, como en el cuento maya de los dioses de los Cielos y de la Tierra, la palabra (Fuentes 2000: 80). 277

Porque, como Fuentes ha escrito en El espejo enterrado,


cuando todo haba terminado, cuando el emperador Moctezuma haba sido silenciado por su propio pueblo, cuando el propio conquistador, Hernn Corts, haba sido silenciado por la Corona de Espaa que le neg poder poltico en recompensa a sus hazaas militares, quizs slo la voz de la Malinche permaneci. La intrprete, pero tambin la amante, la mujer de Corts, la Malinche estableci el hecho central de nuestra civilizacin multirracial, mezclando el sexo con el lenguaje [...]. La Malinche pari hablando esta nueva lengua que aprendi de Corts, la lengua espaola, lengua de la rebelin y la esperanza, de la vida y la muerte, que habra de convertirse en la liga ms fuerte entre los descendientes de indios, europeos y negros en el hemisferio americano (Fuentes 1997a: 161).

Y si la Malinche tampoco toma la palabra en Los dos Martines108 (El naranjo, 1993), de ella habla profusamente su hijo Martn II109, reconocindole ese mismo poder: intrprete leal [...] iletrada tambin, pero poseda por el demonio de la lengua (Fuentes 2000: 88). En ese cuento, necesitndose los dos Martines el uno al otro, se cumple la alianza entre mestizos y criollos en funcin antiespaola, convirtindose los dos en los lderes de la primera rebelin americana:

108 Los dos hijos de Corts: el legtimo y el ilegtimo. Con el ttulo de Los hijos del conquistador est incluido en Los cinco soles de Mxico, de donde cito. 109 Lo mismo hace Martn I con su madre, Juana de Ziga, as que el cuento se puede leer tambin como un dilogo a distancia entre las dos madres o los dos smbolos de la sangre mexicana, la madre espaola y la indgena.

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Martn II: Hago un esfuerzo por congraciarme contigo, hermano Martn. Acepto que por razones distintas, pero al cabo comunes, los dos tenemos algo que hacer juntos [...]. Martn I: Martn Corts el segundn, el mestizo, el hijo de la sombra. Sin ti, nada poda yo en esta tierra. Te necesitaba a ti, hijo de la Malinche, para cumplir mi destino en Mxico. Qu desgracia, desgraciado hermano: necesitarte a ti, el menos seductor de los hombres! (Fuentes 2000: 96 y 99).

Fallida la insurreccin, el Martn criollo va a morir en Espaa, rico pero olvidado y, como su padre, desposedo de todo poder; en cambio el Martn mestizo, orgullosamente, reivindica para su madre y s mismo el rol fundacional de lo mexicano:
Madre: Slo contigo venci nuestro padre. Slo a tu lado conoci una fortuna en ascenso [...]. Yo te bendigo, mamacita ma. Te agradezco mi piel morena, mis ojos lquidos, mi cabellera como la crin de los caballos de mi padre, mi pubis escaso, mi estatura corta, mi voz cantarina, mis palabras contadas, mis diminutivos y mis mentadas, mi sueo ms largo que la vida, mi memoria en vilo, mi satisfaccin disfrazada de resignacin, mis ganas de creer, mi anhelo de paternidad, mi perdida efigie en medio de la marea humana prieta y sojuzgada como yo: soy la mayora110 (Fuentes 2000: 119).

No es, esto de los dos Martines, un mero juego literario, sino que hay un texto originario que es mucho ms que
110 Reencontramos la misma idea en el texto ensaystico Crisis y continuidad cultural: Son parte de la historia de la contraconquista la revuelta nacionalista de los dos Martn Corts, el hijo del conquistador Hernn Corts y de su lengua y amante india, la Malinche, y su hermano, el Martn legtimo, en la primera generacin de mestizos mexicanos, as como la revuelta milenarista de Tupac Amaru... (Fuentes 1997b: 25-26).

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una simple fuente historiogrfica: Virginia Gil ha averiguado detalladamente cmo las palabras de los dos hermanos son una teatralizacin del Tratado del descubrimiento de las Indias y su conquista (1589) de Juan Surez de Peralta que retrataba con nostalgia una poca perdida para siempre: la gestada en Nueva Espaa a partir de la conquista, cuya lite socioeconmica la formaron los principales conquistadores (Gil 2004: 82). Distribuyendo las palabras y los pensamientos de Peralta en dos contricantes, Fuentes obtiene diversos resultados: agilizar el asunto y hacerlo narrativamente vlido, y al mismo tiempo demostrar una vez ms la no-fiabilidad del texto historiogrfico o ensaystico, ya que puede servir para sustentar diversos y hasta opuestos discursos, como el del criollo y el del mestizo, aliados por una vez pero encarnacin de modelos de nacin muy diferentes: slo a partir de esta alianza, sigue insinuando Fuentes, es posible un futuro para Mxico, en un sincretismo positivo que no sea simplemente una vivencia superficial y contradictoria como lo era para Peralta, que poda
jactarse frente a los espaoles peninsulares de su ligazn criolla con los naturales, aludiendo a las amas de cra indgenas que tuvieron los criollos y en paralelo protestar [...] por las medidas de la corona para acabar con la esclavitud de esos mismos indgenas (Gil 2004: 82).

Si Las dos orillas es un himno al poder de la palabra, Los dos Martines lo es al mestizaje; un himno doloroso a la Malinche madre a la vez que una reiterada afirmacin de su rol mltiple y central es la obra teatral Ceremonias del alba (1991), nueva versin de Todos los gatos son pardos (1970) en la que finalmente la mujer toma la palabra. Tam280

bin de este texto un fragmento est publicado en Los cinco soles de Mxico, confirmando el rol central que tiene la Malinche en el pensamiento y en la escritura de Fuentes. La invitacin de la Malinche al hijo recin nacido metafricamente el Mxico todo para que afirme orgullosamente los derechos de su origen indio est hecha con voz alterada, con voz de lucha y reivindicacin:
habla fuerte, pisa fuerte en el suelo de plata y polvo, canta, cabalga, hijo mo, en los corceles de tu padre; quema las casas de tu padre como l quem las de tus abuelos, clava a tu padre contra los muros de Mxico como l clav a su dios contra la cruz, mata a tu padre con sus propias armas: mata, mata, mata, hijo de puta, para que no te vuelvan a matar a ti, t debers ser la serpiente emplumada, la tierra con alas, el ave de barro, el cabrn y encabronado hijo de Mxico y Espaa: t eres mi nica herencia, la herencia de Malintzin, la diosa, de Marina, la puta, de Malinche, la madre (Fuentes 1991: 109).

Pero en este mismo texto no falta tampoco la voz madura del autor, la voz de la reconciliacin, la que se encuentra plenamente declinada en El espejo enterrado y El naranjo. En efecto, ya desde la Nota del autor, Fuentes reconoce a Marina un inmenso poder:
El poder y la palabra. Moctezuma o el poder de la fatalidad; Corts o el poder de la voluntad. Entre las dos orillas del poder, un puente: la lengua, Marina, que con sus palabras convierte la historia de ambos poderes en destino (Fuentes 1991: 9).

A lo largo de la obra, las palabras de Marina son siempre de fe en el poder de la palabra, casi una invitacin al
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lector para que identifique las dos voces, la de Malinche y la de Fuentes: Es la historia de dos poderes: el poder de la voluntad y el poder de la fatalidad. Y, en medio, el poder de la palabra, que soy yo (Fuentes 1991: 112). El poder de la palabra y del mestizaje, del encuentro fecundo de hombres y culturas, del dilogo. Por eso le dice a Corts: Toma lo que est construido aqu y construye al lado de nosotros. No asesines a mi patria. No nos quites nuestra historia, pues tambin gracias a ella eres quien eres (Fuentes 1991: 98). En la lnea trazada por Fuentes, pero con una mirada en femenino y varias concesiones a la literatura de gnero111, se sita Laura Esquivel quien, en su novela Malinche (2005), otorga finalmente a Marina derecho de contar su propia historia, con una voz que quiere ser, a la vez, indgena y femenina (aunque expresada en tercera persona, la autora se identifica con el punto de vista de la Malinche). Pero algo no funciona en la estructura narrativa porque lo que en su precedente novela, Como agua para el chocolate, era invento, alusin, magia, aqu en cambio tiene su explicacin, su gnesis en la cosmovisin azteca, que la autora generosamente despliega delante de nuestra mirada. As nos percatamos inmediatamente de que la visin indgena es artificial, que
111 Naturalmente, si bien el objeto de mi discurso es la imagen de la Malinche que emerge de los textos, no es posible prescindir completamente del juicio sobre el valor literario de las obras examinadas. Desde este punto de vista Malinche es una obra dbil, voluntariosamente sincrtica: incapaz de tomar posicin decididamente entre una perspectiva europeoracional o mgico-realista, no consigue nunca asumir como propia la voz de la Malinche y presentar al narrador como sujeto interno a la cultura del personaje; al revs, necesita explicar prolija y didasclicamente cada cosa, desde los augurios [que] pronosticaban la cada del imperio (Esquivel 2006: 29) al calendario azteca, desde el significado del huipil al rito del sacrificio humano, etc.

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todava es la visin occidental la que interpreta y explica un mundo otro, aunque perfectamente conocido. No hay dudas acerca del intento de la Esquivel: en la lnea de Paz, llegar a concebir la pareja Corts-Malinalli como el Principio, como la Dualidad de la cosmovisin precolombina que se transforma en el sistema monotesta occidental. Dos elementos concurren a esta interpretacin: el ttulo, Malinche, sin artculo ni indicador de gnero, que se refiere a los dos, el y la Malinche (en el texto a ella se le llama siempre Malinalli) que en el momento tope de la Conquista aparecen como una sola mente y un solo brazo, y la estructura de la primera parte de la novela que se presenta como binaria, cada captulo dividido en dos partes paralelas una sobre Marina, otra sobre Corts, desde el nacimiento de ambos hasta el encuentro que se alternan acortando cada vez ms las distancias, hasta el captulo cinco: Malinalli y Corts penetraron desnudos al temascal (Esquivel 2006: 87). Retomando el discurso sobre los nombres de Marina, por ejemplo, se evidencia claramente esta tcnica narrativoensaystica de decirlo todo, de explicarlo, organizando un discurso artificialmente sincrtico y no selectivo:
Cuando la ceremonia [el bautismo] termin, Malinalli se acerc a Aguilar, el fraile, para preguntarle cul era el significado de Marina, el nombre que le acababan de poner. El fraile le respondi que Marina era la que provena del mar [...]. Insisti con el fraile, pero la nica respuesta adicional que obtuvo fue que lo haban elegido porque Malinalli y Marina guardaban cierta similitud fontica [...]. Enseguida quiso pronunciarlo pero le fue imposible. La erre de Marina se le atoraba en la punta de la lengua y lo ms que logr despus de varios intentos fue decir Malina, lo cual la dej muy frustrada (Esquivel 2006: 50-51).

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A lo largo del texto, coherentemente con la voz indgena que la Esquivel ha impuesto al narrador omnisciente, se le llama constantemente Malinalli, y constantemente se construye su trayectoria indicando la Palabra como su destino y su fe: desde las modalidades de su nacimiento (con el cordn umbilical en la boca) al discurso de bienvenida que hace su padre:
Tu palabra ser el fuego que transforma todas las cosas. Tu palabra estar en el agua y ser espejo de la lengua. Tu palabra tendr ojos y mirar, tendr odos y escuchar, tendr tacto para mentir con la verdad y dir verdades que parecern mentiras [...], habrs de nombrar a los dioses y habrs de darle voces a los rboles, y hars que la naturaleza tenga lengua y hablar por ti lo invisible y se volver visible en tu palabra. Y tu lengua ser palabra de luz y tu palabra, pincel de flores, palabra de colores que con tu voz pintar nuevos cdices (Esquivel 2006: 16).

Ms adelante, Esquivel es an ms explcita, sembrando a lo largo del texto numerosos prrafos donde se subraya la importancia de la Palabra: Esta era una empresa construida desde el principio a base de palabras. Las palabras eran los ladrillos y la valenta la argamasa. Sin palabras, sin lengua, sin discurso no habra empresa, y sin empresa, no haba conquista (Esquivel 2006: 42). En esta funcin de duea de la palabra alternar momentos de orgullo con otros de desconfianza y miedo: Ella, la esclava que en silencio reciba rdenes, ella, que no poda ni mirar directo a los ojos de los hombres, ahora tena voz, y los hombres, mirndola a los ojos, esperaban atentos lo que su boca pronunciara. Pero, nuestra moderna Malinche lo sabe muy bien, la traduccin nunca es un acto neutral y no es posible ser contemporneamente fiel a Corts, a los

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dioses y a los mexica: Al traducir, Malinalli poda cambiar los significados e imponer su propia visin de los hechos y, al hacerlo, entraba en franca competencia con los dioses, lo cual la aterrorizaba (Esquivel 2006: 73). La palabra, por lo tanto, la transforma de esclava de los hombres a duea de su destino, con un poder sin par en la vida pblica; pero, ms all de todo, est Corts, el hombre que la ha conquistado y dominado en la vida privada, del cual, finalmente, ve la verdadera naturaleza, ambicin y crueldad sin lmites: Este hombre es insaciable [...] Parece que lo nico que lo despierta a la vida es la muerte. Lo nico que lo hace gozar es la sangre. El deseo de destruir, de romper, de rasgar, de transformar (Esquivel 2006: 154). Efectivamente, la masacre de Cholula constituye el punto de ruptura y de mxima dramaticidad del texto, no tanto por la interpretacin historiogrfica del evento, sino porque en este momento Malinalli parece despertarse de un sueo y entrar en una pesadilla: es el momento del descubrimiento de una realidad que hasta ahora no haba querido ver, y de la toma de conciencia en un camino de emancipacin como mujer y como india, pero tambin como personaje pblico. La masacre de Cholula significa dar espacio a los sentidos de culpabilidad tan propios de la religin cristiana por haber confesado a Corts el proyecto de rebelin de los cholultecas, y a las dudas sobre su nueva religin: si haba aborrecido de su antigua religin (saber que el reino que permita los sacrificios humanos y la esclavitud estaba en peligro de desaparecer le proporcionaba tranquilidad, Esquivel 2006: 79), ahora las crueldades de Corts en Cholula la hacen dudar tambin de la religin catlica que permita tales atrocidades: Qu tipo de dios permita que en su nombre se asesinara sin piedad a inocentes? (Esquivel 2006: 102).

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Pero significa sobre todo el fin de un sueo, iniciado con el ritual del temascal, cuando la Malinche haba credo y confiado en el encuentro feliz de dos destinos, individuales y colectivos:
senta que el ritual haba tenido efecto, vio salir a Cortes purificado, renacido, cambiado. Cual serpiente, haba mudado de piel haba dejado el cascarn viejo dentro del temascal. Senta que haber participado juntos en esa ceremonia los una ms, los haca cmplices (Esquivel 2006: 96).

Es un sueo que dura muy poco, y al despertarse Malinche ver quin es realmente Corts:
El frenes de asesinatos, saqueo y sangre dur dos das, hasta que Corts restableci el orden [...]. Segn Corts este horror fue bueno para que los indios viesen y conociesen que todos sus dolos eran falsos mentirosos, que no los protegan adecuadamente, pues, ms que dioses, eran demonios [...]. Los miles de cadveres desmembrados, sin vida, sin propsito tomaron presa el alma de Malinalli. Su espritu ya no le perteneca, haba sido capturado durante la batalla por esos cuerpos inertes, indefensos, insalvables [...]. Ella nunca podra volver a ser la misma. La Malinalli de ahora era otra, el ro era otro, Cholula era otra, Corts era otro. Malinalli record las manos de Corts y se estremeci. Ella haba visto la crueldad en las manos de Corts (Esquivel 2006: 99-101).

Si este es el punto de vista de Malinalli, que parece condenar a Corts entre los brbaros, en otra ocasin la autora salva al capitn espaol indicndolo como hombre culto y civil, que bien conoce el gran poder persuasivo de la palabra:
Los caones y la caballera surtan efecto entre la barbarie, pero dentro de un contexto civilizado lo ideal era lograr alianzas, negociar, prometer, convencer, y todo esto slo 286

poda lograrse por medio del dilogo, del cual [Corts] se vea privado desde el principio [...] Sin palabras, sin lengua, sin discurso no habra empresa, y sin empresa, no haba conquista (Esquivel 2006: 42).

Queda naturalmente sin respuesta una pregunta que abre una grieta en el mundo narrativo de Esquivel: por qu, si en Cholula Corts tena a una lengua fiel, hubo de renunciar al dilogo civil y hacer uso de violencia? Naturalmente es un episodio histrico que la ficcin no puede borrar o ignorar, pero no es coherente con el discurso expresado hasta ahora en la novela: choca rotundamente con la imagen de Corts que la Esquivel haba construido precedentemente su supuesto carcter pacfico pero al mismo tiempo es necesario para justificar el cambio en Malinalli, que se despierta y decide renunciar a su poder, al poder de la Palabra. Empieza ahora, en efecto, la revolucin privada de Malinalli: ahora es una feminista ante litteram, anacrnicamente:
Para ti yo no tengo alma ni corazn, soy un objeto parlante que usas sin sentimiento alguno para tus conquistas. Soy la bestia de carga de tus deseos, de tus caprichos, de tus locuras [...]. Lo que quiero es que despiertes y que aceptes la oportunidad que te ofrezco de ser felices, de ser una familia, de ser un solo ser [...]. Detn el delirio interminable de tu corazn y bebe de la paz para que cese tu ambicin y tu delirio (Esquivel 2006: 158-159).

La Historia de Corts va por otros derroteros, la tendr todava a su servicio como lengua pero la rechaza como mujer, hacindola casar con Juan Jaramillo; restituida al anonimato, realiza su sueo: una familia normal que le permite recuperar su identidad y tranquilidad a cambio de que mate la otra parte de s misma, la lengua:
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Pens en los momentos en que la boca de Corts y su boca fueron una sola boca y el pensamiento de Corts y su lengua una sola idea, un universo nuevo. La lengua los haba unido y la lengua los separaba. La lengua era la culpable de todo. Malinalli haba destruido el imperio de Moctezuma con su lengua [...]. Decidi entonces castigar el instrumento que haba creado ese universo. De noche, atraves parte de la vegetacin, hasta encontrar un maguey del cual extrajo una espina y con ella se perfor la lengua. Empez a escupir la sangre como si as pudiese expulsar de su mente el veneno, de su cuerpo la vergenza y de su corazn la herida. A partir de esa noche, su lengua no volvera a ser la misma. No creara maravillas en el aire ni universos en el odo. No volvera a ser jams instrumento de ninguna conquista. Ni ordenara pensamientos. Explicara la historia. Su lengua estaba bifurcada y rota, ya no era instrumento de la mente. Como resultado, la expedicin a las Hibueras fue un fracaso. La derrota de Corts se hunda en el silencio (Esquivel 2006: 163).

Con este sacrificio puede renacer la mujer, gracias al amor de Jaramillo, a un nuevo contacto regenerador con la naturaleza y al orgullo de ser la Madre del Nuevo Mxico:
Los nuevos sabores [fruto de la milpa y de la huerta] en la comida surgan sin poner resistencia al mestizaje [...]. Sus hijos eran producto de diferentes sangres, de diferentes olores, de diferentes aromas, de diferentes colores. As como la tierra daba maz de color azul, blanco, rojo y amarillo pero permita la mezcla entre ellos era posible la creacin de una nueva raza sobre la tierra. De una raza que contuviera a todas. De una raza en donde se recreara el dador de la vida, con todos sus diferentes nombres, con todas sus diferentes formas. Esa era la raza de sus hijos (Esquivel 2006: 176-177).

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Laura Esquivel quiso componer una obra sincrtica en la que cupieran todos los matices y los caracteres atribuidos durante cinco siglos a la protagonista: astuta y mite, ambiciosa y vctima, iluminada por el nuevo Dios pero tambin fiel a su religin natural, amante apasionada y madre cariosa. Igualmente, no toma posicin ni indica buenos y malos, al contrario siembra indicios que aluden a la categora de encuentro entre civilizaciones. Un encuentro entre hombres y civilizaciones diversas posible gracias a la palabra y a la mediacin de una mujer que pero, para conseguir la felicidad, tiene que renunciar al poder. El ltimo paso112 en la ficcin hasta ahora la Malinche lo da en la obra de la mexicana-uruguaya Fanny del Ro en La verdadera historia de Malinche (2009) apoderndose, finalmente, de la palabra directa: en treinta cartas y en el Testamento cuenta su propia historia al hijo que, todava nio, le fue arrancado para que estudiara y viviera en Espaa, libre de tentaciones e influencias de su mitad indgena. Naturalmente la identidad del destinatario condiciona profundamente el tenor y el contenido de las cartas: lo que parece importar ms a esta Malinche es dar a su hijo una versin positiva de su relacin con Corts y, como si conociera ya todas las crticas, las dudas y los interrogantes que pesarn sobre su nombre, aclarar y justificar sus actos.

112 No faltan otras novelas, siempre escritas por mujeres, pero no aportan ninguna nueva interpretacin del personaje ni de la Historia. Recordamos slo, en Colombia, Malintzn, princesa regalada (1999) de Flor Romero de Nohra, por un indito eplogo: doa Marina narra en primera persona su historia de amor con un Corts humano, respetuoso de la mujer y del pueblo conquistado; en el final aparece en la Ciudad de Mxico del siglo XX y se sorprende de que su nombre an hoy sea sinnimo de traidora.

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El resultado es un relato tradicional las cartas constituyen los captulos que siguen el orden cronolgico de los acontecimientos que desarrolla su discurso alrededor de un ncleo narrativo compacto, donde todas la teselas se posicionan sin esfuerzo, en un crescendo sin fisuras, sin las dudas, los remordimientos, el deseo de salvar lo salvable de su antigua religin o de condenar a Corts por sus violencias a veces gratuitas, que hemos visto en la Malinche adulta de Laura Esquivel. Los sentimientos que guan su actuacin son los cannicos, odio y amor: el odio a los mexicas que haban matado a su padre (extirpar de la tierra la presencia, la huella y la memoria de mi aborrecido enemigo [...]. Me aferr a ese odio como a un amor, y le fui constante y devota, Ro 2009: 133) y el amor incondicional hacia Corts, aun cuando fuera repudiada por l (Tena poco ms de un ao al lado de mi Capitn, Martn, y era tan parte de m, y yo tan parte suya, que pareca, no mi esposo y seor, sino ms: mi padre, mi carne, Ro 2009: 129) fortalecido por la fe milagrosamente adquirida (me despoj de todas mis creencias anteriores y fui cristiana en mi corazn a partir de aquel instante, mientras fray Bartolom daba la primera misa de la Nueva Espaa, Ro 2009: 40). A pesar del propsito declarado (Voy a contarte todo como pas, Martn Corts, no como lo narr a la Corte don Fernando, sino como lo sufr yo, Malinali, la heredera traicionada, la esclava india que acept la hostia y, con ella, el nombre de Marina, Ro 2009:12) que dejara esperar una historia de reivindicacin de un sujeto doblemente marginado mujer e india, nada hay que revolucione la Historia conocida y su interpretacin, nada de visin poscolonial (la esclava indgena) y/o posmoderna (la mujer), excepto la conciencia del papel que la Historia le ha reser-

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vado, que se le revela en el primer encuentro con Motecuhzoma: el rey de Mxico est en tus manos, l habla por ti, oye por ti, confa a ti sus ms hondos temores: eres la persona ms importante del mundo en este instante, el puente sin el cual estos dos mundos habran continuado ignorndose (Ro 2009: 98). Por lo que concierne al nombre hemos visto cunta importancia puede tener para una lectura ideolgica del texto, en las primeras lneas encontramos una acumulacin acrtica, como si la mujer quisiera presentarse a su hijo a tutto tondo, con todos sus matices y todas sus caras, consignndole todas las coordenadas para que pueda re-conocerla:
A don Martn Corts, de su madre, Marina Tenepoalti, ciudad de Mxico-Tenochtitlan, reino de la Nueva Espaa, en el mes de julio de 1530 [...]. Han transcurrido tantos aos desde la ltima vez que mir tu rostro, tan serio aun cuando eras pequeo113 como un colibr, que tengo miedo de slo pensar que ya no recuerdes a Malinali. Soy yo, mi chiquito, la princesa Malintzin, doa Marina (Ro 2009: 11).

La acumulacin, si no responde a necesidades estticas y programticas, es sntoma de imposibilidad incapacidad de profundizar en una interpretacin, compleja y contradictoria si se quiere, y serle coherentemente fiel. Si la historiografa ha borrado la voz de los vencidos y, entre ellos, la de la Malinche, por ser mujer e india aunque arrimada a los vencedores, a partir de las pginas reveladoras de Octavio Paz, los narradores de la nueva novela hispano113 Como se dice ms adelante en el texto, Martn haba nacido el 22 de octubre de 1522; el 12 de octubre (fecha fatal!) de 1524 Corts lo envi a Espaa para que creciera [...] entre iguales con una educacin cristiana (Ro 2009: 112).

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americana le han restituido voz e identidad, intentando, a travs de ella, dar voz al Mxico profundo, mestizo: puente, junto a los dos Martines, a Aguilar y Guerrero, entre dos orillas y dos mundos, ha sido descubierta tambin por la mirada femenina pero sin que esta mirada, por lo menos en el campo de la narrativa, ms all de sus buenos propsitos, consiga desvelar un rostro nuevo y dar pruebas literariamente vlidas. 3.3. Aguilar y Guerrero Otros personajes misteriosos que han llegado a ser protagonistas de muchas re-escrituras que llenan los huecos de la Historia con historias diferentes, son los ya citados Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. Si el gran capitn en sus Cartas de relacin casi no nombra a los dos nufragos, porque su relato slo se ocupa de los grandes Hombres y, sobre todo, de s mismo, una vez ms es Bernal Daz del Castillo114 quien, desde su ptica
114 Camin el Aguilar a donde estaba su compaero, que se deca Gonzalo Guerrero, en otro pueblo cinco leguas de all, y como le ley las cartas, Gonzalo Guerrero le respondi: Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos, y tinenme por cacique y capitn cuando hay guerras. Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. Qu dirn de m cuando me vean esos espaoles ir de esta manera? Y ya veis estos mis hijitos cun bonitos son. Por vida nuestra que me deis de esas cuentas verdes que trais para ellos, y dir que mis hermanos me las envan por tierra? Y asimismo la india mujer del Gonzalo habl a Aguilar en su lengua muy enojada, y le dijo: Mira con qu viene este esclavo a llamar a mi marido; dos vos y no curis de ms plticas. Aguilar torn a hablar al Gonzalo, que mirase que era cristiano, que por una india no se perdiese el nima, y si por mujer e hijos lo haca, que la llevase consigo si no los quera dejar. Y por ms que le dijo y amonest, no quiso venir. Parece ser que aquel Gonzalo Guerrero era hombre de la mar, natural de Palos (Daz del Castillo 1939: 117-118).

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diferente, no duda en rescatarlos del olvido al igual que ha rescatado a la Malinche: muchas lneas dedica a Aguilar e indirectamente a Guerrero que as recupera su justo lugar en la Historia (lo nombra 58 veces), no slo por su oficio reconocido ser lengua sino tambin por otras tareas suyas como la evangelizacin (cosas tocantes a nuestra santa fe [que] fueron muy bien declaradas, porque doa Marina y Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertos en ello, que se lo daban a entender muy bien). An ms explcito es Diego de Landa en su Relacin de las cosas de Yucatn (1563-1572): los nufragos que haban acompaado a Valdivia hacia Santo Domingo,
de dolencia murieron quedando solos Gernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, de los cuales Aguilar era buen cristiano y tena unas horas por las cuales saba la fecha [...]; ste se salv con la ida del marqus Hernando Corts [...] y Guerrero, como entenda la lengua, se fue a Chectemal [...], all le recibi un seor llamado Nachancn, el cual le dio a cargo las cosas de la guerra en que tuvo muy bien, venciendo muchas veces a los enemigos de su seor, y que ense a los indios pelear [...] y que con esto y con tratarse como indio, gan mucha reputacin y le casaron con una muy principal mujer en que hubo hijos; y que por esto nunca procur salvarse como hizo Aguilar, antes bien labraba su cuerpo, criaba cabello y harpaba las orejas para traer zarcillos como los indios y es creble que fuese idlatra como ellos [...]. Aguilar, recibida la carta [de Corts] atraves en una canoa el canal entre Yucatn y Cuzmil y [...] vindole los de la armada fueron a ver quin era; y [...] Aguilar les pregunt si eran cristianos y respondindole que s, y espaoles, llor de placer y puestas las rodillas en tierra dio gracias a Dios [...]; los espaoles lo llevaron a Corts as desnudo como vena, el cual le visti y mostr mucho amor; y [...] Aguilar cont all su prdida y trabajos y la muerte 293

de sus compaeros y cmo fue imposible avisar a Guerrero en tan poco tiempo por estar ms de ochenta leguas de all (Landa 2000: 26-31)115.

En esta narracin, slo aparentemente neutra, Diego de Landa propone una lectura religiosa de la diferente eleccin ya que fue el ser buen cristiano de Aguilar lo que le permiti salvarse y volver a la civilizacin, mientras que Guerrero con su marca negativa con respecto a la fe pareca predestinado a ser idlatra. Cronistas e historiadores no se alejan de esta versin, subrayando siempre la innatural, brbara e inexplicable decisin de Guerrero y, al contrario, el buen carcter y la religiosidad de Aguilar. Algunos prefieren ignorar a Guerrero: si en la primera versin del sumario del cap. VI del Libro III de la Historia de Oviedo estaba la referencia a aquel Gonzalo marinero, renegado, que estaba hecho indio, en la redaccin definitiva ya no hay huellas de esta intitulacin. Al nufrago se le quita toda dignidad de personaje histrico y por eso memorable (Crovetto Crisafio Franco 1986: 34). En las novelas histricas del siglo XIX, por supuesto, se confirma la versin de los cronistas, con palabras de encomio hacia Aguilar y silencio sobre Guerrero. Una excepcin la constituye Eligio Ancona, autor de numerosas novelas histricas sobre la Conquista (ya hemos hablado de su Los mrtires del Anhuac), que en 1864 publica La cruz y la espada, en la que dedica un captulo entero a Guerrero, aunque sea en un relato de segunda mano: la india Zuhuy Kak cuenta al joven espaol Benavides la historia de amor entre su madre Kayab y Guerrero, a quien la noble india haba conseguido salvar del sacrificio. Slo el
115 Entre los cronistas e historiadores no hay acuerdo sobre la actuacin de Aguilar, si consigui o no hablar con Guerrero invitndolo a volver con los espaoles.

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amor hacia su mujer y sus tres hijos, y no una indianizacin sacrlega, impidi a Guerrero reintegrarse como Aguilar al campo espaol,
pero desde aquel da empez a marchitarse como las hojas de los rboles en el ardiente esto de nuestro pas. El recuerdo de la patria, principalmente cuando se tiene esperanza de volverla a ver, es muy triste y doloroso en una tierra extranjera, por grandes que sean los goces que nos proporcione [...] Dos aos despus de la partida de Aguilar, bajaba al sepulcro, invocando el nombre de su Dios y de su patria (Ancona 1950: 85-86).

Ya viuda sin consuelo, Kayab despus de unos cuantos aos se cas con un cacique de un pueblo cercano, de cuya unin naci Zuhuy Kak. En esta novela, mientras se confirma la imagen de Aguilar buen cristiano presente en las crnicas, se corrige la de Guerrero, siempre sealado como brbaro y traidor, aqu presentado como hombre dbil y vctima del sentimiento paternal, pero siempre fiel a su Dios y a su patria. No se habla de una posible traicin de Guerrero anterior a la llegada de Corts, y hacindolo morir slo dos aos despus, adems, se evita el espinoso problema de su presencia o, peor an, su jefatura en las batallas que en Yucatn los indios libraron en contra de los espaoles. Se corrige la Historia, rehabilitando a Guerrero, pero fundamentalmente no cambia el discurso sobre la Conquista y su papel civilizador y evangelizador. El primero en dar una lectura diferente sobre esta pareja tan dispar es Fernando Bentez quien en 1950 escribe La ruta de Hernn Corts: relatando su propio viaje siguiendo la ruta de los conquistadores, cuenta asimismo la conquista de Mxico proponiendo su propio discurso sobre la Historia. Aguilar

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no tiene vocacin de nufrago. Apocado y falto de iniciativa, desde el principio se resigna a no ser otra cosa que un esclavo [...] Algunos cronistas han querido ver en l, si no a un santo, por lo menos a un beato, y hasta se intent poner su vida como ejemplo y enseanza de nufragos disolutos [...], llega incluso a olvidarse de su espaol: su nica lectura es la de su inseparable libro de horas, escrito en latn [...]. Pero, bajo la apariencia de indio, vive insobornable su espritu de occidental. No ama la tierra que le ha deparado el destino, ni se mezcla a sus hombres, ni deja huella fecunda de su paso. Es en todo mediocre. Como intrprete de la expedicin, queda oscurecido por Doa Marina y nunca se distingue en la guerra o en otra actividad por nada notable. Al final, arrastrado por el herosmo de sus camaradas, tratar de adornar su historia de nufrago con el cuento de haber sido elevado por los indios al rango de capitn, pero la desastrosa situacin en que se le halla hecha por tierra su mentira. Gonzalo Guerrero, en cambio, no goza de buen crdito en las crnicas de la conquista. Se le considera un traidor a su sangre y a su cultura y aun se llega a decir que fue el inspirador de las batallas que libraron los indios de Yucatn contra los primeros expedicionarios espaoles. Fuera de estas referencias, slo tenemos de l las noticias amaadas que present Aguilar, porque de los renegados no gustan ocuparse los historiadores (Bentez 1964: 98-101).

As comenta, al final, la historia de los dos robinsones, consignando al olvido al buen Aguilar y rescatando al brbaro Guerrero:
Uno pas sin dejar rastro de su larga estancia en Mxico. Tena una educacin que lo haca impermeable a la asimilacin y al arraigo. El marinero iletrado, aunque su nombre y el de su descendencia se hayan perdido, quedar como el del

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primer espaol que sinti el llamado de nuestra patria. Fue el primer desarraigado europeo que uni sus destinos a los de una india annima, y sus tres guapos chicos, asimismo, nuestros primeros mestizos (Bentez 1964: 102).

Aun quedando firmemente anclado en la Historia, con este comentario y con la alusin a una posible intervencin de Guerrero contra la expedicin de Hernndez de Crdoba, sin condenarla, Fernando Bentez se sita como un innovador en la historiografa sobre la Conquista y como un pionero de la nueva novela histrica, aunque su novela quepa, en la forma y en el lenguaje, en la categora de novela histrica tradicional. La profeca de Bentez se ha cumplido: Aguilar nunca es protagonista de una obra de ficcin, aunque aparezca en muchas, con muy pocas diferencias de juicio sobre su figura siempre es un buen cristiano y hombre sin calidades mientras que el silencio de Guerrero deja abiertas ms posibilidades, aunque naturalmente no todos los nuevos novelistas siguen la ruta de Bentez. En una novela reciente, con un paratexto muy sugerente y aparentemente subversivo (Como conquist a los aztecas, escrito por Hernn Corts con la colaboracin de Armando Ayala Anguiano, 2006) que dejaba vislumbrar una posibilidad narrativa revolucionaria, nada nuevo se aade ni se corrige la Historia oficial de la conquista de Mxico. El autor no tiene ninguna intencin crtica o pardica, y hasta me parece una perspectiva miope y torpe ya que afirma que se inspir, adems que en las Cartas de Corts, en los estudios sobre el mundo azteca de Alfonso Caso, Ignacio Bernal, Miguel Len-Portilla, etc. y que las opiniones de Corts coincidan seguramente con las de estos investigadores (Ayala Anguiano 2006: 10). Todo esto sin irona
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alguna. El Corts de Ayala Anguiano cuenta el encuentro con Aguilar segn la mejor tradicin de las crnicas, y su comentario no deja lugar a dudas acerca de la ortodoxia de la novela:
Entre nosotros tvose por gran misterio y milagro de Dios el contratiempo que nos hizo regresar a Cozumel, ya que de otra manera Aguilar se habra quedado en la pennsula y no hubiese hecho los grandes servicios que nos prest. Como hablaba muy bien la lengua maya, lo hice mi intrprete de confianza, pues yo siempre sospech que el Melchorejo no deca a los indios lo que yo le indicaba, sino lo que l les quera decir, que era muy contrario a lo que convena a nuestro servicio (Ayala Anguiano 2006: 47).

Aguilar ser hasta el final intrprete de confianza, mientras sobre Guerrero cae el silencio ms absoluto, despus de la descripcin que de l hace Aguilar: tena labrada la cara y horadadas las orejas [y] tres hijos, a quienes quera tanto (Ayala Anguiano 2006: 47). Fiel tambin en esto al discurso presente en las Cartas de Corts, Ayala Anguiano no reconoce a la Malinche el rol insustituible que le reconocieron Daz del Castillo y dems cronistas, y por lo tanto Aguilar puede ser hasta el final de la novela intrprete de confianza. En cambio, en otras novelas cuya protagonista es la Malinche, Aguilar aparece, siempre con un papel secundario, como antagonista de la mujer: generalmente va perdiendo importancia y significado histrico a medida que ella va ganando la confianza de Corts y aprende milagrosamente espaol. Caso emblemtico es la ya citada novela de Laura Esquivel, Malinche (2006): el narrador omnisciente puede penetrar alternativamente en las mentes de Corts y Malinche

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y siembra astutamente todo el texto de signos premonitores del destino de la Malinche como duea de la palabra (tus palabras nombrarn lo an no visto y tu lengua volver invisible a la piedra y piedra a la divinidad, le dijo un tlaciuhque116 que lea los granos de maz cuando an era una nia, Esquivel 2006: 26-27) y, por el contrario, de indicios de la escasa confianza que Corts tiene en el fraile rescatado (No saba hasta dnde el fraile Jernimo de Aguilar era fiel a sus palabras o era capaz de traicionarlas117 [...]. Aguilar result muy til como intrprete entre Corts y los indgenas de Yucatn, pero no haba mostrado habilidad alguna para la negociacin y el convencimiento ya que, de haberla tenido, las primeras batallas entre espaoles e indgenas no habran sido necesarias, Esquivel 2006: 40-41). Paulatinamente Aguilar desaparecer de la escena para dejar el campo a la Malinche, verdadera duea de la palabra y del poder que sta otorga. Guerrero en cambio adquiere papel de protagonista en numerosas nuevas novelas histricas, siendo su historia su no-historia susceptible de las ms variadas interpretaciones, exactamente como Francisco del Puerto. Empieza la vida literaria de Gonzalo Guerrero como protagonista, y no como simple compaero brbaro de Aguilar, con algunas obras aparentemente similares ya que se presentan como textos autgrafos perdidos: a falta de documentos autnticos, ms vale inventarlos radicalmente, aunque no siempre la invencin radical marca de posmodernidad o poscolonialismo sea de matriz revisionista de la Historia oficial y
116 Tlaciuhque es sustantivo verbal plural, el singular tena que ser tlaciuhqui. 117 Son las mismas palabras con las que el Corts de Anguiano habla de Melchorejo.

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ofrezca una visin alternativa. Es decir, no siempre forma y contenido van en la misma direccin. Ms que la historia contada, o las variantes del personaje presentadas, es interesante notar la variedad de gneros textuales que se ofrecen como contenedores de la aventura de Guerrero. Y hay que adelantar tambin un juicio global sobre estas obras, descubiertas por Rosa Pellicer, a quien debo el conocimiento de algunas de ellas:
Gonzalo Guerrero no ha tenido todava demasiada suerte con sus bigrafos; todos los textos estn descuidados y no slo por el fuego de las erratas y las incorrecciones ortogrficas, sino por errores de bulto como anacronismos no deliberados y graves desacuerdos sobre el carcter del personaje y su modo de expresin, entre otras cosas (Pellicer 2007:161).

Y, aadira yo, porque ha faltado siempre el chispazo de la inventio, como el que ha permitido a Saer hacer revivir a un Francisco del Puerto que, si bien muy lejano de cualquier verdad histrica, llega a ser un personaje vivo, a encarnar efectivamente una posibilidad de la Historia que proyecta nueva luz sobre acontecimientos y vivencias. Empieza esta verdadera historia de falsos documentos con la obra del periodista Mario Aguirre Rosas Gonzalo Guerrero, padre del mestizaje americano (1975) que seran las memorias del nufrago slo ahora rescatadas de un largo olvido entre los mayas: de origen humilde, leal a su nueva patria y su defensor, genera a la vez una familia que se conforma con la imagen clsica de un mestizaje feliz y armonioso (Adorno 2000). Segn Adorno, sera un ejemplo tpico de los aos 70s, acrtico y aproblemtico: por eso mismo, superficial y serenador, utpico.
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Otro texto perdido es el que imagina Salomn GonzlezBlanco Garrido en Gonzalo Guerrero, el primer aliado de los mayas (1991). En una carta dirigida a sus padres fechada 1519, defiende su eleccin de quedarse entre los mayas corrigiendo entrelneas las pocas frases repetidas en las crnicas: el estar marcado del cuerpo no fue la causa de que no me embarcara con los espaoles que llegaron a Cozumel, pues repito, crea y creo que mi obligacin es quedarme con mi familia y esto tambin est marcado, pero en el alma (Gonzlez-Blanco Garrido 1991: 17). Gonzlez-Blanco Garrido mantiene una postura ms bien neutral y su Gonzalo Guerrero podra engrosar la corte del nepantlismo, ese estar en el medio tan traumtico para otros, totalmente indoloro para l:
No volvi Gonzalo, pero nos dej su ejemplo. Quiso ser conquistador, y se convirti en el primer aliado de los mayas. No lleg por su voluntad, pero se qued porque quiso. No pele contra Espaa, sino contra los saqueadores. No reneg de su Dios, sino de los curas mercenarios. Nada fue ms importante que su familia (Gonzlez-Blanco Garrido 1991: 243).

Como indica el ttulo, y como subraya Pellicer, nunca lleg a ser un maya, aunque lo declarara (Yo era uno de ellos, ya era, ya soy un maya (Gonzlez-Blanco Garrido 1991: 118): se trata de otra posibilidad: la alianza del espaol y del indio, sin acabar de perder la primera identidad (Pellicer 2007: 163). Otilia Meza en Un amor inmortal. Gonzalo Guerrero, smbolo del origen del mestizaje americano (Novela histrica) (1994) imagina otra variante del manuscrito perdido: su novela sera el relato que Guerrero dicta a un
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indio a quien haba enseado el castellano. Cuenta su vida en Espaa y el viaje hasta el naufragio, experiencia comn a miles de espaoles. Pero su vida cambia cuando la princesa Izpiolotzama lo ve camino al sacrificio y lo pide por esposo. La conversin parece un camino sin tropiezos o dudas, y Gonzalo, fiel a su eleccin, muere luchando del lado de los indgenas contra los espaoles. Su tesis es la expresada en el ttulo: remontar al origen de lo mexicano, un acto de amor y no de violencia118, casi respondiendo a la versin del malinchismo como inicio traumtico del Mxico hispnico. Una variante mixta es la elegida por Carlos Villa Roix, quien en Gonzalo Guerrero, memoria olvidada. Trauma de Mxico (1995) deja la palabra a la hija del conquistador que escribe la biografa del padre para corregir la historia oficial (Los vencedores imponen sus costumbres y su historia), alternando su propia voz con pginas de un diario donde el padre haba registrado sucesos, cosas olvidadas (Villa Roix 1995: 22). Variante mixta con doble voz narrativa es tambin la que utiliza Eugenio Aguirre en Gonzalo Guerrero (2004), ciertamente la novela ms interesante desde el punto de vista narrativo as como de la construccin del personaje problemtico. Guerrero toma la palabra para contar, despus de muerto, una difcil iniciacin al mundo indgena y sus memorias del subsuelo se alternan con captulos historiogrficos. Eugenio Aguirre hereda completamente la posicin de Fernando Bentez y no duda en proponer a
118 El amor parece ser el sentimiento dominante en la escritura femenina sobre Gonzalo Guerrero: Mayapn (1950), de la hondurea Argentina Daz Lozano, presenta una visin paternalista y eurocntrica en la que se mira con simpata la decisin de Guerrero de quedarse, por amor y no por rechazo de la civilizacin.

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Gonzalo Guerrero como un conquistador conquistado, a quien los mexicanos de hoy elevan un canto:
En la leyenda ha quedado tu nombre, estrella de sangre, rubia gema que viniste a acrisolar la raza, la nueva estirpe, la csmica aventura de los nuevos pueblos; ave que anidaste en el bronceado lecho de la carne morena del Mayab para engendrar los hbitos ancilares de la cultura joven de Amrica (Aguirre 2004: 420).

Aguirre acierta en relatar el proceso de indianizacin de Guerrero como un proceso discontinuo, difcil, con inevitables nostalgias y perplejidades, contado en primera persona por el mismo protagonista desde la muerte que lo atrap mientras guiaba su tribu en una desigual batalla contra la expedicin de Lorenzo de Godoy:
esa maana [...] ladraron los perros como nunca lo haban hecho, grazn el mon en mis odos con una estridencia que slo yo pude entender, y la lechuza ulul en el camino que tomamos [...]. Fue un combate cara a cara, cuerpo a cuerpo y, en el fragor, un estampido vino a quebrarme la vida, vino a opacarme la luz y a sumirme en las tinieblas eternas... era el ao del Seor de mil y quinientos treinta y seis (Aguirre 2004: 419).

A esta confesin pstuma se debe la reconstruccin del proceso de conversin, desde una condicin de asimilacin superficial (ir desnudos y participar en los ritos tribales, por ejemplo) a una de creble construccin sincrtica: cuando le naci la primera hija, con rasgos evidentes de mestiza blanca, de ojos celestes y nariz afilada fue inmediatamente

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consciente de que era el producto de dos razas totalmente distintas, separadas por circunferencias csmicas de muy diferente trayectoria [...]. Bien saba que lo extraordinario es el alimento favorito de los dioses y que su apetito demanda viandas de tal jaez. Desde entonces me preocup por asimilarle completamente a las costumbres y tradiciones del pueblo, con el fin de que no sufriese cuando se le pidiese la entrega capital, el eplogo de su existencia; como al final de cuenta acaeci (Aguirre 2004: 331)

Por ltimo, la racional decisin de dar guerra a los espaoles:


Fui escarbando en mi memoria, rescatando del pasado lo que pudiese servirme para juzgar [a los espaoles] y logr reproducir una secuencia de actos malvados, de una crueldad singular, perpetrados en la carne de los caribes, en los pobres negros trados como esclavos desde el frica [...]. Columnas de encadenados con grilletes, conducidas por los representantes de Dios en la Tierra, para que cultivasen las parcelas de los hombres de sotana y rosario; negros obligados a tener comercio carnal con sus hermanas, con sus madres, con sus hijas, para que el amo, el santo varn de la Compaa de Jess [sic], tuviese mano de obra fresca en los caaverales, en los trapiches [...]. Fue suficiente para m, y que la historia me juzgue como lo crea pertinente (Aguirre 2004: 323-324).

Esta alusin al juicio de la Historia es naturalmente polmica y crtica hacia la Historia oficial, actitud evidente tambin en las mltiples alusiones a la inexactitud de los cronistas (Aguirre 2004: 124), y en las numerosas citas entre comillas de crnicas espaolas e indgenas, glosadas y corregidas por el narrador-protagonista. Otra posibilidad, siempre en el mbito del marco del manuscrito perdido, es la de dejar la palabra a un cronis304

ta o historiador y crear un paratexto intrigante y dudoso, como el de Corts/Ayala Anguiano ya comentado (Como conquist a los aztecas). Sera el caso de Fray Joseph de San Buenaventura, franciscano prisionero entre los indios yucatecos de 1696 a 1697, quien aparece como autor de las Historias de la conquista del Mayab publicado en Mxico en 1725, ahora (1994) recogidas por Gabriela Sols Robleda y Pedro Bracamonte y Sosa (Edicin, Paleografa, Introduccin y Notas). Tambin en esta novela el autor intenta mantener un difcil equilibrio entre las diversas opciones, presentando a un hombre que no renuncia nunca a su fe originaria y sigue creyendo en la misin evangelizadora de la Conquista: si no les dais vosotros las batallas, ellos en jams os la darn a vosotros, que se vienen de paz y os traen la buena andanza y mejor bienestar (Sols Robleda y Bracamonte y Sosa 1994: 69). Para no escuchar lo que cuentan los indios sobre las violencias de los espaoles, rehuye de su compaa y hasta de la de sus hijos que
hacen mucho caso de la madre y en nada creen en m [...] y mi hijo don Gonzalo que mrame a m con recelo y ms cautela que en nada quiere or las mis palabras de darle la mejor explicacin de todas las cosas que aqu acaecen (Sols Robleda y Bracamonte y Sosa 1994: 71).

Se propone como lengua, neutral e ingenua, en un improbable encuentro entre su tribu y el capitn don Francisco de Montejo, y hasta le est permitida la neutralidad, ya que quien conduce a los indios a la batalla no es l, sino su hijo don Gonzalo de Guerrero Kan Xiu. Cautivado ste por los espaoles, su padre consigue liberarlo gracias a la intervencin de unos frailes misioneros:
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Dios nuestro seor a quien habemos nosotros pedido tan sealada merced [...] ha movido a compasin al seor capitn don Francisco de Montejo y os otorgar la merced que le habis pedido y os entregar vivos y buenos y sanos a los dos mancebos mayas, que el uno de ellos es vuestro hijo (Sols Robleda y Bracamonte y Sosa 1994: 91).

Cosa muy extraa en una obra tan ortodoxa es la descripcin que se hace de Aguilar que, en medio de la tormenta, empez a votar blasfemias y palabras soeces (Sols Robleda y Bracamonte y Sosa 1994: 16). Es slo un detalle inslito y no adecuado al personaje Aguilar, que en el resto sigue las pautas de las crnicas119. Finalmente, tambin Aguilar toma su revancha, relatando su verdadera historia en el cuento Las dos orillas (El naranjo, 1993) de Carlos Fuentes, que ya hemos comentado en el apartado dedicado a la Malinche. El escritor mexicano, que en su trabajo ensaystico casi no nombra a los dos nufragos, en este cuento los hace protagonistas de una historia realmaravillosa: el yo narrador pertenece a Jernimo de Aguilar y su punto de vista, desde una perspectiva olmpica (Fuentes 2000: 44), es alternativo y disidente. Este Aguilar es un personaje totalmente indito: no es el fraile asexuado y timorato de las crnicas sino un hombre atrevido y rebelde, que confiesa su amor a la Malinche y suea con involucrarla en su proyecto para ser, los dos juntos, dueos de las lenguas [...], dueos de las tierras, pareja invencible

119 Tambin en La verdadera historia de Malinche (2009), de Fanny del Ro, Aguilar es un personaje ambiguo: hombre de pocas luces y mucha soberbia [...] casi haba olvidado el castellano, demoraba mucho en traducir y luego pona de su cosecha ms de lo que resultaba prudente (Ro 2009: 33 y 45).

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porque entendamos las dos voces de Mxico, la de los hombres pero tambin la de los dioses (Fuentes 2000: 67). Lo que hace Fuentes es rellenar el hueco entre el naufragio y el re-encuentro de los dos nufragos con una historia compartida Aguilar, la palabra, Guerrero, el brazo, como un proceso paralelo hacia la indianizacin:
Entramos a esa vida naturalmente, porque no tenamos otro horizonte, es cierto, pero sobre todo porque la dulzura y dignidad de esta gente nos conquist [...]. Su [de Guerrero] voluntad y la ma, el arte de armar barcos y el de ordenar palabras se juntaron y juramentaron en silencio, con una inteligencia compartida y una meta definitiva... (Fuentes 2000: 71-73).

Aguilar, relatando esta historia desde el otro mundo (desde la muerte, [con] todo el tiempo del mundo para narrar, Fuentes 2000: 79), convertido en estrella para poder acompaar a su amigo Guerrero en el viaje hacia Espaa, confirma el papel que tuvo Guerrero en el ataque indio a la expedicin de Francisco Hernndez de Crdoba, y hasta imagina que Corts,
como si adivinara su propio destino [...], dej a Guerrero entre los indios para que un da acometiese esta empresa, rplica de la suya, y conquistara a Espaa con el mismo nimo que l conquist a Mxico, que era el de traer otra civilizacin a una que consideraba admirable pero manchada por excesos, aqu y all: sacrificio y hoguera, opresin y represin, la humanidad sacrificada siempre al poder de los fuertes y al pretexto de los dioses... (Fuentes 2000: 78).

Pero, sobre todo, relata la trama de la alianza entre los dos nufragos que lleva al inesperado desenlace: estn
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convencidos de que slo el poder regenerador de ritos, ceremonias, mitos, imaginacin mgica de los indgenas, a travs de la palabra, poda regenerar tambin al viejo mundo. Junto con Guerrero, Aguilar se empe
en fortalecer esta misin y en devolverle a nuestra tierra espaola de origen el tiempo, la belleza, el candor y la humanidad que encontramos entre estos indios... Pues la palabra era, al cabo, el poder gemelo que compartan los dioses y los hombres [...]. Desde mi tumba mexicana, yo anim a mi compaero [...] para que contestase a la conquista con la conquista; ya fracas en mi intento de hacer fracasar a Corts, t, Gonzalo, no debes fracasar, haz lo que me juraste que haras (Fuentes 2000: 75).

Guerrero cumple su misin y, una vez conquistada Espaa, empieza la edificacin de un mundo sin fronteras:
el templo de las cuatro religiones, inscrito con el verbo de Cristo, Mahoma, Abraham y Quetzalcatl [...]. Dulces cantos mayas se unieron al de los trovadores provenzales, la flauta a la vihuela, la chirima a la mandolina, y del mar cerca del Puerto de Santa Mara emergieron sirenas de todos los colores, que nos haban acompaado desde las islas del Caribe... Cuantos contribuimos a la conquista india de Espaa, sentimos de inmediato que un universo a la vez nuevo y recuperado, permeable, complejo, fecundo, naci del contacto entre las culturas, frustrando el fatal designio purificador de los Reyes Catlicos (Fuentes 2000: 76-77).

Tambin en el relato de Aguilar, Fuentes confirma el poder de la palabra: la victoria sonri a Corts porque la palabra decisiva la tuvo su aliada, la Malinche. Sin ella, la Historia hubiera sido diferente, y verdades y mentiras hubieran tenido otros referentes:
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Traduje, traicion, invent [...]. Yo [...] recuerdo aquella vspera de San Hiplito [...] y me descubro ante la posteridad y la muerte como un falsario, un traidor a mi Capitn Corts que en vez de hacer un ofrecimiento de paz al prncipe cado, lo hizo de crueldad, de opresin continuada y sin piedad, y de vergenza eterna para el vencido. Mas como as sucedi en efecto, convirtindose mis falsas palabras en realidad, no tuve razn en traducir al revs al capitn y decirle, con mis mentiras, la verdad al azteca? O fueron mis palabras, acaso, un mero trueque y no fui yo sino el intermediario (el traductor) y el resorte de una fatalidad que transform el engao en verdad? (Fuentes 2000: 49).

No podra ser ms explcito el discurso de Carlos Fuentes que, como en todos sus escritos, apunta a renovar el sueo de un mestizaje profundo y creativo, capaz de valorizar todos los elementos de una cultura milenaria y mestiza como la espaola, que por culpa del fatal designio purificador de los Reyes Catlicos no supo respetar la otros milenaria cultura mesoamericana. Podemos intentar una lectura de las novelas analizadas sobre Jernimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero (incluyendo tambin las referidas a Francisco del Puerto) como un macrotexto sobre el tema del nufrago y sus posibles opciones frente a la Civilizacin y la Barbarie, trminos cuyos referentes son determinados histrica, ideolgica y culturalmente. Rellenar de una forma u otra aquel hueco historiogrfico entre el naufragio y el re-encuentro, aceptar la versin oficial o hurgar en lo no-dicho o slo aludido de las crnicas, imaginar otra historia y confesiones o diarios secretos de los nufragos para explicar sus decisiones, es naturalmente una eleccin nunca ingenua y s de fuerte significado
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poltico: es la contribucin que hace cada autor a la lectura de la Historia de la Conquista, y, podemos decir, de los ms de 500 aos de la Amrica hispnica. El Paquillo de Payr, que se queda entre los indgenas, sera el Guerrero de las crnicas, de quien ya nadie hablar, mientras que el de Saer, que regresa a Espaa, sera un Aguilar que se aduea de la palabra autnoma ya no simplemente esclavo de la palabra ajena para contar sus experiencias. Este FranciscoAguilar ha tomado la justa decisin, pero su anlisis no deja lugar a dudas sobre dnde est la Barbarie y dnde la Civilizacin: ya en Espaa, no le queda ms remedio que ficcionalizar, en su tarda experiencia teatral, la nostalgia y la prdida. Las novelas de Armando Ayala Anguiano y de Laura Esquivel siguen fielmente el dictado de la historiografa espaola, mientras una solucin intermedia la proponen las Historias de la Conquista del Mayab, Mayapn de Argentina Daz Lozano y Un amor inmortal. Gonzalo Guerrero, smbolo del origen del mestizaje americano de Otilia Meza, donde Guerrero no es cautivado por la civilizacin india, sino por su mujer y sus tres hijos mestizos. Con Mar hay, en cambio, el relato explcito de las suposiciones de Caboto borradas por la Historia, que tiene su paralelo en la historia de Guerrero contada por Aguirre: lcida decisin de quedar en aquella barbarie americana que resulta ser la verdadera civilizacin. Con mucha maestra, en fin, Carlos Fuentes unifica los destinos divergentes de los tres nufragos en una sntesis altamente significativa que ratifica el compromiso de todo escritor latinoamericano: dar voz a los silencios de la Historia aunque esto signifique inventar su propia historia ya que, como escribe en Cervantes, o la crtica de la lectura, El arte da vida a lo que la historia ha asesinado. El arte da voz a lo

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que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia (Fuentes 1976: 82) o, como afirma por boca de Aguilar, cuando palabra, imaginacin y mentira se confunden, su producto es la verdad (Fuentes 2000: 57).

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Apostilla

Discurso historiogrfico y discurso ficcional se enriquecen mutuamente y ofrecen al lector nuevas pautas de interpretacin y reflexin, independientemente de la tipologa de escritura y reescritura empleadas; el ciclo, histrico y novelesco, del Descubrimiento y de la Conquista es, por su significado poltico y fundacional de la identidad latinoamericana, terreno frtil y asombrosamente atractivo. La novela histrica, inmediatamente despus de la Independencia, tuvo que crear las conciencias nacionales hurgando en la Edad Media Americana Descubrimiento y Conquista el Principio, para construir la Historia Patria. Las crnicas y las verdaderas historias... fueron pre-textos fidedignos y crebles, cuyo discurso se poda compartir a pesar del sentimiento antiespaol causado por las recientes guerras de Independencia, sentimiento que no quebrantaba el europesmo de los criollos y, al contrario, confirmaba la primaca del Occidente como fulcro de la Modernidad.

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La nueva novela histrica hispanoamericana participa del pensamiento posmoderno y poscolonial, quiere re-leer la Historia las relaciones centro-periferia, conquistador-conquistado, verdad-verdades y enriquecer con nuevos matices la relacin texto-referente: el referente ya no es slo el suceso, cuya reinterpretacin y ficcionalizacin es el eje de toda novela histrica, sino tambin el texto que aquel hecho relata y del que ha dado la versin oficial, a menudo la nica conocida. A nuestros ojos de la poca del post-, aquellas crnicas que fueron las fuentes del discurso historiogrfico de la Modernidad aparecen tan parciales como fantsticas: la lectura paralela de los textos-fuente y de sus parodias y re-escrituras, igualmente parciales y fantsticas, puede enriquecer nuestra comprensin de la Historia y, por una vez, permitir la confrontacin entre la voz oficial y la de los sin voz. Desde siempre, en Amrica Latina, esta voz ha dejado su huella, como reconoci tempranamente, en plena euforia de la Modernidad, el primer cronista e historiador hispanoamericano, smbolo del mestizaje y del cruce de culturas, Garcilaso de la Vega el Inca:
Y aunque algunas cosas de las dichas y otras que se dirn parezcan fabulosas, me pareci no dejar de escribirlas por no quitar los fundamentos sobre que los indios se fundan para las cosas mayores que de su imperio cuentan.

Inmediatamente despus de la Independencia y mucho antes que Mart, en 1828 Simn Rodrguez apuesta por una Amrica endgena, por una nueva invencin de Amrica, pero su voz desaparece de la Historia:
En lugar de pensar en / Medos, en Persas, en Egipcios, / pensemos en los Indios [...]. La Amrica espaola es original

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/ ORIGINALES han de ser sus Instituciones y sus Gobiernos / y ORIGINALES los medios de fundar uno y otro. O inventamos o Erramos.

Siglos ms tarde, en el declive de la Modernidad, el novelista Alejo Carpentier nos recuerda las funciones intercambiables de las prosas historiogrficas y ficcionales:
Bernal Daz de Castillo es mucho ms novelista que los autores de muy famosos romances de caballera [...]. No hay ms camino para el novelista [hispanoamericano] en este umbral del siglo XXI que aceptar la muy honrosa condicin de cronista mayor, cronista de Indias. Nunca he podido establecer distingos muy vlidos entre la condicin del cronista y la del novelista.

Ms all va Carlos Fuentes, ya que con plena conciencia posmoderna/poscolonial reivindica para la ficcin el papel de juzgar la Historia y generar nuevas verdades:
El arte da vida a lo que la historia ha asesinado. El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia.

Desde el otro lado del Ocano, llega la confirmacin de Jos Carlos Mainer:
Para los nuevos americanistas, el continente halla su realidad en transgredir los lmites de una ficcin que combina elementos reales e imaginarios [...] puesto que Amrica est trenzada de historia, mito y utopa. Unos y otros coinciden, sin embargo, a la hora de los resultados: cercada por una realidad poltica hostil, amenazada por el confusionismo de la nueva crtica, la ltima literatura nacional que ha sur-

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gido en el mundo occidental ha dejado ya un nmero suficiente de obras maestras y, por descontado, ha convertido la literatura en un problema y no un simple dato.

La narrativa histrica como problema y no como un simple dato ha sido el objeto de nuestra investigacin.

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Cuadernos publicados

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5. GARCA IRLES, Mnica, Recuperacin mtica y mestizaje cultural en la obra de Gioconda Belli, prlogo de Carmen Alemany, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 5, Alicante, Universidad de Alicante, 2001. 6. PASTOR, Brgida, El discurso de Gertrudis Gmez de Avellaneda: identidad femenina y otredad, prlogo de Nara Arajo, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 6, Alicante, Universidad de Alicante, 2002. 7. VV.AA., Desafos de la ficcin, prlogo de Eduardo Becerra, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 7, Alicante, Universidad de Alicante, 2002. 8. VALERO JUAN, Eva M, Rafael Altamira y la reconquista espiritual de Amrica, prlogo de M ngeles Ayala, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 8, Alicante, Universidad de Alicante, 2003. 9. ARACIL VARN, M Beatriz, Abel Posse: de la crnica al mito de Amrica, prlogo de Carmen Alemany Bay, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 9, Alicante, Universidad de Alicante, 2004. 10. PIZARRO, Ana, El sur y los trpicos, prlogo de Jos Carlos Rovira, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 10, Alicante, Universidad de Alicante, 2004. 11. PELOSI, Hebe Carmen, Rafael Altamira y la Argentina, prlogo de Miguel ngel de Marco, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 11, Alicante, Universidad de Alicante, 2005. 12. CABALLERO WANGEMERT, Mara, Memoria, escritura, identidad nacional: Eugenio Mara de Hostos, prlogo de Jos Carlos Rovira, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 12, Alicante, Universidad de Alicante, 2005. 13. ALEMANY BAY, Carmen, Residencia en la poesa: poetas latinoamericanos del siglo XX, prlogo de Jos Carlos
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Rovira, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 13, Alicante, Universidad de Alicante, 2006. 14. AYALA, Mara de los ngeles, Cartas inditas de Rafael Altamira a Domingo Amuntegui Solar, prlogo de Eva M Valero Juan, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 14, Alicante, Universidad de Alicante, 2006. 15. VV.AA., Un dilogo americano: Modernismo brasileo y vanguardia uruguaya (1924-1932), prlogo de Pablo Rocca, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 15, Alicante, Universidad de Alicante, 2006. 16. CAMACHO DELGADO, Jos Manuel, Magia y desencanto en la narrativa colombiana, prlogo de Trinidad Barrera, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 16, Alicante, Universidad de Alicante, 2006. 17. LPEZ ALFONSO, Francisco Jos, Hablo, seores, de la libertad para todos Lpez Albjar y el indigenismo en el Per, prlogo de Jos Carlos Rovira, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 17, Alicante, Universidad de Alicante, 2006. 18. PELLS PREZ, Elena, Sobre las hazaas de Hernn Corts: estudio y traduccin, prlogo de Jos Antonio Mazzotti, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 18, Alicante, Universidad de Alicante, 2007. 19. GARCA PABN, Leonardo, De Incas, Chaskaawis, Yanakunas y Chullas. Estudios sobre la novela mestiza en los Andes, prlogo de Virginia Gil Amate, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 19, Alicante, Universidad de Alicante, 2007. 20. ORTIZ GULL GOYRI, Alejandro, Cultura y poltica en el drama mexicano posrevolucionario (1920-1940), prlogo de scar Armando Garca Gutirrez, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 20, Alicante, Universidad de Alicante, 2007.
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21. GNUTZMANN, Rita, Novela y cuento del siglo XX en el Per, prlogo de Jos Morales Saravia, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 21, Alicante, Universidad de Alicante, 2007. 22. SAN JOS VZQUEZ, Eduardo, Las luces del siglo. Ilustracin y modernidad en el Caribe: la novela histrica hispanoamericana del siglo XX, prlogo de Teodosio Fernndez, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 22, Alicante, Universidad de Alicante, 2008. 23. GONZLEZ-BARRERA, Julin, Un viaje de ida y vuelta: Amrica en las comedias del primer Lope, prlogo de Giuseppe Bellini, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 23, Alicante, Universidad de Alicante, 2008. 24. LPEZ ALFONSO, Francisco Jos, Sombras de la libertad. Una aproximacin a la literatura brasilea, prlogo de Eduardo Becerra, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 24, Alicante, Universidad de Alicante, 2008. 25. SNCHEZ, Pablo, La emancipacin engaosa, una crnica transatlntica del boom (1963-1972), prlogo de Joaqun Marco, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 25, Alicante, Universidad de Alicante, 2009. 26. BONILLA CEREZO, Rafael, Dos gauchos retrucadores. Nueva lectura del Fausto de Estanislao del Campo, Prlogo de Teodosio Fernndez, Cuadernos de Amrica sin nombre, n 26, Alicante, Universidad de Alicante, 2010.

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