Apuntes III

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Parte III. De Aristóteles a la Teoría sintética de la evolución.

Los logros obtenidos en la revolución científica de los siglos XVI y XVII pertenecieron
exclusivamente al campo de la astronomía, de modo que bien podría definirse como una
revolución cosmológica. Por lo que respecta a la biología, el modelo explicativo fundamental
seguía siendo de corte aristotélico. Fue a partir del siglo XIX cuando estos postulados más de
corte metafísico que naturalista, se verían definitivamente desbancados en favor de una postura
evolucionista que seguirá su trayectoria hasta nuestros días. No obstante, antes de exponer la
trayectoria histórica de la teoría evolucionista es necesario establecer algunas definiciones que
permitan contextualizar dicho camino.

Es habitual encontrar, en infinidad de libros de texto, una falsa oposición entre


creacionismo y evolucionismo. Sin embargo, el creacionismo no es, en modo alguno, una teoría
científica, antes bien, es una postura teológica que sostiene que la vida remite, como causa
última, a una mente inteligente que ha creado y plasmado en la materia la estructura de lo real.
La confusión se debe a la identificación entre fijismo y creacionismo. El fijismo, que sí es
considerada una postura científica, defendía entre sus postulados un origen creacionista de la
realidad: la multiplicidad de seres que pueblan la tierra han sido creados por Dios (postulado
creacionista) y han permanecido invariables durante el tiempo (tesis fijista).

El evolucionismo, por su parte, sostiene que la vida se ha ido abriendo paso por un
mecanismo de sucesivas transformaciones que han ido perfeccionando los mecanismos
adaptativos que los seres necesitan para sobrevivir bajo la presión de un ambiente hostil. De
dichas adaptaciones se extrae toda la biodiversidad que puebla la tierra. En consecuencia, la
vida, tal y como la conocemos hoy, remite a un hipotético primer ser vivo o progenote del cual
descienden todos los seres vivos existentes, un antepasado común universal.

Dicho lo cual, podemos establecer ya una distinción clara: el fijismo y el evolucionismo se


oponen porque son teorías que tienen pretensión de ser científicas y porque defienden tesis
contrarias en relación con el origen y el desarrollo de la vida. El creacionismo, por su parte,
sostiene que el origen de la vida y la diversidad de seres que la componen son hechura de un
creador, pero nada obliga a admitir que el creacionismo sea exclusivamente fijista. La vida,
desde la óptica del evolucionismo, puede ser comprendida, también, como una creación de Dios,
que ha integrado en la materia el mecanismo dinámico que las leyes evolucionistas describen.

Fue probablemente San Agustín, por ejemplificar, el primero en enarbolar una teoría
proto-evolucionista a partir de la tesis estoica de los lógoi spermatikoi (razones seminales), la
llamada doctrina del ejemplarismo, que pretendía explicar cómo era posible conjugar la tesis
del creacionismo instantáneo (Dios habría creado todo el universo de una vez) en contraste con
la generación de la vida a lo largo del tiempo. La doctrina agustiniana sostenía que, en el
momento de la creación, Dios depositó en la materia una especie de semillas que irían
germinando en el tiempo que la providencia habría dispuesto, dando lugar a la aparición de
nuevos seres cuyo desarrollo sería posterior al momento de la creación.

Así pues, todo fijismo es creacionista, pero no todo creacionismo es fijista, pues encaja
también en el entramado fundamental de las tesis evolucionistas.
Explicaciones preevolucionistas

Como se acaba de mencionar, las tesis iniciales para explicar la diversidad de especies de nuestro
planeta eran de corte fijista: Las especies no han variado desde su origen, son los individuos los
que sufren modificaciones a lo largo de su vida.

El camino que vamos a trazar para referirnos al desarrollo del evolucionismo tiene como primer
protagonista a Carl Von Linneo (Suecia 1707-1778), llamado por algunos contemporáneos
«Princeps Botanicorum» («Príncipe de Botánicos»). Es considerado el padre de la taxonomía1,
aunque ya existía un sistema de clasificación bajo el que estudió el propio Linneo había
estudiado botánica desde el sistema del jesuita Joseph Pitton Tounefort (1656-1708), un
sistema de clasificación vegetal basado en los caracteres de la corola, descrito en su obra
Elemens de botanique ou métode pour connaître les plantes, que junto a la Historia plantarum
generalis del botánico inglés John Ray (1686-1704) perfeccionaban la nomenclatura
taxonómica del suizo Gaspar Bauhin. Sin embargo, no existían definiciones rigurosas de términos
esenciales como el género y la especie, y el sistema Tounefort basaba su clasificación solo en el
género. En 1735 Linneo publica su Systema naturæ, sive regna tria naturæ systematice proposita
per classes, ordines, genera, & species, más conocido por su abreviatura Systema naturæ, un
sistema de clasificación por niveles jerárquicos de reino, clase, orden, género y especie, con
nomenclatura binomial para especificar el género y la especie. El criterio para esta clasificación
se basaba fundamentalmente en las similitudes estructurales de los individuos.

REINO TIPO CLASE ORDEN FAMILIA GENERO ESPECIE

Desde entonces, la creciente inclusión de datos taxonómicos ha llevado a incluir niveles


jerárquicos adicionales. La clasificación taxonómica del ser humano es por ejemplo:

1
La taxonomía es la ciencia que estudia los principios, métodos y fines de la clasificación. Este término
se utiliza especialmente en biología para referirse a una clasificación ordenada y jerarquizada de los
seres vivos.
Dominio: Eukarya, Reino: Animalia, Filo: Chordata, Clase: Mammalia, Orden: Primate, Familia:
Hominidae, Género: Homo, Especie: Homo sapiens.

Aunque Linneo mantenía una postura fijista, su patrón de clasificación sugería una tendencia
dinámica a la biodiversidad. En la misma línea se encontraba el estudio del registro fósil de su
contemporáneo Georges Cuvier (Francia, 1769-1832), igualmente fijista. Sus investigaciones le
han reportado ser considerado padre de la paleontología y fueron decisivos para el cambio de
paradigma biológico. Con una metodología similar a la de Linneo, la anatomía comparativa,
Cuvier fue capaz de reconstruir los esqueletos completos de animales fósiles:

«Hoy la anatomía comparativa ha llegado a tal punto de perfección que, después de inspeccionar
un solo hueso, uno puede determinar a menudo la clase y a veces incluso el género del animal al
que pertenecía, sobre todo si ese hueso pertenecía a la cabeza o las extremidades. Esto es porque
el número, dirección y forma de los huesos que componen cada parte del cuerpo de un animal
son siempre en una relación necesaria a todas las otras partes, de tal manera que, hasta cierto
punto — uno puede deducir la totalidad de cualquiera de ellos y viceversa.» 2

El registro fósil en el que Cuvier basó sus investigaciones revelaba gran cantidad de especies que
estaban totalmente desaparecidas. Estos descubrimientos fueron considerados por Lamarck y
Geoffroy de Saint-Hilaire como una evidencia de la evolución de las especies. Sin embargo
Cuvier, en confrontación directa con estas tesis evolucionistas, sostenía que la Tierra había
sufrido una suerte de catástrofes repentinas que provocaron la destrucción de todas las formas
de vida, lo que obligó a una especie de re-creación de nuevas formas de vida que no guardaban
nexo de unión con las formas precedentes o, quizá, a la sustitución de unas especies por otras
que, procedentes de otras regiones de la tierra que se habrían salvado de la catástrofe. Así, las
especies no son el resultado de graduales modificaciones sufridas por formas anteriores, sino
de actos de creación repetidos.

Sus conclusiones fueron duramente criticadas por Lamarck, Darwin y, en particular, por el
geólogo Lyell, que demostró que no existen registros sobre la existencia de ese tipo de
cataclismos.

Jean Baptiste Lamarck (1744-1829) fue el primero en proponer una teoría general de la
evolución biológica de las especies en su conocida obra Filosofía zoológica publicada en 1809.
Lamark sostenía que los seres vivos surgieron de la materia inorgánica por generación
espontánea. Según Lamark, las transformaciones que sufren los individuos serían el resultado
de la interacción con el medio ambiente en el que viven y frente al que despliegan
progresivamente estructuras anatómicas cada vez más complejas por el uso o, inversamente,
debilitan o pierden órganos con el desuso. Los procesos evolutivos presentan por tanto una clara
finalidad o meta, el perfeccionamiento de estructuras adaptativas cada vez más complejas para
solventar las dificultades del ambiente hostil en el que desarrollan su vida. De ahí la expresión
que sintetiza su teoría: «La función crea el órgano». Interesa recalcar que Lamark afirma el hecho
de la evolución frente al fijismo, y sostiene que el mecanismo que produce dicho desarrollo
evolutivo es la herencia de los caracteres adquiridos.

2
RUDWICK, MARTIN J.S. Georges Cuvier, Huesos fósiles y catástrofes geológicas. Revista de la
Universidad de Chicago, 1997. p.36
La publicación en 1859 de El origen de las especies por Charles Darwin supuso una nueva
forma de entender el fenómeno evolutivo. En lugar de un progresivo sistema de adaptación al
medio basado en la herencia de las características adaptativas de los individuos, Darwin propuso
el famoso principio de selección natural. Según este principio explicativo, las diversas
modificaciones que sufren los individuos en los procesos reproductivos son azarosas. En lugar
de adaptaciones, habría que hablar en Darwin de “casualidades” que, en la medida en que
resultan eficaces en la lucha por la supervivencia, se transmiten con mayor probabilidad a la
siguiente generación. Así, los individuos mejor dotados tienen más probabilidades de sobrevivir
y transmitir sus modificaciones a la siguiente generación frente a aquellos cuyas modificaciones
son menos exitosas.

La conclusión más polémica de los trabajos de Darwin fue, sin duda, la que atañe al ser
humano. Darwin abordó en 1871 la evolución humana en su obra El origen del hombre. En ella
afirma un antepasado común para el hombre y algunos simios. El ser humano, como especie
animal, procede también por evolución de un ancestro común más primitivo, el simio, con el
que comparte mayor similitud.

La tesis de Darwin dejaba, no obstante, como incógnita, el mecanismo que pudiera


explicar cómo se transmitían estas características de generación en generación. Sin embargo,
siete años después, el religioso agustino Gregor Mendel, tras sus célebres investigaciones con
guisantes, dio con una serie de regularidades que finalmente serían formuladas bajo el nombre
de “leyes de Mendel” y que parecían establecer los cimientos que faltaban en la tesis darwinista.

Los estudios de Mendel supusieron una enorme revolución que inició un nuevo campo
de investigación, el de la herencia biológica. Las doctrinas mutacionistas, herederas de estas
investigaciones, en combinación con la teoría de la selección natural serán la base de la Teoría
sintética de la evolución o neodarwinista, que aún hoy cuenta con un gran número de
seguidores. Sin embargo, se han planteado diversas críticas que, como poco han cercenado al
mecanismo de la selección natural su posición central como mecanismo evolutivo general. Antes
bien, hoy ha quedado reducido a un mecanismo evolutivo más entre otros, que es capaz de
explicar pequeños cambios reversibles, pero en ningún caso un proceso gradual que pueda dar
cuenta de la aparición de nuevas especies.

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