Los Niños de Oro
Los Niños de Oro
Éranse un hombre y una mujer muy pobres; no tenían permitido decirlo. Si lo revelara, perderíamos toda esta
más que una pequeña choza, y sólo comían lo que el fortuna.
hombre pescaba el mismo día. Sucedió que el - Como quieras - dijo la mujer. - Si es que no debo
pescador, al sacar una vez la red del agua, encontró en saberlo, no pensaré más en ello.
ella un pez de oro, y mientras lo contemplaba Pero su idea era muy distinta, y no dejó en paz a su
admirado, púsose el animal a hablar, y dijo: marido de día ni de noche, fastidiándolo y pinchándole
- Óyeme, pescador; si me devuelves al agua, convertiré con tanta insistencia que, perdida ya la paciencia, el
tu pobre choza en un magnífico palacio. hombre acabó por revelarle que todo les venía de un
Respondióle el pescador: prodigioso pez de oro que había pescado y vuelto a
- ¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué poner en libertad a cambio de aquellos favores.
comer? Apenas había terminado de hablar, desapareció el
Y contestó el pez: hermoso palacio con su armario, y hételos de nuevo en
- También remediaré esto, pues habrá en el palacio un su mísera choza.
armario que, cada vez que lo abras, aparecerá lleno de El hombre no tuvo más recurso que reanudar su vida
platos con los manjares más selectos y apetitosos que de trabajo y salir a pescar; pero quiso la suerte que el
quedas desear. mismo pez volviese a caer en sus redes.
- Si es así - respondió el hombre, - bien puedo hacerte - Óyeme - le dijo; - si otra vez me echas al agua, te
el favor que me pides. devolveré el palacio con el armario lleno de guisos y
- Sí - dijo el pez, - pero hay una condición: No debes asados; pero mantente firme y no descubras a nadie
descubrir a nadie en el mundo, sea quien fuere, de quién te lo ha dado, o volverás a perderlo.
dónde te ha venido la fortuna. Una sola palabra que - Me guardaré muy bien - respondió el pescador,
digas, y todo desaparecerá. soltando nuevamente al pez en el agua.
El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso y se Y al llegar a su casa, la encontró otra vez en gran
fue a su casa. Pero donde antes se levantaba su choza, esplendor, y a su mujer, encantada con su suerte. Pero
había ahora un gran palacio. Abriendo unos ojos como la curiosidad no la dejaba vivir, y a los dos días ya
naranjas, entró y se encontró a su mujer en una estaba preguntando otra vez cómo había ocurrido
espléndida sala, ataviada con hermosos vestidos. aquello y a qué se debía. El hombre se mantuvo firme
Contentísima, le preguntó: una temporada; pero, al fin, exasperado por la
- Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡La verdad es que importunidad de su esposa, reventó y descubrió el
me gusta! secreto; y, en el mismo instante desapareció el palacio,
- Sí - respondióle el hombre, - a mí también; pero y el matrimonio se encontró en su vieja cabaña.
vengo con gran apetito, dame algo de comer. - Estarás satisfecha - le regañó el marido. - Otra vez
- No tengo nada - respondió ella - ni encuentro nada en nos tocará pasar hambre.
la nueva casa. - ¡Ay! - replicó ella. - Prefiero no tener riquezas, si no
- No hay que apurarse - dijo el hombre; - veo allí un puedo saber de dónde me vienen; la curiosidad no me
gran armario: ábrelo. deja vivir.
Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne, fruta Volvió el hombre a la pesca, y, al cabo de un tiempo -
y vino, que daba gloria verlos. Exclamó entonces la el destino lo tenía dispuesto, - capturó por vez tercera
mujer, no cabiendo en sí de gozo: al pez de oro.
- Corazón, ¿qué puedes ambicionar aún? - Escúchame - dijo éste, - bien veo que habré de caer
Y se sentaron, y comieron y bebieron en buena paz y siempre en tus manos. Llévame a tu casa y córtame en
compañía. Cuando hubieron terminado, preguntó la seis pedazos: dos, los darás a comer a tu esposa; otros
mujer: dos, a tu caballo, y los dos restantes, los entierras; de
- Pero, marido, ¿de dónde nos viene toda esta riqueza? todos obtendrás bendiciones.
- No me lo preguntes - respondió él -, no me está Hizo el hombre tal como el pez le había indicado, y
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sucedió que de los dos pedazos que plantara en tierra la vida.
brotaron dos lirios de oro; la yegua tuvo dos potrillos Casáronse y estando en plena alegría y regocijo, llegó
de oro; y la mujer dio a luz dos niños de oro también. a casa el padre de la novia, y al ver aquella boda,
Crecieron los hijos, altos y hermosos, y con ellos admirado, preguntó:
crecieron los lirios y los caballos. Cuando ya fueron - ¿Dónde está el novio?
mayores, dijeron un día: Le enseñaron el niño de oro, que seguía cubierto con
- Padre, vamos a montar los caballos de oro y a correr las pieles de oso; el hombre se enfadó mucho:
mundo. - ¡Jamás un cazador de osos se casará con mi hija! -
Pero él les respondió, con tristeza: exclamó, tratando de matarlo. Su hija se deshizo en
- ¿Qué será de mí, si os marcháis y no tengo noticias súplicas y le dijo:
de vosotros? - Es mi marido y lo quiero de corazón - y, al fin, logró
Y dijeron los niños: apaciguarlo. Sin embargo, el hombre no lograba
- Os quedan los dos lirios de oro. Por ellos sabréis quitarse aquella preocupación de la cabeza, y a la
cómo nos van las cosas: Mientras se mantengan mañana siguiente se levantó de madrugada dispuesto a
frescos y lozanos, gozaremos de buena salud; si se saber si su yerno era un mendigo andrajoso y vulgar.
marchitan, es que estaremos enfermos; si mueren, es Al entrar en el dormitorio vio en la cama a un apuesto
que también nosotros habremos muerto. joven, todo él de oro, las pieles de oso esparcidas por
Pusiéronse en camino y llegaron a una hospedería el suelo. Retirándose pensó: "¡Qué suerte tuve al
llena de gente que, al ver a los dos niños de oro, reprimir mi cólera; habría cometido un gran
empezó a reírse y burlarse de ellos. Al oír uno de los disparate!".
dos hermanos aquellas burlas, se avergonzó y, Mientras tanto el muchacho soñaba que estaba de
renunciando a irse por el mundo, regresó a la casa cacería, persiguiendo un hermoso ciervo, y al
paterna, mientras el otro seguía adelante y llegaba a un despertarse dijo a su esposa:
gran bosque. Al disponerse a entrar en él, le dijo la - Me voy de caza.
gente del lugar: Sintió ella angustia, y le rogó que se quedase a su lado:
- No te aventures a atravesarlo, pues está lleno de - Puede ocurrirse una desgracia - le dijo.
bandidos y lo pasarás mal; y si ven que eres de oro y tu Pero él insistió:
caballo también, te quitarán la vida. - Debo ir, e iré.
Pero el mozo, sin arredrarse, exclamó: Se fue, pues, al bosque, y al poco rato descubrió a
- ¡Pues pasaré! cierta distancia un altivo ciervo, igual al que viera en
Procuróse pieles de oso, con las cuales se cubrió a sí sueños. Apuntóle para disparar, pero el animal pegó un
mismo y al caballo, de modo que no se viese nada del brinco y escapó. El mozo se lanzó en su persecución,
oro, y entró en el bosque, muy confiado. Al poco saltando fosos y atravesando matorrales, sin detenerse
tiempo oyó un rumor entre las matas, y unas voces de en toda la jornada; pero, al anochecer, el ciervo
hombres que hablaban entre sí. Dijo una: desapareció. Al mirar el joven a su alrededor, vio que
- ¡Ahí viene un hombre! se hallaba frente a una casita, en la que vivía una bruja.
Y respondía otra: La vieja salió a abrir al llamar él a la puerta, y le
- Déjalo pasar, es un cazador de osos, más pobre y preguntó:
pelado que una rata de sacristía. ¡Qué podríamos sacar - ¿Qué buscas tan tarde, en medio de este inmenso
de él! bosque?
Y de este modo el niño de oro atravesó el bosque sin Dijo él:
sufrir ningún daño. - ¿Habéis visto un ciervo?
Al llegar un día a un, pueblo, vio a una muchacha tan - Sí - respondió la mujer, - bien conozco al ciervo - y
hermosa, que pensó que no podía haber otra igual. mientras ella hablaba, un perrillo, que había salido
Prendado de ella, fue a su encuentro y le dijo: también de la casa, ladraba furiosamente al forastero.
- Te amo con todo mi corazón, ¿quieres ser mi esposa? - ¡Vas a callarte, maldito perro! - gritó el cazador. - ¡Si
A la muchacha le gustó también tanto el mozo que, no te callas, te pego un tiro!
aceptando su ofrecimiento, le respondió: A lo cual replicó la vieja, colérica:
- Sí, quiero ser tu esposa, y te guardaré fidelidad toda - ¡Cómo!, ¿a mi perrito te atreverías a matar? - y, en el
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acto, lo dejó transformado en una piedra. Su esposa
estuvo aguardándolo inútilmente, y pensando: "De
seguro le ha sucedido lo que me temía; ¡me lo daba el
corazón!".
En la casa paterna, el otro hermano no perdía de vista
los lirios de oro, y se dio cuenta de que uno se
marchitaba bruscamente. "¡Dios mío! - pensó, - a mi
hermano le debe haber ocurrido alguna gran desgracia.
Tengo que ir en su busca, quizá llegue a tiempo de
salvarlo". Su padre le dijo:
- Quédate aquí, pues si también a ti te pierdo, ¿qué
podré hacer ya?
Pero el muchacho respondió:
- Es preciso que me marche, es mi deber.
Y, montando en su caballo de oro, púsose en camino y
llegó al gran bosque donde su hermano estaba
transformado en piedra. La bruja salió de su casa y lo
llamó, con intención de encantarlo también a él. Pero
el mozo le gritó desde lejos:
- ¡Si no devuelves la vida a mi hermano, te mato de un
tiro!
La vieja, a regañadientes, tocó la piedra con el dedo e
inmediatamente el hermano recobró su ser natural. Los
dos muchachos sintieron una gran alegría al verse y,
después de besarse y abrazarse, se alejaron juntos del
bosque, dirigiéndose uno a casa de su esposa y el otro
a la de su padre. Dijo éste al verlo llegar:
- Ya sabía que habías salvado a tu hermano, pues el
lirio de oro se enderezó y vuelve a estar lozano.
Y, desde entonces, vivieron todos contentos y felices
hasta el fin de sus días.
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