Conde Lucanor

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7

De El conde Lucanor. D.

Juan Manuel

Terminado ya el prólogo, comenzaré la materia del libro, imaginando las


conversaciones entre un gran señor, el Conde Lucanor y su consejero, llamado
Patronio.

No amonestes al joven con dureza,


muéstrale su camino con franqueza.
2

3 Por dichos y por obras de algunos mentirosos,


no rompas tu amistad con hombres provechosos.
4 Evitad la mentira y abrazad la verdad,
que su daño consigue el que vive en el mal.
5 Quien te encuentra bellezas que no tienes,

siempre busca quitarte algunos bienes.

6 El que esté bien sentado, no se levante.

Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,


buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.

7
Con la ayuda de Dios y con buen consejo,

sale el hombre de angustias y cumple su deseo.

De La Celestina. Fernando de Rojas

1.

Acto I

1
Escena I

CALISTO, que ha conocido a MELIBEA en su jardín, donde su halcón


se refugió un día antes al escaparse, se imagina en sueños que está
frente a su amada, enamorándola. Ambos jóvenes se hallan en el
mismo jardín en el que se conocieron. MELIBEA está de
pie; CALISTO, rendido a sus plantas.

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.


MELIBEA.- ¿En qué Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te
dotase y en hacerme el favor de verte en un lugar tan conveniente para
descubrirte mi secreto dolor. No creo que exista mayor recompensa al
servicio, sacrificio, devoción y obras pías que, por alcanzarla, tengo yo a
Dios ofrecidos. ¿Quién ha visto en esta vida cuerpo tan feliz como está
ahora el mío? Los benditos santos, que se deleitan en la visión divina, no
gozan lo que yo gozo en tu acatamiento. Mas en esto diferimos, por
desgracia, que ellos no temen perder su bienaventuranza y yo me alegro
con recelo del esquivo tormento que tu ausencia ha de causarme.
MELIBEA.- Pues un galardón aún mayor te he de dar, si perseveras.

CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran


palabra habéis oído!
MELIBEA.- Desventuradas serán cuando acabes de oírme, porque la
paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. El intento de tus
palabras, Calisto, ha sido de hombre que pretende salir para perderse en
la virtud de una mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe, que no puede mi
paciencia tolerar que haya subido a un corazón humano el intento de
alcanzar en mí el deleite del amor ilícito!
CALISTO.- Iré como aquel a quien la adversa fortuna atormenta con odio
cruel.

Escena II

Ambas figuras desaparecen y, echado en su cama, se


despierta CALISTO. Se levanta y llama a SEMPRONIO, su criado.

CALISTO.- (Yendo de un lado para otro del escenario.) ¡Sempronio,


Sempronio! ¿Dónde está este maldito?
SEMPRONIO.- Aquí, señor, cuidando los caballos.
CALISTO.- ¿Dónde te habías metido?
SEMPRONIO.- Se cayó el gerifalte y vine a enderezarle la alcándara.
CALISTO.- ¡Abre las ventanas y arregla la cama! (Arrepintiéndose de
pronto.) Mejor, vuelve a cerrar las ventanas y deja que la tiniebla

2
acompañe al triste y, al desdichado, la ceguedad. ¡Oh bienaventurada
muerte que, al ser deseada, llega a los afligidos!
SEMPRONIO.- ¿Qué cosa?

CALISTO.- ¡Vete de aquí! No me hables, pues, si no, quizá, antes de


morir, te mate.
SEMPRONIO.- Me iré, ya que quieres sufrir solo.
CALISTO.- ¡Vete con el diablo!
SEMPRONIO.- No creo que venga conmigo el que contigo se
queda. (Comienza a alejarse y, mientras lo hace, reflexiona y
duda.) ¿Qué le ha pasado a este hombre? ¿Qué hago ahora? Si me voy y
le dejo solo, se mata. Si vuelvo a entrar, me mata a mí. Mejor que muera
aquel al que le enoja la vida, que no yo, que me complazco en ella. Debo
cuidarme por mi Elicia, pero, si se mata sin otro testigo, tendré yo que dar
cuenta de su vida. Mejor, entro. No, mejor que se desfogue un poco, que,
si entro ahora, puede ser peligroso. Dejémosle llorar. Si se mata, que se
mate. Quizá pueda quedarme con algo con que pueda mudar el pelo malo,
aunque malo es esperar salud en muerte ajena. Por otra parte, dicen los
sabios que es bueno que quien sufre halle a alguien en quien descargar
sus cuitas. No sé qué hacer. Estoy perplejo. Entraré, lo sufriré y lo
consolaré, porque, si es posible sanar sin arte ni aparejo, más fácil ha de
ser curar por arte. [monólogo interior de Sempronio]

2.

SEMPRONIO.- Aunque todo esto sea verdad, tú, por ser


hombre, eres más digno. Ella es imperfecta y, por tal defecto, te
desea y —12→ apetece a ti y a otro menor que tú. ¿No has leído
al filósofo que dice que «así como la materia apetece la forma, así la
mujer al varón»?
CALISTO.- ¿Y cuándo veré yo eso entre mí y Melibea?
SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Hace tiempo que conozco en esta
vecindad a una vieja barbuda que se dice Celestina, hechicera,
astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco
mil los virgos que se han hecho y deshecho por su autoridad. A las
duras peñas ablandará y provocará la lujuria si desea.
CALISTO.- ¿Podría yo hablarle?
SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Prepárate. Sé gracioso
con ella. Sé franco. Estudia mientras me voy cómo has de contarle tu
pena de modo que ella encuentre el remedio.
CALISTO.- ¡Vete ya! ¿Por qué te tardas?
SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.

3
3.

CELESTINA.- De Dios seas perdonada, que buena compañía


me queda. Dios la deje gozar su noble juventud y florida mocedad,
que es el tiempo en el que mayores placeres y más agradables
deleites se alcanzan. (Quejándose.) La vejez es mesón de
enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja
continua, llaga incurable, vecina de la muerte, choza sin ramas que
por todas partes gotea, cayado de mimbre que con poca carga se
doblega.
MELIBEA.- Pues, si es así, gran pena tendrás por la edad que
perdiste. ¿Querrías volver a la primera?
CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante que, enojado del
trabajo del día, quiere volver a iniciar la jornada para tornar de
nuevo a aquel lugar.
3.

CELESTINA. […]Quedose suspensa y pensando quién podría


ser quien así penaba por una palabra de su boca. Al escuchar tu
nombre, diose una gran palmada en la frente y me ordenó que
callase, si no quería hacer de sus servidores verdugos de mis
postrimerías. Me llamó hechicera, alcahueta, vieja, falsa, barbuda,
malhechora y otros muchos nombres ignominiosos con cuyos títulos
asombran a los niños de cuna. Herida de aquella dorada flecha, que
del sonido de tu nombre le tocó, se retorcía tanto que parecía que
despedazaba sus manos, —29→ miraba con sus ojos a todas
partes y coceaba el duro suelo. Yo, a todo esto, arrinconada,
encogida y callando, pero gozosa de su ferocidad, porque sabía que,
mientras más basqueara, más cerca estaría de rendirse. Díjele que tu
pena era mal de muelas y que la palabra que de ella quería era una
oración que ella sabía, muy devota, para tu salud.
CALISTO.- ¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su
oficio! (A sus criados.) ¿Qué os parece, mozos? ¿Hay una mujer
igual en todo el mundo? (A CELESTINA.) ¿Qué te respondió a la
demanda de la oración?
4

(Escúchase un estruendo de riña en la calle.)


SOSIA.- (Gritando.) ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a sorprender a los que no os
temen? Juro que si me esperáis os haré ir como merecéis.
4
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que grita. Déjame ir a defenderlo, que no lo maten.
Dame mi capa.
MELIBEA.- Lucrecia, ven presto acá, que se ha ido Calisto a un ruido. Echémosle sus
corazas, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes, que ya se han ido.
CALISTO.- (Se cae.) ¡Válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡Tan muerto está como mi abuelo! ¡Oh gran desventura!

MELIBEA.- Padre mío, no te esfuerces en subir, porque estorbarás


lo que quiero decirte. Lastimado serás brevemente con la muerte de tu
única hija. Ha llegado mi fin. Llegado es mi descanso y tu pasión, mi
alivio y tu pena, mi hora y el tiempo de tu soledad. No necesitarás,
honrado padre, instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para
enterrarme. Si me escuchas sin lágrimas, conocerás la causa de mi
forzada y alegre partida. No me interrumpas con llantos ni palabras,
pues, si lo haces, quedarás más apenado por ignorar por qué me mato,
que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni
respondas, sino lo que yo quiera decirte. Oye, padre, mis últimas
palabras y, si las recibes como espero, no me culpes. Bien ves y oyes el
triste y doloroso sentimiento que hace la ciudad toda, el clamor de
campanas, el alarido de las gentes, el aullido de los canes, el gran
estrépito de armas. De todo ello yo he sido la causa. Yo he cubierto de
luto y jergas la mayor parte de la ciudadana caballería. Yo he dejado a
muchos sirvientes sin señor y he quitado raciones y limosnas a pobres y
vergonzantes. Yo he sido la ocasión de que los muertos tengan hoy la
compañía del más acabado hombre que en gracia nació. Yo he quitado a
los vivos el dechado de su gentileza, sus galanas invenciones, sus
bordados y atavíos, su habla, su andar, su cortesía y su virtud. Yo he sido
la causa de que la tierra goce sin tiempo el más noble cuerpo y la más
fresca juventud que había sido creada en nuestra era. Como estarás
espantado de mis delitos, quiero aclararte los hechos. Hace un tiempo
que penaba por mi amor un caballero que se llamaba Calisto, al que tú
bien conociste. Conociste así mismo a sus padres y su claro linaje, sus
virtudes y su bondad, que a todos eran manifiestas. Tanta era su pena de
amor y tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su pasión a una
astuta y sagaz mujer a la que llamaban Celestina. Ésta sacó mi secreto
amor del pecho. Descubríale a ella lo que a mi querida madre le
ocultaba, y así concertó nuestros amores. Vencida de su amor, dile
entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto,
quebrantó mi propósito y perdí mi virginidad. Vino esta pasada noche y,
como las paredes eran altas, la noche oscura, la escala delgada, los
5
sirvientes poco diestros y él bajaba presuroso al escuchar un ruido, no
vio bien los pasos, puso su pie en el vacío y se cayó. De la triste caída
sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y las
paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confesión su vida,
cortaron mi esperanza, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. ¿Qué
crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviese yo
penada? Su muerte convida a la mía. Convídame y es forzoso que sea
presto, sin dilación. Salúdame a mi cara y amada madre: sepa de ti
largamente la triste razón por la que muero. ¡Gran placer tengo en no
verla ahora! Toma, padre mío, los dones de tu vejez, que en largos días
largas se sufren las tristezas. Recibe las arras de tu senectud antigua.
Gran dolor llevo de mí, mayor de ti y aún mayor de mi vieja madre. Dios
quede contigo y con ella. A él ofrezco mi alma. Pon tú en cobro este
cuerpo que allá baja. (Se arroja de la torre.)
5

PLEBERIO.- Pleberio. ¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en


un pozo. Nuestro bien todo se ha perdido. ¡No queramos vivir más!
¿Para qué? Mira aquí a la que tú pariste y yo engendré, hecha
pedazos. ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad sería que viva yo
sobre ti. Más dignos eran de la sepultura mis sesenta años que tus
veinte. ¡Oh mis canas, salidas para conocer el dolor! Mejor gozara
de ellas la tierra que de tus rubios cabellos. ¡Mujer! Levántate y, si
alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos. Ahora
perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos que cada día me
atemorizaban. Tu sola muerte me hace a mí seguro de sospecha.
¿Qué haré cuando entre en tu cámara y la halle vacía? ¿Qué haré
cuando no me respondas, si te llamo? ¿Quién podrá cubrir la falta
que tú me haces, el vacío que me dejas? Nadie perdió lo que yo he
perdido el día de hoy. ¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte
fuerza del amor? ¡Oh amor, amor, que no pensé que tuvieras fuerza
ni poder para matar a quienes a ti están sujetos! Herida fue por ti mi
juventud y por medio de tus brasas pasé. ¿Cómo me soltaste
entonces, para cobrarme la paga de mi fuga en mi vejez? Pensé que
me había librado de tus brazos. No pensé que tomaras en los hijos la
venganza de los padres. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso
un nombre que no te conviene? Dulce nombre te dieron, pero
amargos hechos ejecutas. Bienaventurados los que no conociste o
por los que no te interesaste. Enemigo de toda razón, a los que
menos te sirven das mayores dones. Enemigo de amigos, amigo de
enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Del mundo me

6
quejo. ¡Oh mi compañera buena, oh mi hija despedazada! ¿Por qué
no tuviste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te
mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste, cuando
yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me
dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle?

PLEBERIO y ALISA, abrazados, se arrodillan en el suelo junto


al cuerpo de su hija, mientras lentamente va cayendo el

TELÓN

También podría gustarte