TP 14-15. Freud. S. (1921) - Psicología de Las Masas y Análisis Del Yo

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

Psicología de las masas

y análisis del yo
(1921)

66

VIL La identificación

El psicoanálisis conoce la identificación como la más tem


prana exteriorización de una ligazón afectiva con otra per
sona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo
de Edipo. El varoncito manifiesta un particular interés
hacia su padre; querría crecer y ser como él, hacer sus veces
en todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre
como su ideal. Esta conducta nada tiene que ver con una
actitud pasiva o femenina hacia el padre (y hacia el varón
en general); al contrario, es masculina por excelencia. Se
concilia muy bien con el complejo de Edipo, al que contri
buye a preparar.

Contemporáneamente a esta identificación con el padre, y


quizás antes, el varoncito emprende una cabal investidura
de objeto de la madre según el tipo del apuntalamiento [ana-
clítico].^ Muestra entonces dos lazos psicológicamente di
versos: con la madre, una directa investidura sexual de
objeto; con el padre, una identificación que lo toma por mo
delo. Ambos coexisten un tiempo, sin influirse ni perturbar
se entre sí. Pero la unificación de la vida anímica avanza sin
cesar, y a consecuencia de ella ambos lazos confluyen a la
postre, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo
normal. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo
junto a la madre; su identificación con él cobra entonces
una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sus
tituir al padre también junto a la madre. Desde el comienzo
mismo, la identificación es ambivalente; puede darse-vuelta
hacia la expresión de la ternura o hacia el deseo de elimi
nación. Se comporta como un retoño de la primera fase,
oral, de la organización libidinal, en la que el objeto anhela
do y apreciado se incorpora por devoración y así se aniquila
como tal. El caníbal, como es sabido, permanece en esta po
sición; le gusta {ama} devorar a su enemigo, y no devora a
aquellos de los que no puede gustar de algún modo.^

Más tarde es fácil perder de vista el destino de esta iden-

tificación con el padre. Puede ocurrir después que el com


plejo de Edipo experimente una inversión, que se tome por
objeto al padre en una actitud femenina, un objeto del cual
las pulsiones sexuales directas esperan su satisfacción; en tal
caso, la identificación con el padre se convierte en la precur
sora de la ligazón de objeto que recae sobre él. Lo mismo
vale para la niña, con las correspondientes sustituciones.''

Es fácil expresar en una fórmula el distingo entre una


identificación de este tipo con el padre y una elección de
objeto que recaiga sobre él. En el primer caso el padre es lo
que uno querría ser; en el segundo, lo que uno querría
tener. La diferencia depende, entonces, de que la ligazón
recaiga en el sujeto o en el objeto del yo. La primera ligazón
ya es posible, por tanto, antes de toda elección sexual de
objeto. En lo metapsicológico es más difícil presentar esta
diferencia gráficamente. Sólo se discierne que la identifi
cación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro,
tomado como «modelo».

Dilucidemos la identificación en unos nexos más comple


jos, en el caso de una formación neurótica de síntoma. Su
pongamos ahora que una niña pequeña reciba el mismo sín
toma de sufrimiento que su madre; por ejemplo, la misma
tos martirizadora. Ello puede ocurrir por diversas vías. La
identificación puede ser la misma que la del complejo de
Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir a la
madre, y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre;
realiza la sustitución de la madre bajo el influjo de la con
ciencia de culpa: «Has querido ser tu madre, ahora lo eres
al menos en el sufrimiento». He ahí el mecanismo completo
de la formación histérica de síntoma. O bien el síntoma pue
de ser el mismo que el de la persona amada («Dora»,* por
ejemplo, imitaba la tos de su padre); en tal caso no tendría
mos más alternativa que describir así el estado de cosas: La
identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de
objeto ha regresado hasta la identificación. Dijimos que la
identificación es la forma primera, y la más originaria, del
lazo afectivo; bajo las constelaciones de la formación de sín
toma, vale decir, de la represión y el predominio de los me
canismos del inconciente, sucede a menudo que la elección
de objeto vuelva a la identificación, o sea, que el yo tome

en estas identificaciones el yo copia [Kopieren) en un caso


a la persona no amada, y en el otro a la persona amada.
Y tampoco puede dejar de llamarnos la atención que, en los
dos, la identificación es parcial, limitada en grado sume,
pues toma prestado un único rasgo de la persona objeto.

Hay un tercer caso de formación de síntoma, particular


mente frecuente e importante, en que la identificación pres
cinde por completo de la relación de objeto con la persona
copiada. Por ejemplo, si una muchacha recibió en el pensio
nado una carta de su amado secreto, la carta despertó sus
celos y ella reaccionó con un ataque histérico, algunas de
sus amigas, que saben del asunto, pescarán este ataque, como
suele decirse, por la vía de la infección psíquica. El mecanis
mo es el de la identificación sobre la base de poder o querer
ponerse en la misma situación. Las otras querrían tener tam
bién una relación secreta, y bajo el influjo del sentimiento de
culpa aceptan también el sufrimiento aparejado. Sería erró
neo afirmar que se apropian del síntoma por empatia. Al con
trario, la empatia nace sólo de la identificación, y la prueba
de ello es que tal infección o imitación se establece también
en circunstancias en que cabe suponer entre las dos personas
una simpatía preexistente todavía menor que la habitual en
tre amigas de pensionado. Uno de los «yo» ha percibido en
el otro una importante analogía en un punto (en nuestro
caso, el mismo apronte afectivo); luego crea una identifica
ción en este punto, e influida por la situación patógena esta
identificación se desplaza al síntoma que el primer «yo» ha
producido. La identificación por el síntoma pasa a ser así
el indicio de un punto de coincidencia entre los dos «yo»,
que debe mantenerse reprimido.

Podemos sintetizar del siguiente modo lo que hemos


aprendido de estas tres fuentes: en primer lugar, la identi
ficación es la forma más originaria de ligazón afectiva con
un objeto; en segundo lugar, pasa a sustituir a una ligazón
libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyec-
ción del objeto en el yo, por así decir; y, en tercer lugar,
puede nacer a raíz de cualquier comunidad que llegue a
percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones
sexuales. Mientras más significativa sea esa comunidad, tan
to más exitosa podrá ser la identificación parcial y, así, co
rresponder al comienzo de una nueva ligazón.

Ya columbramos que la ligazón recíproca entre los in


dividuos de la masa tiene la naturaleza de una identificación
de esa clase (mediante una importante comunidad afectiva),
y podemos conjeturar que esa comunidad reside en el modo
de la ligazón con el conductor. Otra vislumbre nos dirá que

101

estamos muy lejos de haber agotado el problema de la iden


tificación; en efecto, nos enfrentamos con el proceso que la
psicología llama «empatia» [Einfühlung] y que desempeña
la parte principal en nuestra comprensión del yo ajeno, el
de las otras personas. Pero aquí nos ceñiremos a las conse
cuencias afectivas inmediatas de la identificación, y omitire
mos considerar su significado para nuestra vida intelectual.

La investigación psicoanalítica, que ocasionalmente ya ha


abordado los difíciles problemas que plantean las psicosis,
pudo mostrarnos la identificación también en algunos otros
casos que no nos resultan comprensibles sin más. Trataré en
detalle dos de ellos, a fin de poder utilizarlos como material
para nuestras ulteriores reflexiones.

La génesis de la homosexualidad masculina es, en" una


gran serie de casos, la siguiente:® El joven ha estado fijado
a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un
tiempo y con una intensidad inusualmente grandes. Por fin,
al completarse el proceso de la pubertad, llega el momento
de permutar a la madre por otro objeto sexual. Sobreviene
entonces una vuelta {Wendung} repentina; el joven no
abandona a su madre, sino que se identifica con ella; se
trasmuda en ella y ahora busca objetos que puedan susti
tuirle al yo de él, a quienes él pueda amar y cuidar como lo
experimentó de su madre. He ahí un proceso frecuente, que
puede corroborarse cuantas veces se quiera, y desde luego
con entera independencia de cualquier hipótesis que se haga
acerca de la fuerza pulsional orgánica y de los motivos de
esa mudanza repentina. Llamativa en esta identificación es
su amplitud: trasmuda al yo respecto de un componente en
extremo importante (el carácter sexual), según el modelo
de lo que hasta ese momento era el objeto. Con ello el
objeto mismo es resignado; aquí no entramos a considerar
si lo es por completo, o sólo en el sentido de que perma
nece conservado en el inconciente. Por lo demás, la identi
ficación con el objeto resignado o perdido, en sustitución
de él, y la introyección de este objeto en el yo no constitu
yen ninguna novedad para nosotros. A veces un proceso de
este tipo puede observarse directamente en el niño pequeño.
Hace poco se publicó en Internationale Zeitschrift für Psy
choanalyse una de estas observaciones: un niño, desesperado

VIII. Enamoramiento e hipnosis

El lenguaje usual es fiel, hasta en sus caprichos, a alguna


realidad. Es así como llama «amor» a vínculos afectivos muy
diversos que también nosotros reuniríamos en la teoría bajo
el título sintético de amor; pero después le entra la duda
de si ese amor es el genuino, el correcto, el verdadero, y
señala entonces toda una gradación de posibilidades dentro
del fenómeno del amor. Tampoco nos resulta difícil pesqui
sarla en la observación.

En una serie de casos, el enamoramiento no es más que


una investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales
con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa, lograda
la cual se extingue; es lo que se llama amor sensual, común.
Pero, como es sabido, la situación libidinosa rara vez es tan
simple. La certidumbre de que la necesidad que acababa de
extinguirse volvería a despertar tiene que haber sido el mo
tivo inmediato de que se volcase al objeto sexual una in
vestidura permanente y se lo «amase» aun en los intervalos,
cuando el apetito estaba ausente.

La notable historia de desarrollo por la que atraviesa la


vida amorosa de los seres humanos viene a agregar un se
gundo factor. En la primera fase, casi riempre concluida ya
a los cinco años, el niño había encontrado un primer objeto
de amor en uno de sus progenitores; en él se habían reunido
todas sus pulsiones sexuales que pedían satisfacción. La re
presión que después sobrevino obligó a renunciar a la ma
yoría de estas metas sexuales infantiles y dejó como secuela
una profunda modificación de las relaciones con los padres.
En lo sucesivo el niño permaneció ligado a ellos, pero con
pulsiones que es preciso llamar «de meta inhibida». Los
sentimientos que en adelante alberga hacia esas personas
amadas reciben la designación de «tiernos». Es sabido que
las anteriores aspiraciones «sensuales» se conservan en el
inconciente con mayor o menor intensidad, de manera que,
en cierto sentido, la corriente originaria persiste en toda su
plenitud.*

Es notorio que con la pubertad se inician nuevas aspira


ciones, muy intensas, dirigidas a metas directamente sexua
les. En casos desfavorables permanecen divorciadas, en cali
dad de corriente sensual, de las orientaciones «tiernas» del
sentimiento, que persisten. Entonces se está frente a un cua
dro cuyas dos variantes ciertas corrientes literarias son tan
proclives a idealizar. El hombre se inclina a embelesarse por
mujeres a quienes venera, que empero no le estimulan al
intercambio amoroso; y sólo es potente con otras mujeres,
a quienes no «ama», a quienes menosprecia o aun desprecia.-
Pero es más común que el adolescente logre cierto grado de
síntesis entre el amor no sensual, celestial, y el sensual, te
rreno; en tal caso, su relación con el objeto sexual se carac
teriza por la cooperación entre pulsiones no inhibidas y pul
siones de meta inhibida. Y gracias a la contribución de las
pulsiones tiernas, de meta inhibida, puede medirse el grado
del enamoramiento por oposición al anhelo simplemente
sensual.

En el marco de este enamoramiento, nos ha llamado la


atención desde el comienzo el fenómeno de la sobrestima-
ción sexual: el hecho de que el objeto amado goza de cierta
exención de la crítica, sus cualidades son mucho más esti
madas que en las personas a quienes no se ama o que en ese
mismo objeto en la época en que no era amado. A raíz de
una represión o posposición de las aspiraciones sensuales,
eficaz en alguna medida, se produce este espejismo: se ama
sensualmente al objeto sólo en virtud de sus excelencias aní
micas; y lo cierto es que ocurre lo contrario, a saber, úni
camente la complacencia sensual pudo conferir al objeto
tales excelencias.

El afán que aquí falsea al juicio es el de la idealización.


Pero esto nos permite orientarnos mejor; discernimos que el
objeto es tratado como el yo propio, y por tanto en el ena
moramiento afluye al objeto una medida mayor de libido
narcisista.^ Y aun en muchas formas de la elección amorosa
salta a la vista que el objeto sirve para sustituir un ideal
del yo propio, no alcanzado. Se ama en virtud de perfeccio
nes a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno
le gustaría procurarse, para satisfacer su narcisismo, por este
rodeo.

Si la sobrestimación sexual y el enamoramiento aumentan,


la interpretación del cuadro se vuelve cada vez más inequí-

voca. En tal caso, las aspiraciones que esfuerzan hacia una


satisfacción sexual directa pueden ser enteramente esforza
das hacia atrás, como por regla general ocurre en el entu
siasmo amoroso del jovencito; el yo resigna cada vez más
todo reclamo, se vuelve más modesto, al par que el objeto
se hace más grandioso y valioso; al final llega a poseer todo
el amor de sí mismo del yo, y la consecuencia natural es el
autosacrificio de este. El objeto, por así decir, ha devorado
al yo. Rasgos de humillación, restricción del narcisismo, per
juicio de sí, están presentes en todos los casos de enamora
miento; en los extremos, no hacen más que intensificarse
y, por el relegamiento de las pretensiones sensuales, ejercen
una dominación exclusiva.

Esto ocurre con particular facilidad en el caso de un amor


desdichado, inalcanzable; en efecto, toda satisfacción sexual
rebaja la sobrestimación sexual. Contemporáneamente a esta
«entrega» del yo al objeto, que ya no se distingue más de la

•entrega sublimada a una idea abstracta, fallan por entero


las funciones que recaen sobre el ideal del yo. Calla la crí
tica, que es ejercida por esta instancia; todo lo que el objeto
hace y pide es justo e intachable. La conciencia moral no
se aplica a nada de lo que acontece en favor del objeto; en
la ceguera del amor, uno se convierte en criminal sin re
mordimientos. La situación puede resumirse cabalmente en
una fórmula: El objeto se ha puesto en el lugar del ideal
del yo.

Ahora es fácil describir la diferencia entre la identificación


y el enamoramiento en sus expresiones más acusadas, que se
llaman fascinación y servidumbre enamorada.'' En la prime
ra, el yo se ha enriquecido con las propiedades del objeto,
lo ha «introyectado», según una expresión de Ferenczi
[1909]. En el segundo, se ha errjpobrecido, se ha entregado
al objeto, le ha concedido el lugar de su ingrediente más
importante. Empero, tras una reflexión más atenta adverti
mos que exponiendo así las cosas caemos en el espejismo de
unos opuestos que no existen. Desde el punto de vista eco
nómico no se trata de enriquecimiento o empobrecimiento;
también puede describirse el enamoramiento extremo di
ciendo que el yo se ha introyectado el objeto. Quizás otro
distingo sea, más bien, el esencial. En el caso de la identifi
cación, el objeto se ha perdido o ha sido resignado; después
se lo vuelve a erigir en el interior del yo, y el yo se altera
parcialmente según el modelo del objeto perdido. En el otro

caso el objeto se ha mantenido y es sobreinvestido como tal


por el yo a sus expensas. Pero también contra esto se eleva
un reparo. Admitiendo que la identificación presupone la re
signación de la investidura de objeto, ¿no puede haber
identificación conservándose aquel? Ya antes de entrar en
el examen de este espinoso problema, vislumbramos que la
esencia de este estado de cosas está contenida en otra alter
nativa, a saber: que el objeto se ponga en el lugar del yo
o en el del ideal del yo.

El trecho que separa el enamoramiento de la hipnosis no


es, evidentemente, muy grande. Las coincidencias son llama
tivas. La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta
de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto ama
do."' La misma absorción de la propia iniciativa; no hay
duda: el hipnotizador ha ocupado el lugar del ideal del yo.
Sólo que en la hipnosis todas las constelaciones son más ní
tidas y acusadas, de suerte que sería más adecuado elucidar
el enamoramiento partiendo de la hipnosis que no a la in
versa. El hipnotizador es el objeto único: no se repara en
ningún otro además de él. Lo que él pide y asevera es vi-
V£nciado oníricamente por el yo; esto nos advierte que
hemos descuidado mencionar, entre las funciones del ideal
del yo, el ejercicio del examen de realidad.* No es asombro
so que el yo tenga por real una percepción si la instancia
psíquica encargada del examen de realidad aboga en favor de
esta última. Además, la total ausencia de aspiraciones de
meta sexual no inhibida contribuye a que los fenómenos ad
quieran extrema pureza. El vínculo hipnótico es una entrega
enamorada irrestricta que excluye toda satisfacción sexual,
mientras que en el enamoramiento esta última se pospone
sólo de manera temporaria, y permanece en el trasfondo
como meta posible para más tarde.

Ahora bien, por otra parte podemos decir —si se admite


la expresión— que el vínculo hipnótico es una formación de
masa de dos. La hipnosis no es un buen objeto de compa
ración para la formación de masa porque es, más bien, idén
tica a esta. De la compleja ensambladura de la masa ella aisla
un elemento: el comportamiento del individuo de la masa

frente al conductor. Esta restricción del número diferencia


a la hipnosis de la formación de masa, así como la au
sencia de aspiración directamente sexual la separa del ena
moramiento. En esa medida, ocupa una posición intermedia
entre ambos.

Es interesante ver que justamente las aspiraciones sexuales


de meta inhibida logren crear ligazones tan duraderas entre
los seres humanos. Pero esto se explica con facilidad por el
hecho de que no son susceptibles de una satisfacción plena,
mientras que las aspiraciones sexuales no inhibidas experi
mentan, por obra de la descarga, una extraordinaria dismi
nución toda vez que alcanzan su meta. El amor sensual está
destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar
tiene que encontrarse mezclado desde el comienzo con com
ponentes puramente tiernos, vale decir, de meta inhibida, o
sufrir un cambio en ese sentido.
La hipnosis nos resolvería de plano el enigma de la cons
titución libidinosa de una masa si no contuviera rasgos que
hasta ahora se han sustraído de un esclarecimiento acorde
a la ratio, en cuanto estado de enamoramiento que excluye
aspiraciones directamente sexuales. En ella hay todavía mu
cho de incomprendido, que habría de reconocerse como mís
tico. Contiene un suplemento de parálisis que proviene de la
relación entre una persona de mayor poder y una impotente,
desamparada, lo cual acaso nos remite a la hipnosis por
terror en los animales. Ni el modo en que es producida ni su
relación con el dormir resultan claros; y el hecho enigmático
de que ciertas personas son aptas para ella, mientras que
otras se muestran por completo refractarias^ apunta a un
factor todavía desconocido entreverado en ella y que quizá
posibilita la pureza de las actitudes libidinales que envuelve.
Digno de notarse es también que a menudo la conciencia
moral de la persona hipnotizada puede mostrarse refractaria,
aunque en lo demás preste una total obediencia sugestiva.
Pero esto quizá se deba a que en la hipnosis, tal como se la
practica casi siempre, puede estar vigente el saber de que se
trata sólo de un juego, de una reproducción falaz de otra
situación cuya importancia vital es mucho mayor.

Ahora bien, las elucidaciones anteriores nos han prepa


rado acabadamente para indicar la fórmula de la constitución
libidinosa de una masa; a! menos, de una masa del tipo
considerado hasta aquí, vale decir, que tiene un conductor
y no ha podido adquirir secundariamente, por un exceso de
«organización», las propiedades de un individuo. Una masa
primaria de esta indole es una multitud de individuos que

109

han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su


ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado
entre sí en su yo. Esta condición admite representación
gráfica:

Ideal
del yo

^^ - • ' ODjeto
exterior
l io

También podría gustarte