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EL NIÑO

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‘El señor, el niño y el burro’, un cuento infantil muy popular.

Venían por un camino un señor con su hijo, que tenía unos 11 años de edad. También
les acompañaba un burro, que el hombre utilizaba todos los días para cargar leña. Sin
embargo, en ese momento el burro ya no tenía que cargar ningún peso, y como el
hombre estaba muy cansado, se subió al burro.

Al cabo de un rato, pasaron cerca de un grupo de personas, que se quedaron mirando


al hombre y al niño y dijeron una vez que pasaron:

– ¡Qué hombre tan egoísta! Él tan cómodo en el burro y el pobre niño andando…
¡Menudo caradura!

Así que el hombre, abochornado, se bajó del burro y le dijo a su hijo que subiera él.
Anduvieron así un buen trecho hasta que se encontraron con otro grupo de personas
que les miraron de arriba a abajo y murmuraron:

– ¡Qué niño tan malcriado! Su pobre padre, ya mayor, andando y él tan cómodo en el
burro…

Así que el hombre le dijo al niño que bajara del burro y comenzaron a andar, los dos,
detrás del animal.

En esto que se encuentran con otro grupo de personas que dijeron:

– ¡Menudo par de tontos! Los dos andando detrás del burro, que va la mar de
descansado. ¿Es que a ninguno se le ocurre subir para ir más cómodo?

Y el hombre decidió que debían montar los dos en el burro: su hijo delante y él
detrás. Y así anduvieron un rato hasta que otro grupo de personas dijeron:

– ¡Qué barbaridad! ¡Pobre animal! ¿No ven lo cansado que está para cargar con los
dos?

El hombre pasó de largo, se encogió de hombros y dijo a su hijo:

– Ya ves, hijo… ¿ves como nunca hay que hacer caso de lo que digan los demás?

Los puercos de Nicolás Mangana.


Nicolàs Mangana era un campesino pobre pero ahorrativo. Su mayor ilusìon era juntar
dinero para comprar unos puercos y dedicarse a engordarlos. -No hay manera màs
fàcil de hacerse rico -decìa -. Los puercos estàn comiendo y el dueño nomàs los mira.
Cuando ve que ya no van a engordar màs, los venden por kilo.
Cada vez que Nicolàs Mangan se le antojaba una copa de mezcla, decìa para sus
adentros:
-Quìtate, mal pesamiento.
Sacada de la bolsa dos pesos, que era lo que costaba el mezcla en la tienda del pueblo
donde vivìa y los echaba por la rendija del pueblo de barro que le servìa de alcancìa.
-En puerco se han de convertir- decìa al oir sonar las monedas.
Cuando alguno de sus hijos le pedìa cincuenta centabos para una nieve, Nicolàs decià:
-Quìtete esa idea de la cabeza, muchacho -sacaba un bostòn de la bolsa, lo echaba en
el puerco de barro y el niño se quedaba sin nieve.
Cuando la esposa le pedía reboso nuevo, pasaba lo mismo. Veinticinco pesos entraban
en la alcancìa y la señora seguía tapándose con el rebozo luido.
Comprò un libro que decìa cuàles son los alimentos que deben comer los puercos para
engordar màs pronto y lo leìa por la tarde, sentado a la sombra de un mezquite. Cada
vez que se juntaban con sus amigos hablaba de puercos, y cuando no hablaba de
puercos hablaban de carnitas, y cuando no de carnitas, de morcillas. Acabaron
dicièndo "Nicolàs, el de los puercos". Tantas copas de mezcla no se tomò Nicolàs,
tantas nieves no probaron sus hijos y tantos rebozos no estreno su mujer, que el
puerco de barro se llenò.
Cuando Nicolàs vio que ya no cabìa un quinto màs, rompìo la alcancìa y contò el dinero
que estaba adentro, llevò la morralla a la tienda y le cambiò por billete nuvecito que
tenìa grabado junto al nùmero mil cara de Cuahtèmoc.
Regresò a la casa, junto a la familia y les dijo:
-No somos ricos, pero ya mero. Con este billete que ven ustedes aqui voy a ir a la feria
de San Antonio y voy a comprar unos puerquitos, los vamos a engordar y los vamos a
vender a comprar todavìa màs puerquitos y asì vamos a seguir hasta que seamos de
veras ricos.
Su mujer y sus hijos se pusieron muy contentos al oir esto y cantaron a coro:
-No somos ricos, pero ya mero.
ya mero.
Nicolàs metìo el billete dabajo del petate y todas las noches antes de acostarse, la
familia se juntaban alrederor de la cama, Nicolàs levantaba el petate y todos veìan que
allì estaba el billete todavìa. Despuès de esto cada quien se iba a su cama, se dormìa y
soñaba que era rico. Nicolàs, que estaba frente a un a un cerro de carnitas, haciendo
tacos y vendièndolos a dos pesos cada uno; su mujer soñaba que estaba viendo la
televisiòn, los niños soñaban que compraban y los chupaban.

El dìa de San Antonio, Nicolàs Mangana se levantò cuando apenas estaban clareando,
se vistiò, guardò el billete de mil pesos entre las correas del huarache izquierdo, se
despidiò de la familia y se puso marcha.
Muchos eran los que iban por el camino rumbo a la feria. Los que iban a comprar algo,
cambiaban, como Nicolàs, con las manos vacìas y el dinero escondido en la ropa. Los
que iban a vender, en cambio, cargaban costales de membrillos, pastoreaban parvadas
de guajolotes o arreaban yuntas de bueyes.
Entre todos aquel gentìo se distinguìa un hombre que iba montado en un caballo
blanco. Nicolàs lo mirò lleno de envidia y pensò.
-Ese hombre es un ranchero huarachudo como yo, pero montado en ese caballo
parece un rey.Era un caballo muy bueno, fuerte, pero ligero, brioso, pero obediente.
Por su gusto hubienra salido al golpey sin embargo, obedecìa al menor tironcito de
rienda que le daba el jinete.
-Asì deberìa yo ir montado- pensò Nicolàs.Decidiò que nomàs que fuera rico iba a
comprar un caballo exactamente igual aquel que iba caracoleando delante de èl.
Apretò el peso hasta emparejarse con el caballo y empezò a platicar con el que lo
montaba. -¡Que bonito caballo!- dijo Nicolàs.

-lo vendo-contestò el otro.


-¿en cuàndo?
-mil pesos.
Nicolàs sacò el billete del huarache, comprò el caballo y regresò a su casa montado y
muy contento. Les dijo a su mujer y a sus hijos:
- No somos ricos, ni vamos a serlo, pero ya tenemos caballo blanco.
Toda la familia aprendiò a montar y vivieron muy feliz.

: JORGE IBARGÛENGOITIA

La fábula de Esopo ‘El buen rey león’


Fábula del buen rey león
Había una vez un león que no era especialmente cruel, ni se enojaba sin más. Era
justo, y llegó a ser el rey con el beneplácito de todos. Entonces, una pequeña liebre, al
enterarse de su nombramiento como el nuevo rey de aquel lugar, dijo ante el león:

– ¡Cómo me alegra que haya llegado por fin este día tan anhelado! Ahora los más
débiles seremos gobernados de forma justa. Y nada más decir esto, salió corriendo en
busca de refugio.

Moraleja: «Cuando en un lugar se gobierna con justicia, los más humildes pueden
estar tranquilos, pero sin descuidar la prudencia ni el sentido común».

(‘El buen rey león’ – Esopo).


El oso y las abejas

Cierto día de verano, un oso salió en busca de miel puesto


que tenía mucha hambre. Se encontró con un enjambre y dijo:

- ¡Hola! ¿Me puedes dar un poco de esa rica miel?

- ¡Nooo!, es nuestra, que la llevamos trabajando todo el año.

El oso, enfadado, cogió un palo y empezó a darle golpes hasta que el enjambre cayó.
Las abejas, rabiosas, salieron y empezaron a picotearle. El oso se puso a correr en
busca de un río y al llegar se salvo sumergiéndose en el agua.

Es más sabio superar una ofensa o lesión en silencio que provocar mil perdiendo la
paciencia.

El oso y las abejas

En un caluroso día de verano, en el bosque vivía un hambriento oso, quien con ganas
de comer decide salir de su cueva en busca de miel. Después de tanta búsqueda,
encuentra un panal de abejas a varios metros de su casa.

Alegre de haber encontrado su comida favorita, muy educadamente saluda a las abejas
y les pregunta si pueden regalarle un poco de su deliciosa miel. Ellas se niegan a
darles de su miel porque llevan todo un año produciéndola como para regalarla.

El oso estaba tan molesto que agarra un palo que encuentra cerca de un árbol y
empieza a golpear la colmena de abejas con fuerza, hasta que este cae al suelo. Las
abejas, aun más furiosas que el oso, salen de su hogar y empiezan a picotearlo.

Al estar rodeado de abejas agresivas, corre en busca de algún rio, pozo o lago
cercano. Mientras que seguía corriendo, luchaba por sacarse esas abejas de encima. Y
al encontrar un rio, se sumerge en el agua para salvarse de ellas

MORALEJA
Recuerden que es mejor superar alguna ofensa o lesión desde tu silencio que provocar
muchos más maltratos respondiendo con acciones y palabras. Los más inteligentes no
responden a insultos sin sentidos, esa es la moraleja de esta fábula

EL CAMPESINO Y LA SERPIENTE

Hace mucho, vivía un pobre Campesino y su familia en una casita en medio


de la selva.

Todos los días el Campesino salía temprano en búsqueda de comida para


su familia, pero un día, se encontró con una enorme Serpiente que
intentaba salir de un tronco que tenía un agujero pequeño. Ella tras intentar
de todo para salir, pidió al Campesino que la ayude, pero él no confiaba en
ella y le dijo:
"Te ayudaré si prometes que no me comerás una vez estés libre."

La Serpiente aceptó y prometió no comerse al Hombre.

Tras mucho esfuerzo para liberar a la Serpiente, el Campesino por fin pudo liberarla,
pero de inmediato, ella se enrocó sobre él y se preparó para comérselo.
El Hombre muy indignado ante la mentira de la Serpiente, pidió a los animales que
pasaban por allí juzguen la situación.

Un Perro que pasaba por allí, escuchó la ayuda del Hombre, y él, sólo le dijo que
debía ser comido. Tras pasar muchos animales y repetirse la misma sentencia de ser
comido, apareció un Elefante y al escuchar la ayuda, tomó a la Serpiente y la volvió a
poner dentro del tronco liberando así al Campesino.

El Elefante, preguntó al Hombre si volvería a liberar a la Serpiente, pero él respondió que no.
Tras esto, ambos se retiraron para volver a sus quehaceres.

Moraleja
Antes de tomar una decisión,
piénsalo con mucha calma.

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