3 grandes Stephanie Brother
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STEPHANIE BROTHER
3 GRANDES Copyright © 2023 STEPHANIE BROTHER
Todos los derechos reservados. Este libro o cualquier parte del mismo no
puede ser reproducido o utilizado de ninguna manera sin el permiso
expreso del editor, excepto para el uso de breves citas en una reseña del
libro.
Este libro es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas, o con lugares, sucesos o localizaciones es pura coincidencia. Los
personajes son fruto de la imaginación del autor.
Tenga en cuenta que esta obra está dirigida únicamente a adultos mayores
de 18 años y que todos los personajes representados tienen 18 años o
más.
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ÍNDICE
Copyright
Descripción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Extracto
Más novelas de Stephanie Brother
Sobre la autora
DESCRIPCIÓN
Ni siquiera sabía que tenía tres hermanastros tan cachas y guapísimos
hasta que ya había traspasado la línea de lo alucinante.
Una sesión de fotos sexy no debería terminar con el modelo mostrándome
sus mejores posturas. Y menos tan poco tiempo después de mi ruptura.
Desde lo que hizo mi ex, he llegado a la conclusión de que los hombres no
merecen mi tiempo ni mi confianza.
Excepto Mason que es divertido y sexy a más no poder.
Cuando sonríe, sus hoyuelos y sus ojos azules derriten una pizca del hielo
que llevo dentro, y cuando se quita la camiseta, ¡joder! Creo que en mi
vida he visto un cuerpo mejor esculpido.
Resisto su coqueteo hasta que me tomo unas copas. En ese momento, mi
cuerpo manda callar a mi cerebro. Me dice que es hora de pasárselo bien.
Y lo es. Vaya si lo es.
Me lo paso mejor que nunca. Mejor de lo que creo que puedo soportar.
Pero cuando me despierto, Mason se ha ido, y me encuentro herida en
muchos aspectos. Entierro el dolor de mi corazón y me dirijo a la casa de la
playa de mi madre para almorzar y conocer a mis hermanastros por
primera vez.
Encontrarse cara a cara con Mason tomando café y bacón ya resulta
bastante humillante, pero descubrir que es un trillizo y que ahora hay tres
sexys machos alfa a los que evitar es tres veces más terrible. Aunque
pueden parecer lo peor, Miller es tan perspicaz como guapo, y Max, con
sus tatuajes y piercings, me enseña lo protector que puede llegar ser un
hombre.
Me alegran el corazón y me demuestran que en las relaciones hay mucho
más que angustia hasta que los problemas asoman su fea cabeza y todo se
desmorona.
1
No sé qué es peor: descubrir que Nate es un infiel o tener que hacer las
maletas para dejarle mientras me mira. Me avergüenza tanto darme
cuenta de que los sentimientos tan patéticos que tenía no eran más que
una ilusión, y me avergüenza aún más darme cuenta de que el hombre al
que creía amar es un gilipollas.
—¿Por qué eres tan dramática con todo esto? ¿En serio pensabas que
éramos exclusivos?
La cara de Nate se curva en una sonrisa socarrona que me eriza el vello
de los brazos. Dios mío. ¿Por qué no vi este lado de él antes de que mi
corazón se involucrara? ¿Por qué no me di cuenta de que era falso y cruel?
Me engatusó y halagó para meterme en esta relación, ¿para qué? Para
meter su polla en todo lo que se moviese mientras fingía ser el novio
perfecto. Ni siquiera sé qué más decir.
—Me has estado llamando tu novia.
Mi aguda y alzada voz le hace sonreír más.
—Bueno, lo eres, Natalie —dice Nate despacio, como si pensara que
soy demasiado estúpida para captar las palabras dichas a un ritmo normal
—. Las otras chicas... bueno, sólo están ahí por el físico. Para hacer las
cosas que tú no quieres hacer.
Aprieto los dientes mientras meto lo que me queda de ropa en la
maleta. Nate me sigue con la mirada desde donde está apoyado en el
marco de la puerta. Por supuesto, todo esto es culpa mía. ¿Sólo porque no
dejé que me metiera la polla en el culo va a justificar así su infidelidad
constante? Le he dado un año de mi vida. Mis fotografías han convertido
su blog de viajes de tercera en uno de primera. Gracias a mí, sus ingresos
han pasado del nivel de hostal de subsistencia al de cinco estrellas. ¿Y esto
es lo que recibo por mis esfuerzos? No me ha pagado nada por ello.
Supongo que él pensará que he tenido la experiencia de mi vida. Me ha
pagado todos los gastos durante todo el tiempo que hemos estado
viajando, pero ahora que he visto lo despreciable que es, me voy sin nada.
Peor que eso, he tenido que llamar a mi madre para que me reserve un
vuelo de vuelta a casa.
Hay un millón de cosas que podría decirle ahora mismo, pero no tengo
fuerzas para discutir con un hombre que nunca aceptará que se ha
equivocado.
—No puedes esperar que me contente sólo con esto —dice mientras
agita las manos por la habitación, como si nuestra vida juntos le resultara
aburrida—. No estamos casados. Estamos en el momento de experimentar
todo lo que podamos antes de consolidar nuestra relación.
—Consolidar nuestra relación. ¿Realmente crees que querría consolidar
nuestra relación, sabiendo lo que has hecho?
Claramente, Nate no me comentó en ningún momento que éramos una
pareja abierta. Tuve que enterarme por una camarera bienintencionada
que había visto a Nate con tres mujeres más en la última semana. Tras
contarle lo buen novio que era por comprarme un collar absurdo, se
apiadó de mí. Ella misma había pasado por algo parecido y no podía
soportar ver a otra rata bastarda (sus palabras) salirse con la suya. Menos
mal. Esta farsa podría haber seguido y seguido. ¿Habría sido sincero alguna
vez?
No. De eso estoy convencida.
Sus mentiras le servían para dominarme. Yo le era leal, y a él no le
hubiera gustado lo contrario. Como si él hubiera aceptado que yo me
follara a otros hombres. Pienso en todos los hombres que he conocido
durante nuestros viajes, hasta Marley, con su suave piel morena y su
increíble físico. A él le gusté. Estoy bastante segura de ello. Podríamos
haber tenido un sexo increíble. Tenía las manos lo suficientemente grandes
como para aplastar la estúpida cabeza de Nate como una nuez. Unas
manos lo bastante grandes como para sujetarme mientras me follaba
contra una de esas palmeras de la playa de Jamaica. O Marco. Aquel
hombre con ojos de chocolate líquido y un suave acento italiano capaz de
deslizar las bragas hasta de la más estirada de las mujeres. Era un seductor,
sin duda, y apuesto a que habría sido apasionado entre las sábanas.
Tantos hombres. Tantas oportunidades perdidas.
¿Y cómo se habría comportado Nate? De ninguna manera habría
soportado que descubriera que su polla era más pequeña o su cuerpo
menos tonificado. Últimamente, los orgasmos eran escasos, como si
hubiera dejado de preocuparse por mi placer. Se ha vuelto perezoso a
medida que su engaño ha ido en aumento.
Pues que se joda. Que se jodan todos los hombres que piensan que
pueden tener una relación mientras se acuestan con otras mujeres.
—Tengo el anillo —dice Nate—. Está en la mesita de noche. Échale un
vistazo.
—¿Qué?
—El anillo —repite despacio.
Me dan ganas de darle un puñetazo en la cara. No miro a ninguna
parte, salvo al baño en busca de mi neceser de maquillaje. Me largo de
aquí. Puede darle su anillo de mierda a otra de sus mujeres, como a la que
se la metió por el culo.
—No quiero ver ningún anillo —respondo con la misma lentitud—. Mi
taxi llegará en cinco minutos.
—Natalie.
Sacude la cabeza como si fuera un profesor que ha pillado a un alumno
comiendo caramelos en clase.
—Siempre la reina del drama. ¿De verdad vas a seguir con esto? Sabes
que tenemos los vuelos a Camboya en dos días. Piensa en Angkor Wat y en
las espectaculares fotos que podrías hacer allí. Es la oportunidad de tu
vida.
—Habrá otras oportunidades —contesto sin creerme mis propias
palabras.
Soy consciente de lo que me estoy alejando y eso me está matando.
Mañana volveré a casa con el rabo entre las piernas, la cuenta bancaria
vacía y sin trabajo. Viajar por el mundo va a ser lo último en lo que piense.
Esta mañana estaba sentada en el balcón mirando el mar embravecido,
lleno de falsas esperanzas. Mañana volveré a casa, a un futuro incierto.
—¿Por qué renunciar a ésta? —pregunta mientras entra en la
habitación como si estuviéramos discutiendo en cuál de los cinco
restaurantes del hotel vamos a comer esta noche, en vez de sobre el agrio
final de nuestras vidas juntos—. No sabía que reaccionarías así. Si lo
hubiera sabido...
—¿Si lo hubieras sabido qué?
—…habría hablado contigo. Te hubiera explicado lo importante que es
para mí que experimentemos juntos todos los aspectos del placer. Si lo
hubieras aceptado...
Levanto la mano porque no quiero oír más gilipolleces. Como si el
universo estuviera escuchando con mi mismo disgusto, suena el teléfono.
Es Connie, y no podría estar más aliviada de ver saltar un nombre conocido
en la pantalla.
—Hola, Connie —saludo dándole la espalda a Nate y dirigiéndome al
baño.
—Natalie. Recibí tu mensaje. ¿En serio vas a venir a casa esta noche?
—Sí —afirmo cerrando la puerta de una patada y sujetándome el
teléfono contra la oreja con un hombro levantado mientras recojo mis
cosas del baño.
—¡Qué bien! Estoy deseando verte.
—Y yo. Hace mucho que no nos vemos.
Y así es. Estar un año sin ver a mi mejor amiga no ha sido fácil. Sí, la
tecnología hace el mundo más pequeño, pero las videollamadas no son lo
mismo que sentarse en el mismo sofá y compartir una botella de vino. He
echado de menos a mi amiga, y ahora que mi corazón está destrozado, sus
cálidas palabras y su cariño se sienten aún más lejanas.
—Sé que tu madre se mudó el pasado septiembre. ¿Cómo te sientes
con la mudanza?
—Supongo que bien. Más o menos me ha ordenado que me vaya con
ella. Hay unas diez habitaciones libres para que elija, y la casa está justo en
la playa.
—Va a ser genial. Podrás tomar el sol mientras te acostumbras a estar
en casa.
—No voy a tener tiempo para descansar —respondo—. Tendré que
encontrar trabajo enseguida.
—Seguro que te sale algo, y mientras tanto, deja que tu rico padrastro
se meta la mano en el bolsillo —dice Connie mientras se ríe
malvadamente.
Conrad Banbury es más rico que Creso. La casa en la que voy a alojarme
temporalmente es una de tantas, y vale más de quince millones de los
grandes. Supongo que puede permitirse mantenerme durante un tiempo,
pero no es algo con lo que me sentiría cómoda en absoluto. Quiero decir,
sólo he visto al hombre una vez, antes de irme de Estados Unidos con Nate,
y fue un brunch apresurado en el que mi madre se reía nerviosamente y
agitaba demasiado las manos.
—Conrad ha pagado generosamente mi vuelo a casa y creo que no
debería hacer nada más por mí.
—Ya. Probablemente encontró el dinero para el billete en el respaldo
de su sofá de diseño.
—Probablemente.
—Bueno, quedemos para comer el miércoles. Yo invito.
—Me parece bien. Mi agenda está abierta de par en par —respondo a
la vez que parpadeo rápidamente mientras las lágrimas brotan de mis ojos.
El increíble itinerario que había planeado con Nate es ahora un sueño
incumplido. Cuando vuelva a Estados Unidos, mi pasaporte volverá a un
cajón lleno de polvo.
—Iremos a ese sitio de tacos que te encanta. Y a por unos helados
después, ¿vale?
Puedo oír cómo Connie intenta desesperadamente hacer mi regreso
menos doloroso. Mi respuesta es sincera a medias:
—Genial.
Nos despedimos e inhalo profundamente antes de abrir la puerta de un
tirón. Nate está relajado en uno de los asientos de terciopelo verde
azulado, con una pierna apoyada en la otra como un famoso aburrido. Sus
ojos están fijos en su teléfono, así que lo ignoro y meto el neceser en mi
abultado maletín. El sudor me recorre las axilas y el labio superior a pesar
del aire acondicionado.
Se necesita tanta fuerza para cerrar la maleta que me quedo sin aliento
cuando termino. Sólo me queda revisar la habitación, los documentos de
viaje y preparar el bolso. Tengo una sensación hueca y temblorosa en el
pecho, y un calor en las mejillas que sólo en parte tiene que ver con lo
acalorada que estoy. Hacer esto con los ojos de Nate puestos en mí es justo
la humillación final.
—Natalie. Siéntate un momento —dice, señalando la silla vacía a su
lado—. Parece que te está costando y creo que deberíamos hablar. Todo
esto es muy precipitado.
—No voy a sentarme.
Echo un vistazo a la habitación y veo el cargador de mi teléfono y la
batería de mi cámara sobre el escritorio ornamentado. Dos cosas sin las
cuales estaría perdida. También me guardo en el bolso una botella de agua
que encuentro. Cuando acabe aquí, voy a necesitar beber algo que me
quite este sabor amargo de la boca. El teléfono de la habitación empieza a
sonar y sé que es de la recepción, avisándome de la llegada de mi
transporte para ir al aeropuerto. La expresión de Nate se ensombrece al
darse cuenta de que toda esta situación va a llegar a su fin. Está a punto de
perder el control. Toda su apariencia de calma se desvanece en ese
segundo, y vislumbro cómo se siente realmente. No es algo agradable.
Después de decir en recepción que bajo en un minuto, me siento aún
más frenética. Cuando Nate era todo palabras suaves y gestos relajados, yo
me sentía bien. Ahora, algo en mis entrañas me dice que las cosas podrían
ponerse feas.
Me echo la correa del bolso al hombro, cojo la bolsa de la cámara y
levanto la maleta sobre el inmaculado suelo de baldosas blancas. Se oye un
ruido tan fuerte que los hombros de Nate se levantan y su cara se
contorsiona.
—NATALIE.
Mi corazón se acelera, el latido retumba en el vacío detrás de mis
costillas. Mis pies me impulsan hacia la puerta, sin mirar si Nate se ha
levantado de la silla. Lucho con el picaporte hasta que consigo abrir la
puerta y saco la maleta al pasillo. Por delante pasan dos empresarios y me
alegro de ir detrás de ellos, con la esperanza de que Nate no monte una
escena al tener público. En los ascensores, echo un vistazo a la puerta y
veo al hombre que ha sido mi vida durante demasiado tiempo con los
brazos cruzados, viéndome marchar.
¿Cuántas horas pasamos juntos, horas que nunca recuperaré? ¿Cómo
es posible que alguien que ayer lo era todo para mí, hoy no sea nada?
Cuando se cierran las puertas del ascensor, me doy cuenta de todo el
esfuerzo que me ha costado mantener la compostura. Se me desploman
los hombros y se me encoge el pecho. Suelto un sollozo que provoca las
miradas de los que están a mi alrededor.
Mierda.
No puedo montar una escena. No quiero que la gente me mire, ni que
me compadezcan. Es otra humillación más. Otra respiración profunda
obliga a bajar el oleaje de sufrimiento y decepción.
Puedo hacerlo. Puedo llegar a casa.
Y una vez allí, tendré que seguir adelante porque realmente no hay otro
camino. ¿Quién sabe lo que me espera?
Una página en blanco.
Me aterra pensarlo. Pero de algo estoy segura. Ningún hombre volverá
a tener la oportunidad de burlarse de mí de esta manera. Mi corazón
destrozado se va a quedar encerrado en una caja de metal. No voy a ser
idiota dos veces.
2
Conrad insiste en que su chófer me lleve al almacén del centro donde voy a
trabajar. No discuto, porque aún estoy con jet lag y no tengo energía para
pensar adónde voy ni cómo llegar.
Al bajar de la limusina, no me pierdo las miradas interesadas que se
vuelven desinteresadas en cuanto me ven salir con mis pantalones
holgados de color naranja al estilo tailandés y mi blusa holgada de lino
negro. Aquí no hay bolsos de diseño ni atuendos de famosos, a pesar del
lujo del coche. Agarro con fuerza el asa de la bolsa de la cámara y me subo
el bolso bordado al hombro mientras una ráfaga de viento me despeina el
pelo corto. Contemplo el enorme almacén y respiro hondo para calmar los
nervios.
Pasé gran parte de la tarde de ayer navegando por Internet en busca de
portadas de libros, fijándome en las poses y la iluminación que se utilizan
para sacar lo mejor de los modelos. Estoy todo lo preparada que podría
estar teniendo en cuenta la falta de experiencia directa y de antelación,
pero eso no ha desterrado las mariposas revoloteando por mi vientre. Ni
siquiera he podido desayunar, así que me he tomado un espresso doble.
Quizá por eso me siento tan nerviosa.
Es ahora o nunca, pienso, mentalizándome para empujar la puerta.
La zona de recepción es gigantesca, y sólo se ve una mujer vestida de
blanco sentada frente a un escritorio de cristal transparente, con un
portátil y unos auriculares para trabajar. Me acerco despacio, observando
las paredes y el suelo de hormigón pulido.
—Soy Natalie Monk. Estoy aquí para el rodaje.
La mujer asiente y pulsa sobre el teclado.
—Tome el ascensor hasta la tercera planta. Andre se reunirá con usted
y le indicará a dónde ir.
El ascensor es elegante, se mueve más rápido de lo que esperaba.
Andre mide por lo menos 1,90, tiene unos ojos almendrados muy bonitos y
un traje tan blanco como el de la señora de recepción.
—Natalie —canturrea—. Me alegro de que hayas venido. Realmente no
sabíamos qué hacer cuando Alistair Cristie nos abandonó.
¿Alistair Cristie era el fotógrafo que habían contratado para esta sesión?
Mierda. Me siento fuera de lugar. Si el editor está dispuesto a pagar por
alguien tan reconocido para esta sesión, realmente están esperando que
este libro sea un gran éxito de ventas.
Sigo a Andre hasta un gran espacio decorado como una habitación de
hotel. Junto a una preciosa ventana ornamentada hay una cama de
matrimonio con sábanas blancas y almohadas como para amortiguar la
caída de Satán desde el cielo. También hay un escritorio y un lujoso sofá.
Mi mente empieza a barajar todas las tomas posibles.
—Puedes instalarte aquí —dice Andre, señalando una mesa enorme.
Connie me había asegurado que disponían de gran parte del equipo
que iba a necesitar, incluida la iluminación. Dejo las maletas sobre la mesa
y empiezo a sacar la cámara, el flash y los objetivos. Lo limpio todo
meticulosamente mientras Andre desaparece por otra puerta. Una joven
que no puede tener más de dieciocho años empuja un perchero hacia la
habitación. Hay un biombo, supongo que para que el modelo se cambie
detrás, y los trajes están colocados a un lado.
—¿Quieres que te traiga algo? —pregunta—. ¿Un café? ¿Una
magdalena? ¿Un cruasán?
Whisky, pienso, aunque no lo digo en voz alta. No quiero que vaya
diciendo por ahí que soy una borracha mañanera. Pero en estos
momentos, mataría por algo que me quemara al bajar y me calmara los
nervios.
Empiezo haciendo algunas tomas de prueba y luego ajusto la posición
de la iluminación del softbox. Quiero tener todo organizado antes de
enfrentarme a un musculitos embadurnado de aceite.
Una risa profunda retumba en la puerta por la que he entrado. Asumo
que pertenece al modelo, pero no me giro. Sigo enfocando a través de mi
objetivo. Mi cámara siempre ha sido una especie de protección. Oculta mi
rostro y enmascara mi expresión. A través de ella me convierto en una
observadora distante.
El susurro de la ropa al quitársela es inconfundible. Sé que hoy tenemos
que hacer varias tomas con diferentes atuendos. Tenemos que empezar
con el look multimillonario, que, según he aprendido, implica una camisa
blanca que tiene que estar abierta por el cuello para mostrar la piel
bronceada, con y sin chaqueta de traje, y con y sin corbata. Me río
pensando en la realidad de los multimillonarios que hay en la vida real. La
mayoría son frikis de mediana edad que se hicieron ricos en empresas
tecnológicas, o son ricos por el petróleo o las armas. No son el tipo de
hombres que una joven en su sano juicio desearía por algo que no fuera el
dinero. En el mundo de los libros, los multimillonarios son algo totalmente
distinto. Son hombres muy musculosos, por debajo de los treinta años, que
constituyen un género romántico de gran fantasía.
Estoy a favor de la fantasía. Claramente, mi realidad ha demostrado
estar lejos de ser satisfactoria. Hoy toca dar vida a esa fantasía para todas
las mujeres que necesitan salir de su propia existencia por un momento.
Comprendo perfectamente esa necesidad.
El sonido de alguien que carraspea interrumpe mi hilo de pensamiento
y doy un respingo, dejando que la cámara se me caiga de la cara.
Dios.
Mío.
Juro que oigo arpas, violines y el aleteo de las alas de las palomas. Los
ángeles se desmayan en los cielos al ver al hombre que tengo delante.
Todas las palabras se me escapan de la cabeza y caen al pulido suelo gris
que nos separa. Mete las manos en los bolsillos de su impecable traje
negro y ladea la cabeza, con sus ojos azules centelleantes y sus hoyuelos al
descubierto.
Ay, Señor. Qué injusto. Ojos azules y hoyuelos son una doble dosis de
sensualidad, y nunca he sido capaz de mantener la cabeza fría cuando hay
hombres atractivos a mi alrededor.
Debería haberle dicho a Connie que buscara a otra persona. Sabía que
esto iba a ser un desastre.
—Tienes la boca abierta —dice el hombre.
Levanto la mandíbula inferior como si él me lo hubiera ordenado,
haciendo chocar los dientes. Debo de parecer una loca, pero no consigo
salir de este estado de hipnosis.
—Soy Mason —comenta a la vez que frunce el ceño como si hubiera
pasado de la diversión a la preocupación por mi estado mental.
De alguna manera, consigo que mi cerebro participe.
—Soy Natalie.
—Lo sé. La agencia me dijo quién estaría haciendo las fotos hoy.
Esa sonrisa radiante revela unos dientes blancos y rectos perfectos que
podrían aparecer en un anuncio de pasta de dientes.
—Eso demuestra una buena organización por parte de ellos.
—Así es.
Permanecemos incómodos durante unos segundos más. Bueno, yo soy
la que está incómoda. Mason parece encontrarse totalmente a gusto con
su traje de multimillonario, y mientras le miro, comprendo la fantasía al
cien por cien. Este hombre parece capaz de enfrentarse a cualquier reto
que le plantee la vida. Tiene las manos grandes y una fuerte musculatura,
un aire seguro de sí mismo y una chispa de humor. En realidad,
compadezco a las mujeres a las que Mason se dedica a seducir. No tendrían
ninguna oportunidad.
—Entonces, ¿dónde me pongo?
Hay muchas respuestas a esa pregunta que acaloran mis mejillas.
Encima de mí, debajo, presionando mi cara contra la almohada mientras
me golpea por detrás. No sé de dónde ha salido esto último porque nunca
me ha gustado. Hasta ahora, parece.
—Junto al escritorio —le respondo—. Empecemos por ahí.
Tras veinte minutos de sesión fotográfica, puedo confirmar que Mason
es todo un profesional. Se siente cómodo con la cámara y su cuerpo se
mueve con fluidez. Conoce los ángulos y las expresiones que harán una
buena toma, y así se coloca. Casi no tengo que darle instrucciones.
Vuelvo a la mesa, conecto la cámara al portátil para poder ver las
imágenes mientras Mason espera pacientemente.
—Creo que lo hemos clavado —comento—.Pasemos a las siguientes.
—Venga.
Mason se pasea por detrás de la pantalla y no puedo apartar los ojos de
él. Su forma de caminar es tan relajada y sexy. Se ha quitado la chaqueta
para las últimas tomas y ahora se pueden apreciar sus músculos bajo la
fina tela de su camisa abotonada. Cuando desaparece de mi vista, sacudo
la cabeza, tratando de entrar en razón.
Las siguientes tomas son de Mason en vaqueros y una camiseta blanca
ajustada. Estas tomas van a ser más tranquilas, y el cuerpo de Mason va a
quedar más al descubierto. Saco mi botella de agua del bolso y bebo un
trago largo y fresco, con la esperanza de suprimir el calor que se ha ido
desarrollando por todo mi cuerpo desde que Mason entró en la habitación.
Funciona hasta que aparece de nuevo, pareciéndose a una versión
moderna y más dura de James Dean. Juro que ser tan atractivo como
Mason debería ser ilegal.
—¿Puedes ponerte junto a la ventana? —pregunto, a la vez que me
imagino la luz natural proyectándose sobre el blanco de su camisa e
iluminando sus ojos.
—Claro.
Me acerco con la cámara preparada, encantada de lo increíble que es la
toma. Mason se vuelve hacia mí, con una expresión que me derrite las
bragas, y me da un vuelco el corazón. Es una pose, nada más, pero es como
si me estuviera mirando con deseo. Tiene una gran habilidad.
—Has hecho unas fotos increíbles.
Se apoya en el ladrillo, dejando caer la mano en la repisa de la ventana.
—Me lo pones muy fácil —respondo, preguntándome cómo sabe cómo
han quedado las fotos de hoy.
—Las de Tailandia son mis favoritas. La forma en que capturaste el
amanecer sobre el monumento de Buda es increíble.
Dejo de intentar encontrar la mejor posición para ponerme de pie y me
enderezo, bajando la cámara.
—¿Has visto esas fotos?
—Sí... Desde luego, me entraron ganas de visitar el lugar.
El dolor en mi pecho que ha estado ahí desde que descubrí la traición
de Nate, pero que se había disipado un poco desde que me centré en
Mason, vuelve. Me encantó Tailandia. Me encantaron todos los lugares que
visité. Este local del centro nunca estaría a la altura de lo emocionante que
es viajar, pero me halaga que a Mason le guste mi trabajo.
—Bueno, se supone que ese es el objetivo —contesto.
—¿Ése es tu novio?
Mason cierra los labios para humedecerlos.
—No.
La palabra sale bruscamente de mi boca, revelando todo lo que no
quería que Mason supiera.
—¿Tienes novio?
Sus preciosos labios se curvan en la comisura.
—O tal vez tenga novia.
—Qué va —dice Mason—. Por supuesto, no tiene nada de malo. De
hecho, la idea me pone mucho, pero no me das esa impresión.
Frunzo el ceño.
—¿Qué impresión te transmito?
Mason sacude la cabeza.
—Si comes conmigo te lo digo.
—¿Quién ha dicho que vayamos a parar para comer? Todavía tenemos
fotos por hacer.
Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros azules, que le abrazan el
culo y los muslos a la perfección.
—Nada se interpone entre la comida y yo, Natalie. Eso es algo que
debes saber de mí.
En ese momento, la chica que había traído previamente la ropa aparece
con una bandeja.
—Ah, ahí estás —festeja Mason, dando zancadas hacia delante.
—Lo siento —Jadea—, había una cola muy larga.
—Nada que lamentar —Canturrea Mason—. Gracias.
Coloca la bandeja en el extremo de mi mesa y Mason se deja caer en
una silla de plástico, arranca un trozo de una de las magdalenas más
grandes que he visto en mi vida y se la mete en la boca.
—Mmmmm —gime—. No hay ningún otro sitio que haga unas
magdalenas mejores que las de Mama's Bakery.
—¿Quieres hacer una pausa para tomar un café y comer algo? ¿Cuánto
tardaremos en terminar estas tomas?
—Las conseguiremos. Te propongo algo. Si terminamos temprano,
podemos ir a cenar algo. ¿Qué te parece?
—Me parece totalmente innecesario —respondo—. Podemos cenar
cada uno en su casa.
—Y eso suena completamente aburrido.
Los ojos de Mason brillan con el desafío. Ser aburrido era algo que Nate
solía lanzarme cada vez que no hacía lo que él quería. Que le den. No voy a
dejarme manipular por otro gilipollas.
—Bueno, no me importa ser aburrida.
Sus ojos me escrutan como si intentara leer lo que pasa por mi cabeza.
Se acerca a la bandeja, coge la magdalena que le sobra y me la tiende.
—Tienes que probar esto.
Es una orden, pero formulada con suavidad. Más bien una súplica. Mi
estómago ruge y Mason sonríe.
—Ves... necesitas esta magdalena.
Alargo la mano y se la quito, aún caliente. El primer mordisco es
tentativo, pero tiene razón. Es el néctar de los dioses. Después de eso, no
me importa que me esté viendo atiborrarme. Siento un hambre que no
había sentido en meses.
Cuando termino, lo veo sonriendo con una mirada lejana que no
consigo descifrar.
Mason es sin duda algo más que una bonita apariencia.
5
No sé cómo voy a pasar las próximas horas, pero lo que sí sé es que estoy
agradecida por esa magdalena. La energía que se necesita para seguir el
ritmo de Mason mientras hacemos las fotos es otra cosa. Cuando se pone
la camiseta blanca ajustada sobre la cabeza, un suspiro sale de mis labios.
Estaba convencida de que su cuerpo sería espectacular, pero verlo en
todo su esplendor me deja sin palabras. Sabe cómo trabajar cada músculo
de su cuerpo, que no son pocos, para conseguir la postura perfecta. Hago
las fotos desde atrás, con la cabeza girada, admirando sus anchos hombros
y la perfecta V que se forma en su espalda. Se quita los zapatos y se reclina
en la cama con los brazos detrás de la cabeza, y la visión de los músculos
de la parte inferior de los brazos que desembocan en el pecho casi me
tumba. Y sus pezones. No es una zona en la que me haya fijado antes en un
hombre, pero todo en Mason es sexy. Le lamería hasta la axila, así de sexy
es.
Me acerco, queriendo hacer algunas tomas más detalladas antes de
apartarme.
—¿Puedes desabrocharte el cinturón y los vaqueros? —pregunto
mientras un torrente de calor recorre mis piernas.
—Claro.
El tintineo de la hebilla es música para mis oídos, y el sonido de su
cremallera me hace palpitar el corazón. Engancha un pulgar en la cinturilla,
bajándola un poco para revelar su ajustada ropa interior negra, y tropiezo
con mis propios pies mientras intento encontrar una posición que capte su
perfección. Sólo me quedan unas pocas fotos de esto, y luego tendré que
pasar a las que no lleva vaqueros.
—Así está bien —digo distraídamente.
Los ojos de Mason encuentran los míos a través de la cámara, y es una
mirada que mataría a cualquiera. Una mirada que me hace sudar la gota
gorda. Detrás de la cámara, sigo sintiéndome expuesta.
Se baja un poco más los vaqueros y juro que veo el bulto de su polla
bajo la banda de sus ajustados calzoncillos. Madre mía. La tiene grande.
—Bien —vuelvo a decir, con la voz entrecortada.
Sus labios esbozan una sonrisa, pero mantiene su expresión seductora.
Yo disparo fotos como una loca mientras Mason se abre tanto los vaqueros
que parece que no los lleva puestos.
—¿Me los quito? —pregunta.
—Claro.
Esa sola palabra suena medio instrucción, medio jadeo. No puedo
apartar los ojos de él mientras se baja los vaqueros por sus musculosos
muslos hasta quedarse tumbado con una ropa interior que no deja nada a
la imaginación.
—¿Queda bien? —pregunta mirándose a sí mismo.
¿Qué clase de pregunta es ésa? Claro que queda bien. ¿No tiene un
espejo? Sus ojos se cruzan con los míos a través de la lente.
—Me refiero a si quieres que me mueva.
—¿Podrías flexionar un poco la pierna derecha a la altura de la rodilla?
—Vale. ¿Y la polla?
Mi boca emite un pequeño sonido de asombro, e instintivamente bajo
la cámara para fijarme, aunque sea algo tonto y vergonzoso. ¿Cómo voy a
decirle a un perfecto desconocido que se la coloque bien? ¿Cómo puedo
verle hacerlo sin que mis bragas se mojen de forma inaceptable?
—Es... es...
Parpadeo lentamente intentando recomponerme. Una desconocida
parte de mí que no sabía que existía quiere decirle que enganche un pulgar
en su cintura y tire para que pueda ver lo que me está provocando detrás
de una tela demasiado fina. Me dan ganas de llevarme su enorme pene a
la palma de mi mano y luego a la boca hasta que me den arcadas y me
lloren los ojos. Siento mi coño ardiente y apretado entre mis piernas lo
bastante húmedo como para deslizarse por esa polla sin ningún problema.
Atrás quedó la chica que pensaba que el sexo era sólo algo que había
que tener para mantener una relación. El sexo con Mason no sería así.
Sería tan necesario como respirar, tan vital como la sangre que bombea por
mis venas. Sé esto, y ni siquiera sé su apellido. Ni siquiera sé su color
favorito o a qué saben sus labios.
—La veo bien —balbuceo, y Mason resopla como si le hubiera hecho
gracia, pero no quiere hacerme sentir mal riéndose a carcajadas.
—Ya sé que está bien, pero ¿está bien colocada?
—Eh... sí. Supongo.
—Bueno, avísame si quieres que la mueva... ya sabes, para conseguir el
mejor ángulo.
Santo cielo. Nunca he estado con un hombre que la tuviera tan grande
que pudiera moverla por estética y, para ser sincera, no puedo creer que
esté teniendo esta conversación. Todos mis días idílicos fotografiando las
mejores vistas del mundo han quedado muy atrás. Aunque supongo que
hay peores cosas que fotografiar.
Retrocedo un par de pasos, inspiro profundamente y empiezo a hacer
las fotos. Mason se mueve con fluidez, dándome mucha variedad, pero el
ángulo no es bueno. Al menos, no es el mejor.
Veo una escalera apoyada contra la pared y coloco la cámara sobre la
cama para prepararla. Necesito estar en alto para hacer algunas fotos de
Mason desde arriba. Quiero que me mire con sus ojos de zafiro y esas
largas pestañas que proyectan unas sombras perfectas sobre sus mejillas.
Quiero captar las ondulaciones de su abdomen y la forma en que su
vientre totalmente plano se hunde cuando está en posición horizontal,
exagerando la V que baja hasta su polla.
Me tiembla todo al subir las escaleras. Mis manos se sienten
resbaladizas de sudor al contacto con el cuerpo caliente de mi cámara. Al
mirar por el visor, me pongo aún más cachonda. El ángulo que había
imaginado queda aún mejor en la realidad, aunque podría mejorarse con
una pequeña modificación.
No puedo creer que vaya a decir esto, pero allá voy.
—Puedes mover tu... tu polla un poco hacia la izquierda.
La mano de Mason se desliza sobre su estómago un poco más despacio
de lo necesario, y mientras hace exactamente lo que le he pedido, un
escalofrío me recorre la nuca y el cuero cabelludo. Este momento pasará a
mi historia personal como lo más guarro que me ha pasado nunca: ver su
enorme mano levantando esa vara larga y gorda para mí. Uf. Ni siquiera sé
cómo expresar lo mucho que me excita.
¿Quién diría que tengo un lado mandón? ¿Quién diría que me encanta
que un hombre siga mis instrucciones? Vaya. Menudo día de revelaciones,
y no de la manera que esperaba.
—¿Así está bien? —pregunta roncamente.
Sus ojos encuentran los míos a través de la cámara, y es como si me
lamiera entre las piernas. De hecho, doy un respingo.
—Sí. Perfecto —respondo con la garganta apretada por la lujuria.
Empiezo a tomar las fotos al mismo tiempo que Mason hace su trabajo.
Simultáneamente, voy haciendo fotos mentalmente para mantenerme
caliente en las frías noches que se avecinan. Ver a este hombre es un
regalo. Mejor dicho, más que un regalo. Es como si las imágenes de Mason
hubieran borrado parte del dolor que he estado alimentando.
Nate no impresionaba ni por asomo tanto como este hombre. Y debo
darme cuenta de que no se merecía ocupar tanto espacio en mi vida.
Tardamos el resto de la tarde en conseguir las tomas que necesitamos
y, para entonces, estoy mareada de tanto mirar a Mason y de no haber
comido.
Se esconde detrás del biombo para vestirse mientras repaso las tomas
en mi ordenador. Me siento tan aliviada al ver que realmente lo he
conseguido. Tenía muy poca confianza en mí misma, pero con la
profesionalidad de Mason y mi concentración, ha resultado una tarea
estupenda.
Sonrío cuando aparece Mason, y su cara se transforma en una amplia
sonrisa.
—Es lo más feliz que te he visto en todo el día —dice, sin dejar de
sonreír.
—Las fotos han quedado impresionantes.
Se deja caer en la silla frente a mí y se pone las manos detrás de la
cabeza.
—Claro, son de mí.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un imbécil arrogante?
—Sí —suelta sin remordimientos—, pero también me han dicho
muchas cosas buenas, así que tiendo a ignorar la parte arrogante.
—Me lo imagino.
—Entonces, la cena...
Sus ojos están llenos de desafío, y esos hoyuelos me guiñan el ojo como
si fueran el péndulo de un hipnotizador. ¿Cómo puede ser legal que un
hombre sea tan tentador? Mason debería llevar una etiqueta de
advertencia.
—No creo que sea buena idea.
—Eso es porque estás demasiado hambrienta como para tomar una
decisión sensata. Creo que voy a tener que tomar el control por tu propio
bien —Saca el móvil del bolsillo de la chaqueta y empieza a marcar—. Sí,
¿tenéis una mesa para dos? ¿En media hora?
—Yo...
Levanta la mano para hacerme callar.
—Gracias. Hasta luego.
Voy pasando las fotos, fingiendo ignorarlo, fingiendo estar enfadada,
aunque no lo estoy. Esa parte traidora de mí está cantando una canción
feliz porque, a pesar de toda la arrogancia de Mason, me da la sensación
de que en el fondo es un buen chico.
Supongo que estoy a punto de averiguarlo.
6
Me giro bruscamente.
—¿Qué?
—Mason. Me dijo que eras increíble, y tenía razón. ¿Qué te hizo
cambiar de opinión?
—¿Cambiar de opinión?
Mi voz sale como un chillido agudo al darme cuenta de que acabo de
acostarme con un hombre que creía que era otra persona.
—Sí. Mason dijo que no te entusiasmaba la idea.
—¿La idea?
Dios mío, es Miller. No puede ser Max porque él no tiene ningún
tatuaje.
¡Es Miller!
—Dijo que no querías tener nada con nosotros. ¿Estás bien?
Supongo que Miller se habrá dado cuenta de que estoy rígida de
asombro. Me imagino que el hecho de que esté tirando de la sábana para
cubrirme el cuerpo desnudo debe de parecer un poco raro después de
haberme sentado sobre su cara.
Dios mío. Me he sentado sobre la cara de Miller.
¿Qué he hecho?
—Tú no eres Mason —tartamudeo, y entonces le toca a Miller girarse
bruscamente.
—¿Mason? —Cierra los ojos e inspira profundamente—. ¿Pensaste que
era Mason?
—Eh... Claro que pensé que eras Mason. Viniste a la sesión hoy. Te... te
pareces a él. Fingiste ser él.
—No —niega Miller mientras se levanta y se apoya en la cabecera—.
No me hice pasar por él. ¿No leíste los documentos del cliente? En ellos
figuraba yo como modelo para hoy. Mason tuvo que ir a trabajar a otro
lugar.
—No, no lo hice.
—¿Y pensaste que yo era Mason?
Miller se cruza de brazos, con los hombros tensos y levantados.
—Sí…
Me paso la mano por la cara, darme cuenta de que fueron mis
suposiciones las que nos metieron en este lío es totalmente mortificante.
—…Lo siento.
Miller resopla.
—No hace falta que lo sientas. Acabo de tener el mejor sexo que he
tenido en meses por un error de identidad. ¿Estás bien?
—No lo sé —respondo—. Todo esto es... bueno, es raro.
—No es la primera vez que alguien nos confunde, pero sí la primera
que me acuesto con alguien debido a ello.
Dios mío. Esto es tan vergonzoso que ni siquiera sé qué hacer conmigo
misma. No quiero hacer sentir mal a Miller echando a correr ahora que sé
que no es su hermano, pero ganas no me faltan. No sé qué hacer ni cómo
actuar.
—Oye…
Miller apoya su mano en mi hombro. Es grande, fuerte y reconfortante,
y la posa suavemente para darme algo de tranquilidad.
—…Natalie, sé que debes sentirte rara por esto. Yo... supongo que
debería pedirte perdón.
—¿Por qué? Tú no has hecho nada. Ha sido culpa mía.
—Quizá hoy deberíamos haber sido los dos un poco más expresivos
antes de caer en la cama el uno con el otro —comenta Miller inclinando la
cabeza hacia un lado y esbozando su soez sonrisa que ahora puedo ver que
es muy diferente de la de su hermano—, aunque entonces no nos lo
habríamos pasado tan bien.
Resoplo, pensando en lo diferente que fue mi encuentro con Mason.
Puede que sean trillizos, pero no son idénticos en todos los sentidos. ¿Así
sería estar con los tres? Anoche empecé la novela que me recomendó
Connie, y la autora hablaba de cómo estar con más de un hombre permitía
encontrar características complementarias entre el grupo. Si necesitas un
hombre que sea dulce y amable, lo puedes tener. Si necesitas uno que sea
duro y exigente, también puedes tenerlo al mismo tiempo. Suena egoísta,
porque ¿cómo puede una mujer satisfacer a más de un hombre? Por mi
parte, creo que nunca sería suficiente para ellos.
—La diversión es un peligro —digo, rodando sobre mi espalda y
mirando fijamente el techo blanco, completamente liso.
Ojalá la vida fuera tan sencilla.
—La diversión es lo que hace girar el mundo —afirma Miller.
—Yo...
Hago una pausa, las palabras que iba a decir a continuación
desaparecen en mi boca.
—¿Crees que esto fue un error?
—…Creo que todo lo que hago es un error.
—Te entiendo —dice Miller apartándome el pelo de la cara con su
mano en un gesto demasiado tierno para dónde estamos y quiénes somos
—. ¿Pero no crees que todo es cuestión de perspectiva?
—¿Qué quieres decir?
—Puedes ver las cosas como errores, o como peldaños en el camino de
la vida. No siempre podemos hacer lo correcto... Somos humanos. Nos
equivocamos y luego aprendemos.
—Parece que no se me da muy bien aprender.
Suspiro, la profunda decepción por las malas decisiones que he tomado
últimamente me pesa en el pecho.
—Creo que eres muy dura contigo misma. Por ejemplo, hoy, puedes ver
todo esto como un gran error. Puedes culparte por las suposiciones, por no
haber hecho las preguntas correctas, o puedes verlo como algo bueno que
ha sucedido. Tuvimos la oportunidad de experimentar algo bastante
increíble. Quiero decir... Joder. —sacude la cabeza—. Tengo muchas ganas
de repetirlo.
—¿Otra vez?
—¿Tú no?
Mi clítoris traicionero hormiguea al pensarlo. ¿Un error o algo
increíble? Según Miller, todo es cuestión de perspectiva, y supongo que
tiene razón. Puedo salir de esta habitación culpándome o sonriendo.
Puedo quedarme con los recuerdos para que mi yo de ochenta años sonría,
o puedo enterrar secretos bochornosos. ¿Es tan fácil cambiar de opinión y
decidir qué perspectiva adoptar?
—¿Qué opinas, Natalie? ¿Lista para ver lo impresionante que puede ser
tu error?
Se pone encima de mí, con las rodillas a horcajadas sobre mis caderas,
con su polla grande y dura, dispuesta a darme placer.
Peldaños en el camino de la vida.
Me gusta su perspectiva.
Cuando me besa, olvido por qué en algún momento pensé que esto era
una mala idea.
16
Me despierto antes que Max, pero no quiero molestarle, así que me quedo
tumbada en silencio, escuchándole respirar un rato antes de armarme de
valor e intentar escabullirme de la cama. Bajo las escaleras hasta mi
habitación, que encuentro vacía. O Mason y Miller han dejado la cama
perfectamente hecha, o la asistenta se ha adelantado. Me ducho
rápidamente y encuentro mi bikini blanco junto a un bonito pareo azul de
cachemira. Sin nada más que hacer hoy, la playa me llama.
Al bajar, no veo a los chicos por ninguna parte, y me entristece porque
tenía ganas de verlos. Tal vez tenían otras cosas que hacer hoy. Ninguno de
nosotros hemos llegado al punto de compartir nuestros horarios.
¿Cómo es posible que hayamos compartido fluidos corporales, pero no
nuestros planes cotidianos? Debería sentirme mal, pero no es el caso. Me
siento bien. Me vienen a la mente recuerdos de la noche anterior, con el
inevitable rubor, y me llevo la mano a la boca para atrapar la sensación
revivida de los besos contra mis labios. En la terraza, la mesa está
preparada con varias cosas para desayunar y una cafetera con té. ¿Cómo
de fácil sería acostumbrarse a este tipo de vida? Más de lo que imaginaba.
Tomo asiento y me sirvo una gran magdalena de arándanos y algunas
bayas frescas. El café sale con un vapor que me indica que está recién
hecho. Dos platos usados confirman que Miller y Mason ya han comido, y
entonces oigo el lejano griterío de voces procedentes de la playa. No han
salido a hacer recados. Por lo que se ve, también van a pasar el día aquí.
Estoy comiendo a toda prisa cuando unas manos me tapan los ojos y
unos labios me presionan la parte superior de la cabeza.
—¿Adivina quién soy? —dice una voz grave.
—¡Max!
—Ya puedes distinguirnos —dice, dejándose caer en el asiento de al
lado.
—No... Es que tus hermanos están en la playa.
Max coge un cruasán y se sirve el café solo.
—No te preocupes. Incluso a nuestro padre le costaba diferenciarnos.
Ahora que tengo esto es más fácil.
Se pasa la mano por el brazo tatuado.
—¿Es una de las razones por las que te hiciste los tatuajes?
Rompe el pastel y se mete un poco en la boca, masticando
pensativamente.
—No. Nunca me molestó ser un trillizo. Siempre lo he visto como algo
positivo. Quiero a mis hermanos, así que, que me confundieran con ellos
no era algo que me molestara. Era divertido, fastidiar a nuestros padres y a
nuestros tutores.
—¿Y con tus amigos?
—Los amigos surgieron más tarde, cuando insistimos en ir a la escuela.
Ya por entonces, creo que a la gente le costaba entrar en nuestro círculo
porque estábamos muy unidos.
—A mí no me ha parecido difícil —sonrío.
—Tienes razón…
Max apoya su mano en mi rodilla y la aprieta.
—…No sé por qué, pero a veces llegan a nuestras vidas personas que
simplemente encajan. No tiene explicación, ni tampoco se puede entender.
Es cuestión de suerte.
—O cosa del destino —añado.
Max se encoge de hombros.
Es un hombre con los pies en la tierra. Creer en el destino es como
creer en Dios o en los extraterrestres. No puedes verlo. Es algo que se
siente. La atracción o el rechazo hacia una fuerza invisible. Coincidencias
que son demasiado difíciles de atribuir a algo que no sea espiritual.
¿Por qué conocí a estos hombres? Fue una cadena de acontecimientos
sin un comienzo que pueda precisar. ¿Qué nos coloca en el lugar adecuado,
en el momento oportuno? Las decisiones tomadas antes de nacer afectan
a dónde acabamos. Si mi madre no hubiera conocido a Conrad, si Nate no
hubiera estado follando por ahí, y si Connie no me hubiera propuesto para
hacer la sesión de fotos, nada de esto habría ocurrido. Asimismo, si Mason
no hubiera aceptado el trabajo de modelo, si Miller se hubiera ido a
trabajar a Nueva York en lugar de montar una consulta aquí, o si Max
hubiera decidido alistarse en el ejército en lugar de trabajar en el sector de
la seguridad, todo habría sido muy distinto para todos nosotros.
—Sea lo que sea, me alegro de que haya ocurrido.
—Y yo.
Terminamos nuestro desayuno rápidamente, la idea de irnos a la playa
nos atrae demasiado. Max me cuenta varias historias sobre su turno de
anoche: el contador de cartas, el carterista y el ladrón de chips. Incluso
tuvieron que proteger a un VIP, pero no me dice quién fue. Me alivia que
sea discreto con su trabajo.
Pasa su brazo alrededor de mis hombros mientras paseamos por la
playa, y me besa en la frente cuando le cuento una anécdota divertida de
cuando era pequeña. Mason y Miller nos saludan efusivamente cuando ya
tenemos arena entre los dedos de los pies.
—Te llevaste a nuestra chica —dice Miller, golpeando el hombro de su
hermano—. Me desperté con la cara de este gilipollas junto a la mía en la
almohada.
Le hace un gesto de disgusto con el brazo a Mason.
—Vino voluntariamente —dice Max, abrazándome contra él—.
Seguramente por los tatuajes. Le gustan los chicos malos.
—Ah, ¿sí? Entonces será mejor que me digas quién es tu tatuador —
dice Mason.
—¿Te harías un tatuaje por mí?
Me horrorizo, aunque estoy segura de que está bromeando.
—No —ríe Mason—. Me gusta demasiado mi sencilla piel.
—Y nadie podría plasmar algo tan precioso como uno de tus cuadros —
le digo.
Miller asiente.
—Totalmente. Cuando llevas el arte en la sangre, aceptar un diseño de
otra persona debe ser mucho más difícil.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —pregunta Miller.
—Tomar el sol, nadar, jugar a las cartas y leer —propongo.
—Será mejor que añadas algo de comer y beber —dice Mason.
—Y follar —salta Miller.
—Sin duda, follar también —dice Max, pellizcándome el culo.
Se lleva una palmada en su enorme bíceps por eso, aunque follar será
sin duda mi parte favorita del día. De hecho, ni siquiera estoy segura de por
qué estamos aquí en la playa cuando hay más de diez habitaciones en el
piso de arriba en las que podríamos estar follando. La idea me provoca un
sofoco entre las piernas y en las mejillas.
—Natalie se ha quedado pensando en el último plan… —dice Miller.
Me coge de la mano y me tira hacia delante, agarrándome el culo y
plantándome un beso firme en los labios.
—…No te preocupes. Yo estoy pensando en lo mismo.
—Y yo.
Mason se coloca la mano sobre su polla y la aprieta.
—Por lo que veo, ahora mismo todos estamos pensando en follar.
Max viene detrás de mí y se inclina para besarme suavemente en el
cuello. Cuando Miller me suelta el culo, Max se pega a mí para que pueda
sentir la solidez de su polla gruesa, larga y erecta contra mi cuerpo.
Mi respiración se acelera, el calor de estar así emparedada y saber lo
fácil que sería pasar a más me tiene agitada. La playa es privada, ellos
están deseando hacerlo y yo estoy mojada. Tan mojada que casi siento
vergüenza.
—¿Podemos hacer alguna de las otras cosas antes de pasar a follar? —
digo, intentando que mi tono sea lo más desenfadado posible.
—Claro.
Miller me planta un beso en los labios acompañado de una dulce
sonrisa.
—Venga. Echemos una carrera hasta el mar —sugiere Miller, mientras
se quita las zapatillas.
—Siempre una puta competición —dice Mason, que ya está corriendo.
De no ser por los pechos, correría detrás de ellos, empujando con todas
mis fuerzas para llegar la primera al agua, pero este bañador no está para
aguantar tanto movimiento.
—¿Quieres caminar?
Max pone los ojos en blanco ante sus hermanos y desliza su mano por
la mía.
Jugueteamos en la orilla, pasamos el tiempo hablando de todo un poco.
Me recuerda a mi último año de instituto, cuando por fin empecé a
sentirme cómoda socializando. Un gran grupo de compañeros nos
reuníamos donde podíamos, la pista de skate, el centro comercial o el
campo de fútbol, para compartir historias de cuando éramos niños, y
nuestras intenciones y proyectos para el futuro. Aquellos días consistían en
recordar nuestros orígenes, sin olvidar que seguíamos creciendo. Con
Mason, Max y Miller, la sensación es parecida.
A medida que comparto historias de mi pasado y aprendo más sobre
las suyas, se forman pequeños hilos de conexión que por sí solos no
significan nada, pero que superpuestos empiezan a formar un vínculo.
Compartimos el dolor de perder a uno de nuestros padres siendo
demasiado jóvenes, y veo la fragilidad que hay en ellos cuando hablan de
su madre. Me dan ganas de estrecharlos entre mis brazos para darles el
amor y el cariño que se perdieron.
—Siento mucho lo de vuestra madre —les digo—. Estoy convencida de
que vuestro padre se portó genial, y obviamente os educó muy bien, pero
es duro crecer sin el calor de una madre.
—Lo fue —admite Mason—. Y lo sigue siendo. ¿Alguna vez te has
preguntado qué pensaría tu padre de ti si aún viviera? A veces me
pregunto si mi madre estaría contenta de ver en quién me he convertido.
—Estoy convencida de que lo estaría —respondo—. Y de mi padre,
pienso lo mismo. Aunque estaría decepcionado por lo que pasó con mi ex.
Lo sé.
—Ningún padre quiere ver a su hija con un imbécil —dice Max—. Pero
esa decepción no recaería sobre ti, Natalie. La rabia y la frustración
recaerían en Nate.
—¿De verdad piensas eso?
—Por supuesto. Tienes que dejar de culparte por confiar en otro ser
humano que te mintió y te engañó.
—Supongo que tienes razón.
—Déjate de suposiciones —salta Max, agarrando mi mano bajo el agua
y llevándosela a los labios—. Tu padre pensaría que vales mucho para que
alguien te manipule de esa manera.
—¿Qué crees que pensaría tu madre de mí? Una chica que se ha
llevado a todos sus hijos a la cama a la vez.
Miller sacude la cabeza y se encoge de hombros.
—Estoy seguro de que le habrías encantado. En realidad, os parecéis en
algunos aspectos... Espero que eso no suene raro.
—¿En qué nos parecemos?
—Era pequeñita como tú, y durante un tiempo, cuando éramos
pequeños, también llevaba el pelo corto, pero creo que es algo más
relacionado con la forma en que mueves las manos y cómo sonríes.
—Sí —afirma Mason.
—Bueno, me imagino que no me tendría mucho aprecio después de lo
de anoche.
—Nuestros padres son de otra generación —explica Max—. Pero no
hay que olvidar que, a pesar de sus valores más tradicionales, en los años
60 todo era amor libre y sexo experimental. Ellos se casaron y se olvidaron
del resto.
—¿Eso es todo esto? ¿Sexo experimental?
—¿Qué te gustaría que fuera? —pregunta Miller.
Obviamente, él le da la vuelta a la tortilla y me invita a mí a definir lo
que está pasando entre nosotros, el típico psiquiatra que responde a una
pregunta con otra pregunta.
No respondo de inmediato porque intuyo la importancia de este
momento para determinar lo que va a pasar después entre nosotros. No
tengo ni idea de lo que estos hombres sienten realmente por mí, aparte de
que les gusta pasar tiempo juntos y de que disfrutan follando. Esas son las
partes buenas y necesarias de cualquier relación entre un hombre y una
mujer, pero ¿quieren más? ¿Acaso podría existir un "más" entre nosotros?
—Quiero que sea algo que me haga feliz —contesto—. Necesito
felicidad en mi vida.
—¿Y te estamos haciendo feliz? —pregunta Mason.
—Sí, mucho. Y a vosotros, ¿qué os gustaría que fuera?
Los trillizos se miran entre sí, e intuyo que están sopesando el
momento del mismo modo que yo. Quizá estén pensando que actuar con
demasiada frialdad podría alejarme, pero que hacerlo con demasiadas
ganas de más también. Los comienzos de las relaciones implican tanto
cuidado que pueden ser realmente frustrante.
Max se aclara la garganta.
—Nos gustaría encontrar a alguien que... —dice, dirigiendo una mirada
a Miller, que asiente—… alguien que…
O son realmente buenos en eso de leer la mente de los hermanos, o
realmente han hablado de esto.
—Se quede con nosotros para siempre —termina Mason.
Max parece exhalar con alivio al quitarse la presión de encima justo
cuando yo inspiro tan rápido que me siento mareada.
—¿Buscáis una relación de este tipo a largo plazo?
Miller asiente.
—Ya lo hemos intentado de otras maneras. Hemos tenido relaciones
por separado, y no me parece bien estar tan alejado de mis hermanos.
—Las relaciones ocupan mucho tiempo, y generalmente es tiempo que
pasamos separados. No es algo que nos haga felices.
Mason se pasa los dedos por el pelo, apartándolo de donde le caía
sobre los ojos. Hay algo en ese gesto que le cohíbe.
—Además, las mujeres o quieren mantenernos separados, o tienen
como fetiche ligar con el que no tiene pareja, lo cual se convierte en algo
incómodo.
—Ya, lo entiendo.
—Por eso queremos algo así. Una mujer que comprenda la situación y
que nos quiera a todos tanto como nosotros a ella.
No sé qué sentir. Sé lo afortunada que soy por haber conocido a estos
hombres tan maravillosos. Y sé cuántas mujeres querrían estar en mi
situación y quedarse en ella para toda la vida. Mi corazón se alegra con
sólo mirarlos y sentir su presencia, pero ¿acaso es suficiente?
Acabo de reencontrarme conmigo misma tras perderme en una
relación complicada y disfuncional. Si con un solo hombre me cuesta
mantener mis sueños, mis metas y lo que me convierte en la persona que
soy, ¿cómo lo haría con tres? Confío en ellos más de lo que se debería
confiar en nadie después de tan poco tiempo, pero eso no significa que
pueda confiar en mí misma. Además, hay un gran riesgo de que me
abrumen sin ni siquiera saberlo. Es inevitable con tres hombres así de
grandes y fuertes, con enormes corazones y personalidades.
Estoy sumida en mis pensamientos cuando Max me coge en brazos y
me echa al hombro. ¿Se ha dado cuenta de mi indecisión y quiere romper
el silencio, o es que ignora el conflicto que me asola por dentro?
—Creo que es hora de comer —se ríe—. Tengo un hambre bestial.
—Suena bien —dice Mason mientras le doy una palmada en la espalda
a Max y chillo para que me baje.
—¿Qué me vas a dar si lo hago? —bromea.
—Un beso —respondo.
—No es suficiente.
Max avanza a zancadas hasta que estamos en la arena, volviendo a las
tumbonas.
—Una mamada —me río y vuelvo a darle un manotazo.
Me empieza a doler el estómago donde lo tengo presionado contra su
fuerte hombro. Acto seguido, me pone de pie, me coge la cara con sus
manos y me besa en los labios.
—Eso me gusta más. Come algo primero. Vas a necesitar fuerzas para lo
que te tenemos preparado.
Sonrío, pero tras la sonrisa, lo único que puedo pensar es que voy a
necesitar fuerza. Fuerza para vivir el momento y fuerza para darme cuenta
de que esto se acaba, y será pronto porque mi madre y Conrad tienen que
volver mañana.
22
Esa noche no hay sexo. Supongo que los chicos son conscientes de que lo
que pasó con Nate me ha dejado demasiado traumatizada y vulnerable.
Los necesito para que me tranquilicen con sus abrazos y besos, y para
dormir rodeada de ellos. Max sugiere que usemos la habitación de
invitados que tiene la cama más grande, lo cual es perfecto para dormir
todos.
No lloro, aunque siento que las lágrimas me arden en la garganta.
Tampoco hablamos de lo sucedido, y supongo que se dan cuenta de lo
cerca que estoy de derrumbarme. No quieren que llegue a ese punto.
Deben hablar de lo que ha pasado cuando estoy en la ducha, y si han
formulado algún tipo de plan al respecto, no lo comparten conmigo. Me
alegro de ello. Sólo me haría sentir incómoda y más molesta de lo que ya
estoy.
Quizá sea culpable de esconder la cabeza bajo la arena. Tal vez
deberíamos ser más transparentes sobre lo que ha pasado, pero, de nuevo,
esto sólo puede ser una fantasía efímera. Tengo que ser fuerte al respecto
porque no creo que Mason, Miller y Max lo vayan a ser. Mientras duermen
a mi alrededor, contentos y tranquilos, veo lo felices que son en esta
disparatada situación. Me pregunto si ser trillizos es como formar parte de
uno de esos rompecabezas para niños de tres piezas. Por separado, la
imagen sigue siendo lo bastante nítida como para distinguirse, pero al
juntar las piezas se ve la imagen en todo su esplendor.
No duermo bien, entro y salgo de sueños perturbadoramente vívidos
que sólo exacerban la sensación de malestar que tengo en el vientre. Nate
volvió a buscarme. Interrumpió su itinerario para buscarme, y las cosas que
decía eran aún más extrañas que cuando estábamos en Tailandia. Por
primera vez, me planteo si realmente su estado mental es el que debería
ser. ¿Es consciente de sus mentiras y manipulaciones, o delira? No sé qué
es más aterrador.
En algún momento antes del amanecer, me despierto sintiendo unos
labios que me besan el cuello y unas manos que me acarician el vientre y
las piernas. Hace mucho calor en la habitación y estoy entre el sueño y la
conciencia cuando alguien me separa las piernas y desliza su lengua sobre
mi clítoris. Siento mucho calor al notar que unos labios encuentran mi
pezón y lo chupan con delicadeza. Y más calor cuando una boca encuentra
la mía y me besa apasionadamente. No abro los ojos para ver quién es. No
importa. Lo único que sé es que mis hermanastros me hacen sentir bien.
Me hacen olvidarme de todo, y no voy a impedirlo.
Por ahora, son mis dueños.
Soy demasiado débil para resistirme. Demasiado débil para decirles que
esto está mal cuando en el fondo me gusta. Sucumbo a todo, al placer y al
dolor, con la esperanza de que por la mañana pueda encontrar una forma
de ser más fuerte y de que todo vuelva a la normalidad.
Mi corazón no puede soportar más fracturas.
Y, sobre todo, no quiero que estos hombres tan espectaculares sufran
por culpa de mis malas decisiones.
24
—Sólo serán unos días —le digo a Connie mientras me pasa un montón de
sábanas y almohadas para la cama plegable de su salón, que también es su
cocina y comedor.
Connie vive de alquiler en un apartamento minúsculo y me siento fatal
por pedirle que me deje quedarme con ella, pero no tengo elección. No
podía quedarme en la casa de la playa sabiendo lo que mi madre piensa de
lo que pasó entre mis hermanastros y yo, y tampoco quería enfrentarme a
Mason, Miller y Max para que me despreciaran.
Me fui en cuanto pude recoger mis cosas. No había deshecho del todo
la maleta, así que fue fácil recoger mi vida y trasladarla aquí.
—No tienes que preocuparte por nada —dice Connie—. Eres más que
bienvenida.
—Ya, pero no creo que sea muy cómodo tenerme durmiendo en tu
salón.
—No pasa nada. Me alegro de que me llamaras y de ser tu vía de
escape. Tu madre parecía estar en pie de guerra. A veces es mejor salir
antes de que terminéis diciendo cosas de las que luego os podáis
arrepentir.
—Dejó muy claros sus sentimientos, y no la culpo por ello. Esta
situación fue ridícula desde el principio.
—Por lo que me has contado, no entiendo el cambio repentino de
Mason. Primero intervienen para mangonear a Nate y te dicen que te
quieren, y luego se muestra así de frío contigo. No tiene ningún sentido.
—Da igual —digo, tirando de la palanca para convertir el sofá en una
cama—. Aunque se arrodillaran con un anillo, mi madre y Conrad no darían
su bendición.
Connie se encoge de hombros.
—Vale la pena luchar por el amor, sin importar las barreras. Pero ésa no
es tu situación, así que no merece la pena hablar de ello.
Me pasa la sábana y yo la sacudo sobre el colchón. Doblamos las
esquinas y metemos ambos lados. Estoy segura de que esta cama va a ser
muy incómoda, pero no puedo pedir más.
—¿Te he dicho que he enviado mi currículum para un trabajo en Nueva
York?
—Nueva York. Justo...
Me lanza una almohada y frunce el ceño.
—…acabas de volver y ya estás huyendo otra vez.
—Aún no tengo el puesto. Tal vez ni siquiera quieran entrevistarme.
—Otra vez con la negatividad. En serio, Natalie. Cuando vean tus cosas,
van a estar rogando que te mudes.
—Eso espero. Necesito salir de aquí. Un nuevo comienzo.
—Supongo que, al final, nadie está contento con su suerte —suelta
Connie mientras se posa en el borde de la cama y se mira las uñas—.
¿Crees que no he pensado en dejar mi vida aquí y empezar en un sitio
nuevo?
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Porque sé que huyendo sólo arrastraré mis problemas conmigo. Un
nuevo trabajo y un nuevo hogar no conducen necesariamente a la
felicidad. Necesito centrarme en resolver la mierda que tengo aquí.
—¿Qué es esa mierda que tienes que resolver? —pregunto,
sintiéndome de repente muy culpable.
Desde que volví, no he hecho más que hablar de mis problemas y mis
asuntos. Me he apoyado tanto en mi amiga que su espalda está
prácticamente doblada en dos, ¿y cómo se encuentra ella? He estado fuera
casi un año. Deben haber pasado muchas cosas que no sé.
—No tiene importancia. No te preocupes.
—No, en serio. Cuéntame.
Me siento a su lado e inclino mi cuerpo para prestarle toda mi atención.
Supongo que más vale tarde que nunca.
—Bueno, mi trabajo no está resultando como esperaba. Me vendieron
la perspectiva de un ascenso, pero después de dos años sigo haciendo lo
mismo. Tanto tiempo que he pasado en la universidad para terminar en un
trabajo que podría haber conseguido nada más salir del instituto. Encima,
este apartamento no es exactamente la casa de mis sueños…
Mueve la mano por el reducido espacio. Connie se ha esforzado mucho
para que este lugar luzca bien, pero es muy básico.
—…Y llevo sin tener una relación seria más de un año. Simplemente mi
vida no es la que de pequeña imaginé que tendría a mi edad.
—Sé a qué te refieres —contesto—. En las películas, todo el mundo vive
en enormes apartamentos tipo loft con montones de tíos guapos y trabajos
de ensueño. Nos venden una mentira.
—Y caemos en la trampa.
Me encojo de hombros.
—Quizá tú también deberías buscar un nuevo trabajo en Nueva York.
Podríamos mudarnos allí juntas. Empezar de nuevo. Arriesgarnos.
Connie sonríe y se encoge de hombros.
—Supongo que no perdería nada.
—Exactamente.
—Bueno. Mañana empezaré a mirar las páginas de empleo online.
Aplaudo, intentando emocionarme ante la perspectiva de hacer algo
que potencialmente ayudará a Connie tanto como me puede ayudar a mí,
pero por dentro me siento diferente. Mi corazón no quiere salir corriendo.
Quiere que Mason, Miller y Max me digan que no pueden vivir sin mí.
Quiere una vida con ellos y todo lo que esa vida puede traer: amor, risas,
tranquilidad, comodidad, pasión y satisfacción.
También quiero todas esas cosas para mi amiga.
Pero por ahora, no es mi destino. Todo lo que ha ocurrido en la última
semana ha sido sólo un peldaño en mi camino, y puede que este trabajo, si
lo consigo, sea otro peldaño más. ¿Quién sabe adónde me llevará todo
esto?
Mi teléfono suena y lo cojo mientras Connie se estira y va a por un vaso
de agua. Es un mensaje de Beresford. Mi corazón se acelera cuando abro el
correo electrónico y leo rápidamente sus palabras.
—Gracias por enviarme las fotografías. Creo que los cuadros son muy
originales e interesantes. Me encantaría verlos en persona y así poder ver
el resto de obras que tenga el artista. ¿Qué tal la semana que viene?
La semana que viene.
Le deben gustar mucho para liberar tiempo en su agenda tan pronto.
Es la gran oportunidad de Mason, pero tal y como están las cosas entre
nosotros, no sé qué hacer. Voy a parecer una acosadora si le llamo y le digo
que hice fotos de sus cuadros sin que lo supiera, y quedaré aún peor por
haberlas enviado a una galería a sus espaldas. Se suponía que iba a ser una
gran sorpresa, y lo habría sido si las cosas no hubieran terminado tan mal.
Le cuento a Connie lo de los mensajes y le enseño las imágenes de los
cuadros de Mason.
—Guau —exclama—. Entiendo por qué querías que alguien del sector
las viera. Son increíbles.
—Ya, pero ¿cómo se lo digo a Mason? Realmente no quiero hablar con
él, no quiero parecer una desesperada.
—Te entiendo. No es una situación fácil.
—Pero si no se lo digo, me siento mal.
—Tienes que decírselo. Pero... cómo…
Connie se acaricia la barbilla como uno de esos locos villanos de Bond
tratando de desarrollar un plan para apoderarse del mundo.
—…Creo que será mejor consultarlo con la almohada.
—Sí, lo siento. Es muy tarde, y tienes que trabajar mañana.
Me hace un gesto como si mi preocupación estuviera fuera de lugar.
—Encontraremos una solución —afirma—, pero quizá con dos mentes
frescas, una cafetera y unos donuts, podamos resolverlo mejor.
—Vale, buenas noches, y gracias de nuevo.
—Si vuelves a darme las gracias te pondré laxante en el café por la
mañana.
Connie sonríe diabólicamente, y estoy bastante segura de que no es
una simple amenaza.
—Bueno. Buenas noches.
Cuando se va a su habitación, vuelvo a coger el móvil. Justo cuando
estoy buscando el correo electrónico de Beresford, se enciende la pantalla.
Mason.
Miro cómo suena en silencio su nombre grabado en mi pantalla, de la
misma forma que está grabado en mi corazón. ¿Por qué llama? Quizá para
decirme lo mucho que mi madre se enfureció con ellos por acostarse
conmigo. Si fuera así, sería completamente mortificante.
No puedo hacer frente a esto ahora. Han pasado demasiadas cosas en
mi vida en muy poco tiempo. Escuchar su voz sólo me devolverá todo lo
que siento por él y sus hermanos. Reabrirá la herida que he intentado
vendar sin éxito.
Continúa sonando durante mucho tiempo, y miro la pantalla, sintiendo
una pequeña conexión con un hombre que ahora parece tan distante.
Mientras me llama, es como si me tendiera la mano. Si no lo cojo, nunca
sabré que en realidad llamaba para enfadarse conmigo por haberles
puesto a todos en una situación incómoda. Puedo fingir que es algo
diferente, y eso facilitará las cosas.
Mañana me ocuparé del correo electrónico de Beresford. A veces
dormir ayuda a ordenar la maraña de nuestros pensamientos y, si no,
dejaré que Connie decida qué hacer a continuación.
27
1
RYAN
Tomo un sorbo de cerveza y pongo rumbo hacia una de las mesas altas,
sentándome en el taburete y respirando profundamente. Mi miembro se
estremece dentro de mis pantalones cuando la chica del medio se inclina y
se pasa las manos entre las piernas. Tiene unas piernas de infarto y unas
nalgas redondas como un melocotón, pero las tetas falsas hacen
desaparecer mi interés. Me gustan las mujeres naturales. El que tengan
pechos grandes o pequeños no importa siempre y cuando sea todo de
nacimiento. La cerveza tiene un ligero regusto, como si el vaso todavía
tuviese restos del friegaplatos, pero me la bebo de todos modos.
Y entonces la veo.
Dios.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que sentí una atracción
así. Corina estaba de infarto, pero no era algo que se reflejase en la cama.
Me había dicho a mí mismo que uno no se folla a la mujer con la que vas a
casarte; se le hace el amor. Se la trata como una princesa y se espera que
toda esa devoción lleve a una buena unión. El sexo con ella había sido
bueno, pero no fantástico, y aun así me habría conformado con él durante
el resto de mi vida. Habría contenido mis instintos más básicos con tal de
mantenerla a mi lado, pero al parecer el destino había tenido otros planes.
Así que aquí estoy, con pensamientos oscuros y sucios que involucran a
una desconocida. Puedo estimar su talla de sujetador, pero no sé su
nombre. Veo que en el pasado tenía un piercing en el ombligo, pero no sé
su edad. A nivel físico se ha revelado ante mí, pero continúa siendo un
completo misterio.
―Cindy, tienes un baile privado en la sala seis ―me grita Adrian desde el
otro lado de la barra.
El pomo cruje cuando abro la puerta. La sala está más oscura que el
pasillo, y en el sofá hay un hombre de cabello oscuro que espera el baile
por el que ha pagado.
―Hola, soy Cindy y seré tu bailarina esta noche. ―Me acerco mientras
me paso las manos por el pelo y me lo sacudo con aire seductor. El hombre
alza la vista y me mira a los ojos, pero su expresión no rebosa lujuria y no
me mira de arriba abajo como suelen hacer los clientes, devorándome con
los ojos y con las manos temblándoles por el deseo de tocarme. No; más
bien parece serio y algo incómodo. Ocurre a veces. Quizás tenga una
esposa e hijos esperándole en casa y se sienta culpable por gastar dinero
en algo tan egoísta y desleal. Le miro rápidamente la mano izquierda, pero
no lleva anillo.
Pero son sus ojos los que hacen que mi mente vuelva a centrarse en la
sala con un sobresalto. La luz tenue hace que parezcan vidriosos y tristes.
Le doy la espalda en un intento de volver a la playa, pasando las manos por
mi larga melena rubia y alzando los brazos para que los mechones caigan
en cascada. Mi culo queda a la altura de su rostro, y el tanga que llevo no
deja casi nada a la imaginación. Tiene la tela imprescindible para seguir
siendo legal. Separo las piernas, que parecen todavía más largas gracias a
los tacones de diez centímetros, y me inclino hacia delante para darle
buenas vistas.
Admito que resulta difícil hacer un striptease sin excitarse al menos un
poco. La lencería de encaje deja pasar mucho aire y, si a eso se le añaden
los movimientos de caderas, el acariciarte el cuerpo y saber que lo que
estás haciendo seguramente le esté provocando una erección a tu cliente,
acaba siendo una combinación embriagante. Seguramente esa sea la razón
por la que muchas chicas acaban ofreciendo servicios extra. Eso y el
dinero.
―Para ―dice con voz ronca, como si estuviese hablando con un nudo
en la garganta―. No te lo quites.
Se me encoge el corazón.
―¿Deseo?
―Sí, deseo.
―Parecía desleal.
Existen momentos en los que sabes que tienes algo importante que
decir, algo que ayudará a otra persona, pero eso no hace que te resulte
más fácil decirlo. Es como si el destino hubiese llevado a este hombre hasta
mí y ahora tengo la oportunidad de devolver la compasión que recibí hace
tres años, y puede que incluso la oportunidad de compartir el consejo que
me ha ayudado a seguir adelante.
―Yo perdí a mi esposo ―digo, mirando a algún lugar por encima de su
hombro―. Lo atropellaron y el conductor se dio a la fuga. Cuando pasó,
creí que jamás lograría salir del agujero que había cavado mi pena. Me
perdí completamente en ella. Me sentía culpable por estar viva cuando él
había muerto, culpable por pensar en cualquier cosa que no fuese él,
culpable por querer sentirme mejor y por querer olvidar y así poder volver
a respirar sin sentir aquel peso tan horrible en el pecho y el terrible vacío
que reinaba donde antes había estado mi corazón. ―Dejo de hablar al
notar que sus ojos, de un gris oscuro y rodeados por unas gruesas pestañas
negras, están fijos en mí―. Sigo echándolo de menos todos los días, pero
no duele tanto como solía. Ahora puedo atisbar un futuro. Soy capaz de
pasar toda una semana sin llorar y puedo albergar la esperanza de que las
cosas volverán a ir bien… y tú también estarás bien.
―Lo siento ―dice, pasándose las manos por el pelo tal y como ha
hecho antes en la sala privada. Es una costumbre nerviosa e inquieta que
me resulta entrañable.
―No tienes nada por lo que disculparte. Lo que la vida nos da, la vida
nos lo quita. No seríamos capaces de apreciar todo lo bueno que tenemos
sin lo malo.
―Debería irme ―le digo por encima del hombro, deseando poder
permitirme llamar a un taxi.
―Es tarde, ¿te llevo? ―Mi cara cuando me giro debe de mostrar mi
desconfianza, porque alza las manos―. Sé que se recomienda que no te
subas en el coche de un desconocido, pero… quizás podrías enviarle a
alguien el número de mi matrícula o algo así. También puedo enseñarte mi
carnet de conducir y podrías enviarle una foto a alguien. Es tarde, y a saber
con quién podrías encontrarte. Me sentiría mejor si pudiese llevarte a
algún sitio… donde quieras.
―Vivo al otro lado de la ciudad, cerca del estadio. ¿Te va bien? Supongo
que debería habértelo preguntado antes de entrar en el coche.
―Cindy ―susurra.
El aire del coche parece electrizarse con algo, algo que me asusta. Es mi
propio y estúpido deseo de volver a tener contacto físico con un hombre, y
quizás su deseo de volver a salir al mercado… de estrenarse como viudo,
por así decirlo.
Estoy inclinando el cuerpo hacia delante para salir del coche cuando
Ryan me pone la mano en el brazo. Lo hace con suavidad, pero siento lo
grande y fuerte que podría ser su agarre si así lo deseara y un escalofrío de
miedo me recorre la espalda.
Espero a que diga algo, girándome para mirar aquellos ojos oscuros tan
afligidos.
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