3 grandes Stephanie Brother

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 276

3 GRANDES

UN ROMANCE DE HARÉN INVERSO

STEPHANIE BROTHER
3 GRANDES Copyright © 2023 STEPHANIE BROTHER

Todos los derechos reservados. Este libro o cualquier parte del mismo no
puede ser reproducido o utilizado de ninguna manera sin el permiso
expreso del editor, excepto para el uso de breves citas en una reseña del
libro.

Este libro es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas, o con lugares, sucesos o localizaciones es pura coincidencia. Los
personajes son fruto de la imaginación del autor.

Tenga en cuenta que esta obra está dirigida únicamente a adultos mayores
de 18 años y que todos los personajes representados tienen 18 años o
más.

MANTENTE AL DÍA DE LAS NOVEDADES.

LISTA DE CORREO
FACEBOOK
GRUPO DE FACEBOOK
ÍNDICE
Copyright
Descripción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Extracto
Más novelas de Stephanie Brother
Sobre la autora
DESCRIPCIÓN
Ni siquiera sabía que tenía tres hermanastros tan cachas y guapísimos
hasta que ya había traspasado la línea de lo alucinante.
Una sesión de fotos sexy no debería terminar con el modelo mostrándome
sus mejores posturas. Y menos tan poco tiempo después de mi ruptura.
Desde lo que hizo mi ex, he llegado a la conclusión de que los hombres no
merecen mi tiempo ni mi confianza.
Excepto Mason que es divertido y sexy a más no poder.
Cuando sonríe, sus hoyuelos y sus ojos azules derriten una pizca del hielo
que llevo dentro, y cuando se quita la camiseta, ¡joder! Creo que en mi
vida he visto un cuerpo mejor esculpido.
Resisto su coqueteo hasta que me tomo unas copas. En ese momento, mi
cuerpo manda callar a mi cerebro. Me dice que es hora de pasárselo bien.
Y lo es. Vaya si lo es.
Me lo paso mejor que nunca. Mejor de lo que creo que puedo soportar.
Pero cuando me despierto, Mason se ha ido, y me encuentro herida en
muchos aspectos. Entierro el dolor de mi corazón y me dirijo a la casa de la
playa de mi madre para almorzar y conocer a mis hermanastros por
primera vez.
Encontrarse cara a cara con Mason tomando café y bacón ya resulta
bastante humillante, pero descubrir que es un trillizo y que ahora hay tres
sexys machos alfa a los que evitar es tres veces más terrible. Aunque
pueden parecer lo peor, Miller es tan perspicaz como guapo, y Max, con
sus tatuajes y piercings, me enseña lo protector que puede llegar ser un
hombre.
Me alegran el corazón y me demuestran que en las relaciones hay mucho
más que angustia hasta que los problemas asoman su fea cabeza y todo se
desmorona.
1

No sé qué es peor: descubrir que Nate es un infiel o tener que hacer las
maletas para dejarle mientras me mira. Me avergüenza tanto darme
cuenta de que los sentimientos tan patéticos que tenía no eran más que
una ilusión, y me avergüenza aún más darme cuenta de que el hombre al
que creía amar es un gilipollas.
—¿Por qué eres tan dramática con todo esto? ¿En serio pensabas que
éramos exclusivos?
La cara de Nate se curva en una sonrisa socarrona que me eriza el vello
de los brazos. Dios mío. ¿Por qué no vi este lado de él antes de que mi
corazón se involucrara? ¿Por qué no me di cuenta de que era falso y cruel?
Me engatusó y halagó para meterme en esta relación, ¿para qué? Para
meter su polla en todo lo que se moviese mientras fingía ser el novio
perfecto. Ni siquiera sé qué más decir.
—Me has estado llamando tu novia.
Mi aguda y alzada voz le hace sonreír más.
—Bueno, lo eres, Natalie —dice Nate despacio, como si pensara que
soy demasiado estúpida para captar las palabras dichas a un ritmo normal
—. Las otras chicas... bueno, sólo están ahí por el físico. Para hacer las
cosas que tú no quieres hacer.
Aprieto los dientes mientras meto lo que me queda de ropa en la
maleta. Nate me sigue con la mirada desde donde está apoyado en el
marco de la puerta. Por supuesto, todo esto es culpa mía. ¿Sólo porque no
dejé que me metiera la polla en el culo va a justificar así su infidelidad
constante? Le he dado un año de mi vida. Mis fotografías han convertido
su blog de viajes de tercera en uno de primera. Gracias a mí, sus ingresos
han pasado del nivel de hostal de subsistencia al de cinco estrellas. ¿Y esto
es lo que recibo por mis esfuerzos? No me ha pagado nada por ello.
Supongo que él pensará que he tenido la experiencia de mi vida. Me ha
pagado todos los gastos durante todo el tiempo que hemos estado
viajando, pero ahora que he visto lo despreciable que es, me voy sin nada.
Peor que eso, he tenido que llamar a mi madre para que me reserve un
vuelo de vuelta a casa.
Hay un millón de cosas que podría decirle ahora mismo, pero no tengo
fuerzas para discutir con un hombre que nunca aceptará que se ha
equivocado.
—No puedes esperar que me contente sólo con esto —dice mientras
agita las manos por la habitación, como si nuestra vida juntos le resultara
aburrida—. No estamos casados. Estamos en el momento de experimentar
todo lo que podamos antes de consolidar nuestra relación.
—Consolidar nuestra relación. ¿Realmente crees que querría consolidar
nuestra relación, sabiendo lo que has hecho?
Claramente, Nate no me comentó en ningún momento que éramos una
pareja abierta. Tuve que enterarme por una camarera bienintencionada
que había visto a Nate con tres mujeres más en la última semana. Tras
contarle lo buen novio que era por comprarme un collar absurdo, se
apiadó de mí. Ella misma había pasado por algo parecido y no podía
soportar ver a otra rata bastarda (sus palabras) salirse con la suya. Menos
mal. Esta farsa podría haber seguido y seguido. ¿Habría sido sincero alguna
vez?
No. De eso estoy convencida.
Sus mentiras le servían para dominarme. Yo le era leal, y a él no le
hubiera gustado lo contrario. Como si él hubiera aceptado que yo me
follara a otros hombres. Pienso en todos los hombres que he conocido
durante nuestros viajes, hasta Marley, con su suave piel morena y su
increíble físico. A él le gusté. Estoy bastante segura de ello. Podríamos
haber tenido un sexo increíble. Tenía las manos lo suficientemente grandes
como para aplastar la estúpida cabeza de Nate como una nuez. Unas
manos lo bastante grandes como para sujetarme mientras me follaba
contra una de esas palmeras de la playa de Jamaica. O Marco. Aquel
hombre con ojos de chocolate líquido y un suave acento italiano capaz de
deslizar las bragas hasta de la más estirada de las mujeres. Era un seductor,
sin duda, y apuesto a que habría sido apasionado entre las sábanas.
Tantos hombres. Tantas oportunidades perdidas.
¿Y cómo se habría comportado Nate? De ninguna manera habría
soportado que descubriera que su polla era más pequeña o su cuerpo
menos tonificado. Últimamente, los orgasmos eran escasos, como si
hubiera dejado de preocuparse por mi placer. Se ha vuelto perezoso a
medida que su engaño ha ido en aumento.
Pues que se joda. Que se jodan todos los hombres que piensan que
pueden tener una relación mientras se acuestan con otras mujeres.
—Tengo el anillo —dice Nate—. Está en la mesita de noche. Échale un
vistazo.
—¿Qué?
—El anillo —repite despacio.
Me dan ganas de darle un puñetazo en la cara. No miro a ninguna
parte, salvo al baño en busca de mi neceser de maquillaje. Me largo de
aquí. Puede darle su anillo de mierda a otra de sus mujeres, como a la que
se la metió por el culo.
—No quiero ver ningún anillo —respondo con la misma lentitud—. Mi
taxi llegará en cinco minutos.
—Natalie.
Sacude la cabeza como si fuera un profesor que ha pillado a un alumno
comiendo caramelos en clase.
—Siempre la reina del drama. ¿De verdad vas a seguir con esto? Sabes
que tenemos los vuelos a Camboya en dos días. Piensa en Angkor Wat y en
las espectaculares fotos que podrías hacer allí. Es la oportunidad de tu
vida.
—Habrá otras oportunidades —contesto sin creerme mis propias
palabras.
Soy consciente de lo que me estoy alejando y eso me está matando.
Mañana volveré a casa con el rabo entre las piernas, la cuenta bancaria
vacía y sin trabajo. Viajar por el mundo va a ser lo último en lo que piense.
Esta mañana estaba sentada en el balcón mirando el mar embravecido,
lleno de falsas esperanzas. Mañana volveré a casa, a un futuro incierto.
—¿Por qué renunciar a ésta? —pregunta mientras entra en la
habitación como si estuviéramos discutiendo en cuál de los cinco
restaurantes del hotel vamos a comer esta noche, en vez de sobre el agrio
final de nuestras vidas juntos—. No sabía que reaccionarías así. Si lo
hubiera sabido...
—¿Si lo hubieras sabido qué?
—…habría hablado contigo. Te hubiera explicado lo importante que es
para mí que experimentemos juntos todos los aspectos del placer. Si lo
hubieras aceptado...
Levanto la mano porque no quiero oír más gilipolleces. Como si el
universo estuviera escuchando con mi mismo disgusto, suena el teléfono.
Es Connie, y no podría estar más aliviada de ver saltar un nombre conocido
en la pantalla.
—Hola, Connie —saludo dándole la espalda a Nate y dirigiéndome al
baño.
—Natalie. Recibí tu mensaje. ¿En serio vas a venir a casa esta noche?
—Sí —afirmo cerrando la puerta de una patada y sujetándome el
teléfono contra la oreja con un hombro levantado mientras recojo mis
cosas del baño.
—¡Qué bien! Estoy deseando verte.
—Y yo. Hace mucho que no nos vemos.
Y así es. Estar un año sin ver a mi mejor amiga no ha sido fácil. Sí, la
tecnología hace el mundo más pequeño, pero las videollamadas no son lo
mismo que sentarse en el mismo sofá y compartir una botella de vino. He
echado de menos a mi amiga, y ahora que mi corazón está destrozado, sus
cálidas palabras y su cariño se sienten aún más lejanas.
—Sé que tu madre se mudó el pasado septiembre. ¿Cómo te sientes
con la mudanza?
—Supongo que bien. Más o menos me ha ordenado que me vaya con
ella. Hay unas diez habitaciones libres para que elija, y la casa está justo en
la playa.
—Va a ser genial. Podrás tomar el sol mientras te acostumbras a estar
en casa.
—No voy a tener tiempo para descansar —respondo—. Tendré que
encontrar trabajo enseguida.
—Seguro que te sale algo, y mientras tanto, deja que tu rico padrastro
se meta la mano en el bolsillo —dice Connie mientras se ríe
malvadamente.
Conrad Banbury es más rico que Creso. La casa en la que voy a alojarme
temporalmente es una de tantas, y vale más de quince millones de los
grandes. Supongo que puede permitirse mantenerme durante un tiempo,
pero no es algo con lo que me sentiría cómoda en absoluto. Quiero decir,
sólo he visto al hombre una vez, antes de irme de Estados Unidos con Nate,
y fue un brunch apresurado en el que mi madre se reía nerviosamente y
agitaba demasiado las manos.
—Conrad ha pagado generosamente mi vuelo a casa y creo que no
debería hacer nada más por mí.
—Ya. Probablemente encontró el dinero para el billete en el respaldo
de su sofá de diseño.
—Probablemente.
—Bueno, quedemos para comer el miércoles. Yo invito.
—Me parece bien. Mi agenda está abierta de par en par —respondo a
la vez que parpadeo rápidamente mientras las lágrimas brotan de mis ojos.
El increíble itinerario que había planeado con Nate es ahora un sueño
incumplido. Cuando vuelva a Estados Unidos, mi pasaporte volverá a un
cajón lleno de polvo.
—Iremos a ese sitio de tacos que te encanta. Y a por unos helados
después, ¿vale?
Puedo oír cómo Connie intenta desesperadamente hacer mi regreso
menos doloroso. Mi respuesta es sincera a medias:
—Genial.
Nos despedimos e inhalo profundamente antes de abrir la puerta de un
tirón. Nate está relajado en uno de los asientos de terciopelo verde
azulado, con una pierna apoyada en la otra como un famoso aburrido. Sus
ojos están fijos en su teléfono, así que lo ignoro y meto el neceser en mi
abultado maletín. El sudor me recorre las axilas y el labio superior a pesar
del aire acondicionado.
Se necesita tanta fuerza para cerrar la maleta que me quedo sin aliento
cuando termino. Sólo me queda revisar la habitación, los documentos de
viaje y preparar el bolso. Tengo una sensación hueca y temblorosa en el
pecho, y un calor en las mejillas que sólo en parte tiene que ver con lo
acalorada que estoy. Hacer esto con los ojos de Nate puestos en mí es justo
la humillación final.
—Natalie. Siéntate un momento —dice, señalando la silla vacía a su
lado—. Parece que te está costando y creo que deberíamos hablar. Todo
esto es muy precipitado.
—No voy a sentarme.
Echo un vistazo a la habitación y veo el cargador de mi teléfono y la
batería de mi cámara sobre el escritorio ornamentado. Dos cosas sin las
cuales estaría perdida. También me guardo en el bolso una botella de agua
que encuentro. Cuando acabe aquí, voy a necesitar beber algo que me
quite este sabor amargo de la boca. El teléfono de la habitación empieza a
sonar y sé que es de la recepción, avisándome de la llegada de mi
transporte para ir al aeropuerto. La expresión de Nate se ensombrece al
darse cuenta de que toda esta situación va a llegar a su fin. Está a punto de
perder el control. Toda su apariencia de calma se desvanece en ese
segundo, y vislumbro cómo se siente realmente. No es algo agradable.
Después de decir en recepción que bajo en un minuto, me siento aún
más frenética. Cuando Nate era todo palabras suaves y gestos relajados, yo
me sentía bien. Ahora, algo en mis entrañas me dice que las cosas podrían
ponerse feas.
Me echo la correa del bolso al hombro, cojo la bolsa de la cámara y
levanto la maleta sobre el inmaculado suelo de baldosas blancas. Se oye un
ruido tan fuerte que los hombros de Nate se levantan y su cara se
contorsiona.
—NATALIE.
Mi corazón se acelera, el latido retumba en el vacío detrás de mis
costillas. Mis pies me impulsan hacia la puerta, sin mirar si Nate se ha
levantado de la silla. Lucho con el picaporte hasta que consigo abrir la
puerta y saco la maleta al pasillo. Por delante pasan dos empresarios y me
alegro de ir detrás de ellos, con la esperanza de que Nate no monte una
escena al tener público. En los ascensores, echo un vistazo a la puerta y
veo al hombre que ha sido mi vida durante demasiado tiempo con los
brazos cruzados, viéndome marchar.
¿Cuántas horas pasamos juntos, horas que nunca recuperaré? ¿Cómo
es posible que alguien que ayer lo era todo para mí, hoy no sea nada?
Cuando se cierran las puertas del ascensor, me doy cuenta de todo el
esfuerzo que me ha costado mantener la compostura. Se me desploman
los hombros y se me encoge el pecho. Suelto un sollozo que provoca las
miradas de los que están a mi alrededor.
Mierda.
No puedo montar una escena. No quiero que la gente me mire, ni que
me compadezcan. Es otra humillación más. Otra respiración profunda
obliga a bajar el oleaje de sufrimiento y decepción.
Puedo hacerlo. Puedo llegar a casa.
Y una vez allí, tendré que seguir adelante porque realmente no hay otro
camino. ¿Quién sabe lo que me espera?
Una página en blanco.
Me aterra pensarlo. Pero de algo estoy segura. Ningún hombre volverá
a tener la oportunidad de burlarse de mí de esta manera. Mi corazón
destrozado se va a quedar encerrado en una caja de metal. No voy a ser
idiota dos veces.
2

En el aeropuerto me espera un conductor de limusina impecablemente


uniformado con mi nombre en cursiva ornamentada. Natalie Monk. En
cuanto lo leo, recuerdo cómo Nate solía reírse cada vez que alguien
pronunciaba mi nombre. Es curioso que nunca antes fuera consciente de
ello, pero ahora me resulta extraño verlo escrito con tanto descaro.
—Hola, soy yo —digo, señalando el cartel con la cabeza.
El hombre de cara redonda sonríe, se pone el cartel bajo el brazo y coge
mi maleta.
—Soy Daryl. ¿Te quedaste atascada en inmigración?
—Creo que simplemente había mucha gente.
Le sigo fuera del edificio de la terminal hasta un coche ridículamente
largo, que es más lujoso que cualquier otro en el que haya viajado.
Mientras Daryl mete mi equipaje en el maletero, me deslizo en el
cavernoso interior, maravillada por los mullidos asientos de cuero y las
brillantes molduras de nogal. Hay incluso una zona con bebidas y copas, la
cual me hace desear un gin-tonic a pesar de estar completamente
destrozada por el viaje. Necesito algo para calmarme, pero me detengo y
saco una botella de agua fría.
No creo que mi madre apruebe que aparezca oliendo a alcohol a estas
horas. Probablemente ya esté decepcionada por lo que ha pasado. A ella le
gustaba mucho Nate. Tenía una forma de halagarla sutilmente que la
impresionaba mucho. Aún no le he contado lo que hizo. Es demasiado
humillante. Todo lo que sabe es que hemos roto, y eso es todo lo que voy a
compartir.
El trayecto hacia la costa es pintoresco, pero estoy tan cansada que
dejo que mis párpados se cierren y apoyo la cabeza contra el lateral del
vehículo, mi mente batallando con todas las cosas que no le dije a Nate.
Pasa una hora hasta que el conductor frena, pulsa un timbre, que me
sacude de mi torturado descanso e informa a quienquiera que esté al otro
lado del interfono de que he llegado.
Unas grandes puertas de hierro se abren automáticamente y el coche
se adentra por un largo camino en pendiente ascendente. Supongo que la
casa está en lo alto, así que las vistas serán espectaculares.
Mi madre me dijo que tienen una playa privada. Imagínate. Ésta no es
la vida con la que crecí. Mi padre trabajaba en un banco y mi madre era
asistente personal en una gran empresa. Vivíamos en una casa normal con
un coche normal. Cuando mi padre falleció, mi madre nos mantuvo con el
seguro de vida de él. Hace poco más de un año conoció a Conrad y todo
cambió.
Me siento como una impostora cuando el conductor me abre la puerta
y me veo obligada a caminar hasta el umbral de doble altura sólo con mi
bolso como escudo. No tengo ni idea de lo que me espera.
Lo que consigo es que mi madre aparezca en la puerta antes de que
pueda siquiera tocar el timbre.
—Natalie.
Me envuelve en un abrazo perfumado que no me resulta familiar. Huele
a caro, y el caftán de seda que lleva no se parece en nada al que le había
visto antes. Se ha convertido en una de las esposas de Stepford en mi
ausencia y no me gusta. Mi madre era lo único familiar a lo que podía
volver y ahora es otra.
—Hola, mamá.
Se echa hacia atrás, me agarra por los hombros con sus dedos bien
cuidados y me examina con unos ojos demasiado maquillados.
-Estás más delgada.
Me echo un vistazo, aunque sé que llevo pantalones anchos y una blusa
holgada que no deja ver nada de mi cuerpo. A Nate le gustaba sentir los
huesos de mis caderas. Siempre me decía lo bonitos que eran, y yo he
estado muy ocupada. Cuesta encontrar tiempo para comer cuando estás
en constante movimiento.
—Y te veo cansada.
Vaya, hoy está llena de cumplidos.
—Ha sido un vuelo largo.
Sonrío lo más ampliamente que puedo forzar porque lo último que
necesito es una discusión en la puerta. Sobre todo, después de la desgracia
de ayer.
Conrad aparece en el amplio vestíbulo, vestido exactamente como
cabría esperar de un millonario semijubilado, con una amplia sonrisa
resplandeciente que probablemente costó cincuenta mil dólares en
carillas:
—Natalie, ¡qué alegría tenerte en casa!
En casa. Es una afirmación generosa, teniendo en cuenta que nunca
antes había cruzado este umbral. Supongo que debería agradecer la
generosidad y dejar a un lado mi irritabilidad.
—Gracias. Por el vuelo y por dejar que me quede. No será por mucho
tiempo.
—No seas tonta —dice mi madre mientras agita el brazo en un
movimiento expansivo—. Esta casa es enorme. No es ninguna molestia.
Ven. Te enseñaré tu habitación. Te elegí la mejor, con unas vistas al mar
para morirse. Sé lo mucho que te gusta el océano. En serio, es el lugar más
espectacular para vivir.
Conrad se ríe, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—A tu madre le encanta estar aquí.
Hay tanto cariño en su expresión que cualquier duda que tuviera sobre
su relación con mi madre se desvanece un poco.
— Estaré en mi despacho. Avísame a qué hora se servirá la cena.
Mi madre me guía por la escalera acristalada mientras nos sigue un
hombre con camisa y pantalón de vestir negro formal, que ha aparecido
con mi equipaje. Es una casa increíble, con techos ridículamente altos y
paredes de colores suaves repletas de arte caro. Mis sandalias repiquetean
contra el suelo de roble pulido a medida que avanzamos por un largo
pasillo. Al final, mi madre abre la puerta de una habitación que supera en
tamaño y decoración a cualquiera de los increíbles hoteles en los que me
he alojado en mis viajes, y eso ya es decir. Pero no me fijo mucho en la
enorme cama o en el increíble sofá de terciopelo plateado. La habitación
tiene unas puertas plegables que dan a un balcón con vistas al mar, y mi
madre tenía razón. Las vistas son impresionantes.
—Guau —digo sorprendida, dejando caer el bolso sobre la cama y casi
apretando la nariz contra el cristal.
Mi madre levanta el picaporte, desliza las puertas y una brisa que huele
a gloria me atrapa. El sonido de las olas es como un bálsamo para mi
mente cansada. En el balcón hay un pequeño sofá de ratán con cojines de
color gris claro. Me dejo caer en él, incapaz de apartar los ojos del océano
turquesa que se extiende ante mí como una manta ondulada.
—Es muy especial, ¿verdad? —comenta mi madre con un suspiro—. Me
preocupaba si las vistas dejarían de impresionarme cuando llevara aquí
unos meses, pero no ha sido el caso. Todavía me dejan sin aliento cada día.
Se sienta a mi lado, cruza las piernas y apoya las manos en las rodillas.
—Me alegro de que estés en casa —recalca mi madre—. He estado
preocupada por ti mientras andabas por todos esos sitios.
—He estado bien —le respondo—, pero me alegra estar de vuelta.
—¿Entonces Nate va a continuar sin ti?
Quiere más información sobre lo que ha sucedido, pero no la culpo. No
di muchos detalles por teléfono.
—Sí. Estará en Camboya mañana.
Mi madre frunce la nariz, aunque se queda callada. Nunca ha viajado y
no tiene ni idea de lo vasto e impresionante que es el mundo. Los países
que no tienen los niveles de desarrollo a los que ella está acostumbrada no
le atraen lo más mínimo.
—Bueno, seguro que te va a echar mucho de menos.
Sé que es culpa mía que no sepa nada de lo de Nate, pero aun así su
comentario me duele. Me imagino a Nate convenciendo a alguna de las
otras chicas con las que se ha estado acostando para que le acompañe en
su viaje. Quizá le compre una cámara y vea si puede hacer algunas fotos de
los templos de Angkor. No serán tan buenas como las mías, pero tal vez no
le importe mientras pueda meter la polla donde no brilla el sol.
—Estará bien —contesto, y acto seguido decido cambiar de tema para
que no me arrastre a un debate—. Por cierto, he quedado con Connie
mañana. Me va a llevar a comer.
—¡Qué bien! Ya tienes algo que hacer. Tus hermanastros no estarán en
casa hasta dentro de un par de días, así que nos tendrás a Conrad y a mí
como compañía.
—Vale —le digo—. Nos vendrá bien ponernos al día.
No sé por qué cree que me interesan las idas y venidas de gente que ni
conozco. Me pregunto si se le habrá olvidado que nunca llegué a conocer a
los hijos de Conrad. Estoy segura de que me dijo sus nombres el año
pasado, pero no me acuerdo.
—Bueno, ¿qué quieres hacer ahora? ¿Quieres echarte una siesta... y
deshacerte de esas ojeras?
—Sí —afirmo—. Esa idea me parece estupenda.
—De acuerdo. Entonces vendré a despertarte a la hora de cenar. Y tal
vez podamos dar un paseo por la playa. Tienes que verla de cerca.
—Perfecto.
—Bienvenida a casa —me dice mientras me aprieta la pierna, y yo
sonrío, aunque sé que voy a sollozar sobre las almohadas de la cama
tallada en cuanto se vaya.
El hogar es donde está el corazón, y creo que he perdido el mío en
algún lugar entre Bangkok y aquí.
3

—Estás más delgada —dice Connie mientras me abraza en la puerta de mi


restaurante favorito—, pero hoy te voy a engordar un poco.
—Cuento con ello —digo con el estómago rugiendo por el delicioso olor
a comida mexicana que sale de Taco Loco.
Había días, incluso cuando estábamos en México, en los que se me
antojaba la comida de este sitio. Se me hace la boca agua.
Entramos y enseguida nos sientan en un reservado bajo la pérgola de
madera. La camarera nos da los menús y empiezo a ojear el mío, aunque
podría recitarlo dormida. Pone los daiquiris de fresa virgen en la mesa con
un bol de patatas fritas y Connie pide nuestro pedido habitual. Cuando la
camarera se marcha a pedir la montaña de comida que ha apuntado en su
libreta, Connie cruza la mesa para apretarme la mano.
—Nate es un gilipollas. Simple y llanamente. Estás mejor sin él.
—En la ruina y sola, querrás decir.
Mordisqueo un trozo de maíz salado mientras se me hace un nudo en la
garganta.
—Soltera, sexy y con mucho talento es lo que deberías decir. No te
merecía. Era pura palabrería. Simplemente no eras capaz de verlo.
Vaya. ¿Eso es lo que Connie realmente pensaba acerca de Nate? Nunca
me dijo nada negativo sobre él.
—Me mintió a la cara, y lo peor de todo es que no sé cuántas veces me
fue infiel. No me lo quiso decir. Se limitó a decirme que no le importaba
nada de eso, y que a mí tampoco debería importarme.
—Sí, le pegan esas palabras. Qué capullo. ¿En serio pensó que ibas a
olvidarte de todo?
—Sí. De hecho, eso creía. ¿Sabes la peor parte? Que, en realidad, trató
de culparme... porque yo no estaba preparada para algunas de las cosas
que él quería hacer en la cama.
—CAPULLO —sisea Connie—. Tienes derecho a hacer lo que te dé la
gana en la cama. Nadie debería sentirse presionado a hacer algo que no
quiere. Eso es un puto abuso.
Miro hacia la mesa, las lágrimas me punzan los ojos mientras arranco
trozos de la servilleta de papel. Oigo lo que dice Connie, pero una parte de
mí se pregunta si soy demasiado tradicional. Hoy en día la gente practica
todo tipo de sexo atrevido. Mira lo popular que se ha vuelto el BDSM
después de ese libro. Pero yo no me sentía cómoda avanzando en esa
dirección con Nate, y no estoy segura de si era por mis propias limitaciones
o porque nunca sentí que sus exigencias tuvieran realmente en cuenta mi
placer. Todo se trataba de que él satisficiera sus propias necesidades, y el
sexo no debería ser así.
—Has hecho lo correcto —dice Connie—. Es muy fácil dejarse llevar
cuando estás en una relación. Al final, todos acabamos cambiando un poco
para encajar con la gente a la que queremos.
Asiento con la cabeza porque es verdad. Mira mi madre. Se ha
transformado para encajar en el estilo de vida de Conrad y está muy
contenta. Supongo que el cambio no siempre tiene que ser algo malo.
—No sé qué voy a hacer, Con. Me he dedicado a acompañar a Nate en
todo momento, creyendo que un día todo lo que estaba construyendo con
mi ayuda iba a ser nuestro. Pensé que éramos un equipo. Y ahora ni
siquiera tengo suficiente dinero en mi cuenta bancaria para pagar esta
comida.
—No te preocupes por eso —responde Connie mientras agita la mano
—. Esto corre de mi cuenta, y no mires atrás con remordimientos, cariño.
Todas las experiencias están para aprender de ellas.
—Créeme, he aprendido... pero por las malas.
—De todos modos, es hora de pensar en el futuro —dice Connie,
poniendo su gran bolso de ante marrón sobre su rodilla y rebuscando en el
interior—.Tengo algo para ti.
Me pasa un montón de papeles doblados.
—¿Qué es esto?
—Digamos que es una bonita coincidencia.
Abro el periódico y leo una dirección e información sobre una sesión de
fotos que tendrá lugar mañana. Es en un almacén del centro. Levanto la
vista, con el ceño fruncido, y veo a Connie sonriendo.
—Sabes que ahora trabajo como asistente personal. Bueno, el editor se
está expandiendo hacia el romance erótico, y necesitan algunas fotos para
una nueva trilogía. Confían en que llegue a la lista de los más vendidos,
pero el fotógrafo está en el hospital con una apendicitis y necesitan a
alguien urgentemente.
—Pero yo no hago fotos de estudio —digo, bajando los papeles.
—No importa, puedes hacerlo —responde Connie temblando de
emoción—. El modelo... He visto su portafolio. Y está tan bueno.
—Seguro que sí, pero no es mi especialidad.
—Se paga bien. Mira la parte de atrás.
Doy la vuelta a los papeles y encuentro el calendario de pagos. Se me
escapa una pequeña bocanada de aire. No es dinero para rechazarlo, pero
no sé si podré hacerlo. Levanto los hombros, sacudo la cabeza y la cara de
Connie decae.
—Es que no lo sé.
—Puedes hacerlo —dice con firmeza—. Y, de todas formas, no tengo
tiempo de encontrar a nadie más.
Respiro profundamente, pensando en las últimas fotos que hice de las
puestas de sol en Tailandia. No tiene nada que ver con un tipo musculoso
semidesnudo en una pose seductora, pero no puedo defraudar a Connie
cuando se ha arriesgado por mí. Eso, y que necesito el dinero con urgencia.
Sonríe, dando un gran sorbo a su bebida rosa que deja azúcar sobre sus
labios rojos y brillantes.
—Va a salir genial. Lo sé... y si necesitas ayuda preparando a los
modelos, avísame. Estaré encantada de desplazarme para ayudarte.
Probablemente la confianza que Connie deposita en mí esté fuera de
lugar, pero mañana lo sabremos de un modo u otro. Esto podría ser
interesante o un desastre, pero como dice Connie, de toda experiencia se
puede aprender. Supongo que mañana aprenderé.
4

Conrad insiste en que su chófer me lleve al almacén del centro donde voy a
trabajar. No discuto, porque aún estoy con jet lag y no tengo energía para
pensar adónde voy ni cómo llegar.
Al bajar de la limusina, no me pierdo las miradas interesadas que se
vuelven desinteresadas en cuanto me ven salir con mis pantalones
holgados de color naranja al estilo tailandés y mi blusa holgada de lino
negro. Aquí no hay bolsos de diseño ni atuendos de famosos, a pesar del
lujo del coche. Agarro con fuerza el asa de la bolsa de la cámara y me subo
el bolso bordado al hombro mientras una ráfaga de viento me despeina el
pelo corto. Contemplo el enorme almacén y respiro hondo para calmar los
nervios.
Pasé gran parte de la tarde de ayer navegando por Internet en busca de
portadas de libros, fijándome en las poses y la iluminación que se utilizan
para sacar lo mejor de los modelos. Estoy todo lo preparada que podría
estar teniendo en cuenta la falta de experiencia directa y de antelación,
pero eso no ha desterrado las mariposas revoloteando por mi vientre. Ni
siquiera he podido desayunar, así que me he tomado un espresso doble.
Quizá por eso me siento tan nerviosa.
Es ahora o nunca, pienso, mentalizándome para empujar la puerta.
La zona de recepción es gigantesca, y sólo se ve una mujer vestida de
blanco sentada frente a un escritorio de cristal transparente, con un
portátil y unos auriculares para trabajar. Me acerco despacio, observando
las paredes y el suelo de hormigón pulido.
—Soy Natalie Monk. Estoy aquí para el rodaje.
La mujer asiente y pulsa sobre el teclado.
—Tome el ascensor hasta la tercera planta. Andre se reunirá con usted
y le indicará a dónde ir.
El ascensor es elegante, se mueve más rápido de lo que esperaba.
Andre mide por lo menos 1,90, tiene unos ojos almendrados muy bonitos y
un traje tan blanco como el de la señora de recepción.
—Natalie —canturrea—. Me alegro de que hayas venido. Realmente no
sabíamos qué hacer cuando Alistair Cristie nos abandonó.
¿Alistair Cristie era el fotógrafo que habían contratado para esta sesión?
Mierda. Me siento fuera de lugar. Si el editor está dispuesto a pagar por
alguien tan reconocido para esta sesión, realmente están esperando que
este libro sea un gran éxito de ventas.
Sigo a Andre hasta un gran espacio decorado como una habitación de
hotel. Junto a una preciosa ventana ornamentada hay una cama de
matrimonio con sábanas blancas y almohadas como para amortiguar la
caída de Satán desde el cielo. También hay un escritorio y un lujoso sofá.
Mi mente empieza a barajar todas las tomas posibles.
—Puedes instalarte aquí —dice Andre, señalando una mesa enorme.
Connie me había asegurado que disponían de gran parte del equipo
que iba a necesitar, incluida la iluminación. Dejo las maletas sobre la mesa
y empiezo a sacar la cámara, el flash y los objetivos. Lo limpio todo
meticulosamente mientras Andre desaparece por otra puerta. Una joven
que no puede tener más de dieciocho años empuja un perchero hacia la
habitación. Hay un biombo, supongo que para que el modelo se cambie
detrás, y los trajes están colocados a un lado.
—¿Quieres que te traiga algo? —pregunta—. ¿Un café? ¿Una
magdalena? ¿Un cruasán?
Whisky, pienso, aunque no lo digo en voz alta. No quiero que vaya
diciendo por ahí que soy una borracha mañanera. Pero en estos
momentos, mataría por algo que me quemara al bajar y me calmara los
nervios.
Empiezo haciendo algunas tomas de prueba y luego ajusto la posición
de la iluminación del softbox. Quiero tener todo organizado antes de
enfrentarme a un musculitos embadurnado de aceite.
Una risa profunda retumba en la puerta por la que he entrado. Asumo
que pertenece al modelo, pero no me giro. Sigo enfocando a través de mi
objetivo. Mi cámara siempre ha sido una especie de protección. Oculta mi
rostro y enmascara mi expresión. A través de ella me convierto en una
observadora distante.
El susurro de la ropa al quitársela es inconfundible. Sé que hoy tenemos
que hacer varias tomas con diferentes atuendos. Tenemos que empezar
con el look multimillonario, que, según he aprendido, implica una camisa
blanca que tiene que estar abierta por el cuello para mostrar la piel
bronceada, con y sin chaqueta de traje, y con y sin corbata. Me río
pensando en la realidad de los multimillonarios que hay en la vida real. La
mayoría son frikis de mediana edad que se hicieron ricos en empresas
tecnológicas, o son ricos por el petróleo o las armas. No son el tipo de
hombres que una joven en su sano juicio desearía por algo que no fuera el
dinero. En el mundo de los libros, los multimillonarios son algo totalmente
distinto. Son hombres muy musculosos, por debajo de los treinta años, que
constituyen un género romántico de gran fantasía.
Estoy a favor de la fantasía. Claramente, mi realidad ha demostrado
estar lejos de ser satisfactoria. Hoy toca dar vida a esa fantasía para todas
las mujeres que necesitan salir de su propia existencia por un momento.
Comprendo perfectamente esa necesidad.
El sonido de alguien que carraspea interrumpe mi hilo de pensamiento
y doy un respingo, dejando que la cámara se me caiga de la cara.
Dios.
Mío.
Juro que oigo arpas, violines y el aleteo de las alas de las palomas. Los
ángeles se desmayan en los cielos al ver al hombre que tengo delante.
Todas las palabras se me escapan de la cabeza y caen al pulido suelo gris
que nos separa. Mete las manos en los bolsillos de su impecable traje
negro y ladea la cabeza, con sus ojos azules centelleantes y sus hoyuelos al
descubierto.
Ay, Señor. Qué injusto. Ojos azules y hoyuelos son una doble dosis de
sensualidad, y nunca he sido capaz de mantener la cabeza fría cuando hay
hombres atractivos a mi alrededor.
Debería haberle dicho a Connie que buscara a otra persona. Sabía que
esto iba a ser un desastre.
—Tienes la boca abierta —dice el hombre.
Levanto la mandíbula inferior como si él me lo hubiera ordenado,
haciendo chocar los dientes. Debo de parecer una loca, pero no consigo
salir de este estado de hipnosis.
—Soy Mason —comenta a la vez que frunce el ceño como si hubiera
pasado de la diversión a la preocupación por mi estado mental.
De alguna manera, consigo que mi cerebro participe.
—Soy Natalie.
—Lo sé. La agencia me dijo quién estaría haciendo las fotos hoy.
Esa sonrisa radiante revela unos dientes blancos y rectos perfectos que
podrían aparecer en un anuncio de pasta de dientes.
—Eso demuestra una buena organización por parte de ellos.
—Así es.
Permanecemos incómodos durante unos segundos más. Bueno, yo soy
la que está incómoda. Mason parece encontrarse totalmente a gusto con
su traje de multimillonario, y mientras le miro, comprendo la fantasía al
cien por cien. Este hombre parece capaz de enfrentarse a cualquier reto
que le plantee la vida. Tiene las manos grandes y una fuerte musculatura,
un aire seguro de sí mismo y una chispa de humor. En realidad,
compadezco a las mujeres a las que Mason se dedica a seducir. No tendrían
ninguna oportunidad.
—Entonces, ¿dónde me pongo?
Hay muchas respuestas a esa pregunta que acaloran mis mejillas.
Encima de mí, debajo, presionando mi cara contra la almohada mientras
me golpea por detrás. No sé de dónde ha salido esto último porque nunca
me ha gustado. Hasta ahora, parece.
—Junto al escritorio —le respondo—. Empecemos por ahí.
Tras veinte minutos de sesión fotográfica, puedo confirmar que Mason
es todo un profesional. Se siente cómodo con la cámara y su cuerpo se
mueve con fluidez. Conoce los ángulos y las expresiones que harán una
buena toma, y así se coloca. Casi no tengo que darle instrucciones.
Vuelvo a la mesa, conecto la cámara al portátil para poder ver las
imágenes mientras Mason espera pacientemente.
—Creo que lo hemos clavado —comento—.Pasemos a las siguientes.
—Venga.
Mason se pasea por detrás de la pantalla y no puedo apartar los ojos de
él. Su forma de caminar es tan relajada y sexy. Se ha quitado la chaqueta
para las últimas tomas y ahora se pueden apreciar sus músculos bajo la
fina tela de su camisa abotonada. Cuando desaparece de mi vista, sacudo
la cabeza, tratando de entrar en razón.
Las siguientes tomas son de Mason en vaqueros y una camiseta blanca
ajustada. Estas tomas van a ser más tranquilas, y el cuerpo de Mason va a
quedar más al descubierto. Saco mi botella de agua del bolso y bebo un
trago largo y fresco, con la esperanza de suprimir el calor que se ha ido
desarrollando por todo mi cuerpo desde que Mason entró en la habitación.
Funciona hasta que aparece de nuevo, pareciéndose a una versión
moderna y más dura de James Dean. Juro que ser tan atractivo como
Mason debería ser ilegal.
—¿Puedes ponerte junto a la ventana? —pregunto, a la vez que me
imagino la luz natural proyectándose sobre el blanco de su camisa e
iluminando sus ojos.
—Claro.
Me acerco con la cámara preparada, encantada de lo increíble que es la
toma. Mason se vuelve hacia mí, con una expresión que me derrite las
bragas, y me da un vuelco el corazón. Es una pose, nada más, pero es como
si me estuviera mirando con deseo. Tiene una gran habilidad.
—Has hecho unas fotos increíbles.
Se apoya en el ladrillo, dejando caer la mano en la repisa de la ventana.
—Me lo pones muy fácil —respondo, preguntándome cómo sabe cómo
han quedado las fotos de hoy.
—Las de Tailandia son mis favoritas. La forma en que capturaste el
amanecer sobre el monumento de Buda es increíble.
Dejo de intentar encontrar la mejor posición para ponerme de pie y me
enderezo, bajando la cámara.
—¿Has visto esas fotos?
—Sí... Desde luego, me entraron ganas de visitar el lugar.
El dolor en mi pecho que ha estado ahí desde que descubrí la traición
de Nate, pero que se había disipado un poco desde que me centré en
Mason, vuelve. Me encantó Tailandia. Me encantaron todos los lugares que
visité. Este local del centro nunca estaría a la altura de lo emocionante que
es viajar, pero me halaga que a Mason le guste mi trabajo.
—Bueno, se supone que ese es el objetivo —contesto.
—¿Ése es tu novio?
Mason cierra los labios para humedecerlos.
—No.
La palabra sale bruscamente de mi boca, revelando todo lo que no
quería que Mason supiera.
—¿Tienes novio?
Sus preciosos labios se curvan en la comisura.
—O tal vez tenga novia.
—Qué va —dice Mason—. Por supuesto, no tiene nada de malo. De
hecho, la idea me pone mucho, pero no me das esa impresión.
Frunzo el ceño.
—¿Qué impresión te transmito?
Mason sacude la cabeza.
—Si comes conmigo te lo digo.
—¿Quién ha dicho que vayamos a parar para comer? Todavía tenemos
fotos por hacer.
Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros azules, que le abrazan el
culo y los muslos a la perfección.
—Nada se interpone entre la comida y yo, Natalie. Eso es algo que
debes saber de mí.
En ese momento, la chica que había traído previamente la ropa aparece
con una bandeja.
—Ah, ahí estás —festeja Mason, dando zancadas hacia delante.
—Lo siento —Jadea—, había una cola muy larga.
—Nada que lamentar —Canturrea Mason—. Gracias.
Coloca la bandeja en el extremo de mi mesa y Mason se deja caer en
una silla de plástico, arranca un trozo de una de las magdalenas más
grandes que he visto en mi vida y se la mete en la boca.
—Mmmmm —gime—. No hay ningún otro sitio que haga unas
magdalenas mejores que las de Mama's Bakery.
—¿Quieres hacer una pausa para tomar un café y comer algo? ¿Cuánto
tardaremos en terminar estas tomas?
—Las conseguiremos. Te propongo algo. Si terminamos temprano,
podemos ir a cenar algo. ¿Qué te parece?
—Me parece totalmente innecesario —respondo—. Podemos cenar
cada uno en su casa.
—Y eso suena completamente aburrido.
Los ojos de Mason brillan con el desafío. Ser aburrido era algo que Nate
solía lanzarme cada vez que no hacía lo que él quería. Que le den. No voy a
dejarme manipular por otro gilipollas.
—Bueno, no me importa ser aburrida.
Sus ojos me escrutan como si intentara leer lo que pasa por mi cabeza.
Se acerca a la bandeja, coge la magdalena que le sobra y me la tiende.
—Tienes que probar esto.
Es una orden, pero formulada con suavidad. Más bien una súplica. Mi
estómago ruge y Mason sonríe.
—Ves... necesitas esta magdalena.
Alargo la mano y se la quito, aún caliente. El primer mordisco es
tentativo, pero tiene razón. Es el néctar de los dioses. Después de eso, no
me importa que me esté viendo atiborrarme. Siento un hambre que no
había sentido en meses.
Cuando termino, lo veo sonriendo con una mirada lejana que no
consigo descifrar.
Mason es sin duda algo más que una bonita apariencia.
5

No sé cómo voy a pasar las próximas horas, pero lo que sí sé es que estoy
agradecida por esa magdalena. La energía que se necesita para seguir el
ritmo de Mason mientras hacemos las fotos es otra cosa. Cuando se pone
la camiseta blanca ajustada sobre la cabeza, un suspiro sale de mis labios.
Estaba convencida de que su cuerpo sería espectacular, pero verlo en
todo su esplendor me deja sin palabras. Sabe cómo trabajar cada músculo
de su cuerpo, que no son pocos, para conseguir la postura perfecta. Hago
las fotos desde atrás, con la cabeza girada, admirando sus anchos hombros
y la perfecta V que se forma en su espalda. Se quita los zapatos y se reclina
en la cama con los brazos detrás de la cabeza, y la visión de los músculos
de la parte inferior de los brazos que desembocan en el pecho casi me
tumba. Y sus pezones. No es una zona en la que me haya fijado antes en un
hombre, pero todo en Mason es sexy. Le lamería hasta la axila, así de sexy
es.
Me acerco, queriendo hacer algunas tomas más detalladas antes de
apartarme.
—¿Puedes desabrocharte el cinturón y los vaqueros? —pregunto
mientras un torrente de calor recorre mis piernas.
—Claro.
El tintineo de la hebilla es música para mis oídos, y el sonido de su
cremallera me hace palpitar el corazón. Engancha un pulgar en la cinturilla,
bajándola un poco para revelar su ajustada ropa interior negra, y tropiezo
con mis propios pies mientras intento encontrar una posición que capte su
perfección. Sólo me quedan unas pocas fotos de esto, y luego tendré que
pasar a las que no lleva vaqueros.
—Así está bien —digo distraídamente.
Los ojos de Mason encuentran los míos a través de la cámara, y es una
mirada que mataría a cualquiera. Una mirada que me hace sudar la gota
gorda. Detrás de la cámara, sigo sintiéndome expuesta.
Se baja un poco más los vaqueros y juro que veo el bulto de su polla
bajo la banda de sus ajustados calzoncillos. Madre mía. La tiene grande.
—Bien —vuelvo a decir, con la voz entrecortada.
Sus labios esbozan una sonrisa, pero mantiene su expresión seductora.
Yo disparo fotos como una loca mientras Mason se abre tanto los vaqueros
que parece que no los lleva puestos.
—¿Me los quito? —pregunta.
—Claro.
Esa sola palabra suena medio instrucción, medio jadeo. No puedo
apartar los ojos de él mientras se baja los vaqueros por sus musculosos
muslos hasta quedarse tumbado con una ropa interior que no deja nada a
la imaginación.
—¿Queda bien? —pregunta mirándose a sí mismo.
¿Qué clase de pregunta es ésa? Claro que queda bien. ¿No tiene un
espejo? Sus ojos se cruzan con los míos a través de la lente.
—Me refiero a si quieres que me mueva.
—¿Podrías flexionar un poco la pierna derecha a la altura de la rodilla?
—Vale. ¿Y la polla?
Mi boca emite un pequeño sonido de asombro, e instintivamente bajo
la cámara para fijarme, aunque sea algo tonto y vergonzoso. ¿Cómo voy a
decirle a un perfecto desconocido que se la coloque bien? ¿Cómo puedo
verle hacerlo sin que mis bragas se mojen de forma inaceptable?
—Es... es...
Parpadeo lentamente intentando recomponerme. Una desconocida
parte de mí que no sabía que existía quiere decirle que enganche un pulgar
en su cintura y tire para que pueda ver lo que me está provocando detrás
de una tela demasiado fina. Me dan ganas de llevarme su enorme pene a
la palma de mi mano y luego a la boca hasta que me den arcadas y me
lloren los ojos. Siento mi coño ardiente y apretado entre mis piernas lo
bastante húmedo como para deslizarse por esa polla sin ningún problema.
Atrás quedó la chica que pensaba que el sexo era sólo algo que había
que tener para mantener una relación. El sexo con Mason no sería así.
Sería tan necesario como respirar, tan vital como la sangre que bombea por
mis venas. Sé esto, y ni siquiera sé su apellido. Ni siquiera sé su color
favorito o a qué saben sus labios.
—La veo bien —balbuceo, y Mason resopla como si le hubiera hecho
gracia, pero no quiere hacerme sentir mal riéndose a carcajadas.
—Ya sé que está bien, pero ¿está bien colocada?
—Eh... sí. Supongo.
—Bueno, avísame si quieres que la mueva... ya sabes, para conseguir el
mejor ángulo.
Santo cielo. Nunca he estado con un hombre que la tuviera tan grande
que pudiera moverla por estética y, para ser sincera, no puedo creer que
esté teniendo esta conversación. Todos mis días idílicos fotografiando las
mejores vistas del mundo han quedado muy atrás. Aunque supongo que
hay peores cosas que fotografiar.
Retrocedo un par de pasos, inspiro profundamente y empiezo a hacer
las fotos. Mason se mueve con fluidez, dándome mucha variedad, pero el
ángulo no es bueno. Al menos, no es el mejor.
Veo una escalera apoyada contra la pared y coloco la cámara sobre la
cama para prepararla. Necesito estar en alto para hacer algunas fotos de
Mason desde arriba. Quiero que me mire con sus ojos de zafiro y esas
largas pestañas que proyectan unas sombras perfectas sobre sus mejillas.
Quiero captar las ondulaciones de su abdomen y la forma en que su
vientre totalmente plano se hunde cuando está en posición horizontal,
exagerando la V que baja hasta su polla.
Me tiembla todo al subir las escaleras. Mis manos se sienten
resbaladizas de sudor al contacto con el cuerpo caliente de mi cámara. Al
mirar por el visor, me pongo aún más cachonda. El ángulo que había
imaginado queda aún mejor en la realidad, aunque podría mejorarse con
una pequeña modificación.
No puedo creer que vaya a decir esto, pero allá voy.
—Puedes mover tu... tu polla un poco hacia la izquierda.
La mano de Mason se desliza sobre su estómago un poco más despacio
de lo necesario, y mientras hace exactamente lo que le he pedido, un
escalofrío me recorre la nuca y el cuero cabelludo. Este momento pasará a
mi historia personal como lo más guarro que me ha pasado nunca: ver su
enorme mano levantando esa vara larga y gorda para mí. Uf. Ni siquiera sé
cómo expresar lo mucho que me excita.
¿Quién diría que tengo un lado mandón? ¿Quién diría que me encanta
que un hombre siga mis instrucciones? Vaya. Menudo día de revelaciones,
y no de la manera que esperaba.
—¿Así está bien? —pregunta roncamente.
Sus ojos encuentran los míos a través de la cámara, y es como si me
lamiera entre las piernas. De hecho, doy un respingo.
—Sí. Perfecto —respondo con la garganta apretada por la lujuria.
Empiezo a tomar las fotos al mismo tiempo que Mason hace su trabajo.
Simultáneamente, voy haciendo fotos mentalmente para mantenerme
caliente en las frías noches que se avecinan. Ver a este hombre es un
regalo. Mejor dicho, más que un regalo. Es como si las imágenes de Mason
hubieran borrado parte del dolor que he estado alimentando.
Nate no impresionaba ni por asomo tanto como este hombre. Y debo
darme cuenta de que no se merecía ocupar tanto espacio en mi vida.
Tardamos el resto de la tarde en conseguir las tomas que necesitamos
y, para entonces, estoy mareada de tanto mirar a Mason y de no haber
comido.
Se esconde detrás del biombo para vestirse mientras repaso las tomas
en mi ordenador. Me siento tan aliviada al ver que realmente lo he
conseguido. Tenía muy poca confianza en mí misma, pero con la
profesionalidad de Mason y mi concentración, ha resultado una tarea
estupenda.
Sonrío cuando aparece Mason, y su cara se transforma en una amplia
sonrisa.
—Es lo más feliz que te he visto en todo el día —dice, sin dejar de
sonreír.
—Las fotos han quedado impresionantes.
Se deja caer en la silla frente a mí y se pone las manos detrás de la
cabeza.
—Claro, son de mí.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un imbécil arrogante?
—Sí —suelta sin remordimientos—, pero también me han dicho
muchas cosas buenas, así que tiendo a ignorar la parte arrogante.
—Me lo imagino.
—Entonces, la cena...
Sus ojos están llenos de desafío, y esos hoyuelos me guiñan el ojo como
si fueran el péndulo de un hipnotizador. ¿Cómo puede ser legal que un
hombre sea tan tentador? Mason debería llevar una etiqueta de
advertencia.
—No creo que sea buena idea.
—Eso es porque estás demasiado hambrienta como para tomar una
decisión sensata. Creo que voy a tener que tomar el control por tu propio
bien —Saca el móvil del bolsillo de la chaqueta y empieza a marcar—. Sí,
¿tenéis una mesa para dos? ¿En media hora?
—Yo...
Levanta la mano para hacerme callar.
—Gracias. Hasta luego.
Voy pasando las fotos, fingiendo ignorarlo, fingiendo estar enfadada,
aunque no lo estoy. Esa parte traidora de mí está cantando una canción
feliz porque, a pesar de toda la arrogancia de Mason, me da la sensación
de que en el fondo es un buen chico.
Supongo que estoy a punto de averiguarlo.
6

Y aquí me encuentro, cenando con Mason. Sí, va en contra de mi criterio,


aunque mientras me llena el vaso con más vino blanco, me doy cuenta de
que mi criterio es lo de menos.
—Así que has estado viajando mucho por trabajo —dice Mason.
—Sí. Durante todo un año. Volví hace sólo un par de días.
—Tiene que haber sido increíble. Yo he viajado, pero casi siempre por
trabajo o vacaciones cortas. Y los trabajos, suelen consistir en ver el
interior de hoteles y taxis, así que nada que ver con las experiencias que
has vivido tú.
—He tenido bastante suerte.
Mientras respondo, veo todo a través de los ojos de Mason y no de los
míos. He estado tan triste por Nate, y por los remordimientos que me ha
causado ser consciente de lo engañada que he estado, que me he olvidado
de apreciar lo bueno.
—Bueno, cuéntame, ¿cuál es tu sitio preferido?
—¡Qué pregunta más complicada! El mundo es tan inmenso y los
países que lo componen son tan diferentes… No sabría decirte.
—Háblame de los que más te hayan impresionado.
—Bueno, tuve la oportunidad de hacer unas fotografías en Abu Simbel,
en Egipto, al amanecer. Es una locura lo grande que es el templo, y aún
más cuando piensas que lo trasladaron para evitar las inundaciones
causadas por la presa de Asuán. Y en Sukhothai, en Tailandia. Los Budas
gigantescos te dejan sin palabras.
—Abu Simbel… —susurra Mason—. Nunca he oído hablar de ese lugar.
Alargo la mano hacia el suelo para coger mi bolso y encontrar mi móvil.
Quiero enseñarle mi foto preferida de ese día. Quizá así se anime a ir algún
día.
—Un momento...
Me pongo a buscar las fotos en el teléfono, deslizando el dedo una y
otra vez hasta que llego a septiembre. La foto que estaba buscando salta
prácticamente en la pantalla.
—… Mira.
—Hostia puta —Jadea.
Me coge el teléfono y lo acerca lo suficiente para examinarlo con
detenimiento. Amplía con sus dedos las estatuas que flanquean la pequeña
puerta.
—Es un sitio impresionante. Se construyó de forma que dos días al año,
el sol sale exactamente por el lugar adecuado para iluminar todas las
estatuas de la parte trasera del templo, todas menos el dios de la muerte,
que siempre permanece a oscuras.
—En serio, es increíble que la gente de entonces fuera capaz siquiera
de pensar en algo así, por no hablar de construirlo.
Asiento con la cabeza.
—Eso mismo pensé cuando estuve allí. A veces me pregunto si
realmente estamos progresando como seres humanos. Muchas de las
construcciones que se hicieron en esa época son mucho más bonitas que
las de hoy.
Mason me devuelve el teléfono, coge un trozo de pan de la cesta que
hay en la mesa y arranca un pedazo.
—Ahora todo se basa en el dinero. Además, hay muchas más normas
de seguridad que entonces. Miles de hombres habrían muerto colocando
las piedras que construyeron ese templo.
—Aún no se sabe cómo lo consiguieron. Las piedras pesaban
demasiado para que los hombres las levantaran, y no tenían herramientas
eléctricas.
—Es todo un enigma —Sus ojos brillan de esa forma que, según he
aprendido, significa que va a decir algo descarado—. Me fascina el
misterio.
—¿Qué clase de misterio?
—Todos los misterios. Como tu forma de vestir, por ejemplo. Te cubres
con muchas capas sueltas de tela. Quitártelo todo sería como desenvolver
un regalo que ha sido empaquetado en una caja enorme.
Se me encienden las mejillas al pensar en Mason quitándome todas las
capas, y no solo las de ropa tras la que decido esconderme, sino las otras
más delicadas que me convierten en la persona que soy. Nate creía
conocerme, pero nunca compartí con él mis esperanzas, miedos o sueños.
Nunca se interesó por ellos, aunque hablaba mucho de los suyos.
Ni siquiera sé qué se sentiría al ser conocido así. Con todo el misterio
revelado. De todos modos, no tiene pinta de ser lo que le gusta a Mason.
Los hombres a los que les gusta el misterio se aburren fácilmente. Una
vez que han visto todo lo que hay que ver y saben todo lo que hay que
saber, ¿qué les queda? Sólo el aburrimiento que aparece después de un
año de relación.
—Creo que ya se ha desenvuelto mucho por hoy.
—Nunca es suficiente —suelta entre carcajada—. De todos modos,
todavía me queda una capa.
—Esa capa seguirá siendo un misterio.
El camarero elige este momento exacto para poner una pizza del
tamaño de un ovni en nuestra mesa. A mí me sirve la ensalada que he
pedido. Pese a su apetitoso aspecto, el olor a queso y salchichas me llega a
la nariz y dispara la saliva en mi boca. Soy como un perro en una barbacoa.
Mason coge un trozo de pizza y dobla la corteza para darle un poco de
solidez antes de pegarle un buen mordisco. Puedo ver el placer en sus ojos
al cruzarse con los míos. Miro mi ensalada, corto un trozo de pepino y me
lo meto en la boca. Ni siquiera sé por qué he pedido esto. Una costumbre,
supongo, fruto de que Nate siempre me "recordaba" que la ensalada es
sana mientras que los lácteos aumentan el colesterol. Además, sabía que le
gustaba súper delgada, así que también era por eso.
No es un hábito que necesite continuar. Como si Mason me leyera el
pensamiento, se limpia las manos en la servilleta y señala la pizza.
—He pedido el doble de lo que suelo comer porque está muy buena y
quería compartirla contigo. Olvídate de la ensalada. Este restaurante es
conocido por sus pizzas, no por su lechuga, y tú no has almorzado nada.
Ese plato no saciaría ni a un caracol.
—Huele muy bien —digo, tanteando para coger un trozo.
El primer bocado es como sumergirse en el paraíso del queso y el
tomate. Un gemido retumba en mi garganta y mis ojos se ponen en blanco.
En serio, esta pizza es sin lugar a dudas la mejor que me he comido nunca,
y ahora me arrepiento. ¿Por qué demonios no la he pedido desde el
principio? Supongo que me he estado amoldando a Nate y a lo que él
quería durante tanto tiempo que no me he dado cuenta de todo lo que he
perdido de mí misma. ¿Cómo de fuerte tiene que ser la voz una persona
para silenciar la voz interna de otra?
Mason es tan diferente. Su forma de ser tan alentadora es
completamente opuesta a la de Nate. ¿Será por eso que me siento atraída
por él, a pesar de mi promesa de mantenerme alejada de los hombres? Me
ha preguntado tantas cosas sobre mí, y sin embargo sé tan poco de él.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando de modelo?
—Cinco años —responde, encogiéndose de hombros—. No es mi
pasión, pero me pagan bien y es un trabajo fácil, como has visto hoy. Lo
uso como medio para conseguir un fin, mientras tenga el cuerpo y la
apariencia.
—Creo que siempre tendrás el cuerpo y la apariencia —Sonrío—. Antes
de venir a la sesión de fotos, estuve investigando un poco sobre el mercado
de las novelas románticas. ¿Sabes que hay todo un género de novelas para
adultos con maduritos atractivos en sus portadas? Te veo ganando una
fortuna cuando tengas entre cuarenta y cincuenta años.
—Bueno, para eso faltan muchos años. Espero estar cumpliendo mis
sueños para entonces.
—¿Cuáles son tus sueños?
—Pinto —dice simplemente—. Siempre he pintado, desde que era
niño. Me especialicé en Bellas Artes en la universidad, pero no he podido
rentabilizarlo. Mi padre... cree que es una pérdida de tiempo. Quiere que
me meta en su negocio, pero no soy capaz. Me conozco lo suficiente como
para estar seguro de que lo pasaría fatal encerrado en una oficina
escuchando a la gente hablar con aburridos clichés. Simplemente no le
encuentro ningún entusiasmo, y eso le decepciona.
—Bueno, puedo entender que quiera ayudarte a tener éxito, pero no
creo que ésa sea la forma adecuada.
Mason se encoge de hombros, comiendo su siguiente porción de pizza.
—No suelo contarle muchas cosas, así que no le culpo. Si lo supiera... si
viera lo que estoy haciendo, quizá me ayudaría.
—Puede ser —agrego—. A mi madre no le gustaba que viajara por el
mundo. Quería que montara un estudio bonito, fotografiara embarazadas y
recién nacidos y sentara la cabeza. A veces a los padres les cuesta aceptar
que sus hijos no van a seguir sus pasos, ni a realizar los sueños que tenían
para ellos. Supongo que hasta que no estemos en su lugar no sabremos si
seremos diferentes.
Mason baja la pizza y se limpia la boca con la servilleta. Sus labios
brillan con el aceite del queso, y cuando se los lame, la imagen de su
lengua me produce un escalofrío.
—Sabes qué, Natalie... Estoy bastante seguro de que te va a ir bien.
Eres muy inteligente emocionalmente.
Sacudo la cabeza porque él no tiene ni idea de lo tonta que he sido. No
tiene ni idea de lo poco observadora y muy confiada que he sido cuando la
confianza era lo último que Nate se merecía de mí.
—La mayor parte del tiempo no veo lo que tengo delante.
—Y, sin embargo, te pones en el lugar de los demás fácilmente.
—¿Puedes enseñarme algunas de tus obras? Me encantaría verlas.
Mason coge su móvil y empieza a pasar las imágenes. Veo sus cejas
fruncidas como si no estuviera contento con lo que ve, e identifico en
Mason la misma autocrítica que tengo yo conmigo misma. Mira hoy. Le
había dicho a Connie que no iba a ser capaz de hacer un buen trabajo en la
sesión de fotos. Ella tuvo más confianza en mí que yo misma.
Finalmente, se detiene y me pasa el teléfono, su mano flaquea sobre la
pizza antes de que vea su pecho hundirse con resignación. Parece como si
cargara con su alma, y supongo que en cierto modo es así. Cuando eres
creativo, todo lo que haces contiene un pedacito de ti. No estoy preparada
para lo que aparece en su pantalla.
Me encuentro un lienzo abstracto gigante con un tipo de pintura que
aporta textura. Es espectacular. Representa a una mujer desnuda tumbada
de espaldas al espectador, y todo en ella es real e irreal al mismo tiempo.
—Guau —digo sacudiendo la cabeza—. Tienes mucho talento.
—Mi cuenta bancaria no diría lo mismo —ríe irónicamente.
Me pregunto qué parte de Mason estoy viendo. Hay algo recóndito en
la figura, algo que habla de dolor y falta de conexión. El punto de vista de
Mason es ajeno al de la modelo.
—Es precioso —le digo, mirándole a los ojos para que vea que lo digo
en serio—. Inquietantemente bonito.
—Gracias.
Alarga la mano para coger el teléfono, pero no me conformo con ver
una sola imagen. Quiero más.
—¿Tienes más obras aquí? ¿Me enseñas otras?
Se encoge de hombros, y me doy cuenta de que no se toma nada a la
ligera darme la libertad de recorrer su galería de esta manera, pero lo hago
de todos modos.
—Increíble —Se me escapa de los labios al contemplar una imagen tras
otra de cuadros maravillosos e impresionantes.
No me explico cómo no ha conseguido aún un representante o ha
hecho alguna exposición en algún lugar de alto nivel.
—No tienes por qué decir eso —dice en voz baja.
—Sé que no, pero... Madre mía. Son espectaculares. Vas a ser famoso,
Mason. Muy, muy famoso. Y no por aparecer en la portada de millones de
novelas románticas saliendo más dotado de a lo que cualquier hombre
tiene derecho.
El resoplido que sale de Mason es de pura sorpresa y diversión.
—Bueno… Gracias, supongo, por los comentarios tan bonitos sobre mis
obras y mi... —Se inclina hacia adelante, mirando de lado a lado para
asegurarse de que no va a ser escuchado—. Mi polla. No sabía que te
habías dado cuenta. Hiciste un buen trabajo manteniéndote
profesionalmente callada.
—Creo que alguien se dio cuenta desde Alaska.
Vuelve a resoplar.
—Ahora no haces más que halagarme.
Me encojo de hombros.
—Evidentemente, no sabes el talento que tienes.
—¿Te refieres pintando? Porque soy totalmente consciente del talento
que tengo en otras áreas.
Sacudo la cabeza y miro la pizza, porque no se me dan bien este tipo de
flirteos tan descarados, aunque me siento un poco más cómoda con
Mason. Más cómoda de lo que me he sentido nunca.
—Me encantaría tener la oportunidad de verlos en persona —contesto.
—Juega bien tus cartas y podrás ver todo de cerca.
Sacudo la cabeza y pongo los ojos en blanco. Ahora se está poniendo
cursi.
—Hablo en serio. Tal vez alguna mañana que no tengas sesión de fotos.
—¿Te gustaría ser mi modelo? Te inmortalizaría con mucho gusto.
—¿Así es como lo llaman hoy en día?
Mason sonríe de oreja a oreja y se echa hacia atrás en la silla, con esos
ojos azules brillantes y traviesos que me miran con aprobación.
—¿Sabes qué, Natalie? Eres una sorpresa de arriba abajo, pero una
sorpresa muy interesante.
—Es la primera vez que me llaman sorpresa.
—Eso es porque nadie se ha tomado el tiempo de conocerte a fondo,
¿o me equivoco?
¿No es extraño que Mason parezca saber exactamente lo que he estado
pensando? Dice que soy yo la que se pone en el lugar de los demás, pero él
tiene el don de leerme como un libro abierto. Tanto cerrarme para que
nada pueda volver a hacerme daño y parece que me haya escondido entre
ropa de plástico transparente.
—Algunas personas nunca ven lo que tienen delante —respondo.
—¿Puedo llevarte a algún sitio cuando acabemos de aniquilar esta
pizza?
Sé que decir que sí es un error mucho antes de que mi boca forme la
palabra, pero a veces, incluso cuando sabemos que vamos camino de la
ruina, damos un paso adelante.
7

No sé qué estaba esperando, pero la verdad es que no era esto. Paseamos


por varias calles, atiborrados de pizza, entablando la conversación más fácil
que he tenido jamás con un hombre. Con Mason no hay que aparentar. No
hay bravuconería. No siento que deba tener cuidado con lo que digo. Ni
tengo la sensación de que necesite halagos constantes para estar feliz. La
ausencia de todas estas cosas me resulta extraña. Extraña y gratamente
agradable.
Finalmente, Mason se detiene ante una puerta pequeña y saca una
llave de su bolsillo. Por primera vez, siento una oleada de nerviosismo. En
realidad, no conozco a este hombre. Al menos no lo suficiente como para
pasear con él y entrar en edificios extraños. Por lo que sé, podría ser un
imitador de Ted Bundy. Nadie sabe dónde estoy ni con quién, aunque
Andre nos vio salir juntos y el restaurante tiene un registro de nuestra
reserva. ¿Soy un bicho raro por pensar todo esto?
Sigo preocupada hasta que Mason sonríe y sus hoyuelos aparecen con
toda su fuerza. Me siento idiota por dejarme llevar por algo tan
insignificante, pero nada de Mason me ha hecho sentir incómoda.
—Yo te guío —dice, abriendo la puerta de par en par—. Ciérrala detrás
de ti.
Hago lo que me indica y le sigo escaleras arriba, observando cómo
mueve su precioso culo de un lado a otro. Las escaleras son empinadas y
de hormigón afilado, no son escaleras por las que uno quisiera caerse, y
parecen no tener fin. ¿Adónde diablos me lleva? Todo lo que sé es que está
en algún lugar de la parte superior de este edificio.
Cuando llegamos arriba, Mason abre otra puerta. Esta vez se aferra al
picaporte con cierta reticencia. Me ha traído hasta aquí y ahora no quiere
dejarme entrar. ¿Por qué estará tan preocupado?
—Es que... no sé por qué te he traído aquí, pero...
—¿Quieres volver?
—No —suelta Mason—. Es sólo...
Abre la puerta y enciende las luces del techo. Parece que estamos en su
estudio, y menudo espacio. Le debe costar una fortuna, lo que debe
significar que Mason viene de una familia con dinero. Estoy bastante
segura de que no gana tanto dinero sólo haciendo de modelo, y ya ha
comentado que no ha tenido mucho éxito vendiendo cuadros.
Tal vez debería ser más reservada, ya que sólo nos conocemos desde
esta mañana, pero mis piernas me impulsan hasta el centro de la
cavernosa sala y giro sobre mis talones para poder contemplar cada uno de
los gigantescos lienzos. Es un tesoro para los amantes del arte, y yo me
considero una. Quizá toda la gente creativa lo sea.
—Esto... deberías enseñárselo a alguien —sugiero—. Y este... Es tan...
No tengo palabras para describir la estampa que ha plasmado. Toda la
escena me llena de una tristeza que burbujea hacia arriba y me constriñe la
garganta. ¿Y no es así como sabemos que el arte es grande, cuando nos
provoca una reacción tan emocional?
—No hace falta que seas tan amable —dice, metiéndose las manos en
los bolsillos—. Sé que no son el estándar de una galería, pero tal vez
encajarían en alguna de las grandes oficinas de la ciudad, ya sabes, para
alegrar el atrio.
—Ni se te ocurra decir eso —le digo—. Estas obras no están hechas
para que pasen por delante de ellas aburridos empresarios. Son para
colgarlas en las paredes de quienes las aprecian de verdad.
—Ni siquiera mi padre las cuelga en su casa.
Me giro y encuentro la expresión impasible de Mason. Sé que lo que ha
dicho debe de dolerle mucho, pero no quiere decírmelo. Todavía no. O
quizá nunca.
—Bueno, tu padre debe de ser un idiota... y perdona la falta de respeto.
—Es un hombre muy inteligente.
—Un hombre que está utilizando su posición para desviarte de tu
potencial y que hagas algo que encaje con su plan. No caigas en ese truco.
Sigo caminando y me tomo mi tiempo para pararme frente a cada
cuadro y absorberlo. Hay al menos cinco que me encantaría tener, aunque
no tengo una casa donde colgarlos, pero da igual. Tal vez podría
comprarlos y guardarlos. Estoy convencida de que valdrán una fortuna en
el futuro, cuando alguien con sentido común ponga su mirada en ellos.
—¿Puedo preguntarte algo?
Siento la voz de Mason detrás de mí y pego un salto, sin esperar que
estuviera tan cerca. Me doy la vuelta y le miro, la diferencia de altura entre
nosotros se hace más evidente en esta posición.
—Claro.
—¿Puedo dibujarte?
Me temo que ahora me toca a mí carecer de confianza. Las mujeres de
los cuadros de Mason son voluptuosas, con largas melenas y perfiles que
avergüenzan a los míos. El corte de pelo pixie, que me hice en uno de mis
viajes para facilitarme el cuidado personal en la carretera, de repente me
hace sentir más aniñada que sofisticada. De todos modos, a Mason le gusta
dibujar desnudos y yo no estoy dispuesta a desnudarme bajo estas luces
tan potentes. Vería cada vena y cicatriz, cada imperfección.
—Creo que no.
—Por favor —señala dos sillas junto a la ventana—. Puedes sentarte
ahí, tal y como estás. Es que... hay algo en ti que no quiero dejar pasar. Una
cualidad...
Sus ojos adquieren un brillo de ensueño que refleja lo que siento
cuando veo una belleza digna de capturar con mi cámara. ¿Es así como se
siente él cuando me mira? Lo dudo.
—Seguro que conoces a muchas otras mujeres que quedarían mejor en
uno de tus cuadros.
Sacude la cabeza.
—Sólo... por favor. No tardaré mucho.
Su por favor es lo que me hace caer. Ha sido tan amable. Supongo que
esta es una buena manera de compensar su amabilidad y la pizza.
—¿Podría tomar un vaso de agua primero?
—Por supuesto.
Mason desaparece y, mientras está fuera, saco el móvil y hago unas
cuantas fotos de los cuadros que más me gustan. Tengo claro a quién
enviárselas. Quizá no debería entrometerme, pero parece que Mason ha
perdido la confianza en sí mismo y no veo que se esfuerce tanto como
debería. Dejar que estas pinturas languidezcan aquí sería un pecado.
Cuando vuelve, le doy un sorbo al agua y tomo asiento en la silla.
Mason se deja caer también, agarrando un trozo de carboncillo y un
cuaderno de dibujo. Lo apoya en la rodilla y me viene a la mente la escena
de la película Titanic en la que Jack se dispone a dibujar a Rose. Ser
observado tan de cerca tiene algo de íntimo. Los ojos se vuelven tan
sensibles como los dedos.
—¿Puedes desabrocharte los dos primeros botones de la blusa? Quiero
verte el cuello y la clavícula.
Es una petición bastante inocente, y aunque me gusta la ropa de cuello
alto, no es porque me asuste mostrar un poco de carne. Desabrocharme
los botones me trae sentimientos de intimidad perdida. ¿Cuándo fue la
última vez que me desnudé así para un hombre? ¿Acaso lo he hecho
alguna vez? No lo recuerdo.
Ajusto la tela para que caiga hacia los lados, dejando al descubierto la
piel morena de mi cuello y mi pecho. Mason se muerde el labio inferior
concentrado, atacando la página que tiene delante con el carboncillo de
una forma que parece casi violenta. Así de rápido no va a conseguir algo
realista. Tal vez quiera dibujar algo abstracto. O quizá algo surrealista. Me
encantan Picasso y Dalí. Además, sería increíble ser inmortalizada en un
estilo tan raro como los suyos.
Le observo mientras trabaja y, de vez en cuando, sus ojos se cruzan con
los míos. La conexión nunca va acompañada de una sonrisa, pero hay un
nivel de electricidad entre nosotros que me parece peligroso. Para ser
sincera, cualquier relación con un hombre me parecería peligrosa ahora
mismo. Sé que no está bien meter a todos los hombres en el mismo saco,
pero no puedo evitar tener la sensación de que no sé juzgar bien a las
personas.
Puede que ese sea mi problema. Nunca me he soltado la melena y me
he permitido divertirme sin más. Sin tener que involucrar en ello a mi
corazón lleno de esperanzas. Nunca he buscado el placer porque sí.
Siempre ha sido con la idea de tener algo más en mente.
Bueno, no puedo pensar en mi futuro con otra persona con la que no
tengo nada planeado más allá del fin de semana.
Mason hace una pausa y, con el dedo, emborrona la foto, a la vez que
frunce el ceño por la concentración. En todo caso, debería ser yo quien
captara su belleza ahora mismo. Ojalá tuviera la cámara en las manos y no
en el suelo, junto a la puerta.
Cuando por fin se detiene, sus ojos son tan brillantes como la luz
refractada a través de un pisapapeles de cristal.
—Perfecto —Sacude la cabeza—. Sabía que tenía que dibujarte. Es
que...
Vuelve a sacudir la cabeza, se levanta con el bloc y me lo pasa. No hay
vergüenza ni reticencia a compartir lo que ha creado, sólo orgullo y
emoción, y entiendo por qué.
Me ha capturado perfectamente. Más de lo que merezco. Es un dibujo
borroso y tosco, pero la forma en que la luz se refleja en mis pómulos me
hace parecer casi etérea. Es brillante. De repente se me saltan las lágrimas.
Parpadeo y lo miro, sin importarme que vea la emoción que irradio. Pasan
segundos entre nosotros, segundos en los que el tiempo se ralentiza y se
acelera a partes iguales hasta que me mareo de solo mirarlo.
Con su grande y cálida mano toma la mía de opuesto tamaño. Se inclina
y se la lleva a los labios. Es la cosa más ridículamente romántica que me
han hecho jamás, tan llena de caballerosidad del viejo mundo que hacer
una reverencia parecería la mejor respuesta, pero yo sigo sentada.
—Gracias —dice en voz baja.
—¿Por qué?
—Por todo.
Me entran ganas de decirle que soy yo quien debería estarle
agradecida. Me ha dado más de lo que podía esperar, la antítesis de mi
relación anterior. Me ha abierto los ojos a lo que es posible en el futuro,
cuando tenga los pies más firmes en el suelo.
Pero sus labios están sobre los míos antes de que pueda decirle nada
de eso. Su rodilla se apoya en mi silla. Sus manos se apoyan en mis brazos
redondeados mientras su boca roza la mía tan suavemente que la siento
por todas partes en un suave estremecimiento de nervios. No es nada de lo
que esperaba y a la vez es perfecto. No hay lengua húmeda apuñalando a
ciegas. Es como si intentara descubrirme y esperara a saber que yo quiero
ser descubierta.
Y quiero. Claro que quiero.
Mi corazón se estremece, aunque mi mente me susurra que me aleje.
Debería irme y volver a esa casa a la que no pertenezco. Debería decirle
que esta noche ha sido mágica, pero que todo lo bueno se acaba, sin
embargo, mi cuerpo no está de acuerdo. Quiero descubrir cosas sobre
Mason que me hagan sonrojar, y también sobre mí misma. ¿Acaso puedo
follarme a un hombre tan grande como Mason sin estremecerme? ¿Podría
disfrutarlo? ¿Me haría sentir diferente a Nate?
El sexo es como el baile. A veces funcionas bien con alguien, como si
vuestros cuerpos hablaran el mismo idioma. O al menos, eso es lo que he
oído. Hasta ahora, mi vida sexual me ha tenido hablando inglés y a todos
los demás hablando Klingon. Tengo la sensación de que Mason bailará
conmigo como un profesional. Me guiará y yo lo seguiré. Va a ser increíble.
Bueno, eso espero.
Se echa hacia atrás, sus ojos buscan los míos.
—¿Me he equivocado? —susurra.
Y así, sin más, recapacito. No puedo hacer esta locura, por mucho que
me lo pida el cuerpo. Tengo que salir de aquí antes de cometer un error del
que me voy a arrepentir.
8

—No deberíamos hacer esto —susurro.


Los ojos de Mason buscan en mi cara algo que descifrar de mi
expresión.
—¿No deberíamos?
—Esto... no es profesional.
Su boca se tuerce.
—No voy a contar nada si tú no lo haces.
—No se trata de eso.
Está tan cerca que puedo oler la tentadora fragancia de su colonia. Tan
cerca que podría respirar el aroma de su piel si girara un poco la cabeza.
Aún siento el cosquilleo de su beso en los labios y mi mente da vueltas por
su abrumadora cercanía. Creo que va a volver a intentarlo. Supongo que se
comportará como un imbécil e intentará pasar de mi patética excusa, pero
no es así. Cuando se endereza y exhala profundamente, el aire a mi
alrededor parece enfriarse.
—Lo siento —añade, metiéndose las manos en los bolsillos.
—No te preocupes —respondo—. Ha estado bien...
—¿Bien?
Esos labios carnosos vuelven a torcerse como si contuviera una
carcajada por lo estirada que parezco. A nadie le gusta que le califiquen
con un bien. Eso no es sexy ni apasionado. Es común, y Mason desde luego
no lo es, pero decirle lo mucho que me hubiera gustado besarlo más no
sería lo correcto. Los mensajes contradictorios no son justos y tampoco me
considero una provocadora.
Me encojo de hombros.
—Lo siento.
Su cabeza se inclina hacia un lado mientras me mira fijamente.
—¿Por qué te disculpas?
Buena pregunta. No es algo que me haya planteado antes.
—¿Qué quieres decir?
—No tienes que disculparte por decir lo que quieres y lo que no. Es tu
derecho como ser humano, y es mi deber aceptar que es así como te
sientes.
Noto cómo se me calientan las mejillas y aparto los ojos de los suyos
cuando sus palabras se posan en mi interior. ¿En qué momento me
convertí en el tipo de mujer que siempre está pidiendo perdón? Supongo
que pienso que es lo correcto. Es una forma de hacer que los demás se
sientan mejor, pero la forma en que Mason lo ha explicado demuestra
hasta qué punto disminuyo mi propio valor.
Mis mejillas se enrojecen y miro al suelo.
—Creo que es hora de irme.
—Te acompaño. Así te ayudo a encontrar un taxi.
Es una idea incómoda, pero sensata a estas horas de la noche. No
conozco bien este barrio y no tengo ni idea del tipo de gente o situaciones
que podría encontrarme por la calle. Además, llevo conmigo mi equipo
fotográfico, que es mi bien más caro y preciado.
—Vale. Gracias.
Da un paso atrás para que pueda levantarme. Aún me tiemblan las
rodillas por el beso y me dirijo hacia donde he dejado mis cosas. Mason me
tiende la mano para sostener la bolsa de la cámara, su peso es obvio por la
forma en que estoy de pie. Qué caballero.
El ambiente es algo incómodo mientras bajamos las escaleras, y la
sensación de inquietud que siento en mi interior parece crecer a cada
paso. Fuera, el aire de la noche es más cálido de lo que esperaba tras el
frescor del loft. Mason me indica el camino y pasamos por delante de
tiendas y restaurantes de comida rápida, mientras le sigo hasta una calle
más concurrida donde tengo más posibilidades de encontrar algún medio
de transporte.
Me habla de la zona, señalándome su sitio favorito para tomar una
cerveza y otro donde sirven unas hamburguesas estupendas. Sonríe
constantemente, muy distinto de cómo habría reaccionado Nate si le
hubiera rechazado. No hay hostilidad ni enfado en Mason. Tampoco
frustración ni fastidio. Ha hecho exactamente lo que dijo y ha aceptado
cómo me siento, y de algún modo eso hace que lo desee más.
La libertad que siento al estar con Mason es algo que no había
encontrado antes, y a medida que comparte más sobre lo que significa
pasar tiempo en este barrio y pintar, me doy cuenta de que no quiero
volver a casa. Todas las preocupaciones que tenía sobre dar un frívolo paso
adelante han desaparecido, y todo lo que queda es un deseo abrumador
de aprovechar al máximo esta noche con él. Puede que no vuelva a verle, y
sé que me arrepentiré de haber cogido un taxi y haberme marchado.
Giro la cabeza para ver lo lejos que estamos de su loft y, en la esquina,
veo el cartel de un hotel.
No hay forma de que Mason intente algo conmigo, especialmente
después de lo que le dije. Si quiero tener algo con él, voy a tener que ser yo
quien dé el paso. Para ser honestos, no es algo que haya hecho antes, y no
me considero tan valiente. Mi corazón empieza a acelerarse a medida que
nos acercamos a la entrada. Es el momento. Si paso de largo, perderé la
oportunidad.
No puedo hacerlo. No tengo el coraje que poseen otras mujeres. Nate
solía tacharme de tímida. Es una palabra tan patética que no quiero que se
me aplique. Quiero ser la típica mujer que aprovecha el día, que saca el
máximo partido de las oportunidades de la vida. No voy a enamorarme de
este hombre tras una noche de sexo, pero me servirá para demostrarme
algo a mí misma.
Algo que necesito comprobar.
—Mason.
Me detengo, y seguidamente él también, girándose para mirarme en la
acera. Es el momento. ¿Puedo hacerlo? Miro el cartel luminoso. Él me
sigue con la mirada y me mira con expresión inquisitiva.
—¿Estás bien?
—¿Podemos... podemos entrar?
Me estremezco ante el temblor de mi voz. Demasiada inquietud para
tomar las riendas. Una vez más parezco arrepentida. Estoy pidiendo
permiso, y no es así como quiero que vaya esto.
—Me gustaría entrar... contigo.
Las cejas de Mason le llegan prácticamente a la línea del cabello.
—Dijiste que no era buena idea que pasara nada entre nosotros. ¿Qué
ha cambiado?
—Yo... Yo...
Parpadeo lentamente como un conejo ante los faros de un coche. ¿En
serio me está pidiendo explicaciones? Por supuesto que sí.
—Sólo quiero asegurarme de que estás haciendo lo que realmente te
apetece y no algo que sientes que debes hacer para complacerme.
—No es por complacerte —suelto antes de darme cuenta de lo terrible
que suena mientras una bocanada de burla sale de las fosas nasales de
Mason—. Quiero decir, es lo que me apetece hacer. Si a ti también te
apetece.
—Sí, claro que me apetece… —afirma en voz baja.
Alarga la mano y me pasa los dedos por el pelo. El tiempo pasa y mi
corazón late con fuerza. Quiere hacerlo, pero seguimos aquí.
—…Dime otra vez lo que quieres.
Siento que me arden las mejillas y me muero un poco más por dentro
con cada segundo que pasa.
—Te quiero a ti.
La sonrisa de Mason es tan brillante como las luces de un estadio de
fútbol. Sus dedos encuentran los míos y entrelazan nuestras manos.
—Vamos, Natalie. Es hora de darte lo que quieres.
El torrente de sangre que recorre mi cuerpo es abrumador. Mi mente
no logra comprender lo que está pasando, y si no fuera por él, aún
estaríamos en la acera. Mientras tanto, Mason habla con la recepcionista
para reservar una habitación. Cuando ella le entrega la tarjeta y le describe
cómo llegar, yo sigo sin asimilar nada. Lo único que puedo pensar en estos
momentos es que realmente lo estoy haciendo. Lo estoy haciendo de
verdad. Y va a pasar.
Y entonces recuerdo que llevo mi ropa interior más sencilla y que no
me he duchado desde esta mañana. Nate solía decirme que me duchara
antes de acostarme si íbamos a follar, como si mi olor no fuera agradable.
Mason me aprieta la mano en el trayecto hacia el ascensor.
—¿Sigues conmigo? —me pregunta.
Asiento con la cabeza, dedicándole una pequeña sonrisa nerviosa, con
la garganta tragando involuntariamente por los nervios.
Cuando se cierran las puertas, se acerca más y me roza el labio inferior
con el pulgar.
—Va a ser... espectacular —insiste.
Espectacular. No es una palabra que nadie antes haya usado para
describirme en ningún contexto.
Suena el ascensor y las puertas se abren. Mason mira de izquierda a
derecha antes de guiarme hacia la habitación 77. Doble suerte. Al abrir el
pestillo, me da un vuelco el corazón y, cuando la puerta se cierra detrás de
nosotros, casi me desmayo.
Mason deja la bolsa de mi cámara sobre el escritorio y saca el teléfono,
las llaves y la cartera de sus bolsillos, dejándolo todo bien ordenado. Me
pongo de pie sosteniendo mi bolso delante de mí como un escudo, pero
Mason me lo quita suavemente, apoyándolo junto a sus cosas. No sé qué
hacer conmigo misma, sobre todo cuando Mason mira hacia la cama.
—Parece cómoda.
—Sí.
—Vamos a jugar a un juego —propone, con una sonrisa en los labios y
sus hoyuelos brillando por un instante.
—¿Qué juego?
Espero que no esté metido en nada pervertido porque si es así saldré
de esta habitación en un santiamén.
—Se llama 'Natalie está al mando'.
—¿Cómo?
Ladea la cabeza.
—Me vas a decir lo que quieres y yo me voy a encargar de dártelo.
Mi corazón se hunde. Esto no es lo que había imaginado que sería estar
con Mason. Es un hombre grande y fuerte, con mucha confianza en su
cuerpo. Pensé que me levantaría y me follaría contra la pared, que me
daría la vuelta y me agarraría del pelo. Yo quería el rollo alfa dominante,
pero parece que él quiere que yo sea la jefa, y yo no tengo madera de jefa.
—Yo... ¿por qué?
—Porque creo que necesitas mejorar a la hora de pedir lo que quieres.
—¿No es eso lo que acabo de hacer abajo?
Sonríe y me pone la mano en el brazo.
—¿Y lo difícil que te ha sido?
—Prácticamente imposible.
Sacudo la cabeza, sin creer que realmente vaya a ser capaz de hacer lo
que sugiere. No uso palabras guarras. No sé comportarme como una mujer
que le pide a un hombre que la complazca. Mi actitud habitual en la cama
es seguir la corriente y esperar que el hombre con el que estoy sepa lo que
hace. De lo contrario, nunca me ha parecido bien dar instrucciones.
—¿Qué quieres que haga?
Su mano me levanta la barbilla y le miro fijamente a los ojos. Todo lo
demás desaparece hasta que solo quedamos él, la sangre que me corre por
los oídos y yo.
—Bésame —susurro.
Cuando lo hace, es igual que en su estudio: suave, provocador e
hipnotizador. Me pierdo en el movimiento de sus labios contra los míos, el
deslizamiento de su lengua, la sensación de su mano bajando por mi
espalda hasta posarse en mi cintura. Dios, nunca me habían besado así. Es
como si me estuviera palpando, averiguando lo que me gusta, acercándose
y alejándose hasta que me inclino hacia él, necesitando más.
El calor se apodera entre mis piernas, mi coño se vuelve pesado y
punzante, deseando a Mason más de lo que nunca antes había deseado a
nadie.
—¿Qué más?
Me encojo, el siguiente paso me parece más difícil de pedir que un
simple beso, pero si quiero más, voy a tener que ser valiente.
—Quítate esto —digo, tirando del dobladillo de su camiseta.
Se la pasa por la cabeza de esa forma que se ve en los anuncios de
colonias sexys, con una sola mano agarrando la nuca, y casi me desmayo.
Es una estupidez, porque me he pasado mucho tiempo fotografiando el
cuerpo perfecto que se revela con ese movimiento, pero eso no facilita la
imagen de Mason en todo su esplendor. Maldita sea. Es todavía más
atractivo. Arroja la camisa sobre una silla y se engancha un pulgar en la
cintura de los vaqueros. Me encantaría coger la cámara. Sería una foto
preciosa con un poco de luz ambiental, pero Mason no está aquí para
posar. Está esperando instrucciones.
—Y el resto —se me escapa.
Acto seguido, me tapo la boca con la mano como si hubiera hecho algo
malo, aunque Mason parece estar encantado. No le había visto desnudarse
así. Ese espectáculo tuvo lugar detrás de una mampara. De todos modos,
ahora tengo el gusto de verlo. Comienza por los zapatos y los calcetines,
luego se desabrocha el cinturón y los vaqueros, se los baja reuniendo toda
la ropa en el suelo, y se queda con una ropa interior ajustada que no deja
nada a la imaginación.
Se lleva la mano a la polla y la aprieta suavemente, como si necesitara
un pequeño alivio.
—¿Esto también?
Lo único que me sale es asentir con la cabeza, y cuando se los baja por
encima de sus musculosos muslos y veo su polla por primera vez, un jadeo
audible se escapa de mis labios.
Mason la tiene GRANDE. Muy GRANDE. Tan grande que no puedo
quitarle los ojos de encima.
Sigo mirando, cada vez más acalorada, hasta que Mason se aclara la
garganta y salgo de mi aturdimiento.
—¿Te gusta mirarla?
No es una pregunta sexy. Quiere saberlo de verdad.
—Sí. Es...
No tengo palabras para describir el impacto que me está causando y lo
que me está haciendo sentir. Hay algo primitivo que nunca habría
imaginado que yacía latente dentro de mí: la necesidad de ser reclamada
por un hombre que realmente pueda hacerme disfrutar.
Mason envuelve su polla con la mano y comienza a acariciarla de arriba
abajo. Esa imagen me golpea entre las piernas. Es increíblemente íntimo,
pero justo cuando empiezo a disfrutarlo, se detiene.
—¿Y ahora qué, Natalie?
Sus ojos me desafían, me empujan, me incitan, me hacen salir de mi
zona de confort y entrar en una nueva forma de ser, una forma de ser
asertiva.
—Siéntate en la silla —le digo—. Y sigue haciendo lo que estabas
haciendo.
—¿Quieres mirarme?
Cuando asiento, Mason esboza una sonrisa intrigada. Me pregunto qué
habrá pensado de esto. ¿Era lo que se esperaba? Supongo que el
desconocimiento forma parte del atractivo, pero no creo que tenga nada
que ver con él. Se trata de mí.
Me subo a la cama a la vez que Mason se sienta en la silla de la esquina.
Se lame la palma de la mano con un lento movimiento que noto por mi
clítoris, y luego utiliza la resbaladiza saliva para lubricar sus movimientos.
Su mano es grande, pero aun así no oculta su polla. Me humedezco los
labios, con los ojos concentrados mientras su mano gira ligeramente en
cada pasada hacia abajo, la cabeza ancha y redondeada de su polla
asomando como la mejor de las provocaciones.
¿Qué sentiría si esa cosa empujara dentro de mí? ¿Me dolería? ¿Me
presionaría? ¿Sentiría la intrusión al día siguiente?
Miro la cara de Mason e, incluso con la escasa luz del cuarto de baño,
veo que tiene las mejillas sonrojadas. Está muy cachondo, pero no quiero
que se corra, por muy sexy que resulte. Trago saliva mientras me viene a la
mente la imagen de su cabeza echada hacia atrás en éxtasis y su mano
cubierta por el semen. No, todavía no. Quiero todo eso para mí.
Los primeros botones de mi blusa siguen desabrochados, así que no
tardo en desabrocharme los demás. Llevo un sujetador de satén crema liso,
aunque a Mason no parece importarle. Se apoya las manos en los muslos y
observa cómo deslizo la tela por los brazos y me levanto para poder
empujar los pantalones de algodón hasta el suelo. Me siento la cara más
caliente que nunca, pero no es por Mason. De hecho, me encuentro más
cómoda estando medio desnuda delante de él que con Nate. Con Mason
no hay juicios. Él es lo que es y yo soy lo que soy. El calor llega al dar un
paso más hacia donde esto conduce y al saber qué es lo que quiero pedirle
a continuación. ¿Puedo hacerlo? No lo sé.
—Voy a darme una ducha —añado.
Tengo que hacerlo sin preguntar. Es lo que espera de mí.
—No —responde Mason lo suficientemente firme como para que me
detenga en seco.
—¿Qué?
—No hace falta que te duches —explica—. Simplemente dime qué
quieres ahora.
Se humedece los labios como si esperara que le pidiera algo
relacionado con su boca. Es lo que quiero, pero ¿soy capaz de pedirlo?
Me acerco a él, intentando recordar la última vez que tuve un orgasmo,
y me doy cuenta de que me es imposible. Durante mucho tiempo, he
dejado de lado todas mis expectativas, pero no quiero hacer lo mismo con
Mason. Quiero creer que entenderá mi cuerpo lo suficiente como para
hacerme correr. Engancho los pulgares a los lados de las bragas y empiezo
a bajármelas, pero sus manos apartan suavemente las mías y toman el
control. Es mucho más sexy que me desnude él, además, se toma su
tiempo. Me besa el vientre y jadeo cuando las bragas se deslizan por mi
culo desnudándome ante él. Sus manos suben por la parte posterior de mis
muslos, se detienen en mi culo y lo aprietan suavemente. Una vez más, me
besa el vientre, y lo siento inhalar contra mi piel, como si buscara mi olor.
¿Por eso no quería que me duchara? ¿Le excita el olor?
—Dime qué quieres —murmura entre el suave vello de la parte más
alta de mis muslos.
Está tan cerca de mi coño que perfectamente podría lamerme ahí, pero
antes tengo que pedírselo. Sé que su juego no va a terminar hasta que le
pida de todo, en cambio decirle esto me resulta más complicado que todo
lo anterior.
—Haz que me corra —susurro.
—¿Cómo?
Vuelve a besarme el estómago, provocándome hasta el punto de que
me flaquean las rodillas. No sé cuánto tiempo más voy a poder aguantar
así.
—Con la boca.
Como si me hubiera leído el pensamiento, se levanta de repente, me
coge por el culo y me lleva a la cama. Se arrodilla en el colchón,
colocándome con cuidado mientras sus manos me abren las rodillas. Sus
ojos azules como el cristal me examinan el coño. Su pecho sube y baja a la
vez que sus manos se deslizan por el interior de mis muslos. Sus pulgares
me separan suavemente antes de bajar la cara. Dios, el ardor de su lengua
es excesivo, la aspereza sobre mi clítoris ya hinchado me hace saltar. Dejo
caer el brazo sobre mis ojos porque verle cómo me devora es una
exageración, y continúa. Me come como si fuera el postre más delicioso,
acariciando mi clítoris hasta hacerme temblar, lamiendo con hambre,
jugueteando un poco con la entrada de mi vagina. Se puede afirmar que a
Mason le encantan los coños. No hay temor en su acercamiento, ni ningún
indicio de asco o de que sólo lo hace porque es lo que se espera de él.
Además, sabe lo que está haciendo en todo momento, porque estoy tan
mojada que puedo sentir cómo goteo entre las nalgas y tan cerca de
correrme que me estremezco.
—Joder —Jadeo—, no pares.
Pero no hace falta que lo diga porque a Mason no hay quien lo pare. Es
un hombre con un objetivo, y ese objetivo soy yo.
—Oh... Oh...
Clavo los dedos en el edredón, tratando de encontrar apoyo mientras
levanta una de mis piernas y desliza un grueso dedo justo dentro de mí,
empujando hacia arriba contra mi punto G. Me empiezo a correr, viendo
luces brillantes parpadear ante mis ojos. Le pongo la mano encima de la
cabeza, manteniéndolo quieto porque no me puedo aguantar más. De
ninguna manera.
Pero, por supuesto, queda mucho más, si tengo el valor de pedirlo.
9

¿Cuánto tiempo debería tardar una persona en recomponerse de un


orgasmo? Creo que estoy tardando demasiado. Mason ha estado
empalmado durante mucho tiempo. Se ha excitado hasta temblar y me ha
lamido hasta prácticamente hacerme perder la cabeza. Tiene que estar a
punto de morirse de la frustración, aunque cuando abro los ojos y lo miro,
parece estar satisfecho.
—Aquí estás —dice—. Pensé que quizás te había roto algo.
Sacudo la cabeza y trago saliva contra el nudo que se me hace en la
garganta, porque no podría estar más equivocado. En todo caso, ha vuelto
a unir una pequeña parte de mí. Parpadeo, no quiero que las lágrimas me
dejen los ojos vidriosos. Le toco la cara y siento su barba erizada contra mi
palma. Mason cierra los ojos como un gato que quiere ronronear, sin prisa
en sus acciones. No hay ninguna presión por satisfacerlo a él como he
experimentado en el pasado.
—Llevo todo el día queriendo hacer eso… —murmura mientras se gira
hacia mi palma y estampa un beso en el centro.
Suelto una risa cortada.
—…¿No me crees?
—No iba vestida precisamente para atraer a nadie.
—Eso es lo que me hizo preguntarme cómo sería desenvolver todo ese
hippie chic. Además, se te veía tan tensa... tan profesional, que quería ver
cómo te soltabas.
—Bueno, ya lo has visto.
—Sí, y ahora quiero verlo otra vez.
Se levanta apoyándose en sus brazos y se cierne sobre mí. El bulto de
su polla sobre mi estómago me hace mirar hacia abajo. Es como una porra
o un bate de béisbol, imponente en longitud y grosor. La polla de un
hombre con una inmensa presencia física. La polla de un hombre que
espera mis instrucciones.
—Estoy tomando la píldora —le indico—. Pero creo que debemos tener
cuidado.
—Me hice la prueba después de mi última relación. No he estado con
nadie desde entonces —contesta Mason.
¿Me lo creo? La verdad es que sí. La forma en que me ha tratado hoy
me dice que es un hombre de palabra.
—Vale —le digo.
—Vale, ¿qué?
Se inclina para besarme la comisura de la boca y saboreo la sonrisa que
se forma en sus labios.
—Vale, será mejor que sigas —añado.
La risa que suelta el hombre que tengo encima es profunda y fuerte.
Me acaricia el cuello con la nariz y la misma risa me hace cosquillas en la
delicada piel que se encuentra bajo la oreja.
—A sus órdenes.
No le hace falta agarrarse la polla para colocarla en la posición correcta.
Simplemente mueve las caderas hasta que su polla presiona la resbaladiza
entrada de mi vagina y empuja hacia delante, sin quitarme la mirada de
encima.
—¿Estás lista?...
Me entran ganas de decirle que no. ¿Cómo podría alguien estar
preparado para lo que Mason tiene entre las manos? Es desalentador e
intrigante a partes iguales. Si el glande ya me parece demasiado, no me
quiero imaginar el resto.
Asiento con la cabeza, preparándome mientras sus preciosos ojos me
observan.
—…No te preocupes —aclara—. Iré despacio.
Despacio. No sé si eso va a servir de algo. Tal vez sea mejor que me la
meta rápido para que se me pase este nerviosismo que me tiene el clítoris
palpitando. Dios. Mío. Jadeo cuando apoya el peso de su pelvis un poco
más abajo y empieza a metérmela. Al principio, no siento nada. Estoy
mojada como un río, pero la tiene demasiado grande. Enseguida empiezo a
sentir el efecto en mi vagina a medida que va entrando, y vaya sensación.
En alguna ocasión, he escuchado a algunas mujeres hablar sobre otros
hombres que tienen la polla muy grande, pero nunca he entendido su
encanto. Lo veo más bien como algo de estrellas del porno, y la mayoría no
son tan atractivos. Hay hombres a los que les gusta ver cómo otros
hombres dotados como caballos se follan a mujeres pequeñas, cuando la
realidad es que no parece que esas mujeres estén disfrutando. Me parece
todo bastante falso, por no mencionar los gritos de placer escenificados y
poco creíbles.
Ahora lo entiendo. Cuando Mason retrocede un poco y vuelve a
empujar hacia delante, lo entiendo todo. Pongo los ojos en blanco cuando
me quita el sujetador de un tirón y me toca el pecho. Lo entiendo aún más
cuando me chupa el pezón con avidez, profundizando más y más mientras
todo mi cuerpo parece dilatarse para adaptarse. ¿Es normal que sienta que
nadie más va a poseer mi cuerpo de esta manera? Ningún otro hombre va
a saber cómo hacerlo. Un escalofrío recorre mi piel por lo bien que me
siento. Es asombroso y aterrador a partes iguales.
Esto es sólo un lío de una noche. Estoy convencida de que eso es lo que
piensa Mason, y hasta hace poco también pensaba que eso era lo que yo
quería. Pero ahora, la idea de que ésta podría ser la última vez que me
sienta así me invade de pánico. ¿Cómo se puede volver a comer galletas
después de comerse el filete más delicioso? ¿Y una ensalada después de
una pizza? A regañadientes, así es como, con la añoranza del pasado que
nunca se volverá a vivir.
Aunque para eso, primero necesito vivirlo. Necesito estar presente en
este momento, junto a este hombre tan espectacular que me ha obligado a
verme con otros ojos, iluminada por una fuerza invisible en su atracción y
capaz de pedir cosas que nunca antes habrían salido de mis labios. ¿No es
eso lo que todos anhelamos encontrar? ¿La persona que nos ayuda a vivir
una vida mejor, siendo la mejor versión de nosotros mismos?
Me agarro a su hombro y suelto el aliento poco a poco, mientras él me
penetra tan profundamente que siento que no puedo moverme. Sus labios
encuentran los míos y me acarician con suaves besos para que me relaje lo
suficiente como para aguantar aún más. Es tan profundo que me causa
dolor, pero seguidamente se retira un poco y es puro placer.
Deslizo los dedos por su espalda y noto cómo sus músculos se mueven
al penetrarme. Mis palmas buscan la redondez de su culo, agarrándole con
fuerza y forzándole a acercarse. Me empieza a follar más fuerte, la presión
perfecta contra mi clítoris y mi vagina.
Nunca me he corrido durante la penetración, así que el orgasmo me
parece algo completamente irreal. La combinación de satisfacción junto
con la escalada de placer es una novedad. Sus dientes me pellizcan el
pezón, grito y muevo las caderas para que esté exactamente donde
necesito que esté, y eso es todo lo que hace falta.
Grito, y es la primera vez que me escucho hacer ese ruido. Pensaba que
era algo que la gente fingía para hacer sentir bien a su pareja, no algo que
brota de lo más profundo de una persona tan rápido que ya no puede
contenerse más. Siento que Mason se hincha dentro de mí, la mera idea de
que eso sea posible me estremece.
—Joder —murmura.
Su mano pasa por debajo de mi pierna y empuja mi rodilla hacia arriba,
moviéndose aún más profundo. Jadeo, un dolor me recorre cuando siento
que me suelta.
El momento es sobrecogedor: ver a un hombre tan fuerte debilitado
por mi cuerpo. Esconde la cara en mi cuello, su aliento me calienta la piel, y
mientras tanto, miro al techo, con un calor que me invade. Así es como
tiene que ser. La abrumadora sensación de liberación mutua es
exactamente lo que necesitaba.
Pero eso no es todo.
Mason me ha dado el control. Me ha obligado a pedir lo que quería, y
eso es lo que me tiene aturdida. Me siento increíble después de haber sido
tan valiente y haber recibido exactamente lo que he pedido. El sexo ha sido
perfecto. Absolutamente perfecto.
Mason se apoya en un brazo y con la otra mano me aparta el pelo de la
frente. Su boca esboza una sonrisa perezosa, con los ojos aún aturdidos por
el orgasmo.
—Bueno, ha sido una grata sorpresa. No esperaba que cambiaras de
opinión.
—Yo tampoco —contesto—. No suelo hacer esto.
—No tienes que darme explicaciones. Ni tampoco necesito que me
digas por qué. Simplemente me alegro de que lo hicieras.
Se inclina para besarme los labios, y resulta más íntimo de lo que
debería. No sé cómo, pero de algún modo Mason se empalma de nuevo, y
en lugar de levantarme para irme y volver a la casa de la playa, me quedo,
y descubro que me enseña todavía más de todo lo que me he estado
perdiendo.
Por supuesto, tengo que pedirle cada cosa que me da, y no me niega
nada. Sexo contra la pared y por detrás mientras me agarra el pelo. Una vez
que termina de arruinarme de cara a cualquier hombre en mi futuro,
Mason se queda dormido, y yo también.
Bueno, era inevitable, ¿no?
10

Al despertarme me doy cuenta de que ya se ha marchado. La habitación


tiene una calma que nunca podría tener si Mason estuviera en ella. Con los
ojos sombríos, observo mi alrededor y veo que mi ropa está bien colocada
sobre el respaldo de la silla, y que mi bolso y la bolsa de la cámara están
sobre el escritorio.
La única señal de que Mason ha estado aquí es el hundimiento en la
almohada que tengo a mi lado y una sensación de dolor pegajoso entre las
piernas. Ah, y un dolor en el corazón que ya se encontraba ahí por Nate,
pero que ahora tiene menos que ver con él y más con el hecho de que no
podré darle a Mason un beso de buenos días ni volver a oír su risa
profunda.
Mierda.
Me toco los labios, la sensación de su beso está aún tan reciente en mi
memoria que me produce un escalofrío en la nuca. Levanto las sábanas y
contemplo mi cuerpo, que anoche soportó tanto placer que me asombra.
Sigo teniendo los mismos pechos pequeños y los mismos huesos de la
cadera prominentes, salvo que esta mañana mis pezones tienen la punta
de color rosa, causado por la boca y los dientes de Mason, y mi clítoris
sigue hinchado. Aprieto la mano entre las piernas, recordando el primer
lametón con su lengua ahí. Más abajo, la entrada de mi vagina sigue
húmeda por su semen. No es algo que me haya hecho gracia antes, pero
hoy me gusta tanto que recorro mis dedos por ella y me los llevo a los
labios. Lo huelo, el aroma masculino de su reclamo. No quiero ducharme
enseguida. Quiero tenerlo conmigo el resto del día. Salgo de debajo de las
sábanas y camino por la mullida alfombra en busca de mi teléfono. La luz
de la pantalla me lastima los ojos, y el número de llamadas perdidas en la
pantalla de inicio es alarmante.
¡Mierda, otra vez!
Olvidé que mi madre me estaba esperando en casa. No estoy
acostumbrada a tener que darle explicaciones y olvidé avisarla de que
estaría fuera. Debe de estar volviéndose loca imaginándose que estoy en
una cuneta o algo así.
Marco su número, sintiendo el pánico familiar de tener que lidiar con
sus respuestas excesivamente emocionales a todo.
—¡Natalie! Menos mal. ¿Dónde estás?
Siento una culpa tan espesa como el alquitrán dentro de mí. Está a
punto de llorar, y reconozco que no he sido justa en absoluto.
—Lo siento, mamá. Salí con una amiga y se me fue el tiempo. Debería
haber llamado.
—Sí. Deberías haberlo hecho —afirma—. Estaba muy preocupada.
Encima llegas tarde al brunch.
—¿Al Brunch?
Miro la hora en la pantalla y veo que son las 11:00. ¿Cómo demonios he
podido dormir hasta tan tarde? La habitación está completamente a
oscuras y aún tengo jet lag, así que supongo que eso lo explica todo.
—¿Dónde estás? Enviaré a Daryl a recogerte.
—Vale. ¿Puedes mandarme su número y yo le envío mi ubicación? Así
es más fácil.
Mi madre suspira como si fuera algo difícil. Nunca se le ha dado bien la
tecnología, así que probablemente se imagina que lo que le pido es muy
complicado.
—Aquí te esperamos. Haremos una comida en lugar de un brunch.
—No te preocupes, mamá. De verdad. Comed Conrad y tú, yo puedo
picar algo aquí.
—Tenemos invitados, cariño. Ahora te vemos.
Cuelga el teléfono sin dar más explicaciones y me quedo mirando la
pantalla, esperando recibir el número de Daryl. Cuando tengo solucionado
el tema de mi transporte, busco por la habitación, tratando de encontrar
alguna una notita de Mason con su número de teléfono, pero no veo nada.
A pesar de toda su delicadeza hacia mí, fue rápido a la hora de dejarlo todo
atrás. Tan rápido, que siento el dolor de su apresurada partida.
Me prometí a mí misma que me tomaría lo de anoche como lo que era,
dos personas unidas en una noche de pasión espectacular, pero llegado el
momento, es más difícil de lo que pensé. Me paso los dedos por el pelo y
suspiro. Mason siempre será un recuerdo tentador de algo totalmente
correcto, pero a la vez enigmático.
Estando en el baño, me echo agua en la cara y me paso las manos
húmedas por mi pelo alborotado. Mis ojos verdes brillan ridículamente
bajo la luz LED del espejo y mis mejillas se ruborizan. Esto demuestra lo
que una noche de sexo puede hacerle a una persona. Echo un vistazo a la
lujosa ducha y pienso en quiénes serán los invitados que nos van a
acompañar en la comida. Decido pasarme una toallita por la parte superior
del cuerpo y dejar lo que queda de Mason en su sitio, entre las piernas.
Será un delicioso secreto que guardaré un rato más.
Me visto rápidamente, sintiéndome extraña e incómoda con mi propia
ropa. Al mirarme en el espejo, me siento demasiado tapada por todo el
volumen de la tela suelta. Quizá tenga que renovar mi vestuario ahora que
ya no tengo que viajar a Asia.
El equipo fotográfico me pesa sobre los hombros mientras bajo en el
ascensor. Me pesa más aún cuando recuerdo que tengo las fotos de Mason
y que tendré que revisarlas y editarlas antes de enviarlas a la editorial. No
sólo llevo su recuerdo en mi cuerpo y en mi mente, sino también sus
imágenes que me han hecho arder. Revisarlas va a ser una dulce tortura.
Gregory me espera en la esquina y tal como llego me subo, ansiosa por
sacar mi cámara y contemplar a Mason de nuevo. La primera imagen que
aparece es la última que tomé, que es la más erótica. Sus ojos están fijos
en la cámara como si mirara directamente a mi alma. Ese cuerpo que me
destrozó a la perfección está colocado en una postura de infarto, y la polla
que aún puedo sentir dentro de mí está dormida. Aun así, sigue siendo
increíble.
Vaya.
Reprimo una risita que bulle en mi interior. Si Connie supiera lo que he
hecho con este Adonis, le daría un ataque. Me pediría que le diera un
millón de gracias por proponerme para el trabajo. Me preguntaría
absolutamente todos los detalles guarros, y yo estaría tentada de
compartirlos porque nunca antes había tenido sexo del que pudiera delirar.
Cuando llegamos a la entrada, hay tres coches que no reconozco.
Gregory me abre la puerta y saca mi bolso del maletero. Me dirijo a la
puerta principal, sintiéndome un poco como una adolescente que hace el
paseo de la vergüenza.
Estoy a punto de llamar al timbre cuando se abre la puerta principal y,
en lugar de estar mi madre esperándome para echarme la bronca, es
Mason el que abre con cara de sorpresa.
11

—Natalie. ¿Qué haces aquí?


—Vivo aquí —respondo impactada—. ¿Qué haces tú aquí?
—¿Vives aquí?
La cara de Mason es la viva imagen de la sorpresa, como supongo que
es la mía. Si un hombre se levanta de tu cama después de follar y se va sin
despedirse, desde luego no deberías tener que enfrentarte a la humillación
de tropezarte con él en tu propia casa.
—Ah... Ya has llegado.
La voz de mi madre resuena en el vasto pasillo, y entonces aparece
detrás de Mason.
—Natalie. Entra rápido y deja tus cosas en tu habitación. La comida ya
ha estado esperando bastante.
—Natalie...
Veo cómo Mason se da cuenta de que la Natalie cuyo coño estaba
lamiendo hace unas horas, es la misma que la hija de Sandra.
Pero, ¿quién es Mason?
—¡Qué bien! Ya has conocido a Mason.
Le tiendo la mano y miro a Mason a los ojos.
—Encantada de conocerte, Mason.
Mi cerebro busca su apellido, que estaba en los detalles del trabajo
para la sesión de fotos. Mason Hopegood. Quizá sea el hijo de un amigo de
la familia.
Mason me estrecha la mano, y la suya se siente caliente y un poco
sudorosa.
—Ya sólo te queda conocer a Max y Miller.
¿Max y Miller?
—Max y Miller Banbury. Mis hermanos —salta Mason.
Casi se me cae el estómago al suelo. Sabía que Conrad tenía tres hijos,
pero no habría sido capaz de recordar sus nombres tras una conversación
que tuvo lugar hace más de un año. Y, además, Mason debe de tener un
nombre artístico para su vida laboral.
Mis mejillas se enrojecen cuando Mason aprieta mi mano entre las
suyas. Es evidente que ninguno de los dos lo sabía y ambos nos sentimos
ridículamente incómodos.
Anoche me acosté con mi hermanastro.
Mi hermanastro.
¿Pero eso no es ilegal? Desde luego, tengo la sensación de que debería
serlo.
La palabra incómodo ni siquiera se acerca a describir la horrible
sensación de vergüenza que me eriza los pelos de los brazos. Este hombre
me ha probado en la intimidad. Ha visto mis partes más íntimas. Sabe qué
sonido hago cuando me corro. Ha dormido a mi lado y se ha ido sin ni
siquiera despedirse.
Todavía tengo su semen en mi coño, joder. La decisión de no haberme
duchado esta mañana de repente me parece una idea terrible.
Y ahora tengo que comer con él como si nada de eso hubiera pasado.
No sé si podré hacerlo.
—¿Eres Mason Banbury? —Mason asiente, con la mandíbula crispada
por lo que parece fastidio.
Sé que tengo que alejarme de él lo antes posible. Paso por su lado,
sonriendo con toda la falsedad que puedo reunir, para que mi madre no se
pregunte a qué viene tanta rareza.
—Bajo en un minuto.
Subo rápidamente las escaleras, sin mirar atrás, y corro por el pasillo
hasta mi habitación. Cuando cierro la puerta, me apoyo en ella y trago
todas las sensaciones extrañas que me invaden.
Mason es el hijo de Conrad.
Me río como una loca porque es lo peor que me podía haber pasado.
Va a ser el rollo de una noche que nunca se va. Cada vez que lo vea, voy a
recordarlo. Cada vez que me vea, se va a enfadar. Es obvio que está
enfadado porque estoy aquí. Mason sólo quería olvidarme y no mirar atrás,
y eso me entristece. Todos los buenos sentimientos que tenía hacia él
están manchados. Ese movimiento de su mandíbula ha pintado toda una
noche de gloria con un grueso pincel negro de arrepentimiento.
No quería que lo que pasara entre nosotros tuviera que ver con el
arrepentimiento. Ya tengo suficiente de eso persiguiéndome con Nate
todavía en el fondo de mi mente. Se suponía que esto me haría sentir
mejor: el despertar de una versión poderosa y más firme de mí misma.
No me queda tiempo para ducharme, pero ojalá pudiera.
Definitivamente me haría sentir mejor deshacerme del recuerdo de
Mason.
Dejo mis bolsas en la cama y me miro en el espejo. Más que
resplandeciente, tengo la cara sudorosa y los ojos rodeados por ojeras.
Cojo el maquillaje y hago lo que puedo para estar más presentable. Luego
encuentro en el armario un vestido de verano vaporoso. La tela blanca
bordada resalta mi piel morena y hace que mi pelo parezca un tono más
suave, como un rubio con reflejos veraniegos. Queda bien, y no parece
demasiado arreglado. No quiero que Mason piense que me estoy
arreglando para él, aunque un poco sí. Claro que sí. Quiero que me mire y
piense en lo que se está perdiendo por ser un gilipollas que no me dejó su
número y ahora es familiar mío.
Se me revuelve el estómago, en parte de hambre y en parte de asco.
¿Cómo le llamo? Mi hermano. Suena fatal.
Mi madre ya debe de estar casi apopléjica, así que bajo corriendo las
escaleras y me paso las manos por el pelo para despeinarlo un poco. Al
final de la escalera hay un hombre que se parece tanto a Mason que casi
me detengo en seco. No es él porque tiene tatuajes por todos los brazos.
Sus ojos azules se cruzan con los míos y veo la sorpresa en su rostro. Debo
de parecer una ninfa loca vestida con una tela blanca ondulante y los pies
descalzos.
—Hola —saludo—. Soy Natalie. Vamos, llegamos tarde a almorzar.
—Sí —responde, con una voz muy parecida a la de Mason—. Soy Max.
Será mejor que nos demos prisa.
Sigo a Max por la casa hasta la gran terraza de madera que da al mar.
Mi madre está allí con Conrad, Mason y el otro hermano de los Banbury,
que sería imposible distinguir de Mason si no supiera ya lo que lleva
puesto. Dios mío... Son trillizos idénticos. Ni siquiera sabía que eso existía.
Cuando los ojos del hombre, que supongo que es Miller, se cruzan con los
míos, deduzco que Mason le ha contado todo lo de anoche. Hay un brillo
obsceno en sus ojos azules de niño que me da ganas de darle un puñetazo
en la cara, y miro a Mason, que se encuentra mirando una servilleta que
descansa formalmente sobre su plato.
Una ligera brisa veraniega recorre la terraza, despeinándome y
distrayéndome por un momento. Mis ojos se desvían hacia las vistas y me
quedo completamente hipnotizada por su belleza. La terraza está rodeada
por una moderna balaustrada de cristal que permite una vista
ininterrumpida de la arena dorada y el agua turquesa. Las olas que rompen
en la costa me llaman. Cualquier frustración por estar en esta extraña casa
que no es mi hogar se desvanece. Puede que no esté aquí mucho tiempo,
pero voy a aprovecharlo al máximo. Eso seguro. Si consigo superar esta
incomodidad, claro.
—Natalie, ven, siéntate a mi lado —dice mi madre, señalando una silla.
Conrad se sienta en la cabecera de la mesa. Y a mí me toca sentarme
justo enfrente de Mason, lo cual no es lo ideal, aunque en una comida de
seis personas nunca iba a estar lejos de él. Max toma asiento en el extremo
opuesto al de su padre, y un momento de extraño silencio se cierne sobre
nosotros.
—¡Qué alegría teneros por fin a todos juntos! —exclama Conrad,
levantando una copa de lo que parece champán—. Al fin ha vuelto Natalie
de sus viajes, y por una vez tengo a todos mis hijos juntos en el mismo
sitio.
—Es maravilloso —salta mi madre levantando su vaso.
Miro hacia delante y veo que la mía también está llena. ¿Estamos
brindando?
—Por la familia —pronuncia Conrad, provocando un sonido
estrangulado de Mason.
Sus ojos se cruzan con los míos y parecen doloridos.
—Por la familia —dice Miller con otra sonrisa de oreja a oreja.
—Por la familia —le sigue Max.
Quizá no sepa nuestro secreto, porque se le ve un poco desconcertado.
Es un brindis extraño porque la familia es una cosa que no somos. Todo
esto es demasiado raro.
Un hombre vestido con un elegante atuendo trae la comida a la mesa.
Me siento como si estuviera en un hotel de lujo, en lugar de estar en una
casa. Al menos no es una casa a la que estoy acostumbrada.
Mason, Max y Miller crecieron en este ambiente.
Esto me hace sentir extraña. Antes de saber quién era Mason, supuse
que era alguien como yo. Un chico normal de una familia normal, pero los
Banbury son cualquier cosa menos normales. Son ricos y privilegiados.
Seguramente habrán tenido una educación completamente diferente. No
es de extrañar que Mason tenga un loft como cualquier artista conocido.
Su padre lo estará pagando.
El entrante es salmón ahumado y aguacate con un delicioso aliño de
limón. Conrad habla alto y claro, elogiando al chef y a mi madre por haber
preparado un menú tan estupendo. Las cosas han cambiado mucho para
ella. Ahora lo único que tiene que hacer es organizar lo que hacen los
demás en casa, ya no tiene que preparar macarrones con queso para
Sandra Banbury.
—Natalie, debes contarles a mis chicos lo que has estado haciendo.
Natalie es fotógrafa.
—¿En serio? —dice Max—. ¿Qué fotografías?
Evito mirar a Mason porque sé que me sonrojaré.
—Durante este último año me he centrado en la fotografía de viajes.
—¿De verdad? ¿Dónde?
—He estado en todas partes. Sudamérica, África y el Sudeste Asiático.
Max asiente, dando un sorbo a su champán.
—¿Y cuál ha sido tu favorito?
—No creo que pudiera elegir un solo lugar. El mundo es tan interesante.
Puedes encontrar belleza en todas partes.
—Siempre he querido ir a Egipto —responde.
—A Max le encantaba ver documentales —añade Conrad.
—Además, nuestro tutor era profesor de Historia Antigua.
—¿Vuestro tutor?
Max sonríe.
—Fuimos educados en casa durante gran parte de nuestra infancia.
—Bueno, pude pagar al mejor y eran tres de la misma edad.
—Guau. Aquello debió ser diferente.
Entonces me encuentro buscando a Mason. Me mira directamente,
pero en cuanto mis ojos se cruzan con los suyos, vuelve a bajar la mirada
hacia su comida.
—No fue algo fantástico —dice Miller—. El profesor Walters era un
viejo cascarrabias. Nos aburría como una ostra.
—No digas eso —comenta Conrad—. Era un gran hombre.
—Era —replica Miller—. Exacto. Era tan viejo que ya está muerto.
—Creo que lo que Miller intenta decir es que tener a un anciano como
único maestro y a tus dos hermanos como únicos compañeros de clase no
es la educación que él elegiría ahora —agrega Mason.
—Bueno, los niños no pueden elegir. Además, míralos. Todos estáis
graduados y sois hombres educados, aunque no siempre lo parezcáis.
Conrad mira directamente a los tatuajes de Max, dando la clara
impresión de que no los aprueba.
—Natalie vivió la experiencia normal del instituto y la universidad —
dice mi madre—. Siempre tuvo que trabajar.
—Has criado a una mujer increíble —dice Conrad, poniendo la mano
sobre el brazo de mi madre.
Sé que intenta ser amable con su mujer, pero aun así me siento
halagada.
—Entonces, ¿sólo te dedicas a la fotografía de viajes? —pregunta
Miller.
—Natalie tuvo una sesión justo ayer, ¿verdad cariño?
—Sí.
¿Por qué demonios se tiene que involucrar mi madre y hacer esta
situación más difícil?
—Ah... ¿tuviste una sesión ayer?
—Fue una sesión para la portada de un libro.
—¿De terror? ¿Thriller?
Miller intenta reprimir una sonrisa, pero no lo consigue. Está
disfrutando cada minuto del festival que está creando.
—Romance —contesto, metiéndome un buen trozo de comida en la
boca.
Con suerte, captará la indirecta de que no quiero seguir hablando.
—¿En serio? Suena divertido. ¿Era una pareja?
Mastico, mi creciente fastidio se canaliza en mi forma de agarrar los
cubiertos.
Tal vez Max pueda intuir que algo está pasando porque le pregunta a su
padre algo sobre la bolsa, y Conrad comienza una larga explicación de los
movimientos del mercado, por lo que Miller tiene que abandonar sus
intentos de exponernos a Mason y a mí. Sin embargo, mi apetito ha
desaparecido.
Bebo un trago de champán para bajar el pescado y me froto la boca,
sintiendo el sudor pinchándome bajo los brazos. Miller podría contarle a su
padre lo que hicimos Mason y yo. Podría causar muchos problemas. Tal vez
estropearía las cosas entre mi madre y Conrad. Y quizá Conrad ya no
querría que me quedara aquí.
Tras esa conversación, no me fijo mucho en lo que pasa a mi alrededor.
El camarero retira los platos y saca el plato principal de calamares a la
plancha y verduras al vapor. Normalmente me encantan los calamares,
pero hoy los siento como goma en la boca. Ni siquiera el postre de pavlova
de bayas me gusta. He metido la pata hasta el fondo. Otra vez. Ninguna
decisión que tomo en lo que concierne a los hombres es buena.
Después de comer, me invento una excusa y me dirijo a la playa para
despejarme. La arena se desliza suavemente entre los dedos de mis pies.
Me levanto el vestido con una mano y sujeto las sandalias con la otra para
poder chapotear en las aguas poco profundas. Este lugar me recuerda a mi
estancia en tantas otras hermosas playas de todo el mundo. Todos esos
recuerdos tienen ahora un sabor agridulce.
No estoy muy lejos cuando oigo que me llaman por mi nombre. Me giro
y veo a Mason corriendo por la playa detrás de mí. Mis pies me impulsan
hacia delante, pero lentamente. Sigo enfadada y decepcionada por su
comportamiento, aunque también intrigada por saber por qué ha venido a
buscarme. Quizá tenga la oportunidad de expresar mis sentimientos y eso
me haga sentir mejor. Las emociones reprimidas son las más difíciles de
manejar.
—¿Qué pasa, Mason? —le pregunto fríamente cuando me alcanza.
—Siento... la forma en que Miller se comportó.
—¿Miller? —Sacudo la cabeza—. Miller es un hombre adulto que
tendrá que disculparse por sí mismo. Como deberías hacerlo tú.
Mason estira el brazo para agarrar mi codo.
—¿Por qué tengo que disculparme?
—Te fuiste esta mañana sin despedirte.
—Tenía que llegar al brunch —explica Mason—.Y estabas durmiendo
profundamente. Intenté despertarte, pero....
Se encoge de hombros y siento que se me arruga la cara de
incredulidad. ¿De verdad me está diciendo que era imposible
despertarme?
—Pero ¿qué?
—…Pensé que quizá fingías estar dormida para no tener que pasar por
la incomodidad de la mañana siguiente.
Parpadeo despacio y enarco las cejas, porque o Mason es un maestro
de la distorsión de la realidad o acaba de admitir que pensaba que no me
interesaría nada más que una aventura de una noche con él. ¿Lo dice en
serio? ¿No se ha visto a sí mismo? Si realmente pensó eso, tal vez no está
tan seguro de sí mismo como yo pensaba. Ciertamente carece de
autoestima sobre sus habilidades artísticas, y puedo ver por qué Conrad
podría no haber sido el padre más alentador.
—¿Estabas decepcionada porque me había marchado?
Me encojo de hombros como si no me importara, aunque el mero
hecho de plantearlo ya demuestra que me molesta.
—Da igual. Fue lo que fue. Y aunque nuestros padres no estuvieran
casados, se acabó.
—¿Qué tiene eso que ver?
No puedo creer la falta de seriedad de Mason. ¿No se da cuenta de lo
rara que es toda esta situación?
—Eres mi hermanastro —contesto.
—Sí... Es algo extraño.
—Extraño se queda corto. Incómodo lo explica un poco mejor.
—¿Qué es tan incómodo? Nos acostamos. Somos adultos. Somos libres
de tomar nuestras propias decisiones. Y creo que fue una gran decisión.
Me mira con pertinencia, como si me preguntara si me arrepiento de lo
que hicimos.
—Fue increíble —le digo.
—¿Tan increíble como para repetir?
Me bajo la falda y me aparto el pelo despeinado de la cara.
—No creo que a nuestros padres les parezca buena idea.
—Bueno, no pensaba invitarlos a mirar.
—Muy gracioso.
Vuelvo la vista a la casa de la playa, nuestro hogar familiar compartido.
No deberíamos follar allí. Además, no estoy preparada para nada más de lo
que pedí anoche.
—Me gustas —dice Mason—. ¿Y me da la impresión de que yo te gusto
a ti?
Es una pregunta que estoy bastante segura de que está utilizando para
arrinconarme, pero no voy a caer en esa trampa.
—Acabo de romper con alguien. No es el momento adecuado, y
tampoco creo que este sea el lugar adecuado.
Mason me pone la mano en el brazo.
—Lo siento —continúa—. Las rupturas son duras, y entiendo por qué
piensas que todo esto complica las cosas. Pero estás corriendo antes de
andar. Esto no tiene por qué ser más que lo que tú quieres que sea... lo que
necesitas. Y nadie más tiene por qué saberlo.
—Excepto tus hermanos —digo amargamente.
—Miller piensa que es algo gracioso, pero no tiene mala intención. No
debería habérselo dicho, pero me quedé de piedra. No sabía qué hacer. Él
no se lo dirá a nadie.
—Eso no es lo que parecía en la mesa.
—No lo hará —dice Mason con firmeza—. Simplemente está celoso.
—¿Celoso?
—Sí. Se siente atraído por ti. Se nota…
Me burlo, la mera idea de que otro Adonis pueda encontrarme
atractiva me supera. Al menos con Mason, tengo una conexión artística.
Miller no sabe nada de mí.
—…Y Max.
—¿Qué pasa con él?
—Max me dijo que estás buenísima.
—Pero si estoy despeinada y tengo los ojos legañosos.
—Y un precioso brillo de recién haber follado.
Mason sonríe, esos hoyuelos que ayer me hicieron palpitar el corazón
tienen el mismo efecto abrumador.
—Sí, recién haber sido follada por su hermano. Eso debe hacerme muy
atractiva.
—Ni te lo imaginas —dice Mason.
—¿Qué?
Mason se encoge de hombros y mira hacia la línea del horizonte.
—Somos trillizos. Estamos acostumbrados a compartir.
—¿Compartir?
Vuelve la expresión traviesa que tenía ayer cuando flirteaba conmigo.
Se inclina hacia mí y el aroma de su colonia me provoca un nudo en la
garganta.
—¿Te han compartido alguna vez?
Sigo sin entender lo que quiere decir. Compartido. ¿Con qué? ¿Más de
un hombre?
—No soy infiel —respondo—. Cuando estoy con alguien, estoy
exclusivamente con esa persona.
—No me refiero a eso. Quiero decir, compartida por hombres que se
conocen... al mismo tiempo.
Un rubor me sube por el cuello y me cruza la cara. ¿Habla en serio?
Claro que no. ¿Quién demonios hace eso?
—¡No!
—No hace falta que te alarmes —sonríe—. Es algo con muchos
beneficios.
—¿Beneficios?
—El triple de atención, el triple de diversión y el triple de placer.
—Creo que con una vez tengo suficiente.
—Me parece que podrías aguantar más.
La palabra "aguantar" me hace sentir cosas raras que nunca habría
previsto. Este hombre realmente tiene algo de descaro, y también una
impresión muy inflada de lo que soy capaz de aguantar. Soy una mujer de
un solo hombre. Siempre lo he sido, siempre lo seré. Mason por sí solo es
más hombre de lo que puedo soportar cómodamente. La sensación de
dolor entre mis piernas es prueba de ello. Tres como Mason, que es de lo
que está hablando, me destrozarían.
Son mis hermanastros, y ahora sugiere que los tres se conviertan en
mis amantes.
Pensaba muchas cosas de Mason, pero nunca habría imaginado que
sugeriría algo así. La pregunta es, ¿cómo voy a responder?
12

—Creo que has bebido demasiado champán durante la comida —contesto.


—No lo suficiente como para borrar tu sabor de mis labios —agrega
Mason—. Nos lo pasamos bien juntos. No bien, genial. ¿Me estás diciendo
que no quieres repetirlo?
—Te estoy diciendo que las cosas no son tan sencillas.
Independientemente del buen rato que pasamos, no puede volver a
suceder. Te lo he dicho, y luego has sugerido añadir a tus hermanos a la
situación. ¿Qué demonios?
—Podemos hacer que te lo pases muy bien —dice Mason—. Y creo que
ahora mismo, es lo que necesitas.
Me está sacando de quicio con sus presunciones, pero están tan en lo
cierto que me dan ganas de abofetearle. No me gusta que me lean con
tanta facilidad, y no me gusta que toda esta charla sobre pasar un buen
rato me esté mojando. Mi cuerpo es un traidor. Si fuera por él, estaría en
alguna cama con las piernas abiertas y tres hombres divinos esperando
para darme placer, pero el corazón me duele y mi mente me grita que corra
en dirección contraria.
Nunca antes había pensado en tener sexo grupal, y ahora la imagen de
los hermanos Banbury y yo me quema la mente.
—Tengo que seguir con mi vida —digo—. No necesito más
complicaciones.
—La vida es todo lo complicada que tú la hagas —dice Mason—. La
oferta está ahí. Puedes aceptarla cuando quieras.
Ay, Dios. ¿Por qué tiene que decirlo así? Ahora me siento como una
niña con una bolsa llena de caramelos. Una tentación así resulta amarga y
dulce al mismo tiempo.
—No estoy dispuesta a que me utilicen —añado.
—¿Quién ha dicho nada de utilizarte? Serías tú quien nos utilizaría a
nosotros. Estaríamos a tu disposición, Natalie. Al igual que anoche,
tendrías que decirnos lo que quieres.
—Quiero que te olvides de lo de anoche. Haz como si nunca hubiera
pasado. Dile a Miller y Max lo mismo, ¿de acuerdo? Por el bien de todos.
Y con eso, me doy la vuelta y salgo corriendo por la playa. La única
forma de despejarme de esta locura es dejar atrás a Mason y sus ideas
fantasiosas.
Pero no funciona.
Camino durante una hora hasta que mis pies están arrugados por el
océano y mi cara está sensible por el sol. Cuando llego de nuevo a la casa
de la playa, estoy agotada, y aún tengo que revisar las fotos de ayer y
enviarlas a la editorial.
Llego a mi habitación sin tropezarme con nadie, me meto en la ducha
para quitarme los restos de la playa y de Mason, y de ahí salgo con la
cabeza más despejada. Luego me siento en el escritorio con mi portátil e
intento procesar las imágenes del hombre que se ha metido tanto en mi
piel que apenas puedo respirar.
Voy tachando cada una de las tomas solicitadas, buscando la mejor
imagen que encaje, editando y etiquetando para que todo quede claro
para el cliente. Intento mantener una actitud impasible, pero es imposible
cuando los destellos de Mason follándome no dejan de aparecer con cada
nueva imagen. Después de tres horas, he terminado, y entonces siento que
necesito otra ducha.
Abro las imágenes de las pinturas de Mason en mi teléfono y las ojeo
lentamente. Son realmente impresionantes, y todavía no puedo creer que
se esté conteniendo al no dejar que nadie las vea. Reviso mis contactos y
encuentro los datos de Beresford. Fuimos juntos a la universidad y luego se
fue a trabajar a la galería de su padre en Nueva York. No sé si se dedican al
mismo arte que Mason, pero estoy convencida de que conocerá a alguien
que le pueda interesar. Habría que estar ciego para no ver la habilidad y
originalidad de sus cuadros.
Se me hace extraño enviar estas imágenes sin el permiso de Mason. Sé
que elaborar este tipo de obras puede ser como expresar una parte de tu
alma. Por eso odio que Nate aún tenga mis imágenes en su blog. Son cosas
que hice con mi habilidad y mi ojo para capturar la belleza. ¿Estoy
haciendo lo correcto? Pulso enviar porque sé que, si la reacción de
Beresford a las imágenes es negativa, Mason nunca lo sabrá. Si existe la
posibilidad de que pueda ayudar a Mason a seguir adelante, creo que
merece la pena correr el riesgo de que se enfade.
Ya es de noche y me rugen las tripas, así que bajo a comer algo ligero.
La casa está tranquila, lo cual no es lo que esperaba.
De camino a la cocina me tropiezo con el hombre que nos ha servido el
almuerzo.
—¿Puedo ayudarla, señora?
—Iba a comer algo.
—¿Qué le apetece? Puedo traérselo.
—Algo sencillo. ¿Un sándwich de queso?
—No hay problema. ¿Y para beber?
—Un poco de agua fría.
—¿Lo quieres en tu habitación o en otro sitio?
—Comeré en la terraza —concluyo.
Espero que haya tranquilidad a estas horas. Me encanta la luz del
atardecer, cuando el sol se está poniendo y todo parece más nítido. Llevo
un libro en el móvil que puedo leer para matar el tiempo.
Cuando tomo asiento en la preciosa mesa exterior de la terraza, todo es
exactamente como lo había imaginado. Ningún sonido perturba el silencio
de las olas, salvo el ocasional canto de los pájaros. Es idílico. Mi libro es una
novela romántica que me recomendaron en una de las revistas que compré
en el aeropuerto hace unas semanas. Trata del amor en una pequeña
ciudad y parece tan felizmente sencilla que me pierdo en lo fácil que puede
ser el amor en la imaginación de alguien.
La vida real no es nada de eso, al menos no para mí. Siempre falla algo.
O los hombres son infieles, como Nate, o les gusta el sexo pervertido en
grupo, como Mason. Se me escapa una risita desconcertada mientras
imagino lo que diría Connie si lo supiera.
Como si le pitaran los oídos, mi teléfono pasa de repente del modo
Kindle al modo llamada, y el nombre de Connie parpadea en la pantalla.
—Por fin consigo hablar contigo —exclama como si llevara todo el día
intentando localizarme.
—Aquí me tienes —respondo.
—Pensé que me llamarías ayer para ponerme al día, pero recibí las
fotos antes que la información.
—¿Qué te parecen?
—Jodidamente increíbles, aunque sabía que lo serían.
Con una sonrisa de oreja a oreja, apoyo la cabeza en la mano,
preparada para una larga charla. Ninguna llamada telefónica con Connie es
corta.
—Qué bien. Estaba muy nerviosa.
—Me lo imagino. Creo que me habría desmayado si hubiera tenido que
tomar las fotos de ese hombre tan sexy. ¿Cómo mantuviste la calma?
—No pude —confieso—. Fui un desastre empapada en sudor la mayor
parte del día.
Se ríe a carcajadas.
—Esa es mi chica. ¿Y cómo era?
—Muy profesional.
—Ah, ya.
Hay una pausa en el teléfono, y conozco a Connie lo bastante bien
como para saber que ahora mismo tiene puesta su expresión perspicaz que
consiste en entrecerrar los ojos y torcer los labios fruncidos hacia un lado.
Tener una amiga que te conoce de toda la vida tiene sus pros y sus contras.
Los pros implican todos los recuerdos divertidos que puedes rememorar y
el hecho de que sepan cómo te vas a sentir antes que tú mismo. Los
contras implican que adivinen tus secretos sólo por tus palabras y tu tono,
y eso es lo que Connie está intentando hacer ahora mismo.
—Te lo follaste —dice jadeando.
—Venga ya, por favor.
—No me digas ‘venga ya, por favor', Natalie. Será mejor que me
cuentes todos los detalles, o no te diré para qué te estaba llamando, y
créeme, querrás que te lo diga.
—No entiendo cómo adivinas estas cosas. O tienes un investigador
privado que te informa de todos mis movimientos, o eres una especie de
vidente. Ni siquiera yo hubiera imaginado que haría lo que hice. Además,
estuve a punto de no hacerlo.
—Es el polvo del despecho —dice Connie con toda seguridad—. Todas
lo hacemos. Cuando nos han dejado hechas polvo, buscamos la polla más
cercana y nos quitamos las penas.
—Bonita imaginación —me río.
—¿Me estás diciendo que eso no fue lo que pasó?
Me paso las manos por la cara, el rubor que ha brotado en mis mejillas
me avergüenza, aunque ella no pueda verlo.
—Entre otras cosas —respondo.
—Bueno, por fin avanzamos. Varias posiciones, eh. Seguro que Mason
fue tan bueno en la cama como parece.
—Fue mejor aún —digo con un suspiro.
—Mierda... Eso lo complica más.
—Lo complica más, ¿cómo?
—Bueno, el polvo del despecho está genial si es de pobre a regular. Te
sacas al gilipollas anterior de encima, pero no tienes la tentación de
lanzarte a otra relación porque el sexo no es lo suficientemente bueno...
pero en tu caso...
—No va a haber una relación.
—¿Por qué? ¿Es tonto?
—No... Es un artista increíble.
—Vaya... Tenéis cosas en común también... Un terreno muy peligroso.
En ese momento aparece mi sándwich de queso a la plancha,
transportado en una gran bandeja con una cúpula plateada encima. Me lo
sirven como si fuera el mejor servicio de cinco estrellas. Hay una rodaja de
lima en mi agua helada y una pajita. Esos son los pequeños detalles que
resaltan la diferencia entre mi vida aquí y la antigua vida que llevaba con
mi madre.
—Avíseme si necesita algo más —dice el hombre mientras levanta la
cúpula con una floritura.
—Guau.
Tiene pinta de ser el mejor sándwich de queso a la parrilla del mundo.
—¿Qué te asombra tanto? —pregunta Connie.
—Un sándwich de queso —me río.
—Interrumpes nuestra conversación sobre sexo con un modelo
buenorro para hablar de comida. Ah... Estás comiendo.
—Eh... Sí, supongo que sí.
—Bueno, cuéntame los detalles, por favor. Apiádate de tu pobre amiga,
que lleva demasiado tiempo sin tener relaciones. Tengo telarañas entre mis
muslos, Natalie. En serio.
—Pues... Me hizo pedir todo lo que quería. Tuve que estar al mando.
—¿Así que es un sumiso?
La voz de Connie pasa de excitada a intrigada.
—No... Él... La verdad es que no lo entiendo. Supongo que quería que
estuviera segura de cada paso que dábamos.
—Mmmm... Interesante. Se le ve... intuitivo. No es un rasgo
típicamente masculino.
—Ya. Pero, de todos modos, no importa que haya sido el mejor sexo
que he tenido en mi vida porque llegué a casa esta mañana y lo encontré
almorzando aquí. Es el hijo de Conrad. O sea, ¿cómo se puede dar esa
casualidad?
—¿QUÉ DICES?
—Te has quedado igual que yo, ¿verdad? Incluso si hubiera estado en
condiciones de empezar algo con él, que no lo estoy, ¡ahora menos!
—¿Por qué cojones no? Sabes que viene de una gran familia. Y vais a
estar bajo el mismo techo, así que tendrías muchas oportunidades. Podría
ser la manera perfecta de superar lo del asqueroso Nate.
—¿Cuándo empezaste a llamarle así?
—Cuando empezaste a salir con él —responde Connie bruscamente.
¿Habla en serio?
—¿Por qué no me dijiste que no te gustaba?
—Porque a ti sí, y no quería romper tu ilusión. Además, ¿qué sé yo? No
soy la escritora del manual de las relaciones exitosas. Pensé que tal vez era
mi lado de perra criticona de siempre y que tú veías algo en él que yo no.
—Creo que viste la realidad. Deberías confiar más en tus instintos y
decírmelo si te vuelves a sentir así, ¿vale? Entiendo que puede ser duro
para mí oírlo, pero nunca te lo echaré en cara. Sé que quieres lo mejor para
mí.
—Vale, trato hecho. ¿Y qué pasa con Mason? ¿Qué piensas de él?
—Me pareció un buen tipo. La clase de chico con el que habría
considerado seriamente una segunda cita y más.
—Parece que hay un gran ‘pero’.
—Lo hay. Lo del hermanastro ya me resulta raro, pero eso no es todo.
Me dijo que le gustaría compartirme con sus dos hermanos.
Oigo un sonido ahogado al otro lado del teléfono que me indica que he
hecho lo impensable y he conmocionado a Connie. Es un momento para
recordar.
—¿Y esto es un 'pero'?
—Eh, ¿no has oído lo que he dicho?
Doy otro gran mordisco a mi sándwich y mastico apresuradamente.
Tengo hambre, pero quiero oír lo que Connie tiene que decir y ser capaz de
responder sin que se me salga el sándwich disparado por la boca.
—Sí, te he escuchado... y me muero por estar en tu lugar ahora mismo.
Te acaban de ofrecer mi fantasía en bandeja, y hablas de ella como si fuera
algo de lo que tuvieras que huir.
Doy un sorbo a mi bebida y sacudo la cabeza.
—¿Hablas en serio? ¿Fantaseas con eso?
—¿Y tú no? Dios mío. Imagínatelo. Un hombre con ese aspecto es
enviado del cielo. Tres... Bueno, debes haber sido una santa en una vida
pasada. Te tengo tanta envidia en este momento…
Me río, llena de incredulidad ante la locura de mi amiga. Incluso
después de todos estos años, sigo descubriendo cosas raras y maravillosas
sobre ella.
—Un hombre sólo ya es bastante difícil de tratar. Imagínate tres. Sería
un desastre.
—Sí, tienes razón, pero piensa en ti dentro de sesenta años, cuando
seas una anciana mirando hacia tu juventud. ¿Crees que mirarás atrás y te
arrepentirás de aceptar la sugerencia de Mason, o crees que te
arrepentirás de haber dicho que no?
Confío en Connie para darle perspectiva a esto. Las decisiones que
tomamos parecen enormes cuando son inminentes, pero el tiempo y la
retrospectiva cambian quiénes somos y cómo vemos las cosas. ¿Me
arrepentiré de no haber aceptado? Esa es exactamente la razón por la que
cambié de opinión anoche y me acosté con Mason.
—No creo que pueda hacerlo —respondo—. No tengo tanta confianza
en mí misma.
—Bueno, deberías tenerla. Eres una persona increíble. Preciosa por
dentro y por fuera. Cualquier hombre se sentiría afortunado de tenerte...
sea como sea.
—Ay… Gracias, cariño…
Ojalá mi mejor amiga estuviera a mi lado para poder abrazarla por su
ternura.
—…Pero creo que no sería capaz de pedirles a tres hombres lo que
quiero, y tendría que hacerlo.
—Quiero que leas una novela esta noche... Te enviaré el enlace. Puede
que te ayude a ver las cosas de otra manera.
—¿Una novela?
—Sí. Trata de una situación similar. Una chica que no sabe si seguir
adelante con algo así.
—Una novela romántica.
—Exactamente.
—No entiendo cómo me va a ayudar, pero bueno, me vendrá bien
evadirme un poco.
—Y mañana te enviaré los detalles de la sesión final. Ahora que la
autora ha visto las imágenes, tiene algunas tomas más pensadas para el
material promocional. Parece que tendrás que pasar otro día en la
apasionante compañía de Mason.
—Eh... No creo que sea buena idea.
¿Cómo coño voy a pasar más tiempo con Mason de una manera
profesional después de lo que ha pasado entre nosotros?
—Bueno, están ofreciendo un buen bono por completar el trabajo.
Creo que estarías loca si lo rechazaras... y no quedarías bien.
Connie tiene razón. Si me marcho antes de que el cliente esté
completamente satisfecho, tendrá que buscar a alguien que se adapte a mi
estilo en el resto de las tomas. Es un gran inconveniente y podría significar
que todas las tomas tienen que rehacerse.
—Supongo que tendré que encontrar la manera de sobrellevarlo —
digo, encogiéndome de hombros.
—Eso parece. Qué dificultad —dice Connie con una voz cargada de
sarcasmo.
Mañana va a haber un nuevo nivel de complicación, pero tengo que
admitir que, aunque la sesión de fotos va a ser incómoda, me entusiasma
un poco la perspectiva.
13

Duermo muy inquieta. En mis sueños se infiltra un hombre sombrío que


domina mi cuerpo de tal manera que estoy paralizada e indefensa mientras
él consigue lo que quiere. Cuando suena el despertador, me encuentro tan
excitada como si hubiera tenido sexo de verdad. Mi corazón también está
acelerado, como si mi cuerpo realmente hubiera vivido todo lo que ha
sucedido en mi subconsciente.
Hacía mucho tiempo que no llegaba al orgasmo, pero deslizo la mano
dentro de mis bragas y me froto el clítoris hasta que la espalda se me
arquea y los muslos se me contraen con la liberación. Es Mason quien está
en mi mente cuando sucede, y eso hace que la idea de verle dentro de un
par de horas sea mucho más difícil.
Elijo mi ropa con cuidado, evitando mis habituales blusas y pantalones
voluminosos en favor de un maxivestido floral con cuello halter que se
anuda bellamente a mi nuca. El chófer de Conrad está disponible para
llevarme al centro, y esta vez mi viaje está lleno de expectación. ¿Cómo
será Mason hoy? ¿Se mostrará coqueto o mantendrá las distancias? ¿Lo he
desanimado del todo con mi gélida respuesta de ayer, o hará caso omiso de
mis argumentos y seguirá insistiendo?
Andre me acompaña al estudio y, a diferencia de la última vez, Mason
ha llegado antes que yo. Está tumbado en un sillón, con las piernas abiertas
y la atención fija en su teléfono. Cuando oye el sonido de mis sandalias en
el suelo de cemento pulido, su mirada se fija en mí y sonríe ampliamente.
En lugar de mostrarme fría y serena, me ruborizo desde el escote hasta el
nacimiento del pelo, convirtiéndome en un tomate gigante envuelto en un
volante de flores. Es ridículo. Tengo que controlarme.
—Entonces, seguimos con las fotos —dice Mason.
Dejo el equipo fotográfico sobre la mesa y empiezo a prepararlo todo.
—Les gustaron tanto las otras tomas que querían más.
—Me viene bien. Más trabajo, más dinero.
—Exactamente —respondo.
—¿Dónde quieres que me sitúe primero?
Echo un vistazo al esquema de la sesión y vuelvo a sonrojarme. La
mayor parte del trabajo de hoy va a implicar que Mason esté sin camiseta y
desnudo. No hay tomas en las que su polla esté a la vista, pero hay algunas
en las que tendrá que usar una sábana o la mano para tapársela. Nuestra
intimidad previa hace que estas tomas sean problemáticas. Muy
problemáticas.
—Aquí está el esquema —le digo—. Puedes quedarte con esta copia
para echarle un vistazo.
Alargo la mano y se lo paso a Mason, que ahora está delante de mi
estación de trabajo.
—Menudo tinglado tienes ahí montado —dice.
—El mismo que antes.
Me encojo de hombros, mirando por encima de mi preciado equipo. Es
más que mi medio de vida. Hacer buenas fotografías se ha convertido en
una parte tan fundamental de lo que soy que mi cámara se siente como
una extensión de mi cuerpo. Una extensión de mi cuerpo que, en un
momento, capturará la belleza del de Mason.
Sonríe, sus bonitos ojos azules rebosan calidez, y a mí me invaden las
mismas mariposas que cuando le conocí.
—Voy a prepararme —dice, cogiendo el esquema y dirigiéndose detrás
del biombo.
Termino de preparar las cosas mientras Mason se pone los vaqueros
ajustados y las botas necesarias para esta sesión. La autora ha pedido que
le fotografíen apoyado en la pared de ladrillo, con un pie sobre ella y los
pulgares enganchados en el cinturón. También quiere una en la que esté
fumando en la misma posición. No me gusta la idea de que Mason se
infecte los pulmones con humo para una fotografía, pero supongo que está
acostumbrado a entregar su cuerpo a lo que se le pida para el trabajo.
Hago unas cuantas fotos de prueba, ajustando la iluminación sobre la
marcha, intentando que todo salga lo más perfecto posible antes de que
Mason esté delante de mí y tenga que centrarme en mirarle.
Es más difícil de lo que pensaba.
Mi cuerpo guarda demasiados recuerdos. El empuje de su enorme polla
en mi...
—Te estás sonrojando —comenta Mason, más cerca de lo que pensaba.
Doy un respingo, sonrojándome aún más.
—Hace calor aquí —digo, aunque no es cierto. En todo caso, hace
fresco—. La primera toma es contra la pared. ¿Puedes ponerte con la
espalda contra ese ladrillo y el pie izquierdo arriba?
Los músculos de su pecho desnudo se agitan con cada movimiento.
Recuerdo lo que sentí al apoyar las palmas de las manos en su piel
mientras él se encargaba de darme placer. Joder, qué momento. Ya no
podemos tocarnos más. Estoy decidida a no intercambiar demasiadas
palabras con él hoy. Definitivamente no voy a dejarme arrastrar a hablar de
nuestra noche juntos. Sería mortificante.
—Levanta el pie un poco más…
Hace lo que le pido, sus profundos ojos azules se deslizan sobre mí
mientras trabajo.
—…Eso es. Y mete el pulgar derecho en el bolsillo de los vaqueros...
Perfecto. Haré unas cuantas fotos de frente y luego otras de perfil mirando
por la ventana.
Mason asiente y yo disparo como un paparazzi en el estreno de una
película. Voy a hacer el doble de fotos de las que suelo hacer para captarlo
todo. De ninguna manera voy a someterme a otro día de esta tortura.
—Eso es. Ahora gírate. Mantén el cuello recto... Perfecto.
En cuanto aparta sus ojos de los míos, siento que mi cuerpo se relaja.
Captar su perfil es mucho más fácil: esa pronunciada y perfecta inclinación
de su nariz junto con la protuberancia de su poblada barbilla. Sus largas
pestañas confieren a su figura masculina una suavidad adicional que hace
que me duela algo en el pecho, incluso a esta distancia.
Me pasa lo mismo cuando veo cuadros que me llegan al alma o cuando
oigo una melodía que me llega a lo más profundo. La belleza siempre ha
tenido un efecto muy físico en mí, y Mason tiene esa belleza.
—Desabróchate el cinturón y los botones de los vaqueros.
Incluso mientras le doy estas instrucciones de manera profesional,
recuerdo las que le di a Mason en la habitación del hotel. Se concentra, un
pequeño ceño fruncido aparece entre sus cejas. Lleva unos calzoncillos
negros lisos y bajos que revelan las perfectas ondulaciones de sus
abdominales. Y recuerdo cómo tras la segunda vez que follamos, le lamí
esa misma zona, saboreando la salinidad de su piel. Pasé los dedos por ese
vientre y sentí la vida dentro de él.
Las imágenes que estoy consiguiendo son hermosas, pero carecen de la
vitalidad y la fuerza del hombre auténtico. Doy un paso atrás, frustrada,
queriendo y necesitando más.
—¿Puedes ponerte un poco de esto en la piel? —digo, agarrando la
botella de aceite que me han proporcionado para la sesión—. Pero no te
eches demasiado.
Una vez más, hace lo que le pido, y la emoción me afecta más de lo
debido. Cuando su piel empieza a brillar, vuelvo a ajustar la iluminación.
Mason deja la botella fuera del plano y se pasa las palmas de las manos
por el pecho y los abdominales, extendiendo un poco más el aceite por su
piel.
—¿Así está bien?
—Muy bien.
Por Dios. Eso ha sonado fatal. Ha sonado entre coqueto y sexual.
Supongo que es porque así me siento.
La boca de Mason se tuerce hacia un lado con una breve sonrisa.
Vuelve a posicionarse y yo hago una foto de prueba, analizando si es
suficiente. Hoy le pasa algo con el pelo. Está demasiado acicalado.
—¿Puedo...? —Dejo la cámara en el suelo y me acerco a él—. Es tu
pelo.
Asiente, pero incluso con su permiso, me resulta difícil. Estoy lo
bastante cerca para saber que hoy lleva un perfume diferente. Lo bastante
cerca como para sentir un zumbido en la piel por su proximidad. Le paso
suavemente los dedos por su espesa melena para que quede más suelta y
un poco desordenada. Así se parece más al chico malo que busca la clienta.
El pelo revuelto por los dedos de las mujeres que no pueden resistirse a él.
No podría ser más cierto.
Me alejo bruscamente, pidiendo a Mason que se mueva para cumplir
todos los requisitos del encargo, excepto la parte final de la sesión. Para
eso tiene que quitarse el resto de la ropa, y creo que voy a perder la
cabeza.
—Vale —digo, y acto seguido me aclaro la garganta porque me sale un
tono ronco—. Ahora sólo nos queda completar la última parte.
Mason asiente.
—¿Quieres que me quite la ropa?
¿Por qué demonios tiene que preguntarme eso? Es como si quisiera ver
cómo me pongo nerviosa.
—Sí. Eso es lo que quiere el cliente.
Vuelve a sonreír, sus ojos brillan como el océano que se encuentra
junto a la casa de Conrad.
—Ah. El cliente. Por supuesto.
Se esconde detrás del biombo y yo me quedo escuchando su tentador
susurro al retirar el último obstáculo que lo separa de mi cordura. Mi coño
se aprieta involuntariamente, la idea de su desnudez es demasiado para
afrontarla sin efecto. Me entretengo viendo imágenes en la pantalla
grande, obligándome a inhalar profundamente.
Mason aparece con la mano ocultando su polla todo lo que puede, y se
aclara la garganta.
—¿En la cama?
—Sí. Hay una sábana suelta para que te la pases por las piernas para
taparte...
Hago una pausa. Las palabras no se forman en mi cerebro.
—La polla —dice bruscamente, y me estremezco.
—Exactamente.
Retiro la mirada mientras se sienta en el borde de la cama y levanta las
piernas. Tampoco miro cómo recoge la sábana de puro algodón blanco
para cubrir la polla más pecaminosa, perfecta y asombrosa que jamás he
tenido el privilegio de conocer. Me relamo los labios y vuelvo a
estremecerme, dándome cuenta de que mi cuerpo está delatando
demasiado la excitación que siento.
—¿Así está bien?
Levanto la vista y encuentro a Mason perfectamente enredado en las
sábanas, como si acabara de dejar boquiabierta a alguna afortunada y se
estuviera relajando en su propia gloria. Dios mío. No creo que pueda hacer
esto. De verdad que no.
Levanto la armadura de mi cámara para ver la toma con mayor
seguridad, sin que mi cara sonrojada quede a la vista. Me muerdo el labio
inferior, concentrándome en lo que va a hacer que esta imagen sea
absolutamente alucinante.
Necesita menos sábana.
Voy a tener que ajustar la tela y pedirle a Mason que se mueva para
que su polla se vea un poco más evidente en la imagen. Después de todo,
es lo que el cliente quiere.
—Un segundo —digo, acercándome a la cama y apoyando la cámara en
el borde—. ¿Puedes...?
Se me seca la boca al pronunciar las siguientes palabras.
—¿Quieres que me mueva la polla?
—Colócatela hacia arriba, para que quede justo a la izquierda de tu
ombligo, y mantenla ahí. Voy a mover la sábana.
En ese preciso momento, cometo el error de mirar a Mason a los ojos y
veo la hinchazón de sus pupilas que oscurecen sus ojos hasta que su
mirada chorrea sexo. Inclinada así sobre él, mi escote es más evidente. ¿Se
da cuenta? ¿Acaso quiero que lo note?
Agarro la tela y la bajo lo suficiente como para que Mason se mantenga
modesto. Supongo que me ayuda el hecho de saber exactamente qué
aspecto tiene debajo de ese trozo de tela, y el recuerdo es mensurable en
mi mente. Quiero que se vea mejor su musculoso muslo, sobre todo la
parte entre las piernas, que de algún modo parece más explícita. Me
entran ganas de recorrer con los dedos esa zona tan sensible y ver cómo
Mason se estremece. Sé que lo haría. Pero no puedo.
—Vale, retira la mano lentamente.
Se mueve todo un poco, pero sin llegar a perturbar el efecto de la toma.
En cambio, el ligero desplazamiento de su polla bajo las sábanas me altera
entre las piernas.
—Perfecto —digo tragando saliva.
Retrocedo rápidamente, enredo los pies en la larga tela de la falda y
tropiezo antes de estabilizarme.
—Joder. El vestido —murmuro, cogiendo la cámara y sonrojándome de
vergüenza.
—Es muy bonito —salta Mason.
Es la hora más larga de mi vida. En cada nueva toma, tengo que
enfrentarme a Mason de una manera cada vez más explícita. La increíble
curva de su culo y la V de su espalda me hacen que quiera caer de rodillas y
venerarlo. No sé qué he hecho para merecer esto, pero debe de ser algo
terrible. Algo realmente malo, porque llevo todo el día sufriendo y no paro
de sudar, de ponerme nerviosa y de estar mojada y cachonda entre las
piernas. Ah, y Mason está de lo más tranquilo.
—Creo que hemos terminado —digo, con ganas de dejarme caer en la
silla y abanicarme durante al menos una hora.
Mason asiente con la mano entre las piernas.
—Genial.
Vuelve al biombo, y mientras tanto yo consigo memorizar el paseo más
sexy de todos los tiempos, y empiezo a entender a qué se refería Connie
ayer. Hoy ha sido muy complicado. Es prácticamente imposible resistirse a
Mason, pero sé que lo recordaré como uno de los mejores días de mi vida.
Imagina cómo serían los recuerdos de Mason y sus hermanos. Calientes
como el infierno. El combustible para calentarme incluso en mis días más
fríos y oscuros.
Empiezo a guardarlo todo mientras Mason se viste. Voy a hacer lo
mismo que hice ayer, y revisaré las tomas con detenimiento en la intimidad
de mi habitación. Cuando termino, Mason aparece de nuevo con ropa de
calle, el pelo aún revuelto por mis dedos, y me deja sin aliento. Puede que
se esté dando cuenta de cómo me tiembla el torso, o tal vez aún tenga el
pecho enrojecido por la excitación. Quizá tenga un sexto sentido, o quizá
sea un oportunista dispuesto a tentar a la suerte, aunque ya le hayan
rechazado una vez.
—¿Te apetece que nos vayamos a un hotel y descarguemos toda la
tensión sexual? —me dice, encogiéndose de hombros como si me
estuviera invitando a un café en lugar de follarme hasta dejarme sin
sentido.
Y debería decirle que no. Debería decirle que se largue, pero no lo
hago.
Yo también me encojo de hombros, como si todo esto fuera inevitable
desde el momento en que entré esta mañana, y Mason coge la correa de la
bolsa de mi cámara, encantado de ofrecerme un servicio gratuito de
transporte.
¿Soy estúpida? Seguramente. ¿Me importa?
A estas alturas, ¡en absoluto!
14

Nos dirigimos hacia un hotel situado a la vuelta de la esquina del almacén.


La mayor parte del camino la pasamos en silencio. En lugar de mantener
una conversación, el aire entre nosotros vibra por la tensión sexual. La
expectación de lo que va a ocurrir a continuación se me hace
prácticamente inaguantable.
Como la última vez, Mason paga la habitación y me conduce al
ascensor, sonriendo enigmáticamente. Puede que esta vez sea diferente
porque ya hemos estado aquí antes. O tal vez porque estaba contra la idea
de repetir lo que hicimos. Sea lo que sea, supongo que no importa.
Hemos vuelto aquí por una sola razón: para quitarnos esta tensión
sexual.
Si aún pretende que le diga lo que tiene que hacer, hoy no voy a tener
ningún problema. Atrás ha quedado la tímida Natalie de la primera noche.
Hoy va a darme lo que quiero y exactamente como lo quiero. Él es quien
me ha llevado a este frenesí, y él va a sacarme de él.
Al igual que la última vez, abre la puerta de la habitación y deja mi
pesado bolso sobre el escritorio. Es una habitación diferente, más lujosa
que la anterior, pero no me importa. Podría haberme llevado a un motel de
mala muerte y no habría importado mientras tuviera una cama y sábanas
limpias.
No me hago esperar, me desato el cuello del vestido y me lo bajo. Mi
sujetador de cuello halter es de encaje celeste, e incluso me he puesto
unas bragas a juego, con un lazo de cinta azul a cada lado. Me quito el
vestido y los zapatos de una patada, y me encanta ver cómo Mason pliega
los labios para mojárselos con impaciencia.
—Dime qué quieres —me pregunta.
—Quiero que me folles como te apetezca. Quiero saber exactamente lo
que me harías si pudieras dominarlo todo.
—Joder —murmura, tirando de la parte trasera de su camiseta y
arrancándola prácticamente de su cuerpo.
Lanza la camiseta por la habitación mientras se quita los zapatos y los
calcetines, y tira los vaqueros al suelo. Atraviesa la habitación sin paciencia
para el coqueteo ni para el juego. Me agarra por detrás de los muslos, me
levanta bruscamente y me aprieta contra la pared, poniendo su boca sobre
la mía con una ferocidad que hace que mi corazón palpite con fuerza. Así
que así es Mason cuando se le da rienda suelta. Un animal enjaulado que
ha sido finalmente liberado.
Me sujeta con una mano y el peso de su cuerpo. Con la otra palma me
aprieta el pecho y me sube el sujetador hasta dejarme desnuda. El pellizco
de sus dedos en mi pezón es la combinación perfecta de placer y dolor.
Acto seguido, jadeo contra sus labios, lo que le hace sonreír.
Esta noche Mason está más travieso de lo que esperaba. Se nota en la
forma en que me roza el coño, provocándome y deteniéndose justo
cuando echo la cabeza hacia atrás, disfrutando del placer. También en los
pellizcos que me da en la garganta y en la forma en que me aprieta el culo.
Y yo reacciono con un poco más de fuerza de lo habitual, clavándole
mis cortas uñas en los hombros mientras me aferro a él con todas mis
fuerzas.
Luego me tumba en la cama con tanto cuidado como cuando se deshizo
de su camisa, y me inmoviliza a la vez que me examina.
—Eres jodidamente sexy —dice bruscamente—. La mujer más sexy que
he visto en mucho tiempo…
Parpadeo, sin saber qué responder. Nunca se me han dado bien los
cumplidos. Para ser sincera, no he recibido muchos tan enérgicamente
proyectados como ese.
—…Y creo que el hecho de que ni siquiera lo sepas, es lo que te hace
aún más sexy.
Tira de la cinta que hay a la izquierda de mis bragas y arrastra el tejido
hacia un lado, revelando el suave vello rubio del vértice de mis muslos.
Sisea mientras desliza un grueso dedo por la resbaladiza abertura de mi
coño, separándola con una urgencia que me hace jadear.
Imagino que va a poner su boca entre mis piernas como hizo lo última
vez, pero no es así. En lugar de eso, me tumba boca abajo, tirando de mí
por debajo de la cintura hasta ponerme a cuatro patas, y luego se coloca
detrás de mí, acariciándome la curva del culo con sus ásperas palmas.
—Me gusta verte así. Lista para mí.
Y lo estoy. Vaya si lo estoy.
Espero con la respiración contenida la increíble sensación de sentir su
polla abriéndose paso dentro de mí.
—Ahora —digo, con excesiva expectación.
—No… —responde.
Entonces siento que se mueve detrás de mí, y la cama se hunde
mientras él se tumba boca arriba.
—…Siéntate en mi cara, pequeña. Déjame saborearte.
Está tumbado boca arriba, con la cara debajo de mí, mirándome el coño
abierto. Ni siquiera espera mi consentimiento. Me tira bruscamente de las
caderas hasta que mi clítoris queda por encima de su boca, y entonces me
devora hambriento, chasqueando la lengua con la presión perfecta. Estoy
tan bien... tan a gusto que muevo las caderas, apretando mi coño aún más
contra su boca. Gruñe y me penetra profundamente con los dedos, a la vez
que oigo el resbaladizo sonido de sus caricias. Ojalá pudiera verlo, y
supongo que hay una forma de hacerlo.
—Quiero chupártela —le digo.
Mason se detiene de repente.
—Date la vuelta —me ordena.
Supongo que las reglas del juego ya no están tan claras como antes.
Quizá porque es nuestra segunda vez y le digo lo que quiero con más
libertad.
Hago lo que me pide, y se acerca mi coño a la boca, esta vez con un
ángulo diferente que lo cambia todo. Me tumbo hacia delante, apoyada
sobre un brazo, y el otro lo uso para tomar el relevo de Mason. Le acaricio
la polla dura, y saco la lengua para lamerle la punta. Sus caderas se
balancean, lo cual me hace sonreír. Para lo grande que es, es muy sensible
a las provocaciones. Mantengo el ritmo de mi mano, lamiendo de vez en
cuando hasta que las caderas de Mason se levantan y su polla choca contra
mis labios.
—Chúpamela —dice—. O no te dejaré correrte.
Mierda, eso me pone muy cachonda. Estoy tan cerca de correrme que
casi lo hago al oír su voz. Me meto su polla hasta el fondo. Su sabor me
llena los sentidos hasta que la cabeza me da vueltas. No me importa mi
respiración agitada ni cómo tenga la cara. Tampoco me importa cuando
Mason me abofetea el culo y me mete más dedos de los que creo poder
soportar. Soy un auténtico caos que se encuentra gimiendo y chupando
una polla frenéticamente, llevada a mis límites más absolutos, pero es la
experiencia más liberadora de mi vida.
Y justo cuando estoy a punto de correrme en su cara, se detiene,
empujándome bruscamente sobre mi espalda.
Me siento desorientada cuando se me echa encima, con la cara
sonrojada y jadeante, y los labios resbaladizos por mi coño. Sin esperarlo,
encuentra la entrada a mi vagina y me la mete de un solo empujón. Desde
luego, no estoy preparada para correrme tan bruscamente en ese
momento, y siento como si una gran sensación de alivio me golpeara en la
cara, obligándome a arquear la espalda y a abrir la boca, y haciéndome ver
las estrellas.
—Joder —murmura.
Mi coño le aprieta con fuerza. Sin embargo, él continúa, con los ojos
fijos en mi cara mientras desciendo de la estratosfera.
Me folla como si su vida dependiera de ello. Como si fuera la única
mujer del mundo y su misión fuera reivindicarme para el futuro de la raza
humana. Disfruto cada detalle porque esta va a ser la última vez.
Se lo diré cuando todo esto termine. Uno de nosotros tiene que ser
fuerte, o todo se irá a la mierda.
Cuando se corre, parece un auténtico exorcismo, y no para de follarme
hasta el fondo, llenándome de ese semen caliente y resbaladizo que retuve
durante tanto tiempo la última vez.
Y a continuación, me besa tiernamente. Me dice que soy increíble,
guapa y sexy. Me acaricia la cara y me mira con una satisfacción que
descansa perezosamente en su expresión.
—Ha estado espectacular —dice con una risa incrédula.
—Sí —respondo, pensando en lo que viene a continuación.
No voy a volver a quedarme dormida para luego despertarme sola, y
tampoco voy a quedarme aquí tumbada fingiendo que esto es más de lo
que es, pero justo cuando estoy a punto de inventar una excusa para
levantarme y vestirme, él me pasa la mano por el estómago hasta posarla
sobre mi pecho.
—Tenía toda la razón.
Parpadeo, sin entender nada.
—¿Quién?
—Mason —dice.
Y así, sin más, mi mundo se desmorona.
15

Me giro bruscamente.
—¿Qué?
—Mason. Me dijo que eras increíble, y tenía razón. ¿Qué te hizo
cambiar de opinión?
—¿Cambiar de opinión?
Mi voz sale como un chillido agudo al darme cuenta de que acabo de
acostarme con un hombre que creía que era otra persona.
—Sí. Mason dijo que no te entusiasmaba la idea.
—¿La idea?
Dios mío, es Miller. No puede ser Max porque él no tiene ningún
tatuaje.
¡Es Miller!
—Dijo que no querías tener nada con nosotros. ¿Estás bien?
Supongo que Miller se habrá dado cuenta de que estoy rígida de
asombro. Me imagino que el hecho de que esté tirando de la sábana para
cubrirme el cuerpo desnudo debe de parecer un poco raro después de
haberme sentado sobre su cara.
Dios mío. Me he sentado sobre la cara de Miller.
¿Qué he hecho?
—Tú no eres Mason —tartamudeo, y entonces le toca a Miller girarse
bruscamente.
—¿Mason? —Cierra los ojos e inspira profundamente—. ¿Pensaste que
era Mason?
—Eh... Claro que pensé que eras Mason. Viniste a la sesión hoy. Te... te
pareces a él. Fingiste ser él.
—No —niega Miller mientras se levanta y se apoya en la cabecera—.
No me hice pasar por él. ¿No leíste los documentos del cliente? En ellos
figuraba yo como modelo para hoy. Mason tuvo que ir a trabajar a otro
lugar.
—No, no lo hice.
—¿Y pensaste que yo era Mason?
Miller se cruza de brazos, con los hombros tensos y levantados.
—Sí…
Me paso la mano por la cara, darme cuenta de que fueron mis
suposiciones las que nos metieron en este lío es totalmente mortificante.
—…Lo siento.
Miller resopla.
—No hace falta que lo sientas. Acabo de tener el mejor sexo que he
tenido en meses por un error de identidad. ¿Estás bien?
—No lo sé —respondo—. Todo esto es... bueno, es raro.
—No es la primera vez que alguien nos confunde, pero sí la primera
que me acuesto con alguien debido a ello.
Dios mío. Esto es tan vergonzoso que ni siquiera sé qué hacer conmigo
misma. No quiero hacer sentir mal a Miller echando a correr ahora que sé
que no es su hermano, pero ganas no me faltan. No sé qué hacer ni cómo
actuar.
—Oye…
Miller apoya su mano en mi hombro. Es grande, fuerte y reconfortante,
y la posa suavemente para darme algo de tranquilidad.
—…Natalie, sé que debes sentirte rara por esto. Yo... supongo que
debería pedirte perdón.
—¿Por qué? Tú no has hecho nada. Ha sido culpa mía.
—Quizá hoy deberíamos haber sido los dos un poco más expresivos
antes de caer en la cama el uno con el otro —comenta Miller inclinando la
cabeza hacia un lado y esbozando su soez sonrisa que ahora puedo ver que
es muy diferente de la de su hermano—, aunque entonces no nos lo
habríamos pasado tan bien.
Resoplo, pensando en lo diferente que fue mi encuentro con Mason.
Puede que sean trillizos, pero no son idénticos en todos los sentidos. ¿Así
sería estar con los tres? Anoche empecé la novela que me recomendó
Connie, y la autora hablaba de cómo estar con más de un hombre permitía
encontrar características complementarias entre el grupo. Si necesitas un
hombre que sea dulce y amable, lo puedes tener. Si necesitas uno que sea
duro y exigente, también puedes tenerlo al mismo tiempo. Suena egoísta,
porque ¿cómo puede una mujer satisfacer a más de un hombre? Por mi
parte, creo que nunca sería suficiente para ellos.
—La diversión es un peligro —digo, rodando sobre mi espalda y
mirando fijamente el techo blanco, completamente liso.
Ojalá la vida fuera tan sencilla.
—La diversión es lo que hace girar el mundo —afirma Miller.
—Yo...
Hago una pausa, las palabras que iba a decir a continuación
desaparecen en mi boca.
—¿Crees que esto fue un error?
—…Creo que todo lo que hago es un error.
—Te entiendo —dice Miller apartándome el pelo de la cara con su
mano en un gesto demasiado tierno para dónde estamos y quiénes somos
—. ¿Pero no crees que todo es cuestión de perspectiva?
—¿Qué quieres decir?
—Puedes ver las cosas como errores, o como peldaños en el camino de
la vida. No siempre podemos hacer lo correcto... Somos humanos. Nos
equivocamos y luego aprendemos.
—Parece que no se me da muy bien aprender.
Suspiro, la profunda decepción por las malas decisiones que he tomado
últimamente me pesa en el pecho.
—Creo que eres muy dura contigo misma. Por ejemplo, hoy, puedes ver
todo esto como un gran error. Puedes culparte por las suposiciones, por no
haber hecho las preguntas correctas, o puedes verlo como algo bueno que
ha sucedido. Tuvimos la oportunidad de experimentar algo bastante
increíble. Quiero decir... Joder. —sacude la cabeza—. Tengo muchas ganas
de repetirlo.
—¿Otra vez?
—¿Tú no?
Mi clítoris traicionero hormiguea al pensarlo. ¿Un error o algo
increíble? Según Miller, todo es cuestión de perspectiva, y supongo que
tiene razón. Puedo salir de esta habitación culpándome o sonriendo.
Puedo quedarme con los recuerdos para que mi yo de ochenta años sonría,
o puedo enterrar secretos bochornosos. ¿Es tan fácil cambiar de opinión y
decidir qué perspectiva adoptar?
—¿Qué opinas, Natalie? ¿Lista para ver lo impresionante que puede ser
tu error?
Se pone encima de mí, con las rodillas a horcajadas sobre mis caderas,
con su polla grande y dura, dispuesta a darme placer.
Peldaños en el camino de la vida.
Me gusta su perspectiva.
Cuando me besa, olvido por qué en algún momento pensé que esto era
una mala idea.
16

—¿Qué le vas a decir a Mason? —le pregunto a Miller cuando la noche se


ha convertido en madrugada y nuestro sudor por fin se ha enfriado.
—La verdad —responde—, no tenemos secretos, y mucho menos nos
mentimos. Así ha sido siempre.
—¿Se enfadará?
La idea de que no va a haber celos entre ellos no me termina de
cuadrar.
—No. Se alegrará, especialmente por ti.
—¿Por qué por mí?
Miller me acerca aún más a él, mi espalda se hunde más en el rincón de
su pecho mientras me acurruca.
—Porque él... tiene algo contigo. Hay algo que quiere que liberes.
—¿Qué quieres decir?
—Me habló del juego que te hizo seguir. Me dijo que te empujó a pedir
lo que querías... que sabía que eso no era algo natural para ti.
—Es verdad. No lo es —confirmo—. Creo que nunca lo ha sido.
Miller empieza a besarme la nuca.
—No nacemos con todo lo que necesitamos para afrontar la vida —
añade—. A veces, tenemos que ser conscientes de ello y encontrar formas
de aprender y adaptarnos.
—Mason y tú sois muy perceptivos.
—Mason ve el mundo tal y como es. Ve a través de las apariencias la
verdad de las personas. Creo que es porque es un artista. Sus ojos
desmontan las cosas para poder recomponerlas a su manera.
—¿Y tú?
Puedo sentir la sonrisa de Miller contra mi cuero cabelludo.
—Soy psicólogo.
Girando en sus brazos, veo al hombre cuyo sabor aún está fresco en mi
boca bajo una nueva luz.
—¿En serio?
Asiente con la cabeza.
—Tengo mi propia consulta.
—Bueno, eso explica muchas cosas.
Miller se encoge de hombros.
—No me gusta decírselo a la gente. Parece que enseguida empiezan a
pensar que les estoy analizando.
—¿Y no lo haces?
Se encoge de hombros.
—Supongo que es difícil desconectar esa parte de mi cerebro. Al igual
que Mason ve posibles cuadros que podría hacer donde quiera que vaya, y
Max ve el potencial de los problemas antes de que hayan sucedido, yo veo
a la gente.
—¿Max?
—Es el jefe de seguridad de un hotel y casino.
—Ah.
Me imagino a Max vestido con un traje negro, con un auricular y una
pistola atada bajo la chaqueta. Tiene ese aire fuerte y capaz que inspira
confianza, incluso en las situaciones más difíciles.
—Puede entorpecer las relaciones —afirma Miller.
—Me imagino. Ya es bastante duro intentar entenderse a uno mismo a
diario, no hablemos de tener alguien a quien amas haciéndolo…
Miller suspira y yo me inclino para besarle los labios, dándome cuenta,
después de haberlo dicho, de que ése es exactamente su miedo.
—…pero quizá cuando encuentres a alguien a quien amas, no sea tan
complicado. A mí me ayudaría estar con alguien que pueda desenredar mis
pensamientos de vez en cuando.
—No tienes que decir eso para hacerme sentir mejor.
Sonrío, al ver cómo me mira.
—¿Crees que me gusta complacer a la gente?
Me acomoda el pelo detrás de la oreja y me besa la frente de una
forma que me derrite.
—Pienso que eres una persona muy amable que espera menos para sí
misma de lo que da a los demás.
—Y tú, Miller Banbury. ¿Cómo eres?
Sonríe, se tumba boca arriba y se apoya el brazo en la frente. Antes de
tener esta conversación, no me habría llamado la atención, pero ahora veo
la actitud defensiva en su lenguaje corporal y el hecho de que haya puesto
distancia entre la pregunta y él. Miller es un hombre al que le gusta
entender a la gente, pero tiene barreras definidas para que los demás no
hagan lo mismo con él.
—Soy un hombre que necesita ir al baño.
Aparta las piernas de la cama y se pasea por la habitación sin
preocuparse por su desnudez. Si yo fuera como él, tampoco me
preocuparía. De hecho, estoy bastante contenta de que me ofrezca un
espectáculo por el que la mayoría de las mujeres darían los ahorros de su
vida. Cuando cierra la puerta, me río suavemente para mis adentros.
Estaba equivocada.
No puedo creer que estuviera pensando de aquella manera sobre algo
tan fantástico. Quizá Miller tenga razón. Quizá todo sea cuestión de
perspectiva.
Y mi perspectiva sobre el culo de Miller no es algo de lo que piense
arrepentirme.
17

Esta vez me aseguro de enviarle un mensaje a mi madre para avisarle de


que me voy a quedar en casa de una amiga, así cuando me duerma
arropada en los brazos de Miller no tendré que preocuparme por lo que
tendré que afrontar en casa dentro de unas horas.
Una parte de mí se pregunta si Miller seguirá ahí cuando me despierte,
pero a la otra parte le da igual. Es lo que es. Un peldaño en mi camino. Una
experiencia que siempre recordaré como positiva. Miller es un gran tío,
lleno de perspicacia y empatía. Me ha hecho sentir bien con mi cuerpo y
conmigo misma. Me ha enseñado una nueva forma de pensar que me ha
liberado de la presión que he sentido durante gran parte de mi vida. Quién
sabe cuánto durará, pero por ahora me siento en paz y contenta.
Por la mañana, Miller sigue a mi lado, durmiendo acurrucado frente a
mí, de modo que tengo tiempo de estudiarlo con detenimiento. Tiene una
cicatriz en la mejilla izquierda en la que no me había fijado antes, una
cicatriz que Mason no tiene, una experiencia que los separa.
Cuando se despierta, me tira encima de él, me besa sin importarle
nuestro aliento matutino y me desliza sobre su polla expectante, y me
maravillo de lo bien que nos entendemos después de tan poco tiempo
juntos.
Recogemos su coche que se encuentra aparcado en un garaje
subterráneo y volvemos a la casa de la playa, mientras Miller ignora mis
quejas acerca de lo que pueda decir la gente.
—¿Qué van a decir? —pregunta—. Te estoy acercando a casa, eso es
todo. Nadie sabe dónde he tenido la boca o la polla.
Se me enrojecen las mejillas ante los recuerdos que me traen sus
palabras, pero tiene razón. Cuando llegamos, no hay nadie en casa, y me
dirijo a mi habitación para revisar las imágenes. Al terminar, es la hora de
comer y me muero de hambre. Le digo a John, el hombre que aparece
siempre que necesito algo, que hoy me gustaría llevarme la comida a la
playa. Es fin de semana y me apetece tomar el sol mientras termino de leer
el libro que me recomendó Connie.
John aparece con una nevera llena de manjares. En casa me habría
hecho un bocadillo, pero aquí me doy un festín de sushi recién hecho y un
postre de yogur con bayas blandas que está tan rico que rebaño el cuenco
hasta dejarlo casi limpio. El sol brilla y los pájaros están cantando. Mientras
las olas acarician la orilla, respiro hondo y sacudo la cabeza porque me
resulta desconcertante sentirme tan contenta. Acabo de tener relaciones
sexuales con dos de mis hermanastros sin tener ni idea de si querrán
hacerlo de nuevo. Es la experiencia más abierta que he tenido nunca y, en
lugar de sentirme fuera de control, me siento libre. Libre para pedir lo que
quiero. Libre para ser yo misma.
—Aquí estás.
Levanto la vista y veo a Mason, Miller y Max vestidos con bañadores y
chanclas, con las toallas echadas sobre los hombros. Bajo mi Kindle y me
olvido inmediatamente de la novela romántica.
—Hace un día de playa —digo, observando cómo cada uno de ellos me
mira de arriba abajo, y sintiendo que les llama la atención mi diminuto
bikini.
Max se pasa la mano por el pelo y se levanta las gafas de sol.
—¿Te importa si te acompañamos?
—Claro que no. Es la playa de tu padre. Tenéis más derecho que yo a
estar aquí.
Se encoge de hombros.
—Ésta también es tu casa... Me refería a si estamos fastidiando tu
lectura.
—El libro puede esperar.
Mason y Miller tiran sus cosas en las tumbonas que hay a mi derecha y
Max tira las suyas en la tumbona a mi izquierda, y aquí estoy en medio de
mis hermanastros trillizos. Justo donde Mason quiere que esté.
—¿No trabajas hoy?
—Estoy de turno de noche —responde Max—. Estos depravados tienen
el fin de semana libre.
—Sí, para variar —dice Miller.
—Supongo que ganarse la vida escuchando los problemas de los demás
debe ser muy agotador.
Max se deja caer sobre su toalla pulcramente dispuesta y se quita toda
la arena de los pies antes de levantarlos. Es bastante meticuloso.
—Más agotador que andar por ahí como un extra de la película
Hombres de negro —bromea Miller.
—Sin duda, más agotador que pintar mujeres desnudas y andar por ahí
medio en pelotas —responde Max.
Mason se encoge de hombros y me dedica una sonrisa que hace que se
me caigan las bragas, lo que me confirma que no tiene ningún problema
con que me follara a su hermano anoche.
—Andar medio en pelotas es más fácil que pintar, aunque lo que pinto
tiene sus ventajas.
—Bueno… Cuéntanos, ¿nadas? —pregunta Max.
—Sí, aunque se me da mejor en la piscina. Odio cuando el agua salada
me entra por la nariz. A vosotros se os debe dar muy bien nadar en el mar.
—Sí. Mi padre pagó para que tuviéramos las clases de natación aquí.
Quería asegurarse de que podíamos cuidar de nosotros mismos.
—Es muy buena idea.
—Creo que necesitas ponerte más crema —dice Max—. Se te están
poniendo un poco rojos los hombros.
Sin importarle sus pies limpios, se levanta, coge mi loción de la
pequeña mesa que hay entre nosotros y me pide que me incline hacia
delante.
Puede que no se me dé muy bien leer a la gente, pero está claro que
esto no tiene tanto que ver con mis hombros sino más bien con que él me
toque. Es el único hermano que no ha estado entre mis piernas y, mientras
me aplica crema en la piel con movimientos lentos y sensuales, noto que
eso es algo que pretende cambiar.
¿Es raro que ahora que me he acostado con dos de ellos, el tercero no
me preocupe tanto?
Connie se pondría a chillar si dijera eso en voz alta. Me diría que
arrastrara a Max al mar para que se divirtiera bajo el agua. Se me escapa
un gemido, en parte provocado por las fuertes manos de Max, que ya no
tienen crema que frotar, pero siguen amasando, y en parte por mi fantasía.
Nunca he tenido sexo en el agua y menos en público. No es que esto sea
realmente público. Esta casa está en un terreno sustancial, y la siguiente
propiedad queda muy lejos de la orilla. A menos que alguien tenga un
telescopio apuntándonos, no podrían ver nada. Tal vez el personal de la
casa, pero estoy bastante segura de que firmaron acuerdos de
confidencialidad con sus contratos. Así son los ricos.
Echo la mirada hacia abajo y me doy cuenta de que tengo los pezones
duros bajo el bikini de flores. Quizá sea una especie de memoria muscular.
Ahora, cada vez que un hermano Banbury me toca, reacciono sexualmente.
En este momento, no es algo tan terrible, pero delante de nuestros padres
podría ser mortificante.
Uf.
Aparto ese pensamiento de mi mente. Ya somos mayorcitos y esto es
sólo diversión. Para ellos, se trata de satisfacer un deseo, y para mí, de dar
un paso más en el camino del autodescubrimiento y la satisfacción. ¿Hasta
qué punto puedo superar mis propias barreras sin sentir ningún tipo de
inseguridad ni rechazo?
—¿Quieres jugar a las palas? —pregunta Miller a Mason.
—Claro.
Miller saca las palas y una pelota de goma blanca de su bolsa y me
sonríe antes de correr hacia la orilla con su hermano. Algo en esa sonrisa
me hace sospechar que todo esto se trata de una trampa para que conozca
a Max, y si es así, esto se está convirtiendo claramente en lo que Mason
me había planteado.
El sexo con Mason y Miller por separado ha sobrepasado mis límites. El
sexo con Max por separado sería dar un paso más. Y el sexo con todos ellos
a la vez, ese que describe el libro que me ha recomendado Connie, me
pone colorada desde la planta de los pies hasta la raíz del pelo.
Parece que eso es lo que quieren. ¿Por qué razón? Aparte del factor
perverso, no estoy segura. Quizá disfrutan viendo follar a alguien que se
parece a ellos, lo cual me resulta un extraño impulso egoísta, como follar
frente a un espejo. Tal vez simplemente disfrutan mirando, al igual que la
gente se excita con el porno. O puede que sea algo totalmente distinto.
¿Estará relacionado con el hecho de que sean trillizos? ¿Acaso sienten
que les falta algo cuando están separados? ¿Compartir una chica es la
unión familiar? De ser así, tirarse a su hermanastra debe ser lo máximo.
Miro a Max, consciente de que llevo un rato ensimismada en mis
pensamientos y de que, por eso, estamos callados.
Sonríe de forma lenta y perezosa, dejando ver un solo hoyuelo, y me
choca notar tanta diferencia entre Max y sus hermanos.
—Tienes las mejillas coloradas.
Me toco la cara, la tengo ardiendo.
—El sol pega muy fuerte.
—Y estás pensando en follar…
Abro la boca para protestar, pero él levanta una mano para detenerme.
—…No pasa nada. Yo también.
—¿En eso piensas?
Se encoge de hombros.
—Mis hermanos me han hablado genial de ti, Natalie, y toda esa
información me ronda por la cabeza.
—Mason me dijo que compartís todo.
—Así es —responde Max—. Pero no siempre se presenta la
oportunidad de compartir algunas cosas.
—Me imagino.
Se pone las manos detrás de la cabeza, mirando a sus hermanos, que
están jugando una especie de partido competitivo.
—Mucha gente no nos entiende.
—Supongo que la mayoría de las personas lo ven como un problema.
Por eso tanta gente sufre depresión y tantas relaciones se rompen.
Max asiente.
—Bueno, Miller debe saber más sobre ese tipo de cosas.
—Ya me tiene encaminada hacia el autodescubrimiento.
—Sí, ésa es su especialidad. Aunque no le vendría mal pasar un poco
más de tiempo conociéndose a sí mismo.
—¿Y eso?
Max vuelve a encogerse de hombros.
—No me corresponde a mí hablar sobre los asuntos de mis hermanos.
Supongo que cuando nos conozcas más, verás todas nuestras cicatrices y
defectos.
—¿No son esas cicatrices y defectos lo que nos embellece? —pregunto.
Estamos uno frente al otro, tumbados de lado mientras nos da el sol.
—Me parece una forma estupenda de verlo.
—Cuéntame, ¿cuáles son tus defectos?
Max arrastra la mano por la arena, dejándola correr entre sus dedos.
—No creo que contarte todo esto sea una buena idea antes de que
conozcas todas mis virtudes.
—Empieza por lo bueno entonces.
—Soy el mejor de los tres en la cama —se ríe.
—Sería todo un logro —le digo.
—Bueno, tengo algo de ayuda.
Su tono es críptico y me guiña un ojo, retándome a preguntar.
Arrastro también la mano por la arena caliente, dándome cuenta
demasiado tarde de que estoy imitando su lenguaje corporal, algo que
debería decirle que me siento atraída por él si no lo supiera ya.
—¿Qué ayuda?
—¿Has visto alguna vez un Príncipe Alberto?
Mis ojos se abren de par en par porque sé de lo que está hablando.
Max se ríe de nuevo, tal vez está acostumbrado al tipo de reacción que
provoca su piercing.
—No.
—Entonces, ¿supongo que eso significa que nunca has experimentado
uno?
—No, nunca.
—Qué interesante —responde—. Aunque tal vez lo sería para los dos.
—Los Banbury sois muy presuntuosos.
Extiende la mano hacia la mía y la enlaza.
—Quizá no presuntuosos, pero sí optimistas. Además, ya te lo has
pasado bien con dos hombres bastante idénticos a mí, así que no creo que
sea tan descabellado suponer que te parezca lo bastante sexy como para
llevarte a la cama.
—La apariencia es sólo una mínima parte —digo.
—Entonces, ¿qué fue lo que te atrajo de Mason?
—La forma en que me trató. Su naturaleza artística. Su falta de
arrogancia respecto a su talento. Su comprensión cuando le rechacé.
—¿Lo rechazaste? No había escuchado esa parte.
—Sí... No por nada que él hiciera. Más bien por mi situación actual.
—¿Y cuál es tu situación actual?
—La verdad es que ni siquiera lo sé. Eso fue en parte el motivo.
Max asiente, todavía agarrado a mi mano.
—¿Y de Miller?
—Bueno, ¿sabes que eso fue en un principio por error?
En ese momento, se oyen gritos desde la orilla, donde uno de los
hermanos está celebrando haber ganado al otro. Max pone los ojos en
blanco.
—Siguen siendo tan competitivos como cuando éramos niños.
—¿Con el sexo también?
—Mason se partió de risa cuando se enteró de que Miller había follado
por un error de identidad. Aunque somos bastante relajados con el sexo,
tenemos algo de competitividad sana entre nosotros.
—¿Por eso me coges de la mano? Te sientes competitivo por ser el
único que no...
—¿Te ha probado? Sí. No creo que esta situación deba prolongarse
mucho más.
—Pero no puedo cambiarla así como así —explico—. Eres un tío sexy...
y los tatuajes... Bueno, el conjunto es genial, pero aún no te conozco lo
suficiente como para tener esos sentimientos. Lo siento.
Max me aprieta los dedos suavemente y luego me suelta como si
intuyera que necesita darme algo de espacio.
—No hay prisa, Natalie. Estaba bromeando con eso. Esto no es ninguna
competición entre nosotros, y por mucho que me gustaría saber por qué
mis hermanos parecen haber perdido la cabeza por ti, sólo quiero saberlo
cuando te sientas preparada —asiento, y él se frota el brazo, justo encima
de un tatuaje de un águila que corona su bíceps y su hombro—. Ahora
entiendo por qué Mason tuvo ese juego contigo.
—¿Te lo ha contado? ¿Es algo que hace a menudo?
Una parte de mí quiere saber la respuesta a esa pregunta, pero la otra
está dolorida de celos.
—No demasiado... Tuvimos una novia en la universidad que era amiga
de la familia… Y se nos ocurrió ese juego porque queríamos estar seguros
de que ella dirigía todo. Éramos jóvenes y teníamos miedo de que pudiera
acabar mal... Ya sabes, con falsas acusaciones.
—Vaya... No había pensado en eso. ¿Fue por eso que Mason me
propuso jugar a ese juego?
—No... Fue para que hicieras frente a tus miedos y expresaras lo que
realmente querías.
—Ya, eso me imaginé.
—¿No se te da bien pedir lo que quieres?
Me encojo de hombros.
—La verdad es que no.
Estoy a punto de preguntar más cosas sobre Max cuando mi teléfono
empieza a sonar.
—Perdona —digo, rebuscando en el bolso.
Cuando veo el nombre de la persona que me está llamando, me quedo
callada y bajo el teléfono mientras el corazón se me acelera.
Nate.
¿Qué cojones quiere? Desde luego, no le dejé con ninguna expectativa
de que siguiéramos hablando. Cuando me fui, ni siquiera me despedí.
Estoy convencida de que entendió que le dejaba para siempre sin intención
de volver atrás.
—¿Quién es? —pregunta Max.
Supongo que mi indecisión debe resultarle extraña.
—Mi ex.
—¿Habéis terminado mal?
—Podría decirse que sí.
—¿Será alguna emergencia?
No se me ocurre nada, pero supongo que puede haber pasado algo.
Quizá a algún amigo en común, o a él mismo. Deslizo el dedo para aceptar
la llamada, quiero asegurarme de que no ha sucedido nada grave.
—Hola.
Hay una pausa al otro lado de la línea.
—Natalie. No sabía si contestarías.
—¿Qué pasa, Nate?
—Sólo quería comprobar que estabas bien... te fuiste muy bruscamente
y alterada. Estaba muy angustiado por ti, pero no sabía qué hacer. Espero
que estés mejor, más calmada.
—¿Eso es todo?
Nate emite un raro sonido con la garganta que parece como si
reprimiera una carcajada. Por supuesto, mi frialdad le parece divertida. Es
su forma de debilitarme de una manera tan sutil que es casi imperceptible,
excepto que ahora me doy cuenta. Veo todas sus terribles técnicas de
manipulación.
—Sabes que esta actitud no te pega nada, Natalie. Eres más femenina...
¿Has cambiado de píldora anticonceptiva? Sabes que eso puede volverte
inestable.
—¿Inestable?
No puedo evitar la rabia que me produce la acusación de Nate, ni la
forma en que me hace sentarme y cerrar el puño.
—Camboya es preciosa, Natalie. Sabes que podría comprarte un vuelo
para mañana mismo, y podríamos completar juntos el itinerario en el que
tanto has trabajado. Éste era tu sueño... La Natalie que conozco y amo no
tiraría todo esto por la borda por un simple rumor.
—¿Un rumor? Tú me contaste lo que pasó. Me dijiste que te acostaste
con esas mujeres porque yo no hacía lo que tú querías en la cama.
Mientras escupo esa frase, veo que Max se estremece. Sus ojos se han
oscurecido mientras escucha, y sus puños están ahora apretados a los
lados.
—Era por ti, Natalie. Sé que te cuesta verlo, pero es porque tienes una
forma muy cerrada de ver el mundo. Si abrieras tu mente...
—Mi mente está lo suficientemente abierta, Nate. No voy a volar a
Camboya, y no quiero escuchar nada más sobre esto, ¿de acuerdo?
—No, de eso nada. Escúchame. Te comprometiste conmigo, y esta...
rabieta tuya me está costando dinero. Te estoy comprando un vuelo, y vas
a venir, o habrá consecuencias.
Aparto el teléfono de la oreja y lo miro con incredulidad. Ahí está el
cambio de actitud al que me había acostumbrado con Nate: amable un
minuto y cortante al siguiente. ¿Y qué va a hacer? Sigue despotricando por
teléfono, pero no oigo lo que dice... El tono es lo suficientemente elevado
como para que el corazón se me acelere de la horrible manera que Nate
siempre ha conseguido provocarme. Respiro entrecortadamente.
—¿Estás bien? —dice Max.
Esas tres palabras de bondad bastan para derramar las lágrimas que
tanto he intentado contener.
Ese es el detonante para Max. Me quita el teléfono de la mano.
—¡Escucha! —le grita—. No sé quién coño eres, y la verdad es que no
me importa. Más vale que te calmes de una puta vez y cuelgues ahora
mismo antes de que averigüe quién eres y dónde estás. Dudo que quieras
que vaya y te enseñe lo que les pasa a los gilipollas que se dirigen así a las
mujeres.
Max no le da tiempo a Nate a responder. Se limita a golpear con el dedo
la pantalla para finalizar la llamada y lo deja en la tumbona junto a mí.
—¿Cuándo rompisteis? —pregunta Max.
Su voz suena entrecortada y, cuando levanto los ojos de las rodillas para
mirarle, su mandíbula se tensa.
—Hace unos días.
El tiempo transcurrido desde mi regreso ha pasado tan deprisa que
resulta difícil creer que esto sea cierto. Cuando mis pies tocaron suelo
estadounidense, Nate era un gran espectro que se cernía sobre mi vida
causando dolor. Desde que conocí a los trillizos Banbury, no es más que
una pequeña piedra afilada en mi zapato. Pero esa llamada me lo ha
devuelto todo de la peor manera.
—Siento haber tenido que hacer eso, Natalie. No me suelo meter en la
vida privada de los demás de esa manera, pero la forma en que ese tío te
estaba hablando no es la correcta, y no estoy dispuesto a quedarme
sentado mientras te altera así.
—No pasa nada —digo, aunque en realidad no es así.
No estoy enfadada con Max en absoluto. De hecho, sus acciones me
demuestran qué clase de hombre es, y eso me gusta. Pero, para Nate, que
le hayan regañado así va a ser un gran problema. Lo suficientemente
grande como para que se enfurezca desproporcionadamente. Un escalofrío
de nerviosismo me recorre sólo de pensar que toda esta situación podría ir
a más.
—Oye. No te preocupes —dice Max mientras posa su enorme y cálida
mano sobre mi rodilla—. No volverá a molestarte. Créeme.
Me limpio los ojos con el dorso de la mano.
—No conoces a Nate. No le gusta que le digan lo que tiene que hacer, y
menos aún sentir que alguien se pone por encima de él.
—¿Es controlador?
Asiento con la cabeza y veo cómo se endurece la expresión de Max.
—¿Y agresivo?
—No, jamás fue agresivo.
—Con sus manos, querrás decir. Ha sido muy agresivo con sus palabras
y acciones.
Es una forma de pensar sobre cómo me trató Nate que no se me había
ocurrido antes, pero me mortifica que Max sepa todo esto sobre mí. Fue
un error contestar. No debería haber cogido esa llamada delante de él.
¿Qué debe pensar de mí ahora? ¿Que soy una chica fría y enfadada que no
es capaz de mantener a su novio satisfecho? ¿Una chica débil que no
puede valerse por sí misma y necesita que un desconocido se abalance
sobre ella para solucionar sus problemas? Estoy convencida de que se lo
dirá a sus hermanos, y todos se compadecerán de mí por ser tan patética.
Max me aprieta la rodilla.
—Creo que deberíamos meternos en el mar. Olvidarnos de ese imbécil.
No se merece tus lágrimas ni tu preocupación, ¿vale? Se acabó.
—Eso espero.
Max se levanta y me coge la mano. Cuando la sujeta para ayudarme a
levantarme, lo hace con todo el cuidado y la elegancia de un auténtico
caballero. Puede que esté cubierto de tatuajes y piercings, y puede que
tenga un trabajo que lo convierte en un tipo duro, pero debajo de todo
eso, Max es un hombre que sabe cómo tratar a una mujer.
—Vamos.
Caminamos hacia la orilla y Max me suelta la mano, me rodea el
hombro con el brazo y me estrecha contra su cuerpo. Es un abrazo que me
hace sentir que ahora estoy bajo su protección. Fraternal, en cierto modo,
aunque en realidad no sé lo que significa tener un hermano. Cuando era
pequeña, me imaginaba cómo sería tener hermanos: una hermana con la
que jugar a las casitas y un hermano que pegara a los matones del colegio.
Ahora tengo tres hermanastros tan grandes y fuertes que podrían
defenderme de prácticamente todo. Mason y Miller detienen su partido y
observan nuestro acercamiento. Sonríen intrigados, quizá preguntándose si
Max ha aprovechado bien el tiempo que ha pasado a solas conmigo.
—Vamos al agua —dice Max.
—Ya era hora. Me está entrando calor —dice Miller.
Suelta su pala en la arena y se adentra en el mar, creando pequeñas
olas a ambos lados. Cuando está lo suficientemente profundo, desaparece
y sale a la superficie cubierto de agua y con el pelo alborotado hacia atrás.
Mason sacude la cabeza y se adentra en el mar con más calma, al mismo
ritmo que Max y yo.
—Le encanta hacer una de sus entradas al mar.
—Más bien su espectáculo —ríe Max.
—Pues a mí me ha parecido impresionante —digo.
—¿Ves?
Miller hincha el pecho y se ríe.
—No empieces —dice Max, sacudiendo la cabeza—. Miller ya tiene
bastante chulería como para que le halagues con tus palabras.
El mar está frío en torno a mis muslos y me detengo, recogiendo un
poco de agua para dejarla caer sobre mi piel y facilitar la inmersión.
Cuando levanto la vista, tengo tres pares de ojos fijos en mi piel mojada.
—Me estáis mirando como si nunca hubierais visto a una mujer.
—Ahora mismo sólo quiero mirar a una —dice Mason.
—La única que merece la atención —dice Miller.
—Vosotros ya habéis tenido más de lo que deberíais —dice Max con el
ceño tan fruncido que me entra la risa floja.
—Tal vez Natalie quiera poner remedio a eso —dice Mason con un
guiño.
—¿En qué sentido?
—Bueno, estamos aquí fuera solos...
Todos miramos alrededor para confirmar que no hay otra persona a la
vista.
—…Y tal vez podrías mostrarle un poco de lo que se ha perdido.
—¿Cómo qué?
Mason se acerca por detrás, me pone las manos en los hombros y me
recorre los brazos. Incluso en el frío océano, sus manos están calientes y
eso me produce un escalofrío. Lo que no había notado es que me ha
bajado los tirantes de la parte de arriba del bikini con los pulgares y, al tirar
suavemente, la turgencia de mis pechos se hace más evidente.
—Eh —le digo, levantando las manos para mantener todo en su sitio.
Se inclina para besarme el cuello y susurra:
—Sólo una miradita... nada más.
Mis ojos se encuentran con los de Max, que han pasado del azul cielo al
azul marino más oscuro con sólo pensar en ver lo que esconden mis
manos. Mis pezones se han endurecido hasta convertirse en púas debido a
la excitación.
Miller se acerca, la dinámica entre nosotros es tan estática como la
electricidad.
—No podemos —digo.
Max asiente, haciéndome saber que lo entiende, y las manos de Mason
bajan.
—Vale —dice en voz baja.
No hay ira en la voz de Max ni frustración en su expresión. He dicho que
no, me han escuchado y lo han entendido. Al igual que en el estudio de
Mason, su disposición a dejarme decidir sin presiones es lo que más me
excita. ¿Con qué facilidad me hacen sentir que mi voz cuenta, que mis
sentimientos son importantes? ¿Cómo es tan fácil para ellos mostrarme
que todo en mi relación con Nate era tóxico y erróneo?
Giro la cabeza y Mason sonríe con esa sonrisa brillante que tiene, con
hoyuelos incluidos.
—No me culpes por intentarlo —dice.
Miller salpica a su hermano y Max se ríe, y en algún momento entre
toda esa alegría, me invade la misma sensación de libertad que me llevó a
acostarme con Mason y Miller. Sin fuerzas ni expectativas, me hacen ver
que puedo decidir.
Fijo la mirada en Max y retiro lentamente las manos del pecho. Los
tirantes del bikini me hacen cosquillas en los codos, pero en lugar de
usarlos para bajarme la parte de arriba, me echo la mano a la espalda para
desabrochar el cierre. El ruido de las risas y los chapoteos se va apagando
hasta convertirse en la quietud que acompaña a una gran expectación, y
cuando me quito la tela mojada de la piel y le muestro los pechos a Max,
me siento una persona completamente distinta.
18

¿De dónde viene la libertad?


Ésa que no sólo existe fuera de nosotros, sino que también se
encuentra en nuestro interior. Creamos nuestras propias cadenas para
hacer frente a nuestras inseguridades. Nos reprimimos por miedo a lo que
los demás piensen de nosotros o a lo que nosotros mismos podamos
pensar.
La primera vez que reservé mis vuelos para ver mundo creí que era
libre: sólo éramos mi cámara y yo. Bueno, y Nate, por supuesto. Nunca
había salido de Estados Unidos. Mejor dicho, nunca había salido de mi
propio estado. El simple hecho de poseer un pasaporte me hacía sentir
libre. Comer comida nueva y pasar tiempo en nuevas culturas también me
hacía sentir que estaba saboreando la libertad, pero echando la vista atrás,
todo eso era sólo de manera superficial. Por dentro, me encerraba en mí
misma, me contenía para que Nate me diera el visto bueno y vigilaba mis
propios impulsos para no cruzar la línea de lo que él toleraría.
Cuando me veo entre estos tres hombres, todo eso parece
desvanecerse.
¿Qué es la libertad? Es llegar al punto en el que tu mente y tu cuerpo te
pertenecen. Es la sensación de paz que viene con la comprensión de las
palabras de Miller. Cada paso es sólo una progresión en un largo viaje. Ya
sea positivo o negativo, nos hace avanzar. Esa propulsión es inevitable. No
podemos luchar contra ella restringiéndonos. Al hacerlo, sólo damos pasos
opuestos que no nos hacen sentir tan bien.
Quiero dar los pasos de mi vida con convicción. Quiero dar pasos que
me permitan ver más allá del horizonte, no que me limiten, como me
sucedía estando con Nate.
Cada paso que doy de la mano de Mason, Miller y Max parece llenarme
por dentro. Me siento más fuerte y luminosa cuando estoy con ellos. Me
siento segura y exuberante.
Me siento libre.
Max se queda callado durante un rato. Sus ojos no se apartan de mis
pechos y, por la forma en que se muerde el labio inferior, puedo intuir lo
que está pensando. Hay en él un deseo que me excita entre las piernas.
Vuelve a frotarse el hombro y el águila aparece y desaparece detrás de su
mano.
—Natalie —pronuncia con voz ronca—. Ven aquí.
—Así no es como funciona el juego —dice Mason en voz baja, todavía
detrás de mí—. Natalie sabe que es ella quien toma todas las decisiones.
—Ven —le digo a Max, intercambiando los papeles.
Se mueve por el agua con la gracia de una pantera, y yo inspiro una
pequeña bocanada de aire cuando su mano me agarra la cadera bajo el
agua.
—No tienes idea de lo sexy que estás —dice Max—. Mira...
Me coge la mano y la presiona sobre su rígida polla, empujando mi
pulgar sobre una bolita metálica que debe de ser su piercing. Dios, la tiene
grande, como sus hermanos. Los dos bajamos la mirada cuando me suelta
la mano. No quiero apartarme. Al menos no tan rápido. Quiero
acariciársela hasta que vea que pone los ojos en blanco y hasta que sienta
que su polla se vuelve aún más gorda.
Mason y Miller se acercan, atraídos por lo que estamos haciendo a
plena luz del día. Nunca he sido tan descarada. Nunca he tenido el deseo o
el valor de tener una escena sexual en público.
—Qué gusto—dice Max.
—Estaría aún mejor piel con piel —dice Miller.
—Eso depende de Natalie.
Miro entre estos hombres que son como tres semidioses, tallados sobre
roca. Tan altos y anchos, con bíceps hechos para sostenerme y pechos
perfectos para acunarme. Ojos como joyas y sonrisas que iluminan todo a
su alrededor. Miro y no entiendo cómo he tenido tanta suerte. A lo sumo,
podría ser suficiente para uno de ellos si realmente me esfuerzo por dar lo
mejor de mí, pero ¿para tres de ellos? No lo entiendo, aunque tengo
muchas ganas de intentarlo.
—Llevadme de vuelta a casa —sugiero—. Y mostradme qué sabéis
hacer.
19

El camino de vuelta a la casa de la playa está lleno de risas y silencios llenos


de expectación. Veo las miradas que se cruzan mis hermanastros, pero no
hay nada que me haga pensar que debería cambiar de opinión sobre lo que
estoy a punto de hacer.
Mi madre y Conrad están fuera por cuestiones de trabajo. La casa está
vacía salvo por el personal, y ninguno de ellos tiene por qué saber nada. En
la intimidad de mi habitación, soy libre de experimentar. Soy libre de
entregarme a tres hombres que son como mi despertar.
Los llevo escaleras arriba, sintiendo sus ojos clavados en mi cuerpo
mientras avanzo paso a paso, cada vez más cerca de vivir una fantasía.
Connie nunca me creería capaz de esto. Y hasta este momento, ¡yo
tampoco!
El aire acondicionado se encarga de mantener un ambiente perfecto,
pero echo de menos la brisa del exterior, así que abro la puerta del balcón
y dejo que entre el viento y el sonido de las olas. Cuando me giro, Max está
cerrando la puerta tras de sí y girando la cerradura. Ese clic es el punto de
separación entre lo que era antes y en lo que estoy a punto de
convertirme. Tengo la piel pegajosa por el mar y la crema solar, pero no me
importa. Atrás quedaron los días en los que sentía que era necesario
bañarme y depilarme a la perfección para un hombre.
Con estos hombres no siento que mi cuerpo sea algo de lo que deba
avergonzarme, más bien todo lo contrario.
No espero a que ellos den el primer paso porque ya no soy así. Soy una
persona nueva. Una nueva Natalie. Una Natalie segura de sí misma. Una
mujer que se quita el bikini en una habitación rodeada por tres hombres
guapísimos y se queda desnuda ante ellos expectante.
Mason y Miller me han dicho que no sienten celos entre ellos, y lo
compruebo cuando esperan a que Max dé el primer paso. Podrían actuar
de manera ansiosa y egoísta, pero no lo hacen. En cambio, se muestran
atentos y considerados.
—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —pregunta Max.
—Estoy desnuda —digo con una sonrisa—. Creo que eso lo dice todo.
—Aun así quiero oírlo de tu boca. Quiero que me digas lo que
realmente quieres.
—Enséñame la polla —le digo, sin reparos ni vergüenza—. Enséñame
eso que he tocado sin llegar a ver.
Engancha los pulgares en la cintura del bañador y tira de él hacia abajo
con un solo gesto. Su polla se libera, golpea su vientre y el piercing brilla a
la luz del sol que entra por la ventana. Mis ojos se abren de par en par al
ver el intrincado tatuaje que cubre su polla.
—No sabía que también se podía tatuar ahí —digo—. Debe haber sido
muy doloroso.
Max se agarra la polla, frotando el pulgar por el Príncipe Alberto,
tirando de él con más fuerza de la que yo nunca me habría sentido
cómoda.
—El dolor no es algo a lo que temer. Todo está en la mente. ¿Quieres
sentirlo, piel con piel?
—Sí —digo, dando un paso hasta acercarme lo suficiente como para
rodear con mi mano la polla más impresionante que he visto nunca.
No es sólo por el tamaño. Mason y Miller tienen la polla exactamente
igual de grande, y las he tenido en la mano, la boca y el coño. Se trata de la
forma en que Max ha decorado esa parte privada de su cuerpo. Nunca
pensé que sería algo que me atraería, pero joder, las intrincadas espirales
negras que rodean su polla son tremendamente excitantes. Tiene algo que
me pone mucho, tal vez porque sé que el hecho de haber sufrido ese dolor
le hace más fuerte de lo que yo podría llegar a ser.
Sentir su cuerpo es mejor de lo que esperaba. Todo en Max me parece
sexy, desde sus abdominales ondulantes hasta sus muslos musculosos.
Incluso sus pies son atractivos y eso es algo en lo que no había pensado
nunca... ¡ni por asomo!
Miro a mi alrededor y veo que Miller y Mason observan el movimiento
de mi mano y, por primera vez en mi vida, no me siento cohibida. Aquí
nadie me juzga. No hay expectativas que deba cumplir. Estos hombres son
muy relajados, entre ellos y conmigo. Disfrutan el momento como si
estuvieran encantados de estar presentes y poder participar.
Y lo harán.
¿Pensé que me iba a excitar que me miraran? No hasta este momento.
Me entran ganas de ponerme de rodillas y entregarme a Max como
nunca antes lo había hecho con ningún otro hombre. Aquí no hay lucha de
poder, y eso me permite sentirme lo bastante cómoda como para hacerlo.
Apoyo mis rodillas sobre una suave alfombra, y Max gime de placer cuando
rodeo la cabeza de su polla con mi lengua, saboreando el frescor de su
piercing en mi boca. Sisea, su mano se desliza por mi pelo, pero no lo
agarra. No pretende controlar mis acciones en absoluto. Más bien me
acaricia suavemente, provocando el zumbido de mis nervios en el cuero
cabelludo.
—Me estáis poniendo cachondo —dice Miller.
Se acerca a nosotros y se sienta en el borde de la cama, con la polla
entre la mano.
Miro fijamente a Max a los ojos y siento cómo su polla palpita en mi
boca, el contacto visual lo excita aún más. Mason se arrodilla a mi lado, me
besa los hombros y el cuello, pasándome los dedos por la espalda y por la
piel desnuda del culo. Quiero que me toque mientras hago esto, cosa que
sería imposible si solo hubiera un hombre en esta habitación conmigo.
Supongo que esta es la ventaja de que haya más de un par de manos, y
más de una polla. No tiene por qué haber parones, haga lo que haga. Y
entonces caigo en la cuenta. Tres hombres para complacer son en realidad
tres hombres para complacerme. Me alejo de Max, usando el líquido de mi
boca para lubricar los movimientos de mi mano.
—Tócame —le digo a Mason, y él obedece, acariciándome el vientre y
entre las piernas, encontrándome más húmeda de lo que esperaba.
—Te gusta, ¿verdad? Te gusta arrodillarte ante mi hermano y chuparle
la polla.
Asiento con la cabeza, lamiendo de nuevo hasta que la mano de Max
empieza a temblar.
—¿Te gusta que te miren? —pregunta Miller.
Él se ha arrodillado también. Sus dedos encuentran mis pezones y los
pellizcan con la presión justa.
—Sí —afirmo, pero esa simple afirmación no cubre realmente cómo me
siento ahora mismo.
Entre estos tres hombres enormes, me siento diminuta, pero al mismo
tiempo poderosa. Es extraño que algo que la mayoría de la gente
imaginaría degradante sea en realidad tan excitante. Mason me mete otro
dedo, y luego otro, hasta que me siento llena por su mano retorcida,
gimiendo sobre la polla de Max mientras Miller me acaricia con cariño,
haciéndome sentir preciosa.
—Dinos qué quieres —dice Max, cogiéndome la barbilla con su enorme
y cálida mano.
—Quiero que me mostréis lo que haríais si tuvierais el control.
—¿Quieres que estemos al mando?
Max enarca las cejas. Supongo que no se lo esperaba.
—Quiero que tengáis el control total, dentro de lo razonable —sonrío
—. Si algo no me gusta, os lo diré.
—Tienes que prometerlo —dice Miller—. Si existe la más mínima
posibilidad de que no quieras hacer algo, entonces pararemos. Tiene que
haber total confianza para que esto funcione.
—Sí —respondo—. Mason y tú me habéis enseñado a tener voz. Me
habéis preparado.
—Vale, pequeña… —dice Max, agachándose para levantarme como si
no pesara nada.
Caigo en la cama junto a un Max risueño que se arrastra sobre mí,
sujetándome las dos manos por encima de la cabeza.
—…Entonces quieres que tengamos el control.
Miro fijamente su atractivo rostro y asiento con la cabeza.
—Nunca he hecho algo así. No sé ni qué pedir. No sé cómo coreografiar
algo tan íntimo con tanta gente.
—No es un baile —dice Miller—. Pero, entiendo lo que quieres decir.
—De todas formas, ser manoseada por tres hombres fuertes y
atractivos es algo muy sensual.
—Así que quieres ser manoseada —dice Mason—. ¿Suave o
bruscamente?
—Sorpréndeme.
En mi sucio corazoncito, espero lo rudo, y eso me pilla por sorpresa.
Nunca antes había deseado que las manos o las acciones de un hombre
fueran ásperas, así que deben tener algo estos hombres que me da
confianza. Sé que podrían hacerme sentir cosas que nunca he sentido
antes sin destrozarme.
Max no tarda en abrirme las piernas y poner su polla en la entrada de
mi vagina. Miro hacia abajo, entre nuestros cuerpos, maravillada por el
aspecto de su oscura polla contra el rosado de mi coño. Su piercing ya está
dentro de mí, y me preparo para la extraña sensación que puede causar
cuando me penetre hasta el fondo.
Dios mío. Pongo los ojos en blanco cuando me penetra, y la humedad
causada por los dedos de Mason se extiende a su paso. Me la mete hasta
el fondo varias veces, cogiéndome los tobillos con sus grandes manos y
abriéndome las piernas al máximo. Es un hombre tan grande y musculoso
que mis estrechas caderas luchan por soportarlo.
—Eso es —dice Miller—. Métesela hasta el fondo. Haz que la sienta.
Me hormiguea el clítoris, sus palabras suenan como una pluma sobre
mi zona más sensible.
—Miller, encárgate de la boca —ordena Mason, y su hermano no
pierde el tiempo.
Esperaba que viniera a mi lado, pero en lugar de eso, se sienta a
horcajadas sobre mi cabeza desde atrás, inclinando mi barbilla hacia atrás,
de modo que mi cabeza queda un poco fuera del borde de la cama.
Cuando desliza su polla en mi boca abierta, Max empuja con más fuerza,
sacudiéndome hacia Mason, de modo que su polla empuja cada vez más
profundamente en mi garganta. Me empiezan a llorar los ojos, y me siento
aturdida. Tan aturdida que casi puedo ver la imagen de mí misma desde
arriba: una chica que ha soltado muchas inhibiciones para buscar la
liberación más absoluta. El pulgar de Miller me acaricia las mejillas y se
retira, siendo la imagen de mis lágrimas demasiado.
—Dale la vuelta —dice, poniéndose boca arriba y tirando de mí hacia su
regazo—. Ya está, cariño. ¿Estás bien?
Asiento y me inclino para besarle los labios mientras Max se coloca en
la cama detrás de mí.
—Vamos a probar algo —me dice, con una voz ronca que delata lo
excitado que está—. Si es demasiado, avísanos.
Miller me agarra de las caderas, deslizándome sobre su enorme polla,
que me está esperando, y luego me arrastra hacia abajo, sobre su pecho.
Empiezo a mover las caderas, la sensación de tenerlo dentro me excita,
pero me agarra el culo con fuerza.
—Espera, Natalie. Max también te la va a meter.
—¿Dónde? —Jadeo, mirando a los ojos entrecerrados de Miller.
—En el coño —dice con naturalidad, como si fuera lo más obvio del
mundo.
Mi grito ahogado provoca la risa de Miller.
—¿Crees que será demasiado?
—Creo que lo tengo demasiado estrecho —digo.
—Se te dilatará —dice Max, escupiendo sobre la palma de su mano y
lubricándose la polla.
El primer empujón parece imposible. Me estremezco y Mason me besa
la boca, diciéndome que me relaje entre beso y beso. La mano de Max me
acaricia la espalda, me baja por la columna vertebral y me roza la
entrepierna. Vuelvo a estremecerme, las sensaciones son tan abrumadoras
y prohibidas que no sé cómo reaccionar.
—Tranquila—dice Max, empujando de nuevo.
Esta vez, la cabeza perforada de su polla logra penetrarme apenas un
centímetro. Madre mía... qué gusto. Es una sensación increíble. Estoy más
dilatada de lo que jamás podría haber imaginado, y mi clítoris apretado
contra Mason zumba con la estimulación.
—Relájate —dice Max, con su mano en mi culo acariciándome
suavemente como si estuviera calmando a un caballo asustadizo.
Cierro los ojos e inhalo el aroma de Miller, imaginando las olas
rompiendo en la orilla frente a nuestra ventana. Max empuja más hondo y
yo exhalo con él hasta que llega lo más hondo posible.
—Joder —dice Miller. Me agarra del pelo y me gira la cara hacia la suya.
Abro los ojos y me sonríe—. ¿Ves? Puedes hacerlo. Puedes con todo.
Y así es. Vaya si puedo.
—¿Puedes conmigo también? —pregunta Mason.
Me acaricia el labio inferior con el pulgar, tirando de él hacia abajo para
abrirme la boca.
Asiento, y él sustituye su pulgar por su polla, y entonces sus hermanos
empiezan a moverse.
Me pierdo en el ritmo de sus movimientos, el tira y afloja es tan
fascinante que parece que el tiempo se escapa. Nunca habría creído que
podría correrme así, con tantas cosas sucediendo en mi cuerpo a la vez.
Pero un orgasmo empieza a crecer, brota de lo más profundo de mi vientre
y se extiende por mi clítoris, haciendo que me estremezca contra Miller.
Gimo contra Mason, y las vibraciones son suficientes para que se corra en
mi boca, acompañado de sus propios gemidos. Miller y Max no se quedan
atrás, sus orgasmos combinados me aplastan entre sus cuerpos
musculosos bañados en sudor.
Y entre toda esta actividad abrumadoramente sucia, surge en mi
interior una risa que no puedo contener. Sacude mi cuerpo con tanta
fuerza que tiemblo contra Miller. Por un segundo, me pregunto cómo
reaccionarán mis hermanastros. ¿Pensarán que estoy loca? Pero lejos de
eso, empiezan a reírse también, me besan los hombros y las mejillas, y Max
me da palmaditas en el culo mientras se retira.
—Ha estado... —digo, pero hay demasiadas palabras con las que podría
terminar esa frase como para elegir sólo una. Increíble. Emocionante.
Alucinante. Abrumador. Apasionante. Aunque lo que quiero decir es "un
despertar".
Me siento como si hubiera estado dormida durante todo lo que ha
pasado antes en mi vida, y ahora por fin soy consciente.
—Sí… —dice Miller, y creo que ellos también deben sentir lo mismo.
20

Al anochecer, Max tiene que irse para empezar su turno. Se ducha en mi


cuarto de baño mientras yo descanso entre sus hermanos. Cuando termina
de ducharse, se sube a mi cama, oliendo deliciosamente bien, y me da un
beso de despedida.
—Cuidad de ella —ordena a sus hermanos, que asienten
solemnemente como si se les hubiera encomendado una tarea de vital
importancia—. Nos vemos luego —dice, deteniéndose para mirarme
mientras sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí.
Debo de haberme quedado dormida, porque cuando me despierto ya
es por la mañana y Max está sentado en una silla vestido con su traje
negro, sorbiendo una taza de café cargado.
—¿Ya has vuelto? —susurro.
La habitación brilla con el sol naciente, mientras Miller y Mason siguen
durmiendo.
Asiente con la cabeza.
—La cosa estaba tranquila y decidí pedirle a uno de mi equipo que me
cubriera. No quería ausentarme demasiado tiempo.
—Qué bien. Vuelve a la cama.
Max niega con la cabeza.
—No hay mucho espacio, y vosotros os levantaréis pronto. Necesito
descansar un poco.
Me escabullo del brazo de Mason y me alejo del extremo de la cama
con tanto cuidado como puedo.
—Voy contigo —le digo.
Max me sube a su regazo y deja su taza de café en el suelo. Me inclino
para besar su cálida boca y me abraza.
—Sabes que si vienes, no voy a poder dormir nada.
—Me portaré bien. Te lo prometo.
—Vale, pero será mejor que te pongas algo encima…
Me da unas palmaditas en mi culo desnudo, mirando mi cuerpo con
aprecio.
—…Y si te portas bien, te recompensaré con algo muy bueno para
desayunar.
—Querrás decir para comer —respondo, poniéndome en pie para
buscar mi bonito pijama blanco de pantalón corto de algodón y camisola.
—Todo es cuestión de perspectiva —afirma.
Sigo a Max por la casa, subo otro tramo de escaleras y atravieso un
pasillo. Abre la puerta de su habitación, del mismo tamaño que la mía,
pero con una decoración de soltero. Tiene un sofá bajo de cuero negro
donde yo tengo mi silla y una cama trineo de madera oscura, mientras que
la mía es de madera pintada de estilo colonial. Huele a su colonia y está
muy ordenada, lo que refleja su concentración y disciplina.
—Voy a refrescarme —dice—. Métete en la cama.
Las sábanas de su cama están recién puestas y el colchón
perfectamente firme. Se va rápidamente al baño, vuelve en ropa interior y
cuelga la ropa de trabajo antes de meterse en la cama conmigo.
—Estoy agotado —susurra, besándome la frente—. Pero eres lo mejor
que he tenido en casa en mucho tiempo.
Acaricio con mis dedos su hombro, observando de cerca su tatuaje.
—Esta águila es increíble —comento—. Parece una fotografía.
—Mi amigo me hizo todo el tatuaje. Tiene mucho talento.
—¿Y por qué un águila?
—Representa la fuerza —explica Max—, pero también de libertad.
Durante mucho tiempo, sentí que tenía que ser una determinada persona
para cumplir las expectativas de mi familia. Mi madre siempre había
querido que todos entráramos en el negocio de mi padre. Quería que
fuéramos grandes profesionales. Que estudiáramos derecho, contabilidad y
empresariales y siguiéramos el ejemplo de nuestro padre. Cuando murió
teníamos trece años. Estábamos empezando a descubrir las cosas que nos
gustaban, pero también sentíamos que no podíamos hacer nada que
alterara el equilibrio. Mi padre estaba destrozado y sobreviviendo a duras
penas. Necesitaba que nos aferráramos a los sueños que compartía con mi
madre como una forma de cumplir su legado.
—Te entiendo —le digo—. Debe haber sido muy duro.
—Lo fue... Sobre todo porque sabía que ser yo mismo habría
perjudicado a mi padre. No quería sentarme en una oficina atestada de
números o jerga jurídica. No quería vivir a la sombra de mi padre, y había
pasado el tiempo suficiente con mis hermanos para saber que
necesitábamos tomar caminos separados si queríamos mantener nuestro
estrecho vínculo. El amor necesita espacio para respirar.
Asiento con la cabeza, pensando en lo sabio que suena Max. Sabio
como el águila.
—¿Cuándo se lo dijiste a tu padre?
—Con dieciocho años. Iba a clases de artes marciales por la noche, y ya
estaba bastante fuerte. Sabía que quería dedicarme a la policía o a los
servicios secretos... Algo que fuera diferente cada día, donde no estuviera
fijo en un sitio sino conociendo gente y manteniéndola a salvo.
Enfrentarme a mi padre fue un rito de iniciación. Me marqué con el águila
para recordar que la libertad tiene un precio. Tuve que decepcionarle para
que se sintiera orgulloso, y ahora lo está. Con el tiempo ha podido ver que
era lo correcto para mí.
—¿Y tus hermanos?
—Ellos hicieron lo mismo. Tres hijos y ninguno quería llevar el negocio
familiar. Supongo que cuando mi padre no pueda más, tomaremos las
riendas como directores, pero dejaremos el día a día a otros. O quizá lo
vendamos. ¿Quién sabe? Al menos mi padre comprende que no le estamos
repudiando al no seguir el sueño que construyó.
—¿Y éste?
Recorro su cuerpo con el dedo hasta rozar el bulto de su polla bajo los
calzoncillos.
—Es un diseño maorí. Se llama Koru. Es el símbolo de los nuevos
comienzos, o de la nueva vida.
—Qué directo —digo.
—Sí, puedo ser un hombre muy directo.
Me pasa la mano por el pelo de una forma que resulta protectora.
—¿Crees que tu ex volverá a llamarte?
—No lo sé —le digo—. Sinceramente, no pensé que me llamaría, así
que no tengo ni idea de lo que hará.
—A partir de ahora, quiero que me cuentes cada interacción que tengas
con él, ¿vale? Por teléfono, mensajes, redes sociales, correo electrónico...
en persona.
—Está en Camboya
Le tranquiliza saber que está lejos.
—Puede ser —dice Max—, pero realmente no lo sabes con seguridad.
—Ya, supongo que tienes razón.
—Yo... tengo un sentido para este tipo de cosas. Supongo que por mi
trabajo. Sólo prométeme que me contarás todo, ¿de acuerdo? Incluso las
cosas que no te parezcan serias.
—Vale.
Sé que sólo intenta mantenerme a salvo, pero su preocupación me ha
inquietado.
—Oye —me dice cogiéndome la mano por debajo de las sábanas—. No
tienes que preocuparte por nada. Cuidaremos de ti, pequeña. Déjalo en
nuestras manos.
Ha pasado mucho tiempo desde que sentí que alguien me cubría las
espaldas. De hecho, me pregunto si ha habido algún momento en el que
me haya sentido realmente segura y apoyada. Mi madre hizo todo lo que
pudo, pero siempre sentí que estábamos expuestas sin un padre de por
medio. Incluso en las relaciones, siempre ha habido un elemento de
incertidumbre para mí, pero no tengo ese tipo de sentimientos en los
brazos de Max. Aquí, todo lo que siento es seguridad.
Beso sus labios suavemente, observando la oscuridad que rodea sus
ojos y sintiéndome tan agradecida por haberle encontrado, aunque sea por
poco tiempo.
—Necesitas descansar un poco.
—Sí —dice con una sonrisa somnolienta—. Buenas noches, princesa.
Hasta mañana.
Parpadeo cuando Max se queda dormido delante de mí, como si
alguien le hubiera pulsado el interruptor de apagado. Me quedo despierta,
escuchando su respiración acompasada, vigilando a un hombre fuerte y
valiente que ha marcado su cuerpo con sus pasos hacia la libertad y un
nuevo comienzo.
Y ahora, este hombre y sus hermanos me han permitido ver lo que me
he estado perdiendo.
No sé cómo voy a encontrar la manera de recordar estos días cuando
por fin despliegue mis alas, pero estoy convencida de que la encontraré.
21

Me despierto antes que Max, pero no quiero molestarle, así que me quedo
tumbada en silencio, escuchándole respirar un rato antes de armarme de
valor e intentar escabullirme de la cama. Bajo las escaleras hasta mi
habitación, que encuentro vacía. O Mason y Miller han dejado la cama
perfectamente hecha, o la asistenta se ha adelantado. Me ducho
rápidamente y encuentro mi bikini blanco junto a un bonito pareo azul de
cachemira. Sin nada más que hacer hoy, la playa me llama.
Al bajar, no veo a los chicos por ninguna parte, y me entristece porque
tenía ganas de verlos. Tal vez tenían otras cosas que hacer hoy. Ninguno de
nosotros hemos llegado al punto de compartir nuestros horarios.
¿Cómo es posible que hayamos compartido fluidos corporales, pero no
nuestros planes cotidianos? Debería sentirme mal, pero no es el caso. Me
siento bien. Me vienen a la mente recuerdos de la noche anterior, con el
inevitable rubor, y me llevo la mano a la boca para atrapar la sensación
revivida de los besos contra mis labios. En la terraza, la mesa está
preparada con varias cosas para desayunar y una cafetera con té. ¿Cómo
de fácil sería acostumbrarse a este tipo de vida? Más de lo que imaginaba.
Tomo asiento y me sirvo una gran magdalena de arándanos y algunas
bayas frescas. El café sale con un vapor que me indica que está recién
hecho. Dos platos usados confirman que Miller y Mason ya han comido, y
entonces oigo el lejano griterío de voces procedentes de la playa. No han
salido a hacer recados. Por lo que se ve, también van a pasar el día aquí.
Estoy comiendo a toda prisa cuando unas manos me tapan los ojos y
unos labios me presionan la parte superior de la cabeza.
—¿Adivina quién soy? —dice una voz grave.
—¡Max!
—Ya puedes distinguirnos —dice, dejándose caer en el asiento de al
lado.
—No... Es que tus hermanos están en la playa.
Max coge un cruasán y se sirve el café solo.
—No te preocupes. Incluso a nuestro padre le costaba diferenciarnos.
Ahora que tengo esto es más fácil.
Se pasa la mano por el brazo tatuado.
—¿Es una de las razones por las que te hiciste los tatuajes?
Rompe el pastel y se mete un poco en la boca, masticando
pensativamente.
—No. Nunca me molestó ser un trillizo. Siempre lo he visto como algo
positivo. Quiero a mis hermanos, así que, que me confundieran con ellos
no era algo que me molestara. Era divertido, fastidiar a nuestros padres y a
nuestros tutores.
—¿Y con tus amigos?
—Los amigos surgieron más tarde, cuando insistimos en ir a la escuela.
Ya por entonces, creo que a la gente le costaba entrar en nuestro círculo
porque estábamos muy unidos.
—A mí no me ha parecido difícil —sonrío.
—Tienes razón…
Max apoya su mano en mi rodilla y la aprieta.
—…No sé por qué, pero a veces llegan a nuestras vidas personas que
simplemente encajan. No tiene explicación, ni tampoco se puede entender.
Es cuestión de suerte.
—O cosa del destino —añado.
Max se encoge de hombros.
Es un hombre con los pies en la tierra. Creer en el destino es como
creer en Dios o en los extraterrestres. No puedes verlo. Es algo que se
siente. La atracción o el rechazo hacia una fuerza invisible. Coincidencias
que son demasiado difíciles de atribuir a algo que no sea espiritual.
¿Por qué conocí a estos hombres? Fue una cadena de acontecimientos
sin un comienzo que pueda precisar. ¿Qué nos coloca en el lugar adecuado,
en el momento oportuno? Las decisiones tomadas antes de nacer afectan
a dónde acabamos. Si mi madre no hubiera conocido a Conrad, si Nate no
hubiera estado follando por ahí, y si Connie no me hubiera propuesto para
hacer la sesión de fotos, nada de esto habría ocurrido. Asimismo, si Mason
no hubiera aceptado el trabajo de modelo, si Miller se hubiera ido a
trabajar a Nueva York en lugar de montar una consulta aquí, o si Max
hubiera decidido alistarse en el ejército en lugar de trabajar en el sector de
la seguridad, todo habría sido muy distinto para todos nosotros.
—Sea lo que sea, me alegro de que haya ocurrido.
—Y yo.
Terminamos nuestro desayuno rápidamente, la idea de irnos a la playa
nos atrae demasiado. Max me cuenta varias historias sobre su turno de
anoche: el contador de cartas, el carterista y el ladrón de chips. Incluso
tuvieron que proteger a un VIP, pero no me dice quién fue. Me alivia que
sea discreto con su trabajo.
Pasa su brazo alrededor de mis hombros mientras paseamos por la
playa, y me besa en la frente cuando le cuento una anécdota divertida de
cuando era pequeña. Mason y Miller nos saludan efusivamente cuando ya
tenemos arena entre los dedos de los pies.
—Te llevaste a nuestra chica —dice Miller, golpeando el hombro de su
hermano—. Me desperté con la cara de este gilipollas junto a la mía en la
almohada.
Le hace un gesto de disgusto con el brazo a Mason.
—Vino voluntariamente —dice Max, abrazándome contra él—.
Seguramente por los tatuajes. Le gustan los chicos malos.
—Ah, ¿sí? Entonces será mejor que me digas quién es tu tatuador —
dice Mason.
—¿Te harías un tatuaje por mí?
Me horrorizo, aunque estoy segura de que está bromeando.
—No —ríe Mason—. Me gusta demasiado mi sencilla piel.
—Y nadie podría plasmar algo tan precioso como uno de tus cuadros —
le digo.
Miller asiente.
—Totalmente. Cuando llevas el arte en la sangre, aceptar un diseño de
otra persona debe ser mucho más difícil.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —pregunta Miller.
—Tomar el sol, nadar, jugar a las cartas y leer —propongo.
—Será mejor que añadas algo de comer y beber —dice Mason.
—Y follar —salta Miller.
—Sin duda, follar también —dice Max, pellizcándome el culo.
Se lleva una palmada en su enorme bíceps por eso, aunque follar será
sin duda mi parte favorita del día. De hecho, ni siquiera estoy segura de por
qué estamos aquí en la playa cuando hay más de diez habitaciones en el
piso de arriba en las que podríamos estar follando. La idea me provoca un
sofoco entre las piernas y en las mejillas.
—Natalie se ha quedado pensando en el último plan… —dice Miller.
Me coge de la mano y me tira hacia delante, agarrándome el culo y
plantándome un beso firme en los labios.
—…No te preocupes. Yo estoy pensando en lo mismo.
—Y yo.
Mason se coloca la mano sobre su polla y la aprieta.
—Por lo que veo, ahora mismo todos estamos pensando en follar.
Max viene detrás de mí y se inclina para besarme suavemente en el
cuello. Cuando Miller me suelta el culo, Max se pega a mí para que pueda
sentir la solidez de su polla gruesa, larga y erecta contra mi cuerpo.
Mi respiración se acelera, el calor de estar así emparedada y saber lo
fácil que sería pasar a más me tiene agitada. La playa es privada, ellos
están deseando hacerlo y yo estoy mojada. Tan mojada que casi siento
vergüenza.
—¿Podemos hacer alguna de las otras cosas antes de pasar a follar? —
digo, intentando que mi tono sea lo más desenfadado posible.
—Claro.
Miller me planta un beso en los labios acompañado de una dulce
sonrisa.
—Venga. Echemos una carrera hasta el mar —sugiere Miller, mientras
se quita las zapatillas.
—Siempre una puta competición —dice Mason, que ya está corriendo.
De no ser por los pechos, correría detrás de ellos, empujando con todas
mis fuerzas para llegar la primera al agua, pero este bañador no está para
aguantar tanto movimiento.
—¿Quieres caminar?
Max pone los ojos en blanco ante sus hermanos y desliza su mano por
la mía.
Jugueteamos en la orilla, pasamos el tiempo hablando de todo un poco.
Me recuerda a mi último año de instituto, cuando por fin empecé a
sentirme cómoda socializando. Un gran grupo de compañeros nos
reuníamos donde podíamos, la pista de skate, el centro comercial o el
campo de fútbol, para compartir historias de cuando éramos niños, y
nuestras intenciones y proyectos para el futuro. Aquellos días consistían en
recordar nuestros orígenes, sin olvidar que seguíamos creciendo. Con
Mason, Max y Miller, la sensación es parecida.
A medida que comparto historias de mi pasado y aprendo más sobre
las suyas, se forman pequeños hilos de conexión que por sí solos no
significan nada, pero que superpuestos empiezan a formar un vínculo.
Compartimos el dolor de perder a uno de nuestros padres siendo
demasiado jóvenes, y veo la fragilidad que hay en ellos cuando hablan de
su madre. Me dan ganas de estrecharlos entre mis brazos para darles el
amor y el cariño que se perdieron.
—Siento mucho lo de vuestra madre —les digo—. Estoy convencida de
que vuestro padre se portó genial, y obviamente os educó muy bien, pero
es duro crecer sin el calor de una madre.
—Lo fue —admite Mason—. Y lo sigue siendo. ¿Alguna vez te has
preguntado qué pensaría tu padre de ti si aún viviera? A veces me
pregunto si mi madre estaría contenta de ver en quién me he convertido.
—Estoy convencida de que lo estaría —respondo—. Y de mi padre,
pienso lo mismo. Aunque estaría decepcionado por lo que pasó con mi ex.
Lo sé.
—Ningún padre quiere ver a su hija con un imbécil —dice Max—. Pero
esa decepción no recaería sobre ti, Natalie. La rabia y la frustración
recaerían en Nate.
—¿De verdad piensas eso?
—Por supuesto. Tienes que dejar de culparte por confiar en otro ser
humano que te mintió y te engañó.
—Supongo que tienes razón.
—Déjate de suposiciones —salta Max, agarrando mi mano bajo el agua
y llevándosela a los labios—. Tu padre pensaría que vales mucho para que
alguien te manipule de esa manera.
—¿Qué crees que pensaría tu madre de mí? Una chica que se ha
llevado a todos sus hijos a la cama a la vez.
Miller sacude la cabeza y se encoge de hombros.
—Estoy seguro de que le habrías encantado. En realidad, os parecéis en
algunos aspectos... Espero que eso no suene raro.
—¿En qué nos parecemos?
—Era pequeñita como tú, y durante un tiempo, cuando éramos
pequeños, también llevaba el pelo corto, pero creo que es algo más
relacionado con la forma en que mueves las manos y cómo sonríes.
—Sí —afirma Mason.
—Bueno, me imagino que no me tendría mucho aprecio después de lo
de anoche.
—Nuestros padres son de otra generación —explica Max—. Pero no
hay que olvidar que, a pesar de sus valores más tradicionales, en los años
60 todo era amor libre y sexo experimental. Ellos se casaron y se olvidaron
del resto.
—¿Eso es todo esto? ¿Sexo experimental?
—¿Qué te gustaría que fuera? —pregunta Miller.
Obviamente, él le da la vuelta a la tortilla y me invita a mí a definir lo
que está pasando entre nosotros, el típico psiquiatra que responde a una
pregunta con otra pregunta.
No respondo de inmediato porque intuyo la importancia de este
momento para determinar lo que va a pasar después entre nosotros. No
tengo ni idea de lo que estos hombres sienten realmente por mí, aparte de
que les gusta pasar tiempo juntos y de que disfrutan follando. Esas son las
partes buenas y necesarias de cualquier relación entre un hombre y una
mujer, pero ¿quieren más? ¿Acaso podría existir un "más" entre nosotros?
—Quiero que sea algo que me haga feliz —contesto—. Necesito
felicidad en mi vida.
—¿Y te estamos haciendo feliz? —pregunta Mason.
—Sí, mucho. Y a vosotros, ¿qué os gustaría que fuera?
Los trillizos se miran entre sí, e intuyo que están sopesando el
momento del mismo modo que yo. Quizá estén pensando que actuar con
demasiada frialdad podría alejarme, pero que hacerlo con demasiadas
ganas de más también. Los comienzos de las relaciones implican tanto
cuidado que pueden ser realmente frustrante.
Max se aclara la garganta.
—Nos gustaría encontrar a alguien que... —dice, dirigiendo una mirada
a Miller, que asiente—… alguien que…
O son realmente buenos en eso de leer la mente de los hermanos, o
realmente han hablado de esto.
—Se quede con nosotros para siempre —termina Mason.
Max parece exhalar con alivio al quitarse la presión de encima justo
cuando yo inspiro tan rápido que me siento mareada.
—¿Buscáis una relación de este tipo a largo plazo?
Miller asiente.
—Ya lo hemos intentado de otras maneras. Hemos tenido relaciones
por separado, y no me parece bien estar tan alejado de mis hermanos.
—Las relaciones ocupan mucho tiempo, y generalmente es tiempo que
pasamos separados. No es algo que nos haga felices.
Mason se pasa los dedos por el pelo, apartándolo de donde le caía
sobre los ojos. Hay algo en ese gesto que le cohíbe.
—Además, las mujeres o quieren mantenernos separados, o tienen
como fetiche ligar con el que no tiene pareja, lo cual se convierte en algo
incómodo.
—Ya, lo entiendo.
—Por eso queremos algo así. Una mujer que comprenda la situación y
que nos quiera a todos tanto como nosotros a ella.
No sé qué sentir. Sé lo afortunada que soy por haber conocido a estos
hombres tan maravillosos. Y sé cuántas mujeres querrían estar en mi
situación y quedarse en ella para toda la vida. Mi corazón se alegra con
sólo mirarlos y sentir su presencia, pero ¿acaso es suficiente?
Acabo de reencontrarme conmigo misma tras perderme en una
relación complicada y disfuncional. Si con un solo hombre me cuesta
mantener mis sueños, mis metas y lo que me convierte en la persona que
soy, ¿cómo lo haría con tres? Confío en ellos más de lo que se debería
confiar en nadie después de tan poco tiempo, pero eso no significa que
pueda confiar en mí misma. Además, hay un gran riesgo de que me
abrumen sin ni siquiera saberlo. Es inevitable con tres hombres así de
grandes y fuertes, con enormes corazones y personalidades.
Estoy sumida en mis pensamientos cuando Max me coge en brazos y
me echa al hombro. ¿Se ha dado cuenta de mi indecisión y quiere romper
el silencio, o es que ignora el conflicto que me asola por dentro?
—Creo que es hora de comer —se ríe—. Tengo un hambre bestial.
—Suena bien —dice Mason mientras le doy una palmada en la espalda
a Max y chillo para que me baje.
—¿Qué me vas a dar si lo hago? —bromea.
—Un beso —respondo.
—No es suficiente.
Max avanza a zancadas hasta que estamos en la arena, volviendo a las
tumbonas.
—Una mamada —me río y vuelvo a darle un manotazo.
Me empieza a doler el estómago donde lo tengo presionado contra su
fuerte hombro. Acto seguido, me pone de pie, me coge la cara con sus
manos y me besa en los labios.
—Eso me gusta más. Come algo primero. Vas a necesitar fuerzas para lo
que te tenemos preparado.
Sonrío, pero tras la sonrisa, lo único que puedo pensar es que voy a
necesitar fuerza. Fuerza para vivir el momento y fuerza para darme cuenta
de que esto se acaba, y será pronto porque mi madre y Conrad tienen que
volver mañana.
22

Nos traen el almuerzo a la playa, que consiste en unos sándwiches club


enormes acompañados de té helado Long Island. Miller insiste en que
pruebe su comida favorita, y accedo encantada. La bebida es muy
refrescante y hace que se me nuble la cabeza de la mejor manera posible.
Jugamos varias rondas de póquer, en las que los chicos sugieren que
deberíamos desnudarnos, hasta que les recuerdo que yo llevo dos prendas
de ropa y ellos sólo una. Estaríamos desnudos en un segundo, lo cual era
probablemente su objetivo, pero quizá no lo más sensato que podíamos
hacer al aire libre.
También jugamos a las palas, pero los chicos son demasiado buenos y
acabo corriendo tanto a por las pelotas falladas que a los diez minutos
estoy agotada. Mientras me bebo media botella de agua fría, Miller se
acerca. Coge mi botella y cuando termina de beber aprieta sus fríos labios
contra los míos.
—De verdad, eres la mujer más sexy —dice.
¿A que sí...? —añade Max, acercándose detrás de mí hasta que puedo
sentir el calor de su pecho contra mi espalda.
Mason también está presente, alisándome el pelo alborotado detrás de
la oreja con su mano, como a mí me gusta, y en ese momento me veo
rodeada de mis chicos.
Mis chicos.
Mientras lo pienso, miro a mi alrededor y veo sus preciosos rostros. Sé
lo que quieren, sumergirse en mí mientras yo me sumerjo en ellos. Todos
buscamos ese consuelo... Ese olvido, y sé que ellos pueden llevarme más
alto de lo que jamás he llegado.
Estamos a plena vista, pero me da igual. Estoy prácticamente vibrando
de deseo, temblando de necesidad.
Si Miller deslizara sus dedos por la parte delantera de mi pequeño
bañador, se resbalaría por todo mi coño. Necesitaría pañuelos de papel
para limpiar mi excitación de su mano.
No me esperaba que hiciera lo que acabo de imaginar, pero lo hace. No
sin antes susurrarme al oído que quiere tocarme, y preguntarme si me
parece bien.
Dudo que exista un "sí" más precipitado y jadeante en la historia de las
respuestas positivas.
Mason se acerca y sus manos rozan la piel de mis brazos y mi vientre,
haciendo que todas mis terminaciones nerviosas hormigueen cuando el
dedo de Miller encuentra mi clítoris. Cuando lo hace, no se mueve, se
limita a mantener ese dedo a una presión media que es pura tortura al
sumarse con todo lo demás que están haciendo sus hermanos.
—Está mojada —murmura Miller.
—Claro que lo está —dice Mason, con la palma de la mano rozando mi
pezón erecto lo suficiente como para que me estremezca.
Max aprieta su polla con más fuerza contra mi culo.
—¿Cómo de fácil sería para mí inclinarla ahora mismo y empujar dentro
de ese coño caliente y resbaladizo?
Los dedos de Miller encuentran mi entrada y empuja al menos dos de
ellos dentro de mí hasta que me pongo de puntillas por la sensación.
—Muy fácil —dice Miller—. De hecho...
Me mete otro dedo y retuerce la mano hasta que emito un gruñido
como el de un animal.
—…Creo que los dos podríamos empujar con bastante facilidad. A
Natalie le gustaría.
—¿Quieres, Natalie?
—Sí —Jadeo.
Miller me besa la boca, su lengua se desliza contra la mía mientras sus
dedos se mueven en mi interior. Se retira y me gira suavemente la cabeza
para que mire a Mason, que también me besa, diferente, pero a la vez
parecido. ¿Dónde está Max? Me giro para acercarlo a mi lado derecho y
poder besarlo también.
Tres hombres.
Tres individuos enteros, tres partes de algo que a mí me parece uno.
Veo una unidad en ellos. Una totalidad que no tiene sentido, pero que a mí
me parece completamente natural.
—Llevadme dentro —le digo.
Miller saca la mano y se lleva los dedos a los labios.
—Sabes muy dulce —me dice.
—Sí —coincide Mason.
Cierro los ojos, la energía entre nosotros es tan abrumadora que no sé
cómo voy a hacer todo el camino de vuelta a casa sin que se me
derrumben las rodillas.
Suena un teléfono, y es un sonido lejano.
—¿Es tuyo? —pregunta Max.
Alarga la mano hacia donde descansa mi bolsa de playa en la tumbona.
El asa vibra mientras rebusco para encontrarlo.
Nate.
No quiero aceptar la llamada después de lo que pasó la última vez, así
que me quedo mirando la pantalla mientras suena, y suena, y suena. ¿Por
qué no entiende que se ha acabado? ¿Por qué me acosa así?
—Dámelo —dice Max, con la mano extendida.
—Si le gritas, empeorarás las cosas.
—¿Más aún? —dice Mason mientras apoya su mano en la parte baja de
mi espalda—. Te tiemblan las manos.
El teléfono deja de sonar y la pantalla se queda en negro. Tal vez sea
mejor así. Quizá pueda seguir ignorándole hasta que capte el mensaje. Está
a kilómetros de distancia y se va a aburrir. Además, tiene a todas esas
chicas a su disposición, chicas que saben de la popularidad de su blog y
quieren formar parte de él. Estoy a punto de volver a meter el teléfono en
el bolso cuando me salta un nuevo mensaje en la pantalla.
—¿Es él? —pregunta Mason.
—No quiero mirar —digo—. Toma.
Cuando le doy el teléfono a Max, va directamente a mis mensajes. Acto
seguido, maldice en voz baja y empieza a mirar a su alrededor. Mi corazón
se acelera.
—¿Qué pasa?
—Está aquí. ¿Qué coño hace aquí?
Max le pone el teléfono en la mano a Mason y, cuando pulsa para ver el
mensaje de vídeo, veo por qué está tan enfadado. Es un vídeo nuestro,
grabado segundos antes. Un vídeo en el que salgo yo, besando a mis tres
hermanastros uno tras otro, y se ve lo bastante claro como para que se
pueda apreciar con precisión lo que hace la mano de Miller entre mis
piernas. Miro a mi alrededor, mientras Max empieza a correr por la playa
dirigiéndose a la casa. Desde allí se grabó el vídeo.
Mason y Miller persiguen a su hermano, con los pies descalzos
levantando arena mientras corren, y yo los sigo, sabiendo que la cosa
podría ponerse mal muy rápido. De hecho, ya lo está. Nate tiene un blog
con más de un millón de seguidores. Si sube ese vídeo y me etiqueta en él,
todo el mundo lo sabrá. Mi madre se enterará. Conrad verá lo que sus hijos
le han estado haciendo a su hijastra. Todo el mundo estará disgustado y mi
carrera habrá terminado.
¿Quién va a querer que mi nombre figure en su trabajo? Las empresas
no quieren un escándalo así, y olvídate de que pueda encontrar trabajo,
aunque sea haciendo algo básico. Nadie querrá que una guarra fotografíe
su boda o su bar mitzvah. Me convertiría en una marginada. Un hazmerreír.
Oigo el momento en que Max alcanza a quienquiera que haya estado
acechando en las sombras. Al principio no distingo los gritos y luego,
cuando estoy lo bastante cerca, veo la silueta de Nate. Max lo tiene
agarrado por la parte delantera de la camisa, pero lejos de parecer
asustado, Nate parece desquiciado. Sus ojos están muy abiertos y su boca
tiene una sonrisa enervante que no encaja con la amenaza o la gravedad
de la situación.
—¿Te ha gustado el vídeo? —dice Nate.
—¿Qué coño haces aquí? —brama Max—. Esto es propiedad privada.
Estás invadiendo y acosando a Natalie.
—Natalie es mi novia —dice Nate tranquilamente—. He venido a
visitarla y, por lo que veo, parece que he llegado justo a tiempo. Pensé que
estaban abusando de ella, que la estaban obligando a hacer cosas que
nunca aceptaría hacer. Si no me sueltas, llamaré a la policía y denunciaré la
agresión.
Su cabeza gira para encontrarme resollando detrás de Miller y Mason.
—Natalie. ¿Estás bien? Aléjate de ellos antes de que te hagan más
daño.
—Nate, no hace falta que hagas esto.
—¿Hacer qué? ¿Venir a asegurarme de que mi novia está bien? Saliste
corriendo y sin dar explicaciones. He estado muy preocupado, y parece que
con motivos. Pero no pasa nada. Lo tengo todo en vídeo, y puede servir de
prueba.
Pone sus manos sobre las de Max e intenta separarlas para liberarse,
pero Max lo mira con desprecio, sin dejarle ir.
—Estás enfermo —sisea Max—. Espiando a la gente y grabando vídeos.
—¿Que yo estoy enfermo? Lo dice el hombre que obligaba a una pobre
chica indefensa a hacer cosas con sus hermanos. ¿De qué vais? ¿Usando la
fuerza bruta de tres contra una débil mujer?
Max empieza a empujar a Nate hacia atrás, hacia el tronco de una gran
palmera. Los pies de Nate se tambalean mientras lucha por mantenerse
erguido.
—Escúchame, maldito pedazo de mierda. Estás delirando. Eres un
perturbado. Estás invadiendo y espiando. Estoy seguro de que la policía
estaría muy interesada en ver las pruebas que tienes en tu teléfono.
Max busca en el bolsillo de Nate con una mano, saca su teléfono y se lo
lanza a Mason.
—Busca el vídeo —dice—. Bórralo de los mensajes y de la galería.
Comprueba si su teléfono está vinculado a la nube y, si es así, bórralo de
ahí también.
Miro cómo Mason ojea varias pantallas, siguiendo las instrucciones de
Max. Cuando alzo la vista hacia Nate, sigue sonriendo. No lo entiendo. ¿Por
qué no está decepcionado de que las pruebas que estaba tan contento de
tener en su poder estén siendo borradas tan rápidamente?
—Ya está hecho —dice Mason, lanzando el teléfono de nuevo a Max
que se inclina hacia la cara de Nate.
—Ahora escucha, y escucha bien. Si te vuelvo a ver en esta casa, haré
que te arresten. Si vuelves a llamar a Natalie, te denunciaré por acoso. No
vas a llamarla, mandarle emails, mensajes, ni contactar con ella a través de
las redes sociales. Tampoco le vas a mandar ninguna carta ni a hacer que
tus amigos se pongan en contacto con ella. Te vas a ir de aquí y vas a
aceptar que ella ya no te quiere. ¿Lo has entendido?
Max empuja a Nate hacia atrás, soltándole la camisa como si no
soportara tocarle más. Lejos de parecer asustado o escarmentado, Nate se
ajusta tranquilamente la camisa y se vuelve a meter el teléfono en el
bolsillo.
—Natalie —dice lentamente—. Sé que esta no eres tú. Tienes que irte
de aquí, lejos de estos hombres, antes de que te hagan daño de verdad.
Puedo ayudarte. Puedo conseguirte la asistencia médica que necesitas.
—Ella no necesita asistencia médica. No necesita que la ayudes con
nada —grita Miller.
Mason pone la mano en el hombro de Miller.
—Tienes que irte ya —dice Mason serenamente.
Tal vez sea la calma en su voz lo que hace que Nate se dé cuenta de que
es hora de irse. O quizá sea porque ya se ha divertido. Hay algo raro en esta
situación en la que, a pesar de que mis hermanastros tienen la posición de
poder físico, Nate parece seguir creyéndose el que domina la situación.
Rodea a Max y se dirige en dirección a la playa, probablemente por donde
entró. Max, Mason y Miller le siguen, observando durante un largo rato la
forma en que se pasea por la playa como si estuviera dando un agradable
paseo, sin abandonar la escena del altercado.
Mason es el primero en girarse y me encuentra unos metros por detrás.
Es el primero en darme un fuerte abrazo. Mis brazos cuelgan sin fuerza a
los lados. Mi mente parece atascada, lo que acaba de pasar me deja
destrozada.
—Estás a salvo —dice Mason—. Nunca dejaremos que nadie te haga
daño, ¿entendido?
Miller apoya su mano en mi espalda, y Max hace lo mismo.
—Se ha ido —dice Max—. No te preocupes. No va a volver.
—Sí lo hará —afirmo.
Las palabras salen de mis labios con lentitud y calma, pero por dentro
siento de todo menos eso. Quizá no han visto la media sonrisa de Nate, ni
han comprendido que su fanfarronería se debe a que tiene un plan que
aún no ha revelado. Tiene el as en la manga, y creen que lo han espantado.
—Trato con imbéciles como él día tras día —dice Max—. Confía en mí.
Podría contarle a Max todos mis miedos, pero eso no cambiaría nada.
¿Qué podemos hacer? Denunciar a Nate por allanamiento no sería tomado
en serio. Tuvimos una relación hasta la semana pasada. Dirá que vino a
reconciliarse. La policía lo soltará, y él se enfadará más que nunca. Por otro
lado, mostrarles a los chicos que estoy asustada tampoco ayudaría. No
quiero que se enfaden y terminen en riesgo. ¿Qué pasa si van a buscarlo
para amenazarlo de nuevo? Nate podría acusarlos de acoso. Podría
arruinarles la vida.
Lo mejor es seguir con el plan. Ignorar a Nate, confiar en que no va a
suceder nada más y rezar.
23

Esa noche no hay sexo. Supongo que los chicos son conscientes de que lo
que pasó con Nate me ha dejado demasiado traumatizada y vulnerable.
Los necesito para que me tranquilicen con sus abrazos y besos, y para
dormir rodeada de ellos. Max sugiere que usemos la habitación de
invitados que tiene la cama más grande, lo cual es perfecto para dormir
todos.
No lloro, aunque siento que las lágrimas me arden en la garganta.
Tampoco hablamos de lo sucedido, y supongo que se dan cuenta de lo
cerca que estoy de derrumbarme. No quieren que llegue a ese punto.
Deben hablar de lo que ha pasado cuando estoy en la ducha, y si han
formulado algún tipo de plan al respecto, no lo comparten conmigo. Me
alegro de ello. Sólo me haría sentir incómoda y más molesta de lo que ya
estoy.
Quizá sea culpable de esconder la cabeza bajo la arena. Tal vez
deberíamos ser más transparentes sobre lo que ha pasado, pero, de nuevo,
esto sólo puede ser una fantasía efímera. Tengo que ser fuerte al respecto
porque no creo que Mason, Miller y Max lo vayan a ser. Mientras duermen
a mi alrededor, contentos y tranquilos, veo lo felices que son en esta
disparatada situación. Me pregunto si ser trillizos es como formar parte de
uno de esos rompecabezas para niños de tres piezas. Por separado, la
imagen sigue siendo lo bastante nítida como para distinguirse, pero al
juntar las piezas se ve la imagen en todo su esplendor.
No duermo bien, entro y salgo de sueños perturbadoramente vívidos
que sólo exacerban la sensación de malestar que tengo en el vientre. Nate
volvió a buscarme. Interrumpió su itinerario para buscarme, y las cosas que
decía eran aún más extrañas que cuando estábamos en Tailandia. Por
primera vez, me planteo si realmente su estado mental es el que debería
ser. ¿Es consciente de sus mentiras y manipulaciones, o delira? No sé qué
es más aterrador.
En algún momento antes del amanecer, me despierto sintiendo unos
labios que me besan el cuello y unas manos que me acarician el vientre y
las piernas. Hace mucho calor en la habitación y estoy entre el sueño y la
conciencia cuando alguien me separa las piernas y desliza su lengua sobre
mi clítoris. Siento mucho calor al notar que unos labios encuentran mi
pezón y lo chupan con delicadeza. Y más calor cuando una boca encuentra
la mía y me besa apasionadamente. No abro los ojos para ver quién es. No
importa. Lo único que sé es que mis hermanastros me hacen sentir bien.
Me hacen olvidarme de todo, y no voy a impedirlo.
Por ahora, son mis dueños.
Soy demasiado débil para resistirme. Demasiado débil para decirles que
esto está mal cuando en el fondo me gusta. Sucumbo a todo, al placer y al
dolor, con la esperanza de que por la mañana pueda encontrar una forma
de ser más fuerte y de que todo vuelva a la normalidad.
Mi corazón no puede soportar más fracturas.
Y, sobre todo, no quiero que estos hombres tan espectaculares sufran
por culpa de mis malas decisiones.
24

Soy la primera en despertarse, salgo de la cama y me siento en el balcón


fijando la mirada en el mar. Hoy está más agitado, cubierto por olas de
espuma blanca que aparecen con repentina furia, siguen su curso y se
hunden en las profundidades.
Cuando mi madre investigó nuestro árbol genealógico, encontró
nuestras raíces ancestrales en un pequeño pueblo pesquero de Irlanda.
Muchos hombres de nuestra estirpe habían pasado la vida a merced de las
aguas embravecidas del mundo, y varios habían muerto. Esto me hizo
preguntarme si tal vez hay algo en mi sangre que me atrae a contemplar el
poder de aquello que supuso tanto peligro para mis antepasados. Tal vez
sea la misma fuerza insondable que los llevó a arriesgar sus vidas. El
vínculo entre el pescador y el océano es complejo, una obsesión de amor y
odio que les lleva una y otra vez a las profundidades, a pesar de los riesgos.
El corazón también es así, y el amor un canto de sirena que nos tienta a
pesar de los peligros.
Las aguas sombrías ante mí parecen de algún modo premonitorias.
Ayer, hasta que apareció Nate, todo estaba en calma, pero ahora sus
acciones lo han perturbado todo. Mientras tanto, en el dormitorio, Mason,
Miller y Max siguen durmiendo, y lo único que quiero es acurrucarme con
ellos bajo la sábana de algodón blanco puro y dejar que el resto del mundo
desaparezca. Podría respirar hondo y deslizarme bajo las olas,
descendiendo y descendiendo y descendiendo hasta perderme en todo lo
anterior. Pero si hago eso, ¿volveré a perderme? ¿Me ahogaré en una
situación que alberga tantas dificultades?
¿Puedo confiar en tres hombres, cuando confiar en uno solo me ha
traído tantos problemas?
¿Puedo luchar por un amor incierto, perjudicando a los demás en el
camino?
Max apagó mi teléfono anoche, pero decido encenderlo para poder
hablar con Connie. Ahora mismo, necesito una amiga que me empuje a la
orilla. Ella me escuchará y me dará buenos consejos. Sé que lo hará.
Los amigos son como nuestras anclas. Nos dan libertad para vagar, pero
pueden llegar a colocarnos en un sitio por nuestro propio bien si lo
necesitamos. Ésta es una de esas ocasiones.
Marco su número y contesta casi de inmediato, con voz somnolienta.
—Hola, estaba a punto de levantarme. ¿Estás bien?
—Me temo que no —digo en voz baja.
Oigo el crujido de las sábanas cuando Connie se sienta.
—Cuéntame, ¿qué ha pasado?
—Nate se presentó aquí ayer. Me ha estado llamando y mandando
mensajes. Apareció sin avisar.
—Mierda. Tenía el presentimiento de que lo haría.
—¿En serio? Pensé que tendría más orgullo.
Connie se aclara la garganta para deshacerse del tono somnoliento.
—Tiene el ego lo bastante jodido como para pensar que podría volver y
hacerte cambiar de opinión. No puede aceptar que le rechaces. No quiere
que los demás vean que no es el novio perfecto. Esa presión no le permitió
subirse a ese vuelo. Bueno, ¿qué le dijiste?
Respiro hondo, el recuerdo del enfrentamiento de ayer me devuelve la
oleada de pánico que sentí cuando recibí el mensaje con el vídeo.
—Me vio con... mis hermanastros, y nos grabó.
Se produce una pausa mientras Connie digiere la noticia. Sabía lo de
Mason, pero no lo de los demás. A pesar de todos sus ánimos, creo que ni
en un millón de años habría creído que iba a formar mi propio harén. La
Natalie que ella conoce habría salido corriendo ante ese tipo de situación,
sería demasiado tímida y reprimida para siquiera considerarlo.
—¿Qué estabais haciendo? ¿Qué fue lo que grabó Nate exactamente?
—Yo estaba besándoles mientras ellos me tocaban.
—¿Dónde? Quiero decir, ¿dónde estabais? —añade rápidamente.
—En la playa privada de la casa.
—Mierda…
Las sábanas de Connie vuelven a crujir y oigo el golpe de sus pies en el
suelo de madera de su apartamento.
—…¿Y Nate te envió el vídeo?
—Sí. Me lo envió a mí, pero los chicos se aseguraron de borrarlo de su
teléfono.
—¿Sabes si se lo envió a alguien más?
—Creo que no.
—Vale. Muy bien. ¿Qué dijo Nate?
—Me dijo que me ayudaría a denunciar a mis hermanastros a la policía
por abusar de mí.
—¿QUÉ?
—Así es. No lo entiendo. No entiendo su línea de pensamiento. Era
bastante obvio que no me estaban obligando y que todo lo que estaba
pasando era consentido.
—Probablemente no sea el momento adecuado para decir esto, pero
me estás dando mucha envidia…
—Efectivamente, no es el momento adecuado —respondo, sonriendo a
través de mi miseria.
—Vale, dejémoslo ahí por ahora, pero en el futuro, cuando no estés
tratando con un psicópata, por favor, cuéntame todos los detalles. Todo.
Quiero vivir tu increíble vida. Y no te cortes, quiero saberlo todo.
—No prometo nada —digo, imaginando el ceño fruncido de Connie.
—Entonces, ¿qué piensas hacer?
Suspiro, apoyando la mejilla en la palma de la mano.
—No tengo ni idea. Tengo a tres hombres guapísimos e increíbles
durmiendo a tres metros de mí, que son tan buenos conmigo que es
prácticamente obsceno, y a un ex trastornado que intenta fastidiarme la
vida. Es como un castillo de naipes gigante en el camino de un tifón.
La cafetera de Connie se pone en marcha, y echo un vistazo a mi reloj,
dándome cuenta de que tendrá que arreglarse pronto o se arriesgará a
llegar tarde al trabajo.
—Los tres hombres no parecen ser el problema, ¿no?
—Tres hombres triplican el problema, Connie. Eso significaría tres veces
el riesgo de rompernos el corazón entre nosotros.
—No puedes entrar en una relación pensando en el desamor —dice
Connie—. Estás sentenciando las cosas antes incluso de que sucedan.
—Pero lanzarse de cabeza a la estupidez tampoco es lo ideal. ¿Quién ha
oído hablar de una relación exitosa entre una mujer y tres hombres?
—Pues yo —responde Connie—. ¿Sabes cuánta gente lleva ese estilo de
vida? Quizá sea una progresión natural de la liberación sexual de la mujer,
o quizá tenga que ver con todas las presiones económicas que existen.
Criar una familia con un solo sostén no siempre es posible hoy en día, pero
si añades dos hombres más, tienes un hogar que nada entre billetes.
—Y entre pollas también —digo, escandalizándome de mi vulgaridad.
Connie resopla de risa.
—Dinero y pollas... Es la combinación perfecta.
Nos reímos un rato y sacudo la cabeza.
—¿Qué mierda voy a hacer, Con? No sé vivir así. No soy una pionera del
movimiento feminista. Sólo soy una chica normal que necesita una vida
normal.
—Ves, ahí es donde estás confundiendo todo. No hay nada ordinario en
ti. Eres extraordinaria, y por eso tienes a tres dioses del sexo de rodillas,
listos para adorarte. Ellos ven en ti lo que tú no ves.
—No lo creo.
—Tienes que despertar y ver lo increíble que eres, y creértelo en lo más
profundo de tu corazón. Si no puedes verlo, ¿cómo vas a permitir que otra
persona te quiera como te mereces? Por eso estuviste con Nate, porque no
creías que te merecías algo mejor que él, y eso es triste, Natalie. Es muy
triste.
—No quiero convertirme en el objeto que utilizan para satisfacer su
perversión —digo, tratando de desviar la atención del análisis de Connie.
La verdad es tan difícil de escuchar cuando te desnuda.
—¿Realmente crees que te quieren para eso? ¿Para satisfacer una
perversión? ¿No crees que podrían buscarse a alguien fuera de casa si
fuera así? Alguien que no vaya a estar cerca una vez que se aburran y sigan
con su vida. Los hombres no cagan donde comen, Natalie. El hecho de que
te persigan a pesar del riesgo dice mucho de ellos. Y el hecho de que hayan
saltado para salvarte el culo con Nate también. Si no les importara, no se
molestarían. Te dejarían lidiar con ello, o lo usarían como excusa para
echarte a la calle.
Guardo silencio mientras digiero las palabras, y Connie me deja espacio
para pensar, revolviendo tres azucarillos en su café solo. Mucho de lo que
dice tiene sentido, pero eso no hace que me resulte más fácil aceptarlo.
¿Es peor creer que realmente sienten algo por mí más allá de la atracción
sexual? ¿Es peor creer que éste es realmente el estilo de vida que quieren
llevar a largo plazo?
Lo que Connie ha dicho de mí es cierto. Nunca he tenido la confianza
necesaria para encontrar la pareja adecuada o para esforzarme en mi
carrera. He ido dando tumbos, dejándome llevar por otras personas.
¿Cuándo fue la última vez que pensé realmente en lo que quería a largo
plazo y di los pasos necesarios para acercarme a ello? Creo que nunca. Es
difícil admitirme a mí misma que he ido a la deriva y, más complicado aún,
no saber qué hacer. La búsqueda del alma lleva tiempo. Definir un plan
para más allá de la semana que viene requiere una reflexión real y
meditada. Requiere la capacidad de decidir entre varias opciones y asumir
riesgos.
Todo eso me aterra.
Oigo a Connie dar un tímido sorbo a su café.
—Sabes, al final, lo único que tienes que hacer es tener una
conversación. Explícales cómo te sientes y pregúntales cómo se sienten
ellos. Todos pasamos mucho tiempo imaginando lo que piensa la otra
persona en lugar de ser francos. Nos preocupa asustar a la gente, pero si
alguien se asusta con tanta facilidad, entonces estaremos mejor sin esa
persona. Sé sincera.
—Supongo… —digo, sintiendo ya el pánico surgir ante la sola idea de
abrirme.
Me resulta más fácil aferrarme a mí misma como una concha de almeja.
Es más fácil huir que enfrentarse a la situación.
—…Pero ¿y si ni siquiera sé cómo me siento? ¿Y si no sé lo que quiero?
¿Y si parece que nunca puedo tomar una decisión segura?
—Entonces irás a la deriva. No siempre es algo malo. A veces la gente
acaba tropezando con su mejor vida. El destino, o lo que sea. Tal vez eso es
lo que te está pasando. Nate mostró su verdadera cara, volviste a casa, y
ahora compartes cama con tres buenorros. No podrías haberlo hecho
mejor si lo hubieras planeado, ¿verdad?
Miro por encima del hombro hacia donde duermen Miller y Max, y
Mason se está despertando. Connie tiene razón. He tropezado con un
pedazo de cielo que nunca podría haber imaginado, y mucho menos fijado
como objetivo en la vida. Pero permitirme seguir tropezando es más
complicado, sobre todo cuando sé que esto podría ser malo para todos
nosotros.
Al darme la vuelta, el mar se agita ante mí. Furioso y tempestuoso.
Parece una advertencia.
Las sábanas comienzan a moverse y unos pies golpean el suelo del
dormitorio. Mason se ha levantado y tengo que terminar esta
conversación.
—Tengo que dejarte, Connie.
—Claro. Tienes que satisfacer a tres hombres. Qué pena. —dice,
emitiendo un sonido de disgusto y riéndose para sí misma—. Llámame
cuando lo necesites, sobre todo si pasa algo más con Nate. Deja que lo
agarre, y lo destrozaré.
Probablemente lo haría, así es la feroz lealtad de Connie.
—Sí. Lo siento y te quiero.
Cuelgo justo cuando Mason sale al balcón.
—Hola —le digo en voz baja—. Perdona si te he molestado.
Tiene el pelo revuelto de haber estado durmiendo, pero eso sólo
parece hacerle más sexy. Entrecierra los ojos por la luz del sol. Hay algo
diferente en la forma en que me mira. Hay una frialdad en el azul de su
mirada que antes no existía. Como el mar, hoy algo ha cambiado. Tal vez
fue verme con Nate y saber el tipo de hombre al que me había acercado
antes. Algunos hombres se ponen celosos con esos temas. No quieren
saber que tienes un pasado sexual. En cierto modo, no quieren imaginar al
ex.
—Voy a bajar a mi habitación —dice—, ducharme, y luego voy a estar
fuera durante todo el día.
—Vale —digo, esperando que me diga adónde va y que me bese, pero
no hace ninguna de las dos cosas.
Se crea una pausa donde debería haber un beso. Cuando sus ojos me
observan, su rostro se desvía impasible hacia el mar. Quiero preguntarle si
siente lo mismo que yo, que todo esto podría funcionar, pero las palabras
permanecen atrapadas en mi mente, fijadas allí por ser una cobarde
durante demasiados años. Entonces vuelve a entrar en la habitación y se
da la vuelta para marcharse.
Lo veo alejarse, llevándose consigo toda la confianza que tenía en que
lo que pasó entre nosotros fuera algo más que sexo. Tengo la experiencia
suficiente para reconocer un rechazo cuando lo siento.
Joder.
Soy una tonta por creer que yo les importaba lo más mínimo, y ahora
que las cosas se están complicando se van a deshacer de mí. Tal vez
hubiera durado más si Nate no hubiera aparecido, pero ahora mi situación
es demasiado difícil. Precisamente por eso me repetía a mí misma que
abrirme así era una mala idea. Tengo un dolor en el pecho que no debería
estar ahí. No debería sentir nada por estos hombres, y definitivamente no
debería molestarme que esto esté llegando a su fin.
Pero me molesta, y me siento muy enfadada conmigo misma.
Connie tenía razón. Necesito centrarme en un plan a largo plazo, no
andar complicando las cosas. Necesito centrarme en mí y en lo que voy a
hacer con mi vida. Si hago eso, podré salir de esta casa y dejar atrás esta
situación incómoda. Entonces Nate tampoco sabrá dónde encontrarme. Es
la solución a todos mis problemas.
Excepto que nada de eso borrará el dolor de mi corazón ante la idea de
no volver a ser abrazada por los trillizos Banbury.
Pero incluso eso pasará con el tiempo, como dice el refrán.
Me curaré y seguiré adelante. Haré lo que planeé y me cerraré en
banda.
Encontraré la manera de ser feliz sin Mason, Max y Miller.
Y todo irá bien.
Una lágrima resbala por mi mejilla y la deslizo con rabia porque toda mi
tranquilidad interna no ha convencido a mi corazón. Luego agarro el
teléfono con la mano y me levanto, respirando entrecortadamente
mientras paso junto a Miller y Max, que siguen durmiendo.
Hoy es un nuevo día, y estoy donde empecé.
Sola.
25

Pido que me traigan el desayuno a la habitación. Me parece una locura


tener servicio de habitaciones en mi propia casa, aunque no va a ser por
mucho tiempo. Me ducho y me visto rápidamente, y me pongo a buscar
trabajos de fotógrafa, buscando desesperadamente algo que pueda
sacarme de aquí.
Empiezo a buscar al otro lado del país porque estar cerca de casa no va
a arreglar nada. Un nuevo comienzo es lo único que podría mejorar las
cosas. Mientras reviso un trabajo que tiene su sede en Nueva York, me
arde la garganta. Estás huyendo, susurra traidoramente mi mente.
Cobarde.
Pienso en volver a llamar a Connie, pero no sé qué decirle.
Y sé que ahora mismo sólo va a decirme cosas que no quiero oír.
El caso es que toda mi búsqueda es en vano porque mi portafolio no
está actualizado. Tengo que dedicar tiempo a editar fotos y cargarlas en mi
sitio web. Tiempo que no tengo. Me alejo de la búsqueda de trabajo,
ojeando las carpetas de mi portátil, pensando en qué imágenes podría
retocar rápidamente. Hay algunas de México y Brasil a las que dediqué
tiempo para el blog de Nate. Eran bastante buenas. Mientras ojeo, me salta
a la vista la carpeta de la reciente sesión fotográfica para la portada del
libro.
Mason y Miller.
Las imágenes que tomé de ellos no se parecen en nada a las otras fotos
de mi galería. Quizá sería bueno utilizar algunas de ellas para mostrar mi
repertorio y versatilidad. Podría elegir algunas de las mejores y trabajar en
ellas. Llamarían la atención, aunque sólo fuera eso.
Hago clic en una de las últimas imágenes que tomé de Miller desnudo.
Cuando la imagen se amplía en mi pantalla, se me corta la respiración. Sus
ojos me miran directamente, como si vieran dentro de mi alma.
Recuerdo lo que sentí al hacer las fotos. Cómo se me aceleraba el
pulso. El calor en todo mi cuerpo. La humedad entre mis piernas. Recuerdo
cuánto lo deseaba, bueno, deseaba a Mason. El recuerdo se siente
enredado y distorsionado, lo real y lo imaginario se funden en uno.
Empiezo a hacer pequeños retoques, recortando y mejorando la
iluminación. Estoy absorta en la imagen, absorta en la fantasía que Miller
tejió aquel día. Cuando llaman a mi puerta, no pienso lo bastante rápido
para cerrar la imagen y, cuando me giro, mi madre está ya mirando
directamente a la pantalla. Directamente a la foto prácticamente
pornográfica de su hijastro.
—Natalie —Jadea—. ¿Qué has hecho?
—Mamá…
Me pongo de pie rápidamente para que mi cuerpo bloquee la imagen
de la vista, pero es demasiado tarde. Mi madre no sabe nada de la sesión
de fotos. No sabe que me pagaron para fotografiar a los hijos de Conrad y
que todo fue una coincidencia. Debe estar pensando lo peor.
—…¿Qué tal el viaje?
Sus manos se retuercen, reflejando su estado de ánimo como siempre.
—¿Qué has hecho? —repite apretando los dientes, con los ojos cada
vez más abiertos.
—Era un trabajo para una editorial.
Mi madre parpadea y frunce el ceño, confusa.
—¿El qué?
—La foto.
Doy un paso atrás, señalando a Miller en la pantalla, y la mano de mi
madre se apresura a taparse la boca por el asombro.
—¿Tomaste esa foto de tu hermanastro? ¿Por qué hiciste eso?
—Fue un trabajo. Connie me lo consiguió. Yo no sabía quién era Mason,
al menos hasta que nos encontramos en la puerta de casa al día siguiente.
Mi madre parpadea lentamente, con la mano aún pegada a la cara.
—¿Y el vídeo? —pregunta—. El vídeo que me envió Nate. ¿Qué era?
Doy un paso atrás, recordando la sonrisa de Nate mientras Mason
borraba el vídeo. Ahora entiendo su actitud. Ya se lo había enviado a mi
madre. Ya había sentenciado mi destino.
—¿Cómo has podido? —dice con auténtico dolor en la voz—. ¿Cómo
has podido? Éste es mi matrimonio. Mi familia. Tu familia. ¿Cómo pudiste
hacer eso... con tres hombres... con tus hermanastros?
—No sabía quién era Mason —repito—. Nosotros...
No sé cómo decirle a mi madre que me metí en la cama con un hombre
que había conocido unas horas antes. Hay cosas que no se deben
compartir con los padres.
—Te acostaste con él después de hacerle las fotos —dice mi madre,
elevando la voz con cada palabra—. ¿Y después qué? Te fuiste con sus
hermanos. Con tres. Con los tres…
A estas alturas está prácticamente chillando, y no tengo ni idea de qué
decir.
—…¿Por eso rompiste con Nate? ¿Porque le fuiste infiel? Está
destrozado por eso, Natalie. Le has roto el corazón. Y me has roto el mío
también.
Su voz se entrecorta al pronunciar la última palabra, se da la vuelta y
sale de la habitación. No la detengo. ¿Qué sentido tiene corregirla sobre
Nate cuando es el resto lo que realmente la decepciona? Tampoco puedo
culparla por lo que siente.
Un error es un error.
Me vuelvo hacia la imagen de la pantalla y Miller me devuelve la
mirada.
La única vez que cedí a mis deseos y tomé las riendas ha hecho que
todo se derrumbe a mi alrededor.
Sólo me queda una cosa por hacer.
Encuentro el número de Connie en mi teléfono, llamo y le pido un favor.
26

—Sólo serán unos días —le digo a Connie mientras me pasa un montón de
sábanas y almohadas para la cama plegable de su salón, que también es su
cocina y comedor.
Connie vive de alquiler en un apartamento minúsculo y me siento fatal
por pedirle que me deje quedarme con ella, pero no tengo elección. No
podía quedarme en la casa de la playa sabiendo lo que mi madre piensa de
lo que pasó entre mis hermanastros y yo, y tampoco quería enfrentarme a
Mason, Miller y Max para que me despreciaran.
Me fui en cuanto pude recoger mis cosas. No había deshecho del todo
la maleta, así que fue fácil recoger mi vida y trasladarla aquí.
—No tienes que preocuparte por nada —dice Connie—. Eres más que
bienvenida.
—Ya, pero no creo que sea muy cómodo tenerme durmiendo en tu
salón.
—No pasa nada. Me alegro de que me llamaras y de ser tu vía de
escape. Tu madre parecía estar en pie de guerra. A veces es mejor salir
antes de que terminéis diciendo cosas de las que luego os podáis
arrepentir.
—Dejó muy claros sus sentimientos, y no la culpo por ello. Esta
situación fue ridícula desde el principio.
—Por lo que me has contado, no entiendo el cambio repentino de
Mason. Primero intervienen para mangonear a Nate y te dicen que te
quieren, y luego se muestra así de frío contigo. No tiene ningún sentido.
—Da igual —digo, tirando de la palanca para convertir el sofá en una
cama—. Aunque se arrodillaran con un anillo, mi madre y Conrad no darían
su bendición.
Connie se encoge de hombros.
—Vale la pena luchar por el amor, sin importar las barreras. Pero ésa no
es tu situación, así que no merece la pena hablar de ello.
Me pasa la sábana y yo la sacudo sobre el colchón. Doblamos las
esquinas y metemos ambos lados. Estoy segura de que esta cama va a ser
muy incómoda, pero no puedo pedir más.
—¿Te he dicho que he enviado mi currículum para un trabajo en Nueva
York?
—Nueva York. Justo...
Me lanza una almohada y frunce el ceño.
—…acabas de volver y ya estás huyendo otra vez.
—Aún no tengo el puesto. Tal vez ni siquiera quieran entrevistarme.
—Otra vez con la negatividad. En serio, Natalie. Cuando vean tus cosas,
van a estar rogando que te mudes.
—Eso espero. Necesito salir de aquí. Un nuevo comienzo.
—Supongo que, al final, nadie está contento con su suerte —suelta
Connie mientras se posa en el borde de la cama y se mira las uñas—.
¿Crees que no he pensado en dejar mi vida aquí y empezar en un sitio
nuevo?
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Porque sé que huyendo sólo arrastraré mis problemas conmigo. Un
nuevo trabajo y un nuevo hogar no conducen necesariamente a la
felicidad. Necesito centrarme en resolver la mierda que tengo aquí.
—¿Qué es esa mierda que tienes que resolver? —pregunto,
sintiéndome de repente muy culpable.
Desde que volví, no he hecho más que hablar de mis problemas y mis
asuntos. Me he apoyado tanto en mi amiga que su espalda está
prácticamente doblada en dos, ¿y cómo se encuentra ella? He estado fuera
casi un año. Deben haber pasado muchas cosas que no sé.
—No tiene importancia. No te preocupes.
—No, en serio. Cuéntame.
Me siento a su lado e inclino mi cuerpo para prestarle toda mi atención.
Supongo que más vale tarde que nunca.
—Bueno, mi trabajo no está resultando como esperaba. Me vendieron
la perspectiva de un ascenso, pero después de dos años sigo haciendo lo
mismo. Tanto tiempo que he pasado en la universidad para terminar en un
trabajo que podría haber conseguido nada más salir del instituto. Encima,
este apartamento no es exactamente la casa de mis sueños…
Mueve la mano por el reducido espacio. Connie se ha esforzado mucho
para que este lugar luzca bien, pero es muy básico.
—…Y llevo sin tener una relación seria más de un año. Simplemente mi
vida no es la que de pequeña imaginé que tendría a mi edad.
—Sé a qué te refieres —contesto—. En las películas, todo el mundo vive
en enormes apartamentos tipo loft con montones de tíos guapos y trabajos
de ensueño. Nos venden una mentira.
—Y caemos en la trampa.
Me encojo de hombros.
—Quizá tú también deberías buscar un nuevo trabajo en Nueva York.
Podríamos mudarnos allí juntas. Empezar de nuevo. Arriesgarnos.
Connie sonríe y se encoge de hombros.
—Supongo que no perdería nada.
—Exactamente.
—Bueno. Mañana empezaré a mirar las páginas de empleo online.
Aplaudo, intentando emocionarme ante la perspectiva de hacer algo
que potencialmente ayudará a Connie tanto como me puede ayudar a mí,
pero por dentro me siento diferente. Mi corazón no quiere salir corriendo.
Quiere que Mason, Miller y Max me digan que no pueden vivir sin mí.
Quiere una vida con ellos y todo lo que esa vida puede traer: amor, risas,
tranquilidad, comodidad, pasión y satisfacción.
También quiero todas esas cosas para mi amiga.
Pero por ahora, no es mi destino. Todo lo que ha ocurrido en la última
semana ha sido sólo un peldaño en mi camino, y puede que este trabajo, si
lo consigo, sea otro peldaño más. ¿Quién sabe adónde me llevará todo
esto?
Mi teléfono suena y lo cojo mientras Connie se estira y va a por un vaso
de agua. Es un mensaje de Beresford. Mi corazón se acelera cuando abro el
correo electrónico y leo rápidamente sus palabras.
—Gracias por enviarme las fotografías. Creo que los cuadros son muy
originales e interesantes. Me encantaría verlos en persona y así poder ver
el resto de obras que tenga el artista. ¿Qué tal la semana que viene?
La semana que viene.
Le deben gustar mucho para liberar tiempo en su agenda tan pronto.
Es la gran oportunidad de Mason, pero tal y como están las cosas entre
nosotros, no sé qué hacer. Voy a parecer una acosadora si le llamo y le digo
que hice fotos de sus cuadros sin que lo supiera, y quedaré aún peor por
haberlas enviado a una galería a sus espaldas. Se suponía que iba a ser una
gran sorpresa, y lo habría sido si las cosas no hubieran terminado tan mal.
Le cuento a Connie lo de los mensajes y le enseño las imágenes de los
cuadros de Mason.
—Guau —exclama—. Entiendo por qué querías que alguien del sector
las viera. Son increíbles.
—Ya, pero ¿cómo se lo digo a Mason? Realmente no quiero hablar con
él, no quiero parecer una desesperada.
—Te entiendo. No es una situación fácil.
—Pero si no se lo digo, me siento mal.
—Tienes que decírselo. Pero... cómo…
Connie se acaricia la barbilla como uno de esos locos villanos de Bond
tratando de desarrollar un plan para apoderarse del mundo.
—…Creo que será mejor consultarlo con la almohada.
—Sí, lo siento. Es muy tarde, y tienes que trabajar mañana.
Me hace un gesto como si mi preocupación estuviera fuera de lugar.
—Encontraremos una solución —afirma—, pero quizá con dos mentes
frescas, una cafetera y unos donuts, podamos resolverlo mejor.
—Vale, buenas noches, y gracias de nuevo.
—Si vuelves a darme las gracias te pondré laxante en el café por la
mañana.
Connie sonríe diabólicamente, y estoy bastante segura de que no es
una simple amenaza.
—Bueno. Buenas noches.
Cuando se va a su habitación, vuelvo a coger el móvil. Justo cuando
estoy buscando el correo electrónico de Beresford, se enciende la pantalla.
Mason.
Miro cómo suena en silencio su nombre grabado en mi pantalla, de la
misma forma que está grabado en mi corazón. ¿Por qué llama? Quizá para
decirme lo mucho que mi madre se enfureció con ellos por acostarse
conmigo. Si fuera así, sería completamente mortificante.
No puedo hacer frente a esto ahora. Han pasado demasiadas cosas en
mi vida en muy poco tiempo. Escuchar su voz sólo me devolverá todo lo
que siento por él y sus hermanos. Reabrirá la herida que he intentado
vendar sin éxito.
Continúa sonando durante mucho tiempo, y miro la pantalla, sintiendo
una pequeña conexión con un hombre que ahora parece tan distante.
Mientras me llama, es como si me tendiera la mano. Si no lo cojo, nunca
sabré que en realidad llamaba para enfadarse conmigo por haberles
puesto a todos en una situación incómoda. Puedo fingir que es algo
diferente, y eso facilitará las cosas.
Mañana me ocuparé del correo electrónico de Beresford. A veces
dormir ayuda a ordenar la maraña de nuestros pensamientos y, si no,
dejaré que Connie decida qué hacer a continuación.
27

—He estado pensando en lo de las pinturas. ¿Por qué no le pides a


Beresford que contacte directamente con Mason? No tiene que revelar
quién envió los cuadros. Así no sabrá que fuiste tú —dice Connie, mientras
mastica granola.
—En realidad no es mala idea.
Me sirvo una taza de café humeante, esperando que me espabile.
Anoche dormí fatal, con demasiadas cosas en la cabeza como para
descansar en condiciones. Eso, y que el sofá cama de Connie
definitivamente no es el más cómodo.
—¿Y qué vas a hacer después?
—Seguir buscando trabajo —digo.
—¿En Nueva York?
—Creo que sí... Realmente en cualquier sitio que esté lejos de aquí.
Connie da un sorbo a su café.
—Lejos de aquí no estaría mal. Si tienes tiempo, busca algo para mí
también. Te enviaré mi currículum para que lo mandes a lo que creas que
me vendría bien.
—Por supuesto.
Connie se levanta, agarra su cuenco vacío y lo lleva al fregadero.
—¿Y qué pasa con Nate? ¿Qué vas a hacer si te vuelve a llamar?
—No le responderé.
—Me parece bien, aunque me preocupa que ese imbécil sea
persistente.
—La verdad es que no sé qué va a pasar. Ha tergiversado las cosas para
que mi madre piense que fui yo quien le fue infiel, y ella se ha puesto de su
lado.
—Bueno, tu madre debería creer en ti mucho más de lo que cree. Es
una conversación que tendrás que tener con ella en algún momento.
—Me parece que mudarme va a ser más fácil.
Connie sonríe y coge su fiambrera.
—Desde luego, pero somos ya demasiado mayores para andar
evadiendo nuestros problemas.
—Por mí, prefiero evadirlos y esperar no volver a cruzármelos.
—Como con Nate... ¡Así te ha ido!
—No, no creo que Nate sea el mejor ejemplo.
—Bueno, te veré más tarde. ¡Buena suerte!
Connie sale del apartamento con su bolso y su almuerzo, y se lleva todo
lo que me mantenía animada. Es fácil seguir sonriendo cuando mi mejor
amiga me distrae, pero ahora que estoy sola, la angustia vuelve a
invadirme. Me pregunto qué estarán haciendo ahora Mason, Miller y Max.
¿Estarán seduciendo a su próxima conquista? Quizá ya se la hayan llevado
a la cama. Quizá le estén haciendo todas esas cosas increíbles que me
hicieron a mí. Me estremezco al recordar los besos en mi columna, el
movimiento de las lenguas entre mis piernas y la presión de una de las
pollas en mi coño. Gimo en voz alta, recordando la sensación de seguridad
que tenía tumbada entre ellos. Ya no hay ni siquiera una parte de mí que
me duela por Nate. Todo el anhelo y el dolor son por mis hermanastros y
es totalmente inútil sentirme así.
Nunca iba a funcionar.
Tengo que aceptarlo y seguir adelante, como hice con Nate.
Mi portátil descansa sobre la mesa y lo deslizo frente a mí, respirando
hondo antes de abrirlo. Mientras empiezo a buscar un trabajo que me aleje
de los hombres que me han robado el corazón, todo parece más gris. En
lugar de emoción, siento que el miedo se desenrolla en mi vientre.
Me dirijo a mi correo electrónico, abro el de Beresford y le respondo
como Connie me sugirió. Cuando hago clic en enviar, lo siento como otro
clavo en el ataúd que encierra mis esperanzas y sueños. Era el único motivo
que tenía para ponerme en contacto con Mason, y lo acabo de tirar por la
borda.
Beresford contesta casi de inmediato, dándome las gracias por la pista y
un brillante sentimiento de orgullo aflora en mi interior. Si ésta es la gran
oportunidad de Mason, y al final descubre que fui yo quien promocionó su
trabajo, no podrá olvidarme. Algo bueno saldrá de todo esto. Me levanto,
cierro el ordenador y me voy a la ducha. Me froto la piel con frustración,
que sale rosada y ligeramente dolorida. Justo cuando me pongo las mallas
y la camiseta deportiva, suena el teléfono.
Supongo que será Nate. O mi madre. O uno de mis queridos
hermanastros. Todos pasan por mi cabeza mientras corro hacia la mesa
para coger el teléfono. En cambio, es un número que no reconozco.
—Hola.
—Buenos días, ¿hablo con Natalie Monk?
—Sí. ¿Quién es?
—Hola Natalie, me llamo Robert Hunter. Soy el reclutador de Eco-
soldiers, una organización benéfica que lucha por salvar hábitats en peligro
por todo el mundo.
—Me temo que no puedo contribuir —digo con nerviosismo.
—No —responde, al mismo tiempo que noto una sonrisa en su voz—.
Te llamo porque estamos buscando un fotógrafo para documentar nuestros
logros más recientes y cuando vimos tu portafolio... Bueno, nos pareciste
perfecta para el trabajo.
—¿Vieron mi portafolio?
—Sí, nos lo recomendó Mason Banbury. Él nos sigue desde hace varios
años y supo que teníamos una posición abierta. Nos habló muy bien de ti,
Natalie. Nos encantaría que vinieras a reunirte con nosotros para hablar
del puesto. Si estás interesada y las condiciones se ajustan a tus requisitos,
creo que podrías ser una gran incorporación a nuestro equipo.
Mason me recomendó para un trabajo. No lo entiendo en absoluto.
Parecía querer deshacerse de mí, esconder lo que hicimos bajo la alfombra.
¿Por qué se molestaría en ayudarme a encontrar un trabajo?
—Eh... Bueno, me encantaría acercarme y que me contaras un poco
más sobre el trabajo —contesto.
—¿Podrías venir hoy mismo? —dice Robert.
—Sí, puedo ir hoy —digo, mirando mi ropa informal y buscando en mi
maleta un atuendo adecuado.
Tendré que buscarme la vida. No tengo ningún conductor esperando en
la puerta del modesto apartamento de Connie.
—Fantástico. Tengo tu dirección de correo electrónico. Te enviaré los
detalles. ¿Te vendría bien a las doce del mediodía?
—Sí. Me viene bien.
—Vale, genial. Nos vemos entonces.
Se oye un clic al otro lado de la línea cuando Robert cuelga y me quedo
mirando el teléfono mientras me doy cuenta de que tengo un plátano en la
mano. No entiendo lo que acaba de pasar.
Mi teléfono suena con la llegada del correo electrónico de Robert y
ojeo las especificaciones del puesto, mi corazón se acelera con cada
palabra. Es un puesto internacional que implica viajar a algunos de los
países más impresionantes del mundo. Buscan a alguien con mi
experiencia. Alguien que pueda convertir los paisajes y el mundo natural
en historias pictóricas convincentes. Es todo lo que hice para Nate, pero
ahora por una buena causa. En su página web me entero de la gran labor
que hacen por las especies que están al borde de la extinción. La
conservación del hábitat es su prioridad.
Es una oportunidad increíble.
Me tapo la boca con la mano, totalmente abrumada por el hecho de
que Mason me haya recomendado. Quiero coger el teléfono y agradecerle
su amable gesto, pero no puedo. Su expresión en el balcón inunda mi
mente. La forma despreocupada en que me dejó aquella mañana sin un
beso. Debió de enviarme la recomendación antes de ese día. Es la única
explicación.
No tardo mucho en vestirme. Cojo mi portátil y salgo al sol de la
mañana, con una oleada de luz que me invade.
Cuando dejé a Nate no me atrevía a soñar que algo así pudiera
ocurrirme. Me imaginaba teniendo que aceptar un papel que no colmaría
mis sueños de seguir viendo el mundo en toda su asombrosa gloria. Ahora
tengo la oportunidad.
El gusanillo de la inseguridad que siempre me asalta en momentos así
me dice que no me emocione demasiado. Hay muchas posibilidades de
que no les guste lo suficiente como para ofrecerme el puesto. Tengo que
preguntarles muchas cosas. Tal vez el dinero no sea lo suficiente. Ya no
puedo permitirme el lujo de trabajar gratis. Tengo que empezar a
construirme una vida y ahorrar es la única forma de conseguirlo.
Pido un taxi para que me recoja en la puerta del apartamento de
Connie. Hay tanto tráfico en el trayecto hasta las oficinas de Eco-soldiers
que casi llego tarde. Cuando llego, el corazón me late a toda velocidad y la
palma de la mano me resbala alrededor del asa del bolso.
Mis pantalones palazzo blancos se me pegan a las piernas y tengo que
sacudir la tela para estar presentable. Las oficinas parecerían normales
desde fuera si no fuera por la selva tropical pintada con spray que han
encargado para cubrir la fachada del bloque de oficinas de hormigón. Me
encanta la originalidad del arte que han utilizado y el desafiante mensaje
que se lee.
Empujo la pesada puerta de metal y cristal y me encuentro con una
amplia y colorida recepción. Detrás del mostrador hay un hombre que lleva
una camiseta con el logotipo de Eco-soldiers y un estampado de camuflaje
de hojas. Sonríe ampliamente cuando me acerco.
—Vengo a reunirme con Robert Hunter.
Al pronunciar su nombre, me doy cuenta de lo inapropiado que suena
su apellido para alguien que trabaja en la conservación de animales.
—Claro. Siéntate. Le diré que estás aquí.
Los asientos son de metal verde, aunque no son los más cómodos en
los que me he sentado. Me pregunto si hay un mensaje detrás del diseño.
¿Cómo podemos descansar cómodamente cuando el mundo está tan lleno
de injusticias? Mi corazón late demasiado rápido y me hace sentir algo
mareada. No es el estado de ánimo ideal cuando estás a punto de ser
entrevistada para lo que podría ser el trabajo de tus sueños. Me planteo
sacar el móvil del bolso para intentar distraerme con algo sin sentido, como
Facebook, pero antes de que tenga la oportunidad, un hombre aparece por
una puerta en la parte trasera de la recepción y se dirige hacia mí. Es un
hombre alto y rubio que podría haber servido de modelo para una de esas
figuritas de superhéroe.
—Natalie —dice, extendiendo su gran mano—. Robert Hunter.
Me pongo en pie arrastrando los pies y le cojo la mano, intentando
estrechársela con la suficiente convicción para parecer segura de mí
misma. Debe de medir casi dos metros, así que arqueo el cuello.
—Bienvenida. Te agradecemos mucho que hayas venido con tan poca
antelación.
—No hay problema —le digo—. Ésta es una gran oportunidad.
—Me alegra que pienses así…
Se gira, extendiendo el brazo para indicar la dirección de nuestro paso.
—…Sígueme por aquí para que podamos hablar un poco más.
La siguiente hora pasa volando, sobre todo porque me siento abrumada
por todo lo que se me presenta. Robert describe la organización benéfica y
su ámbito de actuación y, a continuación, explica lo que pretenden
conseguir en los próximos cinco años y cómo se ajustaría el puesto a ello.
Cuanto más habla, más me pregunto si estoy soñando. Si hubiera podido
imaginarme el puesto más perfecto del mundo, no me lo habría imaginado
mejor.
Cuando dejé a Nate, la pérdida de mis sueños, de mi futuro, fue tan
profunda que sentí dolor físico. Ahora, escuchando a Robert, siento que
esos sueños se están reformando.
Puedo volver a viajar.
Puedo fotografiar lugares que necesitan la atención del mundo.
Puedo marcar la diferencia.
Todo esto sólo puede ocurrir si me ofrecen el trabajo.
Busco en el rostro y el lenguaje corporal de Robert pistas sobre cómo le
parezco. Su cuerpo está inclinado hacia mí, mantiene un fuerte contacto
visual y gesticula con entusiasmo. Mi corazón se acelera a medida que
aumenta la esperanza. ¿Conseguiré el trabajo?
Tal vez.
Y si es así, me alejaré de Mason, Max y Miller.
¿Qué pasa cuando tu corazón quiere tirar de ti en dos direcciones?
Supongo que se parte en dos.
28

El viaje de la vida no es lineal. Puede parecer así, al poner un pie delante


del otro, y el tiempo transcurrir a medida que damos pequeños pasos
durante nuestra estancia en la tierra.
Mientras salgo de las oficinas de Eco-soldiers con una sólida y excelente
oferta de trabajo en la mano, mi instinto me dice que estoy dando un paso
en la dirección equivocada. Mi mente, en cambio, racionaliza que es lo
mejor. Finalmente me doy cuenta de que mis hermanastros me
propusieron para este trabajo para quitarme de en medio. Voy a estar
viajando por el mundo, lejos de ellos. Lejos para no causarles más
problemas. No se trataba de que quisieran que alcanzara mis sueños. No
como cuando envié las pinturas de Mason a Beresford. Eso fue
desinteresado. Esto ha sido egoísta.
Se me calientan las mejillas y me arde la garganta.
Qué estúpida he sido por pensar otra cosa. Qué estúpida por arriesgar
mi corazón cuando ya estaba destrozado y ahogado en decepción.
En lugar de caminar con energía, tengo los hombros caídos y ando
despacio y con dificultad. Ni siquiera pensar en mi primer destino, que será
Tailandia, me levanta el ánimo. Y para colmo, tengo que decirle a Connie
que nuestros planes de irnos a Nueva York y empezar de nuevo quedan en
suspenso durante al menos doce meses. Sé que no me lo echará en cara.
Somos amigas desde hace tanto tiempo que sé que sólo quiere lo mejor
para mí, pero eso no impide que me sienta culpable.
Qué desastre.
Cojo una botella de vino y unas patatas fritas para que compartamos
más tarde. Una especie de ofrenda de paz que me parece patética y
pequeña, pero es todo lo que puedo permitirme.
Al doblar la esquina de la calle de Connie, levanto la vista y veo tres
figuras de aspecto familiar sentadas en la pared frente a la puerta del
edificio.
Al verlas me detengo en seco, y es Max, con su ojo para los problemas,
quien detecta mi movimiento con el rabillo del ojo. Cuando se levanta, sus
hermanos también lo hacen, e incluso desde la distancia, puedo ver que
sus expresiones son serias. ¿Habrá ocurrido algo? Me doy cuenta de que
mi teléfono sigue silenciado por la entrevista. ¿Habrá tenido mi madre un
accidente?
No se mueven, y empiezo a sentirme como un vaquero en una película
del Oeste, preparada para disparar mi arma en cuanto mis oponentes
desenfunden. No puedo quedarme aquí para siempre, y me están
bloqueando la entrada. Con la vergüenza ardiendo en mis mejillas, por fin
encuentro fuerzas para impulsarme hacia delante.
—Natalie —dice Mason—. ¿Cómo fue la entrevista?
Ya lo sabe. Supongo que Robert le habrá llamado. Es la única
explicación.
—Muy bien. Gracias por recomendarme.
Me estremezco ante la formalidad de nuestro diálogo. ¿Por qué este
tipo de conversación duele cuando has tenido la cara de alguien entre las
piernas y sus brazos rodeándote?
—¡Qué bien!
Miller alarga la mano para tocarme el brazo, pero no me lo espero y,
cuando me sobresalto, la retira rápidamente con cara de dolor.
El ambiente es tenso, los trillizos se miran entre sí y acto seguido
dirigen la mirada hacia mí como si no supieran qué decir. Yo tampoco lo sé,
sólo se me ocurre hacer una pregunta obvia.
—¿Qué hacéis aquí?
—Vinimos a verte —dice Max bruscamente—. ¿No debería ser obvio?
—Más bien, somos nosotros quienes deberíamos preguntarte por qué
te fuiste sin despedirte... sin decirnos adónde ibas. ¿Por qué sentiste que
tenías que huir tan de repente?
Respiro con fuerza, la mezcla de confusión y fastidio en la voz de Miller
y Max me choca.
—¿Por qué no se lo preguntáis a Mason?
Sus hermanos se vuelven hacia él y Mason se encoge de hombros.
—No sé de qué estás hablando —responde.
Le miro fijamente, intentando averiguar si dice la verdad. Parece
sincero. ¿No recuerda cómo me rechazó aquella mañana en el balcón? ¿No
era ésa su intención?
—Mi madre se enteró de lo nuestro por Nate. Antes de que cogieras su
teléfono y borraras el vídeo, ya se lo había enviado a ella. Por eso seguía
sonriendo.
—¿Se enfrentó a ti? —pregunta Max con las cejas levantadas.
—¿No lo hizo con vosotros?
Todos niegan con la cabeza y me siento confusa. ¿Por qué mi madre
estaba tan destrozada, pero no le dijo nada a mis hermanastros? Tal vez no
se sentía capaz de acercarse a ellos de la misma manera sin contárselo a
Conrad. Quizá se lo está guardando para no alterar más la situación.
—¿Por qué pensaste que yo sabía todo esto? —pregunta Mason.
—No estaba segura —contesto—. Tú... fuiste muy cortante conmigo la
última vez que hablamos.
Max y Miller se vuelven hacia su hermano, con caras interrogantes.
—Estabas hablando con alguien por teléfono —explica Mason—. Le
dijiste que le querías y pensé que te estabas reconciliando con tu ex.
Cuando Beresford se puso en contacto conmigo por mis cuadros y tú no
me contestaste, me puse en contacto con Connie y me enteré de parte de
lo que había pasado. Tu amiga es tremendamente leal. Tuve que suplicarle
mucho para que dijera una palabra.
Uno de los vecinos de Connie pasa agarrado a una bolsa de comida
rápida y me doy cuenta de que debemos de parecer un poco raros
teniendo una conversación tan sincera al aire libre.
—¿Queréis entrar? —pregunto, esperando que digan que sí y
temiéndolo a partes iguales.
Mis hermanastros asienten al unísono y me dispongo a llevarlos al
apartamento de Connie. No va a regresar a casa hasta dentro de un rato,
así que al menos podremos separarnos sin que la incomodidad se
interponga entre nosotros. Cuando lo pienso, una oleada de vacío me
invade el pecho, justo en el lugar donde debería estar mi corazón. A
medida que me siguen, me voy sintiendo más vieja y cansada, cansada de
la pérdida de amor que sigo notando. Me arde la garganta ante la
posibilidad de que ésta pueda ser la última vez que los vea a todos en
meses, o incluso en años. ¿Se alejarán una vez se haya aclarado todo entre
nosotros? ¿Me besarán cordialmente en la mejilla y me desearán lo mejor
en mi nuevo trabajo? No creo que pudiera mantener la compostura si
hicieran eso. No tengo la misma fuerza y determinación que tenía con
Nate.
Mason, Max y Miller prácticamente llenan el pequeño salón de Connie.
Se quedan de pie hasta que hago un gesto con la mano hacia el sofá.
Cuando toman asiento en fila, me recuerdan a los tres monos sabios. Dejo
las cosas junto a la pared y me apoyo en la mesa, sin saber qué hacer con
mis manos, que acaban entrelazadas delante de mí.
—¿Por qué no nos dijiste lo de tu madre? —pregunta Miller—.
Podríamos haberte ayudado. Le podríamos haber dicho lo que sentíamos...
y tranquilizarla. Al menos le habríamos quitado parte de la culpa.
—Es que... no quería causarle ningún problema, ni a ella ni a vosotros.
¿Qué sentido tendría arrastrar a todos a este lío y crear un gran conflicto
entre nuestros padres y todos? Me fui para que ella no pensara que esto
continuaría bajo su techo.
—Alejarse de las situaciones difíciles no las arregla. Simplemente dejas
todo atrás para volver a encontrarte con ello en otro momento. Mira lo que
pasó con Nate. ¿Qué te hizo pensar que marcharte así iba a hacer que tu
madre se olvidara del tema? No puedes alejarte eternamente —dice Miller.
—Dejando todo eso de lado —dice Max inclinándose hacia delante—,
estabas dispuesta a tirar todo lo que teníamos sin decirnos una palabra.
Sacudo la cabeza, odiando el tono que hay en su voz.
—No ha sido fácil —le digo—. Pensé que estaba haciendo lo mejor para
todos.
—Ni siquiera nos diste la oportunidad de decirte lo que queríamos —
dice Mason.
—No nos diste la oportunidad de estar a tu lado —dice Max.
—Pensé que no querríais estas complicaciones —digo, con la garganta
ardiendo al darme cuenta de hasta qué punto las acciones de Nate han
afectado a la forma en que pienso sobre mi valía.
—Nos importas —dice Mason—. Más de lo que debería ser posible
después de tan poco tiempo.
Max pone su mano enorme sobre su corazón.
—Estás aquí, Natalie —dice—. Y estabas dispuesta a dejar todo esto
atrás.
Se me escapa una lágrima y me la enjugo.
—No es lo que quería —digo, sonando ahogada—. Es que... ni siquiera
sé cómo lidiar con mis sentimientos, las repercusiones... ni nada de eso.
Mason se levanta, acompañado de sus hermanos. Me rodean, me
ponen las manos sobre los hombros, me secan las lágrimas y me apartan el
pelo de la cara. No puedo ni mirarlos a los ojos porque me siento
avergonzada. Mason me levanta la barbilla y me obliga a mirarle.
—Entiendo que todo esto sea demasiado para ti. Ha surgido demasiado
rápido después de que acabaras con ese capullo, y el vínculo familiar lo
complica todo. Pero quiero saber qué sientes por nosotros... Deja todo lo
demás a un lado y sé sincera.
Parpadeo, el cariño que siento por ellos es demasiado para seguir
conteniéndolo. Mi mano encuentra la mejilla de Mason y sus ojos se
cierran. Mi otra mano busca a Max y luego a Miller del mismo modo. El
tiempo se ralentiza mientras la conexión entre nosotros se arremolina a mi
alrededor como un océano calentado por el sol. Quiero dejarme llevar.
Quiero sentir sus manos sobre mí, y sus labios sobre mi piel. Quiero estar
rodeada de sus fuertes cuerpos. Quiero disfrutar de la luz de sus sonrisas.
Quiero rendirme a todo lo que debería estar mal, pero que me hace sentir
demasiado bien como para ignorarlo.
Cuando los labios de Mason encuentran los míos, todas las barreras
que nos impedían estar juntos desaparecen. No tengo que pasar por todo
esto sola. Las decisiones que tomamos no dependen sólo de mí, a pesar de
lo que dijo mi madre. De pie entre ellos, veo que somos una unidad. Puede
que seamos cuatro, pero lo que afecta a uno de nosotros nos afecta a
todos. ¿Puedo aceptar esto lo suficiente como para dejarme llevar? ¿Puedo
confiar en ellos lo suficiente?
Todo lo que sé es cómo me hacen sentir. Segura y querida. Respetada y
admirada.
Sé lo mucho que me valoran porque se han desvivido por encontrarme
y arreglar las cosas. También movieron hilos para ayudarme a encontrar el
trabajo de mis sueños.
El trabajo.
Me alejo de Mason, con el corazón latiendo como un tambor.
—Acepté el trabajo —digo—. Me marcho en dos semanas.
Todos sonríen y me siento confusa. ¿Están contentos de que me vaya?
—¡Qué bien! —exclama Mason.
—Sabíamos que encajarías perfectamente en el puesto —dice Miller.
—¿A dónde irás primero? —pregunta Max.
—Me voy. Me marcho al extranjero —repito, sin estar segura de que lo
estén entendiendo.
Tenemos dos semanas para disfrutar juntos y luego todo esto se
acabará.
—Ya lo sabemos —dice Mason—, pero podemos visitarte dondequiera
que estés.
—Cualquier excusa es buena para unas vacaciones de lujo —ríe Miller.
—Y serán doce meses —dice Max mientras me alisa el pelo—. Un año
pasa volando. Y el sexo telefónico puede ser verdaderamente increíble.
Piensa en toda esa tensión sexual.
—¿No os importa?
Sacuden la cabeza.
—Tienes que vivir tus sueños, Natalie. Esto no se trata de limitarnos
entre nosotros. Se trata de crecer juntos.
Miller siempre tiene una manera de decir las cosas, que
inmediatamente me hace sentir mejor.
—Es como lo que hiciste por Mason… lo de la galería. Él va a estar
trabajando en Nueva York durante un tiempo, pero podemos sobrellevarlo.
Llegará un momento en el que nos reuniremos todos... y formaremos un
hogar y una familia, pero ahora mismo, nuestros caminos pueden
serpentear... Es hora de desplegar nuestras alas y aprender a volar juntos.
Miller y Mason se vuelven hacia su hermano con las cejas levantadas.
Supongo que Max no es conocido por hablar con tanta profundidad, y
supongo que eso hace que lo que ha dicho sea aún más especial.
—¿En serio? ¿No os importa?
Mueven la cabeza.
—La distancia nos dará tiempo para conocernos aún mejor.
—Y ya me estoy imaginando el polvo del reencuentro —sonríe Max.
—¿Podemos ir empezando ese polvo del reencuentro? —pregunta
Miller.
—Creo que a Connie no le gustará encontrarnos liados en el suelo de su
salón —me río—, pero hay un hotel estupendo...
Mason y Miller intercambian sonrisas.
—Los hoteles son increíbles —dicen al unísono.
—Reservaré una habitación —dice Max, sacando su teléfono del
bolsillo.
Me tiemblan las rodillas al pensar en lo que viene a continuación.
Voy a entregarme a estos tres hombres increíbles. Voy a entregarme a
mi corazón y a todo lo que anhela.
Y lo mejor de todo, nada de ello a costa de mis sueños.
29

El aire es tan húmedo que el pelo se me encrespa y el sudor me resbala


entre los omóplatos. Tengo la cámara colocada en un trípode al borde de
una de las zonas de manglares más hermosas que he visto nunca. Los
manglares costeros son uno de los ecosistemas más amenazados del
planeta, y las estimaciones actuales indican que más de dos tercios de los
manglares se han perdido hasta la fecha. En Tailandia, la presión de la
expansión económica ha provocado la pérdida generalizada de este valioso
hábitat costero.
Saber que las imágenes que voy a tomar contribuirán a resaltar la
belleza y la importancia de algo tan amenazado me llena de orgullo.
Sé que la luz es óptima en este momento. Echo un vistazo a mi
alrededor, fascinada por la sinuosa red de raíces expuestas y por la idea de
que estos frondosos árboles puedan vivir en agua salada. Un cangrejo se
escabulle y capto con el rabillo del ojo su gracioso caminar de reojo. A lo
lejos, oigo lo que creo que es la llamada de un mono.
Me froto las gotas de sudor que se me forman en el nacimiento del
pelo y busco agua fresca en mi bolsa de lona.
Mis tomas de prueba se acercan tanto a la perfección que me río a
carcajadas por la satisfacción. El cangrejo entra en la toma y no puedo
creer mi suerte. Los árboles del manglar son inquietantemente bellos por sí
mismos, pero la vida salvaje que albergan hace que las tomas sean mucho
más impactantes. Si pudiera atrapar al cangrejo y besarlo por aparecer en
el momento justo, lo haría.
La segunda tanda de fotos, con mi nuevo mejor amigo crustáceo, son
increíbles. Henry, mi compañero durante este viaje, se pondrá muy
contento, y el equipo que se encuentra en Estados Unidos lo tendrá fácil
para transmitir con la ayuda de estas imágenes la historia de un hábitat en
peligro que debe protegerse a toda costa.
Observo al cangrejo mientras está a la vista, pasando por encima de las
raíces para acercarme lo suficiente como para establecer contacto visual.
Es un cangrejo violinista con una pinza enorme que parece que vaya a
caerse al correr sobre el suelo fangoso del manglar. Sé que es un "él" por
su enorme pinza.
—Hola —digo, y acto seguido miro a mi alrededor para asegurarme de
que no hay nadie más al alcance del oído.
Los coordinadores locales de nuestro viaje no siempre entienden
nuestras costumbres, y es probable que hablar con cangrejos haga correr
rumores sobre mi dudosa cordura entre el grupo.
Al final, mi amiguito desaparece en una madriguera de barro y yo me
limpio las palmas de las manos húmedas contra mis pantalones de
pescador tailandés de lino. Son tan cómodos que he dejado la mayoría de
mis pantalones normales en la maleta, y además son muy baratos.
Mientras recojo mi equipo, empiezo a imaginar el agua fresca de la
ducha que voy a darme cuando regrese a mi hotel.
El viaje de vuelta al pueblecito en el que nos alojamos dura treinta
minutos y está lleno de baches. Intento llamar a Max durante el viaje, pero
no contesta. Echo mucho de menos a mis chicos, sobre todo cuando
termino la distracción de mi trabajo. Esas horas de soledad por la noche y
por la mañana temprano son cuando me duele el corazón y me duele el
cuerpo. El sexo telefónico puede mitigar la necesidad física, pero anhelo su
contacto de muchas maneras. Miro por la ventana y recuerdo la última vez
que estuvimos juntos. Después de la noche en el hotel, que se convirtió en
un reencuentro de tres días con las sábanas más pegajosas y enredadas de
las que he tenido el placer de ser en parte responsable, nos quedaban
once días más para disfrutar el uno del otro y prepararnos para los cambios
que se avecinaban.
En el aeropuerto, intenté mantener la compostura, pero fracasé por
completo. Dejé a mis tres hombres con las camisas mojadas por mis
lágrimas. Cuando subí al avión, tenía los ojos tan hinchados que apenas
podía distinguir los números de las filas para encontrar mi asiento. El
empresario trajeado que se sentaba a mi lado fue lo bastante sensato
como para no intentar entablar una conversación cortés. Lloré sobre
pañuelos durante el largo vuelo, preguntándome si había tomado la
decisión correcta.
Sé que lo hice.
Los últimos meses han sido increíbles. Sobrecogedores. En ellos se han
cumplido muchos de mis sueños.
Y he llegado a conocer a mis hermanastros poco a poco. Miller tenía
razón. La distancia nos dio tiempo para aprender lentamente todas las
cosas que cimentan una relación. La ausencia ha hecho que el corazón se
vuelva más cariñoso. Estoy impaciente por verlos, aunque todavía no
hemos conseguido encontrar una fecha en la que podamos reunirnos
todos.
Mi chófer se detiene en la espectacular entrada del ornamentado hotel
en el que me alojo. Recojo mis maletas y abro la puerta de un tirón,
luchando por llevar conmigo la pesada bolsa de la cámara mientras salgo
del vehículo.
—¿Puedo ayudarla con eso, señorita? —dice una voz grave y profunda
detrás de mí.
Me pongo rígida, la familiaridad de la voz hace que mi corazón se
acelere. Parece Max, pero no puede ser. Quizá los he echado tanto de
menos que estoy empezando a alucinar. Me giro lentamente, la mera idea
de que pueda estar tan cerca es demasiado asombrosa como para querer
arruinarla inmediatamente. Entonces poso mis ojos en Max y empiezo a
chillar porque detrás de él están Mason y Miller, con cara de satisfacción.
—¡Sorpresa! —exclama Mason mientras pongo las maletas en el suelo
y me lanzo hacia ellos.
Estoy tan abrumada que no me salen las palabras, así que los abrazo y
aspiro sus aromas que tanto echaba de menos. Me agarro a sus fuertes
hombros y brazos. Beso sus labios, sosteniendo sus caras entre mis palmas,
sin querer soltarlos ni un segundo.
—Habéis venido —digo, cuando todos los besos y abrazos me han
robado el aliento.
—Aquí nos tienes —dice Miller con una sonrisa.
—Deberíais habérmelo dicho. Podría haber pedido una habitación
mejor.
—¿Y perdernos todo esto?
Mason sonríe con sus hoyuelos en todo su esplendor, pareciéndose
mucho a lo que hizo durante la sesión de fotos que empezó todo.
—Hemos reservado la suite nupcial —dice Max, mientras su mano
encuentra mi culo y le da un sugerente apretón.
—¿En serio habéis hecho eso?
Asienten y nos quedamos mirándonos por un momento,
familiarizándonos con las versiones reales. Son más altos y anchos de lo
que recordaba. Grandes. Es la palabra que invade mi mente cuando los
miro. Y guapos. Muy guapos.
—Deja que te lleve eso —dice Max, levantando mis maletas.
—Síguenos, te mostraremos el camino.
—Necesito coger mis cosas —digo.
—Más tarde.
La voz de Miller es tan firme que empiezo a sentir calor entre las
piernas. Si hay algún indicio de que me echa de menos, es ese rugido.
—De acuerdo —respondo—. Llevadme a vuestra guarida.
Se ríen, pero Miller es un tipo muy directo y, de repente, me levanta
contra su pecho. Le doy un manotazo y me ruborizo cuando una pareja que
espera fuera del hotel sonríe al vernos.
—Puedo andar —digo.
—¡Pero esto es mucho más divertido! —ríe.
Todo el personal del hotel sonríe mientras caminamos por la recepción
hacia los ascensores. Nos miran con desconcierto, pero no me importa.
Ahora mismo soy demasiado feliz para preocuparme por lo que piensen los
demás. Ésta es mi vida y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para
vivirla feliz.
Al llegar a la puerta, Mason pasa la tarjeta. Cuando entramos en la
habitación, vuelvo al día en que llegué a la casa de Conrad y vi las vistas por
primera vez. La suite nupcial tiene ventanales del suelo al techo con vistas
al mar.
Aunque no me da tiempo a contemplarlo.
Miller me tiene tumbada boca arriba en cuestión de segundos.
—Dime lo que quieres —me ordena.
—Todo —Jadeo.
—¿Todo?
Levanta las cejas, por lo que asiento con la cabeza. Hay cosas de las que
hemos hablado por teléfono que hacen que me ardan las mejillas. Cosas
explícitas que nunca antes había deseado. Con Nate la idea me erizaba la
piel, pero Nate está tan superado que bien podría ser polvo. Ahora todo es
diferente, incluso mis límites.
—Todo —repito.
—Joder —murmura Max.
Sabe lo que eso significa, no tarda en bajarse los pantalones cortos y los
calzoncillos, empuñando su polla como un arma. Y lo será. Un arma de
placer. Estoy prácticamente salivando.
Mason se sube a la cama junto a mí.
—¿Así que no quieres que sea suave y lento?
—Ya ha pasado demasiado tiempo —respondo—. Quiero sentirla.
El pulgar de Mason se desliza sobre mis labios, empujando dentro de
mi boca.
—Voy a metértela por aquí. Te entra perfectamente.
—¿Es eso lo que quieres, Natalie? ¿Quieres que te la metamos hasta el
fondo?
Asiento con la cabeza, mirando los hipnotizantes ojos azules de Max y
chupando el pulgar de Mason mientras siento la mano de Miller
metiéndose entre mis piernas. Me toca la entrepierna, provocándome una
sensación tan excitante como desconcertante.
—Esto me pertenece.
Su voz es tan ronca y grave que prácticamente siento las vibraciones
contra mi clítoris. Mason me quita el pulgar de la boca para que pueda
responder.
—Todo tuyo —digo en voz baja.
—Primero, te lo voy a comer —dice Miller—. Podrías correrte así.
—¿Podría?
—Sí. Después te iré penetrando suavemente con mis dedos hasta que
estés lo suficientemente abierta como para que entre mi polla.
—Si es lo que quieres.
—¿Quieres?
Miller vuelve a presionar mi vagina y siento una oleada de calor en el
clítoris. Me hace jadear, y aún estoy completamente vestida.
—Sí —Jadeo.
—Joder —murmura Mason.
—Antes necesito una ducha. Estoy llena de barro del manglar.
Los chicos refunfuñan, pero les prometo que seré rápida. En la ducha,
me aseo todo lo que puedo. Quiero que todo sea perfecto, pero también
necesito mentalizarme. Hace meses que no estoy cara a cara con mis
hermanastros y eso me produce una falta de familiaridad a la que no estoy
acostumbrada. Me digo a mí misma que son los mismos hombres que eran
cuando estábamos en Estados Unidos y los mismos hombres que han
estado a mi lado todo este tiempo por teléfono.
Me extiendo una loción perfumada sobre la piel, acariciando las curvas
que he desarrollado en los últimos meses. Ya no tengo las caderas
prominentes que Nate me obligaba a mantener. Tengo una figura femenina
que sé que encantará a mis hermanastros. Contemplo salir en toalla, pero
esa sería la antigua yo. No quiero volver a ser una persona que se esconde.
Al abrir la puerta, desnuda como el día en que nací, encuentro a mis
hombres tumbados sobre la enorme cama. También están desnudos, casi
me dejan sin aliento. Son la perfección, por fuera y por dentro. Tres
hombres preciosos con un corazón enorme que me han protegido
ferozmente. Creen que no sé lo que le hicieron a Nate. Digamos que no
volverá a tener la tentación de acercarse a mí, lo cual es un gran alivio.
Camino hacia ellos con nada más que expectación en mis
pensamientos. Cuando me subo a la cama, es Max el primero al que me
arrimo. Cualquiera pensaría que eso sería un problema, pero los celos no
son algo que exista entre mis chicos. Saben que los quiero a todos con la
misma ferocidad. Saben que todos se lo van a pasar bien y que todos
tendrán sus propios momentos de placer. Sin prisas. Sin competencia. Sólo
amor.
Deslizo mi coño a lo largo de la rígida polla de Max, mi ya hinchado
clítoris recibe toda la deliciosa estimulación. Ya estoy lo bastante mojada
como para follar, lo cual es toda una novedad. Mientras me inclino para
besarle, la cama se mueve detrás de mí y Miller hace exactamente lo que
había prometido. Cuando su lengua me roza el clítoris y luego me penetra
hasta llegar a la entrepierna, gimo contra los labios de Max. Sus dedos
encuentran mis pezones y los pellizcan con la presión justa. Tomo la
enorme polla de Mason con la mano, deslizándome arriba y abajo por la
rígida vara, caliente como el infierno y suave como el terciopelo. Sé lo que
quiere que haga, pero tendrá que esperar un poco.
Los movimientos circulares de la lengua de Miller hacen exactamente lo
que prometió. Mi clítoris palpita, buscando el contacto. Por dentro, mi
coño se agita con expectación. Él lame, y lame. No sé cuánto más podré
aguantar. Sus dedos agarran mis caderas, presionando mi piel como nunca
antes lo habían hecho. Me siento lasciva y excitada, voluptuosa y
femenina. Me siento digna de su adoración y eso hace que me duela el
pecho, pero de la mejor manera posible.
—No pares —digo, aunque esta vez no mando yo.
Miller se chupa los dedos y los mueve lentamente de un lado a otro por
donde había estado lamiendo. Max se coge la polla con la mano y me roza
la cabeza perforada por el coño, haciendo muescas, pero sin meterla
mientras el pulgar de Miller me presiona la entrepierna. Hay una sincronía
en sus acciones, como si supieran exactamente qué hacer para que esto
me resulte más fácil y suave.
Cuando Miller me mete el pulgar por primera vez, presiono la polla de
Max y el movimiento es perfecto. ¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sin
esto? ¿Cómo se las arreglaba mi cuerpo sin su intrusión?
—Así —dice Miller suavemente, mientras mueve el pulgar hacia delante
y hacia atrás, añadiendo otro dedo que me hace gruñir.
Max me coge de las caderas hasta que siento el dolor en el vientre. Me
baja con suavidad y me recuesta sobre su pecho tatuado. Largas caricias de
su palma ardiente sobre mi espalda, unidas a las de Mason, me calman
mientras Miller hace lo necesario para preparar mi cuerpo.
Tengo tres hombres en mi vida. Quiero saber lo que se siente al ser
totalmente poseída por ellos.
Oigo el apretón de una botella y el líquido frío corriendo entre las
nalgas de mi culo. Cuando Miller retira sus dedos, me siento extrañamente
vacía, pero cuando la cabeza de su enorme polla hace presión donde
estaban sus dedos, entiendo el significado de la plenitud.
—Respira —susurra Max.
—Tú puedes —dice Mason suavemente.
—Joder —gruñe Miller cuando empiezo a dilatarme para recibirle.
Me siento increíblemente bien. La mejor sensación de agobio. Mi
corazón late tan fuerte en mis oídos que parece un tambor marcando una
gran transición. Esta soy yo. Hago lo que quiero. Acepto lo que quiero. Doy
placer sin preocupaciones porque los hombres que tienen mi corazón son
buenos y generosos, y se merecen todo en este mundo.
—Está muy apretada —dice Miller.
—No le cabe más —Max me inclina la barbilla para que le mire a los
ojos—. ¿Vas bien? ¿Estás disfrutando?
—Mejor que bien —digo mientras Miller se echa un poco hacia atrás,
haciéndome poner los ojos en blanco.
Todo esto es fantástico, pero me falta algo.
Mason.
Necesito toda mi concentración para no hundirme en el placer de la
doble penetración que estoy experimentando, porque tengo que
empujarme sobre las manos. Giro la cabeza hacia donde Mason se está
masturbando, con la mirada fija donde sus hermanos me están follando.
—Quiero chupártela —digo.
No hay titubeos. Ya hemos hablado mucho de esto. La mayor fantasía.
Ser follada por mis tres grandes hombres. Saboreo su erección, salada y
dulce, mientras me mete la polla en la boca. Me cuesta abrir la mandíbula
lo suficiente, igual que me cuesta que me penetren por todas partes, pero
lo soporto. Atrás ha quedado la tímida Natalie que siempre pedía permiso.
Cada embestida es un despertar de mi futuro. Estos hombres han dado la
vuelta al mundo por mí. Me han devuelto pedazos de mí misma que ni
siquiera sabía que había perdido.
Mientras Miller y Max empujan lentamente, el piercing de la polla de
Max toca el manojo de nervios que hay dentro de mí y que sé que puede
hacerme chillar. Hago todo lo posible para darle a Mason el placer que se
merece. Se me nubla la vista y se me saltan las lágrimas. Mi coño está tan
mojado que los resbaladizos ruidos de las embestidas de Max se oyen con
fuerza. Pero es Miller quien hace el trabajo más duro. Sé lo duro que debe
ser para él mantener el ritmo lento y constante que necesito para estar
cómoda. Sus manos tiemblan contra mis caderas mientras lucha por
mantener el control. Si se moviera rápido y fuerte, me haría daño y no se
trata de eso.
Estoy perdiendo la batalla por mantenerme presente, y el roce de mi
clítoris contra el cuerpo de Max me produce oleadas de placer. Cierro los
ojos, necesito concentrarme porque el orgasmo que se está formando
parece algo mayor de lo que jamás he tenido que soportar.
Un tsunami de placer forjado por tres hombres que poseen tanto mi
cuerpo como mi mente y mi corazón.
Agarro con los dedos las sábanas blancas y limpias de algodón,
aferrándome a lo que haga falta para sujetarme. Gimo alrededor de la polla
de Mason mientras mi coño se aprieta y me estremezco, las piernas me
tiemblan con cada pulsación de placer.
—Joder —gruñe Miller, moviéndose aún más despacio mientras me
agarro a su polla en oleadas de pulsaciones que no había sentido nunca.
Este orgasmo me consume por completo. Es brutal. Un exorcismo de
placer que me exprime. Mason se corre primero, cayendo sobre mi boca
como olas ardientes.
Max es el siguiente, con la mandíbula apretada y la cabeza inclinada
hacia atrás mientras lucha por controlar su orgasmo tanto como yo. Miller
es el último, masturbándose en mi lugar más íntimo, agarrando mis
caderas con tanta fuerza que mañana tendré moratones.
Marcas de éxtasis que estaré orgullosa de llevar.
No recuerdo cómo acabamos tumbados juntos después. Estoy dolorida
por todas partes, e hinchada también. Me meto la mano entre las piernas y
descubro que mi clítoris está más grande que nunca, excitado hasta la
inconsciencia. Mi cuerpo está agotado, pero mi corazón rebosa felicidad.
—Ha estado... —Miller dice.
—Jodidamente increíble —termina Max por su abrumado hermano.
Mason me besa los labios.
—Perfecto —dice con una sonrisa.
—Os quiero —les digo.
Es la primera vez que lo digo, pero me siento muy bien, brotando de un
corazón que antes estaba roto y ahora está entero.
—Nosotros también te queremos, Natalie —dice Max acariciándome el
pelo.
Los dedos de Mason se entrelazan con los míos y Miller apoya su mano
en mi hombro.
—Esto es todo lo que siempre habíamos querido. Todo lo que
buscábamos, pero no creíamos poder encontrar.
Para mí es más de lo que jamás quise. Más de lo que jamás podría
haber pensado que tendría.
Nos quedamos dormidos juntos, y por primera vez en mucho tiempo
siento paz.
Estoy viviendo mis sueños y no he tenido que transigir por amor. Mis
increíbles hermanastros me han puesto en el camino de la verdadera
felicidad. Sé que siempre cuidarán de mi corazón y me ayudarán a verme
mejor. Creceremos juntos, mis tres hermanastros y yo.
EPÍLOGO

DOS AÑOS DESPUÉS

La habitación está en silencio, que es precisamente como la quiero. Me


siento en la cama, y me pongo las preciosas sandalias doradas que había
comprado para hoy. Son elegantes a la vez que cómodas y prácticas para
caminar por la playa.
Me levanto para mirarme por última vez en un espejo grande que hay
junto a la puerta y sonrío ante mi reflejo. El vestido largo de encaje color
champán que he elegido es absolutamente perfecto, y el sencillo broche de
diamantes que sujeta solo un lado de mi larga melena aporta el glamour
suficiente a mi aspecto.
Puede que no sea el tipo de vestido de novia que mi madre imaginó
que llevaría, pero tampoco va a ser la clase de boda que ella imaginó. Al
menos ha aceptado venir y también ha convencido a Conrad. Significa
mucho para mí y para los trillizos que nuestros padres hayan aceptado por
fin nuestra relación.
No ha sido fácil. Son tradicionales, supongo, y tenían sueños diferentes
para nosotros. Conrad tuvo que desprenderse de sus hijos una y otra vez, y
mamá simplemente no creía que yo conociera mi mente lo suficiente como
para tomar una decisión así. Cuando por fin le conté lo que había pasado
con Nate, pensó que estaba actuando por despecho. Sólo el tiempo y la
perseverancia han disipado sus percepciones negativas.
La puerta del balcón está abierta y aún tengo diez minutos, así que
tomo asiento fuera, inhalo el cálido aire veraniego y observo cómo rompen
las olas en la orilla. La arena es tan blanca que resulta casi cegadora. Hubo
un tiempo en que me senté en un balcón similar en Tailandia sintiendo que
mi vida había terminado. Nate me había roto el corazón y sabía que estaba
llegando al final de un capítulo de mi vida. Un capítulo que creía que sería
más largo y significativo. Lloré lágrimas por todos los párrafos de mi
historia que nunca se escribirían, descubriendo que los sueños que había
tejido se me escapaban de las manos, ya irrecuperables. Juré que no
volvería a arriesgar mi corazón.
Entonces conocí a tres hombres que me mostraron lo que es confiar.
Me demostraron que podía escuchar mi voz interior y encontrar la manera
de tomar las riendas de mi destino. Me hicieron darme cuenta de que el
amor no tiene por qué consistir en sacrificarse y quedarse estancado.
Puede consistir en madurar y evolucionar, en encontrar la plenitud en
nuestras vidas separadas al igual que en aquellos aspectos que nos unen a
los demás.
Los dos últimos años han sido de descubrimiento para nosotros. Mason
se ha convertido en uno de los nuevos artistas más solicitados y ahora se
dedica a pintar, aunque todavía me deja hacerle alguna que otra foto, por
diversión y disfrute personal. Miller dejó de ejercer y escribió un libro
sobre cómo afrontar los miedos que llegó a las listas de los más vendidos, y
Max decidió que había llegado el momento de crear su propia empresa de
seguridad y ahora tiene contratos con varios clientes importantes. Sigue
siendo discreto con su trabajo, y aunque a mi yo cotilla le encantaría oír
algún que otro escándalo, me gusta demasiado esa parte de él como para
sentirme decepcionada.
Cuando terminé mi año como fotógrafa para Eco-soldiers, decidí
montar un estudio en casa. Ahora puedo pasar tiempo con mis hombres
mientras sigo disfrutando de mi pasión por la fotografía. También tengo un
contrato anual de dos meses para renovar las fotografías de tres
organizaciones benéficas ecológicas, lo que me da la oportunidad de viajar
y capturar los paisajes que tanto me apasionan. Es el equilibrio perfecto.
Además, Mason me animó a exponer algunas de mis fotos personales, y de
ese modo también he empezado a darme a conocer.
Me ajusto el anillo de compromiso que llevo en el dedo. Es un anillo de
diamantes y platino de tres piedras espectacular que mis hermanastros me
regalaron en nuestras últimas vacaciones: tres piedras que representan a
los tres hombres más importantes de mi vida.
Por ahora.
Apoyo la mano en mi vientre. Hay un secreto que aún no he
compartido con mis hermanastros. Me he estado guardando la noticia
hasta esta noche.
Llaman a la puerta y me levanto para abrir, entonces me encuentro a
una Connie muy sonrojada esperando a entrar.
—Dios mío. Estás... estás perfecta —exclama—. Eres tú a la perfección.
—Ése era el objetivo —sonrío—. Tú también lo estás.
Connie lleva un vestido de tirantes celeste que encaja con el tema de la
boda. Es mi dama de honor, una persona especial para mí que ha estado
ahí en los altibajos. Una roca en las aguas tranquilas y agitadas de la vida.
—¿Han llegado todos? —pregunta.
—Sí. El avión llegó hace unas horas.
La familia del hermano de Conrad se había retrasado, así que me sentí
aliviada cuando Miller me llamó para avisarme.
—¿Y estás lista para bajar?
—Sí. Toma...
Le paso el precioso ramo de flores blancas que llevará, y cojo mi ramo
un poco más grande. Llevo mi teléfono, la llave de la habitación y un
pintalabios en un pequeño monedero, que Connie me guardará.
—¿Nerviosa?
—Nunca he estado más tranquila en mi vida.
Sonríe y me da un apretón en el brazo.
—Te abrazaría, pero no quiero estropearlo.
Me pasa la mano por encima.
—Estos chicos son extraordinarios.
—Sí, lo son.
—Y tú también, cariño. Finalmente encontraste no uno, sino tres
hombres que te merecen. Yo diría que es una hazaña bastante especial.
—Bueno, si no fuera por ti, ninguno estaríamos aquí.
—No lo creo. Tal vez os hubiera llevado más tiempo, pero es imposible
que os hubierais resistido entre vosotros. Todas esas reuniones familiares.
Toda esa frustración sexual reprimida.
—Ya. Definitivamente no habría podido resistirme a ellos, pero habría
sido diferente.
Como dice el refrán, una puerta se cierra y otra se abre. Pero todo en la
vida está determinado por las decisiones infinitesimales que tomamos
cada segundo. Que lleguemos a alcanzar la felicidad y la satisfacción a
veces parece un milagro.
Connie me abre la puerta y la atravieso, sintiendo la importancia de
cada paso que doy, ya que me acerca más a mis hombres. Me acerca más a
descubrir el secreto que ellos también han estado guardando.
El vestíbulo está lleno de hermosas decoraciones florales que son las
típicas de Asia. El personal detrás de la recepción sonríe alegremente,
susurrando entre sí mientras pasamos. La ceremonia tiene lugar en la playa
privada, frente al océano que siempre me llena de tanta paz. Ojalá pudiera
casarme legalmente con ellos, pero ese tipo de progreso social aún no se
ha producido. Me prometeré a todos ellos, pero sólo uno será mi marido
oficial.
Me han estado ocultando quién será. No sé cómo han tomado la
decisión y espero que los otros dos no se sientan decepcionados. A mí no
me importa. Nunca ha habido un trato preferente y nunca lo habrá. Es
puramente práctico para asegurar que nuestros hijos lleven el apellido
Banbury y que uno de ellos sea legalmente mi familiar más cercano.
Tardamos un rato en llegar a la playa, y Connie parlotea sobre lo mucho
que le ha gustado venir a Tailandia. Es su primer viaje al extranjero, así que
parte del entusiasmo se debe a que todo es una experiencia nueva, pero lo
cierto es que es increíble: la comida, la cultura y los paisajes pintorescos
que no dejan de robarme el aliento.
Una vez cerca del mar, respiro hondo. Jamás viviré lejos del océano. Su
olor, el ruido de las olas rompiendo tranquilamente en la orilla, son la
respiración de mi vida.
Y delante de mí, de pie bajo un arco nupcial bellamente decorado,
están mis tres hermanastros. El arpista empieza a tocar y todo el mundo se
gira hacia donde estamos Connie y yo. Sonrío ampliamente al ver que es
Max quien está de pie a la izquierda. Es Max quien pronunciará los votos
por todos sus hermanos.
El camino por el pasillo de arena entre todos nuestros amigos y
familiares es sobrecogedor. Todos están aquí para vernos sellar nuestro
amor. Delante, contemplo los rostros bronceados de mis futuros esposos.
Con sus trajes de lino, están más guapos que nunca.
Max asiente con la cabeza, para indicarme que continúe, y yo le
devuelvo un gesto con la intención de demostrarle lo feliz que estoy. Me
habría sentido igual sin importar quién de los tres estuviera a mi lado.
La ceremonia es rápida y sencilla. No hay necesidad de alargar algo que
nos hace sentir tan bien. Los votos que he escrito hablan de la diferencia
que han marcado en mi vida y de todas mis esperanzas para nuestro
futuro. Siempre recordaré cómo me miran en el momento en que me
prometo a ellos para toda la vida. Cada uno de ellos me corresponde con
palabras llenas de tanto amor que Connie tiene que pasarme un pañuelo.
Cuando Max desliza la alianza en mi dedo, me sorprende ver que es un
anillo de estilo ruso con tres bandas de platino entrelazadas, una por cada
uno de mis hombres. Max y yo hacemos las promesas formales, y él es el
primero en besarme los labios como sello de nuestra unión, seguido por
sus dos hermanos. En momentos así desearía tener otra mano para poder
tocarlos a todos al mismo tiempo.
La congregación aplaude y vitorea, y nos giramos para abrazar a
nuestros padres.
—Te deseo toda la felicidad del mundo, cariño —dice mi madre,
abrazándome.
—Me alegro de que por fin alguien me los haya quitado de encima —
bromea Conrad.
Hemos elegido celebrar nuestro banquete en un restaurante al aire
libre que sirve una mezcla de comida tailandesa y americana. Tengo un
primer baile con cada uno de mis maridos, con una canción elegida por
ellos. Entre sus brazos me siento totalmente segura.
Más tarde, cuando Connie y yo nos dirigimos al baño para retocarnos,
ella apenas puede contener su emoción.
—La familia Banbury ha sido bendecida con unos genes maravillosos —
dice entusiasmada.
—Qué me vas a contar… —contesto—. ¡Me acabo de casar con tres de
ellos!
Entonces me doy cuenta de que no se refiere a Mason, Miller y Max.
Levanto las cejas con interés.
—¿En quién te has fijado?
—Eh... En los gemelos.
—¿Quiénes? ¿Kane y Karter?
—¡Y Holden y Harris!
—Mmmm...
Connie tiene razón. Definitivamente hay algo mágico en el ADN de la
familia de mis hermanastros.
—Bueno, no sé qué decirte. No tengo ni idea de si alguno de ellos está
soltero.
—Seguramente estén todos cogidos por rubias altas con piernas largas
de ésas que se pasan todo el día en Insta.
—Eres preciosa y cualquiera de ellos sería afortunado de tenerte.
Connie sonríe.
—Estás empezando a hablar como yo.
—Y tú como yo —me río—. En serio, no empieces con los problemas de
confianza. Podrías devorar a esos hombres enteros y luego escupirlos, y lo
sabes.
Connie se ríe en voz baja.
—Sí, probablemente tengas razón. De todos modos, no tiene sentido
pensar en eso. Solamente estaremos aquí unos días más y después
volveremos a la vida real.
—Bueno, una aventura de vacaciones podría ser muy interesante.
¿Puedo preguntarle a Mason sobre ellos? A ver si les gusta el estilo de vida
del harén inverso.
—Tal vez podrías mencionarlo. La verdad es que no me he hecho una
depilación brasileña para esconderla debajo de mi bañador.
Connie mueve las cejas mientras yo suelto una carcajada. Acto seguido,
decido abrazar a mi mejor amiga. Ella ha sido fundamental para que yo
llegara a este momento de felicidad. Sería un placer ayudarla a encontrar el
suyo.
—Te quiero, cielo —le digo.
—Yo también te quiero, Nat.
Al salir de nuestra charla, todo el mundo está en la pista de baile. La
noche pasa volando y me lo paso mejor que nunca.
Y más tarde, cuando mis hermanastros me llevan a nuestra suite
nupcial, estoy completamente preparada para cualquier camino que nos
depare la vida. Se avecinan grandes cambios, pero ¿estarán preparados mis
hermanastros?
No me quito el vestido de inmediato. Les digo que quiero sentarme en
el balcón y respirar el aire del mar.
—Ha sido el mejor día de mi vida —dice Mason.
—Sin duda —salta Max, remangándose, mostrando sus fuertes
antebrazos y los tatuajes que tanto me gustan.
—No habrá otro igual —continúa Miller.
Abre una botella de champán y empieza a servirnos una copa a cada
uno. Supongo que es el momento perfecto para contarles mi secreto.
—No puedo beber —digo mientras Miller me tiende un vaso.
—¿Por qué no? ¿Te duele la cabeza?
Sacudo la cabeza, incapaz de evitar que una sonrisa de emoción se
dibuje en mis labios.
Miller entrecierra los ojos, y puedo ver cómo le da vueltas la cabeza.
—¿Estás...?
No dice la palabra, pero sé que ya se lo ha imaginado.
—Sí —respondo en voz baja.
—¿Qué? —responden Mason y Max gritando—. ¿Qué está pasando?
Miller me mira con ojos muy abiertos que expresan asombro. Apoyo la
mano sobre mi vientre ligeramente redondeado, los bebés que llevo
dentro por fin se sienten reales ahora que sus papás saben de su
existencia. Max se arrodilla y coloca sus manos junto a las mías.
—¿Vas a tener un bebé nuestro? —pregunta esperanzado.
Asiento con la cabeza.
—Pero no sólo uno —digo—. Son gemelos.
Mason se ríe a carcajadas en un agudo estallido de placer.
—Gemelos —exclama, como si no pudiera creerse que sea verdad.
—Sí, gemelos —repito feliz.
No ha sido fácil mantener mi embarazo en secreto, pero sabía que
revelarlo en nuestra noche de bodas era el mejor regalo que podía hacer a
mis maravillosos maridos.
—Hay algo más —digo, después de que hayan tirado de mí en abrazos
repletos de besos que me demuestran lo felices que se sienten ante la
perspectiva de ser padres.
—¿Qué más? —dice Miller con las cejas levantadas.
Me agarro el vestido y lo subo poco a poco hasta dejar al descubierto
mi liga. Max silba, pensando que estoy lista para pasar a la diversión de la
noche de bodas. Pronto lo estaré, pero aún no. Tirando del vestido hacia
arriba, revelo mi cadera y el tatuaje que me hice dos semanas antes: un
corazón con cuatro pájaros volando. Un símbolo de nuestra relación
marcado en mi cuerpo para siempre. El corazón representa lo nuestro, por
fin entero y lleno de amor. Los pájaros somos mis hombres y yo, volando
con la libertad con la que nos hemos bendecido mutuamente para seguir
nuestros sueños.
Max me pide que se lo explique mientras traza el dibujo con su dedo
índice. Sabía que él sería quien más lo entendería y apreciaría, porque es la
forma en que él también marcó sus pasos hacia la libertad.
—Es precioso —dice—. Quizá podrías añadir unos pajaritos que
representen a nuestros hijos.
Su dulce idea me hace sonreír.
Mientras Mason me coge de la mano y me lleva a nuestro dormitorio,
me maravillo por lo lejos que hemos llegado.
Incluso cuando los días parecen oscuros, la esperanza de un futuro
mejor debe estar presente en nuestras mentes. Quizá me resulte fácil
decirlo porque al final todo salió bien. Quizá ésa sea la mejor perspectiva.
Se suponía que esto entre nosotros no iba a ser nada más que mi
recuperación tras una relación terrible. Se suponía que iba a tratarse de
satisfacción mutua, diversión y libertad. Y ha sido todo eso y mucho más,
porque ahí es donde se forja el verdadero amor.
EXTRACTO
PROPUESTA INDECENTE

1
RYAN

El Kitty Cat Club.

Cartel de neón rosa. Puertas negras esmaltadas. Todo es vulgar y


desagradable, pero estoy considerando entrar de todos modos.

No debería estar en esta parte de la ciudad, especialmente sin mi


equipo de seguridad, pero necesito alejarme de todo. Se me hace tan
necesario el hecho de sentarme al volante de un coche caro, pero no
demasiado llamativo, y conducir sin más. La mayoría de los días me gusta
contar con un chófer, pero hoy necesito tener yo el pie sobre el acelerador
y sentir el viento en la cara.

Decido ir allá donde me lleve el viento, visitar partes de la ciudad que


nunca había visitado. Me como una hamburguesa en un pequeño y
deteriorado restaurante familiar, y resulta ser la mejor hamburguesa que
he probado en mucho tiempo. Me bebo una cerveza en un pub irlandés y
está deliciosa. Parece que mi noche podría acabar bien con algunas
strippers de clase baja.
Dicho así hace que parezca un capullo que las juzga, pero no lo soy. Yo
mismo provengo de un lugar como este. Conozco a esta gente y, en su
mayoría, son buenas personas, simplemente las circunstancias que viven
son una mierda. Algunas personas logran salir de allí y otras caen todavía
más bajo, es sobre todo el destino el que decide quién va a dónde. Lo que
quiero decir es que no suelo ir a lugares como este. Cinco años antes lo
que habría hecho habría sido hacer una reserva para que la chica viniese a
mi casa, y habría sido una bailarina de un servicio exclusivo.

Pero esta noche me parece una buena idea ir.

El portero me observa con atención. No llevo ropa llamativa ni


accesorios, pero creo que nota que no soy la clase de cliente que suelen
recibir. Me deja entrar sin quitarme los ojos de encima, como si quisiera
hacerme saber que me dará una paliza si me paso de la raya. No tengo la
más mínima intención de dar problemas; lo último que necesito es llamar
la atención mientras esté aquí. Hacerlo podría acarrearme repercusiones
muy serias. En el mundo de los negocios, la reputación lo es todo.

Me dirijo a la barra y pido una cerveza. El camarero parece aburrido y


por un segundo me pregunto cómo debe ser trabajar en un lugar así. Está
de cara al escenario, por lo que debe ver tetas y culos durante todo el
turno. Quizás se haya insensibilizado, porque ni siquiera mira de reojo a
pesar de que en el escenario principal hay tres chicas girando en las barras
cubiertas únicamente por unas bragas diminutas.

Tomo un sorbo de cerveza y pongo rumbo hacia una de las mesas altas,
sentándome en el taburete y respirando profundamente. Mi miembro se
estremece dentro de mis pantalones cuando la chica del medio se inclina y
se pasa las manos entre las piernas. Tiene unas piernas de infarto y unas
nalgas redondas como un melocotón, pero las tetas falsas hacen
desaparecer mi interés. Me gustan las mujeres naturales. El que tengan
pechos grandes o pequeños no importa siempre y cuando sea todo de
nacimiento. La cerveza tiene un ligero regusto, como si el vaso todavía
tuviese restos del friegaplatos, pero me la bebo de todos modos.

Y entonces la veo.

Está caminando junto a la barra con un aspecto que podría pararme el


corazón, pero no parece que quiera estar en el club. No es que se la vea
aburrida; más bien es como si su mente estuviera centrada en algo más
interesante que aquel sombrío club de striptease. Siempre me ha atraído la
lencería roja, especialmente si la mujer es rubia. Hay algo en esa
combinación que parece peligroso, y me gustan las mujeres con bordes
afilados; hacen que el viaje, sea cual sea, resulte más interesante. Esta
mujer en concreto balancea las caderas con suavidad en un movimiento
nada exagerado, y los zapatos de aguja que lleva hacen que se le tensen los
gemelos. Y joder, eso logra ponérmela dura. Mucho más dura que la
evidente demostración sexual que están llevando a cabo las mujeres sobre
el escenario. Ella es especial.

Se sienta en la barra y se pone a hablar con el camarero, tras lo cual


este le sirve lo que parece un zumo de naranja. Quizás sea un cóctel, o
quizás no le guste beber mientras trabaja. Sea lo que sea, no me importa;
simplemente me gustaría lamer ese sabor cítrico de sus labios, o tal vez
dejar que algo de su dulzura gotee en sus pezones.

Dios.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que sentí una atracción
así. Corina estaba de infarto, pero no era algo que se reflejase en la cama.
Me había dicho a mí mismo que uno no se folla a la mujer con la que vas a
casarte; se le hace el amor. Se la trata como una princesa y se espera que
toda esa devoción lleve a una buena unión. El sexo con ella había sido
bueno, pero no fantástico, y aun así me habría conformado con él durante
el resto de mi vida. Habría contenido mis instintos más básicos con tal de
mantenerla a mi lado, pero al parecer el destino había tenido otros planes.

Así que aquí estoy, con pensamientos oscuros y sucios que involucran a
una desconocida. Puedo estimar su talla de sujetador, pero no sé su
nombre. Veo que en el pasado tenía un piercing en el ombligo, pero no sé
su edad. A nivel físico se ha revelado ante mí, pero continúa siendo un
completo misterio.

Me gusta el misterio tanto como a cualquiera. El misterio es sexy. El


misterio hace que tu mente se convierta en un torbellino y que te vibre el
cuerpo, pero solo puede alimentarte hasta cierto punto.

Ya ha pasado suficiente tiempo.

Eso es lo que me digo, pero no sé si mi mente está realmente de


acuerdo.

Quizás de eso trataba este viaje; de encontrar un modo de seguir


adelante. Encontrar un modo de volver a encontrarme a mí mismo a pesar
del dolor que se aferra a mi corazón.

Amaba a Corina, pero ya no está.

La mujer de la barra es una desconocida.

Me aseguraré de que deje de serlo.


2
JESSIE, TAMBIÉN CONOCIDA COMO CINDY

―Cindy, tienes un baile privado en la sala seis ―me grita Adrian desde el
otro lado de la barra.

He acabado mis bailes en el escenario por esta noche, pero todavía me


quedan un par de horas trabajando. No parece que vaya a poder llevar a
cabo mi plan de tomarme un descanso.

―Vale ―contesto sin sonar entusiasmada en lo más mínimo. Me bajo


del taburete con los pies ya doloridos por los estúpidos zapatos de aguja
rojos. El local no está muy lleno para ser viernes noche, pero no parece que
eso vaya a otorgarme una jornada tranquila.

Cruzo la zona de la barra, sintiendo cómo me siguen unas miradas


ansiosas. A pesar de los meses que hace que trabajo aquí, todavía no he
conseguido ignorar el modo en el que me ponen el vello de punta. Hay
unos escalones junto a la pista de baile que llevan a la parte trasera, donde
están los vestuarios y las salas privadas, todo oculto tras una enorme pared
de espejo. Me ajusto la copa del sujetador mientras giro la esquina y bajo
la vista para asegurarme de que las bragas y las medias están en su sitio.
Detesto el color rojo, pero es un firme favorito entre la clientela y, cuando
me lo pongo, mis propinas mejoran. Y estoy aquí por el dinero, así que a
vestirse de rojo.
Me detengo frente a la sala tal y como hago siempre, preguntándome
quién estará dentro y esperando que todo vaya bien. Las normas en cuanto
a lo que ocurre en las salas privadas son muy estrictas, pero eso no
significa que todos los idiotas borrachos las sigan.

El pomo cruje cuando abro la puerta. La sala está más oscura que el
pasillo, y en el sofá hay un hombre de cabello oscuro que espera el baile
por el que ha pagado.

―Hola, soy Cindy y seré tu bailarina esta noche. ―Me acerco mientras
me paso las manos por el pelo y me lo sacudo con aire seductor. El hombre
alza la vista y me mira a los ojos, pero su expresión no rebosa lujuria y no
me mira de arriba abajo como suelen hacer los clientes, devorándome con
los ojos y con las manos temblándoles por el deseo de tocarme. No; más
bien parece serio y algo incómodo. Ocurre a veces. Quizás tenga una
esposa e hijos esperándole en casa y se sienta culpable por gastar dinero
en algo tan egoísta y desleal. Le miro rápidamente la mano izquierda, pero
no lleva anillo.

Me acercó a la cadena de música mientras balanceo las caderas y le doy


al botón de reproducción. Los jefes han limitado la selección de música
disponible y todas las canciones son cutres y tienen ritmos pensados para
frotarse contra otra persona, algo que siempre me hace torcer el gesto
cuando las oigo en el mundo real. Bajo el volumen y me doy la vuelta,
metiéndome en ese espacio en mi cabeza que uso para bloquear aquello
que me rodea: la playa desierta al atardecer, la arena entre los dedos de mi
pies, un lugar en el que puedo bailar sin que nadie me mire.

Hay una barra delante de mí y me sujetó a ella, pasando la pierna a su


alrededor y empezando a girar mientras muevo el cuerpo para adoptar las
posiciones para las que he entrenado, aquellas que se supone que son más
incitantes. Intento no mirar directamente al hombre; el contacto visual es
algo muy íntimo, y esto no debe ser más que negocios. El sonido del
océano se vuelve más fuerte en mi mente cuando me apoyo contra la
barra, arqueando la espalda, con las manos por encima de la cabeza y
descendiendo con las piernas abiertas para darle la imagen por la que ha
pagado.

El silencio del hombre resulta desconcertante. No es algo que no haya


visto nunca, pero me hace mirarle de reojo cuando acabo el baile en la
barra y me acerco a él para la parte más cercana y personal. Mi cliente es
atractivo, pero no con la perfección típica de los modelos. Hay algo en él,
cierta intensidad, que hace que tema mirarlo directamente a los ojos. Sus
manos, que tiene sobre las rodillas, parecen grandes, fuertes y capaces.
Tiene al menos un día de barba en el rostro y sus labios, que están
apretados en una línea adusta, se ven gruesos y rosados. En otro momento
y lugar quizás me hubiese hecho sentir mariposas en el estómago, pero
nunca encuentro a mis clientes atractivos. Saber que necesitan frecuentar
un lugar como el Kitty Cat Club hace que le dé la espalda incluso a los
hombres más espectaculares.

Pero son sus ojos los que hacen que mi mente vuelva a centrarse en la
sala con un sobresalto. La luz tenue hace que parezcan vidriosos y tristes.
Le doy la espalda en un intento de volver a la playa, pasando las manos por
mi larga melena rubia y alzando los brazos para que los mechones caigan
en cascada. Mi culo queda a la altura de su rostro, y el tanga que llevo no
deja casi nada a la imaginación. Tiene la tela imprescindible para seguir
siendo legal. Separo las piernas, que parecen todavía más largas gracias a
los tacones de diez centímetros, y me inclino hacia delante para darle
buenas vistas.
Admito que resulta difícil hacer un striptease sin excitarse al menos un
poco. La lencería de encaje deja pasar mucho aire y, si a eso se le añaden
los movimientos de caderas, el acariciarte el cuerpo y saber que lo que
estás haciendo seguramente le esté provocando una erección a tu cliente,
acaba siendo una combinación embriagante. Seguramente esa sea la razón
por la que muchas chicas acaban ofreciendo servicios extra. Eso y el
dinero.

Pero yo no me encuentro entre ellas. No importa lo mojada que acabe,


mi cuerpo me pertenece solo a mí. Que me miren es una cosa; que me
toquen, otra muy distinta.

La siguiente parte del baile es en la que me quito poco a poco el


sujetador, primero haciendo que los tirantes me resbalen por los hombros
con un pequeño contoneo y después tirando de la prenda hasta que al
menos uno de mis pezones asome por encima de la copa, todo ello para
acabar colocando las manos a mi espalda y desabrochando el sujetador,
dejando que caiga al suelo antes de apretarme los pechos e inclinarme un
poco más hacia el cliente.

Empiezo el proceso, clavando la vista en el punto de la pared que he


elegido. En esta sala se trata de una mancha amarilla imposible de
identificar que hay justo encima del sofá. Paso un dedo bajo el tirante del
sujetador, lista para bajarlo, pero el cliente me distrae con un sonido de
dolor y bajo la vista.

―Para ―dice con voz ronca, como si estuviese hablando con un nudo
en la garganta―. No te lo quites.

―¿Va todo bien? ―Me enderezo el sujetador, adoptando una postura


menos seductora.
Parece que no sabe qué decir.

―Es solo que… no puedo ―tartamudea, pasándose el dorso de la


mano por los ojos y los dedos por el cabello denso y oscuro con gesto
brusco.

―¿No te ha gustado? ―pregunto con cautela. No quiero que los jefes


me griten por haber recibido una queja.

―No es eso. Es que… Creía que podría hacerlo, pero…

―Vale ―digo, retrocediendo un paso―. ¿Quieres que me vaya?

El cliente vuelve a reclinarse en el sofá, frotándose la cara con ambas


manos con aire casi angustiado. En el mundo real, fuera de este local, me
sentaría junto a él y quizás le pondría la mano en el antebrazo mientras le
pregunto si quiere hablar del tema, pero ahora mismo nos encontramos en
un mundo de fantasía en el que estoy casi desnuda. Tengo la sensación de
que intentar acercarme a él solo le haría sentir todavía más incómodo. Me
aparto un poco más.

―No ―espeta, percatándose de que estoy retrocediendo y de que no


ha contestado a mi pregunta. Me mira a los ojos; el gris de sus pupilas
destella como si fuese plata líquida―. Sí ―dice de mala gana―. Quizás sea
lo mejor.

Estoy a punto de cerrar la puerta detrás de mí al salir cuando oigo un


suave «lo siento».
3
JESSIE, TAMBIÉN CONOCIDA COMO CINDY

Mi turno acaba a las tres de la mañana, y estoy agotada. Trabajo cuatro


noches a la semana, lo suficiente para sobrevivir y pagar poco a poco las
deudas, lo justo para quitarme a los acreedores de encima. El resto del
tiempo lo paso navegando por Internet en busca de un trabajo decente,
pero todos a los que me presento parecen atraer al menos a un millar de
interesados y requieren varias cosas en las cuales no tengo experiencia. Y
ninguno paga tan bien como el Kitty Cat Club.

Me despido de Adrian con la mano mientras pongo rumbo a la puerta


de empleados, mentalizándome para el frío nocturno que está a punto de
azotarme. Voy vestida de manera pragmática, pero dentro del club siempre
hace calor. Vuelvo a pensar en mi playa, en la calidez del sol que brilla
eternamente en ella. En mi habitación tengo colgado un cuadro que
encontré en una tienda de segunda mano: en él aparece una mujer de
espaldas, mirando el océano y con los brazos extendidos por encima de la
cabeza mientras sostiene un pareo que se agita con el viento. La mujer se
parece a mí, y por eso es por lo que no dejo de imaginarme en esa
ubicación, como si fuese un recuerdo prestado.

La calle no está desierta; hay clientes de otros clubs que se encuentran


algo más arriba hablando entre ellos o esperando a un taxi. Me coloco
mejor el bolso al hombro y echo a andar en dirección a casa. En la parada
del autobús hay un cartel que empieza a despegarse en el que se anuncia
un espectáculo de circo que se celebró hace varios meses en el teatro de la
zona. Me habría gustado ir. Los periódicos habían alabado mucho la
actuación aérea con el listón de seda, pero era la clase de sitio al que uno
va durante una cita, y yo no había tenido ninguna cita desde…

Mis pensamientos se ven interrumpidos por una voz diciendo:


«perdona». En un primer momento creo que es alguien pidiendo
direcciones, o puede que la hora, pero entonces la voz dice: «Cindy», y me
percato de que es el hombre para el que he bailado.

Se me encoge el corazón.

No me gusta hablar con clientes fuera del club. Me resulta incómodo


que me vean con mi propia ropa, como si me hubiese quitado la armadura
aun a pesar de que muestro mucha menos piel de la que enseño cuando
estoy trabajando.

Me detengo pero no me acerco. El hombre ha abierto por completo la


puerta del coche y está de pie en la calzada, con el vehículo
interponiéndose entre ambos. Espero que a siga hablando antes de decidir
qué hacer. Si se va a comportar como un acosador, me marcharé pitando.

―Solo quería… Me siento mal por lo que ha pasado. Quería explicarme.

―No pasa nada. No te preocupes ―le digo, girándome a medias para


seguir andando. Si quiere una conversación prolongada, ha escogido a la
persona equivocada.

―Estuve casado ―espeta de repente. Me vuelvo a girar hacia él―. Mi


esposa murió.

―Lo siento ―contesto, con incomodidad pero también sintiendo tanta


empatía que no sé qué hacer con ella. Sé lo que esconde este hombre bajo
la piel, esa tristeza desesperada de la que resulta imposible escapar. La
sensación de que cada día será tan oscuro como el actual.

―No pasa nada ―contesta, sacudiendo la cabeza. Ha apoyado la mano


sobre la puerta del coche, casi como si necesitase un punto de apoyo antes
de continuar―. Tengo la sensación de que ha pasado mucho tiempo…
desde que fui capaz de mirar a una mujer y sentir… ―La voz le falla; está
claro que le cuesta seguir.

―¿Deseo?

―Sí, deseo.

―¿Y hoy no has podido?

―No, sí que lo he sentido… pero parecía…

―¿Qué estuviese mal? ―termino por él.

―Parecía desleal.

―No será así eternamente ―digo.

El hombre vuelve a sacudir la cabeza; su expresión contiene tanto dolor


que me deja sin aliento.

Existen momentos en los que sabes que tienes algo importante que
decir, algo que ayudará a otra persona, pero eso no hace que te resulte
más fácil decirlo. Es como si el destino hubiese llevado a este hombre hasta
mí y ahora tengo la oportunidad de devolver la compasión que recibí hace
tres años, y puede que incluso la oportunidad de compartir el consejo que
me ha ayudado a seguir adelante.
―Yo perdí a mi esposo ―digo, mirando a algún lugar por encima de su
hombro―. Lo atropellaron y el conductor se dio a la fuga. Cuando pasó,
creí que jamás lograría salir del agujero que había cavado mi pena. Me
perdí completamente en ella. Me sentía culpable por estar viva cuando él
había muerto, culpable por pensar en cualquier cosa que no fuese él,
culpable por querer sentirme mejor y por querer olvidar y así poder volver
a respirar sin sentir aquel peso tan horrible en el pecho y el terrible vacío
que reinaba donde antes había estado mi corazón. ―Dejo de hablar al
notar que sus ojos, de un gris oscuro y rodeados por unas gruesas pestañas
negras, están fijos en mí―. Sigo echándolo de menos todos los días, pero
no duele tanto como solía. Ahora puedo atisbar un futuro. Soy capaz de
pasar toda una semana sin llorar y puedo albergar la esperanza de que las
cosas volverán a ir bien… y tú también estarás bien.

―Lo siento ―dice, pasándose las manos por el pelo tal y como ha
hecho antes en la sala privada. Es una costumbre nerviosa e inquieta que
me resulta entrañable.

―No tienes nada por lo que disculparte. Lo que la vida nos da, la vida
nos lo quita. No seríamos capaces de apreciar todo lo bueno que tenemos
sin lo malo.

El hombre hace una pausa, retrocediendo un paso y metiéndose las


manos en los bolsillos de los vaqueros.

―Debería irme ―le digo por encima del hombro, deseando poder
permitirme llamar a un taxi.

―Es tarde, ¿te llevo? ―Mi cara cuando me giro debe de mostrar mi
desconfianza, porque alza las manos―. Sé que se recomienda que no te
subas en el coche de un desconocido, pero… quizás podrías enviarle a
alguien el número de mi matrícula o algo así. También puedo enseñarte mi
carnet de conducir y podrías enviarle una foto a alguien. Es tarde, y a saber
con quién podrías encontrarte. Me sentiría mejor si pudiese llevarte a
algún sitio… donde quieras.

Seguramente el aceptar su oferta sea una estupidez por mi parte, pero


me queda una larga caminata hasta llegar a casa. Saco el teléfono y le hago
una foto al coche, asegurándome de que él también sale, y se la envío a mi
hermana junto a un mensaje: «Mañana te cuento de qué va esto».
Después me acercó a la puerta del copiloto del caro coche negro que
conduce y la abro. El hombre también entra en el coche y cerramos las
puertas al mismo tiempo, encontrándonos de repente sentados muy cerca
en un espacio cerrado. Dentro huele a colonia cara y coche nuevo.

―Todavía no te he dicho mi nombre. ―Coloca las manos sobre el


volante, deslizándolas desde la parte superior hasta los laterales―. Me
llamo Ryan. Ryan Gosling. ―Dibuja una pequeña sonrisa, la primera que le
veo. Le sienta bien, especialmente con el modo en que los ojos se le
arrugan en las comisuras. Le echo unos treinta y cinco años, bastantes más
que yo―. Lo sé… El tener el mismo nombre que una persona que de
repente se hace famosa no es precisamente idóneo.

Sonrío, pensando que podría haber sido peor.

―Vivo al otro lado de la ciudad, cerca del estadio. ¿Te va bien? Supongo
que debería habértelo preguntado antes de entrar en el coche.

―No pasa nada; prácticamente me pilla de camino a casa. ―Ryan


enciende el motor y sale del aparcamiento acompañado del ronroneo
suave del coche, tras lo cual toquetea el estéreo hasta encontrar una
estación de radio en la que suena jazz tranquilo―. ¿Cuál es tu dirección?
La pondré en el sistema de navegación.

Una vez que introduce mi dirección en el ordenador me reclino en el


asiento y cierro los ojos, notando cómo el agotamiento por fin se adueña
de mí. Debo de quedarme dormida, algo estúpido por mi parte, porque
cuando me despierto veo que ya estamos entrando en mi calle.

―Es justo aquí ―digo, indicándole un hueco en el que puede detener


el coche. No está justo delante de mi puerta, pero sí lo bastante cerca.
Ryan se gira hacia mí tras apagar el motor; tiene pinta de querer decir algo
pero de no saber cómo. Espero, comprendiendo gracias a la experiencia
que a veces la gente simplemente necesita algo de tiempo para verbalizar
lo que quiere decir.

―No tienes que responder si te resulta demasiado personal… Es solo


que… Quería saber cómo fue… la primera vez que estuviste con otra
persona distinta.

Me miro las rodillas y jugueteó con la correa del bolso. Sinceramente,


es un tema sobre el que tengo una opinión muy firme, pero mentiría si
dijera que no me siento tentada de decirle exactamente lo que quiere oír.
Decirle que fue bien, que se sintió bien. Decirle que volvería a ser el
hombre que había sido en el pasado, aquel que podía relajarse y perderse
en el placer sin recordar lo que tuvo en una ocasión, pero eso no sería ni lo
justo ni lo correcto, así que le digo la verdad.

―Han pasado tres años y todavía no he sido capaz de hacerlo. Para mí


es un paso enorme, como si darlo implicase darle la espalda a esa parte de
mi vida. No es que no quiera, sencillamente… nadie me ha comprendido lo
suficiente como para hacerme sentir que podía hacerlo.
Ryan guarda silencio mientras mira por la ventana.

―Cindy ―susurra.

El que no sepa mi nombre real cuando sabe tanto sobre mi dolor me


chirría.

―Cindy es el nombre que uso en el trabajo ―le digo―. Me llamo


Jessie.

―Jessie ―repite, probando cómo suena.

El aire del coche parece electrizarse con algo, algo que me asusta. Es mi
propio y estúpido deseo de volver a tener contacto físico con un hombre, y
quizás su deseo de volver a salir al mercado… de estrenarse como viudo,
por así decirlo.

Pongo la mano en la puerta. No es la noche adecuada; lo que voy a


hacer es meterme en mi destartalada habitación y echarme a dormir antes
de tomar una decisión precipitada de la que me arrepentiré enseguida.

―Me voy ―le digo―. Gracias por traerme.

Estoy inclinando el cuerpo hacia delante para salir del coche cuando
Ryan me pone la mano en el brazo. Lo hace con suavidad, pero siento lo
grande y fuerte que podría ser su agarre si así lo deseara y un escalofrío de
miedo me recorre la espalda.

Espero a que diga algo, girándome para mirar aquellos ojos oscuros tan
afligidos.

―¿Mañana trabajas? ―pregunta.


Asiento con la cabeza. Así que eso es lo que quiere; otra oportunidad
de ver mi anatomía.

―Entonces te veré mañana. ―Y me suelta.

Salgo rápidamente del coche y marcho a paso rápido hacia casa.


Necesito entrar y así poder calmar los latidos desbocados de mi corazón.

Ryan Gosling. El actor siempre ha conseguido que me estremezca.

No he sentido nada por ningún hombre desde la muerte de Jackson, y


eso que he visto a hombres de sobras. No tengo ni idea de lo que siento
por Ryan, pero algo me dice que quizás el día siguiente me aporte algo más
de claridad.

PROPUESTA INDECENTE
MÁS NOVELAS DE STEPHANIE BROTHER

PROPUESTA INDECENTE
SEDUCCIÓN INDECENTE

MANTENTE AL DÍA DE LAS NOVEDADES.


LISTA DE CORREO
FACEBOOK
GRUPO DE FACEBOOK
SOBRE LA AUTORA

Stephanie Brother escribe apasionantes historias con chicos malos y


hermanastros como principal foco romántico. Siempre ha sentido
curiosidad por lo prohibido, y ésta es su forma de explorar esas relaciones
tan complejas que amenazan con separar a sus parejas. Mientras escribe
su camino hacia el trabajo de sus sueños, Stephanie espera que sus
lectores disfruten de toda la experiencia emocional y romántica tanto
como ella ha disfrutado escribiéndolas.

También podría gustarte