477455340006
477455340006
E-ISSN: 2340-7263
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FahrenHouse
España
Abstract: The international organizations that set the agenda for educational policies have
incorporated among their principles the desirability of intercultural education. The current Spanish
legislation (LOMCE) has accordingly done so, at least as a mere formality. At the same time,
however, it has instituted an accountability regime based on standards and external standardized
assessments. We wonder if such a «regime» actually encourages or deters intercultural citizenship
education. Since this law is not yet fully operational in Spain, this article seeks evidence through
an original historical analysis of two British curriculum projects, interrupted by the implementation
of a similar institutional arrangement in England after the approval of the Education Reform Act
in 1988.
Keywords: Intercultural education; accountability; standards; external assessments;
curriculum; history of school subjects.
Recibido / Received: 23/02/2017
Aceptado / Accepted: 12/04/2017
1. Introducción
La «Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa» (MECD, 2013) fue aprobada en
1
noviembre de 2013 por el Congreso de los Diputados, gracias a la mayoría absoluta del Partido
Popular que respaldaba al ejecutivo presidido por Mariano Rajoy.
2
Históricamente un país de emigración, desde finales de la década de 1990 ha presenciado una
inmigración considerable. De acuerdo con el Padrón Continuo elaborado por el Instituto Nacional de
Estadística, en 1996 542.314 de sus 39.669.394 habitantes eran extranjeros (el 1,37%). En 2011
el número de extranjeros había subido a 5.751.487 (el 12,2% de los 47 millones de habitantes
censados ese año). Es cierto que algo más de 2.300.000 eran ciudadanos de otros países de
la UE. Es igualmente cierto que, a consecuencia de la crisis económica, esa cifra descendió
significativamente en los años posteriores y el saldo migratorio volvió a ser negativo: en 2016,
los extranjeros residentes en España eran 4.618.581 (el 9,9% de la población), y los españoles
residentes en el extranjero 2.305.030. No obstante, la importancia del fenómeno es diáfana.
también atajar las elevadas tasas de abandono escolar temprano, luchar contra
cualquier atisbo de desigualdad, discriminación o exclusión, asegurar la equidad,
facilitar el desarrollo personal y la integración social, mejorar la convivencia
democrática, la justicia, la tolerancia, el respeto a la diferencia… y la comunicación
intercultural. Aun haciendo abstracción de los excesos mesiánicos, es legítimo
preguntarse, sin embargo, si hay coherencia entre los medios dispuestos y esas
loables finalidades. O más limitadamente, en atención al humilde propósito de este
escrito, si las disposiciones aprobadas crean, o no, condiciones propiciatorias para la
educación de una ciudadanía intercultural. El legislador zanja la cuestión repitiendo
otro de los mantras discursivos imperantes por doquier: las reformas propuestas
«están basadas en evidencias». El problema es que no todas las evidencias dicen
lo mismo. De ahí que nos propongamos aportar algunas adicionales a la discusión,
a partir de una modesta indagación histórico-curricular.
claves que nos ayuden a descifrar cómo opera ese juego de incentivos y frenos. Por
añadidura, la posibilidad de examinar el ciclo de vida completo de una innovación
nos permitirá apreciar con mayor nitidez la interrelación de los múltiples factores
que condicionan la continuidad y el cambio curriculares. Este se nos antoja un buen
antídoto contra la infundada creencia en el carácter taumatúrgico de las leyes.
A estas alturas le habrá quedado claro al lector o lectora que no entraremos
aquí en los problemas relativos a la conceptualización, naturaleza, dimensiones,
ingredientes y enfoques de la educación intercultural3. Tampoco enjuiciaremos
las virtudes y debilidades de los proyectos examinados. Nuestra aspiración es
identificar elementos contextuales habilitantes y constrictivos que influyen en el
plano estrictamente curricular.
3
Sobre el particular remitimos a Banks (2007, 2014), Barret (2013), Bolívar (2004), Marín
(2013) o Walsh (2010). La última autora citada, por ejemplo, identifica tres perspectivas distintas
de la interculturalidad: 1) la relacional, que alude sencillamente «al contacto e intercambio entre
culturas»; 2) la funcional, que aboga por «el reconocimiento de la diversidad y la diferencia culturales,
con metas a la inclusión de la misma» en las estructuras socio-institucionales existentes, cuya lógica
de funcionamiento no se discute, con lo cual quedan sin cuestionar las asimetrías y desigualdades
que las vertebran de manera soterrada; y 3) la crítica, un proyecto político, social, epistémico y
ético, además de educativo, que toma como punto de partida no la diversidad o la diferencia en sí,
sino el modo en que se sustancian a través de tales asimetrías y desigualdades, y cuyo horizonte
es «la transformación de las estructuras, instituciones y relaciones sociales, y la construcción de
condiciones de estar, ser, pensar, conocer, aprender, sentir y vivir distintas». No se trata sólo de
tolerar, aceptar o incluir lo diferente dentro de lo ya establecido, sino de replantear y refundar lo
establecido para que todos puedan reconocerse y reconstruirse como iguales «en condiciones de
respeto, legitimidad, simetría y equidad» (Walsh, 2010, pp. 76-79). Para ubicar a los firmantes de
este artículo, baste decir que nuestras simpatías apuntan a la tercera perspectiva.
4
Dicha plantilla analítica está inspirada, desde el punto de vista sintáctico, en las contribuciones
de Stephen Ball, y, desde el punto de vista semántico, en la sociología crítica del conocimiento
escolar y la historia sociocultural del currículum (Basil Bernstein, Michael Young, Ivor Goodson,
Herbert Kliebard, Larry Cuban, Thomas Popkewitz, André Chervel, Raimundo Cuesta o Javier
Merchán, entre otros).
5
Por ejemplo, en el proyecto de investigación coordinado por la Dra. Pilar Benejam desde la
Universidad Autónoma de Barcelona a partir de 1993.
unas razones y otras, el período que se abre en este momento devendría en uno de
los más fructíferos e interesantes en ese país para el desarrollo curricular.
La magnífica microhistoria de la Senacre Secondary Modern School entre 1957
y 2004, publicada por Evans (2005), constituye una fuente inestimable para calibrar
el clima en muchos centros. Este, en concreto, se ubicaba en una gran barriada de
vivienda municipal de Maidstone, con una población en riesgo de exclusión por su
condición social y étnica. Su director por entonces afirmaba:
Frente a la impresión que pueda dar, el parto del HGSS tuvo bastantes
complicaciones. Basta con leer las narraciones del director principal y el adjunto
(Blyth et al., 1978; Derricott, 1993) sobre los juegos de poder o las transacciones
forzadas para advertir que unos y otras dejaron su impronta en un proyecto que vino
al mundo con la legitimidad del Schools Council, pero que pagó un peaje por ello.
De entrada, su alumbramiento hubo de pasar el filtro de la estructura de comités del
Consejo y negociar con sus asunciones curriculares. Dado que estos comités eran
disciplinares (uno para la historia, otro para la geografía y otro para las ciencias
sociales), la circulación del borrador inicial con una propuesta integrada levantó
ampollas. El conflicto sólo se resolvió con una solución de compromiso, intermedia
entre lo disciplinar y lo interdisciplinar. Los nombres oficial y oficioso del proyecto
reflejan ese posibilismo.
Con todo, el foco de tensión más agudo, que casi arruina la empresa al poco
de arrancar, fue el debido a las serias discrepancias entre el Schools Council y Blyth
acerca de la naturaleza de la innovación y las estrategias más adecuadas para
procurar su arraigo. Durante su primera fase de existencia, el Schools Council había
confiado en promover la renovación pedagógica solicitando a grupos de expertos
la producción de nuevos currícula que, tras la pertinente experimentación, pudieran
difundirse de acuerdo con un modelo centro-periferia en forma de paquetes de
materiales listos para su uso. Ya a finales de los 60 empezaron a llegar noticias que
contradecían tales ilusiones, pero hasta mediados de la década siguiente el Consejo
no admitió públicamente la fragilidad de esta estrategia, tras confirmar los malos
augurios algunas investigaciones internas (Schools Council Dissemination Working
Party, 1974; Steadman, Parsons y Salter, 1978). La influencia real de los proyectos
curriculares sufragados se revelaba, con unas pocas excepciones, bastante limitada
más allá de los centros piloto. E incluso en éstos últimos y en los que sí compraron los
materiales ofertados, la rutina cotidiana del profesorado medio no parecía haberse
alterado demasiado. Bien porque, al expirar la subvención y retirarse de la escena
los asesores externos, el nuevo programa se evaporaba sin dejar apenas rastro.
Bien porque los maestros lo utilizaban de acuerdo con su cultura profesional, y no
en el sentido deseado por sus promotores. Ante estas desalentadoras evidencias,
la atención se desplazó a los desvelos de la implementación.
No era esa todavía la ortodoxia en el Schools Council cuando se lanzó el HGSS
con un plan a cuatro años (1971-75), lo que provocó un agrio enfrentamiento con el
equipo encargado. Consciente de que las iniciativas precedentes estaban teniendo
menor impacto del esperado, este equipo abogó desde un inicio por un «proyecto
de segunda generación», no volcado en la confección y publicación de materiales
sino en el maestro y la maestra de aula, con el objeto de auspiciar dinámicas de
cambio desde abajo (cfr. Blyth, 1973). Sosteniendo, en sintonía con Stenhouse, que
no cabe un desarrollo del currículum sin un desarrollo del profesorado, la prioridad
fue activar procesos formativos que capacitasen a los docentes a elaborar por sí
mismos unos materiales concordantes con los valores del proyecto, pero adaptados
a sus circunstancias idiosincrásicas. Así comenzaron a trabajar en enero de 1972
con una muestra escogida de 32 escuelas. Sin embargo, en agosto de ese año el
Schools Council llamó a capítulo a Blyth para «recordarle» que este organismo no
era un proveedor de cursos de formación, y que sus instrucciones eran producir
unidades didácticas. Entre otras razones, por los convenios firmados entre el Consejo
y editoriales privadas, según los cuales estas empresas aseguraban soporte técnico
alrededor de una «cultura cívica» compartida (Romero y Luis, 2008). Dadas las
invectivas previas de Blyth (1967) contra el organicismo que solía subyacer tanto a
las historias nacionales como a los estudios del entorno que florecían por aquella
época, no sorprende el modo en que este proyecto redefine implícitamente la
«comunidad política». En términos de Habermas (1999), cabría hablar de «un
universalismo altamente sensible a la diferencia», asentado en una moral del igual
respeto para cada cual y de la responsabilidad solidaria del uno con el otro; donde
el igual respecto para cada cual no comprenda sólo al similar sino también a la
persona del otro en su alteridad; donde ese solidario hacerse responsable del otro
como uno de «nosotros» se refiera a un «nosotros» liberado de esencias últimas, en
aras de una comprensión cosmopolita de la ciudadanía; y donde la responsabilidad
de impulsar la cohesión repose en el propio proceso democrático y en el disfrute
efectivo de los derechos jurídicos, socio-económicos y culturales. El reto sigue
pendiente.
6
V.g., el HGSS recibió 128.000 libras esterlinas, el Humanities Curriculum Project, 174.000, el
Geography for the Young School Leaver, 127.000, el History 13-16, 126.000.
HGSS: división del trabajo, distribución del poder y la autoridad, conflicto, control
social, interdependencia, cooperación, cambio social, tradición. Y produjeron tres
unidades didácticas. La primera, Families (Wagstaff, 1978), examina la estructura
de la familia, el reparto de roles, las jerarquías y los mecanismos de control, la
colaboración y el conflicto, etc., empezando por las familias de los alumnos para
empujarles a continuación a las comparaciones socio-históricas y transculturales.
La segunda, Friends (Wagstaff, 1979), considera los diferentes grupos a los que
pertenecen los niños con vistas a analizar el carácter electivo o no de la (a)filiación,
la existencia o no de líderes, las reglas y normas, los conflictos de intereses e
identidades, etc. La última, Work (Wagstaff, 1980), aprovecha una fábrica de
juguetes para adentrarse en las relaciones laborales, los diferentes significados
del trabajo, su naturaleza cambiante, el desempleo y las desigualdades entre
hombres y mujeres.
A diferencia del HGSS, su irradiación fue bastante exitosa. Cierto es que sus
destinatarios potenciales se limitaban a las 650 escuelas primarias de la ILEA.
Con todo, catorce meses después del lanzamiento de sus unidades, el 65% de
esos colegios había adquirido al menos una, y algo más del 30% trabajaba con
las tres (Ross, 1982). Según el autor recién citado, varios astros se conjuntaron
favorablemente: a) People Around Us fue elaborado por maestros y no por expertos,
con lo cual sorteó la imagen de una imposición externa; b) aunque las unidades se
estructuraban en torno a conceptos científico-sociales, con un sesgo si cabe más
crítico que en el HGSS, los temas «nominales» elegidos (familia, amigos, trabajo)
les resultaron más familiares a muchos maestros; c) las unidades eran bastante
flexibles para atraer a los docentes más innovadores, pero al mismo tiempo ofrecían
un acabado didáctico que daba seguridad a los más timoratos; y d) la ILEA se esforzó
en dar publicidad al proyecto y, aún más decisivo, lo incorporó a sus programas de
formación continua.
Véanse, por ejemplo, el estudio acometido por el equipo de Stephen Ball en el área londinense
8
(Bowe- Ball-Gold, 1992), la indagación lanzada en 1991 por el Economic and Social Research
Council (Hughes, 1996) o las evidencias sopesadas en Whitty (2000).
9
El punto 162 del articulado de la ERA rezaba lacónicamente: «El 1 de abril de 1990, la Inner
London Education Authority dejará de existir».
7. Conclusión
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