Diferencia entre revisiones de «Conjuración de Catilina»
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{{otros usos|este=la conspiración en si|De Catilinae coniuratione|la obra de Salustio Crispo}} |
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Un nombre destacó sobre los demás, [[Lucio Sergio Catilina]] a quien la aristocracia romana temía, a él y a sus planes económicos que promovían la cancelación completa de las ''tabulae novae'' y las reivindicaciones de ampliar el poder de las asambleas de la [[plebe]]. Catilina se postuló varias veces por el consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única posibilidad de obtener el consulado era ya a través de medios ilegítimos, la conspiración o la revolución. |
Un nombre destacó sobre los demás, [[Lucio Sergio Catilina]], a quien la aristocracia romana temía, a él y a sus planes económicos que promovían la cancelación completa de las ''tabulae novae'' y las reivindicaciones de ampliar el poder de las asambleas de la [[plebe]]. Catilina se postuló varias veces por el consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única posibilidad de obtener el consulado era ya a través de medios ilegítimos, la conspiración o la revolución. |
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[[Archivo:M-T-Cicero.jpg|left|thumb|<<Que las armas cedan ante el rango de la toga de la paz.>> Cicerón no dejó que nadie olvidara nunca su afirmación de que en el 63 a. C., con la derrota de la conspiración de Catilina, él había salvado la República.]] |
[[Archivo:M-T-Cicero.jpg|left|thumb|<<Que las armas cedan ante el rango de la toga de la paz.>> Cicerón no dejó que nadie olvidara nunca su afirmación de que en el 63 a. C., con la derrota de la conspiración de Catilina, él había salvado la República.]] |
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Privado de sus apoyos políticos Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado |
Privado de sus apoyos políticos, Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado y comenzó a reclutar un nutrido grupo de hombres de las clases senatoriales y ecuestres descontentos con la política del Senado. Promoviendo su política de condonación de deudas, Catilina reunió a muchos pobres bajo su bandera. Envió a Cayo Manlio, un antiguo centurión del ejército, para liderar la conspiración en [[Etruria]], donde éste consiguió reunir un ejército. Envió también a otros hombres a tomar posiciones importantes a todo lo largo de la [[Península Itálica]] e inició una pequeña revuelta de esclavos en [[Capua]]. Mientras el malestar de la población se dejaba sentir por los campos romanos, Catilina hizo los preparativos finales para la conjura en Roma. La acción debía de iniciarse simultáneamente en varios puntos de Italia, especialmente en Etruria, donde, como puso al descubierto la rebelión de Lépido, existía un particular descontento entre la población y los veteranos. Sus planes incluían los incendios y la matanza de senadores, tras los cuales se uniría al ejército reunido por Manlio. La revolución siempre según los planes iniciales habría de alcanzar finalmente a la ciudad de Roma, donde la promesa de un programa social sostendría a Catilina como dictador o como cónsul. Para llevar estos planes a cabo, Cayo Vornelio y Lucio Vargunteio deberían asesinar a Cicerón al amanecer del [[7 de noviembre]] del [[63 a. C.|63 a. C.]] |
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Aunque los políticos populares como Craso y César estuvieron al corriente de la conjuración parece lo más probable que permanecieran alejados de ella |
Aunque los políticos populares como Craso y César estuvieron al corriente de la conjuración, parece lo más probable que permanecieran alejados de ella por considerar los planes demasiados radicales o difíciles de llevar a cabo. Cicerón tuvo, sin embargo, conocimiento de lo que se tramaba cuando Quinto Curio, uno de los senadores, le alertó del peligro a través de su amante Fulvia, convirtiéndose en uno de sus informadores. De este modo, Cicerón pudo escapar de una muerte segura. |
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Poco después, Cicerón denunciaría a Catilina ante el senado en el primero de los discursos de las [[Catilinarias]]. De ese momento es una de sus más famosas frases: {{Cita|Quousque tandem, Catilina, |
Poco después, Cicerón denunciaría a Catilina ante el senado en el primero de los discursos de las [[Catilinarias]]. De ese momento es una de sus más famosas frases: {{Cita|Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?|col2=''¿Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia, Catilina?''}} |
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[[Archivo:Maccari-Cicero.jpg|thumb|left|330px|[[Cicerón]] ataca en el Senado al conspirador [[Lucio Sergio Catilina|Catilina]] (fresco del [[siglo XIX]] de [[Cesare Maccari]]).]] |
[[Archivo:Maccari-Cicero.jpg|thumb|left|330px|[[Cicerón]] ataca en el Senado al conspirador [[Lucio Sergio Catilina|Catilina]] (fresco del [[siglo XIX]] de [[Cesare Maccari]]).]] |
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Se dice que Catilina reaccionó de forma airada asegurando que, si él se quemaba, lo haría en medio de la destrucción general. Inmediatamente después de esto |
Se dice que Catilina reaccionó de forma airada asegurando que, si él se quemaba, lo haría en medio de la destrucción general. Inmediatamente después de esto salió en dirección a su casa mientras el Senado autorizaba a Cicerón a hacer uso del ''senatusconsultum ultimum''. Era el 22 de octubre del 63 a. C, aquella noche, Catilina huyó de Roma bajo el pretexto de que se dirigía a un exilio voluntario en [[Masilia]]. Sin embargo, se dirigió hacia el campamento de Manlio en Etruria. |
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Mientras Catilina preparaba su ejército, y los conspiradores continuaban con sus planes |
Mientras Catilina preparaba su ejército, y los conspiradores continuaban con sus planes, supieron que una delegación de los [[alóbroges]] estaba en Roma buscando amparo contra la opresión de su gobernador. |
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Justamente para esas épocas se hallaban de embajada en Roma dos bárbaros pertenecientes a la tribu de los alóbroges |
Justamente para esas épocas se hallaban de embajada en Roma dos bárbaros pertenecientes a la tribu de los alóbroges, así que [[Publio Cornelio Léntulo Sura|Léntulo]] no tuvo mejor idea que tratar de atraerlos a su causa. La idea era que, al estallar la revolución, cruzasen los Alpes con su caballería y uniéranse a los sublevados. Para conquistar su favor, Léntulo se valió de los servicios de [[Publio Umbreno]], personaje conocido de los galos por haber hecho asiduamente negocios en su país, y de [[Publio Gabinio Capito]], un líder conspirador de clase ecuestre. Umbreno expuso a los embajadores de los alóbroges toda la conjura, incluyendo nombres, fechas, planes y lugares. A fin de convencerlos les narró la consabida historia, según la cual los augurios indicaban que Publio Cornelio Léntulo Sura iba a ser el tercer Cornelio que gobernase Roma. De esta manera la conjura fue revelada. |
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La delegación tomó rápidamente ventaja de esta oportunidad |
La delegación tomó rápidamente ventaja de esta oportunidad e informó a Cicerón, quien instruyó a los delegados para obtener un provecho tangible de la conspiración. Cinco de los líderes conspiradores escribieron cartas a los alobroges para que los delegados mostraran a su pueblo que existía una esperanza en esta conspiración, pero estas cartas fueron interceptadas en su camino hacia la [[Galia]] en el [[puente Milvio]]. Entonces Cicerón leyó estas cartas incriminatorias en el Senado. La sesión senatorial del 5 de diciembre fue decisiva: en ella [[Catón]] solicitó la pena de muerte para los conjurados, que Cicerón aplicaría inmediatamente pese a la brillante defensa realizada por César, quién dijo: |
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{{cita|''«Omnis homines, patres conscripti, qui de rebus dubiis consultant, ab odio, amicitia, ira atque misericordia vacuos esse decet. Haud facile animus verum providet, ubi illa officiunt, neque quisquam omnium lubidini simul et usui paruit. Ubi intenderis ingenium, valet; si lubido possidet, ea dominatur, animus nihil valet. Magna mihi copia est memorandi, patres conscripti, quae reges atque populi ira aut misericordia inpulsi male consuluerint. Sed ea malo dicere, quae maiores nostri contra lubidinem animi sui recte atque ordine fecere. Bello Macedonico, quod cum rege Perse gessimus, Rhodiorum civitas magna atque magnifica, quae populi Romani opibus creverat, infida et advorsa nobis fuit. Sed postquam bello confecto de Rhodiis consultum est, maiores nostri, ne quis divitiarum magis quam iniuriae causa bellum inceptum diceret, inpunitos eos dimisere. Item bellis Punicis omnibus, cum saepe Carthaginienses et in pace et per indutias multa nefaria facinora fecissent, numquam ipsi per occasionem talia fecere: magis, quid se dignum foret, quam quid in illos iure fieri posset, quaerebant. Hoc item vobis providendum est, patres conscripti, ne plus apud vos valeat Publius Lentuli et ceterorum scelus quam vostra dignitas neu magis irae vostrae quam famae consulatis. Nam si digna poena pro factis eorum reperitur, novum consilium adprobo; sin magnitudo sceleris omnium ingenia exsuperat, his utendum censeo, quae legibus conparata sunt. Plerique eorum, qui ante me sententias dixerunt, conposite atque magnifice casum rei publicae miserati sunt. Quae belli saevitia esset, quae victis acciderent, enumeravere: rapi virgines, pueros, divelli liberos a parentum complexu, matres familiarum pati, quae victoribus conlubuissent, fana atque domos spoliari, caedem , incendia fieri, postremo armis, cadaveribus, cruore atque luctu omia conpleri. Sed per deos inmortalis, quo illa oratio pertinuit? An uti vos infestos coniurationi faceret? Scilicet, quem res tanta et tam atrox non permovit, eum oratio accendet. Non ita est neque cuiquam mortalium iniuriae suae parvae videntur; multi eas gravius aequo habuere. Sed alia aliis licentia est, patres conscripti. Qui demissi in obscuro vitam habent, si quid iracundia deliquere, pauci sciunt: fama atque fortuna eorum pares sunt; qui magno imperio,praediti in excelso aetatem agunt, eorum facta cuncti mortales novere. Ita in maxuma fortuna minuma licentia est; neque studere neque odisse, sed minume irasci decet; quae apud alios iracundia dicitur, ea in imperio superbia atque crudelitas appellatur. Equidem ego sic existumo, patres conscripti, omnis cruciatus minores quam facinora illorum esse. Sed plerique mortales postremo meminere et in hominibus inpiis sceleris eorum obliti de poena disserunt, si ea paulo severior fuit. Decimus Silanum, virum fortem atque strenuum, certo scio, quae dixerit, studio rei publicae dixisse neque illum in tanta re gratiam aut inimicitias exercere: eos mores eamque modestiam viri cognovi. Verum sententia eius mihi non crudelis quid enim in talis homines crudele fieri potest? -, sed aliena a re publica nostra videtur. Nam profecto aut metus aut iniuria te subegit, Silane, consulem designatum genus poenae novum decernere. De timore supervacaneum est disserere, cum praesertim diligentia clarissumi viri consulis tanta praesidia sint in armis. De poena possum equidem dicere, id quod res habet, in luctu atque miseriis mortem aerumnarum requiem, non cruciatum esse; eam cuncta mortalium mala dissolvere; ultra neque curae neque gaudio locum esse. Sed, per deos inmortalis, quam ob rem in sententiam non addidisti, uti prius verberibus in eos anmadvorteretur? An quia lex Porcia vetat? At aliae leges item condemnatis civibus non animam eripi, sed exsilium permitti iubent. An quia gravius est verberari quam necari? Quid autem acerbum aut nimis grave est in homines tanti facinoris convictos? Sin, quia levius est, qui convenit in minore negotio legem timere, cum eam in maiore neglegeris? At enim quis reprehendet, quod in parricidas rei publicae decretum erit? Tempus, dies, fortuna, cuius lubido grentibus moderatur. Illis merito accidet, quicquid evenerit; ceterum vos patres conscripti, quid in alios stutuatis, considerate! Omnia mala exempla ex rebus bonis orta sunt. Sed ubi imperium ad ignaros eius aut minus bonos pervenit, novum illud exemplum ab dignis et idoneis ad indignos et non idoneos transfertur. Lacedaemonii devictis Atheniensibus triginta viros inposuere, qui rem publicam eorum tractarent. Ii primo coepere pessumum quemque et omnibus invisum indemnatum necare: ea populus laetari et merito dicere fieri. Post, ubi paulatim licentia crevit, iuxta bonos et malos lubidinose interficere, ceteros metu terrere: ita civitas servitute oppressa stultae laetitiae gravis poenas dedit. Nostra memoria victor Sulla cum Damasippum et alios eius modi, qui malo rei publicae creverant, iugulari iussit, quis non factum eius laudabat? Homines scelestos et factiosos, qui seditionibus rem publicam exagitaverant, merito necatos aiebant. Sed ea res magnae initium cladis fuit. Nam uti quisque domum aut villam, postremo vas aut vestimentum alicuius concupiverat, dabat operam, ut is in proscriptorum numero esset. Ita illi, quibus Damasippi mors laetitiae fuerat, paulo post ipsi trahebantur neque prius finis iugulandi fuit, quam Sulla omnis suos divitiis explevit. Atque ego haec non in Marcus Tullio neque his temporibus vereor; sed in magna civitate multa et varia ingenia sunt. Potest alio tempore, alio consule, cui item exercitus in manu sit, falsum aliquid pro vero credi. Ubi hoc exemplo per senatus decretum consul gladium eduxerit, quis illi finem statuet aut quis moderabitur? Maiores nostri, patres conscripti, neque consili neque audaciae umquam eguere; neque illis superbia obstat, quo minus aliena instituta, si modo proba erant, imitarentur. Arma atque tela militaria ab Samnitibus, insignia magistratuum ab Tuscis pleraque sumpserunt. Postremo, quod ubique apud socios aut hostis idoneum videbatur, cum summo studio domi exsequebantur: imitari quam invidere bonis malebant. Sed eodem illo tempore Graeciae morem imitati verberibus animadvortebant in civis, de condemnatis summum supplicium sumebant. Postquam res publica adolevit et multitudine civium factiones valuere, circumveniri innocentes, alia huiusce modi fieri coepere, tum lex Porcia aliaeque leges paratae sunt, quibus legibus exsilium damnatis permissum est. Hanc ego causam, patres conscripti, quo minus novum consilium capiamus, in primis magnam puto. Profecto virtus atque sapientia maior illis fuit, qui ex parvis opibus tantum imperium fecere, quam in nobis, qui ea bene parta vix retinemus. Placet igitur eos dimitti et augeri exercitum Catilinae? Minume. Sed ita censeo: publicandas eorum pecunias, ipsos in vinculis habendos per municipia, quae maxume opibus valent; neu quis de iis postea ad senatum referat neve cum populo agat; qui aliter fecerit, senatum existumare eum contra rem publicam et salutem omnium facturum».''|col2=«Todos los hombres, senadores, que deliberan acerca de cuestiones dudosas, conviene que estén libres de todo tipo de odio, amistad o ira. No es fácil que el ánimo provea la verdad cuando las pasiones se oponen y nadie obedece a la vez a su propio capricho y a su propio interés. El ánimo prevalece si el talento lo hace |
{{cita|''«Omnis homines, patres conscripti, qui de rebus dubiis consultant, ab odio, amicitia, ira atque misericordia vacuos esse decet. Haud facile animus verum providet, ubi illa officiunt, neque quisquam omnium lubidini simul et usui paruit. Ubi intenderis ingenium, valet; si lubido possidet, ea dominatur, animus nihil valet. Magna mihi copia est memorandi, patres conscripti, quae reges atque populi ira aut misericordia inpulsi male consuluerint. Sed ea malo dicere, quae maiores nostri contra lubidinem animi sui recte atque ordine fecere. Bello Macedonico, quod cum rege Perse gessimus, Rhodiorum civitas magna atque magnifica, quae populi Romani opibus creverat, infida et advorsa nobis fuit. Sed postquam bello confecto de Rhodiis consultum est, maiores nostri, ne quis divitiarum magis quam iniuriae causa bellum inceptum diceret, inpunitos eos dimisere. Item bellis Punicis omnibus, cum saepe Carthaginienses et in pace et per indutias multa nefaria facinora fecissent, numquam ipsi per occasionem talia fecere: magis, quid se dignum foret, quam quid in illos iure fieri posset, quaerebant. Hoc item vobis providendum est, patres conscripti, ne plus apud vos valeat Publius Lentuli et ceterorum scelus quam vostra dignitas neu magis irae vostrae quam famae consulatis. Nam si digna poena pro factis eorum reperitur, novum consilium adprobo; sin magnitudo sceleris omnium ingenia exsuperat, his utendum censeo, quae legibus conparata sunt. Plerique eorum, qui ante me sententias dixerunt, conposite atque magnifice casum rei publicae miserati sunt. Quae belli saevitia esset, quae victis acciderent, enumeravere: rapi virgines, pueros, divelli liberos a parentum complexu, matres familiarum pati, quae victoribus conlubuissent, fana atque domos spoliari, caedem , incendia fieri, postremo armis, cadaveribus, cruore atque luctu omia conpleri. Sed per deos inmortalis, quo illa oratio pertinuit? An uti vos infestos coniurationi faceret? Scilicet, quem res tanta et tam atrox non permovit, eum oratio accendet. Non ita est neque cuiquam mortalium iniuriae suae parvae videntur; multi eas gravius aequo habuere. Sed alia aliis licentia est, patres conscripti. Qui demissi in obscuro vitam habent, si quid iracundia deliquere, pauci sciunt: fama atque fortuna eorum pares sunt; qui magno imperio,praediti in excelso aetatem agunt, eorum facta cuncti mortales novere. Ita in maxuma fortuna minuma licentia est; neque studere neque odisse, sed minume irasci decet; quae apud alios iracundia dicitur, ea in imperio superbia atque crudelitas appellatur. Equidem ego sic existumo, patres conscripti, omnis cruciatus minores quam facinora illorum esse. Sed plerique mortales postremo meminere et in hominibus inpiis sceleris eorum obliti de poena disserunt, si ea paulo severior fuit. Decimus Silanum, virum fortem atque strenuum, certo scio, quae dixerit, studio rei publicae dixisse neque illum in tanta re gratiam aut inimicitias exercere: eos mores eamque modestiam viri cognovi. Verum sententia eius mihi non crudelis quid enim in talis homines crudele fieri potest? -, sed aliena a re publica nostra videtur. Nam profecto aut metus aut iniuria te subegit, Silane, consulem designatum genus poenae novum decernere. De timore supervacaneum est disserere, cum praesertim diligentia clarissumi viri consulis tanta praesidia sint in armis. De poena possum equidem dicere, id quod res habet, in luctu atque miseriis mortem aerumnarum requiem, non cruciatum esse; eam cuncta mortalium mala dissolvere; ultra neque curae neque gaudio locum esse. Sed, per deos inmortalis, quam ob rem in sententiam non addidisti, uti prius verberibus in eos anmadvorteretur? An quia lex Porcia vetat? At aliae leges item condemnatis civibus non animam eripi, sed exsilium permitti iubent. An quia gravius est verberari quam necari? Quid autem acerbum aut nimis grave est in homines tanti facinoris convictos? Sin, quia levius est, qui convenit in minore negotio legem timere, cum eam in maiore neglegeris? At enim quis reprehendet, quod in parricidas rei publicae decretum erit? Tempus, dies, fortuna, cuius lubido grentibus moderatur. Illis merito accidet, quicquid evenerit; ceterum vos patres conscripti, quid in alios stutuatis, considerate! Omnia mala exempla ex rebus bonis orta sunt. Sed ubi imperium ad ignaros eius aut minus bonos pervenit, novum illud exemplum ab dignis et idoneis ad indignos et non idoneos transfertur. Lacedaemonii devictis Atheniensibus triginta viros inposuere, qui rem publicam eorum tractarent. Ii primo coepere pessumum quemque et omnibus invisum indemnatum necare: ea populus laetari et merito dicere fieri. Post, ubi paulatim licentia crevit, iuxta bonos et malos lubidinose interficere, ceteros metu terrere: ita civitas servitute oppressa stultae laetitiae gravis poenas dedit. Nostra memoria victor Sulla cum Damasippum et alios eius modi, qui malo rei publicae creverant, iugulari iussit, quis non factum eius laudabat? Homines scelestos et factiosos, qui seditionibus rem publicam exagitaverant, merito necatos aiebant. Sed ea res magnae initium cladis fuit. Nam uti quisque domum aut villam, postremo vas aut vestimentum alicuius concupiverat, dabat operam, ut is in proscriptorum numero esset. Ita illi, quibus Damasippi mors laetitiae fuerat, paulo post ipsi trahebantur neque prius finis iugulandi fuit, quam Sulla omnis suos divitiis explevit. Atque ego haec non in Marcus Tullio neque his temporibus vereor; sed in magna civitate multa et varia ingenia sunt. Potest alio tempore, alio consule, cui item exercitus in manu sit, falsum aliquid pro vero credi. Ubi hoc exemplo per senatus decretum consul gladium eduxerit, quis illi finem statuet aut quis moderabitur? Maiores nostri, patres conscripti, neque consili neque audaciae umquam eguere; neque illis superbia obstat, quo minus aliena instituta, si modo proba erant, imitarentur. Arma atque tela militaria ab Samnitibus, insignia magistratuum ab Tuscis pleraque sumpserunt. Postremo, quod ubique apud socios aut hostis idoneum videbatur, cum summo studio domi exsequebantur: imitari quam invidere bonis malebant. Sed eodem illo tempore Graeciae morem imitati verberibus animadvortebant in civis, de condemnatis summum supplicium sumebant. Postquam res publica adolevit et multitudine civium factiones valuere, circumveniri innocentes, alia huiusce modi fieri coepere, tum lex Porcia aliaeque leges paratae sunt, quibus legibus exsilium damnatis permissum est. Hanc ego causam, patres conscripti, quo minus novum consilium capiamus, in primis magnam puto. Profecto virtus atque sapientia maior illis fuit, qui ex parvis opibus tantum imperium fecere, quam in nobis, qui ea bene parta vix retinemus. Placet igitur eos dimitti et augeri exercitum Catilinae? Minume. Sed ita censeo: publicandas eorum pecunias, ipsos in vinculis habendos per municipia, quae maxume opibus valent; neu quis de iis postea ad senatum referat neve cum populo agat; qui aliter fecerit, senatum existumare eum contra rem publicam et salutem omnium facturum».''|col2=«Todos los hombres, senadores, que deliberan acerca de cuestiones dudosas, conviene que estén libres de todo tipo de odio, amistad o ira. No es fácil que el ánimo provea la verdad cuando las pasiones se oponen y nadie obedece a la vez a su propio capricho y a su propio interés. El ánimo prevalece si el talento lo hace; si el capricho está en su lugar, no tiene fuerza alguna. Puedo recordarles, senadores, que un gran número de reyes y pueblos, impulsados por la ira y por la misericordia, cometieron malas decisiones; sin embargo, prefiero mencionar las cosas que nuestros mayores hicieron contra el capricho de su ánimo. En la guerra macedónica que nuestros antepasados tuvieron con el rey Perseo, la magnífica ciudad de los rodios, que había crecido gracias a los nuestros, nos resultó infiel, pero tras el fin de la guerra nuestros antepasados no los castigaron para que no piensen que habíamos comenzado la guerra por las riquezas y no por la injuria recibida. Así mismo durante las Guerras Púnicas, a pesar de que el enemigo mató a gran cantidad de civiles, incluso en las treguas, los nuestros no lo hicieron, no porque no podían hacerlo, pues las oportunidades las tuvieron, sino porque no lo consideraban digno, y pensaban que la justicia de otra nación se les vendría algún día contra ellos. De la misma manera, senadores, debéis prevenir que no prevalezca en vosotros el crimen de Publio Léntulo y los suyos por encima de vuestra dignidad; por tanto no obedezcáis a la ira más que a vuestra reputación. Si se encuentra un castigo adecuado para todos ellos, lo apruebo; pero si la magnitud del delito supera nuestra imaginación, pienso que habría que utilizar aquellos que las leyes disponen. Muchos de los que opinaron antes que yo se han conmiserado de la caída de la república; pues enumeraron gran cantidad casos en que se demostraban la crueldad de las guerras, las cosas que a veces le sucedían a los vencidos, que eran robadas las madres, que los niños les eran arrebatados a sus padres y eran tratados mal por los vencedores, que los templos y las casas eran saqueadas, que se producían matanzas, incendios y finalmente terminaba todo lleno de cadáveres, armas, sangre y luto. Sin embargo, ¡por los dioses inmortales!, ¿hacia dónde tiende semejante discurso?, ¿acaso a haceros enemigos de la conjuración? ¡Evidentemente! Aquél que una cuestión de tanta magnitud y atrocidad no lo conmueve, tampoco lo hará mi discurso. A ninguno de los mortales les parecen pequeñas las injusticias que se están cometiendo, muchos las consideran más graves de lo que la justicia puede tolerar, pues cada uno, senadores, tiene una libertad diferente. En nuestros tiempos, cuanto más baja es la condición social, más mínima es la libertad; por lo que no conviene simpatizar ni odiar, pero mucho menos airearse. Lo que en unos se llama iracundia, se denomina en el ejercicio del poder soberbia y crueldad. Por cierto, yo pienso de este modo, senadores: todos los castigos son menores que los crímenes de aquéllos, pero la mayor parte de los mortales recuerda lo pasado, y en cuanto a los rebeldes, se olvidan del crimen y empiezan a discutir acerca del castigo, sobre todo respecto de la severidad de éste. Décimo Junio Sejano, del que no me cabe duda que es un hombre valiente y firme, lo que dijo, lo hizo por afición a la República, y él no ejerce en este asunto ni el favor ni las amistades, pues conozco la moderación de este hombre. A decir verdad, no me parece cruel su discurso debido a que ningún castigo a personas de tal condición se lo puede considerar de esa manera, sino extraño a nuestra constitución. En efecto, el temor o la injusticia te llevaron, Sejano, cónsul electo, a discernir este castigo no previsto por la ley. El temor es sólo una forma prolija de hablar, y esto se debe a la ligereza del próximo cónsul al haber tantas personas levantadas en armas. Sobre el castigo puedo dar por cierto que para el luto y las desgracias la muerte es un alivio de las penurias, no un castigo; pues la muerte disuelve todas las desgracias de los mortales, debido a que más allá no hay lugar para la penuria y para el goce. Sin embargo, ¡por los dioses inmortales!, ¿por qué razón no añadisteis a tu opinión que antes fueran azotados con latigazos?, ¿tal vez porque lo prohíbe la Ley Porcia? Sin embargo, otras leyes también ordenan que a los ciudadanos condenados no se les mate sino que se los envíe al exilio. ¿Acaso porque es más grave ser azotado que muerto?, mientras que por lado, ¿qué castigo es demasiado duro para hombres culpables de tan grande crimen? En caso de que se aplique el castigo del azote, que es más leve, ¿cómo se llega a temer la ley en una situación menor cuando se ha pasado por alto en cuestiones mayores? En efecto, ¿quién reprobará lo que se haga con los asesinos de la república? El tiempo, la fecha, la fortuna, cuyo capricho gobierna los pueblos. A ellos les sucederán muchas cosas merecidamente, pero vosotros, senadores, considerad qué cosas decís sobre los otros. Todos los malos ejemplos han nacido de buenas cosas; sin embargo, cuando el poder del mando llega a los que lo ignoran o a los deshonestos, aquel poder pasa de dignos a los seres indignos o merecedores de castigo. Los lacedemonios, vencidos por los atenienses, les impusieron treinta hombres para manejar su república. Éstos comenzaron por asesinar sin juicio a los que eran mal vistos por todos, por lo que el populacho se alegró diciéndo que se había cumplido justicia»}} |
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Los cinco conspiradores fueron ejecutados sin juicio en la prisión del [[Tuliano]]. De esta forma se puso fin a la conjura en Roma. |
Los cinco conspiradores fueron ejecutados sin juicio en la prisión del [[Tuliano]]. De esta forma se puso fin a la conjura en Roma. |
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Revisión del 02:24 19 mar 2014
Un nombre destacó sobre los demás, Lucio Sergio Catilina, a quien la aristocracia romana temía, a él y a sus planes económicos que promovían la cancelación completa de las tabulae novae y las reivindicaciones de ampliar el poder de las asambleas de la plebe. Catilina se postuló varias veces por el consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única posibilidad de obtener el consulado era ya a través de medios ilegítimos, la conspiración o la revolución.
Privado de sus apoyos políticos, Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado y comenzó a reclutar un nutrido grupo de hombres de las clases senatoriales y ecuestres descontentos con la política del Senado. Promoviendo su política de condonación de deudas, Catilina reunió a muchos pobres bajo su bandera. Envió a Cayo Manlio, un antiguo centurión del ejército, para liderar la conspiración en Etruria, donde éste consiguió reunir un ejército. Envió también a otros hombres a tomar posiciones importantes a todo lo largo de la Península Itálica e inició una pequeña revuelta de esclavos en Capua. Mientras el malestar de la población se dejaba sentir por los campos romanos, Catilina hizo los preparativos finales para la conjura en Roma. La acción debía de iniciarse simultáneamente en varios puntos de Italia, especialmente en Etruria, donde, como puso al descubierto la rebelión de Lépido, existía un particular descontento entre la población y los veteranos. Sus planes incluían los incendios y la matanza de senadores, tras los cuales se uniría al ejército reunido por Manlio. La revolución siempre según los planes iniciales habría de alcanzar finalmente a la ciudad de Roma, donde la promesa de un programa social sostendría a Catilina como dictador o como cónsul. Para llevar estos planes a cabo, Cayo Vornelio y Lucio Vargunteio deberían asesinar a Cicerón al amanecer del 7 de noviembre del 63 a. C.
Aunque los políticos populares como Craso y César estuvieron al corriente de la conjuración, parece lo más probable que permanecieran alejados de ella por considerar los planes demasiados radicales o difíciles de llevar a cabo. Cicerón tuvo, sin embargo, conocimiento de lo que se tramaba cuando Quinto Curio, uno de los senadores, le alertó del peligro a través de su amante Fulvia, convirtiéndose en uno de sus informadores. De este modo, Cicerón pudo escapar de una muerte segura.
Poco después, Cicerón denunciaría a Catilina ante el senado en el primero de los discursos de las Catilinarias. De ese momento es una de sus más famosas frases:
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?¿Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia, Catilina?
Se dice que Catilina reaccionó de forma airada asegurando que, si él se quemaba, lo haría en medio de la destrucción general. Inmediatamente después de esto salió en dirección a su casa mientras el Senado autorizaba a Cicerón a hacer uso del senatusconsultum ultimum. Era el 22 de octubre del 63 a. C, aquella noche, Catilina huyó de Roma bajo el pretexto de que se dirigía a un exilio voluntario en Masilia. Sin embargo, se dirigió hacia el campamento de Manlio en Etruria. Mientras Catilina preparaba su ejército, y los conspiradores continuaban con sus planes, supieron que una delegación de los alóbroges estaba en Roma buscando amparo contra la opresión de su gobernador.
Justamente para esas épocas se hallaban de embajada en Roma dos bárbaros pertenecientes a la tribu de los alóbroges, así que Léntulo no tuvo mejor idea que tratar de atraerlos a su causa. La idea era que, al estallar la revolución, cruzasen los Alpes con su caballería y uniéranse a los sublevados. Para conquistar su favor, Léntulo se valió de los servicios de Publio Umbreno, personaje conocido de los galos por haber hecho asiduamente negocios en su país, y de Publio Gabinio Capito, un líder conspirador de clase ecuestre. Umbreno expuso a los embajadores de los alóbroges toda la conjura, incluyendo nombres, fechas, planes y lugares. A fin de convencerlos les narró la consabida historia, según la cual los augurios indicaban que Publio Cornelio Léntulo Sura iba a ser el tercer Cornelio que gobernase Roma. De esta manera la conjura fue revelada.
La delegación tomó rápidamente ventaja de esta oportunidad e informó a Cicerón, quien instruyó a los delegados para obtener un provecho tangible de la conspiración. Cinco de los líderes conspiradores escribieron cartas a los alobroges para que los delegados mostraran a su pueblo que existía una esperanza en esta conspiración, pero estas cartas fueron interceptadas en su camino hacia la Galia en el puente Milvio. Entonces Cicerón leyó estas cartas incriminatorias en el Senado. La sesión senatorial del 5 de diciembre fue decisiva: en ella Catón solicitó la pena de muerte para los conjurados, que Cicerón aplicaría inmediatamente pese a la brillante defensa realizada por César, quién dijo:
«Omnis homines, patres conscripti, qui de rebus dubiis consultant, ab odio, amicitia, ira atque misericordia vacuos esse decet. Haud facile animus verum providet, ubi illa officiunt, neque quisquam omnium lubidini simul et usui paruit. Ubi intenderis ingenium, valet; si lubido possidet, ea dominatur, animus nihil valet. Magna mihi copia est memorandi, patres conscripti, quae reges atque populi ira aut misericordia inpulsi male consuluerint. Sed ea malo dicere, quae maiores nostri contra lubidinem animi sui recte atque ordine fecere. Bello Macedonico, quod cum rege Perse gessimus, Rhodiorum civitas magna atque magnifica, quae populi Romani opibus creverat, infida et advorsa nobis fuit. Sed postquam bello confecto de Rhodiis consultum est, maiores nostri, ne quis divitiarum magis quam iniuriae causa bellum inceptum diceret, inpunitos eos dimisere. Item bellis Punicis omnibus, cum saepe Carthaginienses et in pace et per indutias multa nefaria facinora fecissent, numquam ipsi per occasionem talia fecere: magis, quid se dignum foret, quam quid in illos iure fieri posset, quaerebant. Hoc item vobis providendum est, patres conscripti, ne plus apud vos valeat Publius Lentuli et ceterorum scelus quam vostra dignitas neu magis irae vostrae quam famae consulatis. Nam si digna poena pro factis eorum reperitur, novum consilium adprobo; sin magnitudo sceleris omnium ingenia exsuperat, his utendum censeo, quae legibus conparata sunt. Plerique eorum, qui ante me sententias dixerunt, conposite atque magnifice casum rei publicae miserati sunt. Quae belli saevitia esset, quae victis acciderent, enumeravere: rapi virgines, pueros, divelli liberos a parentum complexu, matres familiarum pati, quae victoribus conlubuissent, fana atque domos spoliari, caedem , incendia fieri, postremo armis, cadaveribus, cruore atque luctu omia conpleri. Sed per deos inmortalis, quo illa oratio pertinuit? An uti vos infestos coniurationi faceret? Scilicet, quem res tanta et tam atrox non permovit, eum oratio accendet. Non ita est neque cuiquam mortalium iniuriae suae parvae videntur; multi eas gravius aequo habuere. Sed alia aliis licentia est, patres conscripti. Qui demissi in obscuro vitam habent, si quid iracundia deliquere, pauci sciunt: fama atque fortuna eorum pares sunt; qui magno imperio,praediti in excelso aetatem agunt, eorum facta cuncti mortales novere. Ita in maxuma fortuna minuma licentia est; neque studere neque odisse, sed minume irasci decet; quae apud alios iracundia dicitur, ea in imperio superbia atque crudelitas appellatur. Equidem ego sic existumo, patres conscripti, omnis cruciatus minores quam facinora illorum esse. Sed plerique mortales postremo meminere et in hominibus inpiis sceleris eorum obliti de poena disserunt, si ea paulo severior fuit. Decimus Silanum, virum fortem atque strenuum, certo scio, quae dixerit, studio rei publicae dixisse neque illum in tanta re gratiam aut inimicitias exercere: eos mores eamque modestiam viri cognovi. Verum sententia eius mihi non crudelis quid enim in talis homines crudele fieri potest? -, sed aliena a re publica nostra videtur. Nam profecto aut metus aut iniuria te subegit, Silane, consulem designatum genus poenae novum decernere. De timore supervacaneum est disserere, cum praesertim diligentia clarissumi viri consulis tanta praesidia sint in armis. De poena possum equidem dicere, id quod res habet, in luctu atque miseriis mortem aerumnarum requiem, non cruciatum esse; eam cuncta mortalium mala dissolvere; ultra neque curae neque gaudio locum esse. Sed, per deos inmortalis, quam ob rem in sententiam non addidisti, uti prius verberibus in eos anmadvorteretur? An quia lex Porcia vetat? At aliae leges item condemnatis civibus non animam eripi, sed exsilium permitti iubent. An quia gravius est verberari quam necari? Quid autem acerbum aut nimis grave est in homines tanti facinoris convictos? Sin, quia levius est, qui convenit in minore negotio legem timere, cum eam in maiore neglegeris? At enim quis reprehendet, quod in parricidas rei publicae decretum erit? Tempus, dies, fortuna, cuius lubido grentibus moderatur. Illis merito accidet, quicquid evenerit; ceterum vos patres conscripti, quid in alios stutuatis, considerate! Omnia mala exempla ex rebus bonis orta sunt. Sed ubi imperium ad ignaros eius aut minus bonos pervenit, novum illud exemplum ab dignis et idoneis ad indignos et non idoneos transfertur. Lacedaemonii devictis Atheniensibus triginta viros inposuere, qui rem publicam eorum tractarent. Ii primo coepere pessumum quemque et omnibus invisum indemnatum necare: ea populus laetari et merito dicere fieri. Post, ubi paulatim licentia crevit, iuxta bonos et malos lubidinose interficere, ceteros metu terrere: ita civitas servitute oppressa stultae laetitiae gravis poenas dedit. Nostra memoria victor Sulla cum Damasippum et alios eius modi, qui malo rei publicae creverant, iugulari iussit, quis non factum eius laudabat? Homines scelestos et factiosos, qui seditionibus rem publicam exagitaverant, merito necatos aiebant. Sed ea res magnae initium cladis fuit. Nam uti quisque domum aut villam, postremo vas aut vestimentum alicuius concupiverat, dabat operam, ut is in proscriptorum numero esset. Ita illi, quibus Damasippi mors laetitiae fuerat, paulo post ipsi trahebantur neque prius finis iugulandi fuit, quam Sulla omnis suos divitiis explevit. Atque ego haec non in Marcus Tullio neque his temporibus vereor; sed in magna civitate multa et varia ingenia sunt. Potest alio tempore, alio consule, cui item exercitus in manu sit, falsum aliquid pro vero credi. Ubi hoc exemplo per senatus decretum consul gladium eduxerit, quis illi finem statuet aut quis moderabitur? Maiores nostri, patres conscripti, neque consili neque audaciae umquam eguere; neque illis superbia obstat, quo minus aliena instituta, si modo proba erant, imitarentur. Arma atque tela militaria ab Samnitibus, insignia magistratuum ab Tuscis pleraque sumpserunt. Postremo, quod ubique apud socios aut hostis idoneum videbatur, cum summo studio domi exsequebantur: imitari quam invidere bonis malebant. Sed eodem illo tempore Graeciae morem imitati verberibus animadvortebant in civis, de condemnatis summum supplicium sumebant. Postquam res publica adolevit et multitudine civium factiones valuere, circumveniri innocentes, alia huiusce modi fieri coepere, tum lex Porcia aliaeque leges paratae sunt, quibus legibus exsilium damnatis permissum est. Hanc ego causam, patres conscripti, quo minus novum consilium capiamus, in primis magnam puto. Profecto virtus atque sapientia maior illis fuit, qui ex parvis opibus tantum imperium fecere, quam in nobis, qui ea bene parta vix retinemus. Placet igitur eos dimitti et augeri exercitum Catilinae? Minume. Sed ita censeo: publicandas eorum pecunias, ipsos in vinculis habendos per municipia, quae maxume opibus valent; neu quis de iis postea ad senatum referat neve cum populo agat; qui aliter fecerit, senatum existumare eum contra rem publicam et salutem omnium facturum».«Todos los hombres, senadores, que deliberan acerca de cuestiones dudosas, conviene que estén libres de todo tipo de odio, amistad o ira. No es fácil que el ánimo provea la verdad cuando las pasiones se oponen y nadie obedece a la vez a su propio capricho y a su propio interés. El ánimo prevalece si el talento lo hace; si el capricho está en su lugar, no tiene fuerza alguna. Puedo recordarles, senadores, que un gran número de reyes y pueblos, impulsados por la ira y por la misericordia, cometieron malas decisiones; sin embargo, prefiero mencionar las cosas que nuestros mayores hicieron contra el capricho de su ánimo. En la guerra macedónica que nuestros antepasados tuvieron con el rey Perseo, la magnífica ciudad de los rodios, que había crecido gracias a los nuestros, nos resultó infiel, pero tras el fin de la guerra nuestros antepasados no los castigaron para que no piensen que habíamos comenzado la guerra por las riquezas y no por la injuria recibida. Así mismo durante las Guerras Púnicas, a pesar de que el enemigo mató a gran cantidad de civiles, incluso en las treguas, los nuestros no lo hicieron, no porque no podían hacerlo, pues las oportunidades las tuvieron, sino porque no lo consideraban digno, y pensaban que la justicia de otra nación se les vendría algún día contra ellos. De la misma manera, senadores, debéis prevenir que no prevalezca en vosotros el crimen de Publio Léntulo y los suyos por encima de vuestra dignidad; por tanto no obedezcáis a la ira más que a vuestra reputación. Si se encuentra un castigo adecuado para todos ellos, lo apruebo; pero si la magnitud del delito supera nuestra imaginación, pienso que habría que utilizar aquellos que las leyes disponen. Muchos de los que opinaron antes que yo se han conmiserado de la caída de la república; pues enumeraron gran cantidad casos en que se demostraban la crueldad de las guerras, las cosas que a veces le sucedían a los vencidos, que eran robadas las madres, que los niños les eran arrebatados a sus padres y eran tratados mal por los vencedores, que los templos y las casas eran saqueadas, que se producían matanzas, incendios y finalmente terminaba todo lleno de cadáveres, armas, sangre y luto. Sin embargo, ¡por los dioses inmortales!, ¿hacia dónde tiende semejante discurso?, ¿acaso a haceros enemigos de la conjuración? ¡Evidentemente! Aquél que una cuestión de tanta magnitud y atrocidad no lo conmueve, tampoco lo hará mi discurso. A ninguno de los mortales les parecen pequeñas las injusticias que se están cometiendo, muchos las consideran más graves de lo que la justicia puede tolerar, pues cada uno, senadores, tiene una libertad diferente. En nuestros tiempos, cuanto más baja es la condición social, más mínima es la libertad; por lo que no conviene simpatizar ni odiar, pero mucho menos airearse. Lo que en unos se llama iracundia, se denomina en el ejercicio del poder soberbia y crueldad. Por cierto, yo pienso de este modo, senadores: todos los castigos son menores que los crímenes de aquéllos, pero la mayor parte de los mortales recuerda lo pasado, y en cuanto a los rebeldes, se olvidan del crimen y empiezan a discutir acerca del castigo, sobre todo respecto de la severidad de éste. Décimo Junio Sejano, del que no me cabe duda que es un hombre valiente y firme, lo que dijo, lo hizo por afición a la República, y él no ejerce en este asunto ni el favor ni las amistades, pues conozco la moderación de este hombre. A decir verdad, no me parece cruel su discurso debido a que ningún castigo a personas de tal condición se lo puede considerar de esa manera, sino extraño a nuestra constitución. En efecto, el temor o la injusticia te llevaron, Sejano, cónsul electo, a discernir este castigo no previsto por la ley. El temor es sólo una forma prolija de hablar, y esto se debe a la ligereza del próximo cónsul al haber tantas personas levantadas en armas. Sobre el castigo puedo dar por cierto que para el luto y las desgracias la muerte es un alivio de las penurias, no un castigo; pues la muerte disuelve todas las desgracias de los mortales, debido a que más allá no hay lugar para la penuria y para el goce. Sin embargo, ¡por los dioses inmortales!, ¿por qué razón no añadisteis a tu opinión que antes fueran azotados con latigazos?, ¿tal vez porque lo prohíbe la Ley Porcia? Sin embargo, otras leyes también ordenan que a los ciudadanos condenados no se les mate sino que se los envíe al exilio. ¿Acaso porque es más grave ser azotado que muerto?, mientras que por lado, ¿qué castigo es demasiado duro para hombres culpables de tan grande crimen? En caso de que se aplique el castigo del azote, que es más leve, ¿cómo se llega a temer la ley en una situación menor cuando se ha pasado por alto en cuestiones mayores? En efecto, ¿quién reprobará lo que se haga con los asesinos de la república? El tiempo, la fecha, la fortuna, cuyo capricho gobierna los pueblos. A ellos les sucederán muchas cosas merecidamente, pero vosotros, senadores, considerad qué cosas decís sobre los otros. Todos los malos ejemplos han nacido de buenas cosas; sin embargo, cuando el poder del mando llega a los que lo ignoran o a los deshonestos, aquel poder pasa de dignos a los seres indignos o merecedores de castigo. Los lacedemonios, vencidos por los atenienses, les impusieron treinta hombres para manejar su república. Éstos comenzaron por asesinar sin juicio a los que eran mal vistos por todos, por lo que el populacho se alegró diciéndo que se había cumplido justicia»
Los cinco conspiradores fueron ejecutados sin juicio en la prisión del Tuliano. De esta forma se puso fin a la conjura en Roma.
Tras haber sido informado de la noticia sobre el desastre en Roma, Catilina (declarado hostis desde el 15 de noviembre) y su poco equipado ejército iniciaron la marcha hacia la Galia, para luego volverse hacia Roma en multitud de ocasiones, en un vano intento de evitar el combate. Inevitablemente, Catilina se vio forzado a luchar, por lo que eligió enfrentarse al ejército de Antonio cerca de Pistoria (la actual Pistoia), con la esperanza de que Antonio perdiera la batalla y desanimara al resto de los ejércitos. El mismo Catilina luchó con bravura en la batalla, y una vez constatado que no existía esperanza de victoria, se lanzó contra el grueso del enemigo. En el recuento de los cadáveres, todos los soldados de Catilina se encontraron con heridas frontales, y el cadáver del mismo Catilina se halló adelantado a sus propias líneas. Se le cortó la cabeza y ésta fue llevada a Roma, como prueba pública de que el conspirador había muerto.