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Nosferatu (2024)

Nosferatu
132 min.
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Premios
2024: Premios BAFTA: 5 nominaciones, incluyendo Mejor fotografía
2024: Premios Oscar: 4 nominaciones
2024: Asociación de Críticos Norteamericanos (NBR): Mejor fotografía.
2024: Critics Choice Awards: Mejor fotografía. 4 nominaciones
2024: Asociación de Críticos de Chicago: Mejor dirección artística. 5 nominaciones
El embrujo de la criatura se extiende como una amenaza que acecha a aquellos a los que se presenta. La influencia que ejerce el Conde Orlok es capaz de transitar muchas formas y afectar desde la distancia; solo que, esta vez, cuando hablamos de distancia, no solo nos referimos al castillo de Transilvania, sino también a los más de 100 años que separan la visión de Eggers de la original. Hacer una reinterpretación de una obra no es fácil, y menos cuando el legado cultural que ha dejado es tan grande que ostenta el título de obra maestra.

Eggers lo vuelve a hacer

El director demuestra una gran maestría técnica y un control absoluto (esta vez sí) en todo momento. La puesta en escena es espectacular: la escenografía, el realismo en el reparto, la acertada selección de protagonistas, la increíble fotografía y el montaje consiguen manejar de manera constante el ritmo y la tensión que respiran en todo momento.

Este es el Eggers más perfeccionista y minucioso hasta la fecha. Su Nosferatu está más cerca de La Bruja y su aterradora indefensión ante lo desconocido, pero no duda en arremeter con la fuerza interpretativa de sus desesperados personajes, recordándonos a El Faro. Logra hacernos sentir que formamos parte de una pesadilla en la que el realismo se diluye con lo onírico, y consigue darnos escalofríos muy, pero que muy reales.

Locura contagiada

La película tiene muchos logros técnicos que nos hacen sentir que estamos en una Alemania del siglo XIX, donde el progreso moderno e intelectual choca contra un muro de ferviente paganismo religioso encarnado en la presencia demoníaca de Nosferatu.

Hablando de la criatura, encarnada por Bill Skarsgård, el actor queda irreconocible y muy lejos de su impredecible Pennywise, donde todavía se le podía entrever. Sus manierismos y gestos no quedan al azar. La voz y el acento que trabaja en su interpretación del Conde Orlok son extrañamente amenazadores e inquietantes. Pero, irónicamente, en una película llamada Nosferatu, la caracterización del personaje es quizá donde más flaquea. Aunque no es mala, cuando podemos ver al conde estamos preparados para algo horrible y sobrenatural, pero Eggers se aleja de las características que Max Schreck hizo propias del personaje y, en esta ocasión, nos muestra una realidad más humana, pero maldita.

Volviendo al puro terror, las interpretaciones son la piedra angular de este filme: Willem Dafoe, Nicholas Hoult, Ralph Ineson y Aaron Taylor-Johnson destacan, pero, si hemos de resaltar a alguien, sin duda es a Lily-Rose Depp. Ella encarna todo el protagonismo de esta película y no nos puede gustar más. Su descenso a los infiernos bajo esa influencia malévola es realmente escalofriante. Su dolor es descarnado y muestra un increíble manejo físico y emocional que el director sabe usar a su favor. Parece que a Eggers le encanta encerrar a sus actores en planos medios y darles el control del momento. La interpretación de Depp consigue atraparnos en una espiral de locura angustiosa y emocional en varios monólogos descarnados que recuerdan a El Faro. En definitiva, ella termina comiéndose la pantalla, eclipsa al propio Nosferatu y seguramente nos ha regalado una de las mejores actuaciones de este cierre de año.

En resumen, esta película es una carta de amor maldito, un cuadro romántico perdido en el tiempo, un grito de desesperación ante la incomprensión del dolor emocional y un paso admirable en la carrera de un director que está sediento de sangre.
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229 de 319 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eco de leyendas perdidas entre los picos de los Cárpatos, más de un siglo tras ser desenterrada por Friedrich W. Murnau y plasmada en una sinfonía visual de imágenes inquietantes; nada, nunca, ha sacudido el alma con tanta efectividad como la sombra de unas largas uñas al acecho de unos ojos aterrados.
El cada vez más prestigioso Robert Eggers lo descubrió cuando puso los suyos, a una infantil edad, sobre aquel mito del horror gótico que de un modo fascinante logró reinterpretar la archiconocida novela de Bram Stoker (aun exponiéndose sus artífices a una severa demanda por parte de la viuda del autor...).

Así se convirtió "Nosferatu" en un proyecto de largo aliento, la sombra que alimentó sus pesadillas e ilusiones, siempre atormentándole, planeando sobre otras obras de autoría propia (y es evidente cuando uno ve "La Bruja" y "El Faro"), siempre evitando caer en sus manos. Por algo sería. Incluso él ha declarado "Estuve intentando llevar a cabo este proyecto durante unos diez años y fracasé varias veces. Pensé que lo mejor era dedicarme a hacer cosas originales; hacer un "remake" de algo tan famoso resulta desagradable". Sí, cuánta razón. Y Chris Columbus, su productor, debió haberle animado a dedicarse a otras cosas.
Pero no. En lugar de eso le animó a lo contrario, y su gusto por el folclore, la investigación de mitos y el horror gótico hizo el sueño realidad y ha propiciado esta nueva versión que ahora abrasa las pantallas de las salas de cine. No pude contener mi excitación. "Nadie mejor que Eggers para resucitar el terror de "Nosferatu" y la belleza del expresionismo alemán". Eso pensaba, eso sentía...hasta que me dio un vuelco el corazón. No precisé de mucho, bastaron los primeros 15 segundos y ya estaba con el vampiro detrás de la oreja. ¿Qué significa esto?

¿Qué es esta especie de prólogo donde al parecer se profundiza en el pasado, o quizás en las pesadillas, de Ellen, de un tono psicosexual y escabroso que me incomoda y provoca mi primer rechinar de dientes? Una pesadilla. Entonces viajamos a la ciudad inventada de Wisborg del film original, y de hecho se respeta la cronología de la estructura de Henrik Galeen...pero hay un problema. Murnau se permitía cierta levedad al inicio de su historia; el protagonista, Hutter, era un hombre alegre que, ignorante él, no reparaba en la inquietud de su devota esposa Ellen debido a su viaje a las tierras de Transylvania por mediación de su grotesco jefe, el agente inmobiliario Knock.
En las garras de la repelente hija de Johnny Depp (ojalá hubieran elegido a Evan Rachel Wood) Ellen se hace con el protagonismo...pero va muchísimo más allá del papel de Greta Schröder (qué considerado Eggers, ha puesto a la gata su nombre, en un guiño al fan). Esta Ellen, con su carácter tan lúgubre, paranoico, tan pretendidamente trágico y "brontiano", condiciona toda la historia. Su esposo y todos los que están a su alrededor, incluido el público, han de prestarle la mayor de las atenciones, pues sufre, sufre mucho; ella, no bastaba con Knock, instala esa sensación de mal agüero, de presagio y amenaza, desde sus pesadillas más profundas.

La sonrisa de aquel Gustav Von Wangenheim desaparece en el rostro de un Nicholas Hoult petrificado durante el 90% del metraje; está más congelado que los Cárpatos hacia donde se dirige la trama, siguiendo la original, y añadiendo impactantes escenas oníricas, extravagantes rituales de nativos y de paso cambiando a los hermanos Harding y Ruth por un matrimonio.
Pero si Murnau expresaba en sus imágenes la poética del puro horror, poderosa y a la vez mórbida, hipnótica y sugerente, Eggers impone la fuerza de lo tenebroso a la estética y el sonido; en lugar de silencio y sobriedad aquí todo son tinieblas y ruido, una mezcla de James Wan y Tim Burton llevada al exceso. La otrora sinfonía del horror es ahora un estridente concierto de golpes de efecto...

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Se llega exhausto, agotado, dolorido, confuso y sin sangre al final de este larguísimo periplo. En un símil podríamos decir que Orlok es Eggers, un servidor es Hutter y Ellen es la versión clásica de "Nosferatu". Librarla de los colmillos de este infame ser que tanto me había impresionado con "El Faro" es quizás tarea imposible, pero al menos mi cuello y mi alma no han sido mancillados.
Las tinieblas de Murnau se ciernen inexorables, aunque Dafoe, McBurney y un solvente Aaron Taylor-Johnson, y el talento de Craig Lathrop, Jarin Blaschke y Robert Cowper para lograr el exquisito (eso no se niega) arte visual de la película también se han salvado. Sólo espero, por el amor de Dios, que este no sea el principio de una serie de "versiones actualizadas" de obras del expresionismo alemán.
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