Ilustración de Max |
Sobre amores y —perdón— excrementos
Las cartas de amor de los escritores despliegan los detalles más íntimos de la seducción
James Joyce y Nora Barnacle (su apellido significa “percebe”, lo que quizás explique por qué nunca le abandonó) tuvieron su primera cita el 16 de junio de 1904, fecha que eligió el escritor para situar la acción de Ulises. El 4 de agosto del mismo año, menos de dos meses después del célebre encuentro, Nora recibió una carta de su enamorado en la que le decía: “Por los poderes apostólicos que me ha otorgado su santidad el Papa Pío X por la presente le doy permiso para acudir sin faldas a recibir la Bendición Papal que tendré el placer de otorgarle”. Como ven, la relación avanzó deprisa. Y a lo bestia. Adoro las cartas de amor de los escritores, sobre todo aquellas en las que se despliegan, ante los ojos de quien nunca debería leerlos, los detalles íntimos de la seducción, el recuerdo (o el conjuro) de las satisfacciones más carnales. Me siento como una especie de voyeur al que hubieran concedido el privilegio de observar sentimientos no impostados, privadísimos, incluyendo las tácticas y estrategias imaginadas para propiciar el encuentro amoroso.