Mostrando entradas con la etiqueta Boris Pasternak. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Boris Pasternak. Mostrar todas las entradas

sábado, 27 de julio de 2024

El comunismo, en tres palabras para los escritores y artistas: censura, represión, muerte

 


Prisoners of the Vorkuta Gulag

Prisioneros del gulag de Vorkutá, uno de los más grandes de la Unión Soviética, en 1945.LASKI DIFFUSION 

El comunismo, en tres palabras para los escritores y artistas: censura, represión, muerte

El periodista y editor Manuel Florentín publica una gran crónica de la persecución que los regímenes totalitarios han perpetrado contra intelectuales y creadores, desde la Unión Soviética de Lenin a la Nicaragua de Ortega



Manuel Morales
23 de diciembre de 2023


“Lo que recibe el nombre de comunismo no es otra cosa que fascismo con bandera roja” (Valentín González, El Campesino, comunista español, teniente coronel en la Guerra Civil y antiestalinista).

jueves, 18 de julio de 2024

Lara Prescott / Los secretos que guardamos / El Nobel Boris Pasternak, entre la CIA y el KGB

Lara Prescott



El Nobel Boris Pasternak, entre la CIA y el KGB

Lara Prescott firma una monocorde novela sobre la accidentada publicación de ‘El doctor Zhivago’


Marta Rebón
26 de febrero de 2020

Omar Sharif y Julie Christie, en la película 'Doctor Zhivago' (1965), de David Lean.Ampliar foto
Omar Sharif y Julie Christie, en la película 'Doctor Zhivago' (1965), de David Lean. SUNSET BOULEVARD / GETTY IMAGES
Toda época forja sus leyendas y mitos, y con el paso del tiempo es natural visitarlos y reinterpretarlos. Cuando Borís Pasternak, después de varios intentos fallidos para publicar El doctor Zhivago, entregó el manuscrito de la “novela de su vida” a un emisario de la editorial Feltrinelli en 1956, sabía que por ese acto disidente le tocaría pagar un precio desmesurado. Enel momento de despedirse de quienes habían ido a visitarlo a la colonia de escritores próxima a Moscú con el fin de llevarse al extranjero su explosivo artefacto literario, el poeta lanzó un funesto augurio: “Quedan invitados a mi ejecución”. Él y Olga Ivínskaia —la joven editora que pasó a ser la inspiración del personaje de Lara cuando surgió el flechazo entre ambos en la redacción de una revista literaria— vivieron su historia de amor oficiosa, con el incesante “ruido de caza” de fondo de los órganos de seguridad, durante los últimos 14 años de vida del autor, caído en desgracia por esa manía antisoviética de “hurgar en su alma”.

Lara Prescott / Un arma de la Guerra Fría llamada Doctor Zhivago


Lara Prescott


Un arma de la Guerra Fría 

llamada "Doctor Zhivago"

Lara Prescott publica en España "Los secretos que guardamos" (Seix-Barral)


CADENA SER
Madrid, 1 de marzo de 2020

La autora se llama así por el personaje femenino protagonista de "Doctor Zhivago", la obra que lanzó a la fama mundial al escritor ruso Boris Pasternak. Ese personaje está inspirado en Olga Invínskaia, la amante del autor, que le acompañó hasta el final de sus días y cuya persistencia fue fundamental para que la novela se publicara.

Stalin-Pastenak / La llamada

 

Boris Pasternak


Stalin-Pasternak: la llamada

En junio de 1934, Joseph Stalin llamó al escritor Borís Pasternak a propósito de la detención del poeta Osip Mandelstam. La conversación no duró más de tres minutos, pero luego adquirió proporciones míticas. En ‘Tres minutos. Sobre el misterio de la llamada de Stalin a Pasternak’, el escritor albanés Ismaíl Kadaré convierte en una novela fascinante las diferentes versiones de esta legendaria llamada entre el dictador y el futuro autor de ‘Doctor Zhivago’ y Premio Nobel  

Javier García Recio
19 de noviembre de 2023

Es preciso una referencia al contexto. Los rusos siempre han sido grandes admiradores de la poesía y de sus poetas. Aman la poesía. En 1934, Borís Pasternak, Osip Mandelstam y Anna Ajmatova, especialmente, son los poetas aclamados y admirados en Moscú, San Petesburgo y otras grandes ciudades. Los moscovitas conocen y recitan sus poemas, llenan los teatros para oírlos recitar, los aclaman por las calles. Son personajes populares y queridos. Al otro lado, Josep Stalin llevaba ya diez años ejerciendo su poder tiránico y había puesto ya en marcha sus famosas purgas. 

martes, 2 de julio de 2024

«Tres minutos», de Ismaíl Kadaré / Reseña



«Tres minutos», de Ismaíl Kadaré

Milo Krmpotic
25 de enero de 2024

 Ismaíl Kadaré recrea y elucubra en “Tres minutos” (Alianza Editorial)  el breve encuentro que duró la conversación entre Stalin y Pasternak que marcó la detención e internamiento del poeta ruso Ósip Mandelstam, que murió preso en Siberia,  para denunciar el sinsentido totalitario.

Tres minutos vendría a ser la duración ideal de una canción pop y, en las antípodas de las emociones amables y emotivas que suelen provocar estas, tres minutos parece que duró la conversación telefónica que mantuvieron Iósif Stalin y Borís Pasternak el sábado 23 de junio de 1934 a vueltas con la detención e internamiento del poeta Ósip Mandelstam. A él estuvo dedicada la letra, pero la melodía, el tono de la breve charla, ha sido objeto de especulaciones en la Unión Soviética, primero, y Rusia, después, a lo largo de ya casi nueve décadas. Esas especulaciones se han alimentado de las declaraciones y libros de memorias de quienes supieron del episodio de primera o segunda o tercera mano; también, de la desclasificación de los archivos de la KGB. Pero, sobre todo, de la fascinación y curiosidad que genera el (des)encuentro entre el dictador sanguinario (cuya figura, recordemos, ha sido blanqueada y reivindicada por el actual gobierno de la Federación Rusa) y uno de los literatos más populares del siglo XX en la lengua de Dostoievski, cuyo momento álgido, la concesión del Nobel de literatura del año 1958, lo llevó a caer en desgracia en su propia tierra durante un período en que el éxito occidental se concebía como una traición al sistema comunista.

‘Tres minutos’, de Ismaíl Kadaré: el dictador que llamaba a los poetas

 

Boris Pasternak

‘Tres minutos’, de Ismaíl Kadaré

‘Tres minutos’, de Ismaíl Kadaré: el dictador que llamaba a los poetas

El eterno candidato al Nobel analiza con un tono irónico algunas de las versiones sobre la llamada telefónica que hizo Josef Stalin a Boris Pasternak en 1934


MONIKA ZGUSTOVA

“El camarada Stalin quiere hablar con usted”, oyó Boris Pasternak cuando descolgó el teléfono un día de junio de 1934, en Moscú.

domingo, 23 de julio de 2023

Lara Prescott / Los secretos que guardamos / Las tres viudas del doctor Zhivago


Las tres viudas del doctor Zhivago


La novela 'Los secretos que guardamos' evoca el drama de Borís Pasternak y de su gran amor, Olga Ivínskaya

Benjamín Prado
14 de marzo de 2020


En los tiempos del estalinismo, los habitantes de Moscú aprendían desde niños a contener la respiración al pasar ante las puertas del centro de detención y tortura de la Lubianka, “porque se decía que el Ministerio de Seguridad detectaba las ideas antisoviéticas.” También se rumoreaba que el edificio tenía veinte plantas bajo tierra, un túnel que lo conectaba con el Kremlin y un búnker antinuclear. Todo ello lo cuenta Lara Prescott en Los secretos que guardamos (Seix Barral), una novela sobre el poeta Boris Pasternak, su obra más famosa, El doctor Zhivago, y su musa y amante, Olga Ivinskaya, la mujer que inspiró el personaje de Lara en la narración que le puso en las manos el premio Nobel de literatura y a él al pie de los caballos, porque en aquel tiempo y en aquel país la gloria y el miedo eran la cara y la cruz de la misma moneda.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Vitali Shentalinski / La palabra arrestada / Reseña

 


La palabra arrestada – Vitali-shentalinski



Isidro Gimeno
27 de septiembre de 2021


Vitali Shentalinski, durante la Perestroika (1985), consiguió permiso para acceder a los archivos de la tenebrosa Lubianka (prisión y Cuartel General de la KGB en la Rusia soviética).

miércoles, 19 de julio de 2017

García Márquez / Pasternak, 22 años después


Boris Pasternak
Poster by T.A.

Pasternak, 22 años despues


GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
BIOGRAFÍA
19 OCT 1983


Se ha publicado por estos días la noticia de que, en Moscú se celebró un acto que puede considerarse como un homenaje casi oficial al escritor Boris Pasternak, premio Nobel de Literatura de 1958 y quien dos años después murió en una especie de exilio interior. El acto consistió en la lectura de algunos poemas suyos ante unas 500 personas, y la agencia de Prensa europea que dio la noticia precisó que había sido anunciado en los periódicos y en carteles murales, y que la mayoría de los asistentes eran jóvenes. La noticia -al contrario de muchas otras de índole semejante que las agencias occidentales nos mandan de aquellos mundos- merecía la atención que le fue prestada, pero faltó advertir que este aparente deshielo en tomo del gran poeta y novelista no es nada nuevo en la Unión Soviética, y que hace mucho tiempo que su nombre y su obra no son tan misteriosos ni conflictivos como en efecto lo fueron alguna vez. Hace ya varios años que un gran poeta de la generación penúltima -Andrei Voznessensky- publicó algunos de los poemas póstumos de Pasternak en una revista literaria, que como todas las de la Unión Soviética, por supuesto, era una revista oficial, y escribió para ellos una presentación en la cual se hablaba de sus virtudes sin la menor reticencia. También en esa ocasión las agencias de Prensa occidentales registraron el hecho como algo extraordinario, y también como si fuera el primero después del escándalo de su Premio Nobel.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Boris Pasternak / La tumba de la poesía


Boris Pasternak

Boris Pasternak

Moscú, 29 de enero de 1890
Peredélkino (cerca de Moscú), 30 de mayo de 1980


Tumba de Boris Pasternak


Rafael Argullol
LA TUMBA DE LA POESÍA
El Espectador, 26 noviembre de 2011


Conocí hace un tiempo a un hombre que no leía poesía pero tenía una extraña predilección por las tumbas de los poetas. Era un buen viajero, y antes de cada uno de sus viajes se documentaba concienzudamente sobre los cementerios de las ciudades que visitaba, a la búsqueda de lugares donde reposaran los restos de algún poeta. Al llegar a su destino siempre encontraba alguna hora para visitar la tumba decidida de antemano, sin importarle mucho si el poeta en cuestión era una gloria universal o un modesto talento local, ni si estaba sepultado en un suntuoso panteón o en un humilde nicho. Permanecía largo rato ante la lápida elegida y ese hombre, mal lector de poesía, tenía la sensación de que oía versos primorosamente recitados en las más distintas lenguas y, aunque no entendía las palabras, sí creía comprender el espíritu de los murmullos que llegaban a sus oídos. Estaba convencido de que todos esos versos aparentemente incomprensibles que llegaban a él en los distintos camposantos eran fragmentos de un único poema, cuyo espíritu sólo lograría captar si, de tumba en tumba, conseguía juntar las múltiples piezas del rompecabezas. Deduje, de sus explicaciones, que cada poeta particular no significaba nada para él, y que lo realmente importante era la poesía en su conjunto, no tal como la reflejaban los libros sino como la resguardaban las tumbas de los que habían escrito estos libros. Este hombre extravagante, que no leía jamás poemas, creía conocer, así, la esencia de la poesía.
Hace unos meses, en Peredelkino, me acordé de él. Peredelkino es una población dispersa compuesta por pequeñas dachas inmersas en bosques de robles. En ella vivieron muchos escritores que la describieron como un paisaje idílico. En la actualidad, cuando uno se aparta de la recia protección de los robles, surgen, amenazantes, los gigantescos bloques de viviendas con los que Moscú coloniza los campos circundantes. A medida que han muerto los antiguos habitantes de las dachas, o simplemente han sido desalojados, los nuevos ricos se convierten en moradores de lo que acabará siendo un barrio residencial de la metrópolis. El dinero fácil ha hecho que se multipliquen los detalles de mal gusto y, en muchos casos, la anterior austeridad de las casas ha sido sustituida por esa ostentación en forma de partenones y cúpulas acebolladas con los que se deleitan frecuentemente los poderosos en Rusia. La perla del lugar es una imitación a gran escala del San Basilio moscovita que, según me contaron, se está construyendo para el solaz del patriarca metropolitano, quien, de este modo, ha trasladado parte de la Plaza Roja al bucólico pueblo de antaño.
Sin embargo, pese a la invasión, Peredelkino sigue poseyendo la atmósfera singular de los escenarios en los que han sido creadas grandes obras del espíritu. Transformada ahora en un pequeño museo, está la casa en la que Boris Pasternak vivió los últimos años de su vida y en la que escribió El doctor Zhivago. Muchos de los paisajes de esta novela están inspirados en los alrededores de Peredelkino. La vida de Pasternak está unida a esta población, y también su muerte, pues está enterrado en su cementerio, una húmeda colina cruzada por caminos serpenteantes. Un sobrio monolito con la cabeza del poeta esculpida en bajorrelieve, advierte de la presencia de su tumba. Frente al monolito, a unos pocos metros, hay un banco de madera y, entre ambos límites, la frondosa vegetación no oculta el jarrón de flores que una admiradora del poeta depositó en el suelo, justo antes de mi llegada.
Me senté en el banco mirando, alternativamente, el jarrón de flores blancas y la cabeza — "caballuna", como él decía— de Pasternak. Traté de recordar algunos de sus versos pues en otra época me sabía poemas de memoria. Pero no recordé ninguno. Tenía la sensación de que los oía, e incluso de que los comprendía, sin que ningún verso acudiera a mi cabeza con mediana claridad. Era una experiencia sumamente agradable, por más que al principio me incomodara mi torpeza para recuperar los poemas de Pasternak. De hecho me di cuenta de que no estaba en condiciones de recodar ningún verso de ningún poeta. Entonces, inevitablemente, resurgió en mi mente la figura del aquel curioso visitador de tumbas que había conocido años atrás: quizá me ocurría, como a él, que los poetas ya carecían de importancia porque la poesía no podía ser captada en ningún otro idioma que no fuera el que recoge el roce del viento con los pensamientos sellados en las tumbas. O sencillamente me había vuelto amnésico, felizmente amnésico, porque hubiera continuado horas y horas sentado en aquel banco de madera en el que creía oír lo inaudible.
Habría querido contar esta experiencia a nuestra anfitriona de Peredelkino pero ella nos contó una historia que no me dejó muchas opciones. Durante años, según dijo, en aquel banco de madera frente a la lápida, que tanto me había cautivado, fueron instalados, por parte de la policía secreta, micrófonos ocultos para grabar todo lo que comentaran los ciudadanos que iban a honrar la sepultura de Pasternak. Se trataba de averiguar qué conspiraciones se escondían bajo la supuestamente frágil coraza de los versos. Boris Pasternak, calumniado en vida, fue perseguido también tras su muerte mediante la persecución de sus seguidores. Los micrófonos grababan lo que serían, luego, acusaciones. Una historia grotesca y atroz.
Sin embargo, lo que con toda seguridad no pudo grabar la policía secreta fueron los murmullos que oía el visitador de tumbas, y que yo creí oír aquella tarde. Afortunadamente ninguna policía del mundo puede sospechar que exista algo semejante.