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miércoles, 29 de enero de 2014

José Emilio Pacheco / El poder de síntesis

José Emilio Pacheco
según Sciammarella

José Emilio Pacheco

El poder de síntesis


1. José Emilio Pacheco (México DF, 1939), poeta, narrador, periodista cultural, traductor, antologador, dramaturgo ocasional, es, sobre todo un poeta. Eso quiere indicar la pasión por la metáfora, la concentración en unas cuantas líneas de un relato casi siempre pesaroso, el gusto por los relatos inesperados, el despliegue del poder de síntesis, el ejercicio múltiple de la metáfora, el juego de analogías como espejos de la devastación, la alabanza jubilosa del paisaje. En poesía, ajusta sus dones melancólicos, su pesimismo que es resistencia al autoengaño, su fijación del sitio de la crueldad en el mundo, su poderío aforístico, su amor por el sonido del idioma, la incesante declaración de principio:
A quien pueda interesar
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas obras
que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo.
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida.

En la lírica de Pacheco tienen sitio primordial la naturaleza, las erosiones del tiempo, la insignificancia que bien observada revela su grandeza, el aceptar que ni siquiera los muertos permanecen, la tragedia como la continuidad lógica del melodrama de todos los días, las moralejas en busca de fábulas, la historia como equivalente caprichoso del cambio climático. Para él la poesía puede ser también el comentario abrupto que nulifica la confesión, el epitafio que se burla de la proclamación de la grandeza. De alguna manera influido por el Antiguo Testamento, Pacheco no duda: lo que le importa es el diálogo entre autores y lectores, la actitud democrática del yo poético. Ésa es la sustancia del texto que más lectores y memorizadores le ha conseguido en México, Alta traición:
Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
2. Pacheco es un periodista cultural, un ensayista y un antologador extraordinario. Su Antología del Modernismo (1969) sigue siendo un modelo de criterio exigente, erudición y fijación de un canon. Tan debatible como es y puede ser la idea del canon, el aportado por Pacheco durante cincuenta años es uno de los más flexibles, lúcidos y generosos.
3. En Las batallas en el desierto, Morirás lejos y El principio del placer muy destacadamente, Pacheco despliega sus facultades de narrador.Morirás lejos, que ha rescrito dos veces, es una reflexión sobre el Holocausto y sobre la manera en que la historia trabaja sus metamorfosis incluso en un parque donde un viejo medita su culpa, yLas batallas en el desierto es el relato de una adolescencia en la ciudad de México, que se ha vuelto un modelo de manejo de la nostalgia. Si no se evoca con método se renuncia al pasado.
El Cervantes concedido a Pacheco reconoce una escritura excepcional.






martes, 28 de enero de 2014

Fotos memorables / Dos fotos

José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis
1959
Foto de Bernardo Ginés de los Ríos
FOTOS MEMORABLES
DOS FOTOS



En diciembre de 2009, EL PAÍS entrevistó a José Emilio Pacheco. En un momento de la conversación, el poeta sacó una fotografía: “Fue tomada hace 50 años. Ahí estoy yo con Sergio Pitol y con Carlos Monsiváis”. Unas semanas después, el día que José Emilio Pacheco recibió el Premio Cervantes, este periódico consiguió reunir de nuevo a los tres escritores mexicanos.
Foto de MARCELO URIBE

domingo, 12 de agosto de 2012

Carlos Monsiváis / Chavela Vargas, la voz de la desolación




Carlos Monsiváis define a Chavela Vargas como la voz de la desolación

Una charla con el ensayista mexicano cierra el homenaje a la cantante


'Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira. Les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado'. Nadie ha sabido interpretar los versos de la canción de José Alfredo Jiménez con el desgarro con que Chavela Vargas los ha cantado. 'Son ellos dos los que mejor han sabido transmitir que las rancheras son, al fin y al cabo, canciones hechas en los márgenes y que dan siempre cuenta de una derrota, de un fracaso', comenta Carlos Monsiváis (México, 1938).
El autor de Aires de familia, entre otros títulos, y uno de los pensadores más lúcidos para analizar los derroteros de la cultura en la sociedad actual, conversó en la tarde de ayer con Chavela Vargas, que nació en 1919 en Costa Rica y convirtió México en su hogar definitivo desde que se trasladó a vivir allí a los 17 años. El encuentro cerró el homenaje que la Casa de América ha rendido esta semana a una de las voces más intensas de la canción popular.
'Cuando Chavela Vargas empezó a cantar a finales de los cincuenta, sorprendió por su actitud desafiante y su apuesta radical', explica Monsiváis. 'No sólo fue su apariencia la que se saltaba las reglas establecidas, sino que musicalmente prescindió del mariachi, con lo que eliminó de las rancheras su carácter de fiesta y mostró al desnudo su profunda desolación'.
Durante estos días, Chavela Vargas ha hablado con Miguel Bosé, Marisa Paredes y Monsiváis de ese sinfín de anécdotas que han terminado por hacer de su vida una leyenda borrascosa. Su amistad con Frida Kahlo o su larga temporada en las redes del alcohol, pero también la música o el cine, fueron cuestiones de las que se habló. Chavela Vargas tarareó alguna vez unos cuantos versos perdidos, pero sobre todo contó de su historia, que la ha llevado de los tugurios más lóbregos a lo que ahora le parecen palacios.
Después de una larga época errática, Chavela Vargas volvió a cantar a principios de los noventa. Manolo Arroyo la redescubrió en El Hábito, en Coyoacán, donde cantaba, y la trajo a España. A partir de ahí, el éxito. 'También en México, donde se entendió ya mucho mejor su heterodoxia', cuenta Monsiváis. 'El país es hoy un mundo caótico, donde las señas de identidad sólo las recupera el mariachi y la selección de fútbol y, por tanto, la gente se concentra mucho más en la letra. Esos versos que hablan de dolor y de derrota y de marginalidad cuadran a la perfección con una sociedad donde todo gira ya en torno a la supervivencia'. En este mundo globalizado, además, Monsiváis señala cómo Chavela Vargas 'ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues'.



miércoles, 15 de junio de 2011

Carlos Monsiváis / Ante un busto de Monterroso

Augusto Monterroso

Carlos Monsiváis
ANTE UN BUSTO DE MONTERROSO
Biografía

Hablar de un busto y delante de un busto pertenece a la índole de meditaciones placenteras sin las cuales uno no sería lo que es, sino una fábula ni siquiera esbozada, como la del elefante que perdió la memoria y no hallaba cómo justificarse ante quienes le exigían competir con Funes, o la del zorro tan astuto que nadie quería tratarlo para no llamarse a engaño (con lo cual el zorro debió mudar de región y sentar plaza de tonto), o la de la urraca que coleccionaba sus propias máximas y vivía citándose a sí misma: "Buenos días, como dice la sabia urraca". Así es, si uno es fábula incluso releída, se debe a reflexiones sobre el desamor y su opuesto, el homenaje en vida.

Carlos Monsiváis
Un busto, sobra comentarlo, es siempre antecedente de algo portentoso (no se sabe de estatua ecuestre que en sus inicios no fuera un busto sencillo), y el que hoy nos ocupa corresponde necesariamente al escritor Augusto Monterroso, de Guatemala y México (no dos patrias, sino una misma patria con dos nombres). Don Augusto, antes de rimar y convertirse en busto, y quizás previendo tan solemne ocasión, ha vivido para leer y releer a Cervantes, ha escrito textos que incitan a la comisión de tratados, ha sido elogiado en y por diversas lenguas, y también, y por razón de la naturaleza escéptica y gozosa de su obra, se ha opuesto siempre a la inmortalidad, tal vez porque dura demasiado poco, tal vez porque cae como ave de presa sobre los inmortalizables. No importa, debido a las demasiadas horas a su disposición, la inmortalidad no se da por enterada de las agresiones del movimiento perpetuo, ni del título de un cuento por escribirse "La inmortalidad, otro método banal para medir el tiempo", y le propone a don Augusto dejarse seducir por las promesas que un busto alberga.
La trampa está lista. Nada más falta que llegue el maestro Monterroso, observe la relatoría de sus rasgos, localice el diálogo con las sombras clásicas, se asome al busto como a un espejo artero donde todo corresponde salvo la intención de huir de la semejanza, y acabe reconciliándose con la idea del objeto que apresa su alma, lo que más temprano que tarde lo llevará a admitir un conjunto escultórico de nueve Monterrosos, cada uno de ellos persiguiendo a una musa. Pero don Augusto no caerá en la celda, porque los homenajes de rostro y cuello enteros tienden a aislar al así celebrarlo, y porque el aura de los bustos si bien afirma el consenso disuelve la ironía.
Pero si Monterroso es cauto y receloso, ¿qué será del busto aquí presente? ¿Aceptará como destino quedarse así de trunco y emblemático? No ambicionará nuevos horizontes escultóricos? Un busto a fin de cuentas es flor de bibliotecas y de pasillos de facultades, y no santo y seña del heroísmo de Estado o punto de encuentro de las parejas. (¿Quién ha oído a alguien decir: "Nos vemos en el busto de Dante"?) Y la pregunta terrible se impone, ¿se independizará el busto del destino de su representado? ¿Se creerá un mutilado de la guerra de los símbolos? ¿Musitará frases que se vuelvan lugar común en los periódicos y las conversaciones? Por lo pronto, quizás sea mejor la ausencia de pronósticos. Don Augusto ha escrito páginas y libros magistrales, ha subrayado la inolvidable eficacia de la inteligencia al servicio de la calidad artística (y viceversa), ha cultivado la amistad de las lecturas múltiples, premios... y este busto, de quien se espera un comportamiento a la altura del modelo original. Esto ocurrirá porque debe ocurrir y lanzo y digo estas palabras para animar al busto en la gran tarea a su alcance: ser, ante cada persona que lo contemple, embajador plenipotenciario del autor de La oveja negra, algo similar a un aforismo múltiple de bronce. Si no procede así, que la República de las Letras se lo demande. Y si no, que recomiende su ascenso al mármol.
En materia de bustos no todo está escrito.

domingo, 3 de agosto de 2008

Carlos Monsiváis / Colombia y Mutis

Álvaro Mutis
Colombia y Mutis


Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, grandes escritores de Colombia, son fenómenos únicos que corresponden a la tradición nacional e internacional obligada en su formación de infancia y ya luego elegida gozosamente. Al principio están los poetas José Asunción Silva y Porfirio Barba Jacob, los novelistas Jorge Isaacs (¡hélas!), Julio Flórez (¡otro hélas!), y José Eustasio Rivera, la desechable y divertida "retórica neoclásica" (Guillermo Valencia), los excéntricos (León de Greiff), y los contemporáneos o casi, el narrador Álvaro Cepeda Zamudio y los poetas Aurelio Arturo, Eduardo Cote Lemus, Jaime Jaramillo Escobar. Después, aunque los nieguen por completo, y aún más si así lo hacen, García Márquez y Mutis son la gran referencia literaria de las generaciones siguientes en Colombia, no porque los imiten sino porque es imposible no tomar en cuenta sus obras y sus actitudes.
Cito en desorden y a sabiendas de que me arrepentiré de las exclusiones. Hoy la literatura colombiana dispone de escritores muy diversos unificados por la seriedad con que asumen el oficio: William Ospina, Darío Jaramillo, Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Juan Gustavo Cobo Borda, Héctor Abad Faciolince... Esta literatura toma muy en cuenta las interminables realidades trágicas de su país, pero no se deja dominar por ellas, y nunca es una mera correa de transmisión de los procesos de desintegración. Es, sucintamente, literatura.
Viajero sobre las grandes aguas
Me concentro en la poesía de Álvaro Mutis (Colombia, 1923) y desatiendo su obra narrativa, tan valorada (La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer y La muerte del estratega, entre otros libros). Como sea, también en la narrativa el sustento idiomático, metafórico, imaginativo de Mutis le viene de la poesía, para él la mayor de las artes.
Al mencionar a un "viajero por el pasado" no me refiero a excursión alguna por el tiempo, sino al recorrido por lugares, épocas, atmósferas que le resultan a Mutis su repertorio de lo contemporáneo, trátese de una caravana al oeste de Bengala, de los Hospitales de Ultramar, del festín del rey Baltasar y sus banquetes como bestias, de las batallas de los húsares:
"Gloria del húsar disuelta en alcoholes de interminable aroma.
Fe en su andar cadencioso y grave,
en el ritmo de sus poderosas piernas forradas en paño azul marino.
Sus luchas, sus amores, sus duelos antiguos, sus inefables ojos, el golpe certero de sus enormes guantes,
son el motivo de este poema".
Por asociación de la memoria, la obra de Mutis suele remitir al énfasis versicular de Neruda y St. John Perse, pero en este caso el tono épico se compone de hazañas sin la grandilocuencia de los estandartes, de atención a lo casi siempre inadvertido, no los generales sino los soldados, no los actos de poder sino el sueño de los seres y las cosas, no las fechas consagradas sino los trabajos perdidos, no el relato del caudillo sino el rumor difuso de las batallas:
"¿Quién ve a la entrada de la ciudad
la sangre vertida por antiguos guerreros?
¿Quién oye el golpe de las armas
y el chapoteo nocturno de las bestias?
¿Quién guía la columna de humo y dolor
que dejan las batallas al caer la tarde?
Ni el más miserable, ni el más vicioso,
ni el más débil y olvidado de los habitantes
recuerda algo de esta historia".
En su poesía, Mutis se aparta del énfasis narrativo, y se propone contar, cantar, describir la grandeza de esa batalla última, la del idioma que nunca es el mismo porque lo renuevan las combinaciones de palabras (nadie se adentra dos veces en el mismo poema de modo igual) y el modo en que los temas son de principio a fin, de fin a principio, el desencadenarse de las imágenes:
"Y sin embargo el mito está presente,
subsiste en los rincones donde los mendigos
inventan una temblorosa cadena de placer,
en los altares que muerde la polilla
y cubre el polvo con manso y terso olvido
en las puertas que se abren de repente
para mostrar al sol su opulento torso
de mujer que despierta entre naranjos...".
De De la ciudad
La épica de Álvaro Mutis es, de modo estricto, la de las metáforas que rodean y encumbran a los personajes ("Sus heridas se secaron, también sus ropas se secaron, se secó su piel y el Gaviero seguía inmóvil"), la de la voz única que no ensalza los poderes de la Historia, sino los de la poesía. Al leer a Mutis se perciben la educación furiosamente literaria, el placer por la vitalidad de la poesía, la conciencia del fluir del tiempo como registro de los símbolos y las palabras, y el registro de la muerte, metáfora fundacional, sentido del viaje. 


viernes, 2 de diciembre de 2005

Carlos Monsiváis / Sergio Pitol / El arte del arraigo

Sergio Pitol
Poster de T.A.

SERGIO PITOL
BIOGRAFÍA
 PREMIO CERVANTES 2005

El arte del arraigo


CARLOS MONSIVAIS
2 DIC 2005

La literatura como vocación, destino, red de sitios intermedios, técnica para ir de un entusiasmo a otro, y para conjugar otras grandes pasiones: el cine, la música y las artes plásticas. Sergio Pitol (nacido en 1933), sólo tratándose de política, deja de ser estrictamente literario porque allí la emoción es el punto de vista, razonado y consecuente, pero militante. En lo demás, a la literatura le confía el registro de su paso por ciudades y experiencias y seres maravillosos en cualquiera de las acepciones del término maravilla. Ejemplo: El tañido de una flauta (1972), una gran novela, donde el exilio interior, el fracaso, la síntesis de las admiraciones culturales, responden a la obsesión literaria que todo lo convierte en el capítulo de la gran novela que se vive mientras no se llega a la escritura, que se escribe para conocer más adecuadamente la densidad de lo vivido.

sábado, 8 de octubre de 2005

Sergio Pitol / El día en que el misterio se convirtió en disparate


Carlos Monsiváis y Sergio Pitol

Sergio Pitol
BIOGRAFÍA

El día en que el misterio se convirtió en disparate



CARLOS MONSIVAIS
8 OCT 2005

"Uno es una suma mermada
por infinitas restas" (S. P.)

En su primera etapa narrativa, Pitol maneja la contención y la desesperanza en relatos tensos, de escenarios asfixiantes donde los personajes vagan o se arraigan entre penumbras y regocijos estéticos. (En sus relatos la carencia de propósitos vitales puede interrumpirse gracias a La flauta mágica). En paisajes asiáticos, en vísperas de la ida a Bomarzo o entre pasiones ya sólo avivadas por el rencor, los personajes de Pitol privilegian el secreto sobre la revelación, la respuesta del arte sobre las incitaciones del egoísmo y la desesperanza. Si existe algo similar a "la pesadilla serena", uno de sus ámbitos naturales se halla en estos textos de Pitol. Y en El tañido de una flauta, el mejor libro de esta etapa, la voluntad de desastre es un propósito de enmienda: "¿Cómo que a mí ni me pasa nada?".
La trilogía carnavalesca (El desfile del amor, de 1984, Domar a la divina garza, de 1988, y La vida conyugal, de 1991) entroniza la sátira y da fe de la conversión del misterio en disparate (al revés del empeño de numerosos teólogos). Mitad novela policiaca, mitad recreación de una época, El desfile del amor es una suerte de conga donde el paso tan chévere de un asesinato es el punto de partida no para descubrir a los asesinos sino a los asesinables, los simpatizantes del nazismo y los freaks locales que en un departamento del edificio falsamente gótico juegan a ser criaturas de la alta sociedad internacional, tal y como la recrea un novelista policial (Eric Ambler, digamos) o un autor satírico (Evelyn Waugh, el arquetipo).

Domar a la divina garza: Vencer el asco a nombre del mal gusto

Pitol varía su horizonte temático atenido a su obsesión: sin la presencia o el hálito de lo "anormal", la normalidad no tiene sentido, se vuelve tan informe que resulta grotesca. (Algo semejante a "todas las familias son infelices, pero no todas hallan en ello la raíz de su felicidad"). Domar a la divina garza es la historia de un pobre diablo, Dante C. de la Estrella, pícaro y fariseo, ligado a Maritsa Koprovitza, suma sacerdotisa de un culto coprofílico, que surge de las entrañas de la tierra mexicana al amparo de los devotos del Santo Niño del Agro. (Advierte William James en Las variedades de la experiencia religiosa: "Las funciones más simples de la vida fisiológica pueden producir emociones religiosas"). De la Estrella, histórico y denunciatorio, le refiere su horrible estadía en Estambul a la familia Millares, que lo oye con repulsión y entrega hipnótica.

La vida conyugal: Detrás de toda boda de oro o plata hay un arsenal de odios que bostezan o conspiran

Jacqueline Cascorro y Nicolás Lobato son la pareja perfecta. Viven para destruirse y ya se sabe que ninguna unión es tan sólida como la del asesino premeditado y su víctima huidiza. "En tu ausencia de hoy perdí algún muerto", podría decirle Jacqueline a Nicolás. Ella se sacrifica por amor a la venganza, y se aterra ante el deterioro y el humor involuntario del hombre que detesta y que salvó su vida a costa del naufragio de su odiadora. Sin el delirio coral de El desfile del amor y sin la celebración del auto excremental de Domar a la divina garza,esta novela acerca al secreto de los orígenes: las parejas perduran por la esperanza de cada uno de sobrevivir al ser odiado.

El arte de la fuga

El arte de la fuga, conjunto de crónicas, relatos, diarios, memorias, se evade de las ataduras del sedentarismo y el nomadismo, y emprende la travesía donde las ideas son formas de vida y son reminiscencias, las predilecciones se vuelven presagios, y las amistades resultan, entre otras cosas, el festejo común de la excentricidad. En El arte de la fuga se viaja a través de lecturas -de Tabucchi a los cómics mexicanos, de Faulkner a Thomas Mann-, de ciudades, películas, cuadros y grabados, de recuerdos dolorosos, hipnosis y sueños. El resultado combina la densidad cultural y el vigor autobiográfico: "Mi relación con la literatura, que ha sido visceral, excesiva y aun salvaje".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de octubre de 2005
EL PAÍS



FICCIONES


Sergio Pitol / “La novela es un género que lo acepta todo”


Sergio Pitol: “La novela es un género que lo acepta todo”

El escritor habla sobre su gusto por mezclar géneros literarios, su atracción por los autores raros y de la política mexicana

Carlos Monsiváis
8 de octubre de 2005

Narrador, traductor y diplomático, el escritor veracruzano publica El mago de Viena (Pre-Textos) y Los mejores cuentos (Anagrama). En esta conversación con su compatriota Carlos Monsiváis , el autor de El arte de la fuga habla de su gusto por mezclar géneros literarios, de su atracción por los autores raros y de la política mexicana, en vísperas de las elecciones del próximo año.






Sergio Pitol.
Sergio Pitol. CRISTÓBAL MANUEL

El mago de Viena, la recopilación de ensayos, notas y breves fabulaciones es, en la obra de Sergio Pitol, otra muestra del género acuñado o perfeccionado por él, que combina el ensayo o la crónica con la irrupción de relato brevísimo y viñetas de ironía y asombro. En esa línea se encuentran El arte de la fuga y El viaje, contribuciones de primer orden de Pitol a la decisión "posmoderna" de no creer en géneros literarios sino en textos donde el recuerdo personalísimo, en apariencia ajeno al tema del ensayo o la crónica, a fin de cuentas resulta ser un testimonio indispensable y el aviso de un género. No obstante su diversidad de asuntos, El mago de Viena es un libro orgánico cuya unidad deriva del entusiasmo por la literatura y por el ars combinatoria donde un goce o una decepción conduce a otros similares y en donde nada es más decepcionante que la descripción textual. Así, Faulkner lleva a Buñuel, Thomas Bernhard a Roberto Bolaño, el gran actor polaco Joseph Tura (de To be or not to be, el prodigio satírico de Ernst Lubitsch) a las nuevas sensibilidades literarias. De esto converso con Sergio Pitol.

CARLOS MONSIVÁIS. Entre otros textos, El mago de Vienacontiene la síntesis de la novela del mismo título, que narra la conspiración que localiza herederas amnésicas y las pone a la disposición de gigolós internacionales, de nacionalidad estrictamente priápica. A la red siniestra lo mismo pertenecen futbolistas que políticos, figuras de sociedad que financieros. Es sólo una sinopsis. Me gustaría leer la novela en su jubilosa integridad, y debo resignarme a enterarme de algo. ¿Por qué esa invención de tramas que al apenas bosquejarse frustran al lector?
SERGIO PITOL. El mago de Viena iba a ser un conjunto de artículos, de prólogos y textos de conferencias. Pero al ordenarlos en un índice me pareció muy fastidioso. Comencé a retocarlos, buscar una estructura narrativa, hacer de esos materiales algo como una novela o una narración autobiográfica, con un tono celebratorio y levemente extravagante. Mis viajes, mis lecturas, mi escritura, mis amigos y aun personas que conozco casualmente se me convierten en personajes.
C. M. Nadie como Pitol en la tarea de desenmascarar a sus personajes. Recuerdo ahora lo que me refirió Margo Glantz de un viaje que hicieron a Cadaqués: Sergio la convenció de que dos dulces viejecitas que administraban un hotel eran una pareja de monjas húngaras que habían huido del convento por el temor a amanecer un día convertidas en santas. Y en ese mismo viaje Pitol concluyó del trajín de los meseros de un restaurante decadente su pertenencia a una organización secreta que a la medianoche le rendía homenajes poéticos a la comida indigerible, la que le preparaban a los clientes ya tan perdidamente adictos que se quedaban a vivir en Cadaqués para siempre. Evocado lo anterior, pregunta: ¿qué son para ti los excéntricos?





"En mis años en Polonia y la URSS ser raro era un camino a la libertad"

S. P. En mis libros abundan los excéntricos, quizás en demasía, pero es natural. Recuerda, Carlos, nuestra adolescencia y verás que nos movimos entre ellos. Nuestro amigo Luis Prieto, el rey de los excéntricos, nos condujo a ese mundo. Hablábamos un lenguaje que poca gente entendía. Y en mis largos años en Europa, sobre todo en Polonia y la Unión Soviética, mi mundo era ése. Las dictaduras, la opresión, los producían; ser raro era un camino a la libertad. La Inglaterra e Irlanda victorianas produjeron un ejército de ellos; quizás por eso tienen una literatura espléndida, Sterne, Swift, Wilde y sus sucesores. Cuando viví en Barcelona, a final de los sesenta y los setenta, me movía en círculos literarios que rozaban la excentricidad, el juego, ahora cuando los veo son otros, normales, almidonados, convencionales, salvo Cristina Fernández Cubas y Enrique Vila-Matas. En Madrid, Álvaro Pombo es un excéntrico genial.
C. M. ¿Hasta qué grado la mezcla de ensayo y narración en tus textos es una aproximación a la idea de la novela como un género habitado por los personajes que ocurren al lado de los Cuatro Jinetes de tu Apocalipsis: la solemnidad, el decoro de vena académica y cubículo, el respeto al respeto y la vanguardia a cómo dé lugar?
S. P. La novela es un género que acepta todo. En el Quijote hay discursos de diversas clases. Uno, el de Las letras y las armas, otro, las lecciones del Quijote a Sancho Panza antes de salir a gobernar la ínsula Barataria son de teoría del Estado, y también el discurso a los cabreros sobre un mundo desaparecido de felicidad, arrasado por los intereses mezquinos del poder y del dinero, es una versión de La Ciudad del Sol, de Campanella, la utopía más importante del Renacimiento. En el siglo XX, La montaña mágica y, sobre todo, el Doctor Fausto,de Thomas Mann, y Los sonámbulos, de Hermann Broch, son novelas prodigiosas en las que el ensayo interviene en su estructura de forma espectacular. Pero es raro que un ensayista al escribir un texto incorpore elementos narrativos, con tramas y personajes novelescos. Puede haberlos, pero yo no recuerdo más que a Magris y Sebald. Como mis ensayos eran bastante aburridos y tristones, comencé a interpolar una que otra pequeña trama, un sueño, unos juegos y varios personajes.
C. M. ¿Qué significa hoy para ti el cuento, un género apreciado por los lectores y minimizado por la crítica?
S. P. Me inicié con el cuento y durante quince años seguí escribiéndolos. En el cuento hice mi aprendizaje. Tardé mucho en sentirme seguro. En los cuatro relatos que están en mi libro Vals de Mefisto la narración y el ensayo se reúnen, aún leve pero firmemente.





"En mis libros abundan los excéntricos, pero es natural. Recuerda nuestra adolescencia y verás que nos movimos entre ellos"

C. M. Hablas de autores muertos y uno de ellos es Giovanni Papini. ¿Eso habla de la necesidad de un Museo de las Sensibilidades Fechadas, en donde habría víctimas para Papini, Axel Munthe, para ya ni hablar de la Pardo Bazán, Pemán, Gabriel y Galán, etcétera? A propósito de esos autores de mausoleos que la alegría del olvido preserva, en El mago de Viena te refieres así a una de las glorias de la cultura de México, don Jaime Torres Bodet, cuatro veces secretario de Estado, director de la Unesco, sinónimo del prestigio multicondecorado, etcétera: "Si alguien me conminara hoy día, pistola en mano, a releer (la novela) Proserpina rescatada, de Torres Bodet, probablemente preferiría caer abatido por las balas que sumergirme en aquel mar de estulticia". ¿Qué piensas de esos cementerios del arrobo que fueron homenajes sucesivos?
S. P. La relación de un escritor con la sociedad puede ser conflictiva por cuestiones morales, políticas, familiares. Pero en eso hay casos casi inexplicables. Papini en los años veinte y treinta del siglo pasado era leído inmensamente en todas partes. Su fama era universal. Borges lo admiró hasta su muerte. Al final de la segunda guerra, a su muerte, declinó su fama. En Italia nadie lo lee, ni se publica en ninguna parte. Blasco Ibáñez fue famosísimo universalmente; así pasó con Axel Munthe, Huxley, Pearl S. Buck, que fue premio Nobel, el mexicano José Rubén Romero, que fue traducido en varias lenguas, Eduardo Mallea, Ciro Alegría y muchos otros más. En cambio hay un renacimiento de algunas novelas latinoamericanas del XIX.

Rabelais en Chiapas

A propósito de una convicción que compartimos (la máscara es el espejo del alma), recuerdo un viaje que hicimos a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en febrero de 1994, cuando los diálogos de paz entre el Gobierno y el Ejército Zapatista. Había agentes policiacos cerca de la catedral, cinturones de seguridad de la sociedad civil, periodistas que se entrevistaban unos a otros, curiosos que recorrían los cafés y hacían recordar la fábula chestertoniana de El hombre que fue Jueves. La situación en San Cristóbal era tensa. En el desayuno en el hotel, advertimos a dos señores con aspecto de ya no soportar la cercanía de su jubilación, que tomaban notas interminablemente. A lo largo del día los vimos sujetos a la grafomanía. Pitol decidió: "No son agentes policiacos, sino la versión chiapaneca de Bouvard y Pécuchet, los gloriosos personajes de Flaubert, que redactan un diccionario de voces apócrifas". En la noche, en la cena, los saludó muy amables y aseguró haberlos visto hacía tiempo: "¿No son ustedes los abogados Bouvard y Pécuchet, que tienen un despacho en la avenida Madero?". Los recién titulados, aturdidos, murmuraron su identidad, pero Pitol desdeñó su confesión, y los presentó a un grupo amplio como los abogados que llevaban la defensa de los intereses del rey Carol de Rumania que reclamaba la posesión de San Cristóbal, suya por un convenio con el dictador Porfirio Díaz. Un tradicionalista de la ciudad, no muy versado en fechas, se enfureció y les gritó que se largaran, San Cristóbal no estaba en venta. Los falsos o verdaderos espías negaban todo sin convicción y, vencidos, le dieron la razón a Sergio cuando éste les aseguró que amor era la palabra más apócrifa de todas. En los días siguientes Bouvard y Pécuchet no reclamaron sus nombres originales. Ya por irnos, se reveló la verdad, ese género tan anticlimático. Eran dos antropólogos de Tuxtla Gutiérrez que escribían un libro sobre transformaciones en una ciudad pequeña causadas por la presencia masiva de extranjeros en ocasión de un acontecimiento. Sigo con el diálogo.
C. M. Los escritores europeos de las novelas-río son uno de tus pilares del entendimiento del mundo, porque su punto de partida es justísimo: un gran mérito en la vida es saberse rodear más que de personas de personajes. ¿Qué encuentras hoy comparable al mundo de Dickens y Balzac, o el de Thomas Mann y Musil? ¿Ya pasó el tiempo de los escritores que demandaban de sus lectores tiempo disponible?





"La situación política de México es interesantísima, pero peligrosa. La izquierda, la derecha y el centro se despedazan"

S. P. Dickens está en un lugar preferente del altar de mis héroes. Probablemente lo leí de niño, en algunas ediciones simplificadas. En sus libros se mueve un ejército de niños parias, niños huérfanos perdidos o abandonados, niños maltratados por padrastros o parientes inhumanos, niños encarcelados, niños obligados por verdugos a llevar una vida criminal, rescatados por unos ancianos o ancianas encantadores, que casi siempre eran personajes maravillosos, generosos, cargados de rarezas y manías afectuosas. Yo era un niño que a los cuatro años perdió a sus padres, casi siempre enfermo, cuidado por una abuela magnífica, y aunque estuviera muy bien tratado, me sentía muy ligado a aquellos niños desesperados creados por Dickens. ¿Qué existe hoy comparable al mundo de Dickens o Balzac, o de Mann y Musil...? Desde luego, cada época tiene su literatura, y sobre todo la novela ya que es el género que recoge el aliento de la sociedad y acompaña sus cambios. Los nombres que me das son enormes, no sólo por la extraordinaria factura lingüística, la imaginación e inteligencia sino también porque han visto el movimiento del mundo, su época, sus derivaciones, los movimientos que mueren y los que se han incorporado: el mundo, la ciencia, las artes, las formas religiosas, los miedos, y eso no por descripciones sino por detalles, elipsis y sugerencias. Para que se pueda decir que los novelistas lleguen a esa altura, los que van a ser los clásicos del presente y el futuro, se necesita la muerte, unos meses, un par de años. Los autores que creo serán permanentes, los que ya están pasando la prueba, me parecen: Andrzej Kusniewicz, polaco; Thomas Bernhard, austriaco; Juan José Saer, argentino; Roberto Bolaño, chileno; Saul Bellow, norteamericano; George Perec, francés, y Julien Gracq, francés también, que aunque no se ha muerto tiene más de noventa y cinco años y desde hace varias décadas no escribe.
C. M. Dice Pellicer en uno de sus sonetos: "Del bosque entero harás carpintería". En El mago de Venecia, más que en ningún otro de tus libros, localizo las referencias a tu "carpintería", al modo en que observas, memorizas, inventas, borras. ¿Por qué acercar a los lectores a las entrañas de tu trabajo?
S. P. Por lealtad a los textos y los lectores, la carpintería es absolutamente indispensable en mi obra, especialmente en este Mago de Viena. Su escritura es su construcción. Es un libro que nace bajo la sombra de un lema primordial de los alquimistas: "Todo está en todo". En El mago todo está en todo, pero en un orden de los elementos, y los tonos tienen que estar en una colocación especial para potenciarse y potenciar la unidad.
C. M. La política (de izquierda) es una de tus obsesiones cotidianas. En México, en esta amenazada, lenta, cínica, conmovedora transición a la democracia, la política es una profesión degradada y una actividad cercada de suspicacias. ¿Cómo ves este momento?
S. P. La Política. Recuerdo, Carlos, que nos conocimos en la universidad cuando se preparaba una marcha de protesta contra el golpe de Estado en Guatemala patrocinado por la CIA. Éramos muy jóvenes. Esto fue en 1954. ¡Cincuenta y un años, carajos! Y en este largo lapso hemos seguido en la oposición. La situación actual de México es interesantísima, pero peligrosa. La derrota del PRI fue un paso importante hacia la democracia. Se han acentuado la libertad de expresión y de investigación de lo que verdaderamente ocurre. La sociedad civil se ha fortalecido. Estamos ya en vísperas de la campaña electoral de 2006. Los narcos están por todas partes, como para intimidar al Gobierno, y seguir aterrando a la sociedad. Ayer un ex presidente priísta (Miguel de la Madrid) declaró que hace doce años el PRD, cuyo candidato era Cuauhtémoc Cárdenas, ganó las elecciones pero con trampas se le dio la presidencia a Carlos Salinas. Día con día hay desgarrones internos en el PRI. La izquierda, la derecha y el centro se despedazan. Las encuestas dicen que si en estos días hubiera elecciones, triunfaría el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, con ventaja sobre los otros. Al margen de las encuestas, votaré por él.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de octubre de 2005
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