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Kjell Askildsen |
Fogwill
KJELL ASKILDSEN
Lugar, Noruega. Un país mediano, poco más extenso que la provincia de Buenos Aires. Su región polar, la zona de glaciares y las desérticas y montañosas ocupan casi todo su territorio, lo que deja apenas un dos por ciento de superficie cultivable. Los cinco millones de habitantes son súbditos de un rey —circunstancialmente, Harald V— que es también la autoridad de la religión oficial, la Iglesia de Noruega. Se trata de una secta cristiana que procede del cisma luterano: «protestante», la llamarían los curas de aquí. Pero los noruegos no ruegan mucho y protestan apenas lo indispensable. En el censo, el ochenta y tres por ciento de los noruegos se manifiesta fiel al culto, más del setenta por ciento de los recién nacidos recibe el bautismo y, mientras solo el cuarenta y cinco por ciento de las parejas se consagra en el templo, más del noventa por ciento de las ceremonias fúnebres se realiza según el rito de la Iglesia y en presencia de una autoridad religiosa. La Iglesia de Noruega, que recluta a sus pastores entre egresados universitarios con un máster o un doctorado en Teología independientemente de su sexo y su estado civil, fue pionera en aceptar el matrimonio gay. Noruega, que fue ocupada por Alemania y se declaró voluntariamente neutral durante la segunda guerra, ingresó en la OTAN en 1949. En cambio, por mandato popular de dos plebiscitos, declinó integrar la Unión Europea y la esfera del euro. Entre los diecisiete y los dieciocho años, noruegas y noruegos cumplen doce meses de servicio militar obligatorio. En Noruega no rigen doctrinas de seguridad nacional porque es una nación segura. Tampoco hay teorías sobre la literatura nacional, porque tiene literatura nacional, ni cultivan las variantes latinoamericanas del pensamiento nacional, porque todos piensan como noruegos. Entre tantas cosas, ser noruego es contar con un ingreso per cápita de sesenta mil dólares anuales e integrar una pirámide de distribución de la riqueza que ningún político latinoamericano se atrevería a prometer ni como proyecto a veinte años de plazo.