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miércoles, 29 de octubre de 2014

Elvira Lindo / La nueva cara de Renée Zellweger

Renée Zellweger
La nueva cara

La nueva cara de Renée

Ahora es una mujer intercambiable con las señoras que pasean 

por Madison Avenue con sus labios de pato



“Siempre llevo zapatos llamativos. Pero eso tiene un porqué, es para evitar que me miren la cara y vean que soy un pellejo. La gente dice, qué zapatos más raros llevas... Y se olvidan de mis arrugas”. Es algo que suele decir Geraldine Chaplin. Cada vez que lo escucho, el primer pensamiento que se me viene a la cabeza es, ¿dónde hay que firmar? Comparto su afición por los zapatos extravagantes. Los zapatos, en su osadía o en su vulgaridad, dicen mucho de las personas. No hablo de zapatos de firma, no me refiero a unos Manolos, por así decirlo, sino de zapatos aventureros, osados, llamativos, atrevidos. Pero una vez compartido el entusiasmo zapatista de la que alguien llamó por la calle “la hija del Gordo y el Flaco”, pienso que lo verdaderamente envidiable de Geraldine son las arrugas.
Son esas arrugas las que transmiten arte, encanto, sabiduría, belleza, singularidad, en esas arrugas está la esencia intacta de la genialidad de su padre, que envejeció así, con esas mismas líneas del tiempo en un rostro huesudo que poseía la expresividad de las caras intemporales de los mimos, los clowns o los actores de teatro. Geraldine, de jovencita, cuando interpretó a la sufrida esposa del doctor Zhivago, poseía un encanto tan puro que parecía imposible desearla como se desea a una mujer hecha y derecha. Era, sin duda, la esposita buena, aquella a la que el doctor Zhivago deja en casa con un crío en brazos para echarse él en brazos de Lara, que no por casualidad fue interpretada por Julie Christie, una belleza sexual de pies a cabeza, que parecía estar hecha en su juventud para pasarse el día despeinada en la cama y no todo el tiempo entregada a la lectura. Aquellas dos mujeres tan diferentes, Geraldine y Julie, atravesaron la edad madura y alcanzaron la vejez, si es que a esas mujeres se las puede llamar viejas, transformando la belleza propia de la juventud, pura en una y sexual en otra, en un atractivo distinto pero no menos impactante.

"Tal vez el cine futuro tenga que incluir el papel de abuela operada que recibe a los nietos sin pestañear"
Elvira Lindo