Mostrando entradas con la etiqueta Joaquín Sabina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Joaquín Sabina. Mostrar todas las entradas

domingo, 23 de febrero de 2020

Las siete vidas de Joaquín Sabina



Joaquin Sabina

Las siete vidas de Joaquín Sabina

El cantante quiere continuar cuando su salud se lo permita. En el hospital tiene papel y pluma y está escribiendo canciones


Jesús Ruiz Mantilla
21 de febrero de 2020

Se preparaba para entonar su último gran himno: Lo niego todo.Pero se adelantó unos metros más de lo debido, quizás cegado por los focos. Los músicos desde atrás lo vieron precipitarse, con los brazos abiertos en cruz, en un absurdo vacío. Joaquín Sabina caía ante 15.000 personas en el WiZink Center de Madrid el pasado 12 de febrero. Ninguno de los presentes pudo negar, eso sí, lo que estaban viendo. Dudas, asombro, desconcierto, carreras, un tiempo muerto que se hizo eterno. Lo que debía haber acabado en fiesta y noche de gloria, terminó en el hospital.

Jimena Coronado, 25 años y 9.125 noches con Sabina

Jimena Coronado y Joaquín Sabina

Jimena Coronado, 25 años y 9.125 noches con Sabina

La pareja se casará en 2020 después de que el músico le pidiera matrimonio con un poema el pasado verano


Jesús Ruiz Mantilla
Madrid, 10 de noviembre de 2019

“¡Jime: llévame al hospital!”. Esta llamada de socorro la ha escuchado Jimena Coronado algunas veces desde que ella y Joaquín Sabina empezaron a vivir juntos hace más o menos 25 años. De ahí que el cantante haya confesado en más de una ocasión que se trata de la mujer que le ha salvado en varias ocasiones la vida a lo largo de los últimos años. Por eso, sin fecha todavía, pero con toda seguridad a lo largo de 2020, cambiará la ruta. Irán al juzgado: habrá boda.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Joaquín Sabina en el jardín de las delicias



Ilustración de Cristina Daura

Joaquín Sabina 

en el jardín de las delicias

La pasión por los libros del músico nació con Julio Verne y con Salgari, cuando quería ser "un escritor humilde, profesor machadiano en un instituto de provincias"


Juan Cruz
11 de agosto de 2019

El Bosco hubiera pintado aquí, en la casa de Joaquín Sabina, El jardín de las delicias y le hubieran sobrado objetos. Está sentado en una butaca rotunda y bajita, de color marrón, acogedora, ante una mesa en la que tienen su sitio el cenicero, un fanal, unos tocados o sombreros chinos "como de hojalata", flores secas, una vela en estado de reposo, un cubo de zinc, un libro abierto, papeles donde tiene apuntadas citas o versos, un libro gordo de Botero. Y detrás hay un piano. Delante y alrededor, una hermosa biblioteca. Él mira al frente, como si se dirigiera al pasado o a los libros.


Por la casa hay cuadros viejos, de toreros o de amigos, ediciones repetidas de los libros que ha querido. Mucha poesía. Y está él, claro, fumándose el cigarrillo de ese instante ante una copa minúscula que, como se sabrá cuando nos despedimos ("¡Jimena, tráeme otro tequila!"), es de tequila.
La casa es como el jardín de las delicias, pues; Jimena, peruana, lo ha hecho medio peruano. Pero él era ya de César Vallejo. Hay algo en la Nube negra (que Luis García Montero escribió para él en muy difícil circunstancia) de ese Vallejo que hizo de su alma un espejo de la tristeza. En sus lecturas están los peruanos (Mario Vargas Llosa, que fue lectura prematura, y que ahora es su amigo), y está la historia peruana, porque él cuando quiere es que quiere de verdad. En Londres, de joven transterrado, cantaba en bares baratos, a veces únicamente para no estar solo. Siempre leyó, además, para no estar solo. "Leyendo nunca estás solo".
Esa pasión por los libros nació con Julio Verne y con Salgari. Entonces él quería ser "un escritor humilde, profesor machadiano en un instituto de provincias", hasta que las canciones le dieron la posibilidad de publicar poemas. En lo más profundo del hueso de su memoria están su padre ("Honrado hasta el colmo, apostólico, romano, franquista") y su madre, "una señorita de provincias que se iba a quedar soltera". Al padre la República lo sacó del seminario "y, naturalmente, lo que hizo fue pasarse al otro bando". Y en la historia de sus lecturas están Las mil mejores poesías de la lengua castellana, de cuyas mil se sabe cantidad, de Quevedo y Garcilaso en primer término. Hijo de su tiempo (nació en 1949, en Úbeda), se hizo adolescente con El capitán Trueno, El Jabato y Roberto Alcázar, pero luego fue incapaz de encontrar en la provincia ni uno solo de los libros prohibidos. Granada, donde estudió, "el Parnaso", donde fue mordido para siempre por Pablo Neruda y por Vallejo. Con Neruda se metían los vallejianos, porque se reía "y comía estupendamente". A él le gustaban los dos. Luis Cernuda completó la suma. América se metió después en su desorden de pasiones. El boom "de Mario y de Gabo… Y mucho mucho Rulfo y Onetti".
La gente lo ve reír en los escenarios; su leyenda lo sitúa en la noche de las carcajadas, pero en su biografía velada, la que no está en los escaparates, la melancolía incendia sus versos. "La melancolía nace en las tabernas y no en los conservatorios. De ahí el cantante bohemio que alguna vez fui". La noche es su territorio, "pero los teléfonos móviles y los selfis me han echado de los bares". Solitario de muchas compañías, siempre quiso que sus amigos se llevaran bien, y cree que esa especie de casamentero que lleva dentro le viene de su padre: "Era un componedor, de él me viene ese tipo de bondad cristiana".
A él lo salvaron aquellos versos, Nube negra. "Llevaba seis meses con una depresión muy gorda. Estábamos en Rota, Luis vive al lado; vino una mañana, me tiró unos versos, y me gritó: '¡Toma, imbécil!, esto es lo que tenías que haber escrito tú". Es la historia de la depresión y es ahora la canción en la que, como escribió Jaime Gil de Biedma, ya se sabe que la vida iba en serio. "Creí que era inmortal; el ictus y la depresión y el poema de Luis me pusieron en mi sitio". Lo que queda para siempre es el miedo: "Un fantasma que te grita ¡¡¡cuidado!!!".
Ahora se va de gira a América con Joan Manuel Serrat. Esa es una amistad fresca, dispuesta como en una mesa alegre por las parejas de ambos, Yuta, Jimena. "Él es el maestro absoluto. Y ellas son las mejores amigas del mundo. ¡Imagina si estas dos brujas se caen mal, qué sería esa gira!". La amistad obliga "a estar a la altura de ese amigo". Y a regalar canciones, como aquel Pueblo con mar que le dio a Enrique Urquijo. Estar con Sabina, incluso de día, es como entonar el himno a la alegría en el jardín de las delicias. Al final, él brinda con el último tequila, lejos de la nube negra.


sábado, 8 de junio de 2019

Joaquín Sabina / Joan Manuel Serrat / El arte de posar para una foto







Los cantantes Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.
Los cantantes Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat. JORDI SOCIAS

El arte de posar para una foto

Hacia el fondo de la noche, Sabina se pondrá suave y Serrat hará de canalla y no cesarán de volar hasta encontrar el corazón dulce de los caballos en cada uno de los espectadores


Manuel Vicent
7 de junio de 2019


Un día de primavera, por los montes de Navas del Marqués, más allá de El Escorial, por una carretera perdida que solo llevaba a un cercado donde pastaban unas vacas rubias, apareció un Cadillac 1953 Eldorado, descapotable, de color rojo, largo, muy largo, con Serrat y Sabina a bordo, unidos por la misma marca Stetson del sombrero y la gorra. Aparte de estos dos pájaros que cantan en los escenarios había otros que en ese momento cantaban en las ramas de los pinos, robles y carrascas.

martes, 19 de junio de 2018

Joaquín Sabina se queda ‘mudo’ a mitad de concierto en Madrid


Joaquín Sabina


Joaquín Sabina se queda ‘mudo’ a mitad de concierto en Madrid

El cantautor abandonó el escenario tras un percance similar al que sufrió en 2014


Fran Serrato
Madrid, 18 de junio de 2018

"Joaquín se ha quedado mudo y no puede seguir con el concierto", anunció a las 23.20 de este sábado Pancho Varona, amigo y guitarrista de Sabina. Sus músicos continuaron la actuación donde la dejó el jiennense, en un emotivo Y sin embargo que el cantante abandonó como un fantasma a la mitad. Interpretaron otros dos temas esperando que su líder regresara al escenario del Wizink Center, pero nunca sucedió. Ni siquiera para despedirse. El público estalló en un sentido aplauso, pero abandonó la sala resignado, como en 2014, cuando el cantante se plantó tras un percance similar.

Joaquin Sabina / Y Sin Embargo

El concierto enfilaba la hora y 40 minutos, aunque durante el último cuarto de hora los seguidores se preguntaban incrédulos por el paradero de Sabina, que anteriormente ya había hecho un descanso de 15 minutos amparado por sus músicos. El graderío no se lo recriminó, todo lo contrario. Era consciente de que saboreaba los últimos sorbos de aquel joven que comenzó a beberse Madrid en el metro. El cantautor ofrecía su quinto concierto en la capital en el último año, parte de la gira de Lo niego todo, su último trabajo. Una gira con demasiados sobresaltos: ya suspendió dos conciertos en México, tres en Canarias y uno en A Coruña por problemas de salud.
Que la noche no estaba para fiestas ya lo predijo el propio Joaquín Sabina un rato antes de desertar. "No están viendo hoy un buen concierto. Hay días en los que se cruzan los cables del corazón y la garganta". El público estalló de emoción y el maestro respondió con De purísima y oro, su canción "favorita". La dedicó a sus hijas, a sus suegros y a sus sobrinas-nietas con ojos rojizos, como inició una conmovedora actuación. "Últimamente se va de los conciertos sin terminarlos. Se comenta que es su última gira, muy a mi pesar", afirmó afligida María Silva, una seguidora. “Ha sido un problema de afonía, ninguna otra historia. Solo faltaban tres canciones y los bises decidieron marcharse”, señaló a este diario el manager del cantautor, José Navarro.

“Envejecer es una puta mierda”

A juzgar por los nervios del propio Sabina, el concierto sonaba a despedida. Lo inició fuerte, poniendo en pie al público que abarrotaba el Wizink Center (17.400 localidades, todas vendidas desde hace meses). La capital es la ciudad fetiche del jiennense. "Siempre hay un tren que desemboca en Madrid. Siempre hay un niño que envejece en Madrid", entonó para abrir el telón. Los sentimientos estaban a flor de piel y Sabina lo sabía. Abrazó a su gente, devolviendo el cariño que recibía. Le hacía falta para coger impulso para las cuatro actuaciones que aún le restan, la última en Granada el 14 de julio.
"Como saben ustedes, en esta gira interminable he estado recorriendo pasillos de sórdidos hospitales", recordó un inquieto Sabina, que parecía un primerizo a sus 69 años. El cantautor alertó de que, quienes digan que la vejez es fantástica, "mienten" porque "envejecer es una puta mierda". Su mirada, perdida, delataba que no estaba bien, pero aguantó estoicamente porque "a pesar de haber pisado los escenarios más prestigiosos, el único que rejuvenece es el de Madrid".
Para entonces, el jiennense ya se había desentendido de su chaqueta. Exhibía una camisa negra de mangas cortas con dibujos de pequeños y coloridos dinosaurios, como si quisiera hacer un guiño a su edad, que maldijo: "Mi plan no era envejecer sin dignidad, sino pasar de la adolescencia a la vejez sin ser adulto. Llegar a los 69 es lo más glorioso que puede conseguir un viejo verde". Y desapareció dejando un rastro de inquietud entre sus fans, aunque lo negará todo. Incluso la verdad.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Joaquín Sabina / Alrededor no hay nada

Fotografía de Angelicatas

Joaquín Sabina
ALREDEDOR NO HAY NADA

El moño, las pestañas, las pupilas,
el peroné, la tibia, las narices,
la frente, los tobillos, las axilas,
el menisco, la aorta, las várices.

La garganta, los párpados, las cejas,
las plantas de los pies, la comisura,
los cabellos, el coxis, las orejas,
los nervios, la matriz, la dentadura.

Las encías, las nalgas, los tendones,
la rabadilla, el vientre, las costillas,
los húmeros, el pubis, los talones.

La clavícula, el cráneo, la papada,
el clítoris, el alma, las cosquillas,
esa es mi patria, alrededor no hay nada.






viernes, 10 de agosto de 2012

Joaquín Sabina / Quién pudiera reír como llora Chavela Vargas

Chavela Vargas


Quién pudiera reír como llora ella



 Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida.
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en la sala Morasol. Dijo: “Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos”. Y yo tuve que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: “Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo”. Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. “La admiro desde niño”, le dije. “Yo también le admiro mucho a usted”, contestó. Ante la mentira, exclamé. “Vete a la mierda”. Nos fundimos en un largo abrazo que nunca aflojamos hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte de Roberto Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo, como en la canción: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo estas palabras de Almodóvar: “Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”.