Dennis Lehane Santa Mónica, California, 2019 |
Dennis Lehane: “Somos la cárcel en la que estamos prisioneros”
20 años después de la publicación de ‘Mystic River’, el autor reflexiona sobre los grandes temas de su literatura y cómo creó aquella novela que lo cambió todo para él
Juan Carlos Galindo
Madrid, 4 de mayo de 2021
“Los grandes hombres intentan hacer las cosas bien, que es lo único que importa. El verdadero amor es así”, reflexiona el personaje de Annabeth Marcus en las desoladoras páginas finales de Mystic River, una novela publicada hace 20 años y que marcó un punto de inflexión en la carrera de Dennis Lehane y en el devenir del género negro contemporáneo. Annabeth dice esto a su marido Jimmy, un hombre con las manos manchadas de sangre, marcado, como tantos personajes de Lehane, por el peso de la culpa y de un pasado que no termina de irse, decidido a hacer lo que sea por defender a los suyos. “Es uno de los pocos libros que he escrito a los que todavía soporto volver. Salió muy bien, la construcción es sólida, los personajes tienen profundidad. Es lo más parecido a mi voz, puedo escuchar mi propia cadencia cuando lo leo. Y es fiel al mundo en el que crecí, no idealiza, no sentimentaliza”, reflexiona Lehane una tarde de marzo en Nueva Orleans, donde se ha trasladado desde su residencia en Santa Mónica para grabar con Apple una serie para televisión, una labor que ha ido ocupando cada vez más tiempo en el quehacer del autor de Shutter Island.
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Mystic River cuenta la historia de tres hombres —Jimmy Marcus, Sean Devine y Dave Boyle— cuyas vidas dieron un vuelco una aburrida tarde de 1975 cuando se toparon con dos depredadores sexuales. Dave subió al coche de los monstruos, engañado, y pasó cuatro días secuestrado, sometido a las peores vejaciones. Nada volvió a ser lo mismo para ninguno de aquellos niños que 25 años después tratan de sobrevivir a ambos lados de la ley. “Es la destilación de todo lo que pude atrapar acerca del mundo en el que crecí. Capta las alegrías y los horrores, la comedia y el sinsentido de la violencia. Recuerdo haberme dado la misión de desenterrar esos recuerdos solo como fueron, y no como deberían haber sido o como yo querría que fuesen”, rememora Lehane (Boston, 55 años) desde su residencia provisional, rodeado de mansiones de estilo clásico sureño y calles flanqueadas por enormes árboles de los que cuelgan grandes líquenes. Nada parecido a su Boston natal, a esos vecindarios obreros en los que todo el mundo se conocía, parte esencial de su geografía literaria y que ahora han desaparecido. “Prácticamente todos esos barrios están ahora completamente gentrificados y serían irreconocibles para la generación de mis padres”, lamenta Lehane, que ya en Mystic River anticipa un movimiento que luego ha sido imparable.