Migas de bruja en forma de bolso
Durante una hora, se mantiene vivo el interés gracias a un juego de artificio
JAVIER OCAÑA
24 MAY 2019 - 05:25 COTA principios de los años noventa, como ecos aún más cotidianos del grandioso éxito de Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987), se fueron acumulando en el cine americano los thrillers con psicópata a la vuelta de la esquina de casa (o incluso en la misma). Relatos que pretendían tanto indagar en los recovecos más oscuros de la soledad del ser humano como experimentar con la falta de lucidez provocada por una tragedia del pasado que se expulsaba en forma de delirante acoso al inocente. Una suerte de intriga psicológica a medio camino entre el policiaco y el terror, con leves apuntes sociales, que además practicaron algunos excelentes directores, legando así un puñado de títulos para el recuerdo del entretenimiento con clase: De repente, un extraño (John Schlesinger, 1990), Misery (Rob Reiner, 1990), El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991), La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992), y Mujer blanca soltera busca… (Barbet Schroeder, 1992).