Mostrando entradas con la etiqueta Tom Wolfe. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tom Wolfe. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Herralde on the Road

oie 27121314vIFgIHfe
Fotografía: Alberto Gamazo.

Herralde on the Road

En agosto de 1988, Jorge Herralde, que había estado editando en Anagrama a docenas de escritores norteamericanos, llegó a Estados Unidos dispuesto a conocer a muchos de ellos en persona. El viaje duraría tres semanas y alternaría coche y avión. En el aeropuerto de Washington DC, en el que aterrizó en compañía de Lali Gubern, traductora y editora, y también pareja, los aguardaban representantes de la Meridian House Internacional, una institución de liderazgo diplomático y global dedicada a los programas de intercambio de líderes, ideas y cultura. A través de una suerte de beca esta financiaba el viaje «por la atención que Anagrama había prestado a la literatura norteamericana» desde sus inicios, explica Herralde en Un día en la vida del editor, libro con el que celebra los cincuenta años de la fundación de la editorial.




La primera etapa lo condujo a Tethford, en Vermont. «Fuimos en coche, para visitar a Grace Paley, de quien habíamos publicado sus tres libros de cuentos». Batallas de amor, centrado en las relaciones amor-odio entre hombre y mujeres, fue el primero. Herralde había oído hablar de ella «en los setenta, en una visita a Barcelona del gran cuentista Donald Barthelme», al que ya había publicado. En un almuerzo «entre vodkas y vodkas y más vodkas (antes de empezar a comer), me recomendó a una autora y un título, espléndido, que me apuntó en un papalito: Enormous Changes at the Last Minute».

Paley vivía en una cabaña en medio de un bosque con su esposo, el poeta Robert Nichols. Entre los dos prepararon una cena con las verduras y lechugas de su huerto, «que se limpiaron relativamente». Después fueron a conocer a las ovejas (docenas y docenas), atraídas por los estrepitosos alaridos del poeta, y tras juegos y revolcones con las demasiado amistosas bestias «nos pusimos a comer, beber, fumar, orinar en el campo (en suma, la vida sencilla, mientras hablábamos de política, feminismo, y de sus amigos los beatniks», recuerda Herralde.

John Kennedhy Toole
La conjura de los necios


Cuando dejaron Vermont se dirigieron a Nueva Orleans, donde la Meridian House Internacional les asignó un guía, profesor de literatura, llamado Kenneth Holditch, que presumía de no haber salido jamás de la ciudad. Suya había sido la primera crítica mundial de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, el mayor longseller de Anagrama, a la que dio equilibrio económico tras pasar por serias dificultades económicas. La primera noticia que había tenido Herralde de la novela fue a través de un catálogo de la Louisiana University Press, en el que se reproducía el prólogo del libro, del escritor y editor Walker Percy, donde contaba que un día entró en su despacho una señora con el manuscrito de su hijo, John Kennedy Toole, que se había suicidado al no lograr que el libro se publicase. «Ese texto de presentación era muy excitante, por lo que decidí pedir una opción», confiesa Herralde, que pasó una oferta de mil dólares. En la primavera de 1982 salió el libro traducido, en una tirada de cuatro mil ejemplares. Al regreso de las vacaciones se había agotado, y a partir de ese momento se convirtió en un superventas. «En aquel verano, en las playas españolas se podía observar un fenómeno curioso: gente agitándose espasmódicamente sobre sus tumbonas y toallas; si uno se acercaba, veía que estaban leyendo un libro a carcajadas: La conjura de los necios».


Casa de Eudora Welty


El editor no se fue de Nueva Orleans sin hacerse algunas fotos fetiches, como una debajo del reloj de los grandes almacenes D. H. Holmes que figura en la primera página de la novela. Después emprendió viaje a Jackson, Mississippi, para ver a Eudora Welty, de la que había publicado Una cortina de follajeEl corazón de los Ponder y Las manzanas doradas. La misma semana que la visitaron Herralde y Lali Gobern, lo hicieron un equipo de televisión de Nueva York y un periodista francés. «¿Qué pasa con usted, Miss Welty? ¿Le van a dar el Nobel?», le preguntaban sus vecinos. Fue Welty quien le habló de Richard Ford, al que conoció de niño, cuando era vecino suyo en Jackson. Dos años después Anagrama publicó Rock Springs y El periodista deportivo, solo para abrir boca.

Charles Bukowski


En San Francisco visitó a su amigo Lawrence Ferlinghetti, poeta, editor y propietario de la mítica librería City Lights Books, que en su día había se había hecho famoso con motivo del juicio por obscenidad al que fue sometido por publicar Aullido de Allen Ginsberg, más tarde también en el catálogo de Anagrama. Herralde había contado ya en Por orden alfabético que en agosto de 1976 estuvo en City Lights Books, y en esa ocasión Nancy J. Peters, mano derecha de Ferlinghetti, «me recomendó vivamente dos libros de Bukowski que habían publicado hacía poco: Escritos de un viajero indecente y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. Empecé a leerlos en el viaje de vuelta y ya no pude soltarlos».


Tom Wolfe


En Nueva York lo esperaba el plato fuerte del viaje. Entre conciertos, museos y paseos, se reservó varias citas literarias y editoriales. La primera fue para conocer a Tom Wolfe, su gran fichaje norteamericano de los años setenta. Cuando Herralde y Lali Gubern llamaron a la puerta de su casa, abrió Wolfe en persona, «con su uniforme de Tom Wolfe». Bebieron vino blanco, hablaron de literatura, del nuevo periodismo y de la pasión del escritor por Zola, y su obsesión por la exactitud.

En 1972 Anagrama había publicado La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques, que presentó en Bocaccio Manuel Vázquez Montalbán. Los anticipos «respondían al interés que entonces despertaba el autor en España, o sea prácticamente nulo: los de los cuatro primeros libros oscilaban entre ciento cincuenta y trescientos dólares… Con La hoguera de las vanidades las cosas cambiaron, dentro de un orden: veinticinco mil dólares. Rápidamente recuperados».

Bret Easton Ellis

 La siguiente cita fue una tarde en casa del matrimonio Gita y Sonny Mehta, el editor inglés que el año anterior había fichado por Alfred A. Knopf, tras destacar por su labor en Pan Books y sobre todo en Picador, sello en el que editó a comienzos de los ochenta a Ian McEwanSalman RushdieEdmund WhiteJulian BarnesGraham Swift o Michael Herr, muchos de los cuales llegarían a España de manos de Anagrama. «Después de tomar unas copas», cuenta Herralde, «nos fuimos Lali y yo, con ellos y su chófer, al piso de Bret Easton Ellis, que daba una party en honor de su gran amigo Jay McInerney, que acababa de publicar Story of My Life». Solo eran veinteañeros, pero McInerney, Easton Ellis, Tama Janowitz, también en la fiesta, y David Leavitt, «eran posiblemente el cuarteto de jóvenes más prometedores del momento». Anagrama acababa de publicar por entonces Esclavos de Nueva York, de Janowitz, y Menos que cero, de Ellis. La fiesta era, sin embargo, lo suficientemente grande para que también acudiesen George Plimpton, fundador de The Paris Review, o Harold Brodkey.

Kurt Vonnegut


Parecía un final de ruta por Norteamérica perfecto, pero horas antes de tomar el vuelo de regreso a España, Herralde cumplió un último sueño, en el restaurante del famoso Hotel Algonquin. Allí lo esperaba Kurt Vonnegut, del que Anagrama había publicado cuatro libros de una tacada, incluido Matadero Cinco. «Empezamos a beber, y de entre las barbas de Vonnegut empezaron a salir historias inesperadas y entrecortadas, acompañadas de sonoras carcajadas. Nosotros sonreíamos con falsa complicidad, aventurábamos algún tema y rápidamente nuestro jovial amigo arremetía con nuevos chistes, risas y bromas crípticas sobre escritores». Herralde y Gubern no entendieron demasiado. «Nos despedimos con grandes abrazos, pero bastante deprimidos, sic transit gloria mundi, etc.», y sin más regresaron a España.

JOT DOWN

sábado, 3 de septiembre de 2022

Siete historias de Nueva York

Siete historias de Nueva York

De la ciudad elegante de 'El Gran Gatsby' a la esquizofrénica de 'American Psycho', novelas que nos descubren la Gran Manzana


Algunos escritores han contribuido decisivamente a crear el mito de Nueva York. Hay centenares, miles de novelas ambientadas en la metrópoli, historias que no siempre muestran una cara amable de la ciudad, o que nos transportan a una Nueva York que ya no existe, pero que en algunos casos resultan capitales para entender cómo es la Gran Manzana. De la ciudad elegante de El Gran Gatsby a la visión de un adolescente en El guardián entre el centeno o la esquizofrénica Nueva York de American psycho, novelas que nos descubren la ciudad en todos los sentidos.

domingo, 4 de agosto de 2019

Nueva York / Jazz, martinis y sombreros blancos


Dorothy Parker

Jazz, martinis y sombreros blancos

Nueva York es un género literario que se adapta al estado de ánimo del viajero, y que le acercan a Truman Capote, Dorothy Parker, Andy Warhol, Tom Wolfe y a Woody Allen


Manuel Vicent
18 de agosto de 2018








Marilyn Monroe y Truman Capote bailan en el Morocco de Nueva York en 1955.
Marilyn Monroe y Truman Capote bailan en el Morocco de Nueva York en 1955. CORDON PRESS

Nueva York fue el lugar donde a inicios del siglo XX se instalaron los nuevos dioses con sus modernos cacharros, el automóvil Ford T, la radio, el cinematógrafo y el aeroplano, los cuatro destinados a anular el tiempo y el espacio bajo la música de jazz y el fervor del Martini seco, el trago que agitaba el barman como unas maracas detrás de la barra. El alcohol prohibido por la Ley Seca era el espejo en el que los escritores hermosos y malditos se miraban. Scott Fitzgerald era entre todos el más guapo, el más borracho. Con los primeros dólares que le pagaron por uno de sus cuentos en una revista de modas se compró unos pantalones blancos de tres pliegues y un sombrero de ala blanda, dispuesto a comerse el mundo que no era sino la aceituna verde que flotaba en la copa cónica de ginebra con vermú y unas gotas de amargo de angostura. Scott Fitzgerald, sobrio o bebido, consiguió dotar de intensidad y consistencia a la pompa de jabón que se estableció en el Nueva York, París y la Costa Azul de entreguerras dentro de la cual bailaban y bebían criaturas vanas en fiestas que eran la cima de todos los sueños. Más allá no había nada, salvo la derrota.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Tom Wolfe / Un icono lleno de contradicciones




Un icono lleno de contradicciones

Tom Wolfe deploraba la pusilanimidad de los novelistas contemporáneos

EDUARDO LAGO
16 MAY 2018 - 01:49 COT

En plena resaca del éxito de su obra más conocida, La hoguera de las vanidades (1987), Tom Wolfe publicó su manifiesto sobre el arte de escribir novelas: como dejaron sentados los grandes del género, Charles Dickens, Honoré de Balzac o Émile Zola, se trataba de adentrarse en los escondrijos del sistema social y, con la ayuda de una pluma y un cuaderno, documentarse. Deplorando la pusilanimidad y el ombliguismo de los novelistas norteamericanos contemporáneos, invocó el ejemplo de Zola, quien en 1884 descendió a las minas de Anzin a fin de documentarse para escribir Germinal: “Se necesita un batallón de zolas para adentrarse en este país tan salvaje, extraño, imprevisible y barroco, y reclamar lo que nos pertenece. Si los novelistas no hacen frente a lo obvio, la segunda mitad del siglo XX pasará a la historia como la época en que los periodistas se adueñaron de la riqueza de la vida norteamericana usurpando los recursos de la literatura”. Al poner en práctica sus ideas, Wolfe revolucionó la expresión periodística de su tiempo.
Reducido al máximo, el entonces naciente Nuevo Periodismo consistía en reconocer que, como verdadero intérprete de los nuevos tiempos, el periodista tenía la obligación de imprimirle al lenguaje de la no ficción el rigor y la perfección artística hasta entonces reservados al discurso novelístico. Ha transcurrido más de medio siglo desde entonces, pero la lección de Wolfe y quienes junto a él gestaron tal cambio, sigue vigente. Doctor en literatura por Yale, el escritor sabía perfectamente lo que hacía. Se inició en el periodismo haciendo reportajes para The Washington Post. En 1962 se trasladó a Nueva York, donde sus colaboraciones para el Herald Tribune, lo convirtieron —para bien y para mal, nunca le faltaron enemigos— en el centro de atención de los círculos literarios del país. Su singularísimo estilo —lenguaje delirante, ingenio maléfico y burlón, una perspicacia inigualable para llegar al fondo de personas y cosas, un dominio magistral de la sátira y la ironía— crearon escuela. Las revistas más prestigiosas del país, Esquire, New York y Rolling Stone compitieron ferozmente por su firma. Wolfe llegó hasta el fondo en la disección de fenómenos de gran complejidad: la generación beat; la cultura de las drogas; los Panteras Negras; la contracultura de los años sesenta; la carrera espacial; el mundo del arte, la lacra inextirpable del racismo; la vida universitaria. Sus títulos, muchos de ellos trabalenguas intraducibles (The Electric Kool-Aid TestThe Pump House GangRadical Chic & Mau-Mauing the Flak Catchers, Mauve Gloves and MadmenClutter and Vine), etiquetaban a la perfección su estilo: delirante, único y, pese a sus muchos imitadores, irrepetible.
Provocativa y demoníaca, su risa daba al traste con todo. Sobre todo, Thomas Wolfe era un icono. Su vestimenta, a mitad de camino entre el dandi y el clown, según quien la juzgara, era reflejo adecuado de las contradicciones de su estilo. Como novelista, su triunfo fue desmesurado, aunque cada título despertó menos interés que el anterior. Para muchos, su primera novela, Lo que hay que tener (1979), sigue siendo la mejor. La que más proyección le daría fue sin duda La hoguera de las vanidades (1987). Lo que vino después: Todo un hombre (1998), Soy Charlotte Simmons (2004), Bloody Miami (2012), evidencian una progresiva pérdida de fuerza.
Desde las páginas del The New Yorker, John Updike lo fulminó sin contemplaciones, pero jueces tan severos y respetables como Norman Mailer o Harold Bloom supieron ver en él a un novelista de talento. Probablemente, fue Mailer quien lo diagnosticó mejor al señalar que el problema consistía en que Wolfe había optado por escribir mega-best-sellers, y estaba condenado a padecer las consecuencias.


Tom Wolfe / La hoguera de las vanidades cumple treinta años




La misma hoguera, las mismas vanidades

La gran novela de Nueva York, de Tom Wolfe, cumple 30 años. La ciudad ha cambiado de aspecto, pero los asuntos que trataba permanecen


Amanda Mars
Nueva York, 7 de octubre de 2017

La cerveza artesanal y los apartamentos de diseño se han colado en el South Bronx, que es esa jungla de Nueva York en la que hace 30 años se adentró Sherman McCoy con un Mercedes deportivo de 48.000 dólares (41.000 euros) como si se llegase a una civilización desconocida. Ahora muchos lo llaman SoBro, o el nuevo Williamsburg, los precios de la vivienda se han disparado y The New York Times lo seleccionó este año como unos de los 52 lugares del mundo que habría que visitar. Los bloques en construcción se multiplican en la avenida 134 y algunos comercios coquetos abren sus puertas, pero conviven con edificios miserables que recuerdan que esa es una zona aún en transición, que sigue siendo de los barrios más peligrosos, que hace unos años, allí, aún ardían las calles.
La hoguera de las vanidades, la que aún se considera la gran novela de Nueva York, salió a la venta en el otoño de 1987, el año del lunes negro de Wall Street, la época en que los homicidios se contaban por miles, la discoteca Studio 54 vivía su declive y Donald Trump, ya dueño de su torre de la Quinta Avenida, estaba construyendo su imperio de casinos en Atlantic City. El debut en la ficción de Tom Wolfe narraba la historia de McCoy, un joven y triunfador vendedor de bonos que una noche se pierde junto a su amante por el South Bronx, atropellan a un negro y huyen. A partir de ahí, empieza su caída libre y, en paralelo a ella, Wolfe retrata todo el submundo de la ciudad.
El libro sentó mal, se regodeaba en los tópicos sobre negros y blancos y se burlaba de todo: la tensión racial, el dinero, las miserias políticas. “Tom Wolfe no deja prisioneros en su comedia”, decía la crítica de The New York Times, escrita por Christopher Lehmann-Haupt. Hoy, este cree que “las cosas se ha vuelto tan polémicas que la gente es muy sensible, y esta obra parecería una trivialización de los problemas”. “Las cosas que se satirizan en la novela están más vivas que nunca, dominan el debate público y han invadido la literatura: la tensión racial, la política identitaria… Trump es una personificación de Sherman McCoy”, añade a este periódico.
30 años después, un personaje prototípico de La hoguera como Trump, se ha convertido en presidente de Estados Unidos y el Bronx, aquella vieja jungla, sale recomendada en una guía del Times. Pero la esencia de aquella ciudad sigue viva.
Al reverendo Al Sharpton, en quien dicen que se inspiró el escritor para crear al personaje del padre Bacon, aún hoy le huele a cuerno quemado que le pregunten por ello. Sharpton, un viejo y polémico activista por los derechos de los negros, cree que la desigualdad entre razas tiene todavía un largo camino por recorrer. “No es que hayamos progresado mucho, es que ha crecido la sensibilidad”, explica a EL PAÍS. “La gran diferencia con el 87 es que entonces había un alcalde hostil a los problemas de negros y latinos [Ed Koch], y eso desató un enorme activismo en la calle. El alcalde actual [Bill de Blasio] es un progresista que en el 87 estaba marchando con nosotros por las calles”, continúa, pero “aún sufrimos unas diferencias enormes en educación y oportunidades profesionales”.
Pese las olas de gentrificación, Nueva York sigue siendo la segunda ciudad de Estados Unidos con mayor segregación racial, solo superada por Milwaukee. Y con la Gran Recesión, además, la brecha socioeconómica se ensanchó.
Aun así, los avances experimentados y la guinda de la llegada del primer afroamericano a la presidencia de EE UU, habían creado la ilusión de una América posracial. Los datos económicos y los crímenes racistas muestran, en cambio, que la herida sigue sangrando en la sociedad estadounidense, atónita, además ante una primavera siniestra del supremacismo blanco.

También sobreviven ciertas criaturas de Wall Street. En un artículo de 1996 —La muerte de Sherman McCoy— Michael Lewis explicaba que aquellos superhombres ya no existían. "A finales de los 80 no era infrecuente celebrar la venta de 100 millones de bonos subiéndose a su mesa, golpeándose el pecho y gritando: ¡Soy el amo del universo...!". Y en el 96, los mismos que no concebían una jornada de trabajo sin puros y trajes de miles de dólares se presentaban en la oficina con zapatillas de deporte. Además, aunque el dinero en juego se había multiplicado, las operaciones hostiles y los delitos financieros estaban de capa caída.
El pero de la reflexión es que justo en esa época personajes como Jordan Belfort —más conocido como El lobo de Wall Street— estaban subidos en su espiral de fraude y lavado de dinero. Este se declaró culpable en el 99. Y luego vino el pinchazo de la burbuja puntocom, el escándalo de las hipotecas basura...
Dice Charles Geisst, experto en finanzas y autor de un libro sobre la historia de Wall Street, que si algo se ha mantenido en estos 30 años es precisamente el hombre Sherman. Muchos de ellos han sido sustituidos por ordenadores, pero “su actitud arrogante no ha cambiado”. “Los coches caros, relojes y las drogas tienen mucha demanda”, apunta, “y los entonces Masters del Universo se llaman ahora El Fabuloso Fab, como aquel operador bursátil francés de Goldman de 2008 [Fabrice Tourre]”.
Pese a la actualidad de todo ese universo de La hoguera de las vanidades —la tensión racial, sus bajas pasiones, su punto de esperpento— muchos ven imposible que una novela así se escribiera en 2017. “Hay una especie de fiesta inocente en ese libro, de celebración, que sencillamente no creo que se hubiera escrito igual ahora. Hoy la corrección política es mucho más fuerte”, explica el novelista neoyorquino Joseph Olshan, en 1987 un veinteañero que acababa de publicar su primer libro. “No ha habido desde entonces una gran novela de Nueva York, puede que haya habido algunas, pero no así”, dice el autor de Vanitas, editada también en España. La literatura acerca de esta gran metrópolis, un género en sí mismo, cambió, a su juicio, después de los atentados del 11-S, un acontecimiento que un autor ya no puede obviar y del que, en su opinión, todavía nadie ha sabido escribir bien. “Los atentados son una sombra enorme para nuestra literatura”.




UNA URBE MENOS EXCÉNTRICA


Para el novelista neoyorquino Joseph Olshan, su ciudad conserva la excentricidad de aquellas páginas, de aquellos años que relató Wolfe. La mano dura contra el crimen que se le atribuye a los alcaldes Rudy Giuliani y Michael Bloomberg, junto con el impulso económico y turístico que este último le dio a la ciudad tras el 11-S, han transformado Nueva York. “Es más segura, pero también más comercial, se ha vuelto carísima y ya no atrae a gente tan diversa”, dice. En realidad, se corrige enseguida, sí sigue atrayendo a todo el mundo. “Muchos artistas, mucha gente muy interesante quiere estar aquí, pero ahora los que lo logran son solo los que se pueden permitir económicamente estar, y eso te está dejando fuera a muchos”.

EL PAÍS



FICCIONES

DE OTROS MUNDOS

DRAGON



Tom Wolfe / Todo un hombre



Tom Wolfe

Todo un hombre, de Tom Wolfe

EditorialOtroAngulo
2 marzo de 2018


Tom Wolfe (2 marzo 1931 – 15 mayo 2018) fue un agudo crítico de la sociedad estadounidense. Así lo demostró tanto en su obra periodística como en la literaria.
Todo un hombre es una novela de gran intensidad, escrita con una prosa impecable y vigorosa. Narra el cruce en las líneas de vida de un grupo de personas que con recursos emocionales de diverso calibre sortean las condiciones adversas que les toca vivir. Tom Wolfe aprovecha el relato para elaborar un fresco -extenso y profundo- del sur de los Estados Unidos, desde el pasado hasta el cierre del siglo XX. Asimismo, crea un vasto mosaico con los hábitos culturales, las ideologías, modas, manías, filias y fobias. Con afilado bisturí disecciona la vida estadounidense para exhibir las entrañas y uno que otro tumor.
tom-wolfe_1977-01-20
Los años que practicó el periodismo potenciaron en Wolfe su enorme capacidad para describir situaciones que se desarrollan tanto en las altas esferas de la economía y la política como en los bajos fondos; esas habilidades también le permiten crear espléndidos y minuciosos retratos  de sus personajes. De tales recursos literarios hace gala en esta novela.

Algunas descripciones de la vida contemporánea son auténticas joyas.
“No era ningún Charlie, pero tenía la pasión de Charlie por los negocios, que quizá era donde se refugiaba en la actualidad la pasión masculina por la lucha…”
“Dos o tres mil personas en aquella sala… y tanta soledad… y ¿quién aparte de ella se tomaba el tiempo de compadecer a los solitarios? Nadie de los que ella conocía. Todos consideraban la soledad como un estigma, un signo de fracaso, una pifia. Una transgresión de la etiqueta, eso era la soledad, una fuente de incomodidad”.
“-Esos niños no tienen modelos. Sólo saben lo que eligen despreciar”.
Como en las demás obras de Wolfe, las referencias a la cultura universal, al arte, a la filosofía, son un ingrediente indispensable:
“-Nietzsche dijo una vez que el resentimiento es la menos explorada de las motivaciones humanas primarias”.
“El deprimido se da cuenta de que todas las rutinas diarias implican una creencia en el Mañana y constituyen bromas crueles, porque el mañana ya no existe”.
El escritor reflexiona acerca del yugo de las convenciones sociales en la vida contemporánea:
“Epicteto dijo: ‘Mira, la divinidad os ha enviado al que muestra con hechos que es posible. Vedme, no tengo casa, ni patria, ni hacienda, ni esclavos; duermo en el suelo, sólo tengo la tierra y el cielo y una mala capa. ¿Y qué me falta? ¿No vivo sin penas, sin temores, no soy libre? ¿Acaso alguno de vosotros me ha visto con mala cara? ¿Cómo trato a esos a quienes vosotros teméis y admiráis? ¿No los trato como a esclavos? ¿Quién, al verme, no piensa que ve a su propio rey y señor?’”
Las elecciones están en centro de esta novela de Wolfe:
“Sólo Epicteto partía del postulado de que la vida era dura, brutal, agotadora, limitada y constrictora, un asunto mortal, y para nada una cuestión de justicia o injusticia. Sólo Epicteto había mirado a los ojos a sus torturadores y les había dicho: ‘Haced lo que tengáis que hacer, y yo haré lo que tengo que hacer, que es vivir y morir como un hombre’”
“Son las circunstancias las que nos muestran lo que son los hombres” (Epicteto).
“Te di una porción de nuestra divinidad, una chispa de nuestro propio fuego, la facultad de actuar o no actuar, la facultad de deseo y la facultad de rechazo; si atiendes a ellas, no gemirás, no censurarás, no adularás a nadie…” (Zeus, según Epicteto).
El final de la novela, atropellado y hasta cierto punto anodino, dividió a la crítica literaria. No obstante, el lector encontrará en el 95% de las páginas una obra vibrante y de notable calidad.
tom-wolfe
De perfil
Toma Wolfe nació en Richmond, Estados Unidos, el 2 de marzo de 1931. Se dice que ha sido cronista, reportero, ensayista y novelista, pero es más justo decir que todos esos géneros siempre han estado presentes en sus escritos y quizá la mayor diferenciación esté en el volumen de realidad o de ficción presente en cada escrito de Wolfe.

Acerca de Todo un hombre (al igual que su novela anterior, La hoguera de las vanidades) Wolfe ha dicho que surgieron de una necesidad de realismo en la literatura, que están basadas en una exploración cuidadosa, periodística, del entorno social de los personajes como un medio que explica sus ideas y conductas, en tanto otros temas como el sexo, la raza, el dinero y la ideología operan por igual como elementos divisorios o integradores de la sociedad estadounidense.
A Wolfe se le considera un escritor que no ha tenido miramientos para decir lo que piensa de los personajes que describe, tanto en sus crónicas periodísticas como en sus novelas. Es decir, se le atribuye el pecado de ser demasiado sincero en la sociedad que es cuna del lenguaje “políticamente correcto”. En una entrevista, explicó: “Es terrible. La llamada corrección política es marxismo desinfectado. Mire esos intelectuales, los supuestamente más cultivados, sometidos a la corrección política, a ese marxismo rococó, porque piensan que no queda bien oponerse a él” (El País, 31 marzo 2014).
[Gerardo Moncada]


FICCIONES

DE OTROS MUNDOS

DRAGON