Helios Gómez, un artista inclasificable

El renacer de la Capilla Gitana de la Modelo promete ser en primavera la sorpresa pictórica del año en Barcelona

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Una réplica en blanco y negro de la Capilla Gitana, en la expo dedicada a Helios Gómez en la Virreina.

Una réplica en blanco y negro de la Capilla Gitana, en la expo dedicada a Helios Gómez en la Virreina. / ICUB

Carles Cols

Carles Cols

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A caballo de 2020 y 2021, Barcelona consagró en el Palau de la Virreina a Helios Gómez (1905-1956), un ilustrador al que, con gran acierto, definió el comisario de aquella expo, Pedro G. Romero, como “anacrónico y adelantado a su época, un artista realista, populista y de vanguardia, activista político y gitanista militante, comunista libertario y flamenco de los que cantan y bailan”, vamos, una rara avis de las corrientes pictóricas del siglo XX. Aquella muestra, titulada ‘Días de ira’, porque menuda fue la trayectoria vital de Helios Gómez, era realmente exhaustiva, y tenía como colofón una sala en la que se recreaba la Capilla Gitana que aquel artista pintó una de las celdas de la cárcel Modelo, prisión que fue su ‘hogar’ al menos en tres momentos de su vida.

Era, eso sí, una réplica en blanco y negro, pero Barcelona está de enhorabuena porque quizá este 2025, gracias a la buena mano del Centre de Restauració de Béns Mobles de Catalunya (CRBM), será posible recuperar el esplendor de aquella magnífica capilla con sus colores originales, incluso el azul de Prusia del molinillo de viento que el niño Jesús, en brazos de la Virgen María, sostiene en su mano en lugar del clásico orbe de la iconografía cristiana.

Helios Gómez fue un prolífico cartelista y poeta, empuñó las armas para fracasar en la reconquista de Mallorca a las órdenes del republicano capitán Alberto Bayo, fue un admirado tertuliano, amigo de Andreu Nin, conoció a Max Aub, lo cual seguro que fue la repera y dejó huella en él, estuvo exiliado en Francia y Argelia y, de regreso a España, visto que no iba a apartarse ni un paso de sus convicciones anarquistas, acusado de no se sabe muy bien qué, terminó de nuevo en la cárcel de la calle de Entença, que ya había conocido antes de la Guerra Civil, en aquellos meses en los que entre sus ilustres residentes estaba Lluís Companys.

Un detalle de la expo 'Días de ira', dedica a Helios Gómez en la Virreina.

Un detalle de la expo 'Días de ira', dedica a Helios Gómez en la Virreina. / ICUB

Lo dicho. Todo eso y mucho más se pormenorizó en aquella exposición de la Virreina, pero siempre ha habido una deuda pendiente de saldar. Pese a que había militado durante la Segunda República en el bando de los ‘comecuras’, en los años 50 llegó a un acuerdo con el capellán de la cárcel. A su pena de privación de libertad, le habían añadido otra incluso más dolorosa, la prohibición de pintar. El régimen en esa penitenciaría supuestamente modelo era así de bárbaro e inculto durante el franquismo. En una ocasión pasó 30 días en la celda de castigo simplemente porque tenía entre sus pocas pertenencias una foto de una señora en traje de baño en la playa, nada procaz, pero que en la sucia mente de los funcionarios de la cárcel era pura pornografía. En mitad de este ambiente, cuando el padre Lahoz le invitó a decorar su celda de primer piso de la cuarta galería por ver si así abría su corazón a la Iglesia, él aceptó el trato. No abrazó la fe, por supuesto, pero cumplió con creces su parte del acuerdo.

Por atesorar esta imagen pasó 30 días en la celda de castigo Helios Gómez.

Por atesorar esta imagen pasó 30 días en la celda de castigo Helios Gómez. / Conselleria de Justícia

Quizá, según se mire, aquel fuera el Everest de su trayectoria artística, una obra rompedora, en la que todos los personajes son gitanos, el niño Jesús, por ejemplo, con ese molinillo de viento en las manos, que parece entresacado de un poema de Federico García Lorca, y los cuatro ángeles que en la pared contraria a ese altar, o sea, sobre la puerta de entrada a una estancia en la que dormían cada noche ocho presos, bailan lo que parecen unos pasos de flamenco, mientras otros dos tocan la guitarra y la pandereta.

Los ángeles gitanos de Helios Gómez, también en blanco y negro,en una suerte de alabanza flamenca.

Los ángeles gitanos de Helios Gómez, también en blanco y negro,en una suerte de alabanza flamenca. / ICUB

Bajo la Virgen de la Merced, patrona de los presos, Gómez dibujó y coloreó a siete compañeros de cárcel, alguno de ellos perfectamente reconocible, como Joan Rocabert, un militante del POUM, aquel partido que perdió la guerra dos veces, contra el franquismo y contra los comunistas, que ya es decir. Esa escena, de los presos pidiendo clemencia, parece que en algún momento causó una cierta perturbación y fue la que primero desapareció bajo una capa de pintura. No se sabe cuándo sucedió esa primera censura. Sí que se sabe cuándo se cometió la segunda operación de incomprensible atentado artístico, durante la etapa de Núria de Gispert al frente de la Conselleria de Justícia o sea, en plena democracia y sin ninguna justificación razonable.

Por fortuna, las dos ocasiones en que la Capilla Gitana desapareció bajo una gruesa capa de pintura no hubo una destrucción previa de las escenas. Por desgracia, aquellas capas de pintura no serán fáciles de retirar, pero la esperanza es que con horas y horas de trabajo, como si fuera una gran hoja de papel fotográfico en la sala oscura de revelado, la Capilla Gitana comience a ser de nuevo, en todos los sentidos, admirable.

Será con la llegada de la primavera, si nada lo impide, cuando esa aberración que enmascara la obra de Helios Gómez habrá sido completamente retirada. Ese es el cálculo que han hecho los profesionales del CRBM. Luego vendrá una segunda fase de minuciosa restauración de aquellas partes de la capilla que requieran una atención especial, pero para entonces ya será posible constatar hasta qué punto Gómez no se tomó como una simple distracción con la que pasar las horas el encargo que le hizo el padre Lahoz. Parece que ni siquiera se fue tacaño con él a la hora de proporcionarle las herramientas de trabajo, pigmentos de blanco de plomo y de azul de Prusia, por ejemplo.

Ese segundo color tal vez merezca una pequeña excursión histórica. No fue creado hasta 1704 y lo fue por accidente, porque su descubridor, Jacob Diesbach, iba en busca en realidad de un color sangre como el que se obtenía hasta entonces de las cochinillas de América. Por un tropiezo de su ayudante, Johann Conrad Dippel, le salió todo lo contrario, un azul tan maravilloso como el que hasta entonces solo se podía crear con lapislázuli de Afganistán, tan caro de obtener que era inusual en la pintura europea antes de aquella fecha. Era el color más apreciado en el Egipto de los faraones, una suerte de piedra filosofal de las policromías que se perseguía sin éxito desde hacía mucho tiempo.

'El entierro de Cristo', la primera obra pictórica en la que se empleó el azul de Prusia.

'El entierro de Cristo', la primera obra pictórica en la que se empleó el azul de Prusia. / Museo Boijmans Van Beuningen

En 1709, Pieter van der Werff fue, que se sepa, el primer pintor que utilizó para una obra célebre el azul de Prusia en su versión de ‘El entierro de Cristo,’ un cuadro en el que manto que vista a la Virgen resulta hipnótico. Sin ese azul no habría sido posible tampoco ‘La gran ola de Kanawaga’ de Hokusai ni ‘La noche estrellada’ de Van Gogh’. Que en la Capilla Gitana de Gómez ese sea uno de los atractivos resulta, como poco, hermoso.