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377 pages, Paperback
First published January 1, 1940
She liked everybody in this funny, smelly little place, because it was such fun being with Sam. He made life so easy by always knowing, not deliberately but intuitively, how to treat people. It would always be like this now. Secure. Never again that feeling of solitude in a crowd that made one sometimes begin to think furtively of escape.
She remembered chiefly the deepening discovery that another person could be oneself. That being with him could be like being alone without the loneliness.
Esta es una de esas lecturas que dan calorcito al corazón, 'Mariana' hace referencia a un poema de Tennyson del mismo título en el que Mariana se siente morir porque su corazón le dice que su amor nunca volverá:
Upon the lonely moated grange.
She only said, "My life is dreary,
He cometh not," she said;
She said, "I am aweary, aweary,
I would that I were dead!"
Y algo de eso hay en el libro de Monica Dickens, que te deja los tres últimos capítulos con el corazón en un puño por Mary, sufriendo y temiendo literalmente hasta la última línea. Mary desespera en la tormenta y recuerda su vida desde que era niña hasta el momento en que comienza el libro, en un círculo que cierra con esperanza, nos habla de sus vacaciones en casa de los abuelos, de la lucha constante de su madre viuda de una guerra, de su poco destacable paso por las escuelas, de su affaire con un rico parisino, de desilusiones, de esperanzas, de amor por la familia a pesar de sus defectos. 'Mariana' es un libro que se ancla al alma y se queda para siempre.
El olor a sábanas limpias le recordó a lo que de niña llamaba el 'olor de Charbury'. Era lo primero que se percibía al entrar por la puerta principal, una mezcla indefinible de todas las cosas aromáticas de la casa: rosas, himo de leña, suelos encerados, pan y lavanda guardada entre la antigua ropa de cama. Sólo se notaba al principio, al llegar de Londres. Unos días después se convertía en parte del propio yo campestre, como las prendas viejas de vestir, los rasguños en las rodillas y despertarse los sábados por el ruido que hacían los jardineros al barrer el camino de grava con escobas de retama. A veces, en el colegio de Londres o en el piso cerca de Olympia, donde vivía con su madre y el tío Geoffrey, percibía algo que le recordaba al olor de Charbury y todo su pequeño ser se conmovía de nostalgia y se le llenaban los ojos de lágrimas anhelando vacaciones, la baja casa de estilo isabelino de Somerset, que tenía el tamaño justo. Suficientemente grande para todo menos para la ostentación.
Nada de lo que suceda en la vida puede borrar el hecho de yo soy yo. Tengo que seguir siendo yo.