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544 pages, Hardcover
First published February 26, 2019
«Hay personas que nacen para ser amadas. Otras nacen para amar. Algunas pocas tienen la suerte de nacer para amar y ser amadas, como Rodrigo, mi jefe, y Gala, su casi esposa. Y luego estoy yo, que nací estrellado. No valgo para ser amado, soy demasiado superficial para que nadie se fije en mí más allá de mi cara bonita y mi físico imponente. Y tampoco valgo para amar. No sé hacerlo. Me entrego sin medida y no soy capaz de discernir si la persona a la que amo es buena para mí. Si no me va a hacer daño. Si no me va a romper.
Me he enamorado una vez y no quiero volver a hacerlo nunca más.
Duele demasiado.
El amor es peligroso. Te desgarra, te destruye, te cambia.
Me enamoré y ella me rompió. Destrozó mi mente, usó mi cuerpo, acabó con la persona que yo era y me convirtió en alguien que no soy.
He tardado casi un año en aprender a ser yo mismo otra vez. Un yo extraño al que me cuesta reconocer. Un yo diferente del que era pero que, aun así, consigue caminar con la cabeza erguida y mirar a los ojos a la gente. Y no pienso arriesgarme a que el amor vuelva a destruirme, porque no creo que esta vez consiguiera resurgir de mis cenizas.»
«De nuevo volvía a ser el Calix lujurioso que necesitaba follar a diario. El sátiro disoluto entregado al sexo que se excitaba al más mínimo roce, aunque éste fuera indeseado o degradante. El inútil débil y manejable incapaz de tomar las riendas de su vida y comportarse como un hombre. El estúpido ciegamente enamorado de una mujer a la que no había sabido comprender ni contener y que lo había convertido en un pelele licencioso incapaz de controlar su libido.»
«Sí, Uriel es mi mejor amigo. Pero a veces me gustaría matarlo. Y si no lo hago es porque, en cierto modo, también él me salvó.
Rodrigo me salvó de Verónica.
Uriel me salvó de mí mismo.»
«Sólo que no eran los labios de Uriel los que Calix besaba, sino los de ella. Y como él estaba cambiándose de ropa, lo imaginaba desnudo, o, mejor dicho, con un bañador, pues su imaginación era fecunda pero no indecorosa.»
«Y Calix no pudo evitar desear tener lo que tenían ellos. Esa complicidad, ese amor incondicional, esa confianza ciega el uno en el otro. Pero eso no era para él. Había descubierto por las malas que el amor dolía, que no era un cuento de hadas, sino un relato de terror. Que el amor amordazaba, amortajaba e incluso amorataba si se empleaba la suficiente fuerza. Que amar era, como bien decía la canción, el empiece de la palabra amargura.»