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El principio de subsidiariedad es sobre todo un principio de competencia que señala qué nivel
jerárquico está habilitado para actuar en determinados casos. Así, cuando los ciudadanos
pueden alcanzar adecuadamente sus fines, las autoridades estatales son incompetentes para
entrometerse en sus asuntos. En este sentido, un asunto debe ser resuelto por la autoridad
(normativa, política o económica) más próxima al objeto del problema. El "principio de
subsidiariedad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea, según
quedó establecido por el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y después
conocido como Tratado de la Unión Europea. Su actual formulación quedó plasmada en el
Artículo 5 (2), modificada por el Tratado de Lisboa desde el 1 de diciembre de 2009. Un análisis
descriptivo de este principio puede encontrarse en el Protocolo No. 2 sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad, anexo al tratado.
Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su
aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando
participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Responsabilidad civil
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
El principio de subsidiariedad penal, o ultima ratio, establece que si la protección del conjunto
de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del derecho penal, habrá
que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave
y contundente.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Referencias
Juan, Jorge de. La subsidiariedad como principio del orden social (en inglés). Consultado el 15
de noviembre de 2017.
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El principio de subsidiariedad es sobre todo un principio de competencia que señala qué nivel
jerárquico está habilitado para actuar en determinados casos. Así, cuando los ciudadanos
pueden alcanzar adecuadamente sus fines, las autoridades estatales son incompetentes para
entrometerse en sus asuntos. En este sentido, un asunto debe ser resuelto por la autoridad
(normativa, política o económica) más próxima al objeto del problema. El "principio de
subsidiariedad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea, según
quedó establecido por el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y después
conocido como Tratado de la Unión Europea. Su actual formulación quedó plasmada en el
Artículo 5 (2), modificada por el Tratado de Lisboa desde el 1 de diciembre de 2009. Un análisis
descriptivo de este principio puede encontrarse en el Protocolo No. 2 sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad, anexo al tratado.
Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su
aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando
participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
El principio de subsidiariedad penal, o ultima ratio, establece que si la protección del conjunto
de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del derecho penal, habrá
que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave
y contundente.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Referencias
Juan, Jorge de. La subsidiariedad como principio del orden social (en inglés). Consultado el 15
de noviembre de 2017.
Reforma del Estatuto de Autonomía de les Illes Balears. Artículo 112. Control del principio de
Subsidiariedad. El Parlamento de las Illes Balears puede ser consultado por las Cortes
Generales en el marco del proceso de control del principio de subsidiariedad establecido en el
Derecho Comunitario. Illes Balears, 2007.
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El principio de subsidiariedad es sobre todo un principio de competencia que señala qué nivel
jerárquico está habilitado para actuar en determinados casos. Así, cuando los ciudadanos
pueden alcanzar adecuadamente sus fines, las autoridades estatales son incompetentes para
entrometerse en sus asuntos. En este sentido, un asunto debe ser resuelto por la autoridad
(normativa, política o económica) más próxima al objeto del problema. El "principio de
subsidiariedad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea, según
quedó establecido por el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y después
conocido como Tratado de la Unión Europea. Su actual formulación quedó plasmada en el
Artículo 5 (2), modificada por el Tratado de Lisboa desde el 1 de diciembre de 2009. Un análisis
descriptivo de este principio puede encontrarse en el Protocolo No. 2 sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad, anexo al tratado.
Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su
aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando
participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Responsabilidad civil
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Referencias
Juan, Jorge de. La subsidiariedad como principio del orden social (en inglés). Consultado el 15
de noviembre de 2017.
Reforma del Estatuto de Autonomía de les Illes Balears. Artículo 112. Control del principio de
Subsidiariedad. El Parlamento de las Illes Balears puede ser consultado por las Cortes
Generales en el marco del proceso de control del principio de subsidiariedad establecido en el
Derecho Comunitario. Illes Balears, 2007.
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aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando
participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Responsabilidad civil
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
El principio de subsidiariedad penal, o ultima ratio, establece que si la protección del conjunto
de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del derecho penal, habrá
que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave
y contundente.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Referencias
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Reforma del Estatuto de Autonomía de les Illes Balears. Artículo 112. Control del principio de
Subsidiariedad. El Parlamento de las Illes Balears puede ser consultado por las Cortes
Generales en el marco del proceso de control del principio de subsidiariedad establecido en el
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El principio de subsidiariedad es sobre todo un principio de competencia que señala qué nivel
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pueden alcanzar adecuadamente sus fines, las autoridades estatales son incompetentes para
entrometerse en sus asuntos. En este sentido, un asunto debe ser resuelto por la autoridad
(normativa, política o económica) más próxima al objeto del problema. El "principio de
subsidiariedad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea, según
quedó establecido por el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y después
conocido como Tratado de la Unión Europea. Su actual formulación quedó plasmada en el
Artículo 5 (2), modificada por el Tratado de Lisboa desde el 1 de diciembre de 2009. Un análisis
descriptivo de este principio puede encontrarse en el Protocolo No. 2 sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad, anexo al tratado.
Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su
aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
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La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
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participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Responsabilidad civil
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
El principio de subsidiariedad penal, o ultima ratio, establece que si la protección del conjunto
de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del derecho penal, habrá
que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave
y contundente.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Juan, Jorge de. La subsidiariedad como principio del orden social (en inglés). Consultado el 15
de noviembre de 2017.
Reforma del Estatuto de Autonomía de les Illes Balears. Artículo 112. Control del principio de
Subsidiariedad. El Parlamento de las Illes Balears puede ser consultado por las Cortes
Generales en el marco del proceso de control del principio de subsidiariedad establecido en el
Derecho Comunitario. Illes Balears, 2007.
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El principio de subsidiariedad es sobre todo un principio de competencia que señala qué nivel
jerárquico está habilitado para actuar en determinados casos. Así, cuando los ciudadanos
pueden alcanzar adecuadamente sus fines, las autoridades estatales son incompetentes para
entrometerse en sus asuntos. En este sentido, un asunto debe ser resuelto por la autoridad
(normativa, política o económica) más próxima al objeto del problema. El "principio de
subsidiariedad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea, según
quedó establecido por el Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992 y después
conocido como Tratado de la Unión Europea. Su actual formulación quedó plasmada en el
Artículo 5 (2), modificada por el Tratado de Lisboa desde el 1 de diciembre de 2009. Un análisis
descriptivo de este principio puede encontrarse en el Protocolo No. 2 sobre la aplicación de los
principios de subsidiariedad y proporcionalidad, anexo al tratado.
Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su
aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el derecho para
justificar la abstención de regulación [cita requerida].
El término subsidiariedad y su expresión sinónima «la acción subsidiaria» han sido introducidos
por la doctrina social de la Iglesia a partir de Pío XI, dando una acepción nueva al adjetivo
«subsidiario» y a su sustantivo matriz «subsidio».1 Por tanto, implica que todos los individuos
con niveles económicos superiores ayuden a los que se encuentran por debajo en su economía
siempre y cuando lo soliciten, para así evitar su anulación en la sociedad. Según la doctrina
social de la Iglesia, es el principio en virtud del cual el Estado ejecuta una labor orientada al
bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, sea por
imposibilidad sea por cualquier otra razón. Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que
se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse
por sí mismas en sus respectivos ámbitos.
La subsidiariedad dicta que la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más
cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume su función subsidiaria cuando
participa en aquellas cuestiones que, por diferentes razones, no puedan resolverse
eficientemente en el ámbito local o más inmediato.
El principio de subsidiariedad es aplicable en algunos campos del gobierno, la ciencia política,
el derecho, la cibernética y la gestión de toda índole.
La subsidiariedad fuerte tiene dos efectos jurídicos, uno positivo y otro negativo. Por el efecto
negativo, el ente superior resulta jurídicamente incompetente para intervenir en lo que es
propio de los entes inferiores. Por el efecto positivo, las autoridades superiores tienen el deber
de respeto, protección y promoción de la autonomía del ente inferior, dándose la prioridad de
iniciativa a las personas y entidades menores en las políticas que les atañan. Según la
doctrina,2 la subsidiariedad fuerte tiene cinco requisitos:
Que existan dos sujetos realmente distintos, con autonomía propia. Ello no se daría entre
gerente y contador de una empresa, porque los dos son cargos de una misma compañía que
tiene una sola subjetividad jurídica.
Que un sujeto sea superior a otro según algún tipo de potestad jurídica, pública o privada. Esto
resulta indispensable porque el núcleo duro del principio de subsidiariedad implica una
incompetencia del poder superior para intervenir sobre el ente inferior.
Que el inferior sea anterior al superior: el individuo frente a la familia, la familia frente a las
sociedades intermedias, las sociedades intermedias frente al estado, el estado frente a la
comunidad de naciones, etc.
Que el sujeto inferior tenga unas competencias y fines propios anteriores, que será justamente
aquello que el ente superior debe respetar.
Que el sujeto inferior pueda alcanzar de una manera adecuada sus fines y cumplir sus
cometidos con sus propios esfuerzos y recursos. Así, los orfanatos solo son razonables cuando
faltan los padres o cuando ellos no pueden cumplir de una manera mínima con su labor.
La “subsidiariedad débil” se da cuando falta uno o varios de estos requisitos, pero sus efectos
no necesariamente causan la incompetencia, ni dan la prioridad de iniciativa a los inferiores.
Con todo, cabe suponer que aquellos casos más similares a la subsidiariedad fuerte tienen
consecuencias jurídicas semejantes.
Responsabilidad civil
Entre los tipos de responsabilidad civil, se puede establecer una división teórica entre
responsabilidad principal y responsabilidad subsidiaria. El responsable subsidiario solo tendrá
que responder del deber impuesto al responsable principal si este no lo cumple, no lo puede
cumplir, o sencillamente, no existe.
De esta manera, primero habrá de actuarse contra aquel sujeto que cargue con la
responsabilidad principal, y solo si este falla, actuar contra el responsable subsidiario, que
habrá de responder por el total, sin perjuicio de que más tarde pueda repetir la obligación
contra el principal. En ningún caso, puede darse el sentido opuesto, es decir, que el acreedor
no puede tratar de saldar la deuda acudiendo primero contra el responsable subsidiario.
El principio de subsidiariedad penal, o ultima ratio, establece que si la protección del conjunto
de la sociedad puede producirse con medios menos lesivos que los del derecho penal, habrá
que prescindir de la tutela penal y utilizar el medio que con igual efectividad, sea menos grave
y contundente.
De esta manera, el derecho penal es utilizado como último recurso, exclusivamente para
cuando se trate de bienes jurídicos que no puedan ser protegidos mediante el derecho civil, el
derecho administrativo.
Subsidiariedad sancionatoria
De esta manera, la lógica penal establece que existe una vinculación entre la gravedad de la
pena y su grado de subsidiariedad. Así, inspirándose también en el principio de necesidad, se
establece que la pena más grave será subsidiaria, es decir, solo podrá darse en casos en los
que la alternativa menos grave no baste.
Referencias
Juan, Jorge de. La subsidiariedad como principio del orden social (en inglés). Consultado el 15
de noviembre de 2017.
Reforma del Estatuto de Autonomía de les Illes Balears. Artículo 112. Control del principio de
Subsidiariedad. El Parlamento de las Illes Balears puede ser consultado por las Cortes
Generales en el marco del proceso de control del principio de subsidiariedad establecido en el
Derecho Comunitario. Illes Balears, 2007.
Enlaces externos
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