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El renacimiento de Natalia Ponce de León

Lea apartes del revelador libro escrito por la periodista Martha Soto sobre este ataque con ácido.

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Hace un año, el país se conmovió al presenciar el ataque con ácido más violento de los últimos tiempos en el rostro y cuerpo de Natalia Ponce de León. Parte de su piel fue carcomida por el agente químico que terminó ‘salpicando’ a toda su familia. Sin embargo, la joven, de 33 años, renació con una fuerza interior con la que prueba que la barbarie sí se puede vencer.
El sábado, 25 de abril –en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá– Intermedio Editores lanza El renacimiento de Natalia Ponce de León, el nuevo libro de la periodista Martha Elvira Soto Franco, editora de la Unidad Investigativa de EL TIEMPO, en el que reconstruye el itinerario de Natalia desde el momento mismo del ataque hasta hoy. (Lea también: 10 momentos del caso Natalia Ponce de León, un año después)
Soto examinó expedientes judiciales, historias clínicas y leyes, habló con Natalia durante largas sesiones, entrevistó a familia y amigos, a investigadores, a sus cirujanos y terapeutas, a su abogado, Abelardo de la Espriella, y a todos aquellos que la han rodeado, para entregarnos esta impactante y aleccionante pieza de periodismo literario. EL TIEMPO publica hoy apartes de dos de los cinco capítulos que la propia Natalia presentará en rueda de prensa, el jueves 16 de abril, a las 3:30 p. m., en el salón ejecutivo del diario EL TIEMPO y en la Feria del Libro, en el salón León de Greiff, el 25 de abril, a las 4 p. m.
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Será lanzado, con la presencia de Natalia, el sábado 25 de abril a las 4 p. m. en el salón León de Greiff. En librerías, desde el 15 de abril. Foto: EL TIEMPO
Muerte y resurrección
Algunos jirones de la piel de Natalia Ponce de León fueron encontrados por su hermano Camilo en el piso de la casa, mezclados con sangre y con un líquido negro, de apariencia viscosa y de olor nauseabundo. Hacía unos minutos, un litro de ácido sulfúrico en su estado más puro le había sido lanzado empapándole su cara, labios, dorso de la lengua, párpados, oído izquierdo, antebrazos, abdomen, cadera y piernas. Varias gotas alcanzaron a entrar en su garganta, inflamándola y dificultándole respirar. (Lea también: 'En mi familia solo hay dolor y tristeza': madre de Ponce de León)
El ataque se produjo hacia las 5:20 de la tarde del jueves 27 de marzo del 2014 y cuando Natalia ingresó a la clínica Reina Sofía, de Bogotá, a las 6:18, el agente químico ya la estaba dejando ciega y seguía carcomiéndole el cuerpo, que empezó a tornarse gris.
Según registros internos, el médico de turno, Giovanny García, dio la orden de que fuera trasladada a una ducha en donde le retiraron la ropa y, por dos horas, la sometieron a un lavado directo con agua (...). A pesar de que sus signos vitales eran estables, necesitaban canalizarle la vena de inmediato para suministrarle medicamentos. Pero el procedimiento fue imposible porque por sus antebrazos también había escurrido parte del agente químico y registraban quemaduras severas. Tuvieron que instalarle un catéter de emergencia y solo hasta ese momento le comenzaron a dar analgésicos y aporte hídrico. Cuatro miligramos de morfina empezaron a entrar a su cuerpo, gota a gota, para adormecerla un poco y calmar el dolor que le causaba el ácido. (Lea también: Fiscalía pide 35 años de cárcel para agresor de Natalia Ponce de León).
Juan Carlos, su hermano mayor (de 36 años), llegó a la clínica minutos más tarde absolutamente desencajado. La ubicó en segundos entre los pacientes y se saltó a la fuerza los controles para estar a su lado. Incluso, alcanzó a entrar a la ducha en la que intentaban retirarle el ácido y ambos empezaron a llorar sin poder siquiera abrazase. Natalia estaba adolorida, agitada, desconcertada.
La pashmina negra que llevaba enrollada en el cuello, un préstamo de su prima Ángela, evitó que las quemaduras fueran peores. Sin embargo, ese día, Natalia Ponce de León Gutiérrez de Piñeres, de 33 años de edad, entró a las estadísticas oficiales y a la memoria colectiva de los colombianos como la persona que ha sufrido el ataque más agresivo con ácido en la historia reciente del país. Además, la de mayor afectación corporal, con una tercera parte de su cuerpo, frente a un promedio de 7,4 por ciento.
Ese jueves cayó una sombra sobre los Ponce de León que, poco antes de las 6 de la tarde, fueron notificados de lo que había sucedido. Inicialmente creyeron que le habían quemado un brazo para robarla, pero cuando la buscaron por una rendija de la puerta de la sala de reanimación, se dieron cuenta de la magnitud de lo ocurrido. Para ese momento, Natalia pedía que la dejaran morir. Afuera, su familia conoció un primer parte médico y se empezaron a enterar del horror al que había sido sometida la niña consentida de la familia Ponce de León, su núcleo, que hacía tan solo unos años había rechazado una propuesta matrimonial y otra de un concurso de belleza.
Paciente con quemaduras grado II y III en aproximadamente el 35 por ciento del área de superficie corporal total (…) con compromiso en cara y labios, tórax, hombro y lesiones extensas en la cara externa de ambos brazos, antebrazos, manos, dedos y muslos (…). Además, compromiso de ambas córneas”, decía el informe.
Familiares, amigos y allegados a los Ponce de León copaban la sala de urgencia e hicieron calle de… dolor cuando fue remitida al Simón Bolívar. Algunos guardaron silencio, otros le tocaron las manos y lanzaron frases de apoyo, dando por hecho que ya iba ciega.
“Si me quedo ciega no sigo, me suicido”, pensaba Natalia y así se lo alcanzó a decir a su mamá, Julia Gutiérrez de Piñeres mientras llegaban a urgencias.
Cinco minutos antes de las 11 de la noche de ese 27 de marzo, finalmente ingresó al Hospital Simón Bolívar, acompañada de su hermano Camilo, y de inmediato los médicos especialistas en este tipo de lesiones activaron el código rojo para darle prioridad al caso. Ya habían pasado 5 horas y 40 minutos después del ataque.
“Cuando me empezaron a cortar el pelo me sentí muerta ¡Jesús, qué está pasando, esto va hondo! No sabía dónde estaba. Tenía una sábana sobre mi cuerpo pero me moría de frío (...). Pensaba, ¡cómo terminé acá, esto es el infierno!’ ”.
La primera intervención se inició sin contratiempos aunque las gotas de ácido que alcanzaron a entrar a la garganta de Natalia complicaron el ingreso del tubo que la iba a ayudar a respirar. El cirujano plástico Jorge Luis Gaviria Castellanos llegó ese día al hospital a cubrir un turno inusual y cuando supo del caso, decidió ingresar al quirófano, enterarse de la situación y hacerse cargo de la intervención. Durante seis horas le retiró la piel que el ácido le destrozó y extendió la de varios donantes muertos sobre el 24 por ciento de su cuerpo, incluida la cara, que estaba literalmente en carne viva. En total, Gaviria usó 2.000 centímetros cúbicos de epidermis de cadáveres para protegerla de una infección que la hubiera llevado al colapso. La cirugía fue exitosa, pero al tercer día del ataque, el ácido seguía actuando y Gaviria decidió intervenirla de nuevo.
“El químico seguía avanzando y, de hecho, suele ser más agresivo a las 12 horas de haber sido usado (...). Lo más probable era que perdiera su nariz, que ya estaba negra, y también toda la piel al nivel del abdomen, que parecía un cartón (...). Al final, en la cara no le quedó ningún pedazo de piel, todo era músculo y grasa”, explicó Gaviria.
(...) A pesar de las fatales consecuencias, la estructura de la cara de Natalia no estaba contraída ni deformada. Por eso, en la quinta cirugía, Gaviria tomó la decisión de iniciar la reconstrucción de su rostro y de empezar a injertarle su propia piel. Según Gaviria, para que alguien se recupere del tipo de quemaduras profundas que ella recibió, requiere de cerca de 60 intervenciones grandes y pequeñas… 60 muertes y resurrecciones.
Supervivencia
Hay días en los que Natalia no quiere levantarse de su cama. La depresión llega a niveles tan altos que piensa en no seguir. Su mamá oye cómo llora en silencio bajo la ducha y a veces cancela sus compromisos y se encierra en ella misma, en sus temores y horrores.
Al principio, caminaba encorvada, ensimismada, en silencio, con los ojos hacia abajo y lanzaba frases de rabia. Decidí empezar a hacer los ejercicios con ella y la acompañaba a las sesiones de fisioterapia para replicarlas luego en la casa. No le aceptaba los ‘no quiero’ iniciales. Le tocaba la espalda para que corrigiera la postura y poco a poco se fue disciplinando y volviendo a vivir. De pronto, empezó a caminar como antes, con su andar especial, suave, rítmico (heredado de Julia, su ‘ma’) y con su cabeza arriba”, dice su tío Alejo.
Desde entonces, los días de depresión son cada vez menos.
“Descubrí que soy muy fuerte. Nunca creí que resistiera tanto dolor, que la vanidad pasara a un segundo plano. Me miro al espejo y encuentro mis rasgos, mi nariz y un poco de mi boca. Las pestañas ya me crecieron y ahí están mi ojos, por los que tanto sufrí”, dice mientras revisa documentos y sonríe escuchándose a ella misma.
Animada por una fuerza interior, se levanta todos los días, se desayuna y recibe a su hermano Camilo y a su prima ‘Toti’ para someterse a los masajes en cuerpo y cara por una hora y media. “En esas sesiones pasa de todo. Lloramos, reímos, nos damos cuenta de los avances y salen ideas, como la de crear mi fundación para ayudar a otras mujeres quemadas, a que otras Natalias puedan obtener la ayuda que yo he recibido” (...).
“Hace unos meses, con mi mano izquierda no podía levantar un vaso. Y en la derecha tenía quemaduras en mis dedos que me obligaban a usar una férula para que el pulgar no se me pegara a los otros por la cicatrización. Hoy, ya estoy levantando cuatro kilos en las pesas (...). Todo está en la cabeza, si uno de desea, lo hace”. ( Lea aquí: Natalia Ponce interpretó a víctima de ataque con ácido en casting)
Según su tío Alejo, la energía de su sobrina está canalizada hacia su autocuración, como elemento liberador: “No le otorga un solo segundo al odio o a la venganza y eso se refleja en el equilibrio que ha ido recuperando en su cuerpo y alma, que están concentrados en la sanidad. Su fuerza la ha mantenido en un plano de la realidad absoluto. Es una convencida de que la vida vale la pena vivirla y desde el primer día se dio cuenta que quedó más viva que antes”.
Nadie sabe de dónde sale la fuerza con la que Natalia respira de nuevo, piensa de nuevo y sueña de nuevo. Pero ahí está y su voz es el canal por el que se puede palpar con mayor facilidad esa energía de origen desconocido. La relación con su familia y con la gente que la rodea se ha convertido en su muralla contra la adversidad. Mirar más allá del presente y el planear el futuro, con fechas, horas y metas exactas, la está alejando rápidamente del día del ataque.
“¿Qué veo en el espejo? pues a una persona quemada. Pero me doy cuenta de los avances y de la suerte que he tendido. Sé que voy para adelante. Todo radica en mi mente”, dice con convicción. La adversidad se le convirtió en un motor para reinventarse, reconstruirse por dentro y por fuera y subir a un nivel superior. En eso está concentrada las 24 horas del día. (Lea también: 'No solo es violencia contra la mujer, hay hombres agredidos como yo')
Almuerza hacia las 4 de la tarde y dedica el resto del día a trabajar en una investigación que le encomendó el Ministerio del Interior, sobre el fenómeno de quemaduras con ácido. Además, saca tiempo para discutir con asesores de congresistas el contenido de la ley que busca endurecer las penas por este delito y trabaja en un documental sobre el tema, que ya tienen el apoyo de una cadena internacional, cuya investigación ya arrancó.
Es rápida mentalmente, está alerta, es inteligente, frentera y sagaz. Pero a la vez, amorosa y generosa. Se ríe con facilidad y disfruta del amor que recibe.
Ese ritmo y su disciplina han hecho que su rehabilitación vaya a una mayor velocidad: cinco meses de adelanto con respecto a otros procesos similares, lo que hace prever mejores resultados en poco tiempo. Ya no se pregunta por qué lucha sino para qué: hacer visibles a las otras Natalias y darles toda la ayuda que ella ha recibido.
“Sé que estoy hecha para hacer algo grande y lo estoy haciendo. La vida me está dando la oportunidad de acabar con esto. Hay muchos casos en la impunidad y después del mío se han registrado cerca de ocho más. Las autoridades deben hacer algo y la sociedad también porque esto le puede pasar a cualquiera”, dice. (Lea también: Autorizan examen siquiátrico a agresor de Natalia Ponce)
(...) Además de las ganas de sanación personal, en cuerpo y alma, del amor de su familia y del apoyo de otros ‘ángeles’, hay otro motor que mueve a Natalia a saltar de la cama cada mañana.
“Quiero que todas las Natalias reciban el mismo apoyo y amor que yo he recibido. Que tengan fácil acceso al Glayderm, a las máscaras de Uvex, a la hidroterapia, al apoyo psicológico y psiquiátrico, a la justicia. Que estos casos no queden impunes nunca más y que el rigor de la justicia evite que sigan en aumento. También quiero visitar la cárcel donde está mi agresor, mirarlo a los ojos y decirle que no le guardo ningún rencor. Y que me mire y compruebe que ¡aquí está Natalia Ponce de León Gutiérrez de Piñeres, viva. ¡Míreme!
Datos sobre la autora
Martha Elvira Soto Franco es comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana y magíster en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Lleva 20 años en la Unidad Investigativa de EL TIEMPO y desde 1999 es su editora. Durante este tiempo se ha dedicado a cubrir temas sobre paramilitarismo, despojo de tierras, narcotráfico y corrupción estatal y privada. Es conferencista de fundaciones como el Centro Carter, la SIP y el Ipys en temas de acceso a la información, entrenamiento de reporteros investigativos y cobertura periodística del narcotráfico y el lavado de activos. Ha sido catedrática de tres universidades, es analista del canal EL TIEMPO y autora de libros de investigación. Ha ganado más de una docena de premios de periodismo investigativo y económico.
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