NO FUE HASTA EL SIGLO X, QUE ESAS CONDICIONES COMENZARON A CAMBIAR Y LAS POBLACIONES ESTRATÉGICAS ACOMETIERON LA MEJORA DE SUS DEFENSAS MILITA- RES. Y, entre otras fortificaciones, se levantaron los puentes; en un primer momento, de vigas de madera, para luego pasar a la piedra que garantizaba una duración sin límite de tiempo.
Para los constructores de estos puentes y sus usuarios, se trataba de obras muy gratificantes, porque les ahorraban los peligros que suponían las enfurecidas aguas de los ríos, que obligatoriamente debían cruzar cuando estaban en camino.
UNA NUEVA ERA
A día de hoy, dado el creciente interés por el rico y variado patrimonio medieval europeo, los estudios y análisis no sólo se circunscriben a los edificios religiosos, sino también a los civiles y militares. Dentro de este atractivo escenario, cabe mencionar el incuestionable valor de los puentes, desde muy diversos puntos de vista: arquitectónico, histórico, económico, simbólico y, por qué no, estético.
Muchos de aquellos puentes construidos durante los siglos medievales han perdido su primitiva utilidad, pero continúan siendo una sorpresa visual de primer orden para quien se topa con ellos, sobre todo si, como suele suceder, se encuentran enclavados en bellísimos parajes rurales.
A lo largo de los siglos románicos y con el nacimiento de la movilidad de las gentes y las mercancías de unos lugares a otros, a lo que, además, no era ajeno el trasiego de peregrinos, se hizo imprescindible la edificación de nuevos puentes, así como la reconstrucción de los de origen romano que aún perduraban.
Una serie de características comunes unifican a los puentes de los primeros siglos del Medioevo y también de los que se fueron levantando con posterioridad a lo largo de toda la