CUANDO ENTRAS EN LA BASÍLICA DE SAN-TA MARÍA LA MAYOR, EN LA ETERNA ROMA, UNA DE LAS BELLEZAS QUE MÁS LLAMAN LA ATENCIÓN ES EL AR-TESONADO DORADO DEL TECHO. Fue diseñado y ejecutado por los hermanos Giuliano y Antonio de Sangallo por orden del papa Alejandro VI Borja, entre 1494 y 1495. La tradición romana explica que el oro empleado para decorarlo fue regalado por Isabel la Católica: era el primer cargamento aurífero llegado desde las Indias, y, ¿qué mejor uso podía darle a ese oro la Católica, sino entregárselo a un Papa?
Estas son las historias en las que uno piensa cuando rememora la conquista de América desde el lado español: historias de barcos cargados de oro, historias de conquistas gloriosas en condiciones durísimas, historias de éxito y épica. La épica de Colón descubriendo un nuevo mundo contra todo pronóstico; de Hernán Cortés conquistando México, o de Francisco Pizarro conquistando a los incas del Perú. Es un himno al nacimiento del Imperio español.
Pero tras esa música, como en todos los grandes discos, se esconde una cara B de lo más interesante. Una historia en la que la épica se torna en tragedia sin fin, en desgracia, hambre, locura, traición y desengaños. Historias que acaban en muerte, en expediciones estúpidas, en decisiones pésimas…
Y es que, si incluso las tres grandes historias de éxito de la conquista de América estuvieron plagadas de desventura, ¿cómo les iría a los demás?
Contemplar la conquista a través de los ojos de otros exploradores menos afortunados permite vislumbrar