Entender a los niños
Por Silvio Crosera
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Entender a los niños - Silvio Crosera
EDICIONES.
Introducción
Este libro constituye un intento de acercar a padres y maestros al complejo mundo de los comportamientos y actitudes de los niños en edad preescolar y escolar. Se han recogido las preguntas dirigidas con mayor frecuencia al psicólogo, que ha tratado cada tema de manera informal y familiar. Así se ha hecho accesible a todo el mundo el universo de la psicología de la edad evolutiva, que se enriquece día a día con nuevas observaciones y teorías.
El mundo cambia... ¿y los niños de hoy son iguales que los de antes? ¡Parece que también ellos hayan cambiado! Desde el punto de vista físico han ganado estatura; desde el punto de vista intelectual muchos son vivaces y precoces, utilizan las tecnologías mejor que sus padres. Pero ¿sus problemas son los mismos que también afrontaron en sus tiempos mamá y papá? ¿Y si no fuese así? ¿Cómo se trata un problema nuevo con instrumentos viejos? Tal vez convenga detenernos en las nuevas cuestiones que nuestros hijos se plantean y nos plantean.
El adulto no puede pretender convertirse en creador improvisado de nuevas modalidades de solución de problemas sólo porque tiene experiencia en la vida. Debemos reconocer que la experiencia se obtiene en unas circunstancias determinadas, las cuales, por una serie de motivos complejos, se han modificado en una generación.
¿De verdad, dirá alguno, no basta la experiencia? Las preguntas de nuestros hijos son sólo en parte las que nosotros planteamos a nuestros padres. Además, debemos reconocer cierto adelanto en la formulación de las preguntas por parte del niño. A propósito del sexo, de la muerte, de la justicia, del sentido de la vida, se puede decir que el momento de las preguntas llega muy pronto, en estrecha relación con el progreso de la expresión oral del pequeño.
La experiencia de los padres en el papel de niños, alumnos, compañeros de juegos, hijos o nietos vivida en el pasado es importante para ellos mismos. Difícilmente podrá utilizarse como modelo para las nuevas generaciones que están creciendo. Con esta afirmación no pretendo poner en tela de juicio valores como la amistad, la solidaridad y el cariño entre hermanos, que se mantienen universales, sino su interacción con las experiencias sociales y la realidad, sin duda distintas respecto a los periodos anteriores.
El autor ha afrontado los diversos problemas según un enfoque que tiene en cuenta, por un lado, las más recientes teorías psicopedagógicas y, por el otro, la experiencia de treinta años de actividad con niños y padres enfrentados con los problemas de la vida cotidiana. Para facilitar la lectura, los temas se han dividido en cuatro grupos:
● «Hablémoslo entre mamá y papá» (en que se tratan cuestiones generales que deberían discutirse en familia antes de ciertos acontecimientos, como viajes, separaciones, etc.).
● «A propósito del colegio» (donde se afrontan los problemas especialmente relacionados con el ambiente escolar y la instrucción).
● «¿Y el tiempo libre?» (que contiene referencias al deporte, la vida social y los intereses).
● «Otros problemas de quien crece...» (con reflexiones a propósito de problemas particulares, como el pipí en la cama, los caprichos, las palabrotas y las mentiras).
Una última observación: como es lógico, ningún libro, aunque oriente al adulto para escuchar a los niños, puede sustituir la aportación de un experto y, sobre todo, el tiempo que debe dedicarse a los hijos. Sin embargo, el simple hecho de que esté leyendo estas páginas es señal de que quiere ocuparse de los pequeños intentando tomar conciencia de su forma de ser, de hacer y de saber en la realidad actual.
¡Feliz lectura!
Hablémoslo
entre mamá y papá
El acuerdo educativo
Asumir una función educativa significa tomar conciencia de los propios comportamientos y actitudes, así como de su repercusión en la relación con el niño que hay que educar
Hay que reconocer que la forma de asumir este tipo de responsabilidad deriva en gran parte de la propia experiencia como hijo y como alumno. Además, las experiencias culturales (en sentido amplio) y las relaciones interpersonales iniciadas vienen a confluir en una idea de niño que hay que educar y de itinerario que hay que proponer.
Alcanzar un acuerdo educativo, o sea, una implantación lo bastante coherente de puntos de referencia que inspiren con constancia la acción de los padres, obliga a las dos partes a hablar de sí mismas, de sus propias vivencias infantiles, de sus propias experiencias con las figuras adultas, hasta llegar a la persona en la que se han convertido hoy.
Por lo tanto, una base importante para alcanzar este objetivo será un buen nivel de comunicación entre ambos miembros de la pareja.
Es evidente que esta regla también resulta válida para quienes se hallan en situación de separación o divorcio y que ya no viven bajo el mismo techo. Por el bien de los hijos este plano de intercambio, o sea, el acuerdo educativo, nunca debería faltar.
Acuerdo no quiere decir anulación de la propia forma de ser y de actuar para satisfacer las necesidades del otro o de los hijos. Significa expresarse a sí mismo, escuchando qué tiene que decir el otro, tener en cuenta la «materia», es decir, el niño con el que se deberá interactuar y también el ambiente circundante, que de forma creciente toma iniciativas pseudo o paraeducativas con respecto al niño (televisión, medios de comunicación, publicidad, asociaciones, etc.).
¿Por qué, sobre todo durante la edad evolutiva del hijo, es importante que el padre y la madre sintonicen la misma longitud de onda y sean percibidos como personas que comparten ideales y valores, aunque sea con matices distintos? Porque eso refuerza la imagen positiva que el niño tiene de sí mismo: recibir respuestas coherentes, constantes y serenas por parte de las figuras paterna y materna de referencia genera equilibrio y seguridad.
Recordemos también que los padres, de forma individual o en pareja, están expuestos a ataques de oposición por parte del niño y que gran parte de su equilibrio futuro dependerá de las respuestas que estos hayan sabido dar en esas ocasiones especiales. Por ejemplo, para crecer, el niño necesita vivir y demostrar sentimientos alternos de odio y amor.
Pues bien, quien recibe estos ataques jamás debe responder con la misma moneda, sino elaborar lo que está sucediendo. ¿Cómo? Recibiendo el impulso (odio o amor), trabajándolo un poco como adulto y respondiendo de forma atenuada, teniendo en cuenta la disparidad de roles: «Papá y mamá son mayores (up) y yo —como pequeño— estoy debajo (down)». El riesgo es que, si no se respeta la distancia, sea el niño quien sufra.
Si son los dos quienes soportan los ataques, se responde mejor, es decir, sin extremar la relación y evitando que se creen unas «gangrenas emotivas» difíciles de eliminar.
Como decíamos al principio, una función educadora requiere una toma de identidad y responsabilidad: «Yo soy tu padre (o yo soy tu madre) y decido que, en este caso...» El origen de una parte sólida de la seguridad que el niño alcance en su interior radica precisamente en esta afirmación.
No debemos tener miedo de tomar posición. Si, por el contrario, nos mantuviésemos inmóviles o diésemos unas respuestas contradictorias o ambivalentes, el niño se encontraría desfavorecido y desarrollaría inseguridad, falta de autoestima y una gran vulnerabilidad.
Cómo responder a sus preguntas
Buscar juntos las respuestas es divertido y, sobre todo,
ayuda al niño a alcanzar una capacidad muy importante:
aprender a aprender
Desde que el niño nace hasta la época de las preguntas (en torno a los 3 o 4 años), los padres atentos y las personas que lo rodean le ofrecen sin cesar explicaciones sobre «cómo» y «por qué», incluso en la conversación normal, y responden a sus necesidades.
La necesidad de respuestas
El recién nacido tiene ya una mímica facial y una expresividad de todo el cuerpo que indican con claridad una exigencia de información, es decir, la necesidad de recibir respuestas. Los padres, antes incluso de que el niño aprenda a hablar, se comunican con él y responden a sus demandas a través del cuerpo, los movimientos, los gestos y la entonación de la voz, entrando en relación con el recién nacido.
El porqué de las preguntas
A veces el niño necesita una confirmación, algo o alguien que lo tranquilice sobre la ausencia de peligro del mundo exterior, o bien sobre el hecho de que él es un buen niño, y por lo tanto es amado y aceptado. En otros casos querrá demostrar su apego respecto a una persona o un objeto; en otros, por último, querrá saber más sobre las cualidades y las funciones de cierta cosa que ha suscitado su interés.
La época de las preguntas es fisiológica para cada niño. Resulta oportuno considerar que muchas veces, en la edad preescolar, un «por qué» del niño es un «cómo», es decir, una demanda de explicaciones no sólo formales, sino prácticas. Ello puede observarse cuando el niño no muestra satisfacción alguna después de recibir explicaciones sobre el porqué de algo; en realidad, él desea conocer también el procedimiento, es decir, la serie de fases que determinan un acontecimiento: una vez que se ha partido de cierta condición, ¿cómo se genera un fenómeno determinado?
La función del ambiente
Ya de recién nacido, el niño está integrado en un ambiente rico en estímulos; en la sociedad actual, a medida que crece, la realidad le lleva a hacer un gran número de preguntas. Por consiguiente, el adulto puede hallarse en la situación de no poder dar una respuesta inmediata y satisfactoria a todo lo que le pregunta el niño.
En la situación ideal, el niño debería recibir los estímulos (de los que proceden las preguntas) en presencia del padre o de los hermanos mayores, de forma que a estos a su vez se les facilite la tarea de responder o puedan proporcionar respuestas diversas y articuladas, ofreciendo una red más amplia de significados y explicaciones.
Las respuestas que espera el niño
A veces, para responder a una pregunta de un niño dándole plena satisfacción simplemente hay que proporcionar un dato.
Así sucede cuando, respecto a un acontecimiento o experiencia, se trata de responder a demandas (llamadas secuenciales) como «¿cuándo?», «¿cuánto?», «¿dónde?», «¿y luego?».
Sin embargo, otras veces el niño pregunta también «¿por qué?», «¿cómo?» y «¿y si en cambio…?», es decir, recurre a hipótesis propias respecto a la pregunta o a las respuestas que se le han dado.
Precisamente en este caso es necesario reflexionar sobre cómo y qué responder.
En efecto, si el niño no está convencido o satisfecho de las respuestas recibidas volverá al tema; recuerda muy bien qué se le dijo en su momento y, si las respuestas eran incompletas, tratará de verificarlas con nuevos datos, señal de que está creciendo y comprendiendo.
El niño espera con toda naturalidad que el adulto (que es… mayor) sepa responder con rapidez y precisión, y sobre todo que dé satisfacción a todas sus demandas de información. Hay que tener en cuenta que, según la actitud de sus interlocutores, el niño es fácil de condicionar desde muy pequeño.
Así, hay niños que hacen preguntas más complicadas, porque ya han aprendido la misma forma de ver el mundo de los adultos que viven junto a ellos, y niños que formulan preguntas poco complejas y se conforman con respuestas pobres.
Aprender a aprender
La función principal del educador consiste en ayudar a alcanzar objetivos de madurez en todos los aspectos de la persona.
Es muy importante darles a los niños «instrumentos» que puedan utilizar en caso de necesidad, en lugar de ofrecer siempre soluciones inmediatas a cada demanda.
Se trata de enseñarles a los niños a encontrar las soluciones «reestructurando» o «utilizando» los datos en su poder, es decir, reordenando los conocimientos que ya poseen y enriqueciéndolos cada vez con nuevos datos.
Nos preocuparemos de tener en casa los instrumentos imprescindibles para moverse en el ámbito de los conocimientos (diccionario, atlas geográfico, enciclopedias, revistas), buscando como es lógico entre los más adecuados para la edad del niño.
Por último, no olvidemos que tener autonomía en la vida significa también saber pedir ayuda a quien puede sernos útil.
Muchas personas pueden convertirse en interlocutores valiosos para nuestros hijos si los acostumbramos a no tener miedo a preguntar. Pensemos, por ejemplo, en cuántos fracasos escolares se pueden atribuir al temor a pedir explicaciones a quien, al fin y al cabo, está ahí precisamente para eso.
Papá está siempre fuera por trabajo
El riesgo de la marginación deriva siempre de una comunicación defectuosa. Por ello hay que mejorar la calidad de las relaciones con los métodos más diversos, con creatividad, al estar juntos
Una de las situaciones habituales en el ámbito de la familia mononuclear (padres e hijos) es la vivida por el niño cuando uno de los padres pasa