Aprovecha el tiempo con tu hijo: Cómo tomar la mejor decisión sobre el cuidado del bebé
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El libro es una guía para que las familias decidan a partir de la información y del análisis de cada situación.
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Aprovecha el tiempo con tu hijo - Eulàlia Torras de Beà
esferas.
1.
Apego.
Lo esencial de la crianza
La crianza son los cuidados que le dedicamos al bebé para que crezca bien biológica y psicológicamente. Lo esencial de la crianza es la relación de apego que el bebé establece con su madre cuando ella lo alimenta al pecho y es quien se ocupa centralmente de él. Si el padre se encarga con regularidad del niño, si atiende sus necesidades y juega con él, el pequeño también establece con él una relación de apego. Esta relación es de carácter biológico y emocional, y se expresa en la intensa vinculación entre el bebé, la madre y el padre. Las emociones que lo componen se infiltran en el «diálogo», las interacciones, los juegos, las miradas, las sonrisas y los gestos, cuando padres e hijo están juntos, cuando lo bañan, lo alimentan, lo pasean, etcétera. De estos estímulos mutuos depende el desarrollo del cerebro y de las funciones psíquicas del bebé. Vemos, pues, la gran importancia de la crianza, que integra emociones y cuidados del bebé, en el eje vertebrador del diálogo entre los padres y su hijo. Al hablar de crianza hay quien solamente piensa en la alimentación y la higiene, como si estas dos funciones lo abarcaran todo. En cambio, a pesar de que, sin duda, se trata de funciones definitivamente importantes, si las separamos del vínculo y de las interacciones con la madre y el padre, se vuelven inespecíficas y mecánicas. Este tipo de cuidado mecánico que puede realizar cualquier persona, aunque no conozca al bebé, se da con mucha frecuencia. Mostraré este tipo de relación en una observación hecha en un «jardín maternal».
Así pues, no se trata solo de cuidar bien del bebé para que esté feliz, que evidentemente también, sino que estamos hablando de algo tan fundamental como su evolución personal y la de su cerebro. La mejor crianza, por tanto, será aquella que produzca un desarrollo mejor de este órgano, de las funciones psíquicas que dependen de él y del equilibrio emocional del bebé, puntos en los que se basa toda la vida del individuo. Hoy en día se conoce bien la importancia del desarrollo del cerebro y de los factores que lo facilitan.
Al nacer, el cerebro es inmaduro, moldeable y conserva aún una gran plasticidad, gracias a la cual las experiencias que el bebé vive se imprimen en él y modifican su anatomía y su funcionamiento o fisiología. Se dice que «la experiencia deja una huella», y cuando las experiencias son positivas, activan y permeabilizan las vías nerviosas, y el cerebro del bebé progresa, madura.
Creo que estaremos de acuerdo en que, en condiciones normales, todos los padres quieren a sus hijos y desean lo mejor para ellos. Todos quieren ofrecer la mejor crianza posible a su bebé, y cada uno escoge aquello que entiende como lo mejor. Así, unos padres deciden criar a su hijo en casa, personalmente, mientras que otros prefieren que el hijo vaya a alguna institución donde lo cuiden, como una guardería o una madre de día, y otro grupo puede preferir otra opción, la que sea. Esta variedad de elecciones probablemente se debe a distintas formas de entender la función de la crianza, lo que necesita el niño y lo que pueden aportar los padres y las instituciones cuidadoras.
Desde mi experiencia profesional con niños y adolescentes, y también gracias a lo que nos han enseñado las investigaciones que se mencionarán a lo largo del libro, considero que, en condiciones normales, los padres son los cuidadores naturales y privilegiados del bebé y del niño pequeño. Son ellos los que, por su preparación emocional a lo largo de las cuarenta semanas que dura el embarazo, pueden ofrecer la respuesta más coherente con las necesidades emocionales y biológicas de su hijo. Es sobre todo la madre quien se prepara también biológicamente durante esas cuarenta semanas y desarrolla sensibilidad, intuición y capacidad instintiva. Es ella quien dialoga con su bebé y contribuye a crear las bases de sus tan importantes funciones psíquicas. El padre puede favorecer esta relación mientras cultiva su propia relación y su comunicación con su hijo.
Por otro lado, creo que el bebé también tiene mucho que decir en todo esto. Como veremos, él, desde el mismísimo momento del nacimiento, diferencia y reconoce a su madre y establece con ella una relación de apego que la señala como su cuidador principal. Se trata de la potente fuerza biológica que une el bebé a su madre y que constantemente indica lo que el bebé necesita para una evolución sana y estable.
En cuanto a las guarderías y otras instituciones de crianza, por supuesto que no son una novedad de estos últimos decenios, sino que de una u otra forma han existido siempre y han cumplido la función de atender a los niños cuando los padres, por las razones que fuese, no podían hacerlo. Lo nuevo, en todo caso, es el lugar y la función que han ido tomando en la sociedad, pues hay padres que, como primera elección, acuden a este tipo de crianza. Además, las guarderías son una necesidad social para aquellos otros que en un momento dado necesitan ayuda para cuidar a sus hijos y prefieren buscarla en estos centros o no tienen otra opción. Por supuesto que la tarea que desempeñan los profesionales que trabajan en ellos es muy valiosa y necesaria.
Un asunto importante que planteo en este trabajo, nada fácil de resolver porque depende de lo que cada uno entienda por necesidades del bebé y necesidades laborales de los padres, es la cuestión de la conciliación real entre estas necesidades. Este encaje requiere que los padres puedan contar con unas condiciones económicas, legales y laborales adecuadas a su función de crianza como para poder atender personalmente las necesidades del bebé. Es importante también tener claro lo que la crianza aporta al crecimiento saludable del bebé, porque se organizará según este se entienda y pondrá en juego elementos esenciales del desarrollo emocional del bebé, de su personalidad, de su inteligencia y de sus capacidades sociales. Es importante, además, diferenciar bien una conciliación real de la pseudoconciliación, que consiste en institucionalizar al bebé mientras los padres trabajan. Esto a menudo se presenta como si se tratara de una conciliación real cuando las necesidades del bebé o las de los padres quedan invisiblemente desatendidas.
Pero conseguir las ayudas económicas y laborales justas y necesarias de las instituciones que tienen la responsabilidad de otorgarlas para una conciliación real entre las necesidades de los niños y el trabajo de los padres no puede ser tarea de unos cuantos, sino que es necesario que sean muchos los que estén dispuestos a dar los pasos necesarios para conseguirlas.
2.
El cerebro y sus funciones.
Investigaciones por neuroimagen
(IRMf)
3
La evolución del bebé, las capacidades que desarrolle y su grado de salud al llegar a adulto dependen de factores biológicos constitucionales y de la crianza y de las experiencias que viva. El desarrollo psicológico depende, especialmente, del desarrollo del cerebro. Hoy en día, gracias a las investigaciones por neuroimagen, conocemos bien la anatomía y el funcionamiento o fisiología del cerebro. En el pasado se creía que al nacer el cerebro ya había completado su desarrollo, que tenía el número de neuronas y la estructura que conservaría durante toda la vida. Se suponía que con el envejecimiento o en caso de producirse lesiones perdía neuronas, que su estructura se empobrecía y que no se podía reparar.
Desde hace tiempo se sabe que las cosas no son así: al nacer el cerebro no es un órgano terminado e inmodificable, sino que a lo largo de toda la vida continúa evolucionando, modificándose y madurando a base de integrar las «huellas» de las experiencias que el individuo vive. Esta evolución está influida por factores favorables o desfavorables, y entre los más importantes está la crianza que el bebé recibe. La plasticidad del cerebro, más acusada especialmente al principio de la vida, favorece que las experiencias que el niño vive se inscriban en él e influyan en su evolución. Por estas razones no hay dos cerebros iguales y, como dicen Ansermet y Magistretti (2006), A cada cual su cerebro.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), nuestro premio Nobel (en 1906), enunció la hipótesis de que las experiencias se inscribían en el cerebro e iban dejando marcas sobre él que se hacían cada vez más profundas hasta llegar a la edad adulta. Deducía esto de la observación de la superficie más bien lisa del cerebro del recién nacido en comparación con las rugosidades, marcas y hendiduras del cerebro adulto, marcas distintas en cada uno de ellos, en relación con el funcionamiento y con la patología. Su gran intuición pasó a ser conocimiento científico cuando avanzó la técnica y con los instrumentos modernos pudo estudiarse el cerebro en vivo, es decir, mientras las neuronas funcionan, mientras el cerebro trabaja. Con estas técnicas se han estudiado los procedimientos por los cuales las experiencias lo moldean. Como han dicho también los autores citados, «la experiencia deja una huella».
En cuanto a las características anatómicas, al nacer, el cerebro humano posee unos cien mil millones de neuronas o células nerviosas, que son las neuronas de las que está dotado ese individuo. Cada neurona tiene un cuerpo, las dendritas o arborizaciones, que salen del cuerpo de la neurona y pueden conectar con otras neuronas, y un axón o cilindro eje, que sale también del cuerpo de la neurona y es una prolongación larga que irá a formar los «cables conectores» a los que llamamos «nervios». El proceso de maduración del sistema