La hora de la verdad
Por Allison Leigh
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El sofisticado magnate Dane Rutherford había llegado a Lucius, Montana, con una sola cosa en la mente: vengarse. Pero sus planes cambiaron en el mismo momento en el que Hadley Golightly entró en su vida chocándose contra su coche. Dane tenía que mantener su misión y su nombre en secreto, pero también tenía que vivir bajo el mismo techo que Hadley hasta que el coche estuviera reparado. Y aunque había prometido mantenerse alejado de aquella virginal belleza, no tardó en darse cuenta de que no podía resistirse a la atracción que aquella mujer ejercía sobre él...
Allison Leigh
A frequent name on bestseller lists, Allison Leigh's highpoint as a writer is hearing from readers that they laughed, cried or lost sleep while reading her books. She’s blessed with an immensely patient family who doesn’t mind (much) her time spent at her computer and who gives her the kind of love she wants her readers to share in every page. Stay in touch at www.allisonleigh.com and @allisonleighbks.
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La hora de la verdad - Allison Leigh
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Allison Lee Davidson. Todos los derechos reservados.
LA HORA DE LA VERDAD, N.º 1556 - Diciembre 2012
Título original: The Truth About the Tycoon
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1256-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Capítulo 1
La camioneta salió justo delante de él.
Dane Rutherford lanzó un juramento mientras giraba el volante. No le dio a la parte trasera del vehículo por muy poco. Pasó tan cerca que pudo ver el pánico reflejado en los grandes ojos de la conductora.
Siguió blasfemando mientras intentaba recuperar el control del coche. Y, aunque había logrado evitar el primer impacto, no pudo evitar rozar al otro automóvil la segunda vez.
Si la mujer no se hubiera asustado, no habría pasado nada. Pero se asustó.
Primero, giró hacia un lado, luego hacia el opuesto. Dane volvió a lanzar un juramento mientras evitaba darle a la chica una vez más; pero la carretera estaba muy deslizante y era tan estrecha que no pudo impedir salirse a la cuneta. Entonces, se olvidó de la otra mujer y de lo que diría Wood cuando se enterara de que había roto su coche. Lo único que pudo hacer fue prepararse para el impacto.
El coche era viejo; pero el árbol con el que chocó era más viejo aún, y duro como una roca.
Al menos, el choque evitaría que siguiera deslizándose.
Hadley no se podía creer lo que había pasado. Delante de ella, el coche rojo parecía un acordeón. Estaba tan preocupada por el otro vehículo que se olvidó de ella misma y de sus problemas. Cuando por fin reaccionó, ya no pudo recuperar el control del coche y chocó contra un poste kilométrico.
Permaneció un rato sentada, inmóvil, agarrada al volante.
El motor gruñó y crujió. Aquellos ruidos la hicieron reaccionar y parar el coche antes de que fuera demasiado tarde.
Más trabajo para Stu.
Meneó la cabeza para aclarar las ideas y miró hacia el otro coche. La cuneta donde había caído era tan profunda que apenas podía verlo.
—Por favor, que esté bien —murmuró ella casi sin aliento mientras abría la puerta para salir.
La carretera estaba llena de nieve y hielo y, en su apresamiento por llegar al otro coche, se cayó al suelo. Con dificultad, se levantó y, entre patinando y el gateando, logró llegar hasta el otro lado.
—Por favor, que esté bien —su voz sonó como una plegaria.
No podía llegar hasta el lado del conductor por lo que se asomó a la ventana contraría y vio que el hombre tenía la cabeza apoyada contra el volante. Había sangre por toda la luna delantera donde, obviamente, se había dado con la cabeza. Estaba claro: el coche no tenía air bag.
Al ver tanta sangre sintió miedo.
—¡Eh! —llamó ella, intentando abrir la puerta con desesperación. Pero la puerta no se abría. El motor seguía en marcha y los ojos de él, cerrados.
—¡Dios mío! ¡Que esté bien!
Volvió a golpear el coche. Con tanta fuerza que le dolía la mano.
Entonces, volvió a mirar por la ventana. Parecía que su pecho se movía. Sí, se estaba moviendo.
«Gracias, Dios mío».
Estaba vivo.
Hadley salió de la cuneta y, pisando con firmeza para no caerse, se dirigió hacia su coche. Sentía tanto frío en los dedos que apenas podía abrir la puerta de su camioneta. Pero al final, lo logró. Se echó sobre el asiento del piloto y agarró su bolso que se había caído en el suelo. Lo sacó y buscó en su interior su teléfono móvil. Marcó un número con dificultad y, luego, se dirigió hacia el otro coche con el teléfono pegado a la oreja.
—Shane, por favor, contesta el teléfono.
Volvió a dar la vuelta alrededor del coche y a aporrearlo.
—¡Por favor, despierta! ¡Vamos! ¡Oh, Shane! —le dijo a su hermano cuando éste respondió la llamada—. Gracias a Dios. Ha habido un accidente... no, no te preocupes estoy bien.
El hombre del coche se movió.
Ella volvió a golpear el coche.
—¡Abra la puerta!
El hombre levantó la cabeza. Levantó sus largas pestañas oscuras y mostró sus ojos azules.
—Eso es, eso es —dijo ella, como si estuviera hablándole a un buen perro.
Entonces, se dio cuenta de que su hermano estaba gritando su nombre.
—Perdona, Shane. Estamos a unos quinientos metros del cruce del taller de Stu. Lo mejor es que mandes una ambulancia —desconectó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo. Inmediatamente, el aparato comenzó a vibrar de nuevo. Ella lo ignoró porque estaba preocupada por el hombre del coche que se estaba tocando la cabeza. Al retirar las manos se quedó mirando la sangre que había en ellas.
—¡Abra la puerta! —volvió a decir ella, esa vez con más énfasis.
Entonces él la vio. Se incorporó un poco, la miró e hizo una mueca. Ella pudo leerle los labios y supo que estaba lanzando un juramento. Decidió tomar aquello como una buena señal.
Él se movió lentamente y levantó el seguro. Ella tiró con fuerza de la puerta y, rápidamente, se lanzó sobre el asiento para apagar el motor.
El coche quedó en silencio. El corazón de ella latía cada vez más deprisa, tanto que pensó que él podría verlo botar en su pecho. Lo miró y se dio cuenta de que estaba casi en su cara. Una cara muy atractiva. Se retiró rápidamente.
—¿Quién diablos le enseñó a conducir? —su voz era profunda, aunque sólo era un murmullo.
Ella intentó no sentir vergüenza.
—Mi padre, Beau Golightly.
El hombre se movió, gruñó un poco y ella le puso el brazo sobre el hombro.
—Es mejor que no se mueva. Una ambulancia está en camino.
Hadley se estiró una manga e intentó limpiarle la sangre de la frente. Él cerró su mano sobre la de ella; una mano sorprendentemente fuerte.
—No necesito una ambulancia.
—Pero, está sangrando.
—¿Cree que no me he dado cuenta?
Entonces, oyó el ruido de una sirena.
—Probablemente mi hermano también venga; es el sheriff.
Durante un instante, el otro conductor la miró y, sin decir nada, se desabrochó el cinturón de seguridad. Se asomó por la ventanilla y vio que el coche estaba destrozado.
—¿De verdad sabe conducir?
—En realidad, era usted el que iba a toda velocidad —dijo ella a la defensiva.
Él hizo una mueca y a ella le pareció escuchar algo; aunque no lo podía asegurar con toda certeza debido al ruido de la sirena de la ambulancia. Miró hacia la carretera y, enseguida, vio a Palmer y a Noah deslizándose por la carretera hacia ellos.
Palmer la recorrió con la mirada.
—¿Estás herida, Hadley?
Ella negó con la cabeza y señaló hacia el conductor.
—Él está... él está...
—Bien —dijo el hombre
—... sangrando. Mucho.
En aquel momento, apareció por la curva el coche de la policía y ella dejó escapar un suspiro al saber que en él venía su hermano. Mientras tanto, Palmer y Noah ayudaron al extraño a salir del vehículo.
Cuando el hombre salió, Hadley se dio cuenta de que era tan alto como Palmer, o más. Y eso que su amigo era muy alto.
Bueno, al menos podía ponerse en pie.
Su hermano gritó su nombre. Ella estaba mirando al trío pues el hombre herido se había liberado de la ayuda de los otros y estaba con las manos y las rodillas sobre la nieve inspeccionando su coche.
Parecía que tenía un buen trasero.
—¡Hadley!
Ella cerró los ojos, se llenó de paciencia y se giró hacia su hermano. La cuneta cada vez estaba más resbaladiza debido a que la temperatura seguía bajando con la caída de la tarde.
—Ayúdame a subir —pidió ella.
Quizás la voz de Shane había sonado dura, pero su rostro era el vivo reflejo de la preocupación. Mientras la ayudaba a subir, la recorrió con la mirada para ver si estaba bien. Su expresión se llenó de alivio; aunque no se relajó del todo: él era el sheriff.
Estaba claro que Hadley no estaba herida, pero el otro coche accidentado tenía mal aspecto.
Hadley tembló, ojalá su chaqueta fuera tan abrigada como la de su hermano. Pero ella la había comprado sólo porque era bonita, no porque fuera abrigada. Normalmente, era una chica muy práctica; pero, en ese caso, había hecho una excepción.
Los tres hombres estaban mirando el coche, mirándolo como si les diera pena. Bueno, desde luego, tenía mal aspecto. Era un coche viejo, aunque estaba muy bien pintado y la parte trasera parecía en perfecto estado. Sin embargo, a ella le preocupaba más el conductor y el daño que se había hecho que el vehículo. Por amor de Dios, sólo era un coche. Y el hombre todavía estaba sangrando. Se notaba, porque al pasarse la mano por la frente, la veía brotar de nuevo.
Volvió con resolución hacia el coche.
—¿No creéis que deberíais estar atendiéndolo a él? —les dijo señalando al hombre herido.
El pelo se le estaba llenando de copos de nieve. Entonces, volvió a fijarse en aquellas pestañas largas y espesas, demasiado bonitas para un hombre. El color de sus ojos era azul metálico. Hasta aquel momento, nunca había sabido lo que significaba aquello.
Ahora lo sabía muy bien. Muy... muy bien.
Hizo un esfuerzo por calmarse y dio un paso hacia atrás, entonces, volvió a perder el equilibrio; pero antes de que llegara al suelo, él la agarró.
—¿No eres muy cuidadosa, verdad? —observó él.
En lugar de caer hacia atrás, acabó encima del hombre. ¡Y menudo hombre!
Su imaginación echó a volar y se encontró preguntándose si su cuerpo sería tan fornido como aparentaba.
Pisó con firmeza obligándose a enderezarse. Los hombres como él no se fijaban en las mujeres como ella, especialmente en una mujer que le había enviado contra un tronco.
—Yo no iba rápido —señaló él de nuevo. Ella se sintió mal porque en realidad no sabía si el hombre iba deprisa o no. Había estado tan concentrada en sus hermanos y en lo pesados que se ponían con su inexistente vida amorosa, que había salido del cruce sin mirar si venía alguien.
Shane, Palmer y Noah seguían mirando el coche.
—Mmm... quizá no os hayáis dado cuenta, pero todavía está sangrando —dijo ella señalando hacia él. Entonces, se dio cuenta de las huellas que había dejado en su abrigo. Huellas de sangre.
Él también se dio cuenta y se disculpó.
—Perdone.
Ella dejó escapar un suspiro y se giró. Escaló hacia la carretera y volvió a la ambulancia para abrir la puerta de atrás. Del interior sacó una caja de gasas y se limpió las manos. Después tomó un puñado de paquetes y volvió hacia donde estaba el hombre.
Notó que le empezaban a doler las piernas de tanto subir y bajar. Abrió uno de los envoltorios y sacó las gasas para limpiarle la frente al hombre.
Él se quejó y le quitó la mano.
—¿Qué está haciendo?
—Estoy intentando ayudarlo —le recordó ella. Pero si el hombre no quería ayuda pues lo que él quisiera. A ella no le gustaba meter la nariz donde nadie la llamaba. A diferencia de algunas personas que conocía muy bien y cuyo nombre no iba decir. Le dio las gasas a él y le dio un codazo Palmer.
—Tengo cosas que hacer.
—Espera un momento —Shane la agarró del brazo—. Hay que hacer un informe sobre el accidente.
Pues claro. ¡Qué tonta! Sintió que se ponía colorada y deseó que el hombre no se diera cuenta. Miró hacia él rápidamente y notó que la estaba mirando.
—Bueno. Pero, ¿podemos hacerlo en otro sitio? quizá nos hayáis dado cuenta, pero hace un poco de frío —de su boca salía vaho mientras hablaba. Desde el día de Año Nuevo, hacía una semana, no había dejado de nevar.
Sintió alivio cuando su hermano asintió.
Shane le dijo que esperara dentro del coche y ella le obedeció. Inmediatamente, sintió el calor que salía por las rejillas y puso las manos delante de la calefacción.
El informe era lo más normal; no tenía por qué preocuparse. Lo peor que podía pasar era que le subieran las tasas del seguro
Otra vez.
Se volvió a frotar las manos y se llevó los dedos a la boca para calentarlos con su aliento. Le encantaba vivir en Lucius, Montana. Pero tenía que reconocer que los inviernos eran muy duros y en muchas