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Amor ardiente
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Libro electrónico208 páginas4 horas

Amor ardiente

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Información de este libro electrónico

Lise tenía motivos de sobra para odiar a Judd Harwood. Tenía información de primera mano, proporcionada por su ex mujer, sobre el despiadado magnate. Así que, aunque para ella tenía un atractivo irresistible, no se podía imaginar que iba a pasar una noche de pasión ardiente con él...
Judd necesitaba una niñera para su hija, Emmy. Aunque sabía que era un error, Lise aceptó el trabajo. Le parecía el mejor modo de ahorrar mucho dinero para tomar un nuevo rumbo en su vida profesional.
Entonces supo que iba a tener un niño de Judd. Lise se encontró ante una dolorosa encrucijada: si se marchaba, le haría mucho daño a Emmy. Si se quedaba, su embarazo se descubriría y Judd querría casarse con ella...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 mar 2016
ISBN9788468780436
Amor ardiente
Autor

Sandra Field

How did Sandra Field change from being a science graduate working on metal-induced rancidity of cod fillets at the Fisheries Research Board to being the author of over 50 Mills & Boon novels? When her husband joined the armed forces as a chaplain, they moved three times in the first 18 months. The last move was to Prince Edward Island. By then her children were in school; she couldn't get a job; and at the local bridge club, she kept forgetting not to trump her partner's ace. However, Sandra had always loved to read, fascinated by the lure of being drawn into the other world of the story. So one day she bought a dozen Mills & Boon novels, read and analysed them, then sat down and wrote one (she believes she's the first North American to write for Mills & Boon Tender Romance). Her first book, typed with four fingers, was published as To Trust My Love; her pseudonym was an attempt to prevent the congregation from finding out what the chaplain's wife was up to in her spare time. She's been very fortunate for years to be able to combine a love of travel (particularly to the north - she doesn't do heat well) with her writing, by describing settings that most people will probably never visit. And there's always the challenge of making the heroine s long underwear sound romantic. She's lived most of her life in the Maritimes of Canada, within reach of the sea. Kayaking and canoeing, hiking and gardening, listening to music and reading are all sources of great pleasure. But best of all are good friends, some going back to high-school days, and her family. She has a beautiful daughter-in-law and the two most delightful, handsome, and intelligent grandchildren in the world (of course!).

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    Vista previa del libro

    Amor ardiente - Sandra Field

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Sandra Field

    © 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Amor ardiente, n.º 1260 - marzo 2016

    Título original: Expecting His Baby

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Publicada en español en 2001

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-8043-6

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Había una mujer en la cama.

    Una mujer extraordinariamente atractiva.

    Judd Harwood se quedó quieto, mirando fijamente la figura dormida que se escondía bajo la colcha blanca de hospital. Se había equivocado de habitación. Estaba buscando a un hombre, no a una mujer. Pero en vez de salir y preguntar por la dirección correcta, Judd siguió en su sitio, mientras sus ojos de color azul pizarra escudriñaban a aquella mujer. Tenía una bolsa de hielo que le envolvía el hombro derecho y parte del brazo. Estaba muy pálida; un hematoma en la curva del mentón sobresalía en contraste con su piel blanquecina. ¿Había tenido un accidente de coche, o se había caído en el hielo? ¿O se trataba de algo peor? Desde luego, no se trataba de una violación.

    Cerró los puños con fuerza en un gesto de furia contenida. ¿Podría haber sido su marido? ¿O su amante? Habría golpeado a ese bastardo si hubiera tenido oportunidad. Primero lo hubiera tumbado y luego habría preguntado. Pero, ¿acaso no estaba reaccionando de un modo exagerado? Se trataba de una mujer que no conocía, de la que no sabía nada.

    No tenía por costumbre salir en defensa de mujeres desconocidas. Tenía cosas mejores que hacer con su tiempo.

    Apretando la mandíbula, Judd devolvió toda su atención a la mujer. Tenía las cejas arqueadas y los pómulos levemente hundidos. Notó cómo le asaltaba el deseo de acariciar la curva que el óvalo de su rostro dibujaba desde el ojo hasta la comisura de la boca. «Una boca para besar», pensó con la garganta seca. La mujer dormía. Judd sintió una enorme curiosidad por saber de qué color serían sus ojos. ¿Grises como nubes de tormenta? ¿Marrones como la tierra mojada? Era pelirroja, aunque esa palabra no hacía justicia a una melena rizada del color del fuego.

    Fuego.

    Esa palabra trajo a su mente una oleada de imágenes de pesadilla y Judd sintió un escalofrío. No tenía tiempo para esto. Necesitaba encontrar al bombero que había salvado a Emmy para agradecerle de todo corazón su intervención y regresar junto a su hija. Emmy estaba sedada y tardaría varias horas en despertarse, tal y como le había explicado el doctor. Pero Judd no quería correr riesgos.

    Entonces, ¿por qué seguía allí parado?

    Con el ceño fruncido, salió de la habitación procurando no mirar el nombre de la paciente escrito en el historial, que colgaba a los pies de la cama. Una enfermera, cuyo uniforme estampado era una explosión de color, corría hacia él por el pasillo vacío.

    –Perdone, estoy buscando a un bombero que ha sido ingresado a primera hora de la tarde. Rescató a mi hija y necesito verlo para darle las gracias. Pero ni siquiera sé cómo se llama.

    La enfermera, con la respiración entrecortada, le devolvió una sonrisa.

    –De hecho, se trata de una mujer. Pero no creo…

    –¿Una mujer? –repitió Judd sin comprender.

    –Así es –reconoció la enfermera, cuya sonrisa era menos amistosa–. También hay mujeres en los grupos de rescate. Está en la habitación 214. Pero dudo que haya vuelto en sí.

    Ese era el número de la habitación en la que había entrado por error. Mientras procuraba recuperar el autocontrol, Judd se excusó con cierta brusquedad.

    –Me he equivocado al creer que se trataba de un hombre. Gracias por su ayuda.

    –Si quiere hablar con ella, es mejor que espere a mañana. No se la dará el alta hasta el mediodía.

    –De acuerdo. Gracias.

    La enfermera desapareció por el pasillo. Lentamente, Judd regresó a la habitación 214. La mujer seguía exactamente en la misma posición que hacía unos minutos. El borde de la sábana se mecía suavemente al compás de su respiración. Se acercó a la cama, mirándola como si quisiera imprimir en su memoria cada rasgo, asaltado por la extraña sensación de que le recordaba a alguien conocido. Pero, ¿quién? No sabría decirlo y se fiaba de su memoria. Con toda seguridad, era la primera vez que la veía. No podría haberla olvidado. La perfección de su estructura ósea. La suave firmeza de las muñecas. Los dedos, largos y fuertes, abarquillados sobre la colcha de algodón.

    Dedos sin anillos. ¿Es que no estaba casada?

    Llevaba las uñas sucias. Bueno, era algo normal. Al fin y al cabo, trabajaba como bombero.

    Era la mujer que había salvado a su hija. Judd no necesitaba cerrar los ojos para recordar la espantosa escena que lo había recibido cuando el taxi que le traía desde el aeropuerto Dorval de Montreal lo dejó frente a su casa.

    Aferrado a su maletín, Judd vio tres coches de bomberos aparcados en el césped con las luces rojas brillando en la oscuridad. Los bomberos, vestidos con chaquetas amarillas, gritaban sin parar, escupiendo órdenes en un intercomunicador. El agua silbaba al salir de las mangueras enrolladas. Una gran humareda negra nacía en la azotea, flanqueada por lenguas de fuego que aparecían y desaparecían sin descanso. Por un momento, Judd parecía aturdido, anclado a la tierra. El corazón le latía con tal fuerza que acallaba todos los demás sonidos. Conocía el miedo. Por descontado. Algunas de las situaciones que había vivido en su pasado le vinieron a la cabeza. Pero nunca había sentido nada tan devastador como el terror que, en aquellos momentos, le atenazaba cada nervio y cada músculo de su cuerpo al pensar en Emmy atrapada en ese infierno de humo y fuego.

    Una escalera metálica, apoyada sobre el muro, había alcanzado las ventanas de la casa. El ala en el que dormía Emmy…

    Judd corrió en esa dirección, llamando a su hija. Cuatro policías saltaron sobre él, lo agarraron de los brazos y trataron de retenerlo. Un quinto policía se abalanzó sobre él cuando había logrado escapar. En ese momento, Judd vio un bulto pequeño salir por la ventana. Otro bombero, de pie en la escalera, lo sujetó en sus brazos. Judd lanzó un grito sordo, al tiempo que el bulto pasaba a manos de otro bombero. En ese instante, el policía soltó a Judd.

    Corrió con todas sus fuerzas a través del césped helado. En el momento en que el bombero depositó sobre sus brazos el cuerpo de Emmy, el pánico en la mirada de su hija le cortó como un cuchillo y la levedad de su cuerpo le llegó al corazón.

    Abrazó a su hija con fuerza y subió a la ambulancia que estaba esperando. Mientras subía, aún tuvo tiempo de echar un último vistazo a la azotea por encima del hombro, bañada por innumerables chispas que, en otras circunstancias, habrían resultado un espectáculo asombroso. Una viga ennegrecida golpeó al bombero que había sacado a Emmy por la ventana. A pesar del casco, la figura se tambaleó y a punto estuvo de caer. Judd, con una mezcla de terror y fascinación, vio como otro bombero, desde lo alto de la escalera, agarraba la manga amarilla de la chaqueta y levantaba a pulso a su compañero hasta el alféizar carbonizado. El gesto fue aclamado por todos los que seguían la acción desde abajo. Entonces Judd se volvió, protegiendo a Emmy de las llamas y las luces vacilantes.

    Judd volvió a la realidad con una sacudida y se humedeció los labios. Emmy, pese al humo que había inhalado, estaba fuera de peligro. Después de que la hubieran dormido con un tranquilizante, había decidido buscar al bombero con quien había contraído una deuda de gratitud que nunca podría pagar.

    La mujer de la cama.

    No podía medir más de un metro setenta y cinco. Sus rasgos carecían de la perfección de los de Angeline: la nariz ligeramente aguileña, la boca demasiado grande. Angeline era su ex mujer, la madre de Emmy. Una modelo de fama mundial, que nunca se habría dejado sorprender con las uñas sucias.

    No quería pensar en ella. La elegancia en los movimientos, las miradas de asombro, una figura seductora y los ojos de un azul profundo. Ahora no. Se habían divorciado cuatro años atrás, y en ese tiempo apenas había tenido noticias suyas.

    La mujer se movió ligeramente, musitando algo entre dientes. Las pestañas temblaron un segundo. Pero enseguida suspiró y su respiración se acompasó de nuevo. De algún modo, en medio del torbellino de humo y fuego, y en plena oscuridad, aquella mujer había encontrado a Emmy y la había llevado hasta la ventana para ponerla a salvo en manos de un compañero.

    Judd caminó hasta situarse a los pies de la cama y, sin apenas esfuerzo, comenzó a leer los datos claramente consignados en el historial médico. El nombre de la mujer no tardó en aparecer: Lise Charbonneau. Edad: veintiocho años.

    Entonces frunció el ceño y su mirada adquirió la determinación que muchos de sus socios habrían reconocido sin dificultad. El nombre de soltera de Angeline también era Charbonneau. Y una de sus primas menores se llamaba Lise. La había conocido en su boda, hacía un montón de años.

    No podía tratarse de la misma persona. Serían demasiadas coincidencias seguidas.

    Pero recordaba que Lise, con trece años, ya tenía una larga melena pelirroja. Y sus pómulos ya anunciaban esa elegancia innata. También había usado un corrector dental y tenía el aspecto desgarbado de un potro salvaje, carente de buenos modales. Aunque sus ojos eran, ya por entonces, de un verde tan intenso como la primavera, y su forma almendrada llamaba la atención.

    Rebuscó en su memoria. ¿Acaso no se había criado con Angeline y Marthe, la madre de Angeline, tras la trágica muerte de sus padres? ¿Y no habían muerto en un incendio?

    ¿Era esa la razón que había impulsado a Lise Charbonneau a hacerse bombero?

    La prima de Angeline había salvado a la hija de Angeline… una extraña e increíble ironía. Al pensar en ello, decidió que lo mejor sería avisar a su ex mujer. Él mismo siempre había sido carne de cañón para los periodistas. No quería que Angeline se enterase de lo ocurrido en las noticias.

    Pero la mujer volvió a moverse y dejó escapar un breve gemido. Judd concentró toda su atención en ella y se situó en la cabecera de la cama, mientras asistía a la lucha que aquella mujer mantenía por recuperar la conciencia. «También recuperará la conciencia del dolor», pensó Judd amargamente, mientras agarraba el timbre que colgaba sobre la almohada y aplacaba el impulso de tomar entre sus dedos un mechón de pelo, un cabello que podría calentar el corazón de un hombre.

    –Está bien. He llamado a la enfermera –susurró con delicadeza.

    La joven parpadeó varias veces antes de abrir completamente los ojos y enfocarlos sobre Judd. Eran de un verde claro y brillante, exquisitamente formados. Pese a la tensión del momento, Judd esperó a que ella hablara.

    El contorno de aquel hombre aparecía borroso, vibrando al tiempo que sentía las punzadas de dolor en el hombro. Lise bizqueó y procuró combatir el embotamiento que le producían el dolor y los calmantes. De esta forma, pudo obtener una visión más clara, más nítida y del todo reconocible.

    Judd. Judd Harwood. De pie junto a su cama, la estaba mirando con una intensidad que hizo que su corazón saltara en su pecho. «Ha venido por mí», pensó entre mareos. Por fin. El caballero en su brillante armadura, su príncipe azul… ¿Cuántas veces, en su juventud, había soñado con un despertar así? El cuerpo robusto, de anchas espaldas y caderas pequeñas, la mandíbula cuadrada y una vitalidad rebosante: Había estudiado ese cuerpo tanto como el suyo propio. Lo había estudiado y había suspirado por él. Sin esperanzas. Porque durante todos esos años, Judd había estado enamorado de Angeline.

    Pero ahora era como si todos los sueños de juventud se hubieran fundido, y hubiera despertado para encontrar al primer hombre al que había amado mirándola con tanta pasión que podía sentir el calor en cada miembro de su cuerpo. Siempre había estado locamente enamorada de él, en silencio, pese a ser el marido de su prima. ¿Cómo podía no amarlo? Para una adolescente solitaria e impresionable, las miradas y el fuerte carácter de Judd habían provocado el mismo desgarro que el filo de un hacha haciendo astillas su inocencia. Desde entonces había vivido una profunda desilusión, al comprobar cómo sus pequeñas ensoñaciones acababan hechas pedazos en el mundo de los adultos.

    Judd Harwood. El marido infiel de su querida prima Angeline. El hombre que había negado a Angeline la custodia legal de su propia hija, demasiado ocupado en amasar una gran fortuna para jugar otro papel que el de padre y marido ausente. Un vividor con una amante en cada puerto.

    «Pero, ¿qué está haciendo él junto a mi cama?», se preguntó, mientras intentaba poner en claro sus pensamientos. ¿Y dónde estaban? Porque eso no era un sueño. El dolor sordo y punzante en el hombro y la sensación de tener un millón de agujas pinchándole los ojos eran muy reales. Y él también lo era, desde luego. Notó como el cabello, antaño fuerte y moreno, había comenzado a encanecer en las sienes. Pero los ojos seguían teniendo esa cualidad camaleónica entre el azul y el gris, y la mandíbula irradiaba más arrogancia que nunca.

    –¿Dónde? –preguntó con voz ronca.

    –He avisado a la enfermera –contestó con voz profunda de barítono, que confirmó lo que ella ya sabía–. No te muevas, llegará en un minuto.

    –Pero, ¿qué estás haciendo…?

    La puerta se abrió y entró la enfermera. Avanzó directamente hasta la cama, sin dejar de sonreír a Lise.

    –Veo que se ha despertado. Pero, por su expresión, yo diría que no se encuentra demasiado bien. Aumentaré el goteo del calmante. Eso la aliviará el dolor del hombro.

    Haciendo gala de una exquisita profesionalidad, la enfermera le

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