Amante sin alma
Por Abby Green
4.5/5
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Información de este libro electrónico
Aunque habían pasado ya diez años desde que Tiarnan Quinn la rechazara de un modo humillante, las heridas de la famosa modelo Kate Lancaster aún no se habían cerrado. Podía tener a cualquier otro hombre, pero aquel millonario con el corazón de hielo tenía algo que hacía que le flaquearan las piernas, y cuando la invitó a pasar unos días en su lujosa villa de la Martinica no fue capaz de negarse.
Sabía que Tiarnan no podía darle lo que quería, amor verdadero y una familia, pero, durante esos días de relax con sus noches de pasión en aquel paraíso tropical, empezaría a descubrir que tras la pétrea fachada se escondía un hombre muy diferente.
Abby Green
Abby Green spent her teens reading Mills & Boon romances. She then spent many years working in the Film and TV industry as an Assistant Director. One day while standing outside an actor's trailer in the rain, she thought: there has to be more than this. So she sent off a partial to Harlequin Mills & Boon. After many rewrites, they accepted her first book and an author was born. She lives in Dublin, Ireland and you can find out more here: www.abby-green.com
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Comentarios para Amante sin alma
9 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Súper bien ? me encantó ? desestresante,que siga así el autor
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Amante sin alma - Abby Green
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Abby Green
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amante sin alma, n.º 2471 - junio 2016
Título original: Mistress to the Merciless Millonaire
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8114-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
De PIE junto a la pila bautismal de piedra, Kate Lancaster miraba con cariño a su ahijada de dos meses, mientras el sacerdote derramaba el agua bendita sobre su coronilla. La ceremonia estaba celebrándose en la pequeña y antigua capilla de la propiedad en la que se alzaba el nuevo hogar de Sorcha, su mejor amiga: un impresionante château a las afueras de París. La misma capilla en la que nueve meses atrás se había celebrado su boda, en la que ella había tomado parte como dama de honor.
Querría poder concentrarse en las palabras que estaba pronunciando el sacerdote, pero le resultaba difícil por culpa del hombre alto y guapo que tenía a su derecha: Tiarnan Quinn. Era el hermano mayor de Sorcha, y también había estado en la boda, ejerciendo de padrino.
Kate trató de acallar como pudo el dolor de su corazón. Detestaba que esos sentimientos tuvieran que aflorar precisamente en ese momento, estropeando una ocasión tan hermosa y especial.
Pero ¿cómo ignorar el dolor cuando aquel hombre era quien había aplastado sus ideales, esperanzas y sueños? Sin embargo, no podía culpar a nadie más que a ella misma. Si no se hubiese empeñado en… No, no iba a volver otra vez a entrar en ese bucle, se dijo atajando esos pensamientos. Hacía tanto de aquello que no podía creer que siguiese afectándole de ese modo, como si aún estuviese reciente.
Normalmente, evitaba a Tiarnan por todos los medios, pero de allí no podía huir porque eran los padrinos de la pequeña.
Resistiría. Si había sobrevivido al día de la boda también podría sobrevivir a aquello. Y luego se alejaría de él y confiaría en que algún día dejase de afectarle de esa manera. Claro que… ¿cuánto tiempo llevaba esperando que eso ocurriera?
Se notaba la mandíbula rígida de tenerla apretada, y la espalda tensa como las cuerdas de un violín. Intentó centrarse en Sorcha y su marido, Romain, que parecían ajenos a todo excepto a ellos mismos y a su hijita, Molly.
Romain la tomó con ternura de los brazos del sacerdote y, cuando Sorcha y él se miraron con complicidad, Kate sintió celos de lo enamorados que se les veía.
Encontrar el amor, formar una familia… Eso era lo que ella quería, lo que siempre había querido. Tiarnan se movió y su brazo rozó el suyo, haciéndola tensarse aún más. Contra su voluntad, alzó la vista hacia él; fue incapaz de contenerse. Se sentía atraída por él, como una polilla abocada a una muerte segura por el brillo irresistible de la llama de una vela.
Justo en ese momento, Tiarnan bajó la vista hacia ella, y a Kate le dio un vuelco el corazón y se le cortó el aliento. Él frunció ligeramente el ceño y la escrutó con la mirada, como si estuviera rebuscando en su alma, tratando de destapar sus secretos. La había mirado del mismo modo en la boda y le había costado un horror mantenerse serena e impasible.
Sus ojos traidores descendieron a la boca de Tiarnan, delatándola. Se moría por que la besara, por que la estrechara entre sus brazos… por que la mirara como Romain miraba a Sorcha. Nunca había deseado nada de todo aquello con otro hombre.
Cuando levantó la vista se encontró con que aún estaba mirándola y supo que estaba perdida. Los sentimientos que despertaba en ella estaban alzándose como un tsunami y no podía disimularlos, atrapada como estaba por su mirada. Estaba segura de que podía leerlos en su rostro, y al ver oscurecerse sus ojos azules le flaquearon las piernas.
Nunca la había mirado de un modo tan intenso, tan elocuente… tenía que ser cosa de su imaginación. Lo que pasaba era que aquello la superaba y era tan patética que estaba proyectando sus anhelos en él.
Capítulo 1
Un mes más tarde. Hotel Four Seasons, en el centro de San Francisco
Kate se sentía como un trozo de carne, más de lo habitual, pero hizo de tripas corazón y esbozó una sonrisa profesional mientras la puja continuaba. El incesante parloteo del conocido actor de cine que estaba dirigiendo la subasta la estaba poniendo nerviosa. A pesar de tener años de experiencia como modelo, se sentía tremendamente incómoda con todas las miradas fijas en ella.
–Veinticinco mil. Veinticinco mil dólares ofrece este caballero sentado aquí delante –estaba diciendo el actor en ese momento–. ¿Alguna puja más alta?
Kate contuvo el aliento al ver la sonrisa repulsiva del hombre al que iluminó el foco: Stavros Stephanides, un conocido magnate griego, dueño de una compañía naviera. Era bajo, calvo, gordo y viejo, y sus ojos ratoniles la devoraban. Solo le faltaba relamerse los labios.
Por un instante, Kate se sintió horriblemente vulnerable y sola, allí de pie bajo los focos, y un escalofrío la recorrió. Si no pujaba alguien más…
–¡Ah! Parece que tenemos a otro caballero interesado al fondo, y ofrece nada menos que treinta mil dólares.
Un profundo alivio inundó a Kate, que guiñó los ojos para intentar ver, a pesar de que las luces la deslumbraban, a quien fuera que acababa de subir la puja.
Parecía que los técnicos de iluminación también estaban intentando encontrarlo. El haz de luz del foco móvil iba de un hombre a otro entre el público, pero todos se reían y agitaban la mano para dar a entender que no había sido ninguno de ellos. Parecía que el nuevo postor estaba decidido a permanecer en el anonimato. Bueno, fuera quien fuera no podría ser peor que tener que ser besada, delante de toda esa gente, por Stavros Stephanides.
–¡Vaya!, y ahora el seños Stephanides ofrece cuarenta y cinco mil dólares… ¡Las cosas se están poniendo interesantes! Vamos, amigos, veamos si hay alguien más dispuesto a rascarse un poco más el bolsillo. No pueden dejar pasar la oportunidad de besar a una señorita tan encantadora y a la vez donar para una causa benéfica tan noble.
A Kate volvió a darle un vuelco el estómago ante la determinación del magnate griego, pero el actor vio movimiento al fondo, entre las sombras.
–¡Cincuenta mil dólares ofrece nuestro postor misterioso! Señor, ¿por qué no viene usted aquí delante para que podamos verle?
Nadie se movió y, sin saber por qué, a Kate se le erizó el vello de la nuca. El rostro de Stephanides, que se había vuelto para intentar ver a su oponente, se contrajo en una mueca casi cómica de indignación. Luego, cuando un hombre se acercó por el pasillo y se inclinó para susurrarle algo al oído, su rostro se ensombreció. Era evidente que acababan de ponerle al corriente de la identidad del misterioso postor.
Stephanides gruñó y volvió a subir la puja. A cien mil dólares. A Kate se le cortó el aliento al oír la exorbitante cifra y la sonrisa forzada en sus labios flaqueó.
De pronto, la gente empezó a cuchichear al fondo de la sala, y el misterioso postor, con una calma abrumadora, subió la puja a doscientos mil dólares. Parecía que su calvario estaba lejos de terminar.
A Tiarnan Quinn no le gustaba ser el centro de atención. De hecho, era la discreción personificada en todos los aspectos de su vida, tanto en lo que se refería a su fortuna, como a su trabajo, y por supuesto a sus asuntos personales.
Tenía una hija de diez años, y aunque nunca había llevado la vida de un monje, tampoco exhibía a sus conquistas, cuidadosamente escogidas,, en las revistas de papel cuché, como gustaban hacer otros multimillonarios divorciados.
Y ninguna de las mujeres que habían pasado por su cama había ido por ahí contando sus intimidades. Compraba generosamente su silencio para que no se sintieran tentadas de traicionar su confianza, siempre las dejaba antes de que las cosas se complicasen, y se aseguraba de que su vida privada siguiese siéndolo.
Precisamente por eso ninguna de esas mujeres había conocido a su hija, Rosalie, porque no tenía intención de volver a casarse. Presentárselas a Rosie sería darles unas confianzas que reservaba solo para su familia.
Y, sin embargo, allí estaba, pujando en una subasta benéfica por un beso de Kate Lancaster, una de las modelos con más caché del mundo. Era la primera vez en mucho tiempo que había decidido mandar a paseo la discreción. Deseaba a aquella mujer como jamás había deseado a ninguna, y aunque aquel deseo había estado forjándose durante años, solo en ese momento se había permitido reconocerlo y creer que podría saciarlo.
Volvió a centrar su atención en Kate, y tuvo la sensación de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Y era extraño porque era una sensación que solía asociar a los negocios, no a un deseo insatisfecho.
Quizá fuera porque finalmente se había permitido volver a pensar en ello, en aquel momento de diez años atrás, pero había sido como abrir las compuertas de una presa. No había ido más allá de un beso, pero estaba grabado a fuego en su memoria.
Echar el freno aquella noche había requerido de todo su autocontrol y toda su fuerza de voluntad, y desde entonces había considerado a Kate como un terreno vedado por varias razones: por lo obsesionado que lo había dejado aquel beso, aunque jamás lo reconocería, porque entonces ella no era más que una chiquilla, y porque era la mejor amiga de su hermana.
Aún recordaba cómo lo había mirado a los ojos, como si pudiese ver a través de ellos y llegar hasta su alma. Como si hubiese querido que él llegase también a la de ella.
Había vuelto a mirarlo así hacía solo unas semanas, en el bautizo de su sobrina. Y de nuevo él había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimir su deseo y permitir que Kate volviera a esconderse en su caparazón.
Pero en ese momento Kate ya no era una niña, y estaba decidido a averiguar si lo que había visto en sus ojos significaba lo que creía. Una ráfaga de calor lo recorrió mientras la miraba. Llevaba un vestido corto de seda fucsia con escote palabra de honor, que resaltaba sus delicados hombros y su grácil cuello. La larga y exuberante melena rubia le caía en suaves ondas, enmarcando su rostro. Y aun desde el fondo de la sala, donde él estaba, destacaban como dos brillantes zafiros sus ojos azules.
Reprimió el impulso posesivo de ir a bajarla del escenario y llevársela de allí en volandas, lejos de las miradas de toda aquella gente. Esa vez las cosas serían distintas, se juró a sí mismo. No dejaría que volviera a dejarlo con la miel en los labios, frustrado e insatisfecho, como en el bautizo. La seduciría… y saciaría su deseo.
Volvió a centrar su atención en la subasta. Stephanides acababa de subir la puja de nuevo. No tenía intención de dejar que acercara siquiera sus labios a los de Kate, pero era evidente que se había encabezonado en ganar,