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El burlador de Sevilla
El burlador de Sevilla
El burlador de Sevilla
Libro electrónico142 páginas58 minutos

El burlador de Sevilla

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Obra de teatro atribuida a Tirso de Molina y datada alrededor de 1630, "El burlador de Sevilla" (título completo: "El burlador de Sevilla y convidado de piedra"), pese a todas las polémicas y controversias, tiene el honor de ser el primer hito en la fecunda y fascinante vida de un mito universal: Don Juan.
En este drama fundacional se encuentran los tres rasgos que caracterizan la estructura donjuanesca: el héroe transgresor, el grupo femenino y la muerte; invariantes míticas que serán desarrolladas, transformadas o subvertidas, siguiendo cauces de las más diversas poéticas, por su larga y copiosa descendencia. Este héroe mítico, nacido en el corazón del Barroco español y mecido por los aires de la Contrarreforma, contiene, aunque todavía en germen, todos los sentidos que irá adquiriendo con el tiempo: el rebelde social, el seductor, el hombre enfrentado a Dios y su esencial e inevitable encuentro con lo sobrenatural, con la muerte.

"El burlador de Sevilla" se centra en las hazañas amorosas de un caballero, don Juan Tenorio, que valiéndose de su ingenio y su buena presencia, engaña a cuanta doncella y dama bella se le pone al alcance y también a sus padres o pretendientes. Se narra aquí como debe huir de Nápoles por una de sus afrentas y como en su viaje a Sevilla realiza otros engaños.
IdiomaEspañol
EditorialE-BOOKARAMA
Fecha de lanzamiento27 jul 2024
ISBN9788827504352

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    El burlador de Sevilla - Tirso de Molina

    tercero

    EL BURLADOR DE SEVILLA

    Tirso de Molina

    Personas que hablan en ella

    Don DIEGO Tenorio, viejo

    Don JUAN Tenorio, su hijo

    CATALINÓN, lacayo

    El REY de Nápoles

    El Duque OCTAVIO

    Don PEDRO Tenorio, tío

    El Marqués de la MOTA

    Don GONZALO de Ulloa

    El REY de Castilla, ALFONSO XI FABIO, criado

    ISABELA, Duquesa

    TISBEA, pescadora

    BELISA, villana

    ANFRISO, pescador

    CORIDÓN, pescador

    GASENO, labrador

    BATRICIO, labrador

    RIPIO, criado

    Doña ANA de Ulloa

    AMINTA, labradora

    ACOMPAÑAMIENTO

    CANTORES

    GUARDAS

    CRIADOS

    ENLUTADOS

    MÚSICOS

    PASTORES

    PESCADORES

    Acto primero

    Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa ISABELA:

    Duque Octavio, por aquí

    podrás salir más seguro.

    JUAN:

    Duquesa, de nuevo os juro

    de cumplir el dulce sí.

    ISABELA:

    Mi gloria, ¿serán verdades

    promesas y ofrecimientos,

    regalos y cumplimientos,

    voluntades y amistades?

    JUAN:

    Sí, mi bien.

    ISABELA:

    Quiero sacar

    una luz.

    JUAN:

    Pues, ¿para qué?

    ISABELA:

    Para que el alma dé fe

    del bien que llego a gozar.

    JUAN:

    Mataréte la luz yo.

    ISABELA:

    ¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?

    JUAN:

    ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.

    ISABELA:

    ¿Que no eres el duque?

    JUAN:

    No.

    ISABELA:

    ¡Ah de palacio!

    JUAN:

    Detente.

    Dame, duquesa, la mano.

    ISABELA:

    No me detengas, villano.

    ¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

    Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero REY:

    ¿Qué es esto?

    ISABELA:

    ¡Favor! ¡Ay, triste,

    que es el rey!

    REY:

    ¿Qué es?

    JUAN:

    ¿Qué ha de ser?

    Un hombre y una mujer.

    REY:

    (Esto en prudencia consiste.) Aparte

    ¡Ah de mi guarda! Prendé

    a este hombre.

    ISABELA:

    ¡Ay, perdido honor!

    Sale don PEDRO Tenorio, embajador de España, y GUARDA PEDRO:

    ¿En tu cuarto, gran señor

    voces? ¿Quién la causa fue?

    REY:

    Don Pedro Tenorio, a vos

    esta prisión os encargo.

    Si ando corto, andad vos largo.

    Mirad quién son estos dos.

    Y con secreto ha de ser,

    que algún mal suceso creo;

    porque si yo aquí los veo,

    no me queda más que ver.

    Vase el REY

    PEDRO:

    Prendedle.

    JUAN:

    ¿Quién ha de osar?

    Bien puedo perder la vida;

    mas ha de ir tan bien vendida

    que a alguno le ha de pesar.

    PEDRO:

    Matadle.

    JUAN:

    ¿Quién os engaña?

    Resuelto en morir estoy,

    porque caballero soy.

    El embajador de España

    llegue solo, que ha de ser

    él quien me rinda.

    PEDRO:

    Apartad;

    a ese cuarto os retirad

    todos con esa mujer.

    Vanse los otros

    Ya estamos solos los dos;

    muestra aquí tu esfuerzo y brío.

    JUAN:

    Aunque tengo esfuerzo, tío, no le tengo para vos.

    PEDRO:

    Di quién eres.

    JUAN:

    Ya lo digo.

    Tu sobrino.

    PEDRO:

    ¡Ay, corazón,

    que temo alguna traición!

    ¿Qué es lo que has hecho, enemigo?

    ¿Cómo estás de aquesta suerte?

    Dime presto lo que ha sido.

    ¡Desobediente, atrevido!

    Estoy por darte la muerte.

    Acaba.

    JUAN:

    Tío y señor,

    mozo soy y mozo fuiste;

    y pues que de amor supiste, tenga disculpa mi amor.

    Y pues a decir me obligas

    la verdad, oye y diréla.

    Yo engañé y gocé a Isabela

    la duquesa.

    PEDRO:

    No prosigas,

    tente. ¿Cómo la engañaste?

    Habla quedo, y cierra el labio.

    JUAN:

    Fingí ser el duque Octavio.

    PEDRO:

    No digas más. ¡Calla! ¡Baste!

    Perdido soy si el rey sabe

    este caso. ¿Qué he de hacer?

    Industria me ha de valer

    en un negocio tan grave.

    Di, vil, ¿no bastó emprender con ira y fiereza extraña

    tan gran traición en España con otra noble mujer,

    sino en Nápoles también,

    y en el palacio real

    con mujer tan principal?

    ¡Castíguete el cielo, amén!

    Tu padre desde Castilla

    a Nápoles te envió,

    y en sus márgenes te dio

    tierra la espumosa orilla

    del mar de Italia, atendiendo que el haberte recibido

    pagaras agradecido,

    y estás su honor ofendiendo.

    ¡Y en tan principal mujer!

    Pero en aquesta ocasión

    nos daña la dilación.

    Mira qué quieres hacer.

    JUAN:

    No quiero daros disculpa,

    que la habré de dar siniestra, mi sangre es, señor, la vuestra; sacadla, y pague la culpa.

    A esos pies estoy rendido,

    y ésta es mi espada, señor.

    PEDRO:

    Álzate, y muestra valor,

    que esa humildad me ha vencido.

    ¿Atreveráste a bajar

    por ese balcón?

    JUAN:

    Sí atrevo,

    que alas en tu favor llevo.

    PEDRO:

    Pues yo te quiero ayudar.

    Vete a Sicilia o Milán,

    donde vivas encubierto.

    JUAN:

    Luego me iré.

    PEDRO:

    ¿Cierto?

    JUAN:

    Cierto.

    PEDRO:

    Mis cartas te avisarán

    en qué para este suceso

    triste, que causado has.

    JUAN:

    Para mí alegre dirás.

    Que tuve culpa confieso.

    PEDRO:

    Esa mocedad te engaña.

    Baja por ese balcón.

    JUAN:

    (Con tan justa pretensión, Aparte gozoso me parto a España).

    Vase don JUAN y entra el REY

    PEDRO:

    Ejecutando, señor,

    lo que mandó vuestra alteza, el hombre...

    REY:

    ¿Murió?

    PEDRO:

    Escapóse

    de las cuchillas soberbias.

    REY:

    ¿De qué forma?

    PEDRO:

    De esta forma:

    aun no lo mandaste apenas,

    cuando sin dar más disculpa, la espada en la mano aprieta, revuelve la capa al brazo,

    y con gallarda presteza,

    ofendiendo a los soldados

    y buscando su defensa,

    viendo vecina la muerte,

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