Mis Días Junto al Mar
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¿Qué hacer cuando se han cerrado todas las puertas?
¿Qué hacer cuando estás solo en la inmensidad de la nada?
¿Qué hacer cuando la traición te ha desgarrado las entrañas?
Es e
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Mis Días Junto al Mar - Ana Elvira Martín Meza
Mis Días Junto al Mar
Ana Elvira Martin Meza
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del <
Mis Días Junto al Mar
© 2007, Ana Elvira Martin Meza
D.R. © 2007 por Innovación Editorial Lagares de México, S.A. de C.V.
Álamo Plateado No. 1-402
Fracc. Los Álamos
Naucalpan, Estado de México
C.P. 53230
Teléfono: (55) 5240- 1295 al 98
email: [email protected]
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facebook: facebook.com/LagaresMexico
Diseño de Portada: Enrique Ibarra Vicente
Cuidado Editorial: Rosaura Rodríguez Aguilera
ISBN Físico: 978-970-773-308-4
ISBN Electrónico: 978-607-410-340-3
Primera edición junio, 2007
Agradecimientos
Cuando vives nuevas aventuras siempre te piensas que son encomiables, que son trascendentales, que marcarán la existencia de la humanidad misma y ¿sabes? Tienes toda la razón, cada experiencia, cada lágrima, cada sonrisa y cada miedo provee a toda la humanidad de historia, de recuerdos e incluso por qué no aceptarlo, hasta de cordura.
Dedico estos recuerdos, estas vivencias y estas fantasías a mi querida hija Ana quien me soporta diariamente, a mi inquebrantable madre Elvira quien pacientemente me alienta día con día; y a mis hermanos Víctor, David y Guadalupe porque sin saberlo contribuyen con su retórica a formar la historia de mis fantasías. Además dedicó esta obra al Dios que me inspira e ilumina porque a través de mis delirios le he llamado desde pequeña y por medio de mis líneas le he platicado hasta ahora.
Atentamente
Ana Elvira Martin
Marzo 2006
El Cuento de mis Días Junto al Mar
Era una noche lluviosa del mes de Julio, sonaban a lo lejos los festejos del día de Nuestra Señora Santa Ana, patrona de la Catedral de Boca del Río; el sofocante calor se sentía húmedo y bochornoso, pero tan agradable en aquellos momentos de mi llegada a este puerto que marcó especialmente mi vida, después de una terrible caída. Yo estaba sola, como se encuentra el mar frente a su playa, yo estaba ahí por fin iniciando, sí tal vez huyendo, sea la palabra adecuada, pero aquí nadie lo sabía; yo prácticamente no existía para esta gente que hoy sin saberlo me recibía. En estas tierras yo no tenía pasado, ni amigos, ni parientes, estaba completamente sola y comenzando; bueno al menos eso yo me creía. Pensé que todo esto sería un magnífico factor que jugaría a mi favor, me imaginé que iniciar desde ceros debería traerme ciertos privilegios, sobre todo en un lugar donde la gente es sociable y bullanguera; siendo fácil integrarte en cualquier plática, saludando a quien cruce su mirada contigo en la calle. Esta actitud amigable debe ser una gran oportunidad para el viajero, como yo, que intenta volver a comenzar. Siempre se sueña con eufemismos sobre el destino, pensando la ñoñería clásica de que el pasado con dejarlo en tierras lejanas jamás te ha de venir a seguir y mucho menos cree uno que te va a encontrar así como así, con nuevas fisonomías, en nuevas costumbres, en nuevas historias.
Me planté frente a él, aquella mañana soleada después de haber estado lloviendo durante toda la madrugada; y le dije sin tapujos, sin miedos o prejuicios —¿Quieres que me quede? Dame los medios, entrégame una nueva vida y aquí me tendrás mojando mi cuerpo en tus playas, tomando el sol mientras me besas con la marea— el mar estaba tranquilo como escuchando mis quimeras, él sí sabía lo que yo temía de mi pasado, él conoció todo lo que me horrorizaba mi vida anterior, él fue el único en enterarse de mi más hondo sufrimiento. Los siguientes días el preciado sol, rey del Universo comenzó a enfatizar con sus rayos ultravioletas mis facciones, mientras yo iba y venía buscando oportunidades, con el cansancio que te produce el calor sofocante deshidratando tu cuerpo; yo detenía en ocasiones mi paso en tiendas departamentales para disfrutar a ratos de un clima agradable. De ese clima artificial que mi vivienda no tenía para mitigar mi desesperación, mi frustración y mi soledad que comenzaba a apoderarse de mi vacío. Me cruzaba a diario con mis vecinos, con mis nuevos conciudadanos, pero todos me parecían malvados, todos me parecían villanos. Sentía que sus miradas escudriñaban en mi corazón mancillado y sangrante, me daba la impresión de que sus ojos no se enternecían con mi soledad o mi ausencia evidente al mirar ciegamente a la nada. En realidad me parecía como si hasta disfrutaran mi hondo sufrimiento. Entonces de forma innata endurecía mi mirada, apretaba mis mandíbulas para no salir huyendo de nuevo, pero ahora no sabía a ciencia cierta de qué huía, ni sabía con exactitud quién sería hoy mi nuevo verdugo. Para ellos mis nuevos compañeros de vida, los veracruzanos, yo ni siquiera existía, todo eso que yo me pensaba era simple fantasía, falacia de mi mente enferma de miedo; ellos caminaban mientras yo me ensombrecía. Dormía desfallecida hasta que el sol me impedía seguir acabando con mi existencia como un vegetal infértil o inútil. Entonces las cuentas se fueron llegando, mi estancia se había prolongado, mis fondos se iban terminando, los adeudos se iban apilando y yo enferma de miedo a todos les veía el rostro de mis nuevos villanos. Salí a verle de nuevo, él había estado ahí a veces agitado, otras veces muy sereno, me dio la impresión de que me estaba esperando, como se espera al caminante o al hijo que anda perdido. Muchos de ellos, mis compañeros de vida estaban ahí, me pareció que ahora sí me veían, crucé mi mirada con uno de ellos, por fin observé sus ojos negros y serenos, pude percibir por vez primera su piel espléndida color café como el que se cosecha en las montañas de este hermoso estado, noté que su cuerpo era bello y que sus labios ofrecían alegría con la carnosidad de su sonrisa. Me di cuenta que entre todos ellos ahora yo vivía, que no eran mis enemigos y que debía enfrentar a mis antiguos demonios. El mar sonrió emocionado, parece que por fin la hija pródiga había despertado. Sin estar completamente segura de mi nueva existencia decidí abrir mi fortaleza de temor, decidí asistir donde la gente platica y sofoca sus penas. Decidí sencillamente volver a existir.
Habían pasado seis meses cuando conseguí un modus vivendi lento y bastante limitado, pero al fin y al cabo un medio de cómo ir sobreviviendo —sobreviviendo era la palabra idónea para mi sentir interno, no me sentía coexistiendo o existiendo, sentía que sobrevivía en un mundo que me aventajaba en todas mis ideas— esto me hacía proceder como si fuese un zombi, esto me impedía vivir, este sentimiento me dejaba exhausta por el cansancio que produce la tristeza envinada de soledad. Sobreviviendo es una forma pueril de vivir, es una forma de morir sin enterrar el cuerpo tres metros bajo tierra; es existir desperdiciando el tiempo que tenemos para ser reales, es simplemente pasar por este mundo en vano. Yo no había nacido para una existencia tan incoherente y simple, yo no había nacido para invadirme de pesimismo, yo no había nacido para una pobre existencia como la que me estaba forjando con mi amargor y con mi rencor, con el miedo como aura protectora. Había librado en años anteriores verdaderas batallas heroicas y valientes; sin negar la realidad de que una de ellas me había obligado a huir, tampoco podía olvidarse por un solo evento todas las muchas que sí había ganado, es verdad, duele aceptarlo, una falló, el cálculo del conocimiento humano me falló, pero eso no era un fracaso rotundo, era un efímero traspié del pasado. Sólo que este sentimiento depresivo que me estaba invadiendo me hacía rememorar los miedos, me hacía sentirme pobre, de alma y de ideas; porque la humildad de una vida con recursos limitados jamás será tan ignominiosa, como lo es llevar una vida pobre
; y mi vida era pobre, pobre como se siente el condenado a muerte cuando el pueblo le mira con morbo antes de subir al cadalso; pobre como se siente el que sabe que si muere hoy nadie extrañará su ausencia. Yo te lo había confesado todo mi querido mar, pero no te había escuchado ni una sola idea expresar, yo te había regalado mis lágrimas para que se fundieran con tu sal, yo te había logrado engañar, diciéndote que me iba a animar, pero hoy aquí de nuevo hincada ante tus olas te confieso que no me puedo olvidar del temor, que no puedo perdonar el engaño, te confieso que no puedo exorcizar los momentos de dolor intenso que aún sangran en mis recuerdos y mucho menos puedo superar la espeluznante soledad que hoy es mi condena.
¿En qué me equivoqué? ¿De qué huía con tanta vehemencia y temor? En realidad era un fantasma, ahora lo veo mucho más claro, era el fantasma del poder, era el fantasma del juicio de entre los mortales. Él había sido mi amigo, mi amante y mi pretor; iniciando en los negocios yo le había aprendido miles de astucias, le había sido fiel en cada uno de los movimientos financieros, recta y honesta en cada una de las transacciones había logrado vivir momentos de intensa actividad social, había elevado mi estatus de forma vanidosamente aceptable, orgullosamente estable. Ingresé a un diminuto círculo divino del poder, yo iba con él, pero él iba solo y yo no lo sabía. Me entusiasmé tanto de la química de nuestros cuerpos que llegué hasta a idealizar nuestra relación como perfecta, sin tomar en cuenta las falsedades que le rodeaban, lo superficial de nuestra situación. Fue entonces que cometí el error imperdonable de involucrarme cuando hay dinero de por medio; este error que es más debilidad que sentimentalismo, me costó todo lo que tuve que dejar, huir y derramar para salvar lo único que vale la pena de mí, para salvar lo único que quedó intacto después de tanta falsedad. Tuve que ir como dicen los japoneses haciendo mi vida de cebolla, perdiendo una a una mis cubiertas y llorando con la caída de cada una de ellas. Lo material se fue desgajando tan rápidamente que no recuerdo bien cuando perdí la casa, el coche, los muebles, los óleos, las joyas y hasta el televisor, mi gimnasio; todo se fue de un día para otro, estaba yo ahí en un pequeño cuarto con baño y una cocina de juguete, recuerdo mi estufa no tenía ni horno, el ventilador hacía un ruido infernal durante toda la noche, hasta llegué a soñar que un pajarraco se metía a mi habitación. Entonces la embriaguez que había sufrido de grandeza y poder hoy era una infame resaca; que ni en fotos conservé. No pude avisar a nadie de mi paradero, así que sin un solo recuerdo, sin teléfono y con los pocos billetes que junté para sobrevivir con la venta de mis objetos salí una noche a oscuras, en medio de un terrible aguacero me llegué a la estación de autobús, sentía como si me siguieran, sentía que su mujer aún se mantenía mirándome como aquella mañana cuando tocaron a la puerta de mi casa y lo oí llegar en su elegante automóvil que tantas veces me había transportado; pero cual sería mi sorpresa venía con ella; y no era una visita de cortesía, traían una demanda por fraude, yo no entendía nada, recuerdo bien que no firmé nada, negué todo y me defendí como gato boca arriba. En cuanto se fueron busqué a un amigo y le describí los cargos; recordé que efectivamente mi firma había sido aval de muchos eventos financieros, que mi licencia profesional estaba tambaleándose por mis estúpidas expectativas románticas. No quedaba otra opción más que huir; esperar que los culpables se dignaran a aceptar sus fechorías era como esperar que los hombres dejen de ser egoístas; imaginar que su mujer —dueña de todos los activos— creería mi inocente y sobre todo romántica intervención