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Capitán Nemo: Una introducción a la política
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Libro electrónico93 páginas1 hora

Capitán Nemo: Una introducción a la política

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Luego de que un monstruo gigantesco los hiciera naufragar, el misterioso marinero Ismael, el profesor Aronnax y el joven Julio Verne descubren que fueron rescatados ni más ni menos que por el legendario submarino Nautilus, comandado por el no menos legendario capitán Nemo. De inmediato presenciarán una cadena de siniestros asesinatos, una conspiración de alcances inimaginables y una revuelta que tendrá consecuencias inesperadas. Con su capacidad para asombrar y divertir al mismo tiempo, Hiriart nos cuenta una novela policiaca que aborda la naturaleza de la política y su peor encarnación: los dictadores.
Una novela de aventuras que rinde homenaje a los grandes del género, al tiempo que lanza una mirada crítica a la realidad contemporánea.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2014
ISBN9786077353317
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    Capitán Nemo - Hugo Hiriart

    Solares

    1

    EL MAR Y LA NOCHE

    No hay luna, llueve un poco en la profunda oscuridad. La mar está gruesa sin estar verdaderamente enfurecida: grandes olas suben y bajan un barco de guerra. El barco que se bambolea en las tinieblas es una cruza flotante: velero y también barco de vapor. Brillan sus grandes faroles trazando corredores de luz que suben y bajan; la tripulación de impermeables amarillos se mueve en silencio sobre la cubierta mojada. De pronto suena la alarma, fuerte, repetitiva, histérica. Los marinos se apresuran, suben a la cubierta, corren a sus puestos. Se oyen gritos. Algo se aproxima, no es una embarcación, es una extraña bestia marina y sus ojos verdes relumbran en la oscuridad. Desde el barco disparan un cañón y el ruido retumba opaco y monumental en la noche. El monstruo se arroja sobre la embarcación y le arranca un pedazo enorme de casco. En pocos minutos el velero y vapor hace agua y se hunde. Los faroles se sumergen, por unos instantes iluminan con luz verdosa el mar espumoso y agitado, luego se apagan y todo queda en el silencio y la oscuridad, como si nadie hubiera estado nunca ahí, entre esas olas de la mar gruesa.

    Semanas después, un periódico llamado El semáforo de Marsella publica en letras grandes esta noticia: Horrible destino de los marineros que zarparon de Nantucket, y en letras más pequeñas dice: El monstruo marino vuelve a atacar. Figura también un grabado del airoso velero y vapor, el Sherezada, que se había hundido en aquella noche funesta.

    Este periódico viajaba en el bolsillo del saco del profesor Aronax que estaba, por motivos de trabajo, en el Puerto de Veracruz, en el Golfo de México. El profesor era experto en las ciencias del mar y ahora paseaba con Jules, su sirviente, por el malecón. En aquellos tiempos los viajes a lugares distantes duraban meses y era muy común que la gente viajara con personas que eran una mezcla de secretarios, valetes, criados, confidentes; amigos no se puede decir, pero entre el señor y el sirviente muchas veces había respeto y cariño.

    El profesor paseaba por el malecón y se entretenía viendo cómo los zopilotes, buitres mexicanos, con su traje negro, se deslizaban silenciosos por el cielo entre las delgadas palmeras tropicales, cuando a lo lejos vio algo que le llamó la atención: se trataba de un pequeño teatro de títeres.

    —Vamos a ver –dijo el profesor a Jules–, vamos caminando aprisa.

    El teatro ambulante era pequeño y pobretón, pero en él cabían el mar y una tempestad y un barquito sacudido por las olas.

    Había muchos niños viendo la función y el profesor se sumó a ellos con la boca abierta. En el barco, un títere pequeño movía los brazos y se oía una voz que decía:

    —…Y Jonás dijo: «Yo soy, a mí me buscan… Yo desobedecí los mandatos de Dios… A mí me buscan… Arrójenme al mar y la tempestad se calmará…».

    El profesor aplaudió como niño cuando terminó la presentación, estaba entusiasmado y echó en el sombrero que pasaron los pobres titiriteros dos grandes monedas de oro.

    —Pero, profesor –protestó Jules–, es mucho dinero.

    —Nada, nada, Jules –contestó Aronax–, la historia de Jonás me ha obsesionado desde que era niño. ¿Cuál puede ser el pez que se lo tragó? Envidiable experiencia viajar por el fondo del mar, ¿no crees? Pero la ciencia, la serenidad de la ciencia, nos obliga a rechazar la leyenda: tenemos que decir que el pez capaz de engullir a Jonás, el monstruo en el que navegó, no existe ni ha existido ni puede existir… Imposible, imposible…

    —Y sin embargo… –lo interrumpió Jules.

    —¿Qué? Son cuentos, te digo en el nombre de la ciencia que no puede existir… Imposible, imposible…

    —Digo que usted no se ha pronunciado acerca del monstruo que hunde los barcos… Podría ser un pez gigantesco, ¿no?

    —Aaaah, eso… Sí, se anda diciendo, en efecto… Ajá… –murmuraba pensativo el profesor.

    —Y usted no ha dicho que no existe…

    —Tampoco he dicho que sí existe…

    —No, no… Eludimos la pregunta –se burló el sirviente–. Driblamos, como en el futbol, nada por aquí, nada por allá, ¿dónde quedó el monstruo?

    —Es que no sé… Los testigos, los sobrevivientes dicen haberlo visto… lo juran, dan toda clase de detalles, ¿qué quieres que yo diga?

    —Que el animal no existe… después de todo usted no es sólo un simple profesor universitario, sino la máxima autoridad científica en cosas del mar…

    —Gracias, muchacho…

    —Yo digo lo que dicen… Porque la verdad, no sé –y Jules hacía gestos y ademanes de presumido–, pero es bueno trabajar para una celebridad, no para un cualquiera…

    —Debería organizarse una expedición para dar con el monstruo y acabar de una vez por todas con el enigma. Nosotros iríamos con gusto en ella…

    —Con gusto, no sé, pero iríamos, eso sí… Qué remedio.

    —Pero que no puede existir, no puede… Y sin embargo… no, no… en nombre de la ciencia lo digo… Imposible, imposible… Está claro: no es oportuno que hable.

    Y de inmediato se arrepintió de sus palabras.

    «No es oportuno» es frase que dicen mucho los políticos superficiales y frívolos, que piensan que en política todo es coyuntura, es decir: buena o mala oportunidad. Pueden tener éxitos momentáneos, pero nunca harán historia. Otros, en cambio, sólo piensan en el largo plazo y no perciben la coyuntura. Ésos son honestos, pero no logran plasmar sus proyectos. Los buenos políticos son los que miran a largo plazo, entran a fondo en la comprensión de los problemas y asumen riesgos, pero reduciéndolos, gracias a que no descuidan los cambios en la coyuntura. Pueden y deben a veces zigzaguear, pero no

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