Testigo de excepción: Diario de un cura en un hospital del COVID
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"He sido testigo de excepción, testigo privilegiado de la vida y la muerte de tantas personas que se presentaban ante mí como un espectáculo de altísima dignidad y espantosa fragilidad (...) Lo que he visto ha batallado en mí. Me ha herido. Y ha desencadenado un diálogo con el Misterio de Dios que bien podría calificarse de duelo, a imagen de la relación que el Job bíblico entabla con Yahvé. Estos días me han construido".
En este libro, escrito día a día tras una agotadora jornada en el hospital, hay un pulso que le sostiene la mirada a la desgracia. Sin regodearse en el sufrimiento ni caer en la cursilería, la voz del autor se yergue dolorida, a la vez que serena y esperanzada, en medio de la insólita y terrible situación de decenas de enfermos que atravesaron el trance de la vida sin la compañía física de sus seres queridos.
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Testigo de excepción - Ignacio Carbajosa Pérez
Ignacio Carbajosa
Testigo de excepción
Diario de un cura en un hospital del COVID
© El autor y Ediciones Encuentro, S.A., Madrid 2020
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Colección 100XUNO, nº 76
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
Impresión: Cofás-Madrid
ISBN: 978-84-1339-032-1
Depósito Legal: M-16688-2020
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
Índice
Premisa
2 de abril - primer día de servicio
3 de abril - segundo día de servicio
4 de abril - tercer día de servicio
6 de abril - cuarto día de servicio
8 de abril - quinto día de servicio
10 de abril - sexto día de servicio
12 de abril - séptimo día de servicio
14 de abril - octavo día de servicio
16 de abril - noveno día de servicio
18 de abril - décimo día de servicio
20 de abril - decimoprimer día de servicio
21 de abril - decimosegundo día de servicio
24 de abril - decimotercer día de servicio
26 de abril - decimocuarto día de servicio
27 de abril - decimoquinto día de servicio
29 de abril - día de descanso
30 de abril - decimosexto día de servicio
2 de mayo - decimoséptimo día de servicio
4 de mayo - decimoctavo día de servicio
7 de mayo - decimonoveno día de servicio
8 de mayo - vigésimo día de servicio
Al Dr. Rayo, la Dra. Valdazo y la hermana Josefa, lazarillos en mi santa peregrinación
A la dirección y a todo el personal del Hospital San Francisco de Asís de Madrid, que cuidaron (y dejaron cuidar) hasta el último instante la vida de tantos españoles en esta pandemia
A los que nos dejaron y ahora gozan de la visión del Padre bueno. A los que sobrevivieron y ahora están de vuelta a casa, con sus familiares
A los sacerdotes con los que vivo que, con gran caridad, salieron al paso de todas mis necesidades durante cinco semanas.
Y es difícil creer que la tibieza, la ternura, la belleza de su relación no se haya recogido, no haya sido atesorada en alguna parte, de algún modo, por algún testigo inmortal de la vida mortal. Vladimir Nabokov, La verdadera vida de Sebastian Knight
A Fernando Savater, compañero de camino
Premisa
Yo no soy «técnicamente» un capellán de hospital. Soy sacerdote diocesano de Madrid y mi tarea principal es la de ser profesor de Antiguo Testamento en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Mi servicio en el Hospital San Francisco de Asís se circunscribe a cinco semanas, del 2 de abril al 8 de mayo del 2020, y se relaciona con la pandemia de coronavirus que ha asolado a España y al mundo entero durante meses.
Cuando entré en el hospital, el 2 de abril, se alcanzaba el pico de fallecidos en un solo día a causa del COVID-19: 950 en toda España, una tercera parte (310) en Madrid. Eran los peores días de la pandemia. Los hospitales estaban colapsados. Unos días antes abría sus puertas el hospital de campaña de IFEMA, con el objetivo de acoger el excedente de enfermos y paliar el déficit de camas, plazas de UCI incluidas.
¿Cómo llegué a «convertirme» en capellán en tiempos de pandemia?
Las dos primeras semanas de confinamiento, previas a la entrada en el hospital, se presentaban ante mis ojos con un cierto encanto. Los que nos dedicamos a la vida académica tenemos una forma mentis que ve en las horas de reclusión una amada posibilidad de investigar, escribir artículos, adelantar trabajos. En la primera semana ya había terminado la conferencia que tendría que pronunciar en Jerusalén en mayo (que obviamente sería pospuesta). He de confesar con un tanto de vergüenza que la perspectiva de las diferentes prórrogas del estado de alarma no me desagradaba: daban alas a mi investigación, un campo en el que me muevo con gusto.
Mi pasión por la investigación bíblica no estaba reñida con mi interés por lo que sucedía entonces en España. Al contrario, tenían y tienen el mismo origen: mi vocación de servicio a los hombres y mujeres de mi tiempo. Y lo que estaba sucediendo me llenaba de inquietud. Yo soy sacerdote. He sido llamado a dar la vida, no a preservarla con cuidado. Pero sobre todo me inquietaba la perspectiva de que el drama que se empezaba a vivir en hospitales, residencias de ancianos y casas no estuviera acompañado de significado. Dicho de otro modo, percibía la urgencia de que la fe, esperanza y caridad cristianas pudieran alcanzar a todos los que sufrían. Si la fe no sirve para estos momentos, ¿para qué sirve?
Hasta en un par de ocasiones ofrecí mi disponibilidad a mi obispo y a mi vicario, ya durante las dos primeras semanas de confinamiento. A finales de marzo nos llega un aviso a los sacerdotes menores de sesenta años sin carga pastoral pidiendo la disponibilidad para los hospitales de campaña que empiezan a abrirse. Escribí al vicario de acción social ofreciéndome. Al parecer ya habían respondido muchos y no había necesidades para los hospitales. Fui llamado a estar «en el banquillo», es decir, de reserva. Y a la vez se me pidió entrar en un equipo de guardia nocturna al teléfono (SARCU).
Hace ya tiempo que aprendí que cuando uno ofrece la disponibilidad no lo hace a un proyecto personal, a una creación de la propia imaginación. Da la disponibilidad y obedece al designio de Otro, de Dios, que en mi caso se manifiesta en la disponibilidad a mi obispo. No soy yo el que decide el lugar de los peones en la gran obra de salvación del mundo entero. Así que obedezco.
A los pocos días, el miércoles 1 de abril, me llama el subdelegado de pastoral sanitaria: se necesita un sustituto para la capellanía del Hospital San Francisco de Asís. El capellán, franciscano, es muy mayor y lo han mandado a casa para evitar peligros. Hablo con los sacerdotes con los que vivo. Mi disponibilidad implica la de ellos: si empiezo una tarea con enfermos de COVID en el hospital, debo aislarme y son ellos los que me tienen que servir desayuno y cena, además de la comida los días que no esté en el hospital. Porque ellos aceptan, yo acepto.
Se acabaron los días de gozosa investigación bíblica. Cuando llegue del hospital estaré tan cansado que no podré ni abrir un libro. Solamente en las últimas semanas tendré algo de tiempo para retomar mis clases online. Con todo, se me impone que la verdadera fecundidad está en dar la vida por la obra de Otro, por la obra de Cristo en el mundo. Obedecer al designio o tarea que Otro me propone. Esta es una vieja lucha, que por vieja no deja de replantearse en mi vida: «Si yo tuviera tiempo para investigar sería Premio Nobel de crítica textual de la Biblia», me digo cuando sueño